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El desarrollo de una mente crítica inicia con un ¿por qué?
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Libro electrónico388 páginas7 horas

El desarrollo de una mente crítica inicia con un ¿por qué?

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La vida debiera vivirse con propósito, y con el objetivo de aprender y mejorarse a uno mismo cada día, siendo en todo momento personas de verdad y honestidad. Pues no existe peor desperdicio de tiempo que, despertar y ser exactamente el mismo individuo que se fue ayer, sin cambio, crecimiento, mejora ni evolución.

Vivi

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento15 nov 2019
ISBN9781640864153
El desarrollo de una mente crítica inicia con un ¿por qué?

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    El desarrollo de una mente crítica inicia con un ¿por qué? - Christopher E. Wissar Acosta

    Sobre el autor

    Christopher Emmanuel Wissar Acosta (Chihuahua, Chihuahua, 06 de mayo de 1982 – México), médico titulado por la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Guadalajara en el hermoso Estado de Jalisco, México, con grado de Especialista en Medicina Familiar. Es miembro activo de la Asociación Médica Mundial (The World Medical Association) y la Academia Nacional Mexicana de Bioética (ANMB); coautor del libro Medicina Familiar con Yolanda García Valerio, Javier Dávila Torres, María Guadalupe Garza Sagástegui y colaboradores; y autor del libro Síndrome de Shock Tóxico por S. aureus y S. pyogenes . En esta oc asión otorga a la comunidad lectora su nueva obra, titulada: El desarrollo de una mente crítica inicia con un ¿por qué?, donde a través del pensamiento positivo plasmado en una escritura dirigida a vivir y servir con valores; por medio de acciones que promulgan con frescura médica la investigación actualizada desde sus principios básicos, hace odas de expresión filosófica, teórica y técnica que invitan a los auditorios a enamorarse de su carrera. En este sentido, pretende fomentar dentro del gremio profesional, una forma de mantenerse sanos y mostrar interés por sus semejantes a través de la práctica de tres actitudes básicas: empatía, congruencia y aceptación positiva incondicional. Incitando en la cofradía médica y la sociedad, la adopción de un propósito de vida en el que se busque la felicidad mediante el ser útil, honorable y compasivo. Sumándose de forma activa y propositiva en un esfuerzo universal que aporte en el fomento y fortalecimiento de valores y principios bioéticos para el beneficio de una comunidad global.

    Lucio Antonio Ortega Cervantes

    Diciembre 2018

    Prólogo

    El desarrollo de una mente crítica inicia con un por qué , es un libro en contra de la ideología y las verdades absolutas, pues en las cuestiones humanas no existen respuestas precisas. En esta obra se exponen acontecimientos sólidos y conmovedoras anécdotas repletas de filosofía de vida, útiles y ricas en verdad y contenido acerca de la práctica médica y su trascendental impacto a través de la historia –con sus aciertos y desaciertos– en la vida del hombre y las sociedades. Aquí se discuten experiencias sobre la filosofía de la existencia humana y se plantea una perspectiva acerca de la relación entre esta y su impacto en la vida cotidiana del hombre; como ser humano independiente; como profesional; como animal capacitado; como familia; e incluso como padre o madre. Con estos elementos he amasado el barro de mi obra.

    Las letras contenidas en estas páginas describen una realidad objetiva a favor del sentido común que para muchos podrá parecer fría, agresiva y contundente –pero qué cosa que valga la pena no lo es–; que se orientan a facilitar la adquisición de herramientas individuales para el desarrollo de la capacidad crítica personal, y, sobre todo, a nutrir lo más importante: «Tu propia perspectiva», respecto de ser bueno y hacer lo correcto, lo legal y lo ético, y lo moralmente aceptado y la verdad. El objetivo es, que, mediante estas herramientas, te sea más sencilla la toma de decisiones, y puedas tú ser el cambio que esperas ver en el mundo.

    Si bien en un inicio, esta obra la escribí para mí –con la única intención de ayudarme en mi crecimiento personal–; conforme personas a quienes aprecio y respeto profundamente tuvieron acceso a ella, recibí la sugerencia de compartirla con el mundo –bajo la idea de que su contenido pudiera resultar de utilidad para más personas–. Probablemente, la deuda mayor que contraje al escribirla fue el tratar de equilibrar en tanto fuera posible lo subjetivo con lo objetivo de mi pensamiento para mostrar una perspectiva de la historia y la realidad que permita a los lectores nutrir con libertad su propia idea de las cosas.

    Convencido de lo anterior y tras varios años de edición orientada para tal propósito, finalmente se logró darle una nueva estructura y redacción de forma fragmentada, lo cual permite que, una vez iniciada su lectura, esta pueda abandonarse donde el lector lo considere –tanto en un capítulo como en otro– ya que, no obstante mantiene una secuencia de principio a fin, sus capítulos no van estrictamente enlazados ni dependen unos de los otros, por lo que introducirse en ellos no requiere ningún esfuerzo extraordinario, pues se aleja por completo del tipo de lectura dilatada en la que alguien pudiera sentirse incapaz o aturdido en cuanto a lenguaje y comprensión se refiere.

    La obra cuenta con abundancia en matices que sin duda alguna abrirán tu apetito hacia ella –sin importar tu profesión o tu ocupación–; a la vez que conserva una guía de instrucción cuidadosamente dirigida y orientada para sacar así el mayor provecho; de manera que, independientemente de los motivos que la gestaron y de su objetivo inicial, es posible que cada persona que la lea pueda encontrar en ella lo que busca.

    De ser así:

    Habré cumplido con mi cometido, pues con ella no pretendo reconocimiento, favor, ni vanidad, sino otorgar al mundo una obra de provecho para mi vida y la de mis semejantes; los de hoy y los de mañana.

    Christopher Emmanuel Wissar Acosta

    Prefacio

    El individuo cotidiano y vulgar tiende a cobijarse con el relativismo aplicado al principio de Beneficencia , pero en el principio de No maleficencia ese tipo de individuos no tienen cabida, pues es este último principio, el que define al hombre vertical –el tipo de hombre que siempre despierta la envidia del individuo pequeño–. Quien rige su vida en la no maleficencia, es el hombre honesto, el visionario, el que se reconoce a sí mismo, y aun cuando se trata de un hombre de paz, no tiene como fin la paz –pues eso sería darle la espalda a las injusticias que la precedieron–, él hace, lo que se debe hacer, y es correcto, antes que bueno.

    Esta obra te llevará de la mano, mostrándote cómo se aplica lo anterior en tantos aspectos de nuestra vida –en el ayer y el hoy– y, por ende, el resultado de adoptar una u otra postura. Con lo que no sólo te otorgará herramientas para un crecimiento personal, sino también se enfoca hacia el desarrollo y la adopción de un pensamiento positivo –cometer la irreverencia de mirarse en el espejo y comprometerse con la realidad–, es decir, que, desde una apreciación subjetiva, se observe la realidad tal y como se percibe, se acepte y pueda sacarse lo mejor de ella.

    Toma de aquí lo bueno, o lo que te sea útil, y olvida lo que no. Hazlo de igual manera con el resto de las cosas en tu vida.

    Dedicatoria

    A mis maestros:

    El de la motivación y la seguridad: Rubén Horacio Wissar. Vuela y emprende sin temor, si las cosas no resultan como esperabas, lo peor que pudiera pasar es lo mejor que te ha sucedido en la vida, regresar a casa.

    La del amor incondicional: María de Lourdes Acosta Correa. Mamá: Sigo con hambre. «Y mi madre vertió el alimento de su plato en el mío» Esa noche mi madre no cenó. El ejemplo de una mujer que lo entregó todo, sin guardarse nada para sí misma.

    El de la inteligencia emocional: Iván Horacio Wissar Acosta. Sólo los monos hablan con monos; ignorar es responder con inteligencia.

    El del desapego: Antonio Armando Wissar Acosta. Toma lo que tengo; todo estará bien.

    El de la humildad: Antonio Acosta Espinoza. Sé sabio. Respeta a todos por igual, porque de todos se puede aprender algo (…) De quien sepa más que tú, aprende; a quien sepa menos que tú, enséñale (…) Estas simples palabras te enseñan hoy una verdad que se transformará en una fortaleza el día de mañana: Vencido tal vez, humillado jamás.

    La del concepto de familia: María Isabel Correa Revelles. Usted no tuvo medios hermanos, porque no tuvo medio padre. Recuerde: Una mano lava a la otra, pero entre las dos, lavan la cara.

    La de la perseverancia: Gloria Patricia Acosta Correa (Ale). Denle dos días, se levantará, se sacudirá el polvo, y estará de pie nuevamente rumbo a su objetivo.

    La de la espiritualidad: Martha Acosta Correa (Paty). No te esclavices a tus problemas, confía en Dios con los ojos cerrados y ponlo todo en sus manos, pero no dejes de remar hacia la orilla.

    La de la responsabilidad: Yolanda García Valerio. Los líderes no culpan; asumen.

    El de la filosofía: Lucio Antonio Ortega Cervantes. La ética no se inyecta, es parte de un proceso evolutivo.

    La de la paciencia: Blanca Margarita Baeza Gómez. Tiempos hacen tiempos.

    El de la congruencia: Ricardo Anzures Carro. Mantén un equilibrio entre lo que haces y lo que dices, eso define quien eres en realidad.

    Mucho de lo escrito aquí lo aprendí de o con ustedes, a mí me tocó escribirlo.

    Agradecimientos

    Este libro no hubiera sido posible sin la oportunidad de vivir, por lo que otorgo a Dios mi más grande y humilde agradecimiento, el cual hago extensivo a mi familia, por el amor incondicional que me ha otorgado, junto al enorme sacrificio que ha realizado para darme este gran mundo de oportunidades y acceso a la educación; a mis amigos por darme el interés y el ánimo; a todas aquellas personas que se han cruzado en mi camino permitiéndome adquirir eso tan maravilloso llamado experiencia, pues de todos he aprendido algo.

    Agradezco ser un hombre de ciudad, lleno de extravagancias y concepciones urbanas, lo que me permite tener equilibrio en una vida que sólo yo viviré, de la que soy responsable y en la que habré de afrontar cada una de mis equivocaciones.

    Toda mi gratitud a la Universidad Autónoma de Guadalajara por el tiempo de formación académica y la calidad de la misma que me fueron otorgados en esos invaluables años de estudio; donde mi conciencia y mi corazón quedaron tatuados con su lema: Ciencia y Libertad.

    Hago un reconocimiento especial a la Universidad Autónoma de Querétaro, donde me permitieron enamorarme de la bioética e iniciar mi camino cultivándome en ella.

    Agradecimiento especial

    A mi madre:

    Gracias por darme la vida y dedicarte a construirla, cambiándola y mejorándola de muchas distintas maneras; por darme siempre lo mejor de ti y pulir en mí un corazón grande pero selecto; por darme un espíritu libre, sin olvidar orientar su dirección; por los días compartidos y las pequeñas cosas que me das cada día; que se transforman en grandes razones para sobrevivir y que me ensañan a amar la vida; por enseñarme a amarte y respetarte de la forma en que lo hiciste, lo que me ha hecho un hombre de bien, con sus imperfecciones y grandes detalles, con sus faltas y omisiones, pero al fin y al cabo un hombre de bien. Gracias por enseñarme a sentir y a expresar cada sentimiento sin temor a callar; por la orientación permanente y el amor incondicional que sólo una madre puede otorgar a un hijo, ese amor que hace grande a una persona y del que necesita todos los días; por tu fortaleza, entereza y valentía. Por tu ejemplo. Gracias madre, por darme la oportunidad de apoyarte y sostener tu mano cuando tus fuerzas merman, pues jamás hubo nada para mi persona con mayor distinción y privilegio.

    Donde quiera que vaya y cualquier cosa que haga, hoy que estamos juntos, y el día que ya no lo estemos, siempre estarás cerca de mí porque me has dejado lleno de ti.

    Siempre serás mi dama especial, para la que mi amor se hará cada vez más grande hasta el último día de mi existencia.

    Gracias, porque con tu presencia me vuelves una mejor persona. Con mi mayor amor y admiración te dedico este libro.

    Gracias madre.

    Carta a los lectores

    Cada vez que estoy frente a un paciente, busco hacer un esfuerzo por tratar de sentir su frustración, el temor, la angustia, el desconsuelo, o la ira que muchos de ellos tienen. Lo intento, para poder acercarme de un modo más apto y más honesto, tratando de lograr una comunicación más simétrica y más efectiva. En ocasiones lo consigo, en ocasiones no. Pero tomo el fracaso como un moretón, no como un tatuaje.

    Trato de mantener una buena dosis de tres actitudes: la empatía que me lleva a comprender más profundamente y a escuchar más activamente –escuchar para comprender, no para contestar–, la congruencia que me permite ser más auténtico, y la aceptación positiva incondicional con la que logro ser más tolerante y paciente. La mezcla de todas ellas, refleja una extraordinaria manera de mostrar interés por mis semejantes de modo práctico, pues considero que el que no sabe lo que siente el otro, pierde. Es difícil, porque como ustedes saben, sólo el paciente sabe lo que está sintiendo, pues es el protagonista de su propia historia y yo soy un personaje secundario, pero intento desarrollar una cultura de corresponsabilidad con una visión holística de los problemas que me den la oportunidad de brindarle al menos una posible solución para lo que le aqueja. Me interesa que durante la consulta médica encuentren un espacio seguro en el que puedan expresar lo que necesitan, entendiendo el límite de mis capacidades profesionales y sabiendo de antemano que en ocasiones conseguiré solucionar su problema, aunque otras, sólo logre mejorarlo o incluso en algunas de ellas, sólo pueda estar a su lado en el duro transcurso de una enfermedad ante la cual no podré hacer nada para erradicarla, pero sabiendo que aún en esos casos me será posible acompañarlos. Y son precisamente, la incertidumbre y los abismos entre estos posibles desenlaces los que hacen que durante la consulta no sólo seas médico, sino también alumno y maestro. Esto no lo supe siempre. Lo aprendí con el tiempo.

    Hago uso de la metodología, la cual es disciplinar, pero mis intereses son interdisciplinares, abiertos y globales, buscan trascender más allá de resolver una enfermedad, a la lucha por conservar el respeto de la dignidad de quien tengo frente a mí –que es uno de los límites más demandantes y complejos de la vida humana–. Lo que se torna por mucho, más difícil, cuando estás frente a pacientes con enfermedades incurables, dolorosas y mortales. Esta es quizá la frontera más complicada, la más profunda y la más remota. Estos pacientes desarrollan una impresionante y suigéneris sabiduría que, a quienes estamos del otro lado, nos enseña –a veces con intención, y en ocasiones sin ella– a vivir en el presente, a soltar sin miedo las ideas, a desprendernos de lo material, de falsos Dioses, de manías, de normas y paradigmas. Nos enseñan desde la realidad de su enfermedad y de su dolor, caminos más ligeros y simples para vivir.

    Este libro lo he meditado de manera singular previo a su publicación –siguiendo el consejo del filósofo Friedrich Wilhelm Nietzsche–, con la intención de que el tiempo favoreciera los pensamientos que lo gestaron. El tiempo ha transcurrido, y me confirma que dichas reflexiones no surgieron en mí de manera aislada, ni efímera, sino de la razón cada vez más madura y fortalecida, y de una voluntad fundamental del conocimiento que habla de un modo cada vez más claro y diligente, exigiendo cosas cada vez más concisas. Así como la naturaleza del árbol es dar sus frutos, mi naturaleza –a priori–, espontánea e incontenible es pensar, razonar y cuestionar, aun en contra del ambiente y los ejemplos recibidos.

    Capítulo 1

    El hombre a través del tiempo

    Quienes somos, y quienes tenemos que ser para sobrevivir son cosas diferentes…

    La historia –la tuya, la mía y la de quien tenemos frente a nosotros– nos obliga a evolucionar en varios aspectos que nos conforman como persona, por eso es que el conocerla y reconocerla adquiere tal importancia, pues en ella se aprecia la evidencia del pasado en su verdadero sentido y nos permite aprender de los errores de otros, lo que es maravilloso, pues habiendo tantos de ellos por cometer, no tiene sentido repetir los mismos, mucho menos, si alguno de estos ha sido capaz de perjudicar a otro ser vivo o atentar contra nuestra especie.

    «Hoy día, el deber primero y quizá único del filósofo es defender al hombre contra sí mismo; contra esa extraordinaria tentación hacia la inhumanidad a que tantos seres humanos han cedido casi sin darse cuenta de ello.» (Gabriel Marcel)

    La ambición de los hombres no conoce límites, y tiene una predisposición natural a ir en pos de su propio bienestar.

    Exigir de la fortaleza que no sea un querer dominar, querer sojuzgar, un querer enseñorearse, una sed de enemigos, de resistencia y de triunfos, es tan absurdo como exigir de la debilidad que se exteriorice como fortaleza (…) El fuerte es fuerte y no tiene libertad de ser débil, por ello, utilizará naturalmente su fuerza para su beneficio, por el contrario, el débil es débil y no tiene libertad de ser fuerte; incluso, si es inteligente, conviene que no haga cosas para las cuales no se es lo suficientemente fuerte (…) Por tanto, aquel que se viste de la virtud «renunciadora» no es más que una falsificación y una auto mendacidad que trata de justificar su debilidad con el esplendor de la virtud callada. (…) Esto no es ningún mérito por más que trate de hacerse ver como tal, sino su esencia misma y un instinto de supervivencia (…) en donde la debilidad se disfraza de mérito; el no poder vengarse se llama «no querer vengarse» y tal vez incluso «perdón» (pues ellos no saben lo que hacen). (Nietzsche, La genealogía de la moral, 2018)

    Lo seres humanos deben sobrevivir; de lo que se trata es de salvar la vida, pero, además, desean hacerlo no de cualquier modo; y es en esta contienda de la supervivencia y sus formas, en la que se presentan los problemas éticos, pues hay que definir si la persona que tenemos frente a nosotros es un compañero o un rival, una presa a devorar o un enemigo a eliminar. Por eso, es que incluso en una sociedad que brinda beneficios comunes para todos; a ti, a mí y a nuestros semejantes nos cuesta tanto trabajo vivir unos con otros; y aun cuando la mayoría deseamos una sociedad armónica –según el propio entendimiento que se tenga de ello–, los apetitos son simplemente insaciables, y en lugar de convivir unos con otros, lo hacemos unos contra otros, a los que llamamos semejantes por pertenecer a una misma especie y contar con rasgos parecidos –pero posiblemente no tan semejantes–; con distinto lenguaje, preferencias, conocimientos y comportamientos; culturas opuestas; volubles y heterogéneas creencias; diferente religión y color de la piel; sueños desiguales; ideas divergentes acerca de lo bueno y lo malo; y sobre todo, variados criterios para determinar qué es aceptable y qué no lo es. ¹

    Cierto es que somos egoístas y primeramente respondemos a las sensaciones naturales que incumben a nuestro propio bien, pero también que somos sociables por naturaleza –se es blanco y se es negro–, y son precisamente la naturaleza social y los beneficios que esta otorga, la que, para poder gozar de ella en forma ordenada, exige que el ser humano la anteponga a sus apetitos individuales –también propios por naturaleza– dejando abierto así el cuestionamiento de si existe realmente la autonomía, al menos desde la perspectiva moral, pues la necesidad social –necesidad obligada para sobrevivir– ejerce cierto tipo de coerción en la contienda. ¹

    Esto puede apreciarse en el patrón de ciclos que las civilizaciones reflejan a través del tiempo, desde la antigua Roma hasta las sociedades actuales, todas ellas con una etapa de nacimiento, otra de desarrollo y gloria –donde se antepone la sociabilidad– y finalmente otra que se caracteriza por la autodestrucción –donde el individuo elige moralmente su autonomía en pos de sus apetitos–.

    El hombre que les representa, ha dado muestra y testimonio de su gran polaridad, de su bondad y maldad, de las cosas únicas y extraordinarias de su creación, pero también de su peculiar abyección, ambición suigéneris y potencial destructivo de los que es capaz por alcanzar sus propósitos, que por lo general tienden a ser fundamentados en el individualismo y el relativismo de una percepción subjetiva de la realidad, la cual se ha visto influenciada y modificada a través del tiempo por múltiples circunstancias, así como por distintas corrientes filosóficas y su aplicación en el campo de la ciencia.

    La preparación científica de la que se nos ha dotado, nos ha proporcionado diversas metodologías para el estudio de variables cuantitativas como la estadística y del método experimental, pero aquellas dimensiones no biológicas del ser humano se resisten a dejarse conducir por la misma lógica y metodología. Aún en nuestros días, llama la atención con qué facilidad se le denomina "material" a los seres humanos que participan en trabajos de investigación, síntoma de un terrible y evidente déficit en formación humanística que prioriza su atención para ser corregido, al mismo tiempo que aclama por una reestructura formativa de los profesionales, donde se involucre a la bioética como cimiento en todas y cada una de las ramas. ²

    El desarrollo de la bioética tomó auge posterior a espeluznantes delitos contra la humanidad. En los últimos años se le ha conocido, sobre todo a través de disputas dramáticas sobre temas relacionados con el comienzo y final de la vida, o con los dilemas morales planteados por los adelantos de la ciencia y de la técnica. Es por eso que iniciaremos este libro con la evidencia histórica de los errores de la medicina a través del tiempo, no con el fin de juzgarla, sino con la intención de asimilar la importancia de conocer la historia de todo aquello en lo que nos involucramos; pues, si la conocemos, no borraremos el pasado, pero podremos construir un mejor futuro. El pasado, es el testimonio patente y experiencia valiosa de la que se puede aprender (si así se decide), que reduce la posibilidad de creer cualquier mentira, a la vez que permite vivir en el presente, ver en él oportunidades constantes para el cambio y decidir sobre nuestras metas futuras.

    El hombre es un ser que debe entenderse en su complejidad, por lo que no basta una perspectiva. Conocer los antecedentes, te permite: 1) preguntarte quién vas a elegir ser mediante tus acciones –porque siempre será una elección–, cuando la vida te presente las mismas circunstancias que hoy juzgas en alguien más, y, 2) deleitare con escuchar una mentira, cuando previamente ya conoces toda la verdad desnuda, así se trate de la verdad más simple referida por Nietzsche: la más repugnante, áspera, no cristiana y amoral… Pues existen verdades tales, y no por ello demeritan su valor. ³

    En el aprendizaje de la historia hay algo por mucho más importante que los hechos, y son las interpretaciones que hacemos de esos hechos; por lo regular, quienes la escriben, presentan los hechos como algo indiscutible, pero la historia no puede ser tomada como absoluta según la perspectiva de alguien más, sino interpretada a conciencia y con mentalidad crítica. Se vuelve entonces oportuno no sólo escuchar a los vivos, sino también a los muertos; no sólo a los vencedores, sino también a los derrotados –a los que su verdad les es silenciada–; a todo aquel testigo, los que pagaron un precio y los que no lo hicieron.

    Los errores pueden ser los mejores maestros, y constan de una secuencia de aprendizaje que se divide en tres fases: aceptarlos, superarlos y no volver a cometerlos. Un error lo comete cualquiera, lo reconocen los inteligentes y lo corrigen los sabios. Cuando te hayas dado cuenta de lo anterior, olvida el error y recuerda la lección.

    Ejemplo de ello es lo ocurrido entre 1845 y 1849, cuando el Dr. Marion Sims realizó cirugías experimentales que llevó a cabo con un grupo de mujeres esclavas afroamericanas a las cuales provocó descomunales sufrimientos.

    Los procedimientos quirúrgicos de Sims se realizaban sin anestesia, no sólo porque para entonces recién se estaba perfeccionando su uso en medicina, sino porque el propio Sims deducía que el dolor no tenía magnitud suficiente como para que el uso de anestesia fuera imprescindible, algo con lo que las mujeres no coincidían en lo más mínimo, mal que claro, tampoco se les prestaba atención.

    Durante los cuatro años que el cirujano experimentó con grupos numerosos de decenas de mujeres esclavas en un viejo hospital de la zona de Montgomery, Alabama, incalculables fueron los daños que provocó a sus víctimas.

    Algunas de ellas recibieron las cirugías en repetidas ocasiones, como es el conocido caso de una joven esclava llamada Anarcha, la cual padecía de un problema de fístula vésico-vaginal / recto-vaginal, y recibió 30 intervenciones quirúrgicas del Dr. Sims antes de que este fuese capaz de cerrar las fístulas entre su vejiga y el recto. Hoy se sabe que ninguno de los procedimientos practicados por el Dr. Sims fueron consentidos, las mujeres eran maniatadas a la fuerza y obligadas a someterse a las crueles y extremadamente dolorosas cirugías experimentales de Sims. ⁴

    1880. Hansen, empecinado con cultivar el bacilo de la lepra, inoculó material patológico en el ojo de una mujer. No consiguió su meta, pero la paciente desarrolló trastornos visuales y lo denunció, lo que le costó su puesto en el hospital.

    1897. El bacteriólogo Sanarelli identificó como agente causal de la fiebre amarilla en Brasil y Uruguay, al Bacillus icteroides. Para comprobarlo, inoculó mediante inyección, material de cultivo a cinco pacientes sin su consentimiento. Como resultado tres de ellos fallecieron.

    1900. Walter Reed en Cuba se sirvió de 22 trabajadores inmigrantes españoles para comprobar que la fiebre amarilla se contrae a través de picaduras de mosquito.

    1900. Médicos estadounidenses para experimentar, infectaron con la peste bubónica a cinco reos en Filipinas.

    1906. Richard Strong de Harvard, infectó con el cólera a reos en Filipinas para estudiar la patología. Como resultado, trece de ellos fallecieron, mientras a los supervivientes se les compensó con cigarros. Durante los juicios de Núremberg, los médicos nazis aludieron este estudio para justificar sus propios experimentos médicos.

    1911. El Dr. Hideyo Noguchi contagió de sífilis a 146 pacientes del Instituto Rockefeller para la Investigación Médica, con el propósito de estudiar la parálisis general progresiva (algunos de los cuales eran niños).

    1913. Varios médicos experimentaron en 15 niños de un hogar infantil en Filadelfia, inyectándoles una nueva vacuna. A consecuencia de esto, algunos de ellos perdieron la vista.

    1913. En Pensilvania se infectó con sífilis a 146 niños en diversos hospitales. ⁵

    1915. Con la intención de estudiar la pelagra e investigar su posible tratamiento, Joseph Goldberger, bajo supervisión de la Oficina de Salud Pública de Estados Unidos, causó la enfermedad en doce internos. ⁶

    1931. El Dr. Cornelius Rhoads, patólogo del Instituto Rockefeller para la Investigación Médica, inocula con células cancerosas a sujetos en Puerto Rico. Trece de ellos murieron.

    1931-1933. En el Hospital Estatal de Elgin, en Illinois, se inyecta radio-266 a pacientes con enfermedades mentales como terapia experimental para tratar su condición patológica.

    Durante la Segunda Guerra Chino-Japonesa y la Segunda Guerra Mundial, el ejército japonés experimentó con varios reos, contagiándolos de sífilis y gonorrea para estudiar los efectos de las mismas durante la historia natural de la enfermedad. En ningún momento se les otorgó tratamiento alguno.

    1940. Médicos del ejército estadounidense experimentaron con reclusos de la penitenciaría de Stateville en Illinois, infectándolos de malaria.

    1941. El Dr. W. C. Black contagia a un bebé de 12 meses con herpes, como parte de un experimento médico.

    Entre 1941 y 1944, los médicos alemanes contagiaron deliberadamente a reclusos de los campos de concentración con enfermedades infectocontagiosas; experimentaron distintos tipos de esterilización sin ningún tipo de anestesia y realizaron el seguimiento de los efectos de la inanición. A los prisioneros no sólo se les humilló, sino se les destruyó por completo violentando varias estructuras particulares: a) las de lenguaje y las creencias en las que fueron socializados, y, b) aquellas de las que se enorgullecían de haber producido por sí mismos. (Rorty, 1991, p. 195)

    "Lo peor que uno puede hacer a una persona no es hacerle dar aullidos de agonía, sino utilizar la agonía en forma tal que, incluso cuando la agonía haya pasado, esa persona no pueda reconstruirse" (Rorty, 1991, p. 196).

    Después de conocer lo anterior, nacen en nosotros las siguientes interrogantes: ¿Cómo fue el ser humano capaz de generar tanto dolor y sufrimiento a sus semejantes? ¿Cómo es que su pensamiento logra articularse de tal forma que no perciba el daño que provoca en otros?

    "El sufrimiento es un dato de conciencia, cierto contenido psicológico que se da como lo inasumible (Levinas, 1993, p. 115). No se trata sólo de la conciencia de un repudio sino del propio repudio, de la experiencia de lo inaguantable como dato de conciencia, que no es cognitivo sino revulsivo.

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