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La organización social del cuidado de niños, niñas y adolescentes en Colombia: Experiencias urbanas
La organización social del cuidado de niños, niñas y adolescentes en Colombia: Experiencias urbanas
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La organización social del cuidado de niños, niñas y adolescentes en Colombia: Experiencias urbanas

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No somos nada sin el otro/a. Esta es la mejor expresión del valor fundamental del cuidado. El cuidado que sostiene la vida. El cuidado que durante esta dolorosa pandemia ha sido la base fundamental para proteger la vida en todas sus expresiones. El cuidado que por siglos ha sido invisibilizado y desplegado especialmente por millones de mujeres en el mundo. Quien cuida y a quienes se cuida ha puesto en evidencia la división tajante sobre los cuidados. Como lo señala Judith Butler, todas y todos nacemos dependientes. En eso estamos en condición de igualdad. Pero es en la división sexual del trabajo y en la valoración que las sociedades hacen del cuidado donde empiezan las diferencias y las profundas desigualdades. Este libro nos ofrece un bien común intelectual, al documentar de forma cooperativa la organización social del cuidado de niñas, niños y adolescentes en Bogotá, Cartagena, Medellín, Cali y Bucaramanga, y nos propone como proyecto de sociedad "un movimiento significativo que ponga en el centro la vida y el cuidado como acciones para construirla, promoverla y conservarla".
Angela María Robledo Gómez
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 ene 2020
ISBN9789587815306
La organización social del cuidado de niños, niñas y adolescentes en Colombia: Experiencias urbanas

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    La organización social del cuidado de niños, niñas y adolescentes en Colombia - María Eugenia Agudelo Bedoya

    12.

    El contexto urbano nacional

    Yolanda Puyana Villamizar

    ¹

    El cuidado hace referencia a la gestión y a la generación de recursos para el mantenimiento cotidiano de la vida y la salud; a la provisión diaria de bienestar físico y emocional, que satisfacen las necesidades de las personas a lo largo de todo el ciclo vital. El cuidado se refiere a los bienes, servicios y actividades que permiten a las personas alimentarse, educarse, estar sanas y vivir en un hábitat propicio.

    (ARRIAGADA, 2011, P. 2)

    El cuidado se articula inexorablemente con el contexto y, aunque buena parte del mismo ocurre en los hogares, un espacio microsocial, está atado a fenómenos macrosociales, al devenir histórico de la sociedad, a los cambios culturales y a la vinculación del país a fenómenos globales. Asimismo, se relaciona con la posibilidad de acceder a servicios sociales básicos, a las dinámicas demográficas, a la estructura del mercado ocupacional y las características del Estado. Compartimos con Arriagada (2011) su visión acerca de que el contexto incide en la calidad del cuidado y su enunciado sobre la importancia del hábitat o el espacio donde se desenvuelve la vida de quienes cuidan y son cuidados.

    Si bien no es posible desarrollar a profundidad los aspectos señalados, partimos del supuesto acerca de la relación entre las nociones, estrategias y organización del cuidado con los contextos citadinos, cuyos avances y problemáticas comunes merecen ser referidas para iniciar este libro. Dados los complejos cambios políticos, económicos, culturales y sociales del país en el siglo XX, que continúan en el siglo XXI,² para este aparte solo he seleccionado lo más relevante para entender el contexto del cuidado entre 2015 y 2018.

    En Colombia, en 2016, el 77 % de la población habitaba el sector urbano y apenas el 23 % el sector rural. Esta concentración poblacional en las ciudades facilita el acceso a los servicios públicos del Estado, ya que en el sector urbano persiste un cubrimiento de acueducto, alcantarillado y energía eléctrica que supera el 90 %, con la excepción del 77.4 % del gas natural (DANE, 2017a).³

    Adicionalmente se facilita un mercado de bienes y servicios, muchos de ellos para complementar las necesidades del cuidado. El acceso a la educación en las cabeceras municipales ha mejorado: en 2016 para la población entre 15 a 24 años ascendieron los años de escolaridad a 10.5 y la tasa de asistencia en las cabeceras municipales de la cohorte de 5 a 16 años⁴ llega a un 93.5 %. Sin embargo, en el caso de los jóvenes de secundaria, de 17 a 24 años, su cobertura bajó a 42.5 %. Se destaca la concentración de NNA en instituciones educativas oficiales en el nivel preescolar, ya que corresponden a un 79.9 % (DANE, 2017a).

    Si bien se presenta una baja en la tasa de analfabetismo,⁵ la calidad de la educación en el país para NNA presenta múltiples problemas: las dificultades se observan solo evaluando la diferencia entre lo enunciado en el Plan Nacional de Educación (PAE) 2016-2026, que pretende un sistema: articulado, participativo descentralizado y con mecanismos eficaces de participación, respecto a las respuestas de FECODE —sindicato único de maestros— quienes, desde 2015, cada año se movilizan contra los incumplimientos del gobierno ante las dificultades que afectan la calidad del sistema, por ejemplo, la falta de recursos —que incluye la financiación de una jornada única que retenga a los escolares en horarios más compatibles con quienes les cuidan—, el estímulo al docente, vicios en los programas de alimentación, entre otros. Por ello, al comparar la calidad de las pruebas en educación secundaria con los estándares internacionales Colombia sale mal librada (Cajiao, 2013; Guarín, Medina y Poso, 2018).

    De la misma forma han aumentado las coberturas de salud y seguridad social: el porcentaje de afiliación al Sistema General de Seguridad Social en Salud (SGSSS) para las cabeceras ocupó un 94.6 %, de las cuales el 59.2 % estaban en el régimen contributivo y el 40.5 % en subsidiado. Pero, igual que con el sector educativo, los problemas de calidad son bien álgidos, entre ellos, la sujeción a un sistema financiero especulativo, la corrupción y la politización de los servicios, la unificación del régimen contributivo y el subsidiado, la inequidad de la calidad de la atención, entre otros (Franco, 2013).

    Con la urbanización las clases medias y las élites se insertaron a un mundo cultural moderno en el que predomina la mirada eurocéntrica, que copia el estilo de vida de Estados Unidos, mientras que persisten el racismo, la homofobia y las actitudes clasistas contra las mayorías pobres mestizas, afrodescendientes o indígenas. Otros, que constituimos las minorías, intentamos lograr el respeto por la diversidad mientras vivenciamos una mirada posmoderna ante ese mundo cultural desconocido abierto a partir de la Constitución de 1991, cuando fueron reconocidos en su ciudadanía.

    Las ciudades mantienen una inequitativa distribución de los ingresos, la cual se mide a partir del coeficiente de Gini de 0.52,⁶ así como los niveles de pobreza de la población.⁷ A raíz de la concentración de la propiedad urbana y la falta del control del Estado, la consolidación de las ciudades ha sido caótica, sin una planificación que obedezca a las necesidades del cuidado, e insensible ante las necesidades de NNA y de quienes cuidan.⁸ Apenas si logran insertar a su población en medio de procesos migratorios abruptos,⁹ bien sea debido a las expectativas de mejorar la vida en la ciudad, al desplazamiento¹⁰ y como víctimas de los grupos ilegales provenientes del sector rural u otros municipios¹¹ y, más recientemente, de extranjeros, por la crisis en Venezuela.

    La dinámica de conformación de los barrios sigue obedeciendo al incremento de las tasas de ganancia que la actividad inmobiliaria genera. De manera que, ante la pobreza de la población nativa y de quienes migran, muchos hogares se insertan en barrios con conformación irregular, cuyas tierras han sido producto de urbanizadores piratas, invasiones o casas de interés social en los que la renta de la tierra facilita el acceso de la población a menores costos (Dalmazo, 2017). Todo esto ha estado acompañado de un déficit de vivienda,¹² que constituye uno de los problemas centrales de la vida urbana.

    Una de las características de este proceso urbano en Colombia ha sido la constante violencia,¹³ que combina los efectos del conflicto armado, los grupos organizados por el mercadeo de la droga y la delincuencia común. Si bien en 2017 la tasa de homicidios en el país se reportó como la más baja desde 1975, debido, entre otras, al pacto entre las FARC y el gobierno del expresidente Santos, las ciudades objeto de este estudio siguen estando afectadas por los homicidios, robos y extorciones con consecuencias para el cuidado, como se tratará en los capítulos posteriores.

    Un fenómeno acrecentado en las dos últimas décadas del siglo XXI ha sido la globalización. Según Benería (2000 p. 74), implica la expansión permanente de mercados, intensificadas por los cambios tecnológicos en el ámbito de las comunicaciones y el transporte, que trascienden las fronteras nacionales y reducen las dimensiones espaciales. Para Guarnizo (2006a; 2006b) el proceso incide en las relaciones de poder de la organización de la sociedad colombiana y su historia se explica al comprender la configuración y reconfiguración transnacional en un mundo globalizado. Pero no solo las estructuras del Estado y la economía se organizan en esta dinámica trasnacional, el proceso va a incidir en las migraciones internacionales y, en consecuencia, en la conformación de familias transnacionales (Puyana et al., 2013), en el uso de las TIC,¹⁴ en las ofertas laborales, la recreación, los movimientos sociales, el narcotráfico, los procesos de socialización de la niñez y, en general, en una revolución de la vida cotidiana de dimensiones aún inexplicables.

    La siguiente pirámide, de población urbana en Colombia de 2015, nos facilita ver las tendencias de las dinámicas demográficas del país:

    FIGURA 1. Pirámide de población urbana en Colombia, 2015.

    Fuente: elaborado con base en Profamilia y Ministerio de Salud y Protección Social (2017).

    La gráfica muestra una progresiva reducción relativa de la población menor de edad, 0 a 15 años, lo que trae como consecuencia el aumento de quienes están en capacidad de trabajar, 19-55 años, y un crecimiento de la población mayor de 65 años. Para las zonas urbanas las y los menores de 5 años representaron el 8.4 %, entre 5 y 9 años, el 8.4 % y entre 15 y 19 años, el 8.8 % (Profamilia, 2015). En ese sentido, los datos reportan que la relación de dependencia demográfica nacional está descendiendo: en 2015 alcanzó un 52 % frente al 56 % del 2010.¹⁵

    Como observamos en la pirámide, la tasa de fecundidad urbana¹⁶ sigue descendiendo entre 1964-1970, de 7.0 hijos por mujer a 1.8 (Profamilia, 2015). Debemos anotar que en las áreas urbanas la fecundidad aumenta en los sectores de menor quintil de ingreso y cuando el nivel educativo de las mujeres es más bajo (Profamilia, 2015). No obstante, la única tasa de fecundidad que apenas decrece un mínimo es la de adolescentes: en las zonas urbanas este porcentaje llegó al 15.1 % para las mujeres entre 15 y 19 años. Como consecuencia de este comportamiento de la población, el promedio de personas por hogar ha disminuido: para el 2015 fue de 3.5 respecto al 4.1 del 2005 (Profamilia 2015). Además, reconocemos un aumento de la esperanza de vida al nacer, que, según el Banco Mundial, en 2016, llegó al total nacional de 71 años para los hombres y 78 años para las mujeres.

    Una constante histórica de los grupos familiares ha sido su diversidad (Pachón 2007), mostrada por la antropología desde Virginia Gutiérrez de Pineda (1990), quien a mitad del siglo XX fue describiendo la enorme variedad de organización de las familias en las regiones colombianas. Esta tendencia sigue presentándose en los sectores urbanos, como lo indican las últimas encuestas de Profamilia. Como tendencia general, entre 1993 y 2015 se mantienen los hogares nucleares con diferentes características: más uniones monoparentales y más parejas sin hijos o hijas. Ocurre a la vez una continuidad del hogar extenso y el incremento de hogares compuestos, sin núcleo parental y unipersonales.

    TABLA 1. Conformación de los hogares entre 1993 y 2015¹⁷

    Fuente: Puyana y Lamus (2003, p. 36); Profamilia (2005; 2010); Profamilia y Ministerio de Salud y Protección Social (2017).

    Aunque en 2018 la población en edad de trabajar (PET) llegó aproximadamente al 80 % de la población colombiana —en el segundo trimestre del año—, la distribución del trabajo por sexos constituye una situación desfavorable para las mujeres: Los hombres representaron 58.2 % de los ocupados y las mujeres 41.8 % y la población desocupada estuvo compuesta por un 44.1 % de hombres y un 55.9 % de mujeres. (DANE, 2018, p. 3). Las tasas de participación inclinaron su balanza hacia los hombres: En el trimestre móvil marzo-mayo 2018, de 74.2 % para los hombres y 54.0 % para las mujeres (DANE, 2018, p. 4).

    Esta perspectiva de desequilibro en las oportunidades laborales de hombres o mujeres contiene múltiples facetas: por un lado, la proporción de hombres empleados es de 72.6 % en las zonas urbanas, mientras que la de las mujeres es de 56.6 % (Profamilia, 2015). Son ellas quienes se concentran en el sector informal, suelen contar con ingresos más bajos que los hombres y trabajar en ocupaciones de baja productividad asociadas a menores remuneraciones. A la vez, están sobrerrepresentadas en los hogares en situación de pobreza, así como en los hogares monoparentales.¹⁸

    En ese sentido, los datos de la ENUT (2016) nos indican las dificultades de las mujeres colombianas trabajadoras y las amas de casa para cumplir con el cuidado directo e indirecto de las nuevas generaciones. Los datos nos muestran que mientras ellas desarrollan en promedio siete horas y catorce minutos¹⁹ para estas labores, siguen representado el doble del tiempo del estimado para los hombres, que es de tres horas y veinticinco minutos (ONU Mujeres, 2018). Los estudios de la misma encuesta señalan que las actividades del hogar enfocadas al suministro de alimentos, cuidado físico de personas, cuidado pasivo —estar pendiente— y de limpieza y mantenimiento se concentran en las mujeres respecto a los hombres y que las brechas más amplias por sexo son: el suministro de alimentos 74.4 %, y la limpieza del hogar el 69.9 % (DANE, 2016).

    El panorama presentado nos lleva a concluir que persisten contradicciones para garantizar un buen cuidado de NNA. Por un lado, los datos demográficos presentados nos muestran un panorama alentador para el cuidado de las nuevas generaciones, ya que sigue presentándose una tendencia hacia la disminución de la mortalidad infantil.²⁰ Este decrecimiento obedece a un cambio en la mentalidad sobre la infancia, en los patrones de crianza y en las formas de atención, especialmente al nacer, y un aumento de la edad del primer embarazo, así como el desarrollo de políticas públicas orientadas a la protección de la infancia o de las gestantes.

    Al mismo tiempo, las tendencias ocupacionales de las mujeres, quienes han sido tradicionalmente las cuidadoras, nos indican que persiste en el país crisis o déficit del cuidado en el sentido de que sobresalen las dificultades para alcanzar niveles satisfactorios de bienestar de quienes cuidan —tiempos, recursos, transporte, apoyo estatal—, dado el panorama ya enunciado en las ciudades colombianas, como veremos en los próximos capítulos. Como dice Irma Arriagada (2012) para Santiago de Chile, se trata de la crisis por la falta de quienes cuidan.

    Otra dificultad en el cuidado podría ser ocasionada por la delegación de NNA a otros parientes, dado que las redes parentales no siempre apoyan con suficiencia a quienes trabajan fuera del hogar o, en especial, a hijos e hijas de emigrantes, como ha ocurrido constantemente según las condiciones de oferta de mejores oportunidades laborales en el exterior (Micolta et al., 2013). De todos modos, una meta para las ciudades colombianas es compartir el sueño de un contexto que convierta a las ciudades en cuidadoras y facilite la vida de NNA y de quienes les apoyan, como afirma Rico (2017):

    Una ciudad inclusiva y cuidadora supera las visiones dicotómicas basadas en los ámbitos productivo y reproductivo y se constituye en un espacio de ejercicio de los derechos de ciudadanía, donde se articulan tanto la producción y el consumo como la reproducción de la vida cotidiana, para la cual el cual el trabajo vinculado a la satisfacción de las necesidades de cuidado es esencial. (p. 12)

    En torno a los planes y políticas del cuidado de cobertura nacional

    Si velar por el cuidado implica todas las acciones que conservan la vida, políticas al respecto se encuentran difuminadas en diferentes agencias estatales. Por ello, para este estudio hemos escogido algunas, siguiendo el esquema de Martínez y Camacho (2007). En las primeras, denominadas como normativas, el Estado colombiano ha propuesto la Ley 1822 de 2017, que consagra la licencia de maternidad de catorce semanas remuneradas, veintidós semanas si son gemelos, y el descanso por lactancia de una hora. La Ley 1468 del 2011, llamada Ley María, que reglamenta ocho días hábiles de licencia de paternidad. Asimismo, se ha reglamentado el derecho a la calamidad doméstica, que incluye la prohibición de despedir o descontar del pago a las madres o padres ante una situación de emergencia.

    La segunda clasificación, denominada como la infraestructura del cuidado, es, por ejemplo, De Cero a Siempre, una política de Estado consagrada por la Ley 1804 de 2016, con la que se pretende dar respuesta a las situaciones de pobreza que enfrentan los NN menores de 5 años y que impacta negativamente su desarrollo en el país. El objetivo principal de esta política pública es lograr una atención integral para esta población, ya que en este rango etario se sientan las bases para el desarrollo de habilidades, capacidades y potencialidades humanas.

    De este modo, el programa se concibe como una estrategia de atención integral (EAI), es decir, que conglomera un conjunto de acciones planificadas de carácter nacional y territorial (donde interactúan los diferentes ministerios y entes relacionados con el tema, como el ICBF²¹ y las autoridades gubernamentales departamentales y municipales). El objetivo es promover y garantizar el desarrollo infantil temprano. Para ello, estableció cinco ejes estructurantes con los que pretende responder a dicho desarrollo: cuidado y crianza; salud, alimentación y nutrición; educación inicial; recreación y, por último, ejercicio de ciudadanía y participación. Teniendo en cuenta los recursos del presupuesto nacional y los aportes del sector privado destinados a […] De Cero a Siempre solo se podrían incluir 1 200 000 niños y niñas alcanzando así una cobertura del 41 % durante el cuatrenio 2010-2014 (Gestión Social Unicafam, 2012).

    Familias en Acción, que constituye una política de Estado mediante la Ley 1532 del 7 de junio del 2012, es definida así:

    Consiste en la entrega, condicionada y periódica de una transferencia monetaria directa para complementar el ingreso y mejorar la salud y educación de los menores de 18 años de las familias que se encuentran en condición de pobreza, y vulnerabilidad. (Artículo 2)

    La entrega del subsidio se hace a través de las madres, bajo el criterio de que son más responsables porque los gastan en el consumo de alimentos, educación y salud (Ley 1532 del 2012). Los recursos están condicionados a la asistencia escolar y a los controles de salud. El programa está a cargo del Departamento de la Prosperidad Social (DPS) y su cobertura asciende a 2 950 000 hogares, un alcance de 1028 municipios (DPS, 2015).

    Las políticas encaminadas a lograr la equidad de género, que incluye la Ley 1413 del 2010, reguladora de la inclusión de la economía del cuidado en el sistema de cuentas nacionales y que dispuso al DANE medir la participación de la mujer al desarrollo económico social, al realizar la Encuesta del Uso del Tiempo, ha logrado una medición del trabajo no remunerado a partir de las actividades realizadas en los hogares, todo esto para fundamentar la propuesta de unas políticas acerca del cuidado. Finalmente, Equipares, propuesto en la administración de Juan Manuel Santos, tiene por objeto generar

    […] un marco normativo que constituye un primer paso para garantizar herramientas y condiciones legales que permitan alcanzar la equidad efectiva entre los géneros. Esta iniciativa busca apoyar el ingreso de las mujeres al mercado laboral en igualdad de condiciones a las de los hombres sin las existencia de barreras. (Equipares, s. f.)

    Se propone también: […] distinguir a las empresas que hayan implementado el Sistema de Gestión de Igualdad de Género mediante un proceso de certificación que conlleve a generar transformaciones culturales para el logro de la equidad de género en las empresas (Rial, s. f.).

    Referencias

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    Notas

    ¹ Este capítulo fue apoyado por Ivette Sepúlveda, asistente de investigación.

    ² En ese sentido, compartimos la caracterización que Jorge Orlando Melo (2017) hace del siglo XX como una época de cambios caracterizada por el crecimiento del Estado y de la población, de las ciudades llamadas modernas.

    ³ Para 2017, en las cabeceras municipales, el servicio de energía eléctrica llegaba al 99.9 % de los hogares; adicionalmente, el servicio de acueducto contó con un porcentaje de cubrimiento del 97.6 % y el de alcantarillado de un 92.6 % (DANE, 2017a).

    ⁴ Las cuales se entienden como las edades para cursar educación básica y media.

    ⁵ Según el Banco Mundial, en 2015 Colombia presentó una tasa de alfabetización total de adultos (porcentaje de personas de 15 años o más) de 94.245 %.

    ⁶ El coeficiente de Gini toma valores de 0 y 1. El 0 expresa la igualdad total y el 1 la máxima desigualdad.

    ⁷ Para 2016 en las cabeceras municipales el porcentaje de personas pobres —medido en términos de pobreza monetaria— pasó de 24.1 % (porcentaje del 2015) a 24.9 % (DANE, 2017b).

    ⁸ En este sentido se aplican para estas ciudades las contradicciones señaladas por Rico: Son percibidas por sus habitantes, como un fenómeno multiforme con superposición de caos y organización, permanente orden y desorden de formas […] un lugar de conflicto, convivencia y negociación; un territorio de libertad y de restricciones (2017, p. 3).

    ⁹ Según Migración Colombia, en 2016 se registraron trece millones de movimientos migratorios en el país. La llegada y salida de extranjeros alcanzó una cifra histórica de 5.6 millones, la mayoría provenientes de Venezuela (Portafolio, 2017).

    ¹⁰ Para 2012, debido a la violencia agenciada por los llamados grupos ilegales —paramilitares, guerrilla y narcotraficantes—, las hectáreas abandonadas y despojadas en el sector rural oscilaban alrededor de los 6.5 millones, el equivalente al 15 % de la superficie agropecuaria del país (ACNUR, 2012).

    ¹¹ En 2017 se registró un total acumulado de 7.7 millones de personas desplazadas, lo que posicionó a Colombia como el país con mayor problemática de ese tipo mundo.

    ¹² El diario El Colombiano (2012), citando al BID, señala que el 37 % de quienes residen en el país no poseen techos para vivir o habitan en viviendas de mala calidad.

    ¹³ La tasa de homicidios por cada cien mil habitantes en el sector urbano es de 23.90 casos (mientras en Río de Janeiro, Brasil era de 30.0). Las principales ciudades del país para este mismo año siguen siendo las que muestran el mayor número de casos: en Bogotá son 1137, en Cali 1229 y en Medellín 569 (El Espectador, 2018). Cali sigue siendo la ciudad más afectada en razón al número de habitantes.

    ¹⁴ En la telefonía móvil en 2017 se contabilizaron en las cabeceras municipales un 97.5 % de hogares que cuentan con, por lo menos, una persona que tenga este medio de comunicación (DANE, 2017a).

    ¹⁵ Relación de dependencia demográfica: establece el tamaño relativo de la población potencialmente inactiva, frente a la población potencialmente activa (Martínez, 2012; Profamilia, 2015).

    ¹⁶ La tasa de fecundidad, en general, se calcula por la relación entre el número de nacimientos que una mujer tendría al final del período reproductivo: 45 años. La de adolescentes se calcula por el número de menores de 19 años que contestaron estar en embarazo y/o tener hijos.

    ¹⁷ Cada categoría contiene las siguientes especificaciones: nuclear, que no hay otra generación conviviendo, extensa, que son más de tres generaciones en un mismo hogar, y compuesta, que no hay relaciones de consanguinidad que demarquen la forma de hogar.

    ¹⁸ A pesar de que la pobreza ha decrecido en los últimos años de 42 % a 26.9 %, el índice de feminidad en la pobreza subió de 102.5 mujeres pobres por cada cien hombres pobres a 120.3 en el 2017 (ONU Mujeres, 2018, p. 20).

    ¹⁹ No incluidas en el Sistema de Cuentas Nacionales.

    ²⁰ Por cada mil NN nacidos vivos en el sector urbano del país la Tasa de Mortalidad Infantil, reportada en el período 2012-2015, fue de catorce y esta descendió, porque en 1995 era de veintiocho por mil niños y niñas (Profamilia, 2015, p. 71).

    ²¹ El ICBF para el eje de cuidado y crianza mantiene tres modalidades de atención a esta población: institucional, familiar y comunitaria, que corresponden al escenario de cuidado o protección de los NN menores de 5 años.

    Narraciones sobre el cuidado de NNA en Bogotá: reflexiones desde el género y la posición social

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    Yolanda Puyana Villamizar, Amparo Hernández Bello, Martha Lucía Gutiérrez Bonilla y Carolina Giraldo Henao

    Cuidar supone un entramado de acciones y relaciones más complejo en las grandes ciudades como Bogotá. En este capítulo se exponen diversas formas de asumir el cuidado, de vivenciarlo y de reflexionar al respecto desde las voces de quienes realizan esta tarea. Buscamos comprender la organización social del cuidado de la niñez y la adolescencia en Bogotá, desde la perspectiva de los grupos familiares, ilustrando la red de estrategias, acciones y relaciones que posibilitan o limitan la acción compleja de cuidar a niños, niñas y adolescentes. Para ello, se exponen las nociones y perspectivas de cuidado que expresan las y los cuidadores, y se muestran las múltiples estrategias que construyen los hogares para salirles al paso a los obstáculos que imponen el sistema cultural y la ciudad con sus complejidades. Se relata la interacción que ocurre entre los hogares, los servicios del Estado, el mercado, y las formas como se equilibran o se ponen en tensión las relaciones entre el trabajo y las labores de cuidado. Y, por último, se hace del género y la posición social categorías diferenciadoras y transversales, porque aportan al análisis de las diversas formas en que los hogares asumen el proceso de cuidar a niños, niñas y adolescentes (NNA), una actividad que afecta todas las esferas de la vida social.

    Deseamos profundizar en una perspectiva crítica del cuidado y su realidad en Bogotá, aportando al ejercicio de comparabilidad y dando evidencias que delineen pistas para la acción en políticas públicas en un marco de mayor justicia social. Además, esperamos contribuir al debate académico tendiente a develar los mecanismos que subyacen a los estereotipos sobre el cuidado en los hogares como función predominantemente femenina, los cuales subordinan a las mujeres y soslayan la contribución de su trabajo al bienestar general de la sociedad.

    A partir de la descripción de los referentes teóricos y metodológicos —en particular, de la manera como construimos la posición social—, el caso se desarrolla en cinco apartes: la necesaria mirada del contexto de Bogotá y sus complejidades; una descripción de las características de los y las entrevistadas; la perspectiva de cuidadoras y cuidadores sobre el cuidado al interior de los hogares según posición social; los relatos sobre el cuidado en los hogares y su relación con el Estado, el mercado y las redes; y, para finalizar, una reflexión sobre las principales lecciones y recomendaciones derivadas.

    Referentes teóricos: cuidado, género y bienestar

    En su acepción más general, el cuidado constituye una cualidad y una actitud propia de la especie humana encaminada a reproducir la vida para su conservación (Tronto, 1994). Como categoría contiene varios significados: el político, en tanto concierne a la sociedad como totalidad e implica un compromiso ligado al Estado y a la ciudadanía; el ético, asociado a la responsabilidad que se expresa en un conjunto intrincado de relaciones que están atravesadas por el poder (Arango y Molinier, 2011, p. 3); el social, por cuanto el cuidado constituye un trabajo que hace referencia a una acción transformadora de la naturaleza, a actividades dirigidas a producir bienes útiles para el consumo de las personas, a una atención particularizada, continua, cotidiana que implica desgaste físico, emocional y de la salud para quien la realiza.

    De acuerdo con Martín Palomo (2011), la acción de cuidar contiene tres dimensiones: material, emocional y ética. La dimensión material se refiere a las actividades para garantizar el cuidado e incluye: a) el trabajo doméstico o la realización de oficios tales como la preparación de alimentos, arreglo de la vivienda y mantenimiento de la ropa; b) el cuidado directo, esto es, las actividades necesarias para garantizar un buen estado de salud física y psíquica, tales como la higiene del cuerpo, el descanso, la revisión de tareas escolares o el acompañamiento en el tiempo libre; y c) la gestión del cuidado, entendida como la administración de la delegación de tareas, la proveeduría o el desarrollo de actividades administrativas frente a instituciones y entidades de educación o salud. La dimensión emocional, por su parte, es intrínseca a la acción de cuidar porque conlleva una relación cara a cara, plena de sentimientos entre quien cuida y es cuidado, e incluye sensaciones de amor, encanto y desencanto, tensiones y rabias.² Finalmente, la dimensión moral y ética hace referencia a aquellas conductas orientadoras de la acción que se definen como:

    […] las ideas como principios últimos de comportamientos, por los cuales actuamos o creemos actuar, es decir, aquellas construcciones que definen lo que está bien y lo que está mal, lo que es bueno o lo que es malo, lo que se considera valioso, correcto, apropiado para una convivencia justa. (Martín Palomo, 2011, p. 81)

    Complementariamente, Thomas (2011) propone incluir las características de quien cuida, de quien recibe el cuidado y de las relaciones entre ellos, la naturaleza de los cuidados y los distintos tipos de cuidado, el dominio público o privado en el que ocurre el cuidado, el carácter asalariado o no del trabajo y el marco institucional (espacio físico) en el que se realiza. En el caso del cuidado de las/los NNA, su vida y bienestar dependen de personas cuidadoras con quienes inevitablemente se vinculan en relaciones de dependencia. Estas relaciones se conciben, en el sentido planteado por Sen (2000), como un acompañamiento en el proceso de formación requerido por las/los NNA para que puedan desarrollar las capacidades necesarias, ejercer sus libertades y disponer de una vida con calidad que merezca ser vivida.

    Cuando se hace referencia a esta población, buena parte de las actividades de cuidado permanecen insertas en los grupos familiares en donde se cumplen funciones relacionadas con la reproducción biológica, la crianza, la socialización, la gestión del cuidado, así como la reproducción de la fuerza de trabajo indispensable para la existencia del sistema de producción. No obstante, las familias no son el único ámbito de producción de bienestar.

    Lo son también el Estado, el mercado y la comunidad³ (Esquivel, Faur y Jelin, 2012; Jenson, 2003; Razavi, 2007). La acción conjunta e interdependiente de estos ámbitos configura tipos de sistemas a los que Esping-Andersen (1993) denomina regímenes de bienestar. Estos no son otra cosa que el tipo de respuesta del Estado a partir de cómo se conceden los derechos y de si ellos son independientes del nexo monetario (mercantilización/desmercantilización), del sistema de estratificación social que promueve la política social y del grado de desplazamiento de la carga por el bienestar a los hogares (familiarismo/desfamiliarismo).

    La principal crítica feminista a esta propuesta ha sido su ceguera frente al género, pues excluye la división sexual del trabajo en el análisis de la protección social y reduce su enfoque a las relaciones del trabajo remunerado desconociendo el trabajo no remunerado que en los hogares y comunidades realizan principalmente las mujeres (Orloff, 1993; 1996). Además, es limitada para su aplicación en contextos sin estados de bienestar desarrollados. Por eso, para las realidades latinoamericanas resulta más pertinente la categoría de organización social del cuidado, entendida como: la configuración que surge del cruce entre las instituciones que regulan y proveen servicios de cuidado infantil y adolescente, y los modos en que los hogares de distintos niveles socioeconómicos y sus miembros se benefician de los mismos (Esquivel et al., 2012, p. 27). Una visión más profunda del cuidado, que contenga al tiempo una perspectiva de su relación con el Estado y un cambio en las relaciones de género, apunta a una crítica social que buscaría la transformación de su papel en calidad de protector de la vida integral de las personas (Carrasco, Borderías y Torns, 2011). El Estado de bienestar contiene el cuidado como parte de sus funciones. No puede seguir siendo solo una actividad invisible de las mujeres.

    En lo concerniente a las familias, el cuidado está inscrito en relaciones de poder articuladas inexorablemente a las de género, entendido este último como una categoría encaminada a profundizar los simbolismos culturales en torno a la masculinidad y la feminidad, la división sexual del trabajo y las prácticas que de allí se derivan. Como lo menciona Kergoat, la división sexual se rige por dos principios organizadores: el principio de la separación, hay trabajos de hombres y de mujeres, y el principio jerárquico, el trabajo del hombre vale más que el de la mujer (citada en Molinier, 2011, p. 47). El análisis desde esta perspectiva permite desentrañar los significados que permean los espacios de la vida cotidiana y son incorporados por las personas en la construcción de sus identidades y en sus experiencias sociales. Implica, además, la reflexión en torno a la interpretación del mundo, que conlleva dar respuesta a ciertas apariencias supuestamente inevitables y naturales (Scott, 1996).

    El cuidado a la vez depende del acceso que tienen las familias a los bienes y servicios a través de las políticas sociales o del mercado, por eso otra categoría fundamental es la de posición socioeconómica. En este proyecto acogemos la propuesta de Bourdieu (2002) sobre las clases sociales y el capital como relación de poder que tiene efectos desiguales sobre las oportunidades de los distintos agentes sociales, a partir de la distinción entre condición de clase, que se refiere a las características intrínsecas de las condiciones de vida y capitales de las personas y grupos, y posición de clase, que enfatiza en las relaciones entre las distintas posiciones.

    Es creciente el número de estudios sobre el cuidado. La literatura transita entre visiones conservadoras que proponen fortalecer el papel de la mujer en el hogar, y los estudios que promulgan la autonomía femenina mediante su participación en el mercado de trabajo y que se dirigen a desentrañar las inequidades persistentes en la distribución de la carga de cuidado (Carrasco, Borderías y Torns, 2011). La temática ocupa un núcleo central y desde los intereses de las Naciones Unidas se encuentra inscrita en los lineamientos de sus organismos. Si bien varios estudios usan como modelo teórico el propuesto por Esping-Andersen (2000) para los regímenes del bienestar en Europa, en muchos países de América Latina el cuidado está limitado por la debilidad del Estado, la tributación poco redistributiva, la baja cobertura de la seguridad social y la informalización y precarización de los empleos, que generan mayor familiarización. Esto explica el actual interés en la configuración de sistemas nacionales de cuidado, entre los cuales resalta la experiencia de Uruguay (Aguirre, 2003; Ministerio de Desarrollo Social, 2015). El cuidado, ciertamente, es un tema de debate contemporáneo en las ciencias sociales que remite a las discusiones centrales sobre la justicia redistributiva y la equidad de género, y está vinculado a la política y a la reivindicación de las tres R: redistribución, reducción y reconocimiento (Esquivel et al., 2012). La consigna es democratizar las relaciones familiares y garantizar la equitativa distribución de responsabilidades y costos por el cuidado entre los distintos ámbitos de producción de bienestar en la sociedad (Fraser, 1997; Tronto, 2013; 2015).

    El problema y los métodos de investigación

    El cuidado de la niñez y la adolescencia ha estado sustentado en la idealización de la familia nuclear biparental que divide la función del padre como encargado de la proveeduría y de la madre como responsable de las labores domésticas del hogar y del cuidado de los miembros de la familia. Cuando esto no ocurría, el Estado o las instituciones de beneficencia asumían el cuidado que las mujeres no proporcionaban (Fraser, 1997; Puyana y Valencia, 2013). Desde la mitad del siglo XX, la metáfora del proveedor universal empezó a fracturarse debido a las complejas transformaciones económicas, sociales y culturales, así como a las luchas democráticas por los derechos ciudadanos de las mujeres (Fraser, 1997; Hochschild, 2008; Puyana y Mosquera, 2003; Pineda, 2008). La vida y el cuidado familiar se reconfiguran a partir del cuestionamiento de las tradicionales relaciones de género, la necesidad de conciliar los tiempos dedicados a la actividad laboral con las necesidades de cuidado, la regulación por parte del Estado y la demanda de participación de otras instituciones en el proceso.

    En Colombia, la información respecto a la división sexual del trabajo en los grupos familiares indica cambios significativos. En las últimas tres décadas del siglo XX la tasa de participación laboral femenina aumentó y la mayoría de las mujeres en edad fértil trabajaba fuera del hogar (Pineda, 2011, p. 137). En el presente siglo estas tendencias se han mantenido y persisten unos techos de género que han impedido seguir incrementando la participación laboral femenina. Una de las causas es la sobrecarga del cuidado familiar doméstico que tensiona las relaciones entre el trabajo productivo y el no remunerado: Las mujeres que trabajan fuera de casa enfrentan una triple jornada: el mercado laboral, los oficios del hogar y el cuidado de los infantes, adolescentes, ancianos y personas en estado de discapacidad (citado en Puyana y Valencia, 2013, p. 7).

    En seguimiento de lo dispuesto en la Ley 1413 de 2010⁴ que regula la inclusión de la economía del cuidado en el Sistema de Cuentas Nacionales con el fin de medir la contribución de la mujer al desarrollo del cuidado en Colombia (Art. 1), la Encuesta de Uso del Tiempo del DANE (2013) mostró, como se verá en detalle en el contexto de la ciudad, una inequitativa distribución del trabajo que se concentra en las mujeres. Esta asimétrica distribución resulta particularmente crítica frente a fenómenos de cambio en la estructura y dinámica familiares como el incremento de la jefatura femenina, el crecimiento de las familias en grupos en desventaja o la existencia de NNA sin padres, que viven solos, que están al cuidado de otros parientes o que cuidan a hermanos menores, particularmente en los hogares más pobres, en los que se registran mayores necesidades, sobrecarga de cuidado y déficit de servicios. En respuesta a ese panorama, el Estado ha implementado políticas tendientes a desfamiliarizar el cuidado. Acciones como ampliación de coberturas escolares, salas cuna y jardines infantiles, mejor cobertura de los servicios de salud, programas de apoyo a las tareas escolares y de uso del tiempo libre. Sin embargo, persiste una amplia brecha entre lo formulado en las políticas y el acceso y calidad de los servicios, que se acentúa en los barrios populares donde la responsabilidad del cuidado aún es prioritariamente familiar.

    Además de la relación con el Estado, es importante analizar la relación con el mercado y las redes comunitarias y ONG en el apoyo al cuidado. El mercado ofrece servicios de cuidado que pueden minimizar los efectos del déficit estatal, pero se requiere de recursos. Por otra parte, el sector productivo colombiano poco considera, en las prácticas de responsabilidad social empresarial, la conciliación entre el cuidado familiar doméstico y el tiempo laboral (Toca, Grueso y Carrillo, 2012), una situación que ha sido señalada para toda la región latinoamericana. Sumado a esto, los avances legales, como las licencias de maternidad y paternidad o para el cuidado de los infantes y adolescentes enfermos, no cobijan a las mujeres con empleos precarios y el acceso a los bienes y servicios del cuidado es desigual de acuerdo con la posición socioeconómica (Puyana y Mosquera, 2003). En relación con las ONG, estas se han convertido en instituciones de prestación de servicios de atención a NNA mediante el mecanismo de la contratación estatal dirigida a la población de menores ingresos. Por último, están las redes vecinales y parentales que juegan un papel central en el cuidado directo o en su gestión.

    Aunque algunos de los problemas mencionados han sido objeto de investigación, los estudios se han concentrado en la medición y distribución del trabajo según sexo, entre los cuales se resaltan las encuestas nacionales de uso del tiempo (DANE, 2013, 2017b) y los indicadores construidos por Profamilia (2015). Resulta más escasa la indagación sobre aspectos que lleven a analizar en profundidad las emociones, los conflictos, las expectativas, la flexibilidad del tiempo del cuidado y la carga de cuidado y sus consecuencias. Entre estos pueden mencionarse dos estudios cualitativos sobre el estilo de crianza, paternidad y maternidad (Puyana y Mosquera, 2003 y Tenorio, 2000) en los que se sistematizan los patrones culturales comunes en la crianza de niños y niñas de 0 a 6 años en medio de una variedad de formas familiares, y la investigación de Hernández (2015) sobre carga de cuidado según posición social.

    La revisión sobre las investigaciones realizadas muestra que no se ha hecho en Bogotá un estudio que analice la organización del cuidado de NNA desde la perspectiva de quienes cuidan. En respuesta a ese vacío propusimos esta investigación orientada por la pregunta: ¿cómo los grupos familiares organizan y significan el cuidado de las niñas, niños y adolescentes en Bogotá y cómo se articulan con el Estado, el mercado, las ONG y las redes vecinales? Nos preguntamos además: ¿cómo se distribuye el cuidado al interior de los hogares? ¿Cómo se realiza y cuándo se hace? ¿Qué sentimientos, gratificaciones, frustraciones y expectativas se construyen en torno al cuidado? ¿Qué tensiones y conflictos surgen y cómo se resuelven? Y, finalmente, ¿cómo se perciben las políticas y programas estatales y cómo se utilizan los servicios del Estado? ¿Cuál es el uso de los bienes y servicios que ofrece el mercado para el cuidado y cómo se percibe la respuesta del mercado a las necesidades y demandas de cuidado? ¿Cómo interactúan los grupos familiares con las redes vecinales y las ONG para el cuidado y, en general, cuáles son las desigualdades de género y posición social que se identifican?

    El objetivo principal del estudio fue comprender la organización social del cuidado de la niñez y la adolescencia en Bogotá desde la perspectiva de los grupos familiares, según género y posición social, y en su articulación con el Estado, el mercado, las redes vecinales y las ONG. Con un enfoque metodológico de carácter cualitativo-interpretativo, privilegiamos los relatos tanto de quienes cuidan como de las/los sujetos de cuidado como fuente principal de información. Consideramos que es a través de una relación dialógica que comprendemos cómo quienes cuidan y son cuidados nos comunican sus vivencias, tratando de interpretar a la vez el significado de estos relatos. Por ello, retomamos el aporte de Gergen:

    Los términos y formas mediante los cuales obtenemos información del mundo y de nosotros mismos son artefactos sociales, producto de intercambio histórico y culturalmente situados entre las personas. Son resultado de relaciones cooperativas que adquieren significado en el diálogo, de la acción conjunta y son inherentemente interindividuales. (1996, p. 162)

    A través de un muestreo teórico (Strauss y Corbin, 2002) y de la voluntad de las personas que quisieron participar en el estudio, configuramos una muestra heterogénea según sexo, estrato socioeconómico y contextos relevantes⁵ tales como: diferentes estratos socioeconómicos, vinculaciones laborales, formas de organización familiar y presencia de enfermedad o discapacidad en los sujetos cuidados. La búsqueda de las personas que participaron en el estudio tuvo como puertas de entrada colegios, empresas, organizaciones comunitarias y entidades de atención a personas enfermas o con discapacidad.

    El trabajo de campo fue extenso y los realizamos entre abril y noviembre de 2016. La fuente principal fueron cincuenta entrevistas semiestructuradas con cuidadoras y cuidadores de NNA de hogares de distintos estratos y territorios de la ciudad. Complementariamente, para conocer la perspectiva de las y los sujetos de cuidado, convocamos cinco talleres lúdicos en instituciones educativas con niños y niñas entre 5 y 10 años (cuarenta y cuatro participantes) y cinco grupos focales con adolescentes entre 10 y 14 años quienes eran sujetos de cuidado y a la vez, tenían responsabilidades de cuidado (sesenta y dos participantes); además de dos entrevistas colectivas con dieciséis mujeres y dos hombres entre 30 y 60 años, personas cuidadoras y lideresas comunitarias, y un grupo focal con jóvenes entre 16 y 25 años (siete mujeres y dos hombres), cuidadoras/es principales de sus hijos/as nacidos en la adolescencia y/o de sus hermanas y hermanos. En total consultamos a 183 personas, 67 % de ellas mujeres. Grabamos las entrevistas y grupos focales en audio, las transcribimos con mínima edición y las procesamos en el programa NVivo versión 10.0.

    Con base en los referentes teóricos anotados definimos dos ejes de indagación y análisis. El primero para dar cuenta de la distribución del cuidado al interior de los grupos familiares. Este incluyó categorías sobre contexto del hogar, nociones e hitos sobre cuidado, dimensión material (trabajo doméstico, cuidado directo y gestión del cuidado), emocional y ética del cuidado, además de carga del cuidado y sus efectos sobre quienes cuidan. El segundo para mostrar las relaciones de los hogares con el Estado, el mercado y la comunidad. En el transcurso del análisis de los relatos encontramos nuevos aspectos como las particularidades de quien recibe el cuidado, las trayectorias vitales de quienes cuidan, las nociones de género que influyen en el cuidado, las concepciones sobre el papel de la familia y las diversidades en la conformación de los hogares. En la primera parte construimos una caracterización parcial de las personas participantes en sus aspectos sociodemográficos, socioeconómicos y de funciones, tiempo, recursos, apoyos y tipo de actividades de cuidado, revelándonos diferencias y desigualdades en la naturaleza y la carga de cuidado más allá del nivel socioeconómico. Para dar cuenta de estas, realizamos un ejercicio de construcción de la posición social de cuidadoras/es a partir de distintos aspectos.

    De acuerdo con Bourdieu (2002; 2013),⁶ la posición social de un individuo o grupo en la estructura social no se

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