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Los gozosos amores de Virginia Boinder y Pablo Céspedes
Los gozosos amores de Virginia Boinder y Pablo Céspedes
Los gozosos amores de Virginia Boinder y Pablo Céspedes
Libro electrónico373 páginas5 horas

Los gozosos amores de Virginia Boinder y Pablo Céspedes

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El amor es una catarata ascendente.

Los gozosos amores de Virginia Boinder y Pablo Céspedes, vigésimo sexto de los libros publicados por Pedro Sevylla de Juana, recoge la excitante coincidencia virtual de Virginia, cuarenta y cuatro años, y Pablo, sesenta y uno.

Profesor, padre, amigo y amante, Pablo encuentra en Virginia una mujer apasionada que, amando al marido, se entrega a él en cuerpo y alma. La pasión desborda todos los cauces y viven en perfecta simbiosis una historia apremiante, placentera y provechosa, cortada de manera abrupta.

Como se lee en el prólogo: «El lector debe ir más allá de los juicios morales y de las convecciones sociales, para penetrar en los arcanos de la pasión, del deseo, de la entrega, de la seducción y del amor. El amor, de todos los mitos el más bello, y de todas las realidades la más cierta».

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento15 may 2019
ISBN9788417856595
Los gozosos amores de Virginia Boinder y Pablo Céspedes
Autor

Pedro Sevylla de Juana

Académico Correspondiente de la Academia de Letras del Estado de Espírito Santo en Brasil y Premio Internacional de Novela Vargas Llosa, Pedro Sevylla de Juana nació en Valdepero (Palencia). Cursó los estudios de bachillerato en Palencia y los superiores en Madrid. Apasionado por la lectura y deseoso de fijar al papel sus hallazgos y contrariedades, escribe desde muy temprano. El descubrimiento de Brasil y su desbordante energía -geografía, historia, miscigenação y cultura- supuso un revulsivo para su vida y su obra. Además de en su pueblo y Palencia, residió en Valladolid, Barcelona y Madrid; pasó temporadas en Cornualles, Ginebra, Estoril, Tánger, París, Ámsterdam, La Habana, Villeneuve sur Lot (Aquitaine) y Vitória ES (Brasil). Actualmente, cumplidos los setenta y tres años, reside en El Escorial, dedicado a sus pasiones más arraigadas: vivir, leer y escribir. Ha publicado veintisiete libros y fue incluido en siete antologías internacionales. Colabora con revistas digitales de Europa y América en lengua castellana y portuguesa.

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    Los gozosos amores de Virginia Boinder y Pablo Céspedes - Pedro Sevylla de Juana

    Los gozosos amores de Virginia Boinder y Pablo Céspedes

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788417856137

    ISBN eBook: 9788417856595

    © del texto:

    Pedro Sevylla de Juana

    © de esta edición:

    Caligrama, 2019

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A los amantes disímiles

    emparejados por la vida

    y a quienes habitan oasis de felicidad

    descubiertos en un espejismo.

    ascendente».

    catarata

    es una

    «El amor

    Cesáreo Gutiérrez Cortés

    Prólogo

    Oír sirenas

    La mirada crítica de Renata Bomfim

    Los versos del poema Ouvir estrelas, de Olavo Bilac, vate brasileño, hechizan a los lectores. La obra de Pedro Sevylla está hecha de esas materias: belleza y asombro; pero solo el lector más despierto podrá escuchar el hondo canto que viene de las profundidades del texto y oír a las sirenas. Esta novela consecuente perturba la posición del sujeto contemporáneo, vaciado de las verdades absolutas, siempre en búsqueda y en vía; Ulises tras la única verdad capaz de salvarlo, el Amor: de todos los mitos el más bello, y de todas las realidades la más cierta.

    Virginia y Pablo, los afortunados protagonistas, viven vertiginosamente una historia de amor furtivo que es ejemplo de simbiosis vital: «En cada rincón de nuestro hogar, en cada momento somos capaces de crear un ambiente de sosiego, de armonía, de amor… de esos que siempre hemos buscado y alguna vez nos ha parecido encontrar.

    Trato de ser didáctico contigo para que me entiendas, trato de aprender de ti para entenderte. La voluntad de entendimiento nos une».

    Pedro Sevylla de Juana escribió una novela sensual, pero también una crónica y un ensayo que rocían de cariño, poesía y belleza las dificultades de la vida diaria. La relación de pareja aquí tratada se revela real, aunque sea virtual; y muestra el gran poder abrasivo de la palabra: «Ahí destaca el efecto de la palabra enamorada, el brillo del deseo que impregna la palabra. El efecto supera la realidad, porque la imaginación multiplica, potenciando, el alcance y la eficacia».

    Penetrar en la intimidad de los amantes, sondear sus sueños y fantasías, conocer las flaquezas y facultades, es recibir una lección sobre la autenticidad del amor, ese não querer mais que bem querer, cantado por Camões.

    «¡No sabes cuánto ansío la llegada del futuro!». Esta frase, dicha por Virginia a Pablo al inicio de su correspondencia, resume la actitud humana más extendida en nuestra época. La espera, cuando no esperanza, de un tiempo que consolidará lo conseguido o traerá algo mejor. El futuro se ha idealizado de tal modo que para muchas personas se ha convertido en motor existencial.

    Pablo responde al instante: «No; el futuro no existe. Conocer la inexistencia del futuro me ha aligerado de nihilismo cargándome de fuerza». Hay una minoría social que comparte la visión de Pablo. Todo hay que hacerlo ahora, y tenemos que hacerlo nosotros. Nada lograremos mañana si no lo hemos propiciado hoy. Esta visión, claramente iconoclasta, es un motor existencial más eficaz que el otro y, sin pretenderlo, facilita la llegada del futuro que muchos esperan.

    Pablo es el antiguo profesor y el actual maestro, persona que ha vivido y viviendo aprendió sobre las relaciones personales. Y explica a Virginia que el amor y la amistad son una misma cosa:

    «Socialmente hablando, amor es el afecto cerrado y exclusivo; y amistad el afecto sin márgenes, el que se puede y se debe compartir. Error claro, existen las personas, y las relaciones afectivas son personales. Es cultural el prejuicio y la división por sexos. Está permitido amarse a las parejas formadas por macho y hembra. Entre machos o entre hembras solo es posible la amistad. Y todo por separar el amor del sexo. Y todo porque el sexo, salvo en circunstancias muy concretas, fue considerado pecaminoso».

    Para Virginia, Pablo, además de manantial de placer, es el oído amoroso, el apoyo que ella necesita, el guía certero, un puerto en el dilatado océano de la soledad:

    «Ahora tengo un ratito de libertad, Marc y los niños ante el televisor. Me gustaría estar contigo escuchando tus cosas del día, contándote mis cosillas en el sofá, amándonos luego y durmiendo abrazados hasta la madrugada».

    Concretar la identidad personal del otro es una constante humana en todos los tiempos, entre ellos también ocurre: «Preguntas quién soy, mi querida niña: yo soy lo que tú creas que soy. Seré quien quieras que sea.

    Gran intuición, vitalidad desbordante, amante de la libertad, la belleza y el placer: nada humano me es ajeno.

    Tú eres la continuidad de mis días, el devenir incierto. Eres mi musa y mi paradigma, mi colibrí, mi Edelweiss, mi corza alígera, mi dulce pájaro de juventud. Sin ti, mi primavera perpetua, los días son grises y fríos».

    El lector debe ir más allá de los juicios morales, y de las convenciones sociales, para penetrar en los arcanos de la pasión, del deseo, de la seducción y del amor: laberinto del que nadie sale como entró.

    Pablo pertenece a ese pequeño grupo de personas que desciende al ardiente crisol de la felicidad, para recoger la parte que en derecho le corresponde. Virginia es Penélope para Pablo, y la sirena que dirigía el coro, cuando, atado al palo mayor de su barco, escuchó su canto irresistible.

    La pasión en la novela llega apremiante, es el hic et nunc, el aquí y ahora del deseo de amar. Algo así reflejan estas líneas:

    «Música de fondo tuya y mía, cánticos, el tiempo nocturno, el rumor del mar, nuestros latidos, nuestras manos y la entrega emocionada. Rozo la palma de mi mano con la tuya y el sentimiento florece luminoso. Me entrego en el mejor de los besos, el más fresco y el más intenso».

    La búsqueda de la libertad amorosa llevó a la pareja virtual a crear un mundo singular: «Debo decirte que nuestra casa tiene una particularidad: se puede trasladar de un lugar a otro. Y una limitación que no resta: estará siempre al borde del mar. El paseo llega desde la portada a la arena de la playa o a las rocas de los acantilados», enfatiza Pablo; y Virginia confirma: «Nuestra casa es amplia y luminosa por fuera, y por dentro sorprendente, inesperada. Estoy muy contenta, tanto que gritaría tu nombre a los vientos para que lo llevaran allá donde lleguen». Unión tan fértil que llega a generar una hija virtual: Aurora Céspedes Boinder.

    VirginiaLibre, residencia virtual de la pareja, es una isla en el mar de los conflictos humanos, un oasis en el desierto de las dificultades cuotidianas: «Un terreno de libertad, donde cada uno puede expresarse no solo como es, sino como desea ser», expresa Virginia.

    «En casa hay estímulos. Alegría de vivir, optimismo, solidaridad, arte, música, literatura, pensamiento, amor y erotismo. Toma un poco de cada cosa; es el equilibrio el que proporciona la felicidad», dice Pablo.

    En este espacio tan privilegiado: «Palpita un sentimiento común de admiración, respeto, deseo, estima, amor, amistad, atracción y vértigo».

    Y ellos se saben esposos eternos: «De una eternidad que ha de durar mientras el amor y el deseo duren».

    Son desemejantes y lo aceptan: «Mi campo de investigación es amplísimo, el cosmos en toda su magnitud. El tuyo se centra en lo doméstico, en el entorno cercano. Abarcas menos, sí, conforme; pero lo percibes con una precisión mucho mayor. Luego, extrapolando y generalizando, llegas adonde yo llego».

    Presentan personalidades disociadas: «Se me duerme el padre y despierta el macho, el amante. Te pones asertiva y sale el maestro a enseñarte. Soy todos porque tú eres todas. Eres todas porque yo soy todos».

    Pablo ama a su esposa Amanda, la entrañable Maga: «Heredera de indígenas tupiniquim brasileños y continuidad de la vida; es animal, vegetal y mineral; es fuego y es aire. Es la naturaleza, lo palpable y lo etéreo».

    Virginia ama a Marc, su esposo, desde la época universitaria: «Me gusta... y más que gustarme me atrae de una forma visceral. Es un imán para mí».

    La amistad de Amanda con Mona Baccio revela la fuerza de la historia, capaz de unificar amor y amistad en un único sentimiento.

    Pablo y Virginia encuentran en el otro el estímulo amoroso, el deseo fuerte y la acogida sexual que no encuentran en el matrimonio, y en su entorno configuran una nueva realidad física e intelectual: «El placer debe ser el estribo, nunca el caballo. Me gustaría estar contigo en la cama, abrazados, escuchando tu voz mimosa, que alcanza así la verdadera profundidad. Hay literatura en lo que escribimos; y eso puede engañarnos. Los poetas somos el centro del cosmos, y desde ahí lo vemos todo y lo explicamos. En mi caso, además, la novela me tiene rastreando como investigador, analizando como sicólogo, trabajando al pie de los hechos como sociólogo, y hurgando en el pasado como arqueólogo».

    En el juego amoroso, el ser humano utiliza múltiples máscaras y, más que ocultar, revela su posición precaria, marcado por la finitud, ser que no posee atributos divinos, y que para alcanzar el infinito necesita el concurso de otro ser: «Anoche, en mi soledad habitual, me abrazaste y mimaste; besaste mi cuello y mi pelo y, después de gozar, me dormí en tus brazos».

    Pedro Sevylla nos da a conocer cosmos que solo los poetas son capaces de crear y organizar; mundos multidimensionales, en los que la flaqueza humana se trasforma en energía, y los valores de amistad y generosidad superan a las mezquindades de la convivencia diaria: «Se trata del exoplaneta Gliese 581 g, el más acogedor del Universo. A él iremos. En él se vive eternamente y la felicidad es el estado natural de las personas. No hay fábricas, hay artesanos. No hay tecnología, hay manualidades. Su cielo es atmósfera de aire limpio y nubecillas formadas por minúsculas gotitas de maná. El aire las lleva en suspensión y alimentan a personas, animales y plantas».

    Hay una frase de Pablo a Virginia que cualquier mujer quisiera oír salida de la boca del hombre, sea padre, amigo, marido o amante: «Mi niña, lleva el timón de tu vida, que yo remaré mientras quieras». Remo y timón son herramientas de ambos, lo saben, pero en la actitud de donación está la clave de la relación de pareja.

    El autor no es un simple elemento del discurso; desempeña, además, un importante lugar expresivo en la obra: nos convida a embarcar en el vuelo de seu veleiro de papel para ouvir, ver e apalpar as estrelas.

    Dentro de VirginiaLibre, los protagonistas viven, en plenitud, su pasión como una vertiginosa carrera de obstáculos que los hace sentirse vivos, activos, dinámicos y esforzados, unidos físicamente siguiendo el impulso de la imaginación.

    Al lector, explorador inteligente y arriesgado, puedo decirle que en esta novela encontrará, además de los explicados, otros muchos elementos de gran interés para el camino sinuoso de la vida.

    Professora doutora Renata Bomfim

    Renata Bomfim nació el año 1972 en la isla de Vitória, capital del Estado de Espírito Santo (Brasil). Es profesora universitaria, maestra y doctora en Literatura Comparada, investiga la Literatura Iberoamericana con énfasis en las obras de Florbela Espanca y Rubén Darío. Es miembro del Instituto Histórico y Geográfico de Espírito Santo (IHGES) y presidenta de la Academia Feminina Espírito-Santense de Letras (AFESL). Autora y promotora desde 2007 de la Revista Literaria letraefel.com. Publicó los libros: Mina (2010), Arcano dezenove (2012), Colóquio das árvores (2015) y O Coração da Medusa (2018), bilingüe en portugués y castellano. Activista cultural y ambientalista, es gestora y propietaria de la Reserva Natural Reluz, donde preserva la flora y la fauna de la Mata Atlántica. Es, también, directora técnica de la Asociación Capixaba de Propietarios de Reservas Particulares del Patrimonio Natural (ACPN).

    Nota bene del autor

    Cuando Mona Baccio intervino en la relación amorosa de Virginia y Pablo, cercenándola, lo hizo guiada por sentimientos fuertes: amor, amistad, celos, rabia. Lejos estaba de conocer el alcance y la naturaleza de lo que rompía. Así me lo escribió con una letra menuda inclinada a la izquierda, en carta fechada en la ciudad de Roma. La firma llevaba una rúbrica armónica. Era casi una elipse cercando a la inicial de su nombre, seguida de un punto y el antiguo apellido —cognome recibido del padre, natural de Florencia y originario de la provincia di Napoli—.

    Al profundizar en las razones de los amantes, comprendió Mona que sería bueno publicar su historia amorosa, en cierto modo, ejemplar. Así que pensó poner las cartas cruzadas en manos de un escritor que les diera forma de novela. Nunca nos habíamos visto, pero conocía parte de mi obra y me consideraba experto en el mundo femenino, capaz de ordenar los diálogos y añadir el contenido más oportuno. Si aceptaba yo el compromiso, debía dar a la estampa el resultado final. De ese modo, no solo reparaba el daño infligido, sino que ayudaba a otras personas, mostrándoles lo que el amor puede llegar a conseguir, puesto al servicio de la persona amada. Noble empeño, pensé al leerlo, poniéndome, sin darme cuenta o intencionadamente de su lado, un lado, en cierto modo, justificable.

    Iba a ser una historia de amor sensual, pero también ejemplo de simbiosis vital. Mostraría al lector la manera en que dos personas disímiles pueden acoplarse saboreando la vida. Escribí a ambos protagonistas: Virginia y Pablo. Hablé con ellos y deduje que la novela había de soslayar sus individualidades. Ciertamente, tuve buen cuidado en modificar las circunstancias identificadoras.

    Pensando en la excelente facilidad narrativa de Virginia, le propuse trabajar conmigo en este proyecto inusual. Su deseo de aceptar aceptó; y ahí quedó la cosa, porque la buena voluntad de Virginia carece de tiempo. Trabajadora dentro y fuera de casa, apenas dispone de un minuto libre. Su capacidad reflexiva y la frescura formal hubieran sido de gran importancia a la hora de ensanchar el atractivo de la trama y el argumento. No logré que iniciara la colaboración y lo lamento: porque acaba todo lo que empieza, y todo lo que hace lo hace bien. Una vez concluido mi trabajo, lo sometí a la consideración de ambos y puedo decir que, tanto Pablo como Virginia, aceptando la transformación y los añadidos, quedaron conformes —y puede que hasta satisfechos—.

    En el capítulo de agradecimientos, mención especial recibe Carme Esther Miravet, artista de nervio y estirpe. En sus años rebeldes, exponía Carme en la entrada del templo en construcción de la Sagrada Familia, y fueron turistas entendidos en arte, sobre todo americanos, quienes se llevaron lo principal de su obra. Guarda fotos de los cuadros y láminas, junto a los datos personales de los compradores. Trató digitalmente la foto de El dit en la nafra, vendido a una familia rica de San Diego —El dedo en la llaga, en castellano— y me la mandó por si me venía bien como portada.

    También, Renata Bomfim, autora del juicio crítico de la introducción, quien es —además y, sobre todo— una gran poeta vocacional, agitada e mexida por seu tempo. Sirva de ejemplo esta perla universalista sin mácula:

    O meu poema

    é desejo, é ânsia...

    Vontade louca

    de unir a minha boca

    à boca do mundo

    num beijo.

    Es ya la hora cierta de la verdad desnuda y, sin dilación, procedo a levantar o correr el telón que cubre el escenario. Da comienzo la representación de la obra. La floreciente Talía y la melodiosa Molpómene me asisten. Así que le voilà qui arrive:

    1

    Los protagonistas

    De rostro armónico y ojos verde mar, su nombre es Virginia Boinder Sintes. Rubia natural aclarada con camomila, de signo Aries y ascendente Cáncer, nació el 9 de abril de 1966 en Cala Blanca (Ciutadella), próspera y luminosa Menorca, ardiente Nura de los fenicios. Su estatura alcanza los ciento sesenta y nueve centímetros, es extremadamente sensible, emotiva y romántica; le atrae todo tipo de aventuras y rebosa fantasía y erotismo. Me cuenta, además, que fue engendrada a medias por un militar aventurero descendiente de ingleses y una dama menorquina de rancia alcurnia. Los destinos del padre marcaron el itinerario familiar y, por tanto, el lugar de nacimiento de los hijos. Vivió en Ibiza, Girona y Barcelona; y reside en la ciudad de Palma de Mallorca. Cursó sus estudios en centros públicos de las diversas ciudades donde transcurrieron su niñez y adolescencia; se tituló en Ciencias de la Información, rama de Publicidad, en el campus de Bellaterra (Barcelona).

    Le chifla el mar: esa palabra usa, «chifla». Le gusta abarcarlo con la mirada desde los acantilados, sumergirse en lo hondo, hacerse una con él, navegarlo y entregarse, dejándose cautivar. Hubiera sido vigía enrolada en un velero que recorriera las aguas todas: dulces y saladas. Quizá el antiguo barco pirata de Espronceda, porque persigue la libertad más alta, más amplia, más profunda. Nada como las sirenas y practica el submarinismo fotográfico. «Modestia aparte —me dice—, poseo una cierta facilidad para el arte y la literatura». El deseo de aprender las técnicas narrativas para usarlas en la redacción publicitaria la llevó hasta Pablo Céspedes, poeta y novelista de larga trayectoria que dirigía cursos de escritura en Zaragoza. Se consideraban los alumnos unos afortunados, y se reunieron allí los fines de semana de cinco meses.

    Joven y recién licenciada, acababa Virginia de entrar en El hilo de Ariadna, un proyecto publicitario ilusionante que habían emprendido cuatro locos; uno de ellos era Marc, el mallorquín compañero de facultad, con quien, después de practicar el amor en toda su deliciosa variedad formal, se casó.

    No, no admitía a cualquiera Pablo en su clase. Hubo una entrevista previa en un saloncito del hotel Sarriá, a la que asistieron los interesados de Cataluña y Baleares. La fluidez verbal de Virginia, su abundante poder de imaginación, el renovado optimismo y la firmeza de las convicciones recién rectificadas le permitieron pasar la primera criba. Se trataba de mostrar a Pablo el arraigo de la pasión narradora. No quiso ver los trabajos que llevaban, una selección personal que les había costado días decidir. Quedaron dos más de la mitad, el resto podía dedicarse a otra actividad con más razón. Hubiera eliminado Virginia a algún otro, aceptando a varios de los excluidos; aunque, bien mirado, ¿quién era ella?

    Ella era la joven ejecutiva de cuentas de una agencia ambiciosa de tan solo seis clientes ambiciosos, dotados con presupuestos minúsculos. ¡Ah!, pero Virginia, en ese santuario de la sublime ambición, era la más ambiciosa, porque deseaba ser redactora en Sumum, la agencia de moda.

    Marc y Miquel, galantes y considerados compañeros de trabajo, la satisfacían amorosamente en aquel tiempo: lo cuenta sin pelos en la lengua. El uno y el otro por separado, hasta que los unió en la cama para realizar una compleja serie de pruebas carnales. Podía haber ganado el serio Miquel, pero ganó Marc, el perpetuo sonriente. Miquel, león en la sabana, cambió de empresa y mudó de bando; se hizo jefe de publicidad en El Anunciante, una cadena corta de tiendas de ropa. Virginia siguió trabajando en el piso acogedor de la Rambla de Catalunya, transformado en oficina, y viviendo en el nido de amor del carrer d’Aribau. Día y noche con Marc, inseparables en el trabajo y en el ocio, sin apenas diferenciarlos, producían roces que auguraban un choque brutal; y no lo querían de esa forma.

    Prince Communication fue la nueva empresa: ejecutiva de cuentas, publicidad y relaciones públicas, para los contados distribuidores catalanes de una importadora de vehículos asiáticos. Su relación con Marc quedó a salvo, y la trabajosa carrera publicitaria no había hecho más que arrancar. «Avidez» se llama ese estímulo que la empujaba con ímpetu hacia adelante y arriba. En pocos meses se apoderó del puesto y, en ese instante, afloró imparable la vieja intención de trabajar de redactora en Sumum.

    Leía manuales y artículos que pretendían enseñar redacción, ensayaba argumentos de ventas, titulares, cierres, eslóganes. Aprovechaba el silencio de las madrugadas de sábados y domingos para reescribir aburridos textos técnicos, hasta hacerlos atractivos. A las once en punto de la mañana, para que Marc desayunara al levantarse, exprimía unas naranjas y hervía el café. De manera tan sencilla se hizo ama de casa.

    «¡Eso sí que es progreso!», exclama Virginia con recado de trastienda. Luego, mientras Marc leía la prensa, ella hacía las camas y ordenaba el salón. Era el ama de casa; bien cierto. ¿Y Marc, en ese supuesto, qué era? Al instante me responde: «Era el amo de casa; un hombre bien preparado. Sabía de política, de economía, de fútbol y hasta de cultura. La cultura venía en el sesudo suplemento de los domingos».

    «Una vecina joven y moderna me dijo en voz muy baja que nosotras disponemos del sexo para hacerlos pasar por el aro. Pura y simple teoría. Ganar el concurso amoroso y dormirse en los laureles fue todo uno para Marc. El deseo tan bien probado fue disminuyendo de manera considerable, y mi necesidad iba en aumento. De modo que dispuso del sexo para hacerme pasar por el aro». Fue entonces, cuando apareció Pablo. «Tenía Virginia ilusión, superó los exámenes, saloncito del hotel Sarriá, y se inscribió en el curso».

    Zaragoza, los fines de semana, era un lugar ciertamente agradable. Aunque de día apenas lo disfrutaban. Un hotel junto al aeropuerto y, en él, un salón convertido en aula, el comedor y las habitaciones. No, no resultaba barato: en esos cinco meses se gastó Virginia todo lo ahorrado. Dinero suyo y bien suyo, pues Marc no aportó una peseta. Llegaban el viernes a las cinco y media, porque de siete a diez tenían clase. Nuevas sesiones en la mañana del sábado, la tarde íntegra y el domingo hasta las dos. Sí, agotador. La noche estaba pensada para relajarse. Era fácil comprender que se trataba de un aspecto importante de la formación, pues hasta quienes vivían en la ciudad se alojaban en el hotel. Comentarios malintencionados hablaban de un buen arreglo de Pablo para obtener algún descuento. Aquellos que los iniciaban, transcurrido un mes, se encargaban de desmentirlos. No se podía prescindir de la placentera actividad nocturna. Veintidós alumnos provenientes del periodismo, la publicidad o las relaciones públicas; guionistas de cine, poetas y novelistas en ciernes iban de antro en antro, mordidos por la mucha hambre de diversión. Surgieron amores y el sexo se dio espontáneo al regresar de madrugada al hotel. «En lo que concierne a mi humilde persona, propicié un triángulo con dos amigos íntimos, Pachi y César. Rechacé, sin embargo, a la buena de Roser: una bella tortosina dulcísima, la chica más seductora del curso. Mantuvimos una pelea de besos carnívoros, lamimos toda la geografía corporal y, luego, ardiendo, la obligué a marcharse de la habitación».

    Decir que Pablo, de cuarenta y siete años, quedaba por voluntad al margen de la francachela, es procedente; porque siendo de mediana estatura disponía de un cuerpo de atleta bien proporcionado y de una conversación entusiasta. Su decir era cálido, melifluo, convincente. Es bien cierto, la personalidad de Pablo, indiscutiblemente original, cautivaba a Virginia. Estuvo dispuesta a quedarse con él cuando los demás se divirtieran. Cenar juntos, hablar de los asuntos personales, actualizar el conocimiento mutuo y hasta seguirlo a la cama si se presentaba la ocasión. «Siempre me atrajeron los uniformes castrenses y la voz de mando; realidad incomprensible si mi padre tiene relación con ello». No llevaba uniforme Pablo, pero la palabra justa, ineludible y concluyente invitaba a obedecer tanto como una guerrera de gala y cuatro o cinco medallas.

    Un año después de todo aquello, casada y sin hijos, Virginia tuvo la suerte de encontrarlo de nuevo. «Había cumplido yo los treinta y cruzaba la plenitud corporal y anímica. Diecisiete años podían llegar a retraernos; pero la manera de ser nos acercaba. Hubo gestos, pero gestos míos; de él hacia mí no vi ninguno: disimulaba, estoy convencida. En Sant Jordi de ese año le había regalado el famoso libro de Jacques-Henri Bernardin de Saint-Pierre, Pablo y Virginia. Un modo, como otro cualquiera, de unirnos ante el pasado y propiciar la posibilidad futura. Mi dedicatoria, sugerente y estratégicamente pensada, decía: «La vida, una historia de amor». Lo había leído con antelación, estoy convencida; pero lo leería de nuevo relacionando los nombres, aunque no me lo dijo».

    Pablo es un intelectual, un pensador; y había publicado ya una decena de libros entre poesía y relatos. ¿Qué buscaba Virginia?, ¿qué pretendía conseguir? Aún no lo sabe.

    En una de sus visitas a Barcelona para seleccionar a otro grupo, vio el anuncio en la prensa y lo llamó. Quedaron en su habitación del hotel a una hora algo tardía. Hablaron del trabajo, de los compañeros de curso, de la vida, de sus vidas. Salieron a cenar y comieron algo cocinado por ellos en un restaurante japonés de la calle Numancia. Regresaron al hotel charlando; y todo para descubrir que, juntos, se encontraban a gusto. «Relaté mi vida amorosa, mi iniciación al sexo, las aventuras juveniles, casi adolescentes. Vamos, que de no pretender nada, le puse en bandeja la ocasión de entrar en materia. La mirada plena de deseo sorprendida en sus ojos, y el cuaderno negro de apuntes, con el que ocultaba la espontánea inflamación aparecida en la ingle, contradecían sus palabras neutras». Se separaron a eso de la una y tres cuartos de la madrugada. «Jugosa y dilatada yo, en modo alguno pude sentirme despechada, porque aprecié sus ganas envueltas en disimulo. Había pasado unas horas agradables y la calentura podía calmarla mi marido o mi mano, diestra en todos los sentidos. Los dedos, desde casi niña, han sido mis constantes aliados en tales menesteres: caricias de lo más fervorosas».

    Quince años después, Virginia Boinder era directora de arte en Sumum, la prestigiosa agencia publicitaria en la que entró como redactora gracias a las enseñanzas de Pablo. Se mantenía en contacto con algunos de los antiguos compañeros y propuso a dos de ellos, César y Pachi —con los que seguía formando el peculiar trío amoroso a espaldas del marido—; reunir a cuantos pudieran y pasar juntos un atractivo fin de semana. Pensaba en algunos con los que tuvo más amistad, pero, sobre todo, en Pablo. En ese tiempo no le había llegado de él ni la menor noticia. ¿Qué sería de su voz cargada de seducción, tierno e imperativo, según las ocasiones? ¿Qué sería de su decir sabroso, pan recién cocido, carne asada, néctar de miel? Bastón de mando con forma de varita mágica, se hacía cuando pedía un favor imposible. Supo que a los cincuenta y dos años dejó de trabajar para dedicarse en exclusiva a la literatura. «De modo que habría seguido escribiendo poemas de amor en la piel de sus amores: lengua en vez de pluma». Pero ella no lo sabía a ciencia cierta y quería, porque lo necesitaba, saberlo. Cuando le llegaron las primeras confirmaciones de asistencia, puso a los compañeros en la busca y captura del maestro escondido.

    Marc, amado esposo de Virginia, de padre balear y madre valenciana residentes en Palma de Mallorca, abandonó un buen día el proyecto empresarial puesto en marcha para convertirse en funcionario del Estado, más que nada por la estabilidad. «Ha gobernado mi vida adulta, a él me supedité ya en la facultad». En los primeros años de matrimonio, sin hijos porque lo quisieron de ese modo, fueron libres para ir y venir, y viajaron a capricho. Al mes de intentarlo, se quedó preñada de los gemelos y, siendo propensa a los embarazos múltiples, decidió él someterse a una operación de vasectomía. La tímida y desatendida opinión de Virginia carecía de importancia. «Cuando los achaques de sus padres, hijo único para esos efectos: el hermano vive en la Córdoba de Argentina; cuando la incapacidad paterna fue reclamando la presencia activa de Marc en Palma, encontré la oportunidad de traslado, alzamos la casa y nos vinimos desde Barcelona, donde estaba nuestra vida y la incipiente existencia de los niños».

    Palma es una ciudad bien distinta, pero le atraía el proyecto encomendado por los superiores, y fue añadiendo alicientes de todo tipo. «Conozco un montón de cosas, de temas variados y distantes. Se aprende la intemerata al documentarse a conciencia sobre los productos de los clientes, los mercados, los medios y el perseguido público objetivo. No todo es inútil. Me veo obligada a disimular: ¿quién quiere relacionarse con una mujer superior? Es broma. Pero no del todo».

    Pablo Céspedes Arjona está al corriente de la diversidad de las prácticas amorosas y conoce que el hombre es el único animal, el único primate, que sufre y disfruta de manera íntegra ese sentimiento errático llamado amor. Amor con mayúscula o con minúscula, dependiendo del temperamento de cada cual. Pablo nació en Teruel el día 16 de marzo de 1949. El padre era artesano de la harina, la masa y la cocción: pan en diversas presentaciones, pastelería exquisita, cereales para el desayuno, despacho de delicatessen. «Nuestra madre, frustrada maestra de escuela, pues no

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