Hubo una época –no tan lejana– en la que una fotografía era suficiente como prueba, por ejemplo, de que dos personas estuvieron juntas en un evento, algo apareció en el horizonte o un animal extraño andaba por ahí. Por supuesto, había la manera de alterar o falsificar imágenes, pero el proceso era tan artesanal que incluso sin ser experto se podía notar el engaño.
En la actualidad, con el desarrollo de la tecnología, existe la llamada “deepfake” o “falsificación profunda”.
Incluye imágenes fijas (fotos), en movimiento (video) o audio falsificados mediante inteligencia artificial (IA) y aprendizaje profundo de máquinas (aprendizaje automático). La falsificación es tan sofisticada que prácticamente nadie duda de su autenticidad, y muestra a personas reales o inventadas.
Hay aplicaciones en las que al fotografiar a alguien con un filtro, aparece con una divertida nariz y orejas de conejo, cara de cebra, No es un deepfake –se nota de inmediato la alteración–, sin embargo, tampoco es original porque al final el algoritmo de la aplicación produce una imagen sintética falsa.