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Que tu viaje sea largo
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Libro electrónico180 páginas2 horas

Que tu viaje sea largo

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Información de este libro electrónico

Una travesía iniciática entre Oriente y Occidente.

«Un trayecto que comienza con el sentido del olfato y se completa con la vista, el tacto, el oído y el gusto, para transformarse en un viaje sensorial que irá cargando las páginas del libro de multitud de colores, de especias, de voces, de miradas y de largas sobremesas alrededor de una taza de té aderezado con clavo, canela, jengibre y cardamomo», del prólogo de Inma Chacón, finalista premio Planeta.

¿Que tiene en común un sorbo de Palo Cortado en una bodega de Jerez y una taza de café arábiga en el desierto?

Que tu viaje sea largo es un paseo alrededor del mundo con sus luces y sus sombras, donde cada encuentro recuerda algún paso en el viaje de nuestra vida.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento18 feb 2019
ISBN9788417669805
Que tu viaje sea largo
Autor

León Fernando del Canto González

León Fernando del Canto González (Zamora, 1967) pasó su infancia y juventud en Jerez de la Frontera, de donde adoptó el acento y la identidad. Abogado en España y primer barrister español en Inglaterra. Ha vivido en varios países alrededor del mundoy se reconoce como un viajero incorregible. Le encantan las historias y los mitos de todo el mundo y es un amante de la cultura árabe y el pensamiento de la India. Productor de la película Las llaves de la memoria, publica ocasionalmente en El País, Público, Diario 16 y El HuffPost. Actualmente, trabaja en una teoría crítica de la abogacía, con perspectivade género. Reside en Londres, casado y aprendiendo a ser padre con hija, hijo e hijastro. Le encanta interactuar con gente afín.

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    Que tu viaje sea largo - León Fernando del Canto González

    Que tu viaje sea largo

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788417669355

    ISBN eBook: 9788417669805

    © del texto:

    León Fernado Del Canto González

    © de las ilustraciones en el interior:

    María Auxiliadora García de la Cruz Giménez

    © de esta edición:

    , 2019

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A mi hija Ana y a mi hijo Raúl

    y a sus divinas sonrisas,

    que me animan a trabajar

    por un mundo mejor, eutopía.

    «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá».

    Mateo 7:7¹

    Nada ocurre sin la compañía de quienes bien me quieren y a quienes bien quiero y —absolutamente nadie— es prescindible en este largo viaje.

    Agradezco la participación de todas las personas, visibles e invisibles, que inspiraron estas páginas consciente o inconscientemente. Ellas lo saben y ellos sabrán sentirse incluidos. Zahrah, mi eterna aliada, da fe.

    Especialmente, quiero agradecer a Inma Chacón, a Encarna Castillo y a Bruno Galindo, escritoras y escritores de los de verdad, por su confianza en esta piedra sin pulir.

    Finalmente, deseo agradecer a M.ª Auxiliadora del Rayo por sus ilustraciones, que han sabido captar lo que ya solo existe en mi memoria.


    ¹ Mateo. La Biblia de las Américas (1986). The Lockman Foundation en www.lockman.org

    Prólogo

    Un viaje a través de los sentidos

    Dicen que el olfato es el único sentido que permanece invariable durante toda la vida, en contraposición con la vista, el oído o el tacto, que se degradan con el paso de los años; y con el gusto, que se modifica e, incluso, se puede educar. Es bastante frecuente que los niños detesten determinados alimentos, como la cebolla, las espinacas o la coliflor, que en la edad adulta pueden resultarles una exquisitez. La vista se cansa, el oído se pierde y el tacto evoluciona con las arrugas del tiempo. Sin embargo, los olores se instalan en la memoria de una forma indeleble: los lápices de colores, la tiza, la vainilla o el jazmín olerán siempre a lápices, tiza, vainilla y jazmín, por muchos años que transcurran desde la primera vez que los percibimos. De ahí su capacidad para trasladarnos al pasado.

    Evocar un olor es pedirle a la memoria que nos devuelva un instante, una emoción que puede repetirse, un primer paso, un alto en el camino, una meta, un encuentro o una despedida.

    Evocar un olor es bucear en lo profundo de uno mismo, una búsqueda, un viaje interior que nos obliga a plantearnos lo sabido, lo que nos quedó por aprender y aquello a lo que hubiéramos preferido no tener que enfrentarnos.

    Y así es precisamente como empieza León Fernando del Canto este texto, evocando el olor de un vino de solera, con el que emprende un viaje —yo diría que se trata de un «viaje iniciático»— hacia su mundo interior. Un trayecto que comienza con el sentido del olfato y se completa con la vista, el tacto, el oído y el gusto, para transformarse en un «viaje sensorial» que irá cargando las páginas del libro de multitud de colores, de especias, de voces, de miradas y de largas sobremesas alrededor de una taza de té aderezado con clavo, canela, jengibre y cardamomo. «Mi infancia son recuerdos de un patio de Jerez —dice el autor de Que tu viaje sea largo, parafraseando a Antonio Machado— donde también se crió mi juventud, y lo que a esa edad siguió. Andaluz, sí. Porque uno es de donde su alma se alimenta con más fuerza. Y mis memorias tienen sus raíces allí, aunque especiadas con sabores, olores, sensaciones, imágenes y recuerdos de otras tantas partes del mundo, cuyos nombres recordar sí quiero».

    Y, para recordar esos lugares, desde los que siempre volverá a Andalucía, al menos alegóricamente, León Fernando del Canto estructura su novela como si cada capítulo fuese una parada de un «viaje simbólico» en busca de la verdad, la libertad y la justicia, una estación de tren donde este aprendiz de la vida encuentra a sus Maestros, con mayúscula, aquellos que le dejaron una huella indeleble, como las que deja el olor; los sabios que le enseñaron a mirar de otra manera y desde otras perspectivas, a veces, a través del violeta que simboliza la lucha por los derechos de la mujer; los que le enseñaron a escuchar a los otros y a escucharse; los que le animaron a saborear la carne de camello o el pollo con biryani, un arroz preparado con cardamomo y azafrán; aquellos que le enseñaron a acariciar entre sus dedos las cuentas de un misbahah de ámbar amarillo, igual de ensimismado que cuando acariciaba el cabello ondulado de su compañera de trayecto.

    Recuerdos de un «viaje ritual», a través de la filosofía, la poesía y la música, que llevará al autor de Oriente a Poniente; de la oscuridad a la luz; de la ignorancia al conocimiento; del concepto de la sociedad como una estructura patriarcal a una igualitaria; de la India a una playa de Bolonia, de Israel a Sierra Morena, de los desiertos de la Península arábiga al de Marruecos, de Qatar a Córdoba, Sevilla, Ginebra, Melbourne, Madrid, Marbella o Nueva York.

    Un «viaje metafórico» en el que León Fernando del Canto trata de comprenderse y explicarse, en el que se plantea preguntas que a veces no tienen respuestas, en el que a veces se refugia en la meditación y otras, irremediablemente, se debate entre dos mundos, el del silencio y el del rugido: «Hacia occidente, la calma silenciosa del viento de poniente que se apagaba, y en oriente el silbar in crescendo de un viento de levante, que aumentaba su fuerza con el sol que ascendía […]. A veces ocurría que el viento agonizante de poniente aún quería soplar, como ocurría aquella mañana, y resultaba hermoso contrastar los dos vientos que se encontraban en esa punta donde Europa y África vivían cara a cara, donde el Atlántico y el Mediterráneo luchaban desde tiempos inmemoriales».

    La dualidad, las luces y las sombras, la razón y los sentidos, el ir y el volver, los deseos de fraternidad, igualdad y libertad, la armonía y sus contrarios, que se van desgranando poco a poco en este hermoso libro, acompañarán al lector en este viaje a través de la memoria, de un lado a otro del mundo, un «viaje identitario», veraz, sincero, limpio, donde también se adivinan el hueco y la pérdida. Un viaje hacia el origen de la búsqueda, hacia la «pieza perdida», hacia el último porqué, del que se derivaron los siguientes, hacia la razón del desconcierto. Y así, página a página, pregunta a pregunta, iremos conociendo retazos de una vida intensa y apasionante, hasta llegar a uno de los últimos capítulos, conmovedor y desgarrado, donde el autor encuentra la verdadera razón que le impulsó a emprender un viaje que, en sus propias palabras, «se mide por la compañía que compartimos y no por la distancia que recorremos». He de agradecer que León Fernando del Canto me haya hecho el honor de incluirme entre esos compañeros, en un capítulo en el que recuerda la lectura de una de mis novelas. Y, desde luego, hay que destacar la compañía de las ilustraciones de M.ª Auxiliadora del Rayo, exquisitas, delicadas, reveladoras, que profundizan en las emociones que transmiten las palabras del autor en este «viaje compartido».

    Un «viaje circular» cuyo final es el inicio de uno nuevo, cuyo primer paso partirá del deseo que expresó Kavafis en uno de los poemas más sabios que se han escrito nunca, el que contiene el verso que eligió Léon Fernando del Canto para darle título a la «narración novelada de su memoria»: «Cuando emprendas tu viaje a Ítaca, pide que tu viaje sea largo».

    Inma Chacón

    «Cuando emprendas tu viaje a Ítaca, pide que tu viaje sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias».

    Kavafis²


    ² Konstantinos Petrou Kavafis (o Cavafis). (Alejandría, Egipto; 29 de abril de 1863 – 29 de abril de 1933). Itaca, poema extraido de su Antología Poética. Alianza editorial, Madrid, 1999. Poeta y pensador que viajo entre Oriente y Occidente (según se mire) para entender algo mejor el mundo que le rodeaba. Este poema inspira el título de esta obra; una ofrenda al viaje como forma de entendernos mejor.

    Evocaciones de un viejo Palo Cortado

    «En atención a que no tengo gran memoria, circunstancia que no deja de contribuir a esta especie de felicidad que dentro de mí mismo me he formado».

    Mariano José de Larra³

    La tarde en que decidí escribir sobre mi vida, la vejez se me vino de golpe encima. Jurista inquieto —muy viajado y un poco fenicio⁴, que diría mi primo Luis, el de Corrales del Vino—, siempre había pensado que, el día en que me sentase a escribir acerca de mí mismo, el comienzo del fin se encontraría cercano. No fue así.

    Habiendo caminado junto a gentes diversas, cada uno de esos paseos —en mi memoria— requería ser desgranado como en las etapas de un viaje.

    Con casi cincuenta años, me sorprendí —con alivio— de no padecer la melancólica tristeza de añorar lo que no ha de volver y sí de experimentar, en cambio, el placer sosegado de maridar mis memorias con el presente, sabiendo que aún me quedaba viaje por delante.

    Sin duda, narrar la propia vida es siempre un ejercicio de ficción, una interpretación de recuerdos, a su vez, ya reinterpretados, con seguridad, alguna que otra vez. Es por ello que, sin otra pretensión —y con esta especie de felicidad que tengo—, te presento no más que una narración novelada de mi memoria. El registro —ni objetivo ni completo— de hechos pasados y significativos. Memoria preñada de símbolos que, espero, puedan —además de entretenerte— invitarte a mirar la vida como un viaje que, como el de «Ítaca», tras comprenderlo desees que sea largo.

    Siempre he pensado que la memoria es primitiva cuando despierta y, antes de ser domada por la razón, a veces nos visita con sensaciones, olores y pensamientos un tanto salvajes. Evocaciones sensoriales que nos traen imágenes difíciles de racionalizar, símbolos y alegorías que a veces definen el presente. Como esa llamarada que, de pronto, trajo hasta mí, desde lejos, el olor y el sabor de un vino viejo, de un Palo Cortado de Jerez, un VORS⁵ que, con sus cincuenta años, tenía mucho que ver conmigo.

    Así regresé a aquella mañana de verano del año 2009 en la que paseaba por los caminos de albero recién regados de la vieja bodega El Maestro Sierra, junto al Alcázar de Jerez, con mi amigo Giovachino Alzen. La tenue luz de un sol matutino se abría paso entre unos viejos serones humedecidos que, perezosos, se dejaban caer contra las rejas de las ventanas. El olor a uva madura impregnaba las soleras de vino, poco dispuesto a perder la reminiscencia de las viñas y la albariza donde había nacido. El calmado paseo por la bodega avanzaba marcado por un reloj que, en lugar de horas, daba siglos. La sensación no era distinta a la de caminar por una catedral, como en 1845 bautizó el escritor británico Richard Ford⁶ las bodegas de Jerez.

    ¡Qué buenos recuerdos me trae siempre pensar en Giovachino y nuestros paseos! Andalusí universal, viajado y anglófilo como yo, era un compañero reflexivo y amante de las tradiciones. Pero, a la vez, suficientemente dinámico y siempre dispuesto a explorar nuevos conceptos que iluminasen la existencia; un buscador de la verdad. Los años que pasamos juntos me ayudaron a reconciliarme con mi identidad andaluza y a ser más feliz en mi camino.

    Al rememorar aquel paseo lento y caluroso en la bodega, volví a percibir con fuerza el olor y el sabor seco y dulce —entre madera ahumada y uvas pasas— de un Palo Cortado que, en el interior de un viejo barril de roble, había acumulado memorias organolépticas durante casi los mismos años que yo ya sumaba al recordarlo.

    Giovachino y yo habíamos descubierto aquel vino por casualidad hacía un par de meses, en uno de nuestros acostumbrados paseos etnológicos; un vino que mi amigo y yo capturamos y embotellamos entusiásticamente en memoria de Sir Francis Drake⁷. Drake era más que un corsario; formaba parte de nuestro particular realismo mágico y es que, no solo había asaltado las bodegas de Jerez y descorchado —nunca mejor dicho— las fabulosas virtudes del Sherry para Her Britannic Majesty Elizabeth I —quien siendo reina y virgen seguro que encontró en el Sherry buena compañía—,

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