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El Juego
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Libro electrónico401 páginas5 horas

El Juego

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Durante el Big Bang, un virus que estaba dormido despierta y se vuelve 'consciente'. Vaga sola al principio hasta que se topa con humanos que al principio le agradaban. Pero la nueva raza de humanos es más inteligente y más pequeña con mitos y sueños y odio.

Reaccionando a sus miedos, La Vagante es encerrada en una cueva mientras la era de hielo se acercaba. Los desprecia. Ella hace un pacto con su dios para vengarse, pero en su lugar la mata. Sin un cuerpo ella solo puede existir entre mundos, hasta que conoce a Phillip McKenzie, un programador de juegos.

Ella se enamoró completamente de él. Su único contacto al principio es a través de sueños y cuando él despierta no recuerda nada acerca de ella pero si recuerda las matemáticas que ella le enseña y lo aplica en sus juegos. Años después, en el lanzamiento de su último y mas esperado juego... La Vagante regresa.

El juego que él había creado se había convertido en su dominio y ella quiere salir. Quiere caminar en la Tierra de nuevo. Sin embargo, hay un par de problemas, Phillip no la ayudará y ella está totalmente enamorada del tipo. Pero la familia de él, esa es otra historia, no son nada para ella. Y ese es su as bajo la manga.

Lisa extraña a su padre. Su madre es una drogadicta en recuperación, y su hermano menor Timmy es lo mejor de este mundo. Le llegó un paquete y un inesperado correo electrónico de su padre invitándola a jugar. Ella es menor de edad pero su copia puede superar ese pequeño problema.

El ex-traficante/amante/proxeneta de su madre llega durante la cena y esta vez quiere mas que a su madre, la quiere a ella también. Para escapar de sus vagantes ojos y sus avances, Lisa lleva a Timmy a su habitación le deja jugar su juego favorito.

Cuando enciende el monitor, el código de la máquina fluye de la computadora, cubriendo cada centímetro del cuerpo de Timmy y lo metió al mundo del juego. Para recuperarlo, para salvar la vida de su hermano, Lisa debe jugar.

Que empiece el juego.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 mar 2021
ISBN9781071592243
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    El Juego - Richard Lee

    Capítulo uno

    ––––––––

    Algo estaba mal—mortalmente mal.

    Confundido, con una línea de sudor marcando su frente, Phillip McKenzie miraba a la pantalla de su PC con la tarjeta madre conectada directamente al servidor. Él no estaba exactamente seguro cuál era el problema, solo que el maldito juego estaba saliéndose de control. Los personajes no hacían lo que estaba programado y por todos lados había fallos holográficos. Este era un estrés añadido que no necesitaba. Tenía seis horas para arreglar el problema antes de que el juego fuese lanzado online, y ya tenía más de cien mil clientes que pagaron por ello, con ventas que irían en auge en las próximas horas. Si no podía entregarlo para esta noche a las ocho sería el fin de Cam-Games Inc. Lo perdería todo, y él no iba a ser un perdedor para la mitad de su vida de adulto.

    La pantalla se puso azul.

    ¡Joder! En frustración su puño golpeó la mesa de la computadora, enviando una vibración a través del delgado monitor de escritorio. Posponer el lanzamiento estaba convirtiéndose rápidamente en una realidad, una aterradora realidad que deseaba evadir. Las excusas estaban abatiéndose unas con otras en su cabeza, para los patrocinadores, los clientes y a los que pronto serían clientes. Él no quería ni pensar en el costo del retraso.

    De mala gana fue hasta el botón de apagado para reiniciarlo, cuando la pantalla la parpadeó.

    La pantalla pasó de azul a negro.

    Curioso, Phillip se recostó en su silla y esperó.

    Palabras en verde cayeron a través de la pantalla, cada letra girando en formación como una ola lista para chocar.

    Hola, Profesor.

    Frunció el ceño ante las palabras. ¿Hacker? Improbable, él estaba ejecutando desde un servidor seguro que no era aún visible online. Estaría disponible esta noche en una hora programada. Esto no era el trabajo de un hacker.

    Sus dedos volaron sobre las teclas, ejecutando comando tras comando. La pantalla permanecía sin cambios. El brillante texto verde atrajo su atención, y se quedó mirando en las palabras, sin realmente verlas. Su mente estaba enfocada en otra parte, más aterradora que un pequeño error informático.

    En su mente podía escuchar a los patrocinadores quejándose. Podía imaginar la larga mesa de madera detrás de la cual todos se sentaban con sus trajes de miles de dólares y sus ceños fruncidos de miles de dólares. Estaban arrojándole papeles y apuntándolo con los dedos, mostrándole su contrato firmado, su promesa, y su fracaso para cumplir. Tiempo perdido, dinero perdido y almacenamiento perdido. Estaban ahora gritando en la línea roja, los números creciendo, los bolsillos reduciéndose y el balance de la cuenta en dieta.

    Phillip sacudió la visión de su mente.

    NOSOTROS sabemos que no eres un profesor, pero pudiste serlo. ¿Por qué te rendiste? ¿Siempre te rindes? Esperamos que no.

    "¿Quiénes son 'nosotros'?" se preguntó en voz alta.

    Nosotros somos tus creaciones. Somos los Guardianes de la Puerta.

    ¿Pero qué...?

    Cerrando y apretando los ojos, Phillip llevó sus manos a su cara. Tenía pómulos altos y una estrecha barbilla que tenía cubierta con una densa y rizada barba castaña, un contraste con la mopa de cabello castaño claro con mechas grises que reposaba en su cabeza. Se levantó de la silla y estiró su larga y delgada figura. Sus largos dedos se entrecruzaron y alcanzaron el techo. Sus ojos azules le dolían de las horas sin pausa usando la computadora pero él se lo atribuía a los lentes de montura fina que ahora usaba.

    Estoy enloqueciendo, pensó. Estoy interactuando con la pantalla de una computadora.

    Cinco años de programar y construir escenas, problemas y acciones; cinco años de construir un programa que entendiera el habla estándar y todas sus abominaciones y fuera capaz de responder preguntas; cinco años de probar los límites de los proyectores holográficos antes de decidirse a marcar esa idea y construir un programa para compensarlo; cinco años de amor perdido de su esposa e hijos antes de que se fueran definitivamente; cinco años sin ver su ahora hija de veinte años y un hijo que no ha visto y probablemente no verá; cinco años de estrés; cinco años de fracaso; cinco años de rogar por extensiones; cinco años de perder su casa ante el banco y cinco años antes de darse cuenta que la respuesta a las miles de preguntas yacían en un visor que podría escanear y conectar remotamente a las vías neuronales del cerebro de un jugador, decidiendo que habilidades y nivel ese jugador podría controlar.

    Cinco años de su vida se fueron y estaba teniendo un colapso.

    Extendió su mano para llegar al botón de encendido para reiniciar.

    No hagas eso. Has sido advertido.

    Jódete.

    Alcanzó el botón. Códigos verdes de la máquina llenaron la pantalla. Al mirar a los símbolos y números flotando, hizo que su cerebro fuera a una sobrecarga.

    En los símbolos, vio su programa corriendo, ejecutando comandos y presentando opciones como si el juego estuviera ahora online y en un completo modo de juego.

    Bajando por la pantalla, piezas del código se soltaron del programa y cayeron en un montón en el fondo.

    ¿Pero qué...?

    La pila de símbolos caídos crecía conforme el fluido código del programa se desvanecía en el fondo. Los símbolos y números cambiaban y, crecían aún más altos, llenaban la pantalla, tomando la forma de una mujer, piernas, brazos, senos, cabeza. Todo perfectamente proporcionado.

    Phillip estaba impresionado. Él tenía que estar imaginando esto, de seguro esto no era real. Había trabajado en exceso y se estresó al máximo.

    Una punzada de dolor penetró el estómago de Phillip, haciéndolo doblar y caer de la silla.

    No, Profesor, jódete tú.

    Extendió su mano para agarrar algo para que le ayudara a levantarse. Los gemidos se pasaban de entre los dientes cerrados. Su mano golpeó la parte superior de su escritorio y cayó sobre la pantalla—e instantáneamente se echó para atrás. Su brazo hormigueó.

    El usar su silla consiguió escalar a esta. Toda su energía se había ido. Inconscientemente masajeó su brazo. Una extraña sensación cosquilleó su piel.

    Fue hasta el botón de apagado...y notó códigos informáticos cubriendo el dorso de su mano. Al retirarla, volteó su mano. La palma estaba igual. Lentamente se llevó la otra mano a su rostro y esa también estaba cubierta en código.

    De repente, saltó a su cintura, despegó a su brazo y se desvaneció bajo su camisa. Él tanteó cada botón. Sus dedos temblaban tanto que apenas podía controlarlos.

    Abrió su camisa, el código cubrió su pecho y se propagaba rápidamente por todo su cuerpo. Él podía sentirlo formándose en cada centímetro de su piel.

    Luchó por respirar, incapaz de comprender que estaba pasando; incapaz de comprender que había programado al juego que hiciera; incapaz de comprender que él le había enseñado al programa el primer y primordial instinto de la humanidad: sobrevivencia.

    La visión de Phillip se puso borrosa. Peleó una batalla perdida por respirar. La oscuridad acechaba. Cubrió todos sus sensores en una pesada capa oscura. Y todo en lo que él podía pensar era en los cinco años perdidos.

    Se desmayó.

    ... Y despertó con una fuerte migraña golpeando sus sienes. Extendió su mano para quitarse sus lentes. Sus dedos frotaron los ojos desnudos. Sin lentes, y aun así podía ver claramente.

    La respiración se vertía lenta y normal. Revisó sus manos. No había código. Gracias a Dios. Reclinó su cabeza hacia atrás y vio un muro de ladrillo que se elevaba hasta una pequeña ventana en lo alto. Una ventana con gruesas barras de hierro y sin cristal.

    Él estaba en un calabozo, parado sobre un mojado piso de guijarros con los pies desnudos—encarcelado—pero, ¿Cómo? Eso no era posible.

    Esto estaba totalmente jodido. Aun asi él conocía este calabozo. Él lo había creado de imágenes dibujadas a mano escaneadas y de diseño 3D. El rocío y las astillas de musgo verde eran efectos Gimp, así como lo eran los pequeños charcos de agua que se estremecían en el pasillo de piedra lisa. El olor era increíblemente malo; una mezcla de huevos podridos y carne descompuesta flotando en lagos de aguas residuales. Esa era su creación también. Pero el frío no lo era. No había pensado en la temperatura, ya que todos los jugadores estarían cálidos en sus casas. Ahora deseaba estarlo. Un escalofrío sacudió su espalda y se le puso la piel de gallina al erizarse.

    En las celdas de ambos lados había prisioneros con cabellos largos y sucios y desaseadas barbas que llegaban a sus pechos. Ropa podrida que colgaba de cuerpos escuálidos y encías llenas de dientes negros.

    Uno habló con él, pero no lograba entenderlo, las palabras estaban mezcladas y crujían. Él entendía el por qué también. Él no estaba llevando un visor, por lo que el decodificador no estaba activado.

    El sonido del agua fluyendo captó su atención. Al voltear vio un chorro amarillo de orina que caía de la pequeña ventana de barras de hierro arriba en el muro. Muy alta para alcanzar. Y por primera vez desde que llegó ahí, podía escuchar la conmoción de la  actividad de un concurrido mercado.

    No estaba preocupado. No aun. En cada juego RV hay una ruta de salida. Dos palmadas de su mano y él estaría de regreso a la oficina. Entonces un pensamiento lo invadió que lo asustó a muerte: ¿Los pensamientos y reglas racionales para el mundo exterior funcionan aquí? No estaba seguro, y podía sentir los cabellos erizándose detrás de su cuello.

    La realidad de donde él estaba, era claramente evidente, sin embargo estaba perplejo sobre cómo llegó ahí. ¿Estaba su cuerpo tirado en el piso de la oficina o fue su cuerpo llevado al juego también?

    Escuchó un leve gruñido. Algo se acercaba con el agite y golpe de una cola saltando. Sin darse cuenta, Phillip retrocedió al muro más lejano y se pegó contra las mojadas rocas lisas.

    La luz pulsaba de las antorchas que colgaban de los apliques alineados en las húmedas paredes de piedra. De pronto todas las luces parpadearon, llamas giratorias se dispararon y bailaron contra los muros oscuros. Pasando a través de la luz una sombra lentamente creció al techo. Era una sombra con cuernos, una larga mandíbula y más que seguro, dentadura afilada. Podía sentirlo en sus huesos. El creó a las criaturas en este mundo, y eran formidables.

    Frenético de temor, Phillip palmeó juntas sus temblorosas manos dos veces. Nada cambió. Intentó una segunda y tercera vez. Sus ojos estaban fijados en la sombra acercándose. Su corazón latía con fuerza y su vejiga hormigueaba y se tensó, amenazando con liberarse. Ya un hilo de orina le recorría su muslo.

    ¡Déjenme salir! gritó, deslizándose hasta estar encuclillas, sus rodillas gelatinosas ya no eran capaces de soportar su tembloroso peso.

    La sombra cambió. Los cuernos se desvanecieron y la forma adelgazó. Una mano esbelta se envolvió en la barra a la celda de él. Un momento después, la mujer más hermosa que él haya visto se puso frente a él.

    Él no la había creado.

    Ella era ligeramente bronceada y tenía un largo cabello castaño que caía fluidamente pasando apenas sus hombros. Llevaba una tela rasgada atada con un nudo que se envolvía alrededor de su pecho cubriendo lo que parecían ser voluptuosos senos. Sus piernas eran tensas y musculosas, su estómago plano y firme y ella tenía el rostro de un ángel. Era bella en cada sentido, con sus pequeños ojos oscuros, pequeña nariz y suave piel aceitunada.

    Phillip no podía creer lo que vio. Su mandíbula se abrió una pulgada, su corazón se desaceleró y estaba en asombro. Esta curvilínea belleza era una bestia. Esa era parte de la rutina oculta del juego, pero no podía evitar sentirse atraído hacia ella. Conflictivas emociones querían que él la tocara, hablara con ella, la tomara, besara y matara. Ese era el objetivo del juego. Destruir la bestia para ganar. Ese era el objetivo de todos los juegos. Pero esto no era lo que él había creado. El demonio que había escaneado en la computadora era un típico cornudo, escamoso y musculoso demonio-hombre. No esta visión de belleza.

    Cuando ella habló, las palabras estaban cubiertas en seda y flotaban eróticamente hacia él, ondeándose y saltando en el aire pútrido.

    No soy parte del juego, Phillip, pero te agradezco por finalmente crearlo. Me has dado un lugar para vivir y un terreno para cazar.

    ¿Quién eres tú? ¿Cómo llegué aquí? Un ligero sentimiento de que estaba parándose sobre el borde del risco de la sanidad y que estaba por caer en el ojo del abismo del no retorno pulsó a través de su cuerpo y frotó sus palabras en casi pánico.

    Puedes llamarme La Vagante. Y el por qué te traje aquí, bueno... Ella dejó la oración en pausa. Las preparaciones aún no han sido completadas. La manera en que ella lo veía mostraba admiración. Este mundo ha crecido de tu idea y diseño a un vasto e inexplorado territorio, lleno de maravillas y peligro. Por esto y por tu dedicación a tu trabajo, también te agradezco.

    Sin moverse de su aparentemente posición segura, él dijo, ¿Yo te creé?

    Ella sonrió, exponiendo unos hermosos dientes blancos y derechos. Digamos que yo siempre existí. La sonrisa se desvaneció. Y mejor cuenta con que el software de auto-instalación funcione cuando esas hordas de personas se conecten. Estás aquí por una razón especial. Y su finalización es tu única oportunidad de sobrevivencia.

    Phillip la observó doblar a la esquina del pasillo. Desvergonzadamente tuvo una erección. Ese era el poder que ella tenía sobre él, y probablemente en todos los hombres e incluso mujeres. Su sexy voz sedosa y exquisito cuerpo,  apenas oculto, insinuaba aún más.

    El hombre en la celda de al lado exclamó.

    Phillip se dio la vuelta y vio al hombre apoyado contra las barras. Sus ojos salvajes miraban a la pared. Sus trapos estaban separados y estaba masturbándose.

    Rehomas bieats, dijo.

    Phillip se concentró en los sonidos y estos automáticamente se arreglaron en su cabeza. El prisionero había dicho: Hermosa bestia.

    Con una sonrisa, él sabía que podría aprender este lenguaje. Y eso le daría una ventaja.

    ––––––––

    Capítulo dos

    Lisa fichó al terminar su día de trabajo. Ella nunca podría haber imaginado que ser una secretaria podía ser un trabajo tan duro. Sus dedos estaban adoloridos de tanto teclear y ese maldito Teclado Natural no parecía ayudar. Colocó la tarjeta de tiempo de vuelta a su ranura en el tablero y regresó a su cubículo a buscar su abrigo.

    La pantalla de la PC parpadeó y el grabador de pantalla inició. Ella había olvidado apagarlo. Lo observaba mientras se ponía el abrigo y se sentó en su cómoda silla de oficina.

    Ella cliqueó el botón de Firefox y estaba online instantáneamente. Le gustaba usar la computadora del trabajo. Era más rápida y tenía conexión por cable. Como ya había fichado, su jefe no estaría, muy posiblemente, molesto con ella por usar la computadora para revisar su email.

    Hasta luego, Lisa.

    Ella alzó la vista desde la pantalla de inicio de sesión. Que tengas un buen fin de semana, Rosy.

    ¿Ya fichaste? preguntó, mirando a la pantalla.

    Claro que sí, Lisa respondió con una sonrisa. Rose Kokuyo, secretaria en jefe y perra en jefe, conseguía irritarla sin fin. Lisa la vio caminar a la puerta frontal y salida, balanceando su bolso.

    A través de las persianas de la ventana vio como Rose atravesaba el estacionamiento hasta su nuevo Toyota, estacionado al lado de la vieja y destartalada camioneta Ford de Lisa. Estaba apegada a ese auto. Y aunque tenía unos pocos  golpecitos aquí y allá y el óxido se había comido partes del guardabarros y salpicado al parachoques con puntos naranjas, esa camioneta la había llevado a todos lados. La había manejado por casi diez años y no le daba problemas. El motor estaba en perfectas condiciones. Ella cuidaba de sus posesiones, dado que tenía pocas y Lisa nunca coleccionaba baratijas u otras piezas de basura sin valor. A diferencia de otras personas, una que ella estaba viendo ahora.

    Rose se apoyó contra su carro, hablando con su teléfono celular y sacudiendo su cabeza en dirección a la camioneta de Lisa.

    Al regresar a la pantalla, Lisa escribió su usuario y contraseña. Instantáneamente su bandeja de entrada mostró diecisiete mensajes sin leer. Ella cliqueó el hipervínculo y esperó. Había latencia para recibir sus mensajes. Tenía que haber mucho Tráfico en la Red. Recordó a un par de colegas hablando sobre un nuevo juego que iba a ser lanzado esta noche.

    Juegos.

    ¿Cómo podían las personas emocionarse tanto por los juegos? Eso estaba más allá de su comprensión. Jugar juegos en línea con personas que no conoces o sentarse en frente a la televisión con la consola de juegos más reciente, ¿Cuál era el punto de eso? Odiaba los juegos. Ella conocía personas que trabajaban solo para poder actualizarse en cualquier momento. Y ahora estaba El Juego. No podía recordar el título de eso como tal, pero era todo lo que los trabajadores hablaban en el salón del personal y en la cafetería. Estaba harta de escuchar sobre ello.

    Y diez de sus emails tenían el mismo asunto de encabezado: Obtén el juego ahora con un 50% de descuento al precio minorista. Spam. Otros cinco asuntos en los emails decían: Tic tac, el juego está esperando.  Spam promocional. Solo dos emails parecían ser para ella. Uno de su ex novio, John, y otro de...

    Su busca personas zumbó.

    Lisa presionó el botón.  ¿Si, señor?

    Lisa, es Parkinson, ¿tienes un momento?

    Si, señor. Soltó el botón, preguntándose qué quería su jefe. Miró por la ventana y vio a Rose apoyada contra el capó de su carro. Tenía los brazos cruzados y estaba sonriendo. Desde esa distancia era difícil decir si era una sonrisa o una mueca.

    Cerró su conexión a Internet y apagó la computadora antes de dirigirse a la oficina de su jefe.

    ––––––––

    Peter Parkinson era un hombre corpulento. Su estómago sobrepasaba sus pantalones de vestir por unos buenos trece centímetros. Tenía la cabeza calva pero lo compensaba con una densa y tupida barba. Su pecho era como un barril de Port Whiskey debajo de una camisa. Tenía mejillas altas y flácidas que se ponían rojas ante algún signo de vergüenza. Aun así, era un jefe generoso y justo, pero en los últimos seis meses algo había cambiado. Él había cambiado y ella era la única en la oficina que lo notó.

    Ah, ahí estás, Lisa. Por favor, toma asiento. Su voz era suave y sus mejillas ya estaban rojas mientras señalaba al sofá frente al gran escritorio de roble con vidrio protector en la superficie.

    Si esto es por usar la computadora, señor, comenzó, tomando asiento y colocando sus manos en las rodillas para empujar la mini falda para que el no pudiera ver nada, no que el pareciera ser esa clase de persona. Yo había terminado mi horario de trabajo y fichado, terminó.

    No, querida, dijo solemnemente. No tengo conflicto sobre el uso de Internet después de las horas de trabajo. Cruzó sus brazos y reposó sus codos sobre el escritorio.

    Ahora, estaba perpleja. Entonces, ¿de qué se trata todo esto?

    Peter Parkinson miraba el brillante cristal de la superficie que cubría su escritorio entre sus codos. Quisiera confirmar algo.

    ¿Si?

    Tú estás a cargo de la tesorería, ¿no es así?

    Lisa asintió. No le gustaba como sonaba esto. Una imagen de Rose mirando su camioneta y hablando por teléfono apareció en su cabeza. Intentó sacudírsela pero no se iba.

    Un indicio de déjà vu se mostró a través de las persianas abiertas frente a la ventana, frente al área del estacionamiento.

    Sé que los tiempos son duros para los jóvenes estos días y que el dinero puede algunas veces verse ajustado, o difícil de que llegue. Inhaló como si estuviera listo para dar un largo discurso. "Sea o no verdad, tengo razón en creer que una sustancial suma de dinero ha sido, podría decirse, tomado prestado de la cuenta de la firma."

    Lisa no sabía si gritar o desmayarse o hacer algo totalmente loco. Ella miraba a Peter, paralizada por la acusación, incapaz de creer que escuchó correctamente.

    Él levantó sus manos para detenerla de decir algo.

    Pero, ella empezó a decir.

    Pero, los juegos en estos días son costosos, ¿no es así?

    ¿Juegos?

    Hablo sobre ese juego nuevo que será lanzado esta noche. Olvidé el nombre. Está en todos lados, la televisión, radio e Internet. Cerca de ciento setenta dólares, creo. La observaba severamente, sus ojos nunca dejaron de ver los de ella. Más extras, añadió.

    He escuchado de eso señor.

    Lo que se dice por la oficina es que tú eres una hardcore gamer.

    Lisa se sentó hacia adelante en el sofá. La luz del sol cortó su ojo derecho, haciéndola entrecerrar el ojo. De mala gana se echó para atrás de nuevo. A ella no le gustaba esta posición. Se sentía sumisa, como si estuviera expuesta en frente de un dios y no a su jefe. No juego juegos, ella señaló con firmeza.

    Exactamente trescientos sesenta dólares están faltantes de la cuenta de la firma. Eso encajaría con el precio del juego y el visor.

    Impactada, Lisa tartamudeó, Yo nunca haría algo como eso.

    Peter Parkinson puso sus manos en alto como si estuviera por empujar algo. Sus mejillas estaban más rojas que las de Santa. No estoy insinuando nada. Solo señalo un hecho

    Señor, su voz llevaba un factor de súplica del que no andaba muy orgullosa, pero no podía detenerse.

    Temo que esta firma debe dejarte ir. Sarah, en contabilidad tienen tu último cheque y la indemnización de un mes.

    Entonces, ¿ya ha tomado su decisión?

    La puerta de la oficina se abrió por una fracción. Rose Kokuyo asomó su cabeza a través de la abertura. ¿Estás listo? le dijo a Peter.

    Cambió su atención de Lisa y respondió, En un momento.

    Rose desapareció tras cerrarse la puerta.

    Oh, Entonces, ¿la decisión fue tomada en su lugar? discutió Lisa, asqueada que su jefe dejara a su cabecita hacer todo el pensamiento. ¿Dónde está la policía? preguntó. De seguro tendrías policías aquí por esto.

    Por favor, dijo él. No te exaltes por todo esto. No te estoy culpando por la desaparición en lo absoluto. Por favor no pienses eso.

    ¿Qué se supone que deba pensar? Tu acabas de despedirme ¡Joder! Su voz era brusca y ella creía que tenía todo el derecho para estar enfadada, molesta.

    Ella sabía quién estaba detrás de todo esto.

    La furia, apenas contenida, hervía dentro de ella, revolviendo sus intestinos y aplastando su estómago. Por fuera se veía calmada y serena, pero por dentro había un caldero burbujeante rebosante con sentimientos de ira y venganza. Quería atacar, arremeter contra la persona más cercana a la que pudiera culpar.

    ¿Dónde está la prueba? preguntó ella, caminando al frente del escritorio.

    Sombras llenaron la habitación. El sol estaba rápidamente hundiéndose en el invisible vacío del otro lado, culminando por el día sus gloriosos radiantes rayos, dándole su lugar a la bola plateada de la luna, permitiendo que su cobertura de luz grisácea empolve el cielo y las calles sin iluminación. Proyectaba una sombra melancólica contra los árboles a lo largo de prados vacíos y las grandes casas de millones de dólares, enviando una alusión de peligro que acechaba detrás de las masas oscurecidas. 

    Peter Parkinson se veía sorprendido por la pregunta.

    De seguro tiene amplias pruebas, sin duda alguna, que soy la responsable por el dinero... Lisa mató su pregunta. Responsabilidad. Esa era una palabra pesada en ocasiones y ella se dio cuenta que él no necesitaba pruebas concretas para despedir aquí, solo responsabilidad cuestionable. Mierda.

    La banca es tu área, Lisa. Sarah está a cargo de los recibos de intercambio que entran y salen. No de la banca.

    Y eso fue todo. Ella lo sabía, tan bien como ella conocía la palma de su mano. Siete años de su vida vienen a terminar ahora, en este punto. Alguien tendrá que pagar por cerrar este ciclo.

    Hubo un corto toque en la puerta antes de que se abriera. Rose asomó su cabeza de nuevo.  Me adelantaré al restaurant y te esperaré allá. ¿Okey?

    Peter no respondió.

    Rose hizo una mueca a la mujer caída. Sus ojos brillaron como quien tiene conocimiento oculto e hizo travesuras maliciosas como un niño que busca herir a alguien visto como un enemigo. Lisa regresó la mueca con una mirada fría, lo suficiente para congelar el Infierno.

    Mucho silencio, pasaron incómodos segundos. Lisa cambió su mirada de la puerta a su jefe. Me iré retirando, indicó.

    Peter miró a su escritorio. Disculpa que termináramos de esta manera.

    No más que yo.

    Con eso ella siguió la salida de Rose y golpeó la puerta tras cerrarla. Se dirigió a los elevadores a un paso veloz.

    Doblando la esquina vio las puertas del elevador cerrarse, y capturó un vistazo de su némesis. La perra estaba sonriendo.

    Ella corrió al panel de arriba/abajo y con furia presionó el botón de bajar. Este edificio solo tenía cuatro pisos; no tomaría tanto para alcanzarla. Pero el elevador parecía tardar toda la vida en llegar al tercer piso. El cuarto piso estaba vacante y se usaba principalmente como un depósito.

    Lisa se rindió con lo de alcanzarla. Lo más probable es que Rose ya esté en el estacionamiento, abriendo el seguro de su auto y subiéndose al volante. Visitaría a Sarah ahora y decidiría que hacer luego.

    Pero algo le decía que esa era la decisión equivocada. El camino correcto era seguir a Rose  y confrontarla. Entonces la acción comenzaría y le darían habilidades especiales y armas.

    ¿Pero qué carajos?

    Ella entró al elevador y presionó el botón para la planta baja. Las puertas se cerraron y automáticamente miró a los iluminados números en descenso en el panel al lado de las puertas.

    Ese fue el pensamiento más extraño que ha tenido en toda su vida. ¿Habilidades especiales y armas? ¿Pero qué demonios significaba eso? Realmente no importaba porque ella estaba de acuerdo con ese pensamiento. Quería una confrontación.

    Las puertas del ascensor se abrieron y Lisa se apresuró al estacionamiento para ver el carro de Rose adentrarse a la oscurecida calle.

    De verdad que se ha hecho oscuro rápido, pensó mientras se dirigía a su camioneta.

    La puerta estaba sin seguro y se montó sobre los asientos de vinil agrietados. Al insertar la llave, la giró y el motor le rugió a la vida. Su pie estaba fuerte contra el pedal, como un hombre aplastando una cucaracha rápidamente con la planta del zapato. Los neumáticos giraron, chillando en protesta mientras buscaban tracción. El sonido hizo eco en el estacionamiento casi vacío.

    La cola se le soltó cuando giró hacia el portón, sin darse cuenta que había pasado por alto los postes del portón por meros milímetros. Sin mirar, se dirigió hacia la carretera, los neumáticos traseros de la camioneta chocaron contra la acera, rebotaron y golpearon en la carretera con un chirrido horrible.

    Los otros autos se desplazaron para detenerse y bocinas sonaron contra ella en protesta, pero Lisa apenas los escuchó.

    Ella cambiaba las velocidades como una conductora profesional de Grand Prix. Soltaba el acelerador cuando doblaba las esquinas y jugaba con el volante en vez de tirar de él. Aplicó el acelerador una vez más a tres cuadras del cruce. Esquivaba autos a la izquierda y derecha. Todos se veían iguales excepto por los colores.

    Algo no se sentía bien.

    Este sentimiento se amplificó con las destellantes luces blancas, los borrosos transeúntes y por el hecho de que no podía detener la camioneta.

    De repente, la carretera estaba muy recta y muy larga. Ciudad Wellington no tenía una calle tan recta y larga, al menos no tan recta como esta. Parecía que seguía por kilómetros.

    Algo estaba muy mal.

    Y entonces ella vio a la perra, de pie, afuera del restaurant, con su bolso Hermes colgando de su antebrazo y dos impacientes brazos cruzados. Ella logró cambiarse de ropa mientras manejaba hasta aquí, y estaba usando una mini falda verde oscuro de corte alto y una blusa blanca holgada. El maquillaje cubría las muchas imperfecciones de su rostro y por un breve momento, Lisa pensó que la perra se veía de alguna manera bonita.

    La camioneta se deslizó hacía acera de la entrada. Las ruedas se bloquearon y patinó hasta detenerse, apenas fallando un Mercedes Benz. La puerta voló al abrirse y la mujer más furiosa de la faz del planeta salió. Sus labios estaban presionados firmemente y sus ojos estaban tan abiertos como podían estarlo.

    Lisa se quitó el abrigo y lo tiró detrás de ella, deseando tener un cuchillo—y mágicamente uno apareció en su mano.

    Rose le sonrió y abrió su bolso. El neón azul del letrero pintó su rostro de morado oscuro;

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