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Mitos Y Faroles
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Libro electrónico161 páginas2 horas

Mitos Y Faroles

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Comenc a escribir estos relatos como un ejercicio de comunicacin con mis familiares y amigos de las redes sociales. Pronto empec a convivir con criaturas entraables que se desenvolvan en un universo fantstico, agradecidas de cobrar relieve tras aos de ser ignoradas. Estos personajes vivan situaciones que podramos catalogar de mitos, y rescataron con sus andanzas innumerables faroles, la palabra que junto a mis amigos de entonces usbamos para definir a una exageracin graciosa, toda una categora en mis aos de adolescencia y que creo que ya ha cado en desuso. Una vez que cobraban vida me fui dando cuenta que muchos de estos personajes solo sobrevivan en mi memoria y quizs en la de otros que como yo los conocieron, y entonces me vi en el deber de devolverles un lugar que perdieron ante el avance de la vida moderna, con su tecnologa y ciberntica, y que reclamaban silenciosamente. As que adelante, estimados lectores, conozcan a esta comparsa de humildes perdedores y famosos desconocidos que habitan mis mitos y faroles.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento1 abr 2014
ISBN9781463381196
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    Mitos Y Faroles - Carlos Che Benavides

    La figurita difícil

    —Yo solo quiero la figurita difícil, siempre la quise y por ser pobre me fue esquiva, Pero ya la tengo y esta vez me la gané bien ganada, así que si no les molesta, me retiro—dijo Ambrosio Ojeda.

    Efectivamente, la obtención de la preciada pieza de colección marcaba el final de un derrotero que fue su razón de ser y ansiado fin desde su ya remota infancia; bien lejos en sus recuerdos estaba guardado el día de octubre que la vio por primera vez. Fue en la escuela primaria, en el aula de quinto grado A, turno tarde, durante un recreo en el que con su amigo Alfredo Congele decidieron no salir a jugar al patio. En aquellos años era muy popular entre los niños la colección de las llamadas figuritas, fotografías y dibujos, de deportistas la gran mayoría de las veces, encuadradas en unos círculos de cartón semi-duro que vendían en todos los quioscos de golosinas y en las librerías en paquetes de 10 ‘figuritas y a un costo mínimo. Las compañías que las imprimían proveían también de álbumes que debían ser completados con todas las figuritas disponibles para la complementación de la colección, tarea que demandaba tiempo y suerte, en el mejor de los casos. La compañía también se aseguraba de que alguna de las figuritas fueran escasas, imprimiendo una menor cantidad de ellas, lo que las convertía en la figurita difícil, pues su escasez hacia muy ardua la tarea de llenar el álbum. La colección que estos muchachos juntaban con paciencia e ilusión se llamaba ‘Fulbito y representaba las formaciones titulares de todos los clubes de primera división que al ser completadas y pegadas a los álbumes con engrudo o plasticola, conllevaban como recompensa la obtención de una pelota de cuero #5, un sueño para todo pibe. Las figuritas difíciles de esa colección eran Recúpero, Puntorero y Restivo, jugadores que de lo contrario habrían desarrollado una carrera anónima y poco destacable dentro del futbol profesional de entonces. Para su cumpleaños Ambrosio recibió de su padre la figurita de Recúpero y en el quiosquito de la calle Recuero, una tarde de otoño compró un paquete que traía a Puntorero en él. Y ahí, en el aula, frente a sus crédulos ojos, la tenía a la de Restivo, la figurita difícil que necesitaba para completar el álbum. Su amigo Alfredo Congele no estaba juntando, por lo tanto no la necesitaba. Sabia del valor de la figurita, pero a él no le servía y Ambrosio ya se veía jugando en el Parque Chacabuco con la pelota #5, compartiendo con Alfredo Congele el ansiado balón, ya que solo le faltaba Restivo para lograrlo.

    — ¡Restivo! ¡Que linda se vé! —dijo Ambrosio en voz alta, quizás empleando demasiados decibeles.

    Benito Balbuena estaba escuchando fuera del aula, y la mención de Restivo le corroboró su sospecha. Cuando Ambrosio y Alfredo se quedaron en el aula, renunciando al sagrado recreo, algo presintió y se quedó al acecho. Era Benito un niño taimado y prepotente, producto de su filiación con Olegario Balbuena, presidente de la Asociación Cooperadora y próspero empresario con conexiones en cada gobierno de turno. Con solo 12 años ya estaba acostumbrado a comprar cuanto se le ocurriera, y no había obstáculo alguno que lo desviara de la obtención de sus caprichos; representaba también la antítesis de las tantas virtudes de Ambrosio, y a través de sus vidas debieron cotejar muchas veces por logros precisos. Por eso al escuchar el nombre de la difícil entró furtivamente al aula y se dirigió a Alfredo.

    —Congele, tenés a Restivo, te la cambio, ¿querés? —y comenzó con su rutina—te doy 50 figuritas, nuevas de paquete, y un auténtico Yo-yo profesional, de los de Russel.

    Ambrosio se quedó sin habla, no podía creer que el odiado bacanazo se entrometiera sin vergüenza alguna, pretendiendo comprar la nobleza de su amigo Alfredo con bienes materiales. A su lado, Alfredo estaba desconcertado; la oferta le pareció buena, pero quizá no lo suficiente como para traicionar a su mejor amigo, Ambrosio Ojeda.

    —¿Te parece poco? Le agrego también una colección de 20 autitos de Scalextric, una casaca de la selección argentina con el # 9 en la espalda y un grabador Geloso—insistió el ladino niño, seguro de conseguir también la figurita, y con valores que a él le sobraban.

    Alfredo no sabía dónde meterse, sabía que era inmoral el solo hecho de considerarlo, pero se dijo Pucha que es tentadora la oferta, mis viejos trabajan los dos en sendos empleos y ni siquiera el yo-yo me podrían comprar. Ambrosio pasó de la indignación a la estupefacción en un segundo; de Benito Balbuena esperaba cualquier maldad, lo sabia egoísta y maquiavélico, pero de su mejor amigo Alfredo Congele no lo quería ni pensar; lo vio callado y supo que estaba por flaquear, el diablo había interpuesto la cola y pronto se llevaría su alma.No, por favor, resiste Alfredo, vos no me podes hacer esto, ¡aguante macho, vos sós mejor que este cretino, decí que no, Alfredo, ¡aguantá!

    —Está bien, te doy también una pelota Fulvence #5 de cuero y con los colores de Boca Juniors—dió la estocada con una sonrisa cínica el niño malo.

    Ambrosio se desarmó y se retiró del aula raudamente; no quería ver a su ahora ex mejor amigo cerrando trato con la reencarnación de Lucifer en un cuerpo de 12 años, y se fue al baño, donde, al saberse solo, se encerró en uno de los cubículos y lloró desconsoladamente. Sintió toda la cruda realidad de la vida por primera vez en sus tiernos años, y tuvo su primer desengaño de amistad. Ya nada lo sorprendería, ya no pondría las manos en el fuego por nadie y por sobre todas las cosas, no cejaría hasta lograr una compensación de parte del diabólico Benito Balbuena. Alfredo Congele hizo el trueque, y trató de recomponer su relación con Ambrosio, pero el cristal se había hecho añicos. No consiguió que Ambrosio jugara futbol con él con la pelota Fulvence y tampoco pudo compartir juegos algunos pues su ahora ex amigo siempre estaba distante de él por la soberbia de la integridad.

    Mientras crecían y surcaban la adolescencia, Ambrosio y Benito se enfrentaron varias veces en la cancha de futbol, donde también estaban divididos por vallas insalvables. Benito Balbuena jugaba como mediocampista todoterreno del conjunto Fortín de Artigas, que era la pre novena de Argentinos Juniors y ya adhería a la idea de futbol funcional que popularizara don Osvaldo Zubeldia en los años sesenta con su legendario Estudiantes de la Plata de la bruja Verón y Pachamé. Ambrosio era el volante creativo del Club Gimnasio Chacabuco, un humilde club de barrio de extracción obrera y paladar negro, donde reventar la pelota era pecado y pisarla o tirar un caño era una marca de orillo. Los partidos por estas dos escuadras disputados eran siempre muy equilibrados y peleados, pero muy a pesar de la justicia y el buen gusto, Benito comenzó a coleccionar trofeos ganados con su Fortín de Artigas, a costa del buen juego del Club Gimnasio Chacabuco y acompañado por una increíble buena suerte y dudosas decisiones arbitrales. Tales honores compartieron vitrina con otras colecciones, como la le autitos Scalextric, una importante de filatelia, otra de marquillas de cigarrillos importados, monedas antiguas, y la estrella del escaparate, Restivo, la figurita difícil.

    Ya pasada la adolescencia, la sociedad estaba convulsionada por sacudones que escribía la historia, y el mundo todo transitaba por senderos de libertad y libertinaje, de liberación y de liberalismo, de revolución sexual y tercer mundo. Ambrosio heredó de su viejo una guitarra eléctrica y aprendió a tocar de oído y con influencias del jazz, de los Stones, de los Kinks, Buddy Holly, Litto Nebbia y Spinetta, logró un sonido único y muy avanzado. Junto a otros 4 muchachones formaron Caen de Abajo, artífices de la música progresiva más depurada de entonces y que le permitió hacerse de algún dinerillo. Por su parte Benito Balbuena compró sus habilidades musicales en los mejores conservatorios, y gracias a las conexiones que movió su padre don Olegario logro ser miembro de Los Caqueros Beat, una banda que pretendía hacer rock sinfónico y que hasta fueron teloneros de The Tremeloes en una gira canadiense.

    Ambas bandas tuvieron lo suyo y un importante número de acólitos los seguían y no los dejaban de alentar, pero lo que realmente fue su llamado a la fama no tenía mucho que ver con la música. Contagiados por la animadversión que sentía Ambrosio por Benito y viceversa, no podían coincidir en ningún club o salón de ceremonias que indefectiblemente se armaban unas trifulcas descomunales que involucraban a todos los músicos más los plomos, técnicos, representantes, simpatizantes y desconocidos que pasaban por ahí. Se trenzaban a golpes de puños la mayoría de las veces pero las peleas siempre degeneraban en batallas campales con participación plena de allegados de ambas partes y utilización de los instrumentos, primero y cualquier elemento contundente apenas las fuerzas disminuían. Caen de Abajo llego a contratar a un ejecutante de Tuba, que si no fuera por su desempeño de excelencia en las bataholas no se comprendía su integración al grupo. Lo mismo sucedió con Los Caqueros Beat, quienes agregaron un numero de Malambo y destreza con boleadoras que tampoco pegaba con la temática de los chetos musicales. Fue a instancias de Santos Lipesker, el director de la orquesta de canal 9, que se encontró una forma de dirimir diferencias y de paso recaudar una fortuna, ya que ambas bandas tenían muchos fanáticos y hasta los indiferentes pagarían por no perderse el espectáculo apocalíptico del duelo musical.

    La idea era simple, los dos grupos compartiendo escenario e interpretando sus canciones o las de otros en forma alternada, hasta que quedara solo el vencedor tocando ante el público. Para los organizadores fue un negocio redondo, ya que el espectáculo era continuado y podían ingresar espectadores en cualquier momento, y si se retiraban y regresaban, pagaban entrada nuevamente. También grabaron en vivo la contienda pero nunca se llegó a comercializar ya que sin contar con los minutos que consumían afinando y los necesarios para comer o descansar o cambiarse de ropa, el producto final abarcaba 7 largas duraciones (LP) y más de 9 horas de música entre inspirada y cansada. Denominaron el show Batalla maratónica de rock y usaron las instalaciones del club Comunicaciones para la función.

    Abrieron Los Caqueros Beat con El almíbar de tus labios y se presentaron a los músicos del ensamble. Luego fue el turno de Caen de Abajo que entonó Eclipse en mi nuca con gran polenta. Entonces Los Caqueros Beat se despacharon con Muñeca de satín que era cantada por Benito y el baterista del grupo, Oswaldo Morabito, en un dúo muy armónico. Caen de Abajo hizo sonar sus guitarras lideres en el blues Cien menos un siglo donde también se lucia Baltasar Reyes, con su solo de tuba y su frenético baile que finalizaba con la destrucción a golpes en el piso de su resistente instrumento. La interpretación del tango El Firulete en tiempo de rock por los Caqueros fue muy celebrada y se fueron al primer descanso con la balada El balcón esta ventilado por Caen de Abajo.

    Los premios para el ganador de la maratón eran contratos de grabación, gira europea del grupo, participación en una película, nuevos instrumentos de última generación y algunas que otras nimiedades, pero para que el duelo fuera apoteósico Ambrosio apostó fuerte; en todos esos años había juntado dinero y hasta había invertido en forma sagaz para acumular una pequeña fortuna que utilizó en la compra de una prenda que sabia seria un señuelo perfecto para convencer a su ambicioso y superfluo contrincante. Un Rolex Day Date III President, el reloj que enloquecía a los conchetos. Benito aceptó de inmediato y preguntó cuál sería su dote.

    — Restivo—dijo escuetamente Ambrosio—mi Rolex por tu Restivo.

    La apuesta quedó sellada ante escribano público y el duelo tomó un carácter personal.

    En la segunda tanda de canciones,

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