Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La Verdad Entre Líneas: Novela
La Verdad Entre Líneas: Novela
La Verdad Entre Líneas: Novela
Libro electrónico456 páginas7 horas

La Verdad Entre Líneas: Novela

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La vida no es nada sencilla; O tal vez s? sta precisamente es la interrogante que debe hacerse un periodista audaz, pero al mismo tiempo inseguro, cuya vista clara aparenta rsele empaando mientras acomente la tarea primordial de descifrar y difundir los pormenores de un asesinato enigmtico. El problema radica en que conforme avanza en su investigacin, parece que a este hombre tanto el trabajo como la vida misma se le van complicando cada vez ms de forma exasperante ; porque al arcertijo inicial, se le va agregando la confluencia de otra frustrante multitud de extraos sucesos cuyo misterio tambin debe ser resuelto. Y, ms importante, acaso todas estas cosas estn relacionadas entre s? El homicidio es un hecho aislado, o de veras constituye slo la punta de la madeja en un entramado siniestro que presagia el apocalpsis de una guerra nuclear entre China y Estados Unidos? La interrogante tal vez se plasma mejor en sentido bblico: Es decir Lo que observa el protagonista comprende el Apocalipsis, una Revelacin o tan slo algo completamente Apcrifo? Como sea, estas preguntas deben ser contestadas, pero en lugar de serlo, slo parecen ir procreando ms enigmas enfadosos. Ambientado en un futuro no muy lejano cuyos acontecimientos emparejan casi perfectamente con los de la actualidad, esta obra novelstica avanza a la carrera en su esfuerzo apresurado por esclarecer los detalles de un misterio que no parece muy dispuesto a desprenderse de su manto de hermetismo. A medida que progresa el camino de su investigacin que recorre escenarios desde Estados Unidos a Nicaragua, va tomando uno y otro giro impredecible que lleva hacia un final tambin inopinado. Se trata de la realidad o la imaginacin? De un engao cuidadosamente urdido o tan slo el gigantesco desengao de un asunto sobreestimado? Todo esto queda por verse, y el suspenso va en aumento. La cuenta regresiva va en su marcha acuciante e imparable y el protagonista debe esclarecer todo este conjunto opaco de datos que tiene por delante suyo antes de que sea demasiado tarde: antes de que venza el plazo de la fecha lmite de su reportaje - o del mundo.

IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento5 sept 2017
ISBN9781506521411
La Verdad Entre Líneas: Novela
Autor

Harvey Sullivan

Harvey Sullivan, nacido en 1974, es profesor de español en Estados Unidos. Aparte de impartir clases de lenguas, el autor es también apasionado de la investigación de la historia y la literatura hispana, campos que son abarcados en muchos sentidos por esta obra que marca su estreno en el campo novelístico.

Relacionado con La Verdad Entre Líneas

Libros electrónicos relacionados

Suspenso para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para La Verdad Entre Líneas

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La Verdad Entre Líneas - Harvey Sullivan

    LA VERDAD

    ENTRE LÍNEAS

    Novela

    Harvey Sullivan

    Copyright © 2017 por Harvey Sullivan.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:       2017912302

    ISBN:                         Tapa Dura                                     978-1-5065-2139-8

                                    Tapa Blanda                                   978-1-5065-2140-4

                                    Libro Electrónico                           978-1-5065-2141-1

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 31/08/2017

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    765228

    ÍNDICE

    I     La Muerte En El Paraíso

    II     Una Porción De Datos Biográficos Con Su Guarnición De Albahaca y Perejil

    III     Vuelta Al Comienzo En Una Manera De Hablar

    IV     ¿Yendo Derecho A La Noticia del Día?

    V     De Unos Reventones Inopinados y Un Desvío En Mi Camino.

    VI     Otro Cambio de Asignación - ¿Otro Resto De La Historia?

    VII     Un Enlace Provechoso

    VIII     Morcilla, O Sea Interludio Con Limburger y Anchoas

    IX     Otra Historia, ¿O La Misma? Con Sus Respectivas Filosofías

    X     Andando Por Las Ramas En La Jungla

    XI     ¡Bomba! O Más Bien Otra Noticia Estremecedora

    XII     En La Base Sin Permiso Ni Licencia

    XIII     La Laguna De Mi Descontento

    XIV     Volviendo A Orientarme Sin Brújula

    XV     Recogiendo Datos Con la Criada y Sin Recogedor

    XVI     De Una Zanja Que Abría Brechas En Vez De Salvarlas

    XVII     Una Vuelta Segura a Casa – Y A Más Inseguridad

    XVIII     Valiéndome Del Ingenio (O De La Ingenuidad) Otra Vez

    XIX     En Base Y Fuera De Este Mundo

    XX     Valiosos Enlaces De Familia

    XXI     Mucha Facha Aérea, Poca Sustancia

    XXII     La Inviolable Ley Del Desplazamiento

    XXIII     Otro Análisis Artístico

    XXIV     Zdravstvuyte

    XXV     Noticias Viejas Que Para Mí Eran Novedades

    XXVI     Un Descanso Inmerecido, Aunque Pensé Que Lo Merecía

    XXVII     Dándole Punto Final (o punto y coma) al Resto de la historia.

    Para el Doctor Carlos Blattner, cuyo nutrido anecdotario siempre era una base fértil para mi creatividad.

    A Modo De Proemio

    Es un hecho indiscutible que las apariencias sí engañan, al menos en lo que a mí me toca. Pero apuesto a que lo mismo os sucede también. Por lo cierto que es, sin embargo, que el mundo obra a base de tales apariencias, sería inaceptable no sospechar de algunas, pero por el otro lado sería un trabajo agotador irlas cuestionando a cada dos pasos. Como he visto en reiteradas ocasiones últimamente, el momento en que me pongo a contemplar algo como el reflejo de los rasgos de mi cuerpo devuelto en la superficie de un cuerpo de agua, o de veras a reflexionar en cualquier asunto que por fuera aparenta ser completamente sencillo y, ehem, superficial, y me agacho para contemplar mejor, me hallo súbitamente jalado hacia abajo, mediante un resonante chapoteo, a profundidades imprevistas y asfixiantes, sin lujo de una máscara de buceo, un tubo de respiración o aletas natatorias. Tal fenómeno invariablemente me deja suspirando desesperadamente por aire y termina ocasionándome más que un leve dolor de cabeza para el que analgésicos no son suficientes– supongo que se puede decir que se trata de una suerte complejo mío de reflecciones, el cual es más como un reflejo y uno de una multitud del los cuales jamás me he visto capaz de liberarme. Sucede que perpetuamente debajo de la primera capa insustancial de una materia que me pongo a estudiar, me voy topando con facetas ocultas que jamás hubiera sospechado: entonces lo breve se alarga, lo huero de súbito se vuelve sustancioso, y lo fácilmente descifrable se torna todo un arcano abisal en el que me caigo como quien se precipita en un pozo profundo. Pero lo opuesto también es cierto. A menudo soy capaz de arbitrariamente transformar, como por arte de magia, un asunto que debe ser complicado en algo demasiado simple – al menos en mi mente. Así es con tantísimas cosas de la vida que, presentando una facha de sencillez o al contrario, luciendo complicadas, embaucan al pobretón que les pretende realizar una leve y presurosa revisión y en lugar de eso acaba completamente enmarañado. Y lo peor del caso, tal vez es el hecho que estos enigmas, yo me devano los sesos tratándolos de descifrar, preguntándome después si todavía me quedarán bastantes sesos con que realizar mis otras tareas. Quizás elucubro demasiado; pues que vosotros seáis los jueces. Pero os impetro a que no me juzguéis sin haberme hecho el inmenso favor de haberme leído de forma cabal. Volvamos al tema de mis meditaciones sobre las cosas aparentemente sencillas (aunque la misma regla también aplica a las complejas): Al querer sondear esta especie de recovecos, como dicho queda ya, es inevitable que yo también termino ahondándome inexorablemente en lagunas de pensamientos que ponen a prueba la capacidad de neuronas y sinapsis de cuya existencia apenas tenía conocimiento previo. Yo debería haber estado precavido, habiéndolo experimentado ya tantas veces, pero como si nada, parece que no aprendo de este duro maestro que es la experiencia y siempre me quedo tan desprevenido como nunca, como la primera vez. Si existe la posibilidad de que un desventurado cualquiera se ahogue tan sólo en dos pulgadas de agua, no debe ser muy distinto el sentido de anonadamiento que me sobreviene cuando parezco hundirme al contemplar dichos elementos tan escuetos pero aparentemente tan complejos a la vez. De hecho lo curioso es decir que yo mismo me ahogo en un vaso de agua casi semanalmente. Luego, de puro milagro resucito, me sacudo como perro mojado, y vuelvo a mi faena como si nada – supongo que la práctica hace la perfección… y el acostumbramiento. Y para que vayáis adquiriendo cierto grado de empatía conmigo, os desafío a que también os pongáis a hacer lo mismo: haceos cuenta, por ejemplo, de lo profundo que es este concepto que abarca la historia, y precisamente una historia de capítulos cuidadosamente recopilados como la que es ésta. Parece tan simple, mas no lo es. Considerad que la historia consta de una materia que debe su integridad al acto de patentizarse contínuamente a los que la puedan percibir, que la puedan llegar a entender y que la puedan transmitir a otros que estén capacitados para seguir este mismo proceso. Porque la historia no existe efectivamente a menos que se dé constancia persistente y continua de ella y de los hechos que la componen de forma escrita o hablada; eso con tal de que tanto el prójimo de hoy en día como las generaciones venideras la lleguen a experimentar y perpetuar de algún modo, por vicario que sea. …y, en especial para que las que la hayan escuchado o leído no cometan los mismos errores que el protagonista previo. Un relato primordial, circulado de boca en boca o visualmente, de esta manera, va dando lugar a herederos que de un modo u otro pueden seguirle alargando la vida contada una y otra vez, sucesivamente para que la consciencia de él no se esfume - y tampoco las lecciones que imparte. De otro modo la dicha historia, por lineal o circular que sea, pronto se quedaría, truncada despedazada, y condenada a una muerte o lenta o rápida, de acuerdo al rango de la memoria de la gente que la ha experimentado y compartido. Asemeja al tejido corporal, que privado del riego sanguíneo, inexorablemente sufre la necrosis. ¿Veis? Tan simple pero tan complejo a la vez. A raíz del reciclaje de un relato primordial, precisamente brota una madeja compleja de otras raíces que van nutriendo una base o red que la sostiene. Bien de pronto lo que de una vez podría haber sido efímero, terminal y, de carácter moribundo, termina adquiriendo un toque de inmortalidad, pues la historia escrita comprende de por sí un gigantesco salto en delante de la puramente oral – la escritura es permanencia – no sólo fija sino guarda y luego disemina. Por tanto, la historia no sólo sucede, sino que se cuenta y ahora queda capacitada de permanecer fielmente guardada tanto por fuera como por dentro de la mente que la contempla, para que otras mentes vayan aprendiendo algo sustanciosa de ella. Y precisamante en ese rasgo indeliblemente manifiesto y constatado estriba parte de esta curiosa dualidad del papel mío del periodismo que queda asentado en el papel de otro tipo – de periódico o de los folios impresos manuscritos o mecanografiados de una resma, o, más bien como va siendo el caso aún más en la actualidad, en estas nubes del ciberespacio (las que, por cierto, opino yo que corren el peligro de ser tan efímeras y perecederas como los pensamientos mísmos); asimismo conviene también constatar en esta misma suerte de segundo sentido simultáneo que mientras unos papeles son impresos y conservados, otros son impresionantemente interpretados como el de un actor en una farsa. Basta decir que el papel mío involucra una buena porción de ambos papeles, siendo yo no sólo un buscador y diseminador de datos sino también un hábil y versátil intérprete para poder conseguir los mismos datos que saldrán impresos en papeles…de prensa. ¿Por qué pierdo el tiempo en relataros esos detalles de la historia? Porque, como veréis esta historia también es la mía. Esto, señoras y señores, es, en breve, el meollo de mi trabajo. Como las apariencias engañan, lo aparentemente superficial puede esconder profundas verdades – secretos abisales y reveladores que yo me dedico a buscar mediante buceos, sean literales o figurados. De este mismo modo, cuando unos acontecimientos que a primera vista no eran ni ordinarios ni relacionados entre sí repentinamente parecían comenzar a ensartarse a sí mismos y unirse de forma sorpresivamente ordenada delante de mi vista asombrada así como una codiciada hilera de cuentas Millifiore perfectamente combinadas, pues yo no podía sino ir de cabeza buceando más profundamente en busca de averiguar los pormenores y desentrañar enigmas que yacían por debajo de la superficie; como resultado de esa misma operación de rescate yo sentí la apremiante necesidad de engarzar esmeradamente los recuerdos de estos mismos elementos salvados para formar el hilo argumental de este relato insólito. Pero no nos adelantemos. Lo importante es que de este mismo modo se fecundó la narración que tenéis por delante, lectores míos, a base de una bien cultivada siembra y transmisión de la intersección de memorias mías con los sucesos mundiales, enfocándose, claro, en las más excepcionales y dignas de rendir fruto de permanencia en la memoria vuestra. Así es. Transmisión, permanencia y vitalidad. Teniendo en mente esta filosofía, he seguido haciendo zambullidas subsiguientes, propicias y fructíferas, en estas honduras de la superficie, y dichos buceos han aportado una plétora de descubrimientos espléndidos. Pero ya creo haberme enredado demasiado con este proemio tan sencillo mas tan complejo. Lo cierto es que el simple hecho de que estáis leyendo esto significa que también habréis hecho esta misma suerte de hallazgo portentoso y que hallasteis en mi obra otra manera de complicaros la vida como yo lo he hecho con la mía propia. ¿Por qué dejar una cosa bien comenzada, entonces? Os invito cordialmente a que me accompañéis en este maravilloso viaje de buceo que he emprendido y que sigáis atentos leyéndome…

    ¡Zambúllase, Zambúllase!, - ¡Hacia abajo!…. ¡Cierren escotillas!… ¡Fluten! ¡Inunden los tanques….. ¡A doscientos metros! ¡Andando! (es decir zambulléndose!) ¡Rápido! ¡Apúrense! –

    Ese chorro de órdenes vociferadas se oyó fluir rápida y sucesivamente a pocos momentos, las unas de las otras, inundando el sistema de altavoces al igual que los tanques, difundiéndose por todo el largo y ancho de la nave, que no era ni muy largo ni muy ancho, sino desde el punto vista de su tripulación, hacinada en su interior, y, para usar la frase trillada, tan apretujada como en una lata de sardinas. Se trataba de lo último de la tecnología subacuática de punta – un vehículo nuclear submarino, plataforma estadounidense de lanzamiento de misiles balísticos de una naturaleza análogamente nuclear - ejemplar recién botado, y parte de una flota creciente de tales botes nucleares, a la que se echó al agua en una carrera por emparejarse lo antes posible con el ascendente poderío naval chino (por no mencionar las demás potencias militares chinas). La nave en cuestión, a diferencia de su designación Clase Ohio, se encontraba emplazada frente a la costa de California, rastreando docenas de buques equivalentes y opositores que formaban parte de unas maniobras conjuntas militares sino-rusos, los que unos cuantos días anteriores, se hubieron acercado peligrosamente a la parte continental de Estados Unidos. Se sabe bien que en la unión estriba la fuerza, y los chinos, quienes habían hecho cargo de un buen número de submarinos rusos de la variedad Tifón comprados a los propios rusos (por no decir los aparatos de su propia fabricación doméstica), ya estaban valiéndose de asesoramiento y tripulantes rusos a bordo de ellos, en el proceso haciendo de manera conversa que la potencia naval rusa de hecho se multiplicara de forma exponencial. Luego de todo, los americanos jamás serían tan imbéciles como para arriesgar una guerra con dos potencias nucleares a la vez por haber infligido bajas rusas y chinas, ¿o tal vez sí? Cada una de estas naves estaba equipada con una plétora de potentes ojivas nucleares que se apuntaban a blancos norteamericanos y podrían obliterar una ciudad como Los Ángeles, San Francisco, o Chicago, en un asunto de sólo minutos; además, fuentes no reveladas (no, por cierto fuentes de agua) a mí me han revelado que las naves tipo Tifón estaban equipadas con sauna y gimnasio para la tripulación, hecho que sin duda constituyó otro incentivo como para los chinos las compraran. Bueno, espero que les hayan sacado máximo provecho a tales facilidades. Así que se podia decir de veras se aproximaba un tifón – no, múltiples de ellos, y por debajo del agua en lugar de por encima de ella. Por el lado opositor, la descomunal ballena metálica que estaba al servicio contrario de Estados Unidos, que de lejos miraba de cerca tales otras bestias contrarias, con el previo vocerío de órdenes ruidosamente dadas y su torre aún erguida como una serpiente marina ascendida en busca de aire, de improviso se deslizó por debajo del oleaje y emprendió un acelerado descenso a las honduras oceánicas, por el pavor y asombro de los demás ejemplos de vida marina cohabitacional, que se hicieron a un lado; con premura sigilosa, habiendo estado la ya mencionada nave estadounidense pocos minutos antes en la superficie del Océano Pacífico, la que de veras entonces estaba bastante encrespada y agitada, los miembros de la tripulación de inmediato, acatando las órdenes dadas, se pusieron a hacer que la ingente máquina, provista de dos docenas de misiles nucleares Trident capaces de arrasar ciudades o incluso países enemigos enteros, se zambullera en las aguas nada superficiales. Un dato curioso acerca de este dispositivo parcialmente pisciforme era que, en ausencia de aviones que zumbaban por las alturas y dejaran caer cargas de profundidad, o buques que las lanzaban mientras surcaban las aguas de la superficie, el único ente verdaderamente capacitado de propinarle un arponazo mortal a esa ballena particular cuando estaba zambulléndose con su tripulación engullida en el vientre como el Jonás bíblico en esas honduras oceánicas era otro opositor de su misma especie, equipado con torpedos; ¡Vaya cosa rara! Este submarino, una vez inmerso, comenzó a ejercer su propio papel disuasivo o tal vez de enfrentamiento, ya que podía lanzar su propia carga de cohetes hacia Beijing o Shanghai, o aún Moscú en el caso de ser necesario. Quizás e irónicamente, los misiles de ambas partes, una vez salidos de sus silos subacuáticos hicieran cruzar sus respectivas estelas de vapor mientras se dirigirieran a sus blancos terrestres. Pero por el momento, nada de eso – se trataba de un simulacro – por el momento, y por ende, por el momento, sólo merodeaban por el océano, espiándose mutuamente. Así se dieron los próximos pasos deslizantes y casi silenciosos de un juego de gallina precario que se desenvolvía entre dos (o más bien tres) poderes nucleares, tal y como había sucedido durante la Guerra Fría de antaño, y eso significaba que en lugar de salir tan sólo una víctima desplumada y con el pescuezo retorcido, tres partes, al menor descuido, podrían terminar asadas sin espetón, fritas sin necesidad de aceite, o peor aun carbonizadas del todo. Huelga decir que la posibilidad de que medio mundo terminase calcinado daba presagios negros, pero muy negros – y muchos de ellos.

    I

    La Muerte En El Paraíso

    Y ¿Qué manera mejor para seguir esta zambullida que disecando otro pensamiento superficialmente profundo y aprovechándose de los hechos para mostrar su duplicidad? Tomad, por ejemplo la idea de una isla: Porque asimismo como un refrán popular ha dicho que ningún hombre es una isla, habrá que agregársele a este dicho un corolario o enmienda, ya que el transcurso del tiempo viene comprobando de forma palmaria que tampoco la mayoría de las islas mismas lo son ya de verdad, en especial en el tiempo presente; los gran saltos efectuados en los campos de tecnología, la comunicación y el transporte han verificado un encogimiento real o percibido (aunque la verdad es que la percepción y la realidad son casi idénticas) en otros campos, sierras, y océanos del mapamundi, y en la actualidad casi nadie es capaz de aislarse por completo, especialmente si se tiene en cuenta que la mayoría de las islas desérticas ha quedado poblada, no de antropófagos y salvajes cazadores de cabezas, sino de náufragos simulados, concursantes o protagonistas de programas televisivos de esta realidad fingida que tanto predomina hoy en día: hay que conceder que las fronteras han quedado virtualmente volatilizadas y la gran parte de los países tanto como los continentes (y las mismas islas), han acabado como esta delicia suiza que es el queso fundido (yo lo prefiero con vino blanco, o ¿ hay otra manera?). El mismo globo terráqueo que tanto se redondeaba en los días de antaño, cuando zarparon figuras como Colón y Magallanes, en la actualidad se ha vuelto más llano que nunca, y un viaje que antes habría requerido semanas o meses de travesía en caravela, ahora se verifica en un asunto de segundos de forma vicaria y cibernética tan sólo con el pulsar de una tecla. Aun este término anticuado, a-islar-se, de por sí muestra lo infructuoso que es que el hombre trate de valerse de accidentes geográficos por alejarse de la totalidad de su entorno, pero de forma inexorable lo del mundo de afuera termina imponiéndose. Por lo mucho que tras el primer fracasado intento de Elba, el Concierto de Europa con el exilio en otra isla, Santa Elena, apenas sí logró apartar a la corta pero imponente figura de Napoleón de sus diseños de antaño de volver a este continente y recoquistarlo…. Eh, detengámonos acá un instante para que les diga a los que ya estén molestos por lo demasiado que profundizo en nimiedades más o menos nimias, que me perdonéis - si bien mi propósito es expositivo, a veces me dejo llevar demasiado por lo frívolo y también termino cavando huecos mejor con signos de interrogación que con una pala. Soy escritor de oficio, ¿Qué más queréis? De todos modos, lo que quiero decir es que en la actualidad, ningún individuo puede distanciarse del todo del ambiente que lo circunda. Pero no nos compliquemos innecesariamente la vida con detalles… al menos todavía no. Basta decir que cualquier esfuerzo por zafarse del mundo inevitablemente termina, por las buenas o por las malas, con el individuo domado por, y fundiéndose irremediablemente con el medio ambiente que lo rodea como metal en un crisol caldeado. Sí. Los eventos en el exterior invariablemente invaden y conquistan nuestro cómodo espacio de aislamiento buscado tal y como lo hizo Napoleón con los países europeos en su día. Asimismo, y en este mismo sentido, nosotros como individuos frecuentemente terminamos engullidos y digeridos por nuestras circunstancias personales - o las mundiales, o ambas cosas, tal y como la multiplicidad de esos ciudad- estados alemanes eventualmente fueron amalgamados en el gran imperio prusiano; pero de nuevo me estoy apartando del tema. La cruda realidad, al fin y al cabo, es la de que por esa invasión del mundo de afuera no queda mucho remedio, y por tanto a menudo tenemos que sencillamente resignarnos a que acontezca dicho fenómeno, que el ambiente nuestro nos coma crudos como tallos de apio, y defendernos lo mejor que podamos – ¿con antiácidos quizás? Si alguien cree que de nuevo me he vuelto a zambullir en las intricacias de lo poco profundo y tal vez a moralizar un poquitín, le advertiré que tiene toda la razón; De todos modos, perdonadme nuevamente, porque de este mismo proceso surge otra verdad sencilla y profunda al mismo tiempo: cualquier rincón de este planeta tierra nuestro, por alejado que sea, puede hallarse convertido de un instante a otro en una encrucijada significativa en donde convergen las repercusiones de sucesos de puntos distantes del mundo. De este hecho no hay escapatoria. Así coincide la historia particular con la colectiva, y muchísimas son las veces en las que esta confluencia no le resulta nada placentera al desgraciado que se convierte en objeto de ella, como se verá a continuación.

    Habiéndonos fijado retóricamente en el tema de las islas apartadas, es indispensable también acordarnos de que, al fin y al cabo el mero hecho de que ningún hombre ni ninguna isla en efecto sea una isla, no ha hecho que algunos inconformes testarudos desistan de su infructuoso intento de serlo – es decir una isla, o al menos de aislarse en ella, la isla, con tal de escaparse del resto del mundo. Dicho eso, ¿Por qué no enfilamos, por tanto, el sentido de nuestra atención como aguja de brújula específicamente hacia otra ínsula, esta vez de forma literal y más sustanciosa en términos materiales? Es la de Bocal, sita a corta distancia del litoral nicaragüense. Se trata de un recinto paradisíaco cuya calificativa de privada le cuadraba a las mil maravillas, porque lo cierto era que parecía estarlo en definitiva de todas las molestias pesarosas que suelen aquejarnos en este mundo de hoy en día que se caracteriza por ser tan civilizado pero a la vez tan carente de civilidad. De esta misma forma, a los parajes más urbanos les suelen faltar hasta la pizca mínima de urbanidad, lo más sobreedificado, escasea en facetas edificantes: Desde el fatigoso incordio de gente en los despachos corporativos que viste de etiqueta, pero más se porta como simios exigentes, alborotados, pidiendo a gritos este asunto u otro, a esta cacofonía en la que se unen el estrepitoso e incesante tintineo telefónico y las arduas jornadas laborales (al decir esto estaré pensado en lo que a menudo constituye mi propio trajinado ámbito laboral), la diferencia era de noche y día entre el antedicho tormento de bullicio y barahúnda y cierta mota terrenal caribeña, provista tanto de un vergel de flora y fauna como de bordes lamidos por los suaves lengüetazos caribeños. Bien seguro era que este segundo lugar parecía avenir lo mejor de dos mundos, tanto las comodidades tecnológicas de punta como los encantos de lozanía edénica no desarrollada, y todo dentro de un marco de sosiego y tranquilidad. De todo había para agradecer en un reducto de esta forma en el que uno se pudiera guarecer y olvidarse por completo del implacable huracán de ajetreo que parece conllevar la modernidad. Ese saliente terrestre que puntúa las aguas azules cristalinas parece hacerlo tal y como un tipo de lunar, protuberante y piloso y colorido parece alterar súbitamente la entereza de una piel lisa y macilenta. En esta instancia, sin embargo, el bulto en cuestión precisamente no era de forma dérmica, y sus brotes capilares lo eran de tipo arbóreo cuya copa de palmeras era justo lo bastante tupida como para escudar con su refrescante parasol natural del penetrante y resplandeciente ardor del astro rey mientras que empañaban casi toda la vista del terreno por debajo – lo mejor de ambos mundos para quien deseaba quedarse a la sombra tanto de manera literal como figurada. Efectivamente se trataba de otro lugar sincero donde crecía la palma, el cual daba ganas de entonar estrofas de Guantanamera aunque no se estuviera en Cuba. Era cierto que en mucho parecía a estas Chinampas o jardines flotantes en el Parque de Xochimilco que he tenido la dicha de ver. La isla estaba rodeada en su totalidad por un corto trayecto playero de blanca arena que a su vez terminaba abruptamente en unas laderas empinadas que habrían dificultado por mucho su ascenso, eso de no haberse tratado de dos largas escalinatas de madera que también arrancaban de la parte costera. Allí podían apearse pasajeros de los buques, que representaban el único medio de transporte capaz de llegársele, con posible excepción de los aéreos que contaran con flotadores. Este esbozo, yo lo hice habiendo visto de primera mano la escena del homicidio no hace mucho – pero de eso hablaremos en más detalle después. Por ahora seguiré en mi previa línea de pintura, consignando que en otros asuntos, tampoco había reñida competencia entre la civilización y la muy apetecible barbarie de ese escondite, pues, ¡En cuanto a islas, el aislamiento relativo definitivamente tenía sus ventajas! En este respecto algo que aún no subía como el punto más álgido de la marea de las aguas era el precio de los bienes raíces nicaragüenses, los cuales se podrían conseguir por una bicoca relativa, si bien con el término bicoca se refiere a la suma nada irrisoria de quinientos setenta mil dólares estadounidenses (y lo seguro era que las Córdobas centroamericanas no hubieran dispuesto del mismo don de tirar palancas como las divisas homólogas del Tío Sam). – ¿Por qué gastar un ojo de la cara en adueñarse de una migaja hawaiiana cuando se puede obtener un trozo sustancioso de hawaii de en el Caribe? – había pregonado a los cuatro vientos el anuncio publicitario. Y, en efecto era como la carnada para un pez. Definitivamente ésta era una oportunidad que no podría ser pasada por alto, y al final no lo fue….

    El afortunado comprador en cuestión (admitiendo que bien deberíamos acordarnos de que la fortuna puede ser tan amarga como dichosa) era un banquero de oficio, pudiente, y podrido de dinero, lo cual representaba una cara de la podredumbre bastante buena. Es en el mismo sentido podrido que el maíz puede estarlo de ese hongo llamado huitlacoche o cuitlacoche, el que pese a su apariencia negruzca y mugrienta, se ha vuelto todo el manjar de una trufa codiciada y costosa. Tan adinerado era este hombre que la plata se desprendía de él de la misma manera que la caspa lo hace en algunos que sufren el azote de la resequedad en el cuero cabelludo, por así decirlo, pero con esta especie de caída – es decir la del banquero encumbrado, había poco de que quejarse. El nombre combinaba bien con el individuo; se llamaba William Bill Billings, y debido a su crecida suma pecuniaria, se le había dado el apodo de Million Dollar Bill, o sea billete de un millón de dólares", aún sabiéndose que dicha denominación no existía en el papel moneda estadounidense. De haber existido, sin embargo, sin duda alguna, había tenido el retrato suyo en lugar del de Wilson o Franklin estampado en el anverso. En fin, viendo todos estos detalles, se sabe de inmediato que a este tipo definitivamente el importe de cualquier cosa en la vida era lo que menos importaba. El individuo éste estaba habituado a hacer fastuosas excursiones en yate o jet privado, y la consecución de este islote en algo semejaba a otra muesca de éstas que solían efectuar los vaqueros en las culatas de sus armas – otro logro del cual enorgullecerse. Era un hombre de estatura mediana bastante gallardo y apuesto en el aspecto físico, y quizá hubiera asombrado que a los cuarenta y tantos seguía sin una sola cana en el cabello castaño, y aún más que se quedase soltero y sin compromiso. A lo mejor era un hombre del mundo, algo calavera, mas estos datos no se han comprobado con certeza absoluta al que escribe estos renglones, pues confieso que yo nunca había tenido la dicha de conocer al sujeto en vida y por ende he hecho el presente retrato basándome en la mezquina porción de datos que pude recopilar de la fotografía que tenía de él junto a los informes proporcionados por los acongojados familiares y allegados del difunto, en el momento todavía bañados en sollozos. Lo que sí puedo decir es que el hombre en cuestión, como todos tenía sus defectos, y muchos de ellos. Entre el cúmulo multitudinario de otras taras, tenía la muy llamativa de no vestirse de una forma que se consideraría adecuada en el reñido ambiente de los negocios empingorotados y también despiadados. Nunca llevaba corbata ni saco ni otras prendas de rigor en este particular ámbito laboral. Tan pronto solía vestir raídos pantalones de mezclilla como algo más presentable. Algunas veces andaba con la bragueta abierta para que todos la presenciaran así como los mismos reyes magos observaron al niño Jesús en el pesebre. Conforme a estas otras idiosincracias, tampoco era difícil entender que nuestro hombre trataba de esquivar el trato social las más de las veces ya que parecía un tipo bastante malajustado. Sí. A todas luces aparentaba carecer completamente de pulimiento social; pero acordémonos que las apariencias a menudo engañan de forma taimada. Porque ni por su aspecto tan tosco dejaba de manejar habilidosamente otros asuntos esenciales como era el de esgrimir las cuentas bancarias y darles remate a tratos multimillionarios de manera tan diestra como el matador hace con el toro; cosechaba el éxito y el dinero a mogollón en su propio campo empresarial tal y como un agricultor pudiera conseguirlo en un frutal con mucha labor y condiciones climáticas idóneas. Parecía que la suerte (la buena suerte, es decir) le sonreía. Además, pese a parecer estrafalario y descuidado a más no poder en algunos aspectos, y un verdadero cavernícola en lo del atuendo, gozaba de este precioso e imprescindible don de haber hallado la llave dorada que le permitiría una cabida social segura – quiero decir el logro pecuniario de don dinero. Porque el dinero franquea muchas puertas que en otros sentidos se consideran cerradas a cal y canto (yo, por mi parte, tengo que valerme de una ganzúa o una maldita palanca). Nuestro sujeto, por fortuna suya, había descubierto una ley no escrita de proporciones inversas, la que dicta que cuanto más iba en aumento el caudal de su propia fortuna, más decrecía cualquier atisbo de rechazo que pudiera haber habido hacia él de parte del público. Es curioso este fenómeno que ejercen las riquezas, hechizando a gente, transformando milagrosa y repentinamente a muchos individuos que de otro modo serían huraños, díscolos y fríos en amables. Además, a diferencia de mucha gente plebeya, si sus próvidos fondos no lograban ganarle adeptos en un lugar, podia sencillamente darse el lujo de darse al mismo tipo de fuga y autoexilio que suelen permitirse muchos otros ricos, e ir a otro lugar bien apartado de las tribulaciones de este sitio presente. De este modo, ¿a quién le importaría que se salpicase de comida e hiciera que su atuendo sirviese como muestra patente de los alimentos que acababa de ingerir? Es más, ¿a quién le importaría que estuviese o no cerrada bien esa maldita bragueta, cuando sencillamente podría marcharse hacia otro recinto donde podría estar completamente cómodo y a gusto con ella abierta? A nadie en definitiva. Es precisamente dicha actitud holgadamente desafiante la que se les permite a los adinerados que no tienen necesariamente que someterse a tantos cuidados y suplicios diarios que caracterizan el monótono, implacable e inmisericordioso yugo del mundo laboral. Así que un buen día, sintiéndose necesitado de un descanso, sin siquiera despedirse se fue a tomar unas vacaciones de turismo en las que cruzaría Nicaragua como un canal, por así decirlo; una excursión cuya incursión en esta nación centroamericana culminaría en su vuelta a su propia isla aislada. Esa isla era nada más ni nada menos que la isla Bocal, sita en el litoral nicaragüense.

    De allí, literal y figuradamente, avancemos con rapidez nuestro punto de mira hacia ese porvenir del pasado que ahora es presente. Este mismo individuo, en los momentos que lo estamos volviendo a ver, ha atravesado la nación centroaméricana como un canal en una manera de hablar. Pero, ¿y los pormenores de ese viaje ahora relegado al pasado? Pues, ésos quedan por verse, mas eventos futuros en este presente para él serán de mayor importancia. En su isla apartada, iba otra vez trasladándose de un punto a otro. En este momento, sin embargo se acababa de trasladar de un entorno de su isla, el plenamente silvestre, o sea la selva, al otro diametralmente opuesto, una cabaña que, pese a lo agreste de su empaque, en el lugar selvático donde está ubicado, se calificaría de colmado de la opulencia. Además del tal inmueble, que desde su adquisición había sido sujeta a una amplia remodelación había una piscina de cemento y una casa de huéspedes, pues huéspedes sólo los había habido hasta que llegó el propietario actual para adueñarse de la totalidad de esa ingente mole campestre (y no mole poblano). Y ¿Por qué diablos es la narración presente en el pasado, entonces? Porque yo soy el narrador, ese presente de Billings ahora pertenece a un tiempo pasado que yo estoy narrando en la tercera persona. Así armaos de paciencia y sed tan amables de dejar de interrumpirme y permitirme seguir mi narración. Mil gracias. De todos modos, una vez adentro, el pergeño de la indumentaria suya de nuestro hombre delataba palmariamente su estadía previa en la región de afuera – pues llevaba una camiseta ligera de algodón, atuendo más típico de una playa de la Costa del Sol que de una excursión a la jungla,(pero en este paradero había de ambas cosas), y también un pantalón de tela liviana. Por cierto no consta si la bragueta del pantalón, en el caso de haberla, estaba abierta, pero huelga decir que tanto la primera de dichas prendas, la camisa, como la segunda, el pantalón, estaba emapapada en su totalidad de sudor, dado el clima tórrido y el desacostumbramiento del individuo a él. Semejaba un traslado hecho entre dos mundos distintos (Utraque Unum, como me imagino que se diría en latín, si alguien todavía hablase latín para decirlo) compatibilizados por grado o por fuerza. En la morada a la que se acababa de dar ingreso, se hallaban todas las comodidades de quien quisese disfrutar de una vida de conveniencias de punta dentro del marco de otra indómita y primitiva que aun se conservaba en bruto, a saber: el de gozar, a los pocos pasos del mostrador de mármol en la cocina, de los encantos selváticos sin necesidad de calentarse ni el cuerpo ni la cabeza en la hipertermia de afuera. Esa combinación, la lograba acercándose a atisbar por las ventanas colosales de una gigantesca sala climatizada, y todo el tiempo sin prescindir de la posibilidad de tener al alcance de la mano en otras tantas pisadas de retroceso todo a lo que la civilización lo había acostumbrado durante mucho tiempo. Entre otros adminículos y enseres destinados a facilitar la vida, había un grifo que escupía agua a pedir de boca – o mejor dicho, al girar de llave, y también dos gigantescos ventiladores que daban giros propios de aspas de helicóptero, haciendo circular y enfriar el aire de adentro para que difiriera del en el exterior. Basta constatar que estos aparatos giratorios que molinaban el aire eran un tanto redundantes, puesto que lidiaban los aires cálidos al alimón con un dispositivo de aire acondicionado que se esforzaba al máximo para que su amo quedase cumplidamente satisfecho. Otro aparato gigantesco (de verdad parecía que todos los dispositivos de allí habían sacado provecho de los esteroides u otra sustancia que hiciera factible un desproporcionado crecimiento), un televisor de pantalla plana de noventa pulgadas con recepción de un disco parabólico, también de tamaño acrecentado, por poco cubría una pared entera; se trataba de otro de estos dioses de un sólo ojo a los que a la vez tanto se rinde culto y que tanto endiablan la civilización de hoy en día, es decir el televisor, y no la antena, porque cada una de esas cosas de por sí pudiera haber cubierto la pared entera, y la antena parabólica, que era lo bastante grande como para recibir señales extraterrestres, estaba afuera. No falta agregar que este dispositivo televisivo mostraba cada imagen, sea de la pesca deportiva en alta mar, la de una jugada acertada de un delantero de fútbol, o tal vez el último avance sobre ese bailoteo aparentemente sincronizado entre mutuas movilizaciones militares de los chinos y rusos y las contramedidas estadounidenses, o quizás lo último sobre el nuevo canal Chino en Nicaragua, todo con un grado sumo e inigualable de nitidez. Tampoco hará falta decir que el propietario había

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1