Los deseos sí se cumplen
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José Gregorio Barrios nos relata, a través de escenas cortas —tan cortas como significativas, tan significativas como poderosas, tan poderosas como potentes y entrañables— a las dos Venezuelas anteriores a la Revolución Bolivariana que, sin embargo, persisten en sus diferencias: la Venezuela profunda y provinciana y la urbana de la Caracas que soñaba con el progreso.
Mientras un país entero soñaba con la properidad, el auge, la bonanza, en una demarcación lejana a Caracas, un niño y una niña soñaban con el otro sin saberlo.
Los deseos sí se cumplen, retrata una visión sobre la familia —la cercana y la lejana en el tiempo y en el espacio—, y es también una historia sobre la Venezuela de antes y la de hoy; la de los que salieron de esa tierra de panas para buscar mejor suerte, pero nunca olvidaron a los chamos de su infancia, ni a su familia ni sus raíces.
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Los deseos sí se cumplen - José Gregorio Barrios
1. ASOPURE
–Hermano, ya eres oficialmente un viejo, y como tal, te has hecho miembro formal, a partir de hoy, de ASOPURE, la Asociación de Puretos de Venezuela –dijo Francisco.
–Ja, ja, ja, bueno, yo acepto la membresía con mucho orgullo, ¡pero no te rías mucho que a ti ya te falta poco! –contestó Antonio José.
Treinta velitas sopló Antonio José al ritmo de la canción de cumpleaños y en medio de una gran algarabía familiar. Con treinta años se ingresaba automáticamente a la ficticia asociación familiar de gente vieja creada por su hermano Francisco. La membresía incluía un carnet con foto y una falsa planilla para la solicitud de jubilación del Seguro Social.
Antonio José era el primero de los cinco hermanos en entrar a la Asociación a la que ya pertenecían su abuela, su papá y su madrastra. Los próximos miembros de ASOPURE serían, en este orden, Manuela, Francisco, Luisa, y dentro de unos veinticinco años, Angie. A Luisa le faltaban muchas primaveras para hacerse miembro pleno, pero también ella era mayor que Angie unos cuantos años.
Angie, la más pequeña de la familia, ayudó a Antonio José a soplar las velas de la torta esa noche, aunque aquel no era su cumpleaños. Y, como Antonio José, Angie también pidió un deseo. Después del bullicio de la celebración y con Angie sentada en sus piernas comiendo un pedazo del pastel horneado por la abuela, el hermano mayor le preguntó a su hermanita por el deseo que pidió al soplar las velas. Angie, sin dudar, contestó: tener un hermanito.
–¿Qué? ¿Un hermanito? ¿Y varón? Ja, ja, ja. Bueno, después te echo un cuento; ¡tú casi fuiste un niño, Negrita! –replicó Antonio José. Y agregó: Lo del hermanito tienes que discutirlo con el miembro fundador y vitalicio de ASOPURE, es decir, con el pre mayor; ¡Papá, Angie quiere un hermanito! –dijo Antonio José en voz alta
Todos los presentes se rieron, menos la pequeña. Ella no estaba bromeando. Angie genuinamente soñaba con tener en casa a alguien de su edad con quien compartir sus juegos.
Y aunque yo no presencié ninguno de estos eventos, no soy miembro activo de ASOPURE, y a lo mejor los hechos ni siquiera ocurrieron del modo que aquí los cuento, les puedo asegurar que los deseos sí se cumplen.
2. Las guacamayas
Cuando cae la tarde en La Candelaria, el cerro El Ávila, o Waraira Repano en voz indígena, se ve más majestuoso que nunca. La huida del sol por detrás de la montaña crea un espectáculo de luces rosadas y color naranja que, por cotidiano, no deja de ser extraordinario.
Hay quienes se asoman en sus balcones y ventanas a ver esa maravilla, pero la mayoría de las personas ni cuenta se da de este prodigio. Sus ocupaciones diarias, el estrés citadino, o la prisa por llegar a sus hogares, les impide disfrutar de este regalo de colores de la naturaleza.
Como todas las tardes, unas muy coloridas guacamayas están surcando el cielo caraqueño haciendo mucho ruido, pero sus alborotados chillidos se confunden con el bullicio propio del tráfico capitalino. En aquella esquina hay un perro callejero acompañando fielmente a un mendigo que, a diferencia del resto de los transeúntes, no está mirando hacia el suelo ni a los lados, sino que ha posado su mirada en el firmamento.
Desde un balcón en el piso 23 de una torre de apartamentos de color verdoso, hay una mujer observando el vuelo de las guacamayas. Y desde otra ventana, en una torre más pequeña, Angie, esa morenita de ojos alegres y cabellos ondulados –la hermanita de Antonio José– voltea hacia su mamá con una inquietud.
–Mami, yo ya sé que a los bebés los traen las cigüeñas, pero yo nunca he visto una. ¿Aquí en Caracas son las guacamayas las que traen a los bebés?
¿Y por qué dudarlo? Son incontables los ejemplos de camaradería interespecie que nos ofrece la naturaleza. Si nosotros, los seres humanos, que no somos ni la mitad de lo civilizados que son los animales, somos capaces de formar clubes, asociaciones (como ASOPURE) y sindicatos, ¿cuánto más pueden apoyarse y mostrar compañerismo y fraternidad los animales? Debe existir ASOCIGÜEÑA, o algo así. Es muy probable que en Caracas a los bebés los traigan las guacamayas. Ellas, seguramente, están apoyando a sus primas las cigüeñas en esta urbe. ¡Pero no sólo las guacamayas! Las garcitas del río Guaire, la cloaca de la ciudad, también deben estar ayudando. Asimismo, los perros callejeros, siempre tan muy fieles y solidarios, han de estar asistiendo en la repartición de bebés. Las ardillas de la Plaza Bolívar no pueden haberse negado, tampoco. Las ranitas que cantan por las noches y arrullan el sueño caraqueño son parte del