Romero: La historia hablara de él
Por José Rasero
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Tras sueños I y II, sobre la vida de un bailaor, el personaje de ficción que atraviesa este libro es el torero Joaquín Romero, cuya vida y milagros sirven de excusa para hacer el retrato de una época de España y del alma humana.
La historia nace en Cádiz y su protagonista les implicará en ella dejando a su paso jirones de ilusión, arte, desengaño y pasión convirtiendo su devenir vital en una película rica en personajes en la que el lector se siente partícipe como un personaje más de la historia.
En estas páginas encontrarás desde ambientes y jerga taurina hasta reflexiones sobre la soledad y desde casticismo flamenco hasta disgresiones de filosofía natural, sobre el paso del tiempo.
EL estilo claro y directo de José rasero, consigue que estas páginas se disfruten como se disfruta un buen cante por soleá, después de una faena de Morante de la Puebla.
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Romero - José Rasero
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
info@Letrame.com
© José Rasero
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Diseño portada: José Manuel Racero
ISBN: 978-84-1386-891-2
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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.
Mi agradecimiento a Adelina Uribe (periodista) por su crónica,
y a mis amigos, María José y Miguel,
por su ayuda en la realización de esta historia.
Algunos de los personajes y lugares mencionados en esta historia
son ficticios, solo están y forman parte de la imaginación del autor.
.
Esta novela va dedicada
con todo mi corazón a mis nietas,
Violeta y Carmen.
-
Principales personajes
JOAQUÍN ROMERO
Protagonista de esta historia.
TRIANA
Esposa de Joaquín.
FERNANDO ROMERO
Padre de Joaquín.
MARÍA GARCÍA CARVAJAL
Madre de Joaquín.
SANTIAGO Y ANA MARÍA
Hermanos de Joaquín.
LUISA
Criada.
FRANCISCO MARTÍNEZ (PAQUITO DE CÁDIZ)
Mozo de espada.
MANUEL SEVILLA
Apoderado.
BENITO DEL MORAL
Ganadero y padre de Triana.
JULIÁN
Exnovio de Triana.
DANIEL
Mayoral del cortijo.
VALLADARES
Empresario taurino de América.
CARMELO MOLINA
Amigo de Joaquín.
ROBERTO SANTAMARÍA
Segunda pareja de Triana.
PRÓLOGO
El torero
En el mundo de los toros, en general, existen historias anónimas, pero verídicas. No es el caso de esta, que es totalmente ficticia. El autor trata de relatarla hasta donde llega su imaginación, sabiendo que esta historia es una más de las que surgen en la vida de los toreros y que está llena de vivencias, donde se describe un mundo de belleza, amor y arte.
Pero también está la otra parte de la historia, en donde la dureza de la misma vida, en su ir y venir, te da a conocer el desengaño, la envidia y el fracaso, que te envuelven como en una espiral, llevándote a un mundo gris en el que tú no quieres vivir y donde la otra cara de la vida se presenta como un invitado desconocido al que no quieres conocer; siempre echando de menos ese pasado que te acompañará con sus recuerdos, «buenos o malos», a donde él quiera.
La historia que a continuación les contaré nació en Cádiz. Su principal personaje se encargará de implicarles en ella, desglosando minuciosamente cada momento y buscando conectar con su sensibilidad, de manera que se sientan partícipes como un personaje más de esta novela.
El protagonista va dejando jirones «allá por donde va», convirtiendo su vida artística y personal en una película llena de personajes que aparecen y desaparecen; o como los paisajes, a los que solo ve… de paso. Todo esto lo reúne esta historia.
La ilusión, el arte, el desengaño; ¡malos compañeros de la tristeza! que aparecen en esta historia. Y que son, como cuando caen las hojas en el otoño, borrando sus huellas y deformando la verdad de la historia que aquí se cuenta, donde un hombre «se juega la vida un día y otro día». ¡Qué importa el tiempo!, si a él su éxito y su riqueza se le enturbian por el camino equivocado, mostrándole la ausencia de la anhelada alegría por mucho… que lo intenta.
Los amores le persiguen por mujeres que, al sentirse rechazadas, le injurian ante la prensa, solo por llevar su odio donde no encontraron su respuesta.
Las barreras de las plazas donde toreaba se adornaban con mantones de Manila. Y las mujeres, luciendo peineta, le miraban llenas de deseo, esperando una mirada suya que nunca, ningún día de la feria… llegó esa mirada.
La entereza de este personaje, su honradez y su nobleza es una lucha constante que se refleja en esta historia, donde el lector, confundido, ve la otra parte de la vida que siempre está… o no está, y que solo el tiempo te contesta.
Sus trajes de «grana y oro» se pasean por Las Ventas, igual que por la Maestranza. Y a sus pies tiene a todas las plazas del mundo, que le veneran.
Él es de Cádiz y se llama Joaquín Romero. Pero prefiere que le llamen Romero.
Su cuerpo esculpido incita a que ojos extraños se fijen en este gran torero, que aunque le llamen Romero, la historia aquí contada le llevó a lo más alto que pueda soñar cualquiera.
«Nació en la Tacita de Plata, donde el toro y el flamenco es algo natural en esta tierra… de mar adentro».
José Rasero
CRÓNICA BIOGRÁFICA DE LA SOLEDAD DE UN TORERO
La felicidad incompleta conforma la columna vertebral de la obra Romero.
Su protagonista, un ambicioso torero que consigue su sueño de triunfar en las mejores plazas, Joaquín Romero, se enfrenta a la fuerza del destino, que le lanza, continuamente, desde lo más alto a lo más bajo, atendiendo a los inesperados giros con los que el autor, José Rasero, sorprende al lector durante la trama.
Esta felicidad cuenta con la soledad «gabiana» de todos sus personajes principales, recorriendo con destreza las pruebas a las que la vida les somete durante todo el periplo vital. Una soledad que es aún más patente al tratarse del aislamiento del artista que se encuentra en el interior de un mundo de luces. Esta se refleja en los familiares del protagonista; en su esposa, Triana; y en el hijo de ambos, Joaquinito. Ellos representan el tesón y la espera de un amor incondicional. ¿Pero lo incondicional es inquebrantable? Esta incógnita queda abierta en la sociedad de una España clásica que dibuja Rasero, enriqueciendo la narración con la utilización de una amplia jerga taurina y el paralelismo histórico del mundo del toro con el del flamenco (del que tanto ha escrito en otras obras anteriores el autor sevillano, también reconocido bailaor, coreógrafo y docente de la danza).
Romero es una obra taurina que aborda todo lo que concierne a este mundo: choque generacional, clasismo, competitividad, distinción entre plazas, temporadas, elaboración de carteles y búsqueda de los mejores contratos… Asimismo, queda reflejada la presión machista que se diluye magistralmente en una firme evolución de la España que crece, según pasan los años para los personajes. Además, Rasero expone la diferencia de oportunidades del ser humano, atendiendo a sus circunstancias, y plantea el significado de la libertad y su posesión ante la justicia (no en vano, el protagonista proviene de una familia que ejerce la abogacía, estudios que Joaquín también lleva a cabo, a pesar de su condición de torero).
Todo se cuenta con el peculiar estilo de José, que ejecuta la trama con un orden exquisito, limpio, claro y sencillo. Eso sí, destacando su original forma de intercalar pinceladas poéticas y reflexiones, al igual que aporta datos históricos reales, elementos tan característicos del escritor.
De este modo, Rasero habla de la necesidad de alimentar el amor a diario, más allá de saciar el ego profesional. El lector se dará de bruces con la cara oscura de la fama, el dibujo de los destinos intercalados y la importancia de la familia por encima de cualquier otra posible felicidad. Elabora el trianero una crónica biográfica de los recuerdos que permiten a Joaquín mantenerse en pie cuando la soledad le invade, un recurso que define la personalidad del protagonista desde su juventud hasta su madurez. Con ello, se puede determinar que en esta novela, la felicidad y la soledad caminan en paralelo; es, por tanto, que la felicidad está incompleta, ya que no consigue escapar nunca de su reflejo.
Adelina Uribe
EL ESCRITOR
Yo nunca he tenido tiempo de pensar, o no quería tenerlo, porque me obligaba a cambiar el rumbo de mi pensamiento. Era algo que me oprimía el cerebro desviando el camino de la sangre, que es la que marca el camino a seguir si no se quiere entrar en la sinrazón, a veces rayando la locura.
Los surcos de su cara significaban diferentes caminos con sus diferentes historias, pero todos ellos revelaban la historia de su vida desde su niñez hasta hoy. Solo se necesitaba mirar detenidamente su cara, y, como si de un libro se tratase, en ella se reflejaban resquicios de alegría en su niñez, pero también mostraban mucha tristeza en el presente.
Este hombre antaño fue célebre y reconocido por las más altas esferas de Andalucía, donde todos le querían conocer. Incluso se comentaba que las mujeres urdían alguna mentira para poder acercarse a él con el fin de intentar enamorarle y, más de una, entregarse a él sin nada a cambio.
Su historia no es nada fácil de escribir; es como si la palabra «historia» se inventase para él. Los calificativos para describirle eran meros personajes que sobraban cuando se escribía de este hombre. Él, solo con su presencia, mostraba una gallardía, personalidad y belleza tan arrolladoras, que hablaban por sí mismas sin necesidad de buscarle adjetivos para entender su grandeza.
1
LA HISTORIA HABLARÁ DE ÉL
Joaquín Romero García: torero del barrio Santa María de Cádiz, nacido en el año 1945; hijo de don Fernando Romero Sánchez, prestigioso abogado, y doña María García Carvajal.
Joaquín Romero compartía su gran pasión por los toros con su afición por el flamenco, del que era un gran aficionado. A él le gustaba bailar, porque bailando, se veía delante del toro dibujando unos naturales, ligando el pase de pecho culminando la faena.
Los Romero eran una familia acomodada de la alta sociedad de Cádiz. La vida para esta familia era como un paraíso donde tenían todas las necesidades cubiertas; aunque eso no les hacía sentirse más importantes ni diferentes a los demás. Así se criaron Joaquín y sus hermanos Santiago y Ana María, colmados del cariño de su familia y educados de una exquisita formación llena de los valores que les inculcaron sus padres, siempre basados en el respeto a los demás, independientemente de la clase social a la que perteneciesen.
Joaquín, que era el mayor de los hermanos, solía acompañar a su padre a ver las corridas de toros —don Fernando era un gran aficionado a este arte, en el que contaba con grandes amigos ganaderos y empresarios del mundo taurino, de los que muchos de ellos figuraban en su cartera de clientes—.
Con gran atención, el joven Joaquín se fijaba en todos los momentos de la lidia del toro; «él vivía el momento del torero como si fuese él el que estuviese en el ruedo».
Siempre que padre e hijo asistían a una corrida, su padre no dejaba de observarle y le llamaba mucho la atención el interés desmesurado de su hijo y su forma de sentir el mundo del toro. Pero pensaba que Joaquín era muy joven y se sentía deslumbrado por la valentía del torero al ponerse delante del toro, por lo que no le dio demasiada importancia a ello.
Próximamente cumpliría Joaquín dieciocho años y abandonaría el colegio para entrar en la universidad. Y como casi todos los jóvenes a esa edad, estaba lleno de ilusión y proyectos en mente para su futuro —que en nada coincidían con los que su padre soñaba y tenía planeados para él—.
Joaquín sabía que a su padre le gustaría que siguiese sus pasos como abogado. Pero para él su sueño era otro; quería ser matador de toros y cada vez acariciaba más esa idea, sentía verdadera pasión por el «arte de Cúchares». Él estaba convencido de lo que realmente deseaba hacer en el futuro y no cesaría en perseguir su sueño de ser torero.
Joaquín lo tenía decidido; el próximo fin de semana, cuando volviese a casa, hablaría con sus padres. Sus padres siempre se mostraban muy comprensivos con él y sus hermanos; estaba seguro que le apoyarían en su decisión.
2
CARMELO
Los dos hermanos varones estudiaban semiinternos de lunes a viernes en un colegio religioso de élite. Rápidamente se adaptaron a la disciplina del colegio y a la mayoría de sus compañeros de estudios. Entre ellos destacaba un chico de Cádiz llamado Carmelo Molina que estaba en la misma clase de Joaquín y al que se le consideraba como al clásico «empollón», ya que en la horas libres que tenían, mientras los demás hacían tertulias o bien jugaban al fútbol o baloncesto, él las pasaba en la biblioteca estudiando.
Un día que Joaquín tuvo que documentarse para un examen de literatura y necesitaba tomar apuntes sobre el Romanticismo, decidió ir a la biblioteca. Mientras leía e intentaba concentrarse, no era capaz de ello porque notaba insistentemente la mirada de Carmelo —el empollón de su clase— sentado frente a él, con una tibia sonrisa burlona. Joaquín, nervioso y molesto por ello, levantó la cabeza y dirigiéndose a su compañero le dijo:
—¡Bueno!, ¿por qué no me cuentas qué hago para que te rías tanto?
El compañero se violentó al ver el enfado de Joaquín y le pidió disculpas, aclarándole:
—¡Ah!, perdona, no me río, es que te has equivocado de libro. En el que has cogido no viene el Romanticismo.
A continuación se levantó, fue a la estantería, cogió un libro y se lo llevó a Joaquín:
—Toma, ¡este es!, a mí ayer me pasó igual, el Romanticismo viene en el segundo tomo.
Joaquín le dio las gracias, y en ese momento se acordó de por qué le llamaban, y con toda la razón, empollón. Se conocía todos y cada uno de los libros de la biblioteca y el lugar donde encontrarlos.
A partir de ese día los dos se hicieron muy amigos, comenzando una amistad que duraría muchos años.
Un día Joaquín invitó a Carmelo a pasar el fin de semana en su casa. A sus padres les pareció bien la idea, ya que de continuo los dos hermanos, siempre que volvían a casa, no dejaban de hablar de él.
Carmelo aceptó con agrado la invitación:
—Gracias, Joaquín; intentaré ir lo más elegante posible para deslumbrar un poco.
—¡Ah, Carmelo!, prohibido hablar de los estudios, porque tú te animas y no hay quien te pare —le advirtió Joaquín.
—¡Bueno!, pues ya me dirás de qué quieres que hable.
—Es broma, hombre, puedes hablar de lo que te dé la gana. Pero eso sí, te presentaré a mi hermana Ana María, que es muy bella y educada.
—Joaquín, que te conozco, no empieces delante de todos a liar a tu hermana y a mí.
—Yo… Nada de nada, yo… calladito. Bueno, Carmelo, quedamos en ello. Para el sábado próximo te espero.
Los dos se abrazaron.
Pasó un tiempo en el que llegó el día en el que las familias de Joaquín y Carmelo, ante la insistencia de sus respectivos hijos, acordaron conocerse.
Joaquín y su padre don Fernando esperaban en el porche de su casa la visita de la familia de Carmelo cuando vieron llegar su coche. Les abrieron la verja y les indicaron en qué parte podían dejarlo aparcado.
Se saludaron muy cordialmente. A continuación pasaron al interior de la casa, donde Joaquín hizo de anfitrión, como se esperaba de él, presentándoles a sus padres y a sus hermanos Santiago y Ana María. Y por descontado a Luisa, que, muy respetuosa, se mantenía alejada.
El protocolo duró poco. Los hombres, que como si se tratase de amigos de toda la vida, charlaban animadamente. Y como no podía faltar, para acompañar la charla, don Fernando les ofreció unos puros acompañados de un buen oporto que les sirvió Luisa.
Mientras, la señora María y su hija Ana María hicieron lo propio con la madre y hermana de Carmelo, invitándoles a pasar al salón y después enseñándoles varias estancias de la casa, por las que doña Isabel y Rocío no dejaban de felicitar a doña María de tan singular y elegante decoración.
Su padre, don Carmelo Molina, era recaudador de la Agencia Tributaria de Cádiz. Su aspecto tan serio imponía mucho respeto, pero solo era esa primera apariencia seria; engañaba cuando estaba entre gente amiga como la familia Romero.