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De la sociedad de las naciones a la globalización: Visiones desde América y Europa
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Libro electrónico382 páginas5 horas

De la sociedad de las naciones a la globalización: Visiones desde América y Europa

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El contenido de este texto dice relación directa con las investigaciones que presentaron diferentes académicos nacionales y extranjeros en el V Congreso Chile España, que se desarrolló en la Universidad Católica de la Santísima Concepción durante el año 2018.
Las temáticas que se consideraron en dicha actividad, tuvieron directa relación con la Historia de las Relaciones Internacionales y se iniciaron con el origen y rol de la Sociedad de Naciones el año 1919, culminando con la iniciativa americana en este campo, representada por UNASUR y su actual condición.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 jun 2021
ISBN9789566068198
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    De la sociedad de las naciones a la globalización - Mercedes Samaniego

    PARTE PRIMERA

    Visiones desde América

    CAPÍTULO I

    UNA APROXIMACIÓN AL ESTUDIO DE LA PARTICIPACIÓN CHILENA EN LA SOCIEDAD DE NACIONES: EL CASO DEL SEGUNDO CONFLICTO ÍTALO-ETÍOPE (1935-1936)

    Frank Avilés Morgado*

    INTRODUCCIÓN

    La Sociedad de Naciones (SDN, 1919-1946) -también conocida como Liga de las Naciones- vio la luz tras el fin de los luctuosos sucesos asociados a la Primera Guerra Mundial, constituyendo el principal referente para las relaciones internacionales en el periodo entreguerras. De acuerdo a lo planteado por Mark Mazower, el citado organismo representó un puente entre el mundo imperial del siglo XIX y el auge del Estadonación del siglo XX¹, teniendo la misión de –gracias a los espacios de multilateridad propiciados por este- superar los secretismos tan propios de la época decimonónica y, de paso, favorecer la participación de otros actores de la escena internacional.

    A modo general, es posible afirmar que la SDN, junto con buscar la estabilidad del orden internacional recientemente creado, y sentar las bases de la futura paz mundial que idealmente debía imperar en el mundo en lo sucesivo, también se erigió con la finalidad de propiciar la denominada seguridad colectiva² de la comunidad internacional; un concepto novedoso para la época cuya premisa esencial, de acuerdo a Kissinger, era que todas las naciones considerarían de igual modo cada amenaza a la seguridad y estarían dispuestas a correr los mismos riesgos al oponérsele³.

    Compuesto por tres órganos principales –la Asamblea General, el Consejo (cinco miembros permanentes y cuatro no permanentes) y la Secretaría General- el aludido organismo ginebrino tuvo su época de oro fundamentalmente en el último lustro de la década del veinte, pudiendo solucionar algunas controversias menores, como por ejemplo la existente entre Finlandia y Suecia por las islas Aland⁴. Para la década del treinta, en tanto, tuvo que hacer frente a una multiplicidad de conflictos que demandaron su pronunciamiento, tales como la guerra de Manchuria, que enfrentó a China con Japón (1931); la guerra del Chaco (1933); el problema ítalo-abisinio (1935) y la Guerra Civil en España (1936)⁵.

    Al respecto, cabe decir que tanto el conflicto manchuriano como los que tuvieron lugar en Etiopía y en España tienen un denominador común: el ser tristemente célebres por la ineficiencia de la SDN a la hora de solucionarlos. En ese contexto, y en el entendido que Chile fue uno de los miembros fundadores del Covenant, y designado posteriormente como integrante rotativo del Consejo del organismo, cabe preguntarse ¿cuál fue su posición en torno a dichos conflictos dentro de la SDN? Siendo más específico, ¿cuál fue la postura de Santiago, particularmente frente al segundo conflicto ítalo-etíope?

    La importancia del tema en cuestión radica en el hecho de que la inoperancia de la SDN creó las condiciones ideales para el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, en el entendido que el principal mecanismo para evitar un conflicto de carácter global –la seguridad colectiva- fracasó rotundamente a lo largo de la década del treinta, empezando con el caso de Manchuria, continuando con el ítalo-etíope y culminando con la Guerra de España.

    Para dar respuesta a estas interrogantes, hemos basado nuestra labor heurística en el examen de documentación primaria disponible en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, la cual ha sido complementada con bibliografía funcional a los objetivos de investigación anteriormente planteados.

    Los estudios dedicados específicamente a la vinculación chilena con la SDN son significativamente escasos, con la saludable excepción de algunos títulos que abordan -de manera tangencial- su participación tanto en el organismo multilateral como en el periodo de entreguerras. Igualmente, las alusiones al conflicto entre Italia y Etiopía son mínimas, por no decir inexistentes.

    Por una parte, destaca Historia Diplomática de Chile (1541-1938), la obra clásica en materia de estudios internacionales escrita por Mario Barros Van Buren, que en su parte final aborda el segundo gobierno de Alessandri, la presencia chilena en la SDN y el retiro del país de la citada organización⁶. Sin embargo, no profundiza en el problema ítalo-etíope; característica que comparte con el texto de Rafaelle Nocera titulado Chile y la Guerra 1933-1943, el cual resalta tanto el rol del panamericanismo en la época entreguerras como la relación chilena-estadounidense posterior a la depresión económica mundial⁷. A diferencia de los dos anteriores, y haciendo gala de su particular pluma, Enrique Bernstein, en su obra titulada Recuerdos de un diplomático: haciendo camino 1933-1957, en poco más de cinco páginas, sí explica el contexto en el que se dio la guerra en suelo africano y el accionar internacional chileno al respecto, entre otros puntos⁸; aunque claramente su mirada está lejos de abordar dicho tema particularmente. Igualmente, otorga ciertas luces el libro de Felipe Portales, Historias desconocidas de Chile, quien, apoyado por un acabado estudio de la prensa de la época, entre otros, realiza una investigación detallada en torno a la política exterior chilena de los años treinta, subrayando el rol de la administración Alessandri y su vinculación con los gobiernos italianos y alemanes de la época⁹.

    Por otra parte, es preciso señalar que gran cantidad de datos conocidos sobre la presente temática provienen de investigaciones realizadas fuera de las fronteras de Chile. En esta lógica, el texto de David Jorge, en su obra Inseguridad Colectiva¹⁰, dedica un apartado a la importancia del conflicto italo-abisinio como precedente de la Segunda Guerra Mundial; aunque su gran contribución a la historiografía de entreguerras sigue siendo el sólido análisis que realiza en torno a la Sociedad de Naciones y su inacción respecto del conflicto internacional en suelo español, que tuvo lugar entre 1936 y 1939: conflagración en la que el rol jugado por Chile todavía tiene algunas lagunas por saldar.

    Finalmente, uno de los análisis más completos y sólidos que existen a la fecha sobre el tema en particular es el libro de George Baer, titulado Test Case: Italy, Ethiopía and the League of Nations. En dicha publicación, el autor somete a un análisis crítico toda la documentación por él recopilada; abordando el rol anglo-francés en el conflicto, el papel desempeñado por la comunidad internacional en el mismo y las consecuencias que trajo -no solo para los involucrados, sino que para el mundo entero-destacando la exigua importancia que ésta le brindó al conflicto¹¹. Aún así, las menciones a Chile y su accionar diplomático son, reiteramos, reducidas y casi inexistentes.

    I.- CONTEXTO INTERNACIONAL: EL CAMINO HACIA LA FORMACIÓN DE LA SDN

    I.1. ANTECEDENTES

    Si bien no es comparable con la SDN por razones obvias, la única especie de antecedente que podría considerarse como equiparable a dicho organismo es el Congreso de Viena de 1815 y el nuevo orden internacional que de este emerge, basado en el concepto de equilibrio entre los Estados y la promoción de la paz por parte de estos. Más adelante, casi al terminar el siglo XIX, la denominada Convención para la Resolución Pacífica de Controversias Internacionales, en el marco de la Conferencia de La Haya de 1899, supone un punto de inflexión en este ámbito, sobre todo en el plano jurídico. Esta primera instancia, en la que Chile no participó, aspiraba básicamente tanto a resolver amistosamente las controversias internacionales y limitar la compra de armamento, como a recurrir al arbitraje y a la mediación de potencias amigas en caso de conflicto inminente¹². Ello supuso, de acuerdo a lo planteado por Crespo, el primer intento oficial para establecer una codificación de dichos procedimientos¹³.

    Posteriormente, la segunda Conferencia de la Haya, de 1907 -en la cual, a diferencia de la anterior, el país sudamericano si participó- se ocupó de realizar una serie de modificaciones a lo acordado en la primera de estas, con la misión de facilitar el acceso al arbitraje de los países miembros (entre los cuales también se encontraban tanto representantes franceses, ingleses como alemanes; principales protagonistas de los sucesos post 1914)¹⁴. Asimismo, al dividir su trabajo en comisiones, se pudo abordar temáticas relacionadas con el arreglo pacífico de las controversias, problemáticas propias de la guerra –tanto terrestre como marítima-, así como también aquellas vinculadas con iniciativas tendientes al desarme¹⁵; todas ellas con dispar resultado.

    Con todo, es sabido que ninguna de estas conferencias estuvo a la altura de las circunstancias, lo que impidió evitar la Primera Guerra Mundial, con los resultados ya conocidos¹⁶.

    I.2. LA FORMACIÓN DE LA SDN: SUS PILARES Y DESAFÍOS EN EL PERIODO ENTREGUERRAS

    Concluída esta, el periodo entreguerras (1919-1939) se asomó en el horizonte como una época de contrastes, en la cual -si bien el colonialismo se hizo notar en tanto cuanto eran los países septentrionales quienes dominaban el mundo- ciertamente no existía una potencia que detentase el poder en solitario y de manera indiscutida. En dicho contexto, con el imperativo de buscar una paz permanente que permitiese evitar la repetición de conflictos como el vivido entre 1914-1918 surgió la SDN; un bálsamo que representaba un avance para el sistema internacional de ese entonces¹⁷.

    A diferencia de lo ocurrido en 1899, y en consonancia con lo acontecido en 1907, Chile sí tuvo participación en el surgimiento de este nuevo organismo, creado en torno a los principios expresados en Versalles por el Presidente Wilson tras la conflagración bélica y el triunfo de la Entente. Como parte de su adhesión al Pacto de la SDN, Santiago oficializó su ingreso el 10 de enero de 1920, lo que significó una serie de derechos, pero también de obligaciones a cumplir por parte del país, entre ellas el comprometerse a respetar y mantener tanto la integridad territorial como la independencia política de los miembros (art.10) y no recurrir a la guerra a la hora de alguna controversia, solventándola en lo sucesivo por la vía diplomática e incluso por el arbitraje si fuese necesario (art. 13). Estos puntos cobraban vital importancia, ya que en lo sucesivo, cualquier acto de guerra llevado a cabo por un miembro del citado organismo internacional, implicaba de manera inmediata el que fuese considerado como una agresión a todos quienes integraban la SDN (art. 18). Paralelamente, el ser miembro de la SDN implicaba no solo cumplir, sino también velar por hacer cumplir lo estipulado en el Pacto. Cabe preguntarse entonces,¿Hasta qué punto Chile llevó a cabo lo anterior?

    En este sentido, es necesario señalar que para mediados de la década del veinte, tenían la calidad de Estados miembros de la SDN, además de Chile, tanto Italia- uno de los fundadores del Pacto- como el Imperio Etíope (el cual pasó a integrar la SDN en 1923¹⁸). El primero de estos, bajo el influjo de la ideología fascista encabezada por Benito Mussolini, mientras que el país africano estaba sometido al poder del Negus Haile Selassie¹⁹. Veamos cuál era la situación de cada uno de los involucrados en el conflicto.

    I.3. SITUACIÓN DE ITALIA

    No debemos olvidar que Italia, pese a su unificación tardía, siempre aspiró a tener posesiones coloniales, siendo África, geográficamente, el continente más cercano para alcanzar dicho propósito. Si bien lo logró parcialmente (sus posesiones en Eritrea y Somalia son una muestra de ello), inicialmente los esfuerzos italianos se concentraron mayoritariamente en consolidar el naciente Estado, por lo que las aventuras al continente africano pasaron a ocupar un lugar secundario. Casi al finalizar el siglo XIX, esta visión cambiaría. Roma esperó someter a Addis Abeba mediante la figura de un protectorado, lo que desató la Primera Guerra Ítalo- Etíope²⁰. Sin embargo, esta estuvo lejos de resultar favorable a los intereses imperialistas italianos, teniendo los romanos que reconocer, irremediablemente, la independencia del también conocido como Imperio del León de Judá.

    En lo sucesivo, Italia haría todo lo posible por aumentar su esfera de influencia en África y hacerse con territorios en el viejo continente –prueba de ello lo constituye la firma del Tratado de Londres, en 1915²¹-. Sin embargo, al finalizar la Gran Guerra, el país transalpino estimó que los réditos que le trajo el involucrarse en ella fueron mínimos en comparación con los obtenidos por otras potencias²².

    Es en este contexto cuando emerge la figura de Mussolini, conocida, entre otros aspectos, por su habilidad en tender puentes con entidades de vital importancia para el mundo occidental, como la Iglesia Católica²³. La nueva Italia fascista daría comienzo a su oculto pero siempre latente proyecto colonial en África, deseando igualmente revivir los mejores tiempos de lo que fue antiguamente el Imperio Romano²⁴. Para ello, era preciso el hacer de Italia una potencia que no tuviese nada que envidiar a sus pares europeos, siendo el símbolo de este resurgir la conquista de Etiopía, la antigua Abisinia; disfrazada internacionalmente como una cruzada en pos de liberar al pueblo etíope de la esclavitud y la incivilización²⁵. Con ello, a su vez, se ofrecía la oportunidad perfecta a Italia tanto para lavar y curar las heridas causadas por los propios etíopes entre 1895 y 1896 -con motivo de la primera guerra entre ambos países-, como de reverdecer laureles imperiales.

    I.4. ETIOPÍA: UN PAÍS ATRASADO, PERO DIGNO

    Etiopía, por su lado, se caracterizaba por ser, junto a Liberia, uno de los dos Estados africanos que no habían perdido su independencia tras la Gran Guerra²⁶. Encabezado desde 1930 por Haile Selassie, Etiopía se caracterizó por llevar a cabo grandes cambios y avances para su población, tanto en el plano interno como en el externo. En el primero de estos, a la abolición de la esclavitud –que tuvo lugar en 1924- se sumaba la adopción de una Constitución, eliminación de algunos impuestos, establecimiento de un Parlamento y un sistema de tribunales; mientras que en el segundo, destacan la inclusión de Etiopía en la SDN como en el Pacto Briand Kellog, en 1928²⁷.

    Para el primer lustro de la década del treinta, y luego de una serie de escaramuzas fronterizas con Roma, el gobierno de Addis Abeba vio cómo la posibilidad de una guerra con Italia crecía día a día. A lo anterior, se sumaba el hecho de que ya desde 1934 el país transalpino se encontraba movilizando tropas y municiones a sus posiciones en África. En tal sentido, cabe recordar que, en caso de un conflicto armado, las diferencias entre ambos países -tanto militar como diplomáticamente- eran tan grandes que auguraban una rápida derrota etíope. Por ejemplo, evidencia lo anterior, el hecho de que nunca Etiopía pudo encontrar tan solo uno de sus propios ciudadanos que fuese capaz de representar a su país en Ginebra, valiéndose para ello de académicos europeos. Fue precisamente esta situación a la que aludió el representante italiano ante la SDN para calificar a Etiopía como un estado bárbaro, con el cual Italia no puede discutir en un pie de igualdad, razón por la cual se reservaba tomar todas las medidas adecuadas para la seguridad de sus colonias vecinas. Estas palabras, como indica Enrique Carabantes, eran sinónimo de una potencial desaparición de un país atrasado, pero digno²⁸, como Etiopía.

    Con dicho panorama, no resultó novedosa la invasión que el 3 de octubre de 1935 sufrió el territorio abisinio por parte de las tropas italianas, episodio conocido como la Segunda Guerra Ítalo-Etíope (1935-1936)²⁹ , que dio origen, tras la victoria de Roma, a la África Italiana Oriental³⁰; formando así, en palabras de Jorge, un pequeño núcleo imperial que además le permitía competir con Gran Bretaña en el control de la ruta a India, del canal de Suez y del Río Nilo³¹, objetivo pendiente desde el término de la primera conflagración entre ambos países, a fines del XIX.

    Así las cosas, y considerando los principios fundamentales que regían el accionar de la SDN, era esperable que ante semejante ataque el organismo actuase en consecuencia y sancionase drásticamente al régimen romano. Sin embargo, cabe preguntarse, finalmente ¿tuvo lo anterior consonancia en los hechos?

    II. LA SDN FRENTE AL CONFLICTO ÍTALO-ETÍOPE Y LA POSICIÓN DE CHILE

    En un principio, debemos señalar que una vez consumada la agresión, el gobierno etíope inmediatamente solicitó el pronunciamiento del organismo. Después de todo, lo realizado por Italia -ataque con armas químicas incluido³²- equivalía a pasar a llevar todos los límites en materia internacional, por lo que la reacción etíope parece, a todas luces, lógica y necesaria. Sabiendo lo anterior, en las líneas sucesivas abordaremos la problemática generada por el país transalpino bajo una doble perspectiva: la primera de ellas, relacionada con la posición de la SDN en torno al conflicto; y una segunda, vinculada a la posición chilena en torno al mismo.

    II.1. DE LAS SANCIONES

    En lo que refiere al primero de los puntos citados, la SDN efectivamente condenó el accionar italiano, estableciendo sanciones económicas contra Roma. Santiago, inclusive, apoyó tales medidas represivas, como bien señaló el presidente de la época, Arturo Alessandri, en uno de sus mensajes al Congreso chileno:

    Reconocida por el Consejo y la Asamblea la transgresión al Pacto, nos vimos obligados, como miembros de la entidad, a participar en las sanciones, compromiso doloroso por afectar a una nación cuyo aporte a la economía nacional es de suma importancia y que tan señalado lugar ocupa en nuestras tradicionales relaciones internacionales y en el desarrollo de la cultura universal³³.

    Sin embargo, de las declaraciones precedentes se desprende, como mínimo, que la voluntad real de Chile no era establecer sanciones contra Italia, y que, al hacerlo, lo realizó sin mucho convencimiento. ¿Cuáles podrían ser las razones de lo anterior? Al parecer, la vinculación económica ítalo-chilena era más fuerte de lo que se podía pensar como para tomar represalias en ese plano. Igualmente, otro factor a no olvidar es el origen del mismo mandatario chileno, quien, como descendiente de una familia italiana, probablemente no deseaba atentar contra los intereses de su familia paterna. Una última razón podría ser la necesidad chilena de adquirir armamento –en este caso, de Italia- con motivo del temor existente en las fuerzas armadas chilenas ante un eventual conflicto bélico con sus vecinos.

    En cualquier caso, Chile participó en el llamado Comité de los Seis- integrado también por Dinamarca, Francia, Gran Bretaña, Portugal y Rumania- el cual tenía por misión proponer al Consejo del organismo la adopción de medidas para enfrentar la rebeldía italiana³⁴. Estas sanciones entraron en vigor el 18 de noviembre de 1935 y consistían esencialmente en: 1) prohibición de exportar material bélico a Italia; 2) suspensión de cualquier crédito y financiamiento a Italia;3) prohibición de importar mercancías de Italia y embargo de ciertas exportaciones de ésta; 4) compromiso de indemnización mutua entre países sancionadores (…), deseando con ello el Consejo enviar un mensaje de advertencia no solo a la Italia fascista, sino también a la Alemania hitleriana, con la intención de que esta no siguiera con políticas peligrosas para la paz europea³⁵. Sin embargo, tales sanciones no lograron disuadir a Italia de frenar su avance en Abisinia ni retirarse del territorio etíope; pues no contemplaban una limitación en la adquisición de petróleo³⁶ y así, con el oro negro a su disposición, Roma pudo continuar con su despliegue militar sin mayores inconvenientes en África³⁷.

    En el segundo punto, las declaraciones emitidas por el Presidente Alessandri en una de sus cuentas públicas ayudan a comprender los alcances de la participación chilena en la citada guerra frente al desarrollo de dicho conflicto. Según palabras del mandatario, en el mes de septiembre de 1934, Chile fue designado para formar parte del Consejo del citado organismo³⁸, correspondiéndole por ello actuar directamente en todos los debates en torno al conflicto ítalo-etíope³⁹. En tal sentido, de las instrucciones enviadas a la delegación chilena en Ginebra se desprende que esta debía respetar los términos de los tratados internacionales y procurar el estricto cumplimiento de las disposiciones del organismo. Adicionalmente, se le encomendó la conveniencia de marchar, en la medida de lo posible, de acuerdo con las demás naciones americanas; junto con la necesidad de no participar directamente sino en las actividades que nos correspondan como miembros de la Sociedad y de su Consejo, atenta la prudencia que aconseja nuestra lejanía de la órbita política europea⁴⁰.

    Teniendo en cuenta lo anterior, según consta en la documentación primaria consultada, el 19 de diciembre de 1935 y tras el fracaso de las negociaciones llevadas previamente a cabo por Francia y Gran Bretaña para el término del conflicto, Manuel Rivas Vicuña, uno de los delegados de Chile frente al Consejo del organismo internacional, primer representante que tuvo el país austral en la Liga y, para ese entonces, embajador de Chile en Italia⁴¹, manifestó, en primera instancia, su voluntad por promover el cese de las hostilidades a través del diálogo⁴².

    Paralelamente en Londres, durante el primer trimestre de 1936, el embajador de Italia en Gran Bretaña y otrora Ministro de Exteriores de Mussolini, Dino Grandi, solicitaba a su par chileno en la capital inglesa, Agustín Edwards⁴³, una acción por parte de Santiago con la finalidad de obtener la abrogación de las sanciones impuestas; petición por la que Edwards se vio obligado a pedir instrucciones a su cancillería, la cual asintió en apoyar el levantamiento de sanciones si otra Potencia así lo propusiera⁴⁴.

    Asimismo, el 8 de abril de ese año y ante el nuevo fracaso de las negociaciones que aspiraban a concluir el conflicto, el representante permanente de Chile ante la SDN, Fernando García Oldini⁴⁵, insistía en expresar nuevamente los sentimientos conciliadores del Gobierno de Chile⁴⁶.

    Sin embargo, el 11 de mayo de 1936, tras la ocupación de la capital etíope a manos de las fuerzas italianas, la embajada establecida en Santiago hizo llegar a la cancillería una nota verbal informando de las últimas novedades producidas al otro lado del mundo:

    "La Real Embajada de Italia tiene el honor de poner en conocimiento del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile que el territorio y la población pertenecientes al Imperio de Etiopía han sido puestos bajo soberanía plena y total del Reino de Italia.

    El título de Emperador de Etiopía será agregado al de Rey de Italia para sí, y sus sucesores.

    La Etiopía estará gobernada por un Gobernador General con el título de Virrey, del cual dependerán tanto el Gobernador de Eritrea como el de la Somalía. Del Gobernador General dependerán las autoridades civiles y militares en el territorio de su jurisdicción"⁴⁷.

    Aquella declaración por parte de Italia modificó el panorama en lo sucesivo para Chile. Con la guerra terminada, las preguntas saltaban a la vista: ¿Qué hacer con Italia, en el entendido de que las sanciones habían resultado estériles, y que las negociaciones no habían logrado acabar con el conflicto? ¿Mantenerlas, a modo de castigo, por consumar la invasión a Etiopía? ¿Levantarlas, considerando que no cumplían ya con el objetivo primigenio, cual era impedir el desarrollo de acciones hostiles por parte del país transalpino?.

    II.2. DEL LEVANTAMIENTO DE SANCIONES

    La Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, para 1936, da cuenta de que para Santiago, las medidas adoptadas contra Italia, una vez consumada la conquista de Etiopía y el fin de la guerra, ya no tenían sentido. Por lo tanto, teniendo en cuenta su espíritu inicial, y viendo que dicho objetivo no se había cumplido –ya que las tropas italianas para mayo de 1936 ya habían tomado la capital africana- el gobierno sudamericano optó por proponer el alzamiento de las sanciones contra Roma.

    Un día después del comunicado de la nota verbal entregada por la representación italiana en Chile, Manuel Rivas Vicuña fue el encargado de transmitir al Secretario General de la SDN las instrucciones llegadas desde Santiago:

    Sr. Secretario General: Tengo el honor de poner en conocimiento de V.E que mi gobierno es de opinión que, en virtud de los últimos acontecimientos que han puesto fin a la guerra entre la Etiopía e Italia, corresponde levantar las medidas económicas, financieras y otras, dictadas con ocasión de este conflicto.Ruego a V. E poner en conocimiento de los Organismos competentes esta iniciativa de mi gobierno a fin de que se dé la tramitación del caso⁴⁸.

    Similar criterio quedó patente en las declaraciones del Presidente Alessandri, diez días después del anuncio transalpino:

    El gobierno de Chile estima y sostiene que deben suspenderse las sanciones, que fueron dictadas como medidas represivas que no alcanzaron su objetivo y que, hoy día, introducen graves perturbaciones en la economía general del mundo y en la de los países que la aplican. Queremos, principalmente, remover del camino un factor de grave inquietud que puede alterar la paz del mundo. Es nuevamente un sentimiento sincero de paz el que ha determinado nuestra actitud y el que fija la posición tomada frente al problema de las sanciones, juzgado después que la guerra ha terminado⁴⁹.

    Adicionalmente, fue el mismo Rivas Vicuña quien, casi un mes después de su primera intervención, tuvo que exponer la tesis chilena del levantamiento de sanciones al proponerse otra resolución del Consejo de la SDN en orden a reiniciar las conversaciones respecto al conflicto y de no modificar el régimen de sanciones existentes. Por su intermedio, Chile se negó a votar la citada resolución, dejando en claro que para Santiago resultaba fundamental levantar las medidas destinadas a castigar a Italia, dado que:

    habiendo terminado la guerra (…) ellas ya no tienen objeto y afectan no solamente al país contra el cual han sido tomadas, sino también a los que las aplican. Mi gobierno –señalaba Rivas Vicuña- es de opinión que, en el momento actual, la adopción de su punto de vista contribuiría eficazmente a atenuar la crisis económica y política que sufre el mundo⁵⁰.

    En cuanto a las sanciones contra Italia, la medida sugerida por Chile tuvo una amplia aceptación por parte de los otros países miembros del organismo, siendo rechazada única -y lógicamente- por Etiopía⁵¹. Estados tales como África del Sur, Panamá y Venezuela se abstuvieron, mientras la delegación mexicana no concurrió a la votación⁵².

    En lo relativo al aspecto restante –la anexión del país africano-, Chile instruyó a su delegado no inmiscuirse en asuntos en los cuales los intereses nacionales no estuviesen en juego, tratando además de proceder, en la medida de lo posible, de acuerdo con los representantes de los demás países americanos. Cabe destacar que esto no fue del todo efectivo, ya que México, por ejemplo, defendió en lo sucesivo tanto la causa etíope como más tarde la española, mostrando así una línea de continuidad en su política exterior⁵³.

    Ya para el mes de julio de 1936, Chile haría público su deseo de realizar reformas a la SDN, con el afán de hacerla más inclusiva. En mayo de ese mismo año, el Presidente Alessandri había advertido en su cuenta pública anual que la Liga se encontraba lejos de la Universalidad deseada, al no albergar en su seno a cuatro países americanos y otras grandes naciones. Todo ello redundaba en la conveniencia de estudiar muy a fondo la actual situación –decía Alessandri- para resolver lo que mejor corresponda⁵⁴. Sobre este punto, es importante poner en el debate un aspecto importante; Chile esperaba estudiar la citada modificación al Pacto, "con la participación de los Estados No Miembros de la SDN, invitándolos (…) sea a dar

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