La Bonhomía De Un Cuento
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Aunque estos cuentos pueden ser ledos por chicos y grandes, yo sugiero que primero lo lean los paps para que se los platiquen a sus hijos.
César Pacheco López
César Pacheco López nació en la Ciudad de Xalapa, Veracruz, el 29 de Marzo de 1961. Estudio electrónica en Ciudad de México. En 1979 ingresa al Seminario Regional de Veracruz y posteriormente en el Comité Olímpico Mexicano hace un diplomado como entrenador deportivo con especialidad en lucha olímpica. Durante diez años ha colaborado para la Universidad Veracruzana como técnico académico y La Comisión Nacional del Deporte. En 2008 hace un diplomado en historia del pensamiento teológico por el Instituto de Investigaciones Psicológicas de la Universidad Veracruzana. Hace estudios en creación literaria en la ciudad de Xalapa en el instituto “Sergio Galindo” afiliado a la Sociedad General de Escritores de México. Desde entonces ha escrito más de veinte obras de teatro, poesía y cuento para adultos y niños.
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La Bonhomía De Un Cuento - César Pacheco López
Copyright © 2014 por César Pacheco López.
Diseño de portada: Daniela Pacheco Gómez
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2014921209
ISBN: Tapa Dura 978-1-4633-9627-5
Tapa Blanda 978-1-4633-9626-8
Libro Electrónico 978-1-4633-9628-2
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Este libro fue impreso en los Estados Unidos de América.
Fecha de revisión: 01/12/2014
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Fax: 01.812.355.1576
670251
ÍNDICE
JAIMITO Y EL DUENDE.
LA VERDADERA RIQUEZA
LA MANO IZQUIERDA.
CAFÉ CON AROMA
EL GIGANTE DORMIDO
EL ESPIRITU DE LA VELA
LA TORTUGA PRUDENTE
LA IGNORANCIA ATREVIDA
MUERTE FRIA, FRIA MUERTE.
EL JORNALERO DE DIOS
EL GRITO DEL CUERPO.
ESPEJO DE AMOR.
EL GUARDIAN DEL TIEMPO
EL DRAGON AZTECA
EL LUSTRADOR DE CALZADO
Hóminis corpus
Mortále est, Anima
Auten immortális.
(El cuerpo del hombre es mortal,
El Alma en cambio es inmortal.)
JAIMITO Y EL DUENDE.
Image1.jpgNo hay peor obstáculo en la vida que pensar y sentirse minusválido. Las trabas mentales no son otra cosa que arrastrar muletas por la vida sintiéndonos alicortos, los altos vuelos nos dan miedo, pensar que caminar más allá de nuestra rutina es una locura.
Solo la magia que emana de nuestro ser es capaz de romper las cadenas que nos impiden avanzar. Lo que somos nos antecede, camina delante de nosotros, hablando bien o mal, es el representante que nunca contratamos…
Había una vez un niño que su nombre era Jaimito, extraordinario amante de la vida y del saber; en la escuela sobresalía por su talento. Este niño tan singular no podía pasar desapercibido por propios y extraños, sus compañeros de la escuela lo respetaban cada vez que lo veían transitar por los pasillos del plantel, no faltaba la palmada en la espalda por sus camaradas en señal de aprecio. El cuerpo académico incluyendo al director, también reconocía el talento de este niño. Para sus maestros era un deleite cuando intervenía en clase; pero no todo era miel en la vida de Jaimito una cortina gris empañaba su existencia.
Este trago amargo lo vivía cada vez que se levantaba por las mañanas al verse en el espejo, consistía en sus dos muletas de las que se valía para caminar. El niño muy pequeño se había contagiado de poliomielitis, un mal muy contagioso al que se le conoce por parálisis infantil
, que ataca la médula espinal provocando parálisis en las extremidades inferiores.
Contaba ya con 12 años, esta limitación nunca fue un impedimento para estudiar o apreciar la belleza de la vida. Entre su familia y la escuela su mundo estaba equilibrado, claro que su limitación física no lo hacía muy popular en el deporte, pues era lo único que lo entristecía; poder patear la pelota era una de sus grandes ilusiones.
Un día pasó por su escuela un hombre que tenía facha de vagabundo, éste se acercó a Jaimito, pues tenía ya rato que observaba y noto la tristeza del niño cuando veía como jugaban a la pelota sus compañeros, fue entonces que le preguntó:
- ¿Te entristece no poder hacer lo que tus compañeros hacen?, ¿quisieras tú también jugar a la pelota?
Jaimito moviendo la cabeza respondió:
- ¡Si!
El vagabundo viéndolo con ternura le dijo:
- Mira ¿Ves esas montañas de allá?
El niño levanto la cara, apenas si podía ver, el sol lo alucinaba; fue entonces que el vagabundo le confeso algo:
- Al pie de esa montaña hay un lago encantado por un duende, y si tú entras a sus aguas todo mal o enfermedad que tengas, quedará sanado.
- ¡Fantástico! Muy emocionado contesto.
- Solo hay una condición, dijo el vagabundo:
- ¿Cuál? Pregunto Jaimito yo la cumpliré.
El vagabundo muy serio respondió a la pregunta del niño:
- Tienes que ir el mes indicado, el día preciso, a la hora exacta.
- Y ¿Cuándo es eso? Preguntó el niño.
El hombre moviendo la cabeza dijo:
- ¡No lo sé! Y se marchó jamás se volvió a saber del hombre errante.
Desde ese momento Jaimito no pensaba en otra cosa que no fuera ir a ese lago encantado, que dicen obra maravillas por arte de magia, y desde luego conocer al Duende, elfo, gnomo, trasgo ¡o lo que fuera!
Ahora había dos interrogantes: ¿Cómo ir? Y ¿de qué manera cumplir las condiciones o requisitos? Para Jaimito lo más preocupante era ¿Cuándo sería el mes indicado, el día preciso, y la hora exacta? esto era una pregunta imposible de contestar y nadie podría ayudarlo.
Jaimito después de ese día ya no fue el mismo, distraído y pensativo deambulaba por los pasillos de la escuela, y en su casa sus padres lo veían ausente. Jaimito era un niño vivaracho y alegre, pero ya no más; por momentos pensaba que todo esto del duende era pura mentira, una mascarada del vagabundo solo para divertirse a sus costillas.
- ¿Y si fuera verdad? ¡Pensaba! En un rincón de su cuarto.
- ¿Cómo saber el mes indicado, el día preciso y la hora exacta?
Jaimito asistió como de costumbre a la escuela, solo que muy desanimado desolado y triste, casi no atendía en clase. Su cuerpo estaba en el salón, pero su mente viajaba hasta el lago encantado, apenas si escuchaba la voz de la maestra, era como un susurro en sus oídos. Fue una palabra, un sonido que cambio todo en su interior; esto fue cuando la maestra dijo que irían a un lago de excursión y que se encontraba al pie de una montaña.
Esto tuvo un efecto inmediato en el niño, tal parecía que la vida le volvía al cuerpo, sonriendo pensó:
- ¿Será el lago encantado del duende?
Y con esta interrogante regreso muy animado a su casa, al llegar informó a sus padres que iría de excursión con sus compañeros.
Esa noche en la tranquilidad de su habitación, la emoción y la alegría eran el dúo que lo acompañaba. Al ver por su ventana el manto de la noche que cubría todo el horizonte, a él no le imponía ni opacaba su felicidad, la luna le sonrió y las estrellas coronaban el cenit. Pasó casi la noche en vela esperando que el sol asomara su rubia cabellera, pues sería el aviso para partir al encuentro con la magia.
Por fin amaneció, contento se despidió de sus padres; estos le dieron indicaciones: su madre le dio la bendición y casi queriendo que su hijo no fuera al paseo, pues lo sentía diferente o más bien frágil y vulnerable a una experiencia de este tipo. Pero viendo la emoción de su hijo no le quedó otra que darle sugerencias, sobre todo que no se metiera al agua, pues él no sabía nadar.
Al llegar, todos sus compañeros corrieron al agua emocionados, otros al bosque; Jaimito se fue quedando solo y tal vez eso era lo que él quería. Comenzó a caminar ayudado por sus muletas hacia el lago.
El azul del agua reflejaba las nubes y el brillo del lago parecía un enorme espejo mágico. Las montañas enmarcaban el horizonte, el imponente lago no atemorizaba al pequeño niño, que sin más miramientos, soltó las muletas dejándose caer en sus aguas. Todo su cuerpo se humedeció bañándose de pies a cabeza, después de un rato, la inmersión parecía no hacer ningún efecto en él, o al menos en sus piernas.
Triste y desconsolado salió del agua caminando hasta la orilla, escurriendo y cabizbajo; al levantar la cara lo esperaba un hombrecito, Jaimito le preguntó:
- ¿Tú eres el duende del lago?
- Si, le contesto el duende; a la vez, él le pregunto:
- ¿Y tú eres Jaimito el que