Contrapunto
Por Ricardo Gnecco
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Durante los aos posteriores a su adolescencia, David encuentra solucin a todos sus problemas en una actividad que le es completamente desagradable: cantar. Sin pretenderlo, la msica se convierte en la nica manera de resolver todos los conflictos en los que se vio involucrado l y su familia.
Ricardo Gnecco
Ricardo Gnecco nació en Cali, Colombia en diciembre 28 de 1980. Estudió tres semestres de periodismo y de ingeniería de sistemas y finalmente se dedicaría a estudiar comunicación visual. En el año 2003 recibió el tercer puesto en un concurso de literatura y su escrito fue publicado en un compilado de cuentos, al año siguiente se radicó en los Estados Unidos y se desempeñó como traductor e interprete. En el año 2009 grabó un álbum musical con su banda Doce-04, en la cual era guitarrista y compositor. Su obra aún permanece inédita y sólo hasta ahora la hará pública.
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Contrapunto - Ricardo Gnecco
Copyright © 2017 por Ricardo Gnecco.
ISBN: Tapa Blanda 978-1-5434-1024-2
Libro Electrónico 978-1-5434-1023-5
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.
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Fecha de revisión: 08/02/2017
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Contents
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 1A
Capítulo 1B
Capítulo 2
Capítulo 2A
Capítulo 2B
Capítulo 3
Capítulo 3A
Capítulo 3B
Capítulo 4
Capítulo 4A
Capítulo 4B
Capítulo 5
Capítulo 5A
Capítulo 5B
Capítulo 6
Capítulo 6A
Capítulo 6B
Capítulo 7
Capítulo 7A
Capítulo 7B
Capítulo 8
Capítulo 8A
Capítulo 8B
Capítulo 9
Capítulo 9A
Capítulo 9B
Capítulo 10
Capítulo 10A
Capítulo 10B
Capítulo 11
Capítulo 11A
Capítulo 11B
Capítulo 12
Capítulo 12A
Capítulo 12B
Capítulo 13
Capítulo 13A
Capítulo 13Ab
Capítulo Final
INTRODUCCIÓN
E STA HISTORIA QUE tiene en este momento sobre sus manos, al igual que la vida se escribe basada en dos cosas únicas y exclusivas: hechos y determinaciones. Hechos a los que nos tenemos que enfrentar a diario, y determinaciones de cómo hacerlo. La gravedad por ejemplo, es un hecho. Está ahí y no hay nada que podamos hacer para cambiarla; vivimos con ella nos guste o no. Pero hay determinaciones que nos dicen qué podríamos hacer con ella. Podríamos desafiarla averiguando las leyes de la aerodinámica e inventar la aviación, o podríamos dejarnos que nos atraiga desde la punta más alta de un acantilado para sumergirnos en las profundidades del agua. O simplemente, podríamos no hacer nada. En lo que a mí respecta, no hay determinación equivocada. En la historia que está a punto de leer, tendrá la oportunidad de estar en ciertas situaciones y será usted el responsable de determinar cómo afrontarlas. Como en la vida, tendrá la oportunidad de construir su propia historia creyendo de cierta forma que es completamente dueño de ella. No importa que decisión tome, existe sólo un final, y ese lo sabemos todos desde el momento que hacemos conciencia de que la muerte es parte de él. Así que el final no importa, lo importante es qué determinaciones tomamos durante nuestra historia y por lo tanto, la manera en que la vivimos. Recuerde, no existen determinaciones equivocadas, y para que la lectura sea efectiva, encontrará a lo largo de las hojas las páginas qué debe seguir, según la decisión que usted mismo haya tomado. Esta decisión la tomará usted basándose en el criterio que usted mismo desee, ya sea porque es lo que usted cree que genuinamente haría, o simplemente porque cree que de esa forma se topará con una historia más interesante. Nada más siga las páginas de la manera sugerida y todo se dará de manera fluida.
Su autor.
CAPÍTULO 1
L A BOLA ROJA rodaba rápidamente trasladándose de un vaso a otro mientras seis apostadores, quienes habían depositado su dinero y su suerte en ella, la observaban sigilosamente. Eran las manos ligeras de David Kinston escondiendo la bola y persuadiendo a su audiencia a que apostaran cada vez más. Era una calurosa tarde en una de las estaciones de Brooklyn en Nueva York; escenario donde David se dedicaba a esta actividad, catalogadamente ilegal, antes de dirigirse al Hotel Plaza en Manhattan donde trabajaba como Valet en el parqueadero. Necesitaba conseguir una cantidad de dinero adicional para ayudarle a su padre a salir de deudas indeseadas. Su situación migratoria no lo favorecía en esta tarea, pero en realidad en esta tarde de mayo de 1990, ese era el menor de sus problemas.
La suerte estaba jugada, la bola se había detenido y se encontraba escondida en uno de los tres vasos. La probabilidad de éxito eran del 66.6% y David tenía la convicción de que sus manos eran más rápidas que la vista de sus contrincantes. -"¿Dónde está la bolita?. Las opiniones estaban divididas. Cinco de los seis jugadores habían apostado a dos de los vasos equivocados, sólo uno apostó en el vaso correcto. Las cuentas para David eran claras:
Con la apuesta de un jugador pago al único ganador, las otras cuatro apuestas son mías. Una voz fuerte interrumpió justo antes de que se destaparan los vasos.-
Un momento, yo también entro a jugar y apuesto por el vaso de la izquierda dónde sólo una persona apostó." Era la voz de Pete West, un chico de Brooklyn quien a menudo tocaba virtuosamente su guitarra en la misma estación donde David hacía sus apuestas. Pete contaba a menudo con una audiencia ambulante que le dejaba dinero después de haberse deleitado con sus armonías y que luego se alejaba en el tren que la llevaría de vuelta a su agitada y estresante vida.
"No, no puedes… ya las apuestas están cerradas."-replicó David Kingston. -"¿Cuál es el problema?, el vaso no se ha destapado… ¿Acaso tienes miedo de perder? -
Pfff… No es eso, simplemente llegaste tarde.-
El chico tiene razón…-Dijo la voz de unos de los seis apostadores -
El vaso no se ha destapado, y de hecho, yo cambio mi apuesta, apuesto también al vaso de la izquierda -
No puedes cambiar tu apuesta así! dijo David con un tono de disgusto. -
Claro que puede, la bola sigue escondida y además, yo también apuesto por el vaso de la izquierda. Contestó otro de los participantes. Al ver que David insistía en su disgusto y con su voz incrementadamente más nerviosa, todos los participantes cambiaron su apuesta al vaso de la izquierda. -
Muy bien, si así son las cosas, entonces apuesto el doble o me retiro Dijo David, quien ya se notaba un poco irritado. -
Pues no, no apostaremos el doble, apostaremos el triple entonces!" le respondió Pete, a lo cual todos los apostadores estuvieron de acuerdo. Tras haber acordado triplicar las apuestas, David exigió ver el dinero en la mesa primero y en cuanto pudo y sin pensarlo dos veces lo agarró y se echó a correr sin que el resto tuviera tiempo de reaccionar. Sólo Pete West tuvo la suspicacia y la malicia de salir tras de él. Ambos corrían entre las personas que abultaba esperaban su tren. El tráfico de gente hacía la persecución difícil para ambos. Tras varios metros de desplazamiento, David se encontraba frete a una disyuntiva. Tendría que salir por la puerta del éste que lo llevaría a la Avenida Sutter donde conocía un callejón en cuál podría esconderse, o por la puerta del Oeste que lo llevaría la avenida Saratoga, donde conocía una tienda de música en la que podría perder de vista a su perseguidor. Pete estaba a tan sólo unos metros de alcanzarlo.
Capítulo 1A
David cruzó a toda velocidad por la puerta del Este y a pesar de haber abandonado el subsuelo, sabía que no estaba a salvo. Pete lo perseguía de cerca y pese a que un par de peatones se atravesaron en su camino, sólo unos cuantos metros lo separaban de su fugitivo. Tras varias cuadras recorridas y con el corazón demasiado agitado, David cruzó por un callejón donde perdió por unos cuantos segundos a su perseguidor. De repente con la respiración entrecortada y el corazón a mil latidos por segundos, David halló un espacio dónde esconderse detrás de un tarro de basura. El ruido de la Gran Manzana se convirtió en silencio. Un silencio frío e intimidante pero colmado con un poco de calma. Treinta segundos pasaron antes de que un grito abrupto matara la calma que ahora se convertía en temor:-"Te agarré!" dijo Pete mientras agarraba a David por la camiseta. Éste se defendió como pudo y justo cuando estaba a punto de lanzar su mejor gancho, se detuvo súbitamente al mirar los ojos de su oponente. La mirada desafiante de Pete se fue convirtiendo poco a poco en una mirada de complicidad, su rostro desdibujó el ceño fruncido y lo cambió por una sonrisa que luego se convirtió en una carcajada:-"Jaja… Estás a Salvo, nadie nos sigue, ahora dame la mitad y quedamos en paz. Creo que deberíamos hacer esto más seguido". David sonrió, pero aún tenía estragos del estrés que le causó la situación, y aunque quería el dinero completo, el trato que Pete le propuso le pareció razonable para mantenerse al margen de otro posible problema.
David y Pete entablaron lo que se podía catalogar como un intercambio de palabras, aunque en realidad era Pete quien realmente hacía uso del discurso. Se burlaba de la cara de susto de David, de lo lento que era con el juego de la bolita y de qué corrió con la suerte de no haberlo alcanzado antes. Aunque David se limitaba a responder con palabras, monosilábicas en su mayoría, hubo algo en su acento que llamó la atención de Pete-"¿De dónde eres? tu acento no es neoyorquino. David no respondió inmediatamente y contemplando superficialmente su pasado dijo:-
No soy de ningún lado, pero nací en Manchester". La respuesta dio por entendido a Pete que no sería prudente hacer más preguntas al respecto.
Antes de que Pete llegara a una estación de bus, le pasó a David un volante publicitario de un evento donde según dijo él, estaría tocando con el grupo de planta en caso de que fuese necesario:-"Podrías ir a cantar, o rapear, o bailar, en realidad puedes hacer lo que te dé la gana, si ganas puedes ganarte mil dólares -
Gracias, pero no me gusta cantar -
Jaja, bueno es mejor que apostarle a esconder la bolita. David lo miró serio sin decir nada, pero Pete insistió con un gesto a que recibiera el volante-
Si sabes de alguien que sepa cantar me llamas, mi número está en la parte de abajo-
No conozco a nadie que quisiera participar en un evento así-
No es para el evento, en realidad estoy buscando un vocalista para un grupo". David tomó el volante y se lo guardo en el bolsillo. Pete se despidió con un gesto y se alejó en el primer bus que pasó.
David detestaba cantar. Cuando niño lo obligaron muchas veces, en reuniones familiares, o en el coro del colegio, donde por tener que ensayar no podía disfrutar de su pasatiempo favorito en aquel entonces: El futbol. De niño le gustaba ir al estadio, donde se inició como Hooligan y estuvo presente en varias riñas a escondidas de sus padres. Lo que para muchos era un don, para él era una maldición, la maldición de haber nacido de padres músicos. Pero por un momento contempló la posibilidad de hacerlo en el evento que Pete le había mencionado, sólo porque el dinero era lo único que podría ayudarle con lo que necesitaba. Sin embargo, un cartel de papel fluorescente le ofrecía otra posibilidad que consideró con fuerza: "Torneo De Lucha Callejera, se ofrecen de doscientos a mil dólares por pelea ganada".
Era una noche larga y aburrida. Había parqueado tres automóviles bastante lujosos, sus dueños le habían dado unos cuantos dólares de propina, algunos sin siquiera determinar su existencia. Aún no completaba la meta que se trazaba cada noche, situación que se tornaba frustrante. Llevaba trabajando ahí hacía un par de años desde que se graduó de la secundaria, y aunque era un trabajo que detestaba, un poco más que cantar, lo hacía porque al no ser residente legal de Estados Unidos, fue lo único que consiguió mientras pensaba con detenimiento que hacer con su vida. El curso de la noche tomaría un giro inesperado cuando un hombre de extraña apariencia se le acercó a David Kingston con una generosa propuesta. -"Hey chico, quieres ganarte un dinero extra". La propuesta que le había sido hecha a David superaba la cantidad de dinero que había manejado en efectivo en quizás toda su vida. Como su malicia le dictaba, no habría ninguna razón para confiar en que realmente recibiría ese pago, y en caso de hacerlo, algo turbio debía esconderse en las intenciones del misterioso hombre. -David, deja de conversar con los clientes y ven a mover ese maldito coche!… Es que acaso nunca has parqueado un carro? Hasta mi abuela ciega podría hacerlo mejor!
le gritaba el supervisor del Valet Parking, el jefe directo de David Kingston, a quien le atribuía la razón por la cual aborrecía su trabajo de la forma en que lo hacía. Encolerizado después de parquear correctamente, volvió al lugar de siempre y el misterioso hombre seguía en el mismo lugar donde lo había dejado. -"¿Por qué me ofrece toda esa cantidad de dinero? Preguntó David, -"Soy un hombre generoso, y sé que estás en horas laborales, por eso quería hacerte una buena propuesta -
¿Y qué hay que hacer?". El hombre le explicó que debía recoger un regalo para su jefe que estaba de cumpleaños en aquel hotel, y que hubiese sido sumamente embarazoso llegar con las manos vacías. Le explicó también que no podía manejar él mismo porque se exponía a que la policía lo parara y le decomisara el vehículo, debido una restricción policial que le había sido dada por manejar bajo ebriedad y que tomar un taxi le tomaría demasiado tiempo. –"¿Entonces cómo hizo para manejar hasta aquí? –"¿Quieres el dinero sí, o no?".
Pese a que no creyó mucho en la historia, David con tal de salir de ese lugar y enceguecido por la rabia, aceptó. Pensó que lo peor que podía pasar era que no le pagara, en ese caso ya había pedido la mitad como anticipo. Tendrían 30 minutos para hacer la diligencia, aunque el hombre aseguraba que la harían en 20. Las primeras cinco millas se desplazaron de manera fluida, pero un ligero trancón detuvo el trayecto. Buscando vías alternas, el hombre comenzó a dar muestras de un desespero inusual por querer llegar, y le pedía a David que acelerara. Era un interés muy particular el que tenía por recoger el regalo para su jefe, pensaba David. Obligado por la estresante insistencia, el pie de David en el acelerador incrementaba la velocidad del vehículo, haciendo que se pasaran un par semáforos en rojo y a que se metieran por una calle solitaria donde podrían evadir el tráfico.-Acelera chico, acelera, necesitamos llegar pronto!!!
-Voy a todo lo que puedo ir!
-Pues debes ir más rápido
. Entre los gritos del extraño, el velocímetro moviendo sus agujas y el rugido del motor, una figura humana se divisó a cierta distancia del parabrisas. Pese a la fuerte presión en el freno del coche que rechinó dejando sus llantas dibujadas en el asfalto, y a que David giró el vehículo buscando esquivar un posible accidente, un golpe rotundo y seco hizo que este se frenara por completo a pesar de que el extraño insistía en que siguieran. David se bajó asustado e hizo caso omiso al hombre que encolerizado le ordenaba a David que volviera al carro. -Creo que atropellamos a alguien maldito imbécil, ¿Es que no lo ves?
-Imbécil tu si no regresas al coche, vámonos que nadie nos vio!!!
. David caminó, invadido por los nervios, por la calle que permanecía vacía buscando rastros de la persona que había visto a lo lejos. El misterioso hombre tomó el vehículo y dejó el lugar de la escena, mientras David notaba la presencia de un hombre inconsciente y herido sobre el pavimento. Al parecer aún respiraba.
Vaya hasta el capítulo 2
Capítulo 1B
David atravesó a toda velocidad por la puerta del Oeste y a pesar de haber abandonado el subsuelo, sabía que no estaba a salvo. Pete lo perseguía de cerca y pese a que un par de peatones se atravesaron en su camino, sólo unos cuantos metros lo separaban de su fugitivo. Tras varias cuadras recorridas y con el corazón demasiado agitado, David cruzó por un callejón donde perdió por unos cuantos segundos a su perseguidor, segundos que le fueron suficientes para entrar a una tienda de música, aparentemente, sin ser visto. Se encerró en un armario que se encontraba al fondo del lugar. La oscuridad y la respiración entrecortada parecían devolverle de a poco la calma. El ruido de la tienda, los murmureos de la gente y el sonido de I swear
(Canción que era del total desagrado de David Kingston) parecían no existir. Pasaron largos minutos y con la tranquilidad renovada, decidió salir del armario.
La tranquilidad se rompió cuando una voz le gritó fuertemente:-"Pensé que no saldrías del closet!". David fue detenido fuertemente por la espalda. Trató de soltarse de quien lo sostenía y dispuesto a lanzar un golpe giró para ver de frente a su agresor, pero se detuvo al darse cuenta que no era quién inicialmente lo perseguía. Ian Casablancas era un chico del Alto Manhattan a quien su padre le regaló la tienda de música para que trabajara mientras terminaba sus estudios en contabilidad y administración. Según decía, era la mejor forma de mezclar los dos placeres que más le apasionaban: El dinero y la música.
-"Tienes suerte que no llamaré a nadie dijo Ian cómo si le hablara a un niño. Su actitud siempre fue la de un señor, decían sus amigos, pese a sus 21 años de edad. Le hablaba a David con el mismo tono que algunas veces le hablaba su padre. Le dio una suerte de cátedra sobre el capitalismo y la importancia de trabajar, se quejaba de los subsidios que daba el gobierno:-
Aquellos que no producen no son sólo inútiles, son algo peor, son parásitos porque fuera de que no producen piden subsidios del gobierno, quien les proporciona vivienda y alimentación con el dinero que nosotros, (los que sí trabajamos) tenemos que pagar en impuestos. Y tú, en lugar de andar robando, deberías buscar un empleo, de lo contrario serás algo peor que ellos -
En mi situación no es tan sencillo, pero no lo entenderías respondió David.-
Todo lo que me digas que te impide trabajar son excusas. En este país, todos trabajan: Los ilegales, los viejos, los niños, los inmigrantes, los que no hablan inglés, hasta los discapacitados trabajan… es más, ¿Quieres dinero?… Toma, en este país hay muchas formas de trabajar reprochó Ian pasándole un volante publicitario de un concurso de cantantes de diferentes estilos. David miró el volante y después de leerlo rápidamente se lo devolvió diciéndole:-
No me gusta cantar, pero gracias por la cátedra. Ah por cierto, yo no estaba robando precisamente!-
Quédatelo, de pronto cambias de opinión. Por cierto, necesito alguien que sepa cantar, si sabes de alguien me avisas, ahí está mi número".
David se retiró de la tienda sin pronunciar palabra y por un momento recordó los días de su infancia en su natal Manchester, cuándo se veía obligado por sus padres a participar en el coro del colegio. Recordó esos días lleno de rabia, porque se sentía forzado a seguir el mismo camino musical de sus padres, en lugar de hacer su pasatiempo favorito durante su niñez: El futbol. De niño le gustaba ir al estadio, donde se inició como Hooligan y estuvo presente en varias riñas a escondidas de sus padres. A diferencia de estos, David no disfrutaba hacer música, era feliz sólo apreciándola, porque los momentos más embarazosos de su vida los pasó cantando frente a una audiencia que enternecida lo ovacionaba. Ahora sólo podía pensar mientras caminaba, en que necesitaba mucho más dinero del que había conseguido si quería ayudar a su padre. Un cartel fluorescente pegado en uno de los paraderos del bus le brindó una posibilidad: Torneo De Lucha Callejera, gánese de doscientos a mil dólares por pelea ganada
.
Era una noche larga y aburrida. Había parqueado tres automóviles bastante lujosos, sus dueños le habían dado unos cuantos dólares de propina, algunos sin siquiera determinar su existencia. Aún no completaba la meta que se trazaba cada noche, situación que se tornaba frustrante. Llevaba trabajando ahí hacía un par de años desde que se graduó de la secundaria, y aunque era un trabajo que aborrecía, un poco más que cantar, lo hacía porque al no ser residente legal de Estados Unidos, fue lo único que consiguió mientras pensaba con detenimiento que hacer con su vida. El curso de la noche tomaría un giro inesperado cuando un hombre de extraña apariencia se le acercó a David Kingston con una generosa propuesta.-"Ey chico, ¿Quieres ganarte un dinero extra?".
La propuesta que le había sido hecha a David superaba la cantidad de dinero que había manejado en quizás, toda su vida. Como su malicia le dictaba, no habría ninguna razón para confiar en que realmente recibiría ese pago, y en caso de hacerlo, algo turbio debía esconderse en las intenciones del misterioso hombre. -"David, deja de conversar con los clientes y ven a mover ese maldito coche!… ¿Es que acaso nunca has parqueado un carro? Hasta mi abuela ciega podría hacerlo mejor! "le gritaba el supervisor de los Valet Parking, el jefe directo de David Kingston, a quien le atribuía la razón por la cual detestaba su trabajo de la forma en que lo hacía. Encolerizado después de parquear correctamente, volvió al lugar de siempre y el misterioso hombre seguía en el mismo lugar dónde lo había dejado. -"¿Por qué me ofrece toda esa cantidad de dinero? Preguntó David, -"Soy un hombre generoso, y sé que estás en horas laborales, por eso quería hacerte una buena propuesta -
¿Y qué hay que hacer?". El hombre le explicó que debía recoger un regalo para su jefe que estaba de cumpleaños en aquel hotel, y que hubiese sido sumamente embarazoso llegar con las manos vacías. Le explicó también que no podía manejar él mismo, porque se exponía a que la policía lo parara y le decomisara el vehículo debido una restricción policial que le había sido dada por manejar ebrio y que tomar un taxi le tomaría demasiado tiempo. –"¿Entonces cómo hizo para manejar hasta aquí? –"¿Quieres el dinero sí, o no?".
Pese a que no creyó mucho en la historia, David con tal de salir de ese lugar y enceguecido por la rabia, aceptó. Pensó que lo peor que podía pasar era que no le pagara, en ese caso ya había pedido la mitad como anticipo. Tendrían 30 minutos para hacer la diligencia, aunque el hombre aseguraba que la harían en 20. Las primeras cinco millas se desplazaron de manera fluida, pero un ligero trancón detuvo el trayecto. Buscando vías alternas, el hombre comenzó a dar muestras de un desespero inusual por querer llegar, y le pedía a David que acelerara. Era un interés muy particular el que tenía por recoger el regalo para su jefe, pensaba David. Obligado por la estresante insistencia, el pie de David en el acelerador incrementaba la velocidad del vehículo, haciendo que se pasaran un par semáforos en rojo y a que se metieran por una calle solitaria donde podrían evadir el tráfico.-Acelera chico, acelera, necesitamos llegar pronto!!!
-Voy a todo lo que puedo ir!
-Pues debes ir más rápido
. Entre los gritos del extraño, el velocímetro moviendo sus agujas y el rugido del motor, una figura humana se divisó a cierta distancia del parabrisas. Pese a la fuerte presión en el freno del coche que rechinó dejando sus llantas dibujadas en el asfalto, y a que David giró el vehículo buscando esquivar un posible accidente, un golpe rotundo y seco hizo que este se frenara por completo, a pesar de que el extraño insistía en que siguieran. David se bajó asustado e hizo caso omiso al hombre que encolerizado le ordenaba a David que volviera al carro. -Creo que atropellamos a alguien maldito imbécil, ¿Es que no lo ves?
-Imbécil tu, vámonos que nadie nos vio!!!
.
David caminó, invadido por los nervios, por la calle que permanecía vacía buscando rastros de la persona que había visto a lo lejos. El misterioso hombre tomó el vehículo y dejó el lugar de la escena, cuando David notó la presencia de otro hombre inconsciente sobre el pavimento. Al parecer aún respiraba.
Continúe el capítulo 2 en la siguiente página
CAPÍTULO 2
E L CUARTO ERA un completo desastre. Lucía como si un tornado hubiese pasado llevándose todo lo que encontraba en su camino, dejando en el suelo unos cuantos ejemplares de la revista Mad, una colección de álbumes; entre ellos el London Calling
de The Clash y Athmosphere
de Joy Division. También en el suelo se encontraban a medio abrir, algunos de los libros que había leído a lo largo sus 20 años, (La Peste, 1984, 100 años de soledad, El Manantial, La Metamorfosis