Memorias de un Fuckencio
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Para los que no me conozcáis, me llamo Fuckencio y os voy a contar mi paso de Primaria a Secundaria.
Fuckencio es un niño de doce años que va a empezar su etapa en la Secundaria. Como no es muy hábil en las interacciones sociales, le será difícil adaptarse y conseguir estar cómodo durante el curso. Ansía estar en el grupo de los «populares», pero para ello tendrá que sacrificarse y dejar de lado a sus amigos fieles de siempre; además, tendrá que hacer cosas que a él no le gustan del todo.
Viviremos todas las aventuras y experiencias que irá teniendo Fuckencio durante el año. Al final, se dará cuenta de todos los errores que ha cometido.
Álvaro Tavárez Molina
Álvaro Tavárez nació en Vitoria el 3 de octubre de 1996. Actualmente, está estudiando Logopedia en la facultad de Medicinade la Universidad de Valladolid. Además de ser estudiante, también es creador de contenido en plataformas como YouTube, donde ya cuenta con una comunidad superior a la de los cien mil suscriptores. Su incansable trabajo y dedicación le han hecho ir más allá, atreviéndose a dar un paso más en el mundo de la escritura y literatura.
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Memorias de un Fuckencio - Álvaro Tavárez Molina
Memorias de un Fuckencio
Primera edición: noviembre 2018
ISBN: 9788417234355
ISBN eBook: 9788417637279
© del texto:
Álvaro Tavárez Molina
© de esta edición:
, 2018
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com
Impreso en España – Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Capítulo 1
El comienzo de algo nuevo
Todo estaba en silencio, oscuro. Mi mente permanecía en una constante tranquilidad. Recuerdo que estaba soñando algo muy agradable, no recuerdo muy bien el qué, pero sí que recuerdo esa sensación de calma, libertad y despreocupación. De repente, todo eso que acabo de decir desapareció. Mi madre entró en mi habitación como si de un mastodonte se tratara, me encendió la luz, me levantó la persiana y me comenzó a gritar:
Y así era, hoy era 9 de septiembre, el día que esperaba que nunca llegase.
Traté de levantarme de la cama. Me costó horrores abrir los párpados y conseguir que mis piernas respondieran a mis órdenes. Mi cuerpo no podía creerse que ya fuese la hora de despertarse, aunque normal por otra parte, ya que llevaba todas las vacaciones levantándome como muy pronto a las 11 de la mañana. Me fui al baño y me lavé la cara. Mi madre me estaba esperando en la cocina, con una sonrisa de oreja a oreja, creyendo que mi ilusión iba a ser la misma, pero no. En mi cara no se transmitía la misma felicidad. Y es que, para mí, el primer día de colegio era un suplicio. El hecho de tener que volver a ver a todos mis compañeros de instituto tras unos largos 3 meses sin haberlos visto, era algo muy estresante para mí. Cierto es que, por otra parte, la idea de volver a verlos y que me contaran todo lo que habían hecho durante sus vacaciones era excitante. Además, ver las nuevas asignaturas y profesores que nos tocarían durante ese curso podría ser cuanto menos curioso. Pero todo lo demás era negativo para mí.
Al menos, este curso tenía algo en particular si lo comparábamos con los anteriores cursos. En este caso pasábamos a secundaria, y eso quería decir muchas cosas. Según mi madre, eso quería decir que ya no era un niño, y que tenía que empezar a comportarme como una persona adulta, algo que a mí me parecía excesivo, teniendo en cuenta que todavía tenía 12 años. Pero bueno, tenía razón en que te hace sentir mayor, quieras o no.
Como iba diciendo, los nervios iban aumentando conforme iba pasando el tiempo. Ya había desayunado y me había vestido. Quedaban sólo 10 minutos para salir por la puerta de casa. Mi madre me iba a llevar en coche, pero como bien me dijo, esto sólo lo hacía porque era el primer día de clase, los demás días me tocaría ir andando a mí solito. Esto no me disgustaba, es más, casi que lo prefería, ya que de nuestro curso sólo a Frickencio le seguían acompañando sus padres al colegio.
Frickencio era uno de los chicos que mejor me caían de clase el año pasado. No era de los más populares, pero siempre me sacaba alguna risa que otra. Su mayor afición era la de jugar a los videojuegos, y siempre se enfadaba con nosotros porque decía que jugar a los videojuegos por el ordenador era mucho mejor. Nosotros siempre le decíamos que no, que eso no era así, que era mucho mejor jugar en la consola, y siempre acabábamos discutiendo por esa estúpida razón. La verdad es que tenía ganas de verlo.
Ya eran casi menos cuarto. Cogí la mochila y me dirigí hacia la puerta. Mientras cruzaba el pasillo vi a mi padre durmiendo en su habitación. La envidia que sentí hacia él fue mayor que nunca.
Mientras íbamos mi madre y yo en el coche, ella me iba dando unos consejos sobre los primeros días de clase y cómo debía de afrontarlo. Me dijo que tenía que sonreír, ser simpático con los profesores y compañeros de clase, estar tranquilo… lo típico, vaya. La verdad es que no sé si mi madre sabía que yo ya había ido a clase anteriormente, porque la verdad es que parecía que no.
Cuando llegamos, vi a lo lejos a mis compañeros de clase. Estaban alrededor de unos seis en un círculo, y cuando vieron el coche aparcar, se dieron cuenta de que era yo y me miraron a lo lejos. Yo me dispuse a bajar del coche. De repente, observé que mi madre también se bajaba del coche, y, sin prevérmelo apenas, me soltó un beso en la mejilla. Todos mis amigos se empezaron a reír, y mi madre lo único que hizo fue sonreír de oreja a oreja y se fue con el coche. Yo me empecé a poner colorado como un tomate y juré en ese momento que se la