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El Hermano De Laura
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Libro electrónico323 páginas5 horas

El Hermano De Laura

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Despus de la muerte de su amante, Ema cae en una profunda depresin. Amorosamente apoyada por sus dos mejores amigos (Samuel y Andr), su rol de mam es un poco ms asequible.

Es as como Emanuella, Laura y Mauro, llegan a ser adultos sensibles, exitosos y muy apasionados. Pero el amor, a veces, nace en terreno prohibido, sin pedir permiso para crecer y encender corazones. Ser lo suficientemente fuerte para hacer olvidar planes de venganza, cuando William reaparece inesperadamente?

En esta segunda parte de Crnica de una Obsesin, la autora adopta cuatro puntos de vista diferentes, para relatar la intensidad de emociones que embarga los personajes, en esta nueva historia de amor prohibido. Paralelamente, podr ms el odio inevitable o el poder curativo del perdn?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 ago 2017
ISBN9781490783970
El Hermano De Laura
Autor

Karin Polom

Karin Polom nació en Bratislava (Eslovaquia), pasando la mayor parte de su infancia en Suiza. Fue en Venezuela donde aprendió el español, idioma por el que siente una afinidad particular: “Una lengua sensual como ninguna”, afirma ella. La autora reside actualmente en Montreal, ciudad cosmopolita y multiétnica por excelencia. Esta vibrante ciudad sigue siendo el lienzo para la segunda parte de Crónica de una Obsesión, con emocionantes escapes a Europa y América del Sur.

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    El Hermano De Laura - Karin Polom

    © Droits d’auteur 2017 Karin Polom.

    Fotografía de la portada realizada por Kodiak Agüero Orta

    ‘‘Un nudillo’’

    La reproduction intégrale ou partielle de cette publication, la conservation dans un système de récupération, ou encore la transmission électronique, mécanique, par photocopie ou enregistrement est interdite sans l’autorisation écrite de l’auteur.

    Información sobre impresión disponible en la última página.

    ISBN: 978-1-4907-8396-3 (sc)

    ISBN: 978-1-4907-8398-7 (hc)

    ISBN: 978-1-4907-8397-0 (e)

    Numero de la Libreria del Congreso: 2017912295

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    Trafford rev. 08/302017

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    Amérique du Nord & international

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    fax: 812 355 4082

    ÍNDICE

    AGRADECIMIENTOS

    EMA

    MIS TARDES CON ANA

    EL CATALIZADOR

    SAM & ANDRÉ

    BARCELONA

    LAURA

    MAURO

    Epílogo La Pluma del Cóndor

    AGRADECIMIENTOS

    Ante todo, quiero darle las gracias a Edilberto Pinto, mi compañero de vida, mi amor, mi gran apoyo en esta aventura literaria y en muchas más. Tu labor de corrección, me ha permitido llevar a cabo esta larga y apasionante tarea. Sin ti, no soy la misma, amorcito. Eres la tinta en mi tintero, mi primera sonrisa de cada día, lo que me motiva en la vida.

    Gracias también a Kodiak Agüero Orta, mi amigo de siempre, por la sublime foto de la portada, que ha inspirado más de la mitad de esta novela. Que sigas siendo ese artista multifacético que tanto admiramos y que el éxito te acompañe, ahora y siempre.

    Le agradezco a Chantal Mathieu sus selecciones musicales, que curaron mi síndrome de la página blanca. Gracias también por tus comentarios sobre mi escrito y tu entusiasmo por mis personajes.

    A mi amiga Adriana Ottolina, agradecida quedo contigo, por tus hermosas creaciones de cerámica, en las cuales he podido servirme elegantemente mis arepas y mi café con leche, para seguir escribiendo, inventando, avanzando en mi relato. ¡Admiro mucho tu talento!

    Une mention spéciale à mon ami Ivan Villeneuve, qui a su réparer mes ailes, pour me permettre de continuer mon voyage vers ma Stella Polaris. Tu as un cœur en or et ton amitié est vraiment importante pour moi.

    To my daughter Vanessa, may love always shine in your life:

    You don’t choose whom you fall in love with…you can only choose what to do about it…

    Love, always

    Mommy

    El relato está dividido en cuatro partes, cada una ofreciendo un ángulo diferente:

    Ema

    Sam y André

    Laura

    Mauro

    Cada personaje tiene voz propia y relata, en primera persona, su visión de los hechos, a excepción de la parte consagrada a Sam y André, narrada en tercera persona.

    k.p.

    EMA

    Recuerdos. Recuerdos de un pasado muy tormentoso, cuando yo era Ema Parker, la esposa de un hombre acaudalado y poderoso, en una vida llena de lujos, tristezas y desgracias; horror puro y simple. William, mi marido, mató a mi amante. Roberto había sido el amor de mi vida. Único, irremplazable.

    William Parker se encontraba en la lista de INTERPOL, seguramente oculto en algún país de América del Sur, con un rostro quirúrgicamente transformado de tal manera, que ni su propia madre lo reconocería. Huyó del país, inmediatamente después del crimen.

    Roberto había muerto en mis brazos, con la bala de William en sus entrañas. Su recuerdo seguía vivo en mí, a través de Mauro, nuestro hijo. Un niño con piel trigueña y ojos, color miel oscura. Como su padre. Mi gran amor.

    Laura y Ema, mis dos hijas, eran las que más habían sufrido con esta tragedia. La mayor, Ema, nunca me perdonó el hecho de haber tenido un hijo con mi amante. Tanto así, que se disgustaba mucho cuando alguien la llamaba de esa manera; quería que la llamáramos Emanuella, su nombre completo, nombre que yo pocas veces usaba. Eso, a sus ojos, ya la diferenciaba de mí, la mala madre, la mujer sin escrúpulos, quien había concebido un hijo con otro hombre diferente a William. Según ella, todo había sido culpa mía. Todo. Su padre había sido víctima de mi infidelidad.

    Mis sesiones de sicoterapia revoloteaban constantemente alrededor del odio palpable de mi hija hacia mí, de mi sentimiento de culpabilidad y mi incapacidad de poder encontrar un poco de paz interior. Yo ya no era la misma. Nada lo era, de todas maneras; Laura, Mauro y mi piano, eran los tres elementos que me mantenían a flote, literalmente, bajo la batuta segura pero tierna de mis dos mejores amigos. Sin ellos, estaría muerta, totalmente vacía interiormente.

    Samuel y André, prácticamente habían tomado el timón de mi hogar, después de la muerte de Roberto y la fuga de William. Después de egresar del instituto psiquiátrico en el que estuve internada durante varios meses, fui presa de una crisis nerviosa muy intensa al tratar de regresar a la casa que había compartido con William y nuestras dos hijas, en Senneville. Tanto así, que Samuel tuvo que ayudarme con la venta integral de la propiedad, para instalarnos en una casa lejos del río, el cual me hacía recordar la pesadilla vivida en las Mil Islas, la muerte de Roberto, mi fuga abortada. Recuerdos, ¡tantos recuerdos!

    Pocos meses después, los padres de William fallecieron en un accidente de tránsito; Por mi parte, mis padres jamás se enteraron de mis tragedias sucesivas. Para ellos, mi nacimiento había sido un desastre en sí, de tal manera que el puente que me unía a mi pasado biológico, estaba en ruinas.

    Sin embargo, no estaba sola; tenía tres hijos y dos grandes amigos. La venta de la casa fue posible porque, extrañamente, William no figuraba en los documentos de propiedad de la mansión. Yo era la única dueña. ¿Evasión fiscal o descuido? Después del fallecimiento de los padres de William, sus dos hermanos heredaron la totalidad de la fortuna Parker, pero tuvieron la sensibilidad de dejar recursos suficientes en un fondo universitario para Emanuella y Laura. Obviamente, nada para Maurito. Este hecho nunca me preocupó. Mauro no era un Parker y ellos, no le debían nada. Mi hijo era un Toledano, como lo había sido su padre.

    Ocupaba mis mañanas ofreciendo clases de piano, mientras mis tres hijos estaban en la escuela; mi clientela, a esas horas, estaba dividida entre amas de casa que siempre soñaron con tocar ese instrumento y adolescentes en el college, con horarios flexibles. Nuestro nuevo hogar estaba rodeado por bosques muy densos, llenos de colores fuertes en otoño y cubiertos de nieve en invierno. La casa era de tipo chalet, con pisos de madera que crujían con cada paso, ventanales inmensos que nos permitían ver los árboles frondosos y los animales que, a veces, se acercaban a la propiedad. Uno que otro venado, conejo o ardilla curiosa.

    Creo que este pequeño refugio, muy bien decorado por Samuel y su compañero, era el único lugar en donde me sentía segura. Colores vivos, fuertes; materiales naturales, como la lana o el cuero, el cobre y la piedra, nos rodeaban en cada habitación. Parecía el interior de un lujoso hogar Navajo. Y me gustaba así. Laura parecía adaptarse bastante bien al cambio muy radical en la decoración y en su estilo de vida.

    Mi hija mayor, sin embargo, no me hablaba; me dejaba mensajes con su hermana, para decirme en qué momento podría ir a recogerla a casa de sus amigas y a qué hora terminaba sus clases de "ballet’’. Ambas seguían tomando estas clases, dejando la equitación y el tenis. No podía ofrecerles todos los lujos a los que estaban acostumbradas cuando William vivía con nosotras. Sin embargo, quería que guardaran algo de sus vidas pasadas y lo que más placer les producía, era el ballet clásico.

    Mauro, mi hijo, era doce años menor que Emanuella. Y once años más joven que Laura. Había nacido por cesárea, en un parto de emergencia, que me sacó literalmente de mi estupor y apatía, luego de la muerte de Roberto. Mi instinto materno se despertó con furor ese día; pasaba horas junto a él, limitándome a recibir ayuda de mis dos amigos. Verlos cambiar pañales, mientras cantaban canciones de cuna, me llenaba de una ternura desconocida por mí. En los raros momentos en que me permitía reír y bromear, les decía que tenían, ambos, más instinto materno que todas las madres de la urbanización de Hudson.

    Esta urbanización estaba localizada a cuarenta minutos de Montreal. Era un vasto territorio residencial lujoso, lleno de casas clásicas, árboles centenarios y calles tranquilas. Algo así como un Greenwich americano, más rústico, más pequeño, menos ostentoso. Las esposas lucían como las amorosas y soñadas amas de casa, mientras que sus maridos hacían gala de estar muy enamorados de ellas… ¿Sarcasmo de mi parte? No lo creo así. Quizás, por el recuerdo de mi propio destino…

    Al enterarse de que tenían una nueva vecina, las mujeres de mi calle se reunieron una tarde y tocaron tímidamente mi puerta, con pasteles hechos en casa y frutas de sus jardines. Este hecho, lejos de alegrarme, me estremeció de angustia; temía que me hicieran preguntas embarazosas, que me interrogaran sobre mi estado civil y mi… marido. Hasta ahora, había escondido muy bien mi pasado tenebroso. Quería que esa realidad no se supiera; era imperativo para mí. Las recibí con una actitud bastante fría, parca en palabras, dándoles a entender que no me gustaban las visitas sorpresas. Rumores comenzaron a circular sobre mí: había tenido mis tres hijos con los dos hombres elegantes que venían a visitarme casi a diario (Samuel y André)… Como no sabía seguramente quién de los dos era el padre, ambos se turnaban con los hijos…O quizás, sufría de una enfermedad mental extraña… Tal vez, era una ex-terrorista que tuvo que refugiarse en Hudson, escondiendo un pasado sangriento.

    Mi rumor preferido era el que me describía como una especie de Mata Hari de los tiempos modernos, terminando con tres hijos de padres diferentes, acaudalada, bella aún, con talentos musicales extraordinarios. Estos rumores me llegaban gracias a mis dos queridos amigos, que los escuchaban sin querer, en la pequeña panadería artesanal de Hudson. Entre pastel o pan francés, y gracias a sus finos oídos musicales, Sam y André se enteraban de todos los chismes de nuestro vecindario.

    Las señoras que venían a tomar clases en mi casa, me hacían preguntas muy personales. Yo nunca les contestaba, limitándome a sonreír fríamente, diciendo que perdíamos el tiempo con mi vida personal. Afortunadamente, no insistían, aunque con la mirada, buscaban afanosamente alguna foto reveladora, tal vez en una de las paredes o encima de la inmensa hoguera de piedra.

    @@@

    Casi nunca viajaba a Montreal. Conducir me causaba un estrés increíble y por este motivo, limitaba mis compras a pequeñas tiendas cerca de nuestra casa. Por supuesto, aseguraba el transporte de los niños y me permitía una que otra salida a un restaurante local, pero nunca muy lejos; nunca con amigas. De todas maneras, ya no me quedaba ninguna. El escándalo de mi tragedia, las había alejado a todas. Sin excepción. Y si alguna vez, cruzaba una cara conocida en un lugar público, esa cara conocida nunca me saludaba; evitaba mi mirada y cambiaba de rumbo, rápidamente. Para estas mujeres, Ema había muerto, así como había muerto mi marido. Yo sabía que no era cierto, que William había huido muy hábilmente…pero nadie lo recordaba. Nadie preguntaba por él. Y mis nuevas vecinas, por suerte, no sabían la terrible verdad.

    Me refugiaba en mis paredes color café con leche y pisos de madera oscura; mi casa, mi nuevo hogar, mi refugio. Mi santuario alejado de todo, excepto de mis hijos y mis dos queridos amigos. Sabía que mi carácter había cambiado, con episodios de angustia total, llanto incontrolable y momentos en los que sólo me provocaba esconderme en un bosque denso. Eso sí, sin dejar de ser la madre de mis hijos. Responsable, presente, siempre pendiente de mis tres tesoros.

    Jamás permití que me vieran llorar y tampoco creí necesario hacerles saber que me sentía total e irremediablemente infeliz. Tenía demasiados recuerdos y traumatismos; lo que había sucedido en las Mil Islas entre Roberto, William y yo, no lo iba a olvidar nunca… Tenía la convicción de que una madre no ha de quejarse ante sus hijos por las situaciones adversas que se le presenten, porque ellos no son ni sus sicólogos ni sus confidentes.

    La intensa violencia de la que fui víctima y testigo, me transformó en un ser sin reacciones normales, sin joie de vivre y sin perspectivas concretas en el horizonte. Era como si un ruido espantoso me hubiera torturado los tímpanos en el pasado, dejándome completamente sorda; sorda e insensible a las buenas cosas de la vida: la comida, la música y las películas, que antes me hacían reír o llorar, ahora no representaban nada para mí. Cuando lloraba, era porque quería evacuar mi terrible angustia interior. Y mi sentimiento de culpabilidad por haber causado, indirectamente, la muerte de Roberto.

    Si no hubiéramos sido amantes… Si Roberto y yo hubiéramos resistido a nuestra atracción sin medida… ¿Cómo resistir a un imán más fuerte que toda la atracción terrestre? ¿Cómo decirle ‘’no’’ al amor más perfecto y sublime que uno pueda sentir en la vida? ¿Cómo?

    No hubo manera de negar ese sentimiento en mi corazón. Roberto había sido el amor completo; intenso e inevitable. Fatal. Me había dado su vida para proteger la mía, la de mis hijas… y nuestro Mauro. Su sacrificio se me revelaba en sus detalles los más humanos y sublimes, cada vez que pensaba en él, en su forma de morir para dejarnos la vida, a mí y a su hijo…

    Roberto, te extraño. Y te extrañaré siempre. Mi vida sin ti no tiene sentido. Esta vida que continúa para ver crecer a tres seres inocentes, verdaderas víctimas de este horror que sobreviví…

    @@@

    André se sirve té en una de las tazas que adquirimos ayer en una pequeñísima tienda del centro de Hudson. Me mira con interés, mientras se deleita con su bebida preferida, dulce y caliente.

    - Esta marca es la mejor, Ema. No deberías comprar té en especiales. Saben a agua de vajilla y lo sabes, linda. ¿Por qué Samuel no te ha regalado esa colección que compramos en nuestro último viaje a Nueva Delhi?

    - ¿No sabes que se la confiscaron en el aeropuerto Trudeau? No quiso decírtelo, tal vez, porque tú ya habías salido a buscar el carro en el estacionamiento. Acuérdate que le abrieron las maletas. Quizás, pensaron que era un té con… "vitaminas’’.

    Reí. Creo que André no estaba acostumbrado a oírme reír, porque me miró intensamente, una sonrisa enorme como el sol tomando forma en su semblante. No dijo nada. Quizás, para no espantar mi risa tan precaria, tan poco común en estos años de agonía. ¿Iba a volver a ser feliz algún día? No creo. Lo que sí deseo más que nada, es que mis hijos sean personas dichosas, amadas y felices en este mundo tan complejo.

    Samuel entra, cantando O mio babbino caro, mientras toma a Mauro en sus brazos y lo hace volar por el salón. El chiquillo lanza gritos de alegría y se dan besitos llenos de amor. Me encanta verlos así, porque Mauro no tiene a su papá junto a él; Samuel lo adora como si fuera su sangre. André está más apegado a Laura y a Emanuella, quizás porque cada quien ha escogido su lado y así, no hay celos ni rencores. Claro que ambos adoran a los tres niños, pero veo claramente esa preferencia en ellos.

    Luego de depositar tiernamente a Mauro en mis brazos, donde mi hijo se acurruca con ternura, Sam recoge dos leños cerca de la inmensa hoguera y los arroja al fuego. La hoguera está localizada en el centro del salón y es, también, el centro de nuestro hogar muy especial, diferente; las piedras irregulares le dan ese toque rústico que tanto me gusta, muy alejado del lujo ostentoso presente en la casa donde vivíamos antes en Senneville. El techo altísimo, los ventanales inmensos, el bosque casi pegado a las ventanas y la madera omnipresente en la construcción, eran mucho más representativos de mi gusto profundo que cualquier lujo innecesario.

    - ¡Tengo una sorpresa para ti, mi muñeca! –exclama Sam -. Ya que no te gusta ir a IKEA, IKEA viene a ti…

    Sale a buscar cuatro de las típicas bolsas amarillas de esta conocida tienda, de las que extrae unos cojines de lana llenos de colores alegres y llamativos.

    - Made in Bolivia. Son costosos, pero me parecen maravillosos… Ahora sí podemos decir que tu hogar se parece al del diseñador Ralph Lauren.

    - Nunca debí haberte hablado de ese programa de televisión, Sam. Parece que estás obsesionado con transformar esta casa en una copia de la del señor Lauren…

    - ¿Y eso qué tiene de malo?- preguntó, fingiendo estar ofendido por mi reproche.

    - Lo que tiene de malo, es que estás gastando casi todo tu salario en decorar esta casa, sin pensar en la de ustedes dos…

    - El único que decora nuestra casa soy yo, porque André no tiene buen gusto para esas cosas. Para él, decorar equivale a pintar las paredes y ya está… Lo amo por otros talentos, pero en este aspecto sí deja mucho que desear.

    - Menos mal que tengo… ‘’otros talentos’’ como tú dices- responde su pareja, sin ofenderse – porque Ema podría llorar por la vida tan sufrida que llevas conmigo.

    André y Samuel rieron, mirándose muy cómplices y secretos. Esa mirada me intrigó. Formaban una pareja muy apegada y tenían códigos que yo no llegaba a descifrar del todo. Los llamaba ‘’Los códigos André / Sam’’, porque sólo ellos los entendían y yo, pocas veces captaba el significado de las miradas que se lanzaban entre los dos.

    - Ema, tenemos una gran noticia para ti… pero queremos que tus hijos estén presentes para anunciarla. Esperemos la cena, ¿sí?

    Faltaban dos horas para comer y la impaciencia comenzó a invadirme irremediablemente.

    - Me voy a preparar un Chai y luego regreso aquí a conversar con ustedes…apoyado en los nuevos cojines de IKEA- anunció alegremente Samuel.

    - Te lo preparo yo, Sam- insistí-. Estás cansado, ayer tocaste piano hasta las dos de la mañana y hoy, te perdiste en la jungla de esa tienda sin fin…

    - Nada de eso, Ema. Yo no soy William. Ya te dije que no me gusta que me sirvan; preparo las cosas a mi gusto y con la cantidad de leche y azúcar que yo quiero. Sabes que soy obsesivo con mi Chai y que nos peleamos una vez porque le pusiste demasiada leche…

    - Sí, me acuerdo - confesé.

    Había sido, hasta ahora, nuestro único enfrentamiento de mejores amigos en el mundo, en el cual me reprochó de siempre querer hacer algo por alguien, de preocuparme por todos excepto preocuparme por mí; y yo, le reproché de ser terriblemente detallista, obsesivo en sus exigencias, testarudo y malhumorado. Terminamos llorando y pidiéndonos perdón, jurando que nunca más pelearíamos por tonterías como el azúcar y la leche en el té.

    Sam se marchó para preparar su bebida caliente, mientras André y yo quedamos junto a la hoguera, descansando un poco. Mauro corría por toda la sala, jugando con su carrito Fisher Price, gritando a pleno pulmón, mientras su hermana Laura bajaba las escaleras, preguntando por la cena.

    - Mami, ya tengo hambre y aún falta mucho tiempo para la hora de la comida ¿Qué hago?

    - Ven conmigo a la cocina y nos prepararemos unos wraps de legumbres, que nos calmarán el hambre mientras esperamos el pollo que está en el horno, ¿te parece? – dijo André suavemente.

    Laura y André se alejaron hacia la cocina, seguidos por Mauro, quien era muy apegado a Laura. Ella lo tomó en sus brazos, para besarlo con todo el amor que sentía por él, su pequeño hermano.

    - Ven aquí, mi morenito. Ven, que tu hermana te preparará cereales, ¿quieres?

    - ¡Síííí!

    Desaparecieron todos y quedé sola. El crepitar de la madera en la hoguera me calmaba y me llenaba de una paz que ya pocas veces sentía. Saber que mis hijos estaban rodeados por tres adultos que los amaban, me parecía un milagro, después de haber sufrido la pérdida de sus padres y de sus abuelos. Las noticias en la televisión, con la fotografía de William por todas partes. Las preguntas de las amigas. El terror, reflejado en los ojos de ambas niñas. Tanto dolor. Tanto sufrimiento. Por mi culpa, mi culpa…

    - ¿Dónde están todos?

    Era la voz seca de Emanuella. Nunca me saludaba. Nunca me preguntaba cómo estaba. Y ya no me decía ‘’mamá’’.

    Sentí un desagradable escalofrío, lo confieso. Su frialdad era una puñalada en el corazón cada vez que nos encontrábamos y un tema recurrente con Ana, mi sicóloga. Estaba segura de que no me quería, de que ya no me veía como su madre, sino como la peor de sus enemigas; la persona que destruyó su vida, tal y como la había conocido hasta ahora. La mujer que aniquiló su felicidad por completo.

    - Laura está con tu hermano en la cocina y…

    - ¡Ya te dije que ese bastardo NO es mi hermano! ¡Deja de llamarlo así, te lo exijo!

    Me levanté del sofá, más molesta que dolida, más indignada que herida, porque estaba atacando a un ser inocente, que no tenía absolutamente nada que ver con todo lo ocurrido en los últimos años. Mis ojos estaban llenos de ira y creo que Emanuella lo percibió, porque retrocedió cuando me acerqué a ella, para decirle a media voz, con un tono muy poco representativo de mi cólera interior:

    - Que me ataques a mí, que sientas odio, rabia, dolor por todo lo sucedido, lo admito. Pero NO te permito, ¿me oyes? no te permito que ataques a un niño inocente, que nada tiene que ver con los errores de los adultos, Emanuella. Quieras o no, es tu hermano…

    - MEDIO hermano, si queremos ser perfectamente claros… ex-señora de Parker –vociferó mi hija mayor.

    Nos miramos. De su parte, ojos fríos, impenetrables, a años luz de distancia de esos ojitos verdes que yo amaba tanto. De mi parte, una mirada vencida por tanta pelea entre ella y yo, tantos argumentos contra mí y contra el pobre niño sin culpa.

    - Nos dejaste casi huérfanos por culpa de ese español encorbatado, oloroso a colonia de ricos y…

    - ¡Emanuella, ya basta!

    La voz de André resonó en toda la casa. Si hubiese sido Sam, no le hubiera hecho caso; pero André era su preferido, su papá adoptivo, aunque ella negaba esa evidencia pura y simple.

    - Bien. Si es así, se me quitó el hambre y no quiero cenar con esta familia de locos y de desheredados. ¡Buenas noches!

    Y con un gesto teatral, digno de Betty Davies o Greta Garbo, salió corriendo hacia su cuarto, por la escalera en caracol. Quise seguirla, pero André me impidió hacerlo.

    - ¡Tienes que hacerte respetar, linda! Sé que sufre mucho la nena, pero no es razón para que te trate así. Déjala, el hambre la hará bajar dentro de un ratito y allí les daremos la buena noticia, ¿sí?

    - La adolescencia de mis hijas me está matando, Andresito.

    - Tu t’en sors vraiment bien, dans les circonstances, ma belle. Elle reviendra à toi un jour, tu verras! Ella regresará a ti un día, no te preocupes. Yo considero que te estás comportando muy bien con ella.

    - ¿Y si no regresa a mí con su cariño? ¿Qué haré?

    - Eres su madre. Pase lo que pase, ella lo sabe. Ya verás que un día estará cerca, muy cerca de ti de nuevo.

    Me agarró de la mano y nos dirigimos a la cocina, no sin antes mirar hacia el cuarto de Emanuella, con tristeza y mucha esperanza.

    @@@

    La cocina fue diseñada por una artista mejicana, que plasmó sus hermosas ideas, con lujo de detalles. Los dueños de la casa, al yo adquirirla, subrayaron el hecho de que la cocina era la pieza central de la vivienda. Tenía los colores, la magia y los materiales utilizados en las grandes cocinas aztecas, con prevalencia de cerámicas multicolores y piedra natural ocre. Nos reuníamos aquí casi todas las noches, cuando André y Samuel podían hacer el viaje desde el Viejo Montreal hasta Hudson. Rara vez faltaban a una cena, a pesar de la distancia increíble que debían recorrer.

    André tenía un horario más flexible que Samuel, porque trabajaba sobre todo de noche, en boîtes de nuit lujosas y festivales musicales en Montreal. Era un saxofonista de gran talento y siempre le llovían contratos; Observé que desde el nacimiento de Mauro, trabajaba menos… y Samuel también. Hacía años que no recorrían Europa, y ese hecho me hacía sentir una punzada de culpabilidad. Mis errores habían cambiado mucho el ritmo de vida de mis dos mejores amigos; estaban a mi lado incondicionalmente, sin juzgar, recriminar ni recordarme que le fui infiel a mi marido.

    Samuel, pianista de profesión, fue invitado por la Orchestre symphonique de Montréal en más de una oportunidad. Había actuado como solista en varias grabaciones de música clásica, discos que fueron acogidos con relativo éxito por el público. Sin embargo, yo sabía muy bien que le había puesto una "pausa’’ a sus ambiciones musicales en el mundo, para no alejarse de nosotros, sobre todo de los niños.

    Ese amor incondicional de ambos, ese sacrificio con una sonrisa sincera, me tocaba en lo más profundo del corazón. No les pedía nada, no les exigía nada, pero ahí estaban, siempre presentes y listos para ofrecerme cualquier ayuda, cuidar a Mauro, pasar tiempo con Laura o Emanuella… y

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