Solavaya: Confesiones de un viejo actor de provincia o del interior, según una categorización al uso.
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Solavaya - Raúl Pomares Bory
Edición: Yudarkis Veloz Sarduy
Diseño de cubierta: Dieiker Bernal Fraga
Diagramación: Lisandra Fernández Tosca
Conversión a E-book: Ediciones Cubanas
© Raúl R. Pomares Bory, 2021
© Sobre la presente edición:
Ediciones Alarcos, 2021
ISBN Versión E-book e-Pub: 9789593051491
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Ediciones Alarcos
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Línea y B, El Vedado, La Habana 10400, Cuba
revistatablas@cubarte.cult.cu
(537) 833 0226
Índice
Algo que debería alcanzar la categoría de prólogo
Nací en Omaja...
Pensamientos
Raúl Pomares, de vuelta a la semilla
Filmografía
Sobre el autor
A Belkis, mi compañera de toda la vida.
A mis hijos: Chago, Chicha y el Güiro.
A la memoria de Marcelina Patterson.
A la memoria de Joel James.
Agradecimientos:
A LA VIDA.
A todos aquellos que lucharon por mí.
A Rosy Rodríguez, Augusto Blanca y Carlos Padrón.
ADVERTENCIA:
Mantener fuera del alcance de personas que no creen en el poder de la fantasía y la imaginación.
Algo que debería alcanzar la categoría de prólogo
Me llamó una tarde de agosto de 2014: acabo de mandarte las memorias
. Me pidió que las revisara; le prometí escribir un prólogo y encontrar una editorial. Pocos días después ingresó al hospital en el que fallecería tras intensos meses de sañudo combate. Precisamente, la noche del lunes 19 de enero de 2015, escribí:
Amigos: Su última pelea con la Muerte duró muchos rounds. Quizás, al final, cuando Ella lo tenía en la lona, él —ya sin aliento— le sonrió: Te jodiste, socia, porque más nunca te vas a librar de mí
.
Hablo de mi hermano, y de mi maestro, el que sin poses de profesor ni de esteta, me abrió los caminos de la verdadera cultura popular.
Los noticieros y los diarios dirán o no dirán, pero si hay un actor que expresó con acierto una síntesis de esa entelequia a la que muchos llamamos lo cubano
, en el teatro, el cine y la TV, ese es Raúl Pomares.
Y que los puristas no se equivoquen: tenía una cultura casi enciclopédica y una mente brillante.
Confieso que hoy estoy llorando y no puedo inventar nada más. Les remito algo que escribí —y leí delante de él, ante mucha gente— en ocasión de un homenaje, hace unos años:
Si me preguntaran qué me ha unido a ese ser de apariencia desaliñada que es Raúl Pomares, respondería sin pensarlo que me complace ser amigo de una de las personas mejor aliñadas de este mundo: su picante burla de la solemnidad, el frescor de sus ideas y la aguda salsa de su palabra, son elementos constitutivos de una personalidad criollísima, olorosa a finas especies y —como el ajiaco— presentada en lujosa cazuela, de las que se reservan para caldos de suculento espesor.
Metáforas culinarias aparte, cuarenta y tres años al lado de Raúl me han permitido conocer la fijeza de sus proyectos más íntimos, saborear sus prístinas ocurrencias y gozar como nadie de su magisterio actoral, avalado por ser uno de los intérpretes cubanos de más fecunda filmografía. Pero, alerta, amigos: no reduzcan a Pomares solo a su carismática proyección y a su excelencia como artista escénico. Nuestro hombre ha sido siempre un espíritu fundacional, realizador de originalísimas propuestas culturales y un versátil interlocutor del que nadie quisiera despegarse nunca.
Nacido en Omaja, paraje perdido en las sabanas tuneras y devenido santiaguero reyoyo por su amor al lomerío serpenteante, los sones matamorinos y el más caliente ron del universo; el lustre que Pomares ha dado a la cultura nacional se advierte en los delitos de haber pertenecido a la Sociedad Nuestro Tiempo, ser fundador de los Conjuntos Folclórico y Dramático de Oriente, los Cabildos de Santiago y Guantánamo, la Casa del Caribe y la Casa de las Tradiciones, confesarse escriba de ese clásico que es De cómo Santiago Apóstol puso los pies en la tierra, y ser señor del humor donde mayorea en ese género reinventado por él, la conversada
. Inventor, más valedera que creador, es la palabra que lo define.
Palabras y enumeraciones me faltan, pero no quiero aburrir a los lectores y mucho menos granjearme la afilada ojeriza del amigo más remiso a los homenajes. Solo quiero desearle al muy bien aliñado Papi, ese cubanazo, que continúe de andarín e inventor por esos mundos que le envidio.
Se trataba, por supuesto, de un muy limitado acercamiento a una personalidad que yo hubiese querido conocer más y mejor.
Es en este libro suyo donde quizás tengamos la oportunidad de saborear algo de su plenitud, siempre que se tenga en cuenta la advertencia del inicio: Mantener fuera del alcance de personas que no creen en el poder de la fantasía y la imaginación. A quienes les caiga el sayo, asúmanlo como un anatema, porque Papi era implacable con tres especímenes: el engreído, el charlatán y el cuadrado. A propósito, estas memorias
se resisten a ser catalogadas como tales: porque su inventor, intuyendo que su presencia física entre nosotros amenazaba con seguir viaje, no tuvo recato en pergeñar la más grande de sus humoradas, quizás la más fina y original de sus fantasías.
No, estas páginas no pertenecen a ese maltratado género, perseguido sobre todo por chismosos y voyeurs; tampoco constituyen, felizmente, una pedante e inapropiada autobiografía (creo que Papi Pomares jamás redactó una en su divertida vida); y aunque un joven actor —o incluso un viejo como yo— pueda encontrar aquí alguna moraleja que lo ayude en su bregar creativo, no es para nada un aburrido manual de lecciones para convertirse en estrella. Guárdese usted, señor editor, de cualquier intento de encasillar este libro para situarlo en una