Tiempo de amor y revolución
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¿Puede el amor sobrevivir la turbulencia de la Revolución cubana?
En Cuba de 1957, Maggie Martínez planeaba pasarse el verano divirtiéndose con sus amigos antes de ingresar en la Facultad de Leyes en La Habana. Ese verano conoce a Roberto, un barman en el club campestre del cual Maggie se enamora. Roberto sufre una golpiza a manos de los matones de Batista y toma la decisión de unirse a la revolución.
Sandra G. Gutiérrez
Sandra González Gutiérrez nació en Camagüey (Cuba), pero ha vivido en los Estados Unidos desde 1964. Tiene una licenciatura en Trabajos Sociales y dos maestrías, una en Educación para Adultos y otra en Educación de Idiomas. Trabajó en el campo de la educación por treinta y ocho años como maestra y administradora. Se retiró hace tres años y desde entonces se ha dedicado a escribir. Sandra vive en Miami y lleva casada 38 años. Ella y su esposo tienen tres hijos, cuatro nietas y un nieto. Su primera novela, A time for love and revolution fue publicada en junio de 2017 por Amazon. Ahora está trabajando ensu próxima novela, Gaviotas en Miami, basada en los tiempos del disco y el tráfico de drogas.
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Tiempo de amor y revolución - Sandra G. Gutiérrez
Tiempo de amor y revolución
Primera edición: 2019
ISBN: 9788417717421
ISBN eBook: 9788417717865
© del texto:
Sandra G. Gutiérrez
© de esta edición:
CALIGRAMA, 2019
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com
Impreso en España – Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Este libro está dedicado a mi tía Lila, la mujer que me crio y me hizo la persona que soy hoy. Ella está aquí conmigo como uno de mis personajes.
Reconocimientos
Primero, quiero darles las gracias a mi familia y mis amigos por su apoyo. A mi esposo, Tino, por darme el tiempo para escribir mientras él se encargaba de la casa. También quiero agradecerle por acompañarme a Cuba. A mi hijo, Greg, por ayudarme a tomar las decisiones correctas en asuntos de publicar el libro. Unas gracias muy especiales a mi nieta de doce años, Jackie, quien leyó los primeros capítulos y me dijo que le gustaban. También le doy las gracias a los que revisaron mi libro, mi gran amiga Lily, su familia y a Marisol. A mi hermana, Carmelina, por creer en mí y animarme, y a mis primos, Eida y Elio, por darme información de Cuba. Claro que quiero darles las gracias a Maggie y Roberto por acompañarme día y noche mientras terminaba la novela.
Capítulo 1
En junio de 1957, una joven de diecisiete años, Margarita Martínez —Maggie, como le solían llamar— entró al club campestre de Camagüey con sus amigos Lily, Luis y Carlos. Este era su último verano de libertad antes de irse a La Habana a estudiar en la Facultad de Leyes. Cuando entraron al club en el convertible Chevrolet Bel Air azul claro de 1956 de Luis, saludaron al guardia en la entrada. Solo los socios podían entrar. En un lado del estacionamiento estaban las canchas de tenis y ráquetbol. Después de que pasaran el lobby viejo, donde colgaban las fotos de los antiguos socios y dirigentes, los salones de banquete y el restaurante del club, llegaron a la piscina. La decoración estaba dominada por los tonos pasteles. Había sillas de playa alrededor de la piscina y un bar debajo de un bohío. Un alto parlante tocaba música demasiado alto.
Maggie decidió ir al bar a por un trago. Aunque ella no era una mujer bella, era bastante bonita. Maggie no era muy alta, solo medía 160. Era delgada, pero tenía curvas en todos los sitios necesarios. Tenía el pelo café y ondulado, que le llegaba a los hombros. Solía recogerse el pelo con hebillas. Los ojos color avellana de Maggie siempre estaban brillando. Tenía puesto un traje de baño color lila, el cual realzaba sus curvas y hacía sus senos de talla B lucir más grandes. También tenía puestos espejuelos de sol y una pamela blanca. Cuando Maggie llegó al bar, se dio cuenta de que había un nuevo barman.
—Un daiquiri, por favor.
Cuando ella lo miró bien, se quedó impresionada por lo bien parecido que era. Era más alto que Maggie, a lo mejor 175, y muy musculado. Parecía un actor de cine. Maggie pensó que este era el momento perfecto para coquetear e insinuarse. Él le sonrió y le dijo:
—Sí, señorita.
Maggie miró fijamente a su sonrisa encantadora, sus ojos azules verdes, su cara cincelada y sus labios sensuales. Quería saber más de él.
—¿Eres nuevo aquí?
—Sí, señorita. Hoy es mi segundo día.
Notó un acento distinto.
—¿De dónde eres?
—Brasil.
Maggie quería seguir hablando.
—He oído decir que es un país muy bello. —Él asintió—. Yo soy Maggie.
—Roberto Acosta, a su servicio.
Le dio las gracias y salió caminando, moviendo las caderas. Llegó a la silla al lado de su amiga, Lily, y le dijo, suspirando:
—Lily, mira hacia el bar. ¡Hay un barman nuevo y está buenísimo!
Lily se quitó las gafas y miró hacia el bar.
—¿Y qué?
Las dos rieron mientras Maggie exclamaba:
—¡Me voy a volver alcohólica este verano!
Más tarde esa noche, Maggie estaba sentada en su cama y no podía dejar de pensar en Roberto. Su habitación, que estaba decorada con flores rosadas, guardaba muchas memorias de su feliz niñez. La cama todavía mantenía sus muñecas y peluches. Las paredes tenían fotos de varios actores, incluyendo a su favorito, James Dean. Maggie venía de una familia de clase alta, por lo cual ella vivía una vida de privilegios. Su padre, Ernesto, era agrónomo en un ingenio. Maggie era hija única y vivía con su padre, su madre, Marta, y su tía soltera, Cary. Maggie sacó su diario y empezó a escribir:
20 de junio de 1957
¡Ay, Dios mío! ¡Hoy conocí al hombre mejor parecido del mundo! Se llama Roberto y es brasileño. Es un barman en el club campestre y tiene unos ojos azules verdes increíbles y una sonrisa muy sexi. Descubrí que es muy dulce y un poco calladito. Coqueteé con él todo lo que quise. ¡Lo que Maggie quiere, Maggie lo consigue!
Como era el verano antes de que Maggie tuviera que irse para la universidad en La Habana, pasaba mucho de su tiempo con sus amigos. Casi todos los días iban al club campestre, donde se sentaban en la piscina y tomaban daiquiris. Por la noche, solían ir a bailar. También les encantaba pasear en el convertible de Luis.
Su tía era una gran modista. Por lo tanto, Maggie siempre lucía los últimos modelos de ropa. Ojeaban las revistas como Vanidades para ver qué llevaba puesto Grace Kelly o Audrey Hepburn, y su tía copiaba los diseños. Para Maggie, su vida era perfecta. Ella sabía que había disturbios en el país, pero no pensaba mucho en eso. Ella vivía felizmente, inconsciente de lo que venía para Cuba y cómo impactaría en su vida.
Ese verano, todas las tardes que Maggie fue al club campestre con sus amigos, pasó por el bar para hablar con Roberto. Cuando pasaron los días, sus amigos la molestaron por su atracción hacia el guapo barman y su amistad con él.
Su amiga Lily, que era muy sensata, le dijo:
—Maggie, tienes que tener cuidado. ¿Quién sabe en qué va a terminar esto? Ustedes vienen de mundos distintos y, si sale contigo, es por una sola razón. No quieres terminar con tu corazón roto.
—¡No me importa! No dejo de pensar en él día y noche.
Lily continuó:
—Algunas veces, estos romances breves no suelen durar. Entonces, te dejan. Tienes mucho que perder.
—Gracias por preocuparte por mí, amiga. Tendré cuidado.
Después de varios días, Roberto pensó que sería divertido salir con Maggie como amigos. Extrañaba mucho a su novia, Laura, a la cual había dejado en Brasil, y pensó que sería agradable tener la compañía de una mujer. Aunque era bastante penoso, al fin tuvo el valor de preguntarle a Maggie:
—Mira, mañana es mi día libre. ¿Te gustaría reunirte conmigo para tomar un helado?
Maggie no lo pensó dos veces y dijo que sí. Quedaron en reunirse en una heladería cerca del parque central. Maggie le dijo a su familia que iba a ir de compras con sus amigas porque ellos no aprobarían que saliera con un chico que no fuera de su círculo social. Se pasó mucho tiempo arreglándose. Quería lucir muy bonita. Decidió, al fin, ponerse un vestido azul pálido con un cuello marinero, con una cinta blanca alrededor del cuello. Cuando llegó a la heladería, cerca de la catedral y el parque, él ya estaba allí, con su sonrisa encantadora, llevando su guitarra. Maggie lo miró y su corazón empezó a latir rápidamente.
—¡Hola! Luces diferente sin tu uniforme.
—¿Eso es bueno o malo? Tú también luces diferente sin tu traje de baño.
Empezaron a reírse. Ordenaron sus helados y empezaron a caminar alrededor del parque.
—Cuéntame algo más de ti. —Maggie tenía muchas ganas de saber más de Roberto.
—Bueno, como ya sabes, yo nací en Río. Mi familia no tiene una situación económica muy buena. Mi papá es panadero y mi mamá limpia casas. Ahorraron suficiente dinero para mandar a mi hermano a la universidad, pero después de eso no había dinero suficiente para que yo estudiara. Yo quería estudiar química. Además, mi papá piensa que yo no valgo para nada, así que vine aquí a hacer dinero. Hace un par de años conocí a mi novia, Laura, y antes de irme nos comprometimos.
A Maggie le dolió mucho enterarse de eso y decidió que odiaba a todas las brasileñas.
—Ahora cuéntame de ti —le pidió Roberto.
—Mi vida no ha sido tan emocionante como la tuya —comentó Maggie—. Nací y he vivido aquí toda mi vida. Mi papá, Ernesto, es ingeniero agrónomo y trabaja en un ingenio. Yo siempre he sido la niña de papi. Mi mamá, Marta, tiene problemas de salud. Tiene diabetes y asma. Además, sufre de migrañas. ¡Sinceramente, yo pienso que ella lo usa para manipular a la gente! Mi tía Cary vive con nosotros. Es superdivertida. Nunca se ha casado, pero siempre tiene un novio nuevo. Ella es una gran modista y siempre hace toda mi ropa. Yo siempre he querido ser abogada. Al final de este verano voy a empezar a estudiar en la universidad de La Habana. ¡Este verano es mi última oportunidad de divertirme!
Siguieron hablando de muchas cosas y se dieron cuenta de que terminaban las frases el uno del otro. Entonces, se sentaron en un banco del parque mientras Roberto tocaba su guitarra y le cantaba a Maggie todos sus boleros favoritos. Su voz era muy dulce y melodiosa, y el acento brasileño lo hacía más sexi.
Maggie no recordaba haber pasado una tarde más placentera. Cuando se levantaron para despedirse, Roberto fue a darle un beso en la mejilla, pero rozó sus labios muy suavemente. ¡Fue electrizante! Quería más. Caminando a su casa, se sintió como si sus pies no tocaran el suelo.
Capítulo 2
Cuando Roberto tuvo otro día libre, decidieron ir al cine. Maggie quería ver Algo para recordar, y Roberto estuvo de acuerdo, aunque hubiera preferido ver una película de acción. Maggie se puso un vestido blanco con flores rojas y un suéter rojo. Cuando vio a Roberto, pensó que lucía muy bien con unos pantalones caqui y una camisa beis. Él compró Coca-Cola, y se sentaron atrás en el cine. Maggie sentía sus piernas al lado de las suyas, lo que la hacía sentir excitada y nerviosa a la misma vez. Ella había esperado mucho por esto. Durante una de las escenas más románticas de la película, él puso su mano alrededor de sus hombros, la miró y la besó. Ella le devolvió el beso con ardor y se perdió en el momento. Los besos se volvieron más y más profundos. Él le tocó los senos y sintió los pezones endurecerse. De pronto, paró, la miró y le dijo susurrando:
—Esto no debería haber pasado.
Maggie lo miró con una mezcla de sorpresa y rabia. Cogió sus cosas y salió corriendo del cine. Mientras tanto, él la persiguió, gritando:
—¡Maggie, espera!
Ella paró y dio la vuelta con las manos cruzadas en el pecho. Sus ojos estaban llenos de rabia y dolor.
—¡¿Qué?!
Roberto la alcanzó y trató de acercarse.
—Mira, lo siento mucho, pero tú sabes todas las razones que nos separan. Esto no va a funcionar.
Entonces, la agarró y la llevó hacia la entrada de una puerta. La empujó contra la pared, puso sus manos a cada lado de su cara. Los besos eran ahora más exigentes y profundos. Ella podía sentir su excitación.
Maggie lo empujó y le gritó:
—¡Para! ¡No juegues conmigo! ¡No te lo voy a permitir!
Entonces, corrió por la calle hasta alcanzar un taxi. Dio la vuelta y lo vio parado con una cara de tristeza.
—Por favor, dé un par de vueltas antes de llevarme a mi casa —le dijo al chófer.
Necesitaba el tiempo para componerse y calmarse. Sus amigos la habían avisado sobre tener cuidado, que los hombres querían una sola cosa. Qué tonta había sido enamorándose de una cara bonita, un acento sexi y