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24 cuentos pluscuamperfectos
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Libro electrónico375 páginas5 horas

24 cuentos pluscuamperfectos

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Lo imaginado se hace real cuando el lector lo acepta.

Orden y caos, estímulo y pasión. He ahí los puntos cardinales del vigésimo octavo libro de Pedro Sevylla de Juana.

Veinticuatro relatos, unos premiados, otros integrados en selecciones internacionales, aprovechan los más la riqueza narrativa de la novela. Escritos con sangre e hidromiel toman de la vida su enseñanza. Adinerados, nobles, señores principales y el rey mismo, reciben leccionesde nobleza de los más humildes. La mujer se hace protagonista por el enorme esfuerzo de su valía. La persona avanza armonizada con la naturaleza. Originalidad y diversidad unen los cuentos; y el lenguaje preciso dotado de ritmo y belleza expresiva.

Heterogéneos entema y estilo, en Cuentos pluscuamperfectos, escritor de amplios registros modales, Pedro Sevylla es pintor y escultor, sociólogo y sicólogo. Memoria, intriga, voluntad, amor y sus aproximaciones, disyuntivas y contrastes, fuerza y equilibrio, humor, conocimiento, sentimiento y reflexión: todo eso se encuentra en los textos. La poesía complementa a la prosa. La imaginación acompaña a la lógica o se libera de su freno. En suma, un libro henchido de humanidad abierto al disfrute de las mentes inquietas.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento18 feb 2020
ISBN9788418152566
24 cuentos pluscuamperfectos
Autor

Pedro Sevylla de Juana

Académico Correspondiente de la Academia de Letras del Estado de Espírito Santo en Brasil y Premio Internacional de Novela Vargas Llosa, Pedro Sevylla de Juana nació en Valdepero (Palencia). Cursó los estudios de bachillerato en Palencia y los superiores en Madrid. Apasionado por la lectura y deseoso de fijar al papel sus hallazgos y contrariedades, escribe desde muy temprano. El descubrimiento de Brasil y su desbordante energía -geografía, historia, miscigenação y cultura- supuso un revulsivo para su vida y su obra. Además de en su pueblo y Palencia, residió en Valladolid, Barcelona y Madrid; pasó temporadas en Cornualles, Ginebra, Estoril, Tánger, París, Ámsterdam, La Habana, Villeneuve sur Lot (Aquitaine) y Vitória ES (Brasil). Actualmente, cumplidos los setenta y tres años, reside en El Escorial, dedicado a sus pasiones más arraigadas: vivir, leer y escribir. Ha publicado veintisiete libros y fue incluido en siete antologías internacionales. Colabora con revistas digitales de Europa y América en lengua castellana y portuguesa.

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    24 cuentos pluscuamperfectos - Pedro Sevylla de Juana

    24 cuentos pluscuamperfectos

    Primera edición: 2020

    ISBN: 9788418152023

    ISBN eBook: 9788418152566

    © del texto:

    Pedro Sevylla de Juana

    © del diseño de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    (Caligrama, 2020

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com)

    © de la imagen de cubierta:

    Shutterstock

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A Cordero, un gato que quiso

    aprender de mí cuando ya aprendía de él.

    A Amanda Meira, personaje de

    Los amores de Virginia Boinder y Pablo Céspedes.

    A los amigos ibéricos e iberoamericanos.

    «Todo tiende al orden, todo tiende al caos; y el leve peso de un grano de trigo lleva la indecisa balanza al súbito desequilibrio».

    Imago Universi Mei

    Pretérito pluscuamperfecto, diccionario de la RAE:

    1.m.Gram. Tiempo perfectivo que sitúa la acción, el proceso o el estado expresados por el verbo en un momento anterior a otro, igualmente pasado.

    El autor llama a este libro 24 cuentos pluscuamperfectos porque reflejan el vaivén de los tiempos y en ese zarandeo aparece el temperamento de la existencia. Asegura escribir porque la escritura le impulsa y le arrastra, y para combatir la soledad o fijar al papel lo que ha ido aprendiendo. Escribe para sí y para los demás, de cerca y de lejos, de hoy y de mañana; para sus nietos especialmente. En 1982 publicó un libro manuscrito de relatos: Los increíbles sucesos ocurridos en el Principado. Uno de los cuentos es el monólogo del extraterrestre acorralado. El primer ser llegado de otro planeta explica, por medio de los aromas emitidos, sus circunstancias personales y los sentimientos que le produce el análisis científico a que es sometido por los terráqueos que, al fin, lo destruyen. Pensó el autor incluirlo en esta selección, pero se limita a dejar constancia de su existencia.

    En el blog pedrosevylla.com puede leerse: «El crítico no es la brújula, ni el viento, ni la vela, ni el remo; pero tiene un poco de ellos y ayuda al velero a navegar». Críticas dadas y recibidas, la mayoría de los cuentos ahora revisados y reunidos, tomaron cuerpo en dos volúmenes, En torno a Valdepero y La musa de Picasso. Estos son algunos análisis que sobre ellos se publicaron:

    En torno a Valdepero

    «Asombra la diversidad del conjunto, así como el sutil tratamiento del tiempo». Yves Germain (UFR d’Etudes Ibériques et L. A. Université de la Sorbonne - París IV).

    «Tiene un estilo de gran vigor y el lector vive lo que Pedro Sevylla cuenta». Giuseppe Bellini, Università degli Studi di Milano.

    Manuel de la Puebla, doctor en Estudios Hispánicos y profesor de Literatura en la Universidad de Puerto Rico. Fundador y director de Ediciones Mairena. Crítico, ensayista, antólogo, poeta y narrador escribió:

    En los cuentos de En torno a Valdepero, veo su valor artístico en un rasgo difícil de conseguir: el contar con frescura. Lenguaje claro y funcional que busca la comunicación. Reside también el arte de contar en la imaginación creadora que inventa y escoge asuntos, temas y ambientes interesantes y los pinta con desenvoltura y veracidad. Además del dominio del lenguaje, Pedro Sevylla cuenta con el dominio de la técnica. Las descripciones son breves y precisas. La presentación inicial de los personajes es sintética y relevante, la ambientación resulta adecuada a cada asunto y el desenlace llega en el momento oportuno. Los cuentos están muy bien escritos.

    Clemente Barahona Cordero en la revista Focus Libros escribe:

    Pedro Sevylla de Juana es un escritor con oficio y gran inventiva, y no por sus numerosos escritos, sino porque «En torno a Valdepero», su último libro publicado, así lo demuestra. Les confieso que hacía mucho tiempo que no me encontraba con un castellano tan rico, con palabras y expresiones tan profundas y bien construidas. De prosa sencilla, con un ritmo narrativo lleno de armonía o acorde a lo narrado. Nueve relatos, nueve historias nacidas de un mundo creativo rico y de una realidad subjetiva, además adornada o fabulada con una proyección universal, pues lo contado desde un pueblecito palentino atañe, sin duda, a nuestra condición humana.

    Fuentes de Valdepero es el lugar literario donde se inspiran la mente y la mano de este narrador, artesano de nuestra lengua. Villalobón, Monzón, Husillos, Paredes de Nava, el río Carrión… elementos que forman parte esencial del escenario donde ambicionan, sienten, aman y mueren esos personajes tan humanos por su grandeza, sus miserias o por su pasión irrefrenable. En todos los relatos, de una u otra forma, está presente el amor.

    Se abre el libro con un monólogo interior, donde todo se entremezcla en un presente continuo, al igual que nuestros pensamientos, deseos, miedos y sentimientos, su título es «El desvariado soliloquio de Elisa». Le sigue «Tres hombres y una mujer», impresionante historia, no sé si de un amor peculiar o demasiado cotidiano. La incapacidad para comunicarnos está reflejada en «El elevado vuelo del cóndor», cuyo desenlace es conmovedor. Así hasta llegar a «El legado del rey», que cierra esta «novena» literaria de calidad. No podían faltar las aventuras de dos pastores de esas tierras en plena Guerra de Independencia, ni un trágico amor de leyenda misteriosa con casa encantada, cuando sopla el Cierzo.

    Si usted, lector, se decide a abrir las hojas de este libro, creo que no se arrepentirá, es más, se adentrará en un mundo de ficción o en un viaje a través del tiempo y del espacio altamente gratificante.

    Clemente Barahona Cordero, revista Focus Libros

    La musa de Picasso

    ISTITUTO DI STORIA DELL’EUROPA MEDITERRANEA Università degli Studi di Milano

    NOTIZIARIO N. 29 (giugno, 2008) a cura di Clara Camplani e Patrizia Spinato Bruschi

    Responsabile scientifico: Giuseppe Bellini:

    Pedro Sevylla de Juana, La musa de Picasso. Giunta alla seconda edizione nel giro di pochi mesi, l’ultima raccolta di racconti testimonia del favore di un pubblico di affezionati lettori di questo autore vagabondo, attualmente residente a El Escorial, dopo aver vissuto a Valladolid, Barcellona, Madrid, Parigi, Amsterdam, nonché in Svizzera, Portogallo, Marocco. Un autore che ha al suo attivo dieci romanzi, riconoscimenti quali il premio Ciudad de Toledo per il romanzo nel 1999 e quello Internazionale «Vargas Llosa» per il romanzo nel 2000, finalista nel 2005 del premio per il romanzo Ateneo-Ciudad de Valladolid. Gli raccontos de La musa di Picasso spaziano da scenari che vanno da Ginevra a Roma, durante gli ultimi giorni di papa Woytila, da una ricostruzione non consueta dell’attentato dell’11 marzo, vista da un arabo vittima dell’attentato, alla originale analisi della figura di Picasso, il racconto che dà il titolo alla raccolta. In tutti Pedro Sevylla persegue la propria ricerca sulla complessità umana, esplorata nelle sue sfaccettature e nella sua omogeneità di fondo.

    C. Camplani

    La musa de Picasso

    Entre musas y brujas, El Norte de Castilla, Clemente Barahona:

    «La musa de Picasso» es uno de los once relatos que el escritor Pedro Sevylla de Juana nos presenta en el nuevo libro. Este autor, nacido en Fuentes de Valdepero, en la provincia de Palencia, esencialmente es un poeta, un verdadero artesano de la palabra como diría Goytisolo, pues en todos sus escritos, hasta en los más ásperos en cuanto a la temática, hay un marcado deje de fuerte expresividad lírica. Voy a transcribir el comienzo de este original análisis sobre la figura del pintor malagueño, para que usted mismo, lector, vea que no solo hay originalidad sino también un estilo magistral: «Está Pablo Ruiz Picasso, párvulo, Plaza de la Merced, en Málaga, robando jirones de luz a la ciudad, como quien escamotea a la vista de la vendedora manzanas rojas, verdes, amarillas del atestado puesto del mercado. La frutera no se inmuta porque en su abundancia es generosa con la necesidad, y aquel párvulo, alimentado de luz y de líneas secantes, concibe lo que será el llamado Arte Moderno». El segundo de estos relatos lleva por título «Memoria del 11 de marzo», una visión diferente de aquel brutal y salvaje atentado. Ibrahim Ksar Alkebir es el narrador testigo que nos llegará a emocionar hasta lo más profundo de nuestro ser. La víctima intentará buscar una respuesta para la más brutal de las irracionalidades. Sin duda, nos hace pensar, meditar…

    Si seguimos leyendo, nos encontraremos con dos historias de intriga y un mismo protagonista, un buen detective, que se identifica con el candoroso Padre Brown, aquel sacerdote de Chesterton, intuitivo y campechano, perseguidor de los delitos y considerado con el delincuente. En la segunda, titulada «En Roma, tras el amor», asistimos, como telón de fondo, a los últimos días del papado de Juan Pablo I. Sevylla de Juana, una vez más, no olvida sus raíces y en «El oro escondido de las brujas» homenajea a su querido Valdepero. Bien escritos, con una riqueza de vocabulario extraordinaria, el autor nos introduce en sus ricos mundos imaginativos. Si se decide a leer esta obra, cuando llegue a «Confidencias de Jana», pensará, como un servidor, que es el relato más tierno y humano, aunque esa Jana sea una perrilla ingeniosa y obediente.

    Dice de sí el profesor:

    Mi nombre es Clemente Barahona Cordero. Nací en Miranda de Ebro, Burgos. Llevo viviendo en Valladolid casi toda la vida. Soy licenciado en Filología Española y diplomado en Filología Inglesa y Francesa: trabajo de profesor dando clase de Lengua y Literatura españolas y de latín. Desde hace quince años trabajo en los medios de comunicación. He tenido un programa de radio llamado En castellano y punto, y también en la televisión de Castilla y León. Colaboro en el programa Protagonistas fin de semana desde hace más de quince años. Llevo siete años de crítico literario en El Norte de Castilla y de columnista del Diario Crítico

    Tíbet, esencia y existencia

    Una visita al Tíbet se convierte, para el escritor español Pedro Sevylla de Juana, en una exploración interior a través de los recorridos del alma en su búsqueda de la sabiduría; también, en motor de una reflexión sobre la diferencia de perspectivas entre Oriente y Occidente: «Aparece el Tíbet cercado por países que flotan en el mar de la modernidad como gigantescos bloques de hielo; a la deriva si creemos la impresión recibida de los sentidos, pero con un rumbo previsto por la llamada Economía de Mercado, que hace gala en este caso de una paciencia oriental. Es posible preservar a El Tíbet de todo influjo materialista».  Revista Letralia, Tierra de Letras es desde 1996 la revista de los escritores de habla hispana.

    A

    A propósito de los centauros

    Se ignora el carácter de la cópula, así como el tiempo que necesitó para obrar. Pero un frío domingo del mes de marzo correspondiente al año 2009, prodigio del nuevo milenio, en el lugar del globo llamado Villazalama, tierra de abundantes pastos situada entre Valdepero y Husillos, empezaron a nacer caballos con torso, brazos y cabeza de hombre o, visto de otro modo, hombres con lomo, cola y patas de caballo. La combinación genética había aportado una especie nueva: los centauros, realidad culminante de la fantasía humana que los creó, aquellos hijos de Ixión y de la nube Néfele, Hera mentida. Su presencia dio pie a preguntas carentes de respuesta lógica: animales o personas. La duda inundó las calles, llegó a los pupitres de las universidades, a los claustros de profesores; y de allí al intelecto de los filósofos. Las leyes vigentes resultaron inútiles para regular la convivencia de lo nuevo y lo viejo; mero papel mojado y tinta desleída. Desde los púlpitos los aguerridos prestes lanzaron anatemas que se oían en los despachos de los gobernantes. Los parlamentos trataron el asunto en sesiones agotadoras, hasta acabar aprobando la elaboración del pan de cebada y la venta de alfalfa en las verdulerías. Aparecieron en el mercado ponchos-manta antes inimaginables, y los negocios de construcción y equipamiento enriquecieron a los osados.

    El hombre siguió el camino abierto, y su natural abusivo quiso confinar a los cuadrúpedos racionales. No pudo. Alas brotaron a los de mayor alzada, a los más ágiles. No eran gran cosa; dos apéndices lumbares emplumados que les permitían elevarse por los aires y desaparecer. A los seis meses las alas se demostraron transitorias; aun así, durante el medio año que duraba la metamorfosis, los centauros se expandían formando nuevas colonias. De modo que la especie recién nacida se distribuyó por los cuatro puntos cardinales poblando la Tierra.

    Los híbridos nacían domados y nada añadió el hombre en ese sentido. La cabeza humana regía sus actos de bestia, humanizándolos; y la nobleza de la bestia parecía neutralizar los sentimientos egoístas del hombre. De manera que los nuevos individuos exhibían conductas íntegras añadidas a extraordinarias facultades. Temores y acusaciones iban perdiendo intensidad, hasta que la rutina quiso regresar a lo suyo. Púlpitos, tribunas y otros estrados reticentes acabaron tolerándolos. Se adaptaron los usos y las herramientas a las necesidades anatómicas de los híbridos, y en poco tiempo a los nuevos seres les resultó innecesario demostrar una superioridad evidente. Fueron penetrando en las formaciones castrenses, en la representación social y en la judicatura. Pronto ocuparon puestos de relieve en las empresas y en los ministerios; y, ayudándose los unos a los otros, hasta los peor dotados alcanzaron buen acomodo.

    Transcurrido medio siglo, los centauros dominaban las pirámides de poder y pudieron abandonar el disimulo heredado de las personas. La raza humana, alejada de los centros de decisión, se vio confinada en el entorno de los trabajos manuales repetitivos, llevando a cabo tareas sucias o tediosas.

    Por mis conocimientos de la antigua cultura fui uno de los destinados a escrutar los viejos libros impresos sobre papel, única fuente de sabiduría permitida a las personas, a quienes nos está vedado el ingente acervo electrónico. Debía censurar cualquier asomo, por sutil que fuera, de los llamados valores humanistas. Antiguos impresores, también forzados, editaban nuevos libros imitando la estampa de los viejos. Los lectores humanos iban abandonando las reivindicaciones de especie.

    Yo inicié una conspiración callada y, para servir a los propósitos rebeldes, todos los libros corregidos esconden las líneas que acabas de leer, lector humano, dentro de extensos párrafos insubstanciales.

    Los centauros, recelosos e inteligentes, han descubierto mi estratagema. Las leyes castigan con la muerte a los traidores; mañana al amanecer me cocearán en círculo hasta la expiración.

    B

    De la muerte incesante

    Ataúd es una palabra extraña de por sí y, a lo que parece, muy baqueteada. El idioma castellano la recibió del árabe hablado en la península ibérica durante la estancia musulmana. Ha llovido desde entonces; incluso en el desierto de Atacama, donde nunca llueve. Es más: se sabe que el árabe la había tomado prestada del arameo, el arameo del hebreo y este del egipcio. Todo por no asumir responsabilidades en la denominación de arca tan simple. Todo por superstición, por temor a la muerte, último episodio de la vida, transición, culmen y deslizadero hacia lo desconocido.

    El territorio más árido de la Tierra va, en Chile, desde Antofagasta hasta Atacama y de los Andes a la Costa. Allí no hay tormentas, los vientos alisios se llevan las nubes. Los anticiclones del Pacífico y las altas presiones permanentes originan sequías larguísimas. En algunas partes del triángulo formado por Copiapó, Antofagasta y Calama, generaciones enteras se suceden sin poder presenciar el milagro de la lluvia. No obstante, si sucede el prodigio, surgen millones de flores alfombrando el desierto; paciencia incólume de las semillas.

    El cerro de Chañarcillo, de más de trescientos metros de altura sobre la base, desveló su secreto en 1832: estaba hecho de pura plata; o casi. Juan Godoy, un cateador según unos, buscador de vetas minerales, cazador al decir de otros, puede que pastor de rumiantes, halló pedazos de plata en estado nativo asomando de la tierra. Se hizo Juan con los derechos de explotación, pero, extravagancia de pobre, precisó dinero inmediato. Así que Miguel Gallo, minero viejo de Copiapó, falto de suerte hasta entonces, se hizo con la mitad del tesoro por unas pocas monedas de curso legal. Gastó Godoy lo cobrado en muy pocos meses, fue a por más a la misma fuente, y Miguel Gallo se convirtió en propietario de la totalidad. Vivió Juan todavía unos años y lo hizo en la miseria absoluta de quien no tiene donde caer muerto; circunstancia que no impide obrar a la muerte. El viejo Gallo murió rodeado de propiedades que en ese momento dejaron de pertenecerle; y es que la muerte es rasero. Una plaza de Copiapó quiso acoger la efigie del insensato que carecía de paciencia y desconfiaba del futuro; tiempo, como se sabe, subordinado a los caprichos de la muerte. El pueblo minero nacido al pie del Chañarcillo tomó su nombre: Juan Godoy. Increíble, el pobre dejó al marcharse más memoria que el rico.

    Cuando ocurre la historia del cuento, las minas de plata de Chañarcillo habían rendido ingentes beneficios a sus explotadores; contribuyendo en buena medida a la prosperidad de la región. Estamos en la última década del siglo xix, y la geografía se corresponde con los alrededores del pueblo de Juan Godoy, las trochas abiertas hasta Pabellón y un tramo del valle aprovechado por el río Copiapó para llevar su cambiante caudal al océano Pacífico. Los mineros hablan del futuro incierto; pues la plata merma a ojos vistas, los trabajadores sobrantes se van a otros lugares y los trenes que parten hacia Copiacó y Caldera salen con menor frecuencia.

    Evodio Cañas, descendiente de indígenas likan-antai, trabaja de barretero en San Francisco la Colorada, cuya veta duerme sesenta metros abajo. Luciendo el indumento indio, con un sombrero emplumado en la testa y ojotas nuevas en los pies, desposó Evodio a Eduvigis en una ceremonia que duró media hora y se celebró durante tres días, los tres días de fiesta del carnaval de febrero. Clarín, putu-putu, chorimori, ocarina y tamborín, juntos y por separado, amenizaron la parranda sacando los sones de la mejor música andina. «Mi bella caití», le decía al acostarse cuando se ponía meloso; equiparando la nariz respingona de la esposa al pico curvado hacia arriba del ave negra y blanca.

    A su debido tiempo, parió Eduvigis un varón de cuatro kilos trescientos gramos y más de medio metro, que rasgó las entrañas maternas hasta incapacitarla en lo tocante a similares procesos venideros. Pusieron al niño el nombre de Jovino, y hoy es un muchachote de algunas luces que gana quince pesos mensuales como apir en la mina, la mitad que el padre. Pretende el puesto de mecánico o de maquinista de los nuevos ingenios de la explotación; aunque lo cambiaría todo por una plaza de carabinero.

    La víspera de San Pedro, invierno de 1893, un error de cálculo que afecta al número de postes, vigas y puntales produce el derrumbe de un tramo de techo en la galería donde Evodio desentierra el mineral: sales de plata mezcladas con arcilla ocre. Recibe el trabajador, influjo de su buena estrella, tan solo el impacto de una roca y no muy grande; que, sin embargo, obra de la mala suerte, basta para romperle la crisma y machacarle la sesera. Deberá enterrarlo Eduvigis; y la alegra que decayeran las antiguas costumbres de los ascendientes de Evodio, sobre todo la de enterrar a los deudos dentro de un hoyo cavado en la alcoba, dando al difunto una postura grotesca, casi sentado, las nalgas cerca del nuevo suelo pegadas a los zancajos. Ensabanado quedaba en la tumba, rodeado del mejor manto y atado en fardo con cintas de colores. Prefiere la esposa lo de ahora.

    Echa cuentas la viuda con el dinero prometido por la empresa en concepto de indemnización. Apenas da para el pago de un maestro que ayude a Jovino a ingresar en el cuerpo de carabineros. Así que el entierro no provocará un despilfarro que se lleve el presente y el futuro. El responso del cura cuesta lo que la voluntad pueda comprometer y no es mucho. El ataúd ha de ser cosa de su hermano, carpintero en Nantoco, pueblito de menos de medio millar de habitantes. Él proveerá el cajón, quedando satisfecho con referencias al parentesco y el desgrane de los recuerdos infantiles. Pagados el tinte y el arreglo de ropas, la compra de velos y calzado negro, en lo sucesivo habrán de comer papas y porotos cocidos vistiendo de lo antiguo hasta donde alcance. Pero el hijo, eso sí, un día cercano lucirá uniforme y arreos de gala.

    El jefe de estación, el bodeguero y los dos cargadores disponen la salida del tren cuando llega Eduvigis a la taquilla para comprar un boleto de tercera clase. La unidad que lleva a la viuda camino de Nantoco pasa por ambos Molle y toma las numerosas curvas y los pronunciados desniveles con tal parsimonia que la buena mujer entretiene su intranquilidad contando las durmientes que ve por las rendijas del piso: zoquetes de madera renegrida que aguantan a duras penas el peso de los raíles y de cuanto ellos soportan. En Pabellón se fija la mujer en los depósitos de agua, menores que el de Juan Godoy, aunque de fierro, más modernos sin duda. De Pabellón a Nantoco se le hace breve, y el abrazo dado al hombre de su misma sangre, de su mismo rostro, de su mismo pensar, se acorta debido a la urgencia de la embajada.

    Encargo del ricacho enfermo que al cabo agonizó en el mejor hospital de Santiago, un arcón de lujo, olorosa madera de algarrobo y el interior mullido; tan caro que nadie en la región lo querría ni a mitad de precio, es el regalo que el hermano de Eduvigis entrega a la hermana para enterrar al cuñado. Mil años resiste ese tronco a la intemperie y dos mil bajo tierra: explica el profesional que sabe de eso. Claro que ayuda a la esplendidez la imposibilidad de negocio. Pero, aun así, la memoria de las privaciones a las que estuvieron sometidos ambos en la niñez, de los correctivos recibidos del padre, de las veces que ella ocultó las escapadas nocturnas del muchacho allanaron las dificultades que doce años sin trato personal oponían. Y no es poco acicate el desconsuelo que la viuda demuestra vestida de negro, lágrimas obedientes a la llamada de la conveniencia. Debe apurarse, pues si la corrupción del cadáver que fue Evodio Cañas queda suspendida por la arena salitrosa que lo recubre y la sequedad del ambiente, el hijo ha de permanecer velándolo y no podrá bajar a la mina.

    Tres veces en semana sale de Copiapó un tren mixto con destino a Chañarcillo. El destino favorece a Eduvigis; ese día nuboso es un día de tren. Llega el convoy con muy poco retraso, y ve la mujer que tras el coche de viajeros rueda un vagón de mercancías descubierto, la mera plataforma protegida por tableros abatibles, destinado al transporte de vituallas para la mina. A él suben el ataúd de fragante algarrobo y mullido interior; dejándolo apartado por precaución de medrosos.

    Cuando en lo alto se van concretando las nubes, concluida la estiva, con cuatro bufidos de vapor arranca la máquina. Arrastra tras ella el carro de viajeros, dividido en tres compartimentos disímiles. En los destinados a primera y segunda clase, los pasajeros disponen de dos y cuatro filas de asientos respectivamente, de los que se ve alguno libre. El resto corresponde a tercera. Lo forman bancos corridos donde se apretuja la gente ordinaria. A continuación, casi colmado de enseres, va el vagón de bagajes.

    Hay cuatro kilómetros desde Nantoco a Cerrillos, que pasan ante los ojos de Eduvigis descubriéndole el menguante caudal del río, filtrado, evaporación o robo, y las verdes orillas vegetales.

    En la estación de llegada baja un pasajero y suben dos: el señor Zenón, abarrotero local en declive, y Antimo Maquia, mozo bragado de rostro ceniciento, gesto hosco y bigotes hirsutos. Una población variopinta llena el coche, hombres más que nada, de muy diversas procedencias a tenor de las parlas oídas y las fachas vistas. En tercera no quedan agarres libres para los que van de pie. El incesante vaivén del suelo impide a Maquia continuar suelto; así que como el invierno viene suave pasa sin prejuicios al vagón de carga. Al caer las primeras gotas de lo que luego sería una breve nubada, se sienta sobre los maderos serrados en forma de viga, puestos junto a un atado de capachos, próximos al ataúd. Arrecia el goteo y si al principio lo recibe contento, luego se incomoda. Piensa regresar al coche con los demás pasajeros; pues conoce tretas para hacerse con alguna de las asas ya conquistadas. Tratando de embromar, de asumir su propia valentía o haciendo burla a la muerte, ni corto ni perezoso abre el arcón balsámico y se encierra en el interior blando. Bien por la comodidad sentida, bien por la tibieza hallada dentro, acaso por el traqueteo o consecuencia de haber estado parrandeando parte de la noche, el caso es que al momento se duerme.

    Mero soplo enredador, un vientecillo de nada lleva las nubes a otra parte dejando el cielo limpio y el aire reanimado. Entra el tren en Totoralillo cuando el sol se presenta evaporando charquitos, volviendo la apariencia a lo previo. Rico o pobre, nadie baja en la estación; pero suben dos personas, un matrimonio que habrá de hacer transbordo en Pabellón si quiere llegar a Loros, donde con unos allegados partirá hacia Argentina. Marido y mujer siembran esa confidencia tres veces mientras buscan un equilibrio imposible. Después pasan al vagón de carga, se sientan en los maderos destinados a tirantes y fustes de mina y dibujan la sonrisa ambigua de quien no sabe a qué carta quedarse. Desde su posición observan el horizonte inestable, acercando la mirada a su alrededor para llevarla de objeto en objeto, utensilios y vituallas, y ponerla sobresaltada en el ataúd. Se rebulle su mente hasta dar con los prejuicios supersticiosos guardados. Para ayudar a encontrarlos, la tapa del arca mortuoria inicia el movimiento de apertura y un rechinar inquietante. Por la rendija creciente asoma de pronto un rostro cetrino, mal encarado, ensombrecido por los bigotes híspidos; un muerto recién revivido que, extendiendo la mano, con voz entrecortada, alcanza a decir: «¿Ha parado de llover?».

    Antimo Maquia descabezó un sueñecito dentro del arcón lujoso y al despertarse obró como su natural pedía, sin intención de asustar. Pero los que iban a Loros, con propósito de partir hacia Argentina, vieron lo que creyeron ver y saltaron del vagón corriendo como vicuñas asustadas carentes de rumbo. Por eso, ni los parientes que esperaban para acompañarlos ni los hijos y nietos tuvieron jamás noticias de su paradero. Y es que Antimo, ignorante de ser el origen, saltó tras el matrimonio miedoso, asustado del espanto percibido en los ojos abiertos de los asustados.

    C

    La verdad de las brujas

    Pongo por testigo a Pedro de Castañeda y Ortega, marqués de Peñaserrada, quien no me desmentirá si algún error se colara en estas páginas, porque Pedro de Castañeda, de natural indulgente, se fue de este mundo desajustado hace mucho tiempo. Madrileño, nació el año 1691 en el seno de una familia de tan buena disposición hacia el infante que le hizo caballero de la Orden de Calatrava a la tierna edad de siete años. Ya mozo, tras diversos amoríos de adiestramiento, casó con doña Micaela Quiroga, a quien no logró dar la descendencia deseada. Su primer empleo público fue el de gobernador, que no es mal inicio; ocupó más tarde diversos puestos de corregidor, alcanzando la cúspide de su brillante carrera de mandatario, reinando ya Fernando VI, al ser nombrado intendente de la provincia de Palencia con un sueldo de treinta mil reales de vellón.

    Al juicio de tan singular personaje me someto, porque fue él quien, en el desempeño del cargo, eligió la villa de Fuentes de Valdepero para llevar a cabo la llamada Operación Piloto. Inicio y ejemplo del mapa o estado provincial, según lo estipulado por la Real Junta de Única Contribución.

    El día 11 de abril de 1750, rodeado de escribientes y contadores, desde el palacio asignado en la capital llegó el alto funcionario al municipio, alojándose una buena temporada en La Heredad por deferencia de los dueños. El 4 de noviembre remitió la documentación concluyente a la Junta. Un primor formal en opinión del marqués de Puertonuevo, juntero designado para el estudio de las veintidós operaciones piloto. Sirviéndose Castañeda de la experiencia adquirida en Valdepero, continuó, ya desde la ciudad, inventariando pueblo a pueblo la provincia de Palencia, parte de una obra ingente que afectaba a las circunscripciones provinciales de la antigua Corona de Castilla. Proyecto de tan vastas dimensiones fue conocido como el Catastro de Ensenada, título del marqués que lo impulsó, poderoso ministro del rey Fernando.

    Por aquel entonces era Valdepero un señorío perteneciente a la duquesa de Alba y condesa de Monterrey. Municipio mediano que, sin embargo, por derecho comprado a la Real Hacienda un siglo antes, percibía las alcabalas y los censos. Habitaban el término ciento cincuenta vecinos y lo servían dos alcaldes ordinarios. Salvo don Fausto, terrateniente dueño de La Heredad, que residía en Palencia dedicado a la política, los demás —labradores de tierras propias, aparceros, ganaderos, pastores, hilanderas y jornaleros— vivían por sus manos. Los pobres de solemnidad se arreglaban con los frutos silvestres hallados en el campo, algo de caza y pesca, las dádivas de los caritativos y los animales muertos por la peste.

    Formaban el caserío del municipio ciento cincuenta y cuatro viviendas de piedra, adobe o tapial; a las que se deben sumar telares, corrales y tenadas de las rondas donde se guarecían las ovejas; el castillo y la iglesia,

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