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El espíritu de Kendra
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Libro electrónico342 páginas4 horas

El espíritu de Kendra

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Información de este libro electrónico

Kendra es una joven y apasionada periodista asignada a Iraq para cubrir el final de la guerra.

Keith, en su casa en los Estados Unidos, se entera de un atentado suicida que sucedió en algún lugar de Bagdad. Un informe no confirmado dice que los periodistas extranjeros fueron el objetivo.

Cuando Keith es incapaz de confirmar que Kendra está bien, comienza a preocuparse. Envía mensajes de texto y correos electrónicos que no reciben respuesta y es es enviado directo a su buzón de voz cada vez que la llama, por lo que se obsesiona con contactarla. Cuando finalmente lo hace, la verdad que descubre es literalmente increíble y se encuentra en una carrera contra el tiempo y la resistencia para salvar la vida de Kendra.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 mar 2018
ISBN9781547520329
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    El espíritu de Kendra - Edward M Wolfe

    Dedicado a todos aquellos que han amado, y a cualquiera que alguna vez haya perdido.

    Un agradecimiento especial a mis asombrosos e invaluables lectores beta; no puedo agradecerles lo suficiente; a mi hija por ser una caja de resonancia de principio a fin, y por el diseño de la portada. Y, sobre todo, a todos los que han leído mis libros. 

    Un escritor no es nada sin lectores.

    Uno

    Keith estaba sentado en un Starbucks un sábado por la mañana tratando de no mirar a la infeliz diosa a dos mesas de distancia. Ella estaba mirando fijamente su computadora portátil; de vez en cuando golpeaba las teclas y siempre parecía que estaba a dos segundos de tirarla por la ventana. Se enamoró de ella, cualquiera que fuera el problema, pero también tenía que evitar mirarla. Era tan hermosa que era difícil quitarle los ojos de encima.

    Dos veces ella miró en su dirección antes de que él apartara la mirada y lo sorprendiera mirándola. Intentó esbozar una sonrisa agradable y amistosa. «Solo soy un tipo bebiendo un Frappuccino y leyendo un libro, eso es todo. No pude evitar notarte».

    Para controlar su fascinación, se recordó a sí mismo que no sabía nada de ella como persona. La belleza en el exterior a menudo no es más que una bonita envoltura que oculta un gran desorden interior. Lo había aprendido recientemente por las malas. Su última novia era capaz de hacer dar la vuelta a todas las cabezas en un cuarto de milla. También estaba literalmente loca. Tenía documentos del hospital que lo probaban.

    Ahora esperaba conocer a alguien que fuera agradablemente normal por fuera y muy dulce y normal por dentro. Keith estaba decidido a imponerle un cambio inteligente a su impulso natural de buscar lo más atractivo del sexo opuesto. Se dijo a sí mismo que no existía una razón lógica para la atracción. Era algo biológico, y como tal, no debería permitirle influir en sus acciones.

    La belleza frustrada que trabajaba en su computadora portátil no era más que un estimulante visual muy agradable; como un lecho de rosas al amanecer o un atardecer en la playa. No tenía ninguna razón para suponer que ella era siquiera compatible con él, por lo que decidió no pensar de qué manera podría acercarse a ella.

    Keith sabía que las buenas apariencias podían afectar el buen juicio de una persona. Lo había visto toda su vida. Su propia buena apariencia había funcionado a su favor algunas veces. Por ejemplo, en su trabajo actual como gerente de TI. Era muy joven para tener ese puesto, sin embargo, estaba seguro de haber vencido al competidor más calificado por ser menos atractivo y carismático.

    Keith echó otra mirada a la hermosa joven; ahora estaba sentada con los brazos cruzados y prácticamente haciendo pucheros a la pantalla. Se preguntó si el problema estaría relacionado con el hardware o con el software. Quizás debería descubrirlo. Él podría ser capaz de ayudarla.

    Sabía que a veces los problemas más simples podían ser muy frustrantes para el usuario que no sabía lo que estaba fallando. Los mensajes de error casi siempre estaban mal redactados, no tenían sentido y no ayudaban a resolver el problema. Con frecuencia instruían al usuario a «ponerse en contacto con el administrador», como si la gente solo tuviera problemas dentro de un lugar de trabajo donde hubiera un administrador parado por allí, esperando a ayudar.

    ¿Debería preguntarle si necesitaba ayuda? «No», se dijo a sí mismo. «Ni lo pienses». Vio a una chica menos atractiva a su derecha. Parecía físicamente en forma y estaba leyendo un libro. Eso podía ser una señal de que era una inteligente pensadora profunda. Aunque también era posible que estuviera leyendo algo ridículo.

    Mientras pensaba en esas cosas, olió algo delicioso y embriagador en el aire que venía desde su izquierda. Giró la cabeza, y allí estaba ella, de pie frente a él. Su primer pensamiento fue el de decirle un cumplido sobre su perfume o lo que fuera que oliera tan bien. Pero antes de que pudiera pensar en algo, ella interrumpió sus pensamientos.

    —Odio molestarte, pero me preguntaba si de casualidad sabes algo sobre computadoras. Estoy en un aprieto terrible; tengo que cumplir con un plazo de entrega, y mi computadora está haciendo que mi vida sea un infierno en estos momentos. De verdad, necesito ayuda.

    «Perfecto», pensó él. «Demasiado perfecto». La miró a los ojos por sólo un segundo y ya estaba completamente a su servicio. Todos sus pensamientos de autocontrol y de tomar una decisión informada sobre el tipo de mujer con la que debería salir y de evitar a las súper sensuales se evaporaron como el humo de una taza de café.

    —Bueno, posiblemente. ¿Qué le está pasando? —preguntó él despreocupadamente.

    —¿Está bien si me siento? —Echó un vistazo a la silla vacía frente a él.

    —Claro.

    —Dame un segundo. Volveré enseguida.

    Ella fue a tomar su computadora portátil y su café y regresó a la mesa, acomodando sus cosas antes de sacar la silla. Se sentó y giró la computadora portátil para que la pantalla mirara hacia él.

    —¿Ves esto? Esto es lo que está pasando. La pantalla está en blanco y el círculo azul no deja de dar vueltas y no puedo hacer nada. Debo presentar este artículo a mi editor en... —miró su teléfono celular— ...los próximos 22 minutos. Normalmente, si mi computadora se bloquea, simplemente la apago, y luego cuando la enciendo nuevamente, funciona, pero no puedo perder este artículo. Si lo hago, probablemente perderé mi trabajo junto con él.

    «Qué suerte», pensó Keith. Una hermosa damisela en apuros cuyo bienestar y sustento estaban amenazados por una bestia tecnológica, y asesinar a tales bestias era su especialidad.

    Ella se levantó y se acercó a su lado de la mesa, parándose tan cerca de él que su brazo izquierdo quedó tocando su brazo derecho. Se inclinó y apretó  el botón izquierdo del mouse varias veces, demostrándole que la computadora no respondía.

    —¿Lo ves?

    —Ajá.

    Keith apenas podía hablar teniéndola tan cerca y siendo bañado por su aroma. Tenía ganas de cerrar los ojos y respirar profundamente; quería saborear el momento. Se abofeteó mentalmente para salir del hechizo que estaba alejando su mente como un agujero negro.

    —Déjame probar algo.

    Kendra lo observó, dándose cuenta rápidamente de que no podría haber pedido ayuda a una persona más calificada. ¿Y cuáles eran las probabilidades de que el tipo más guapo del Starbucks fuera también un mago de la computadora? Pero luego casi se asustó cuando él comenzó a tocar las teclas y su barra de tareas desapareció. Estaba segura de que él había hecho algo para apagar la computadora, a pesar de que ella acababa de decirle que no podía perder ese documento. Su trabajo dependía de eso. Pero luego él pulsó, movió y tecleó un poco más y la barra de tareas regresó, Word ya no se veía borroso y el círculo azul que daba vueltas volvió a ser  una flecha blanca, y he aquí, el cursor parpadeaba, y eso significaba que podía reanudar la redacción, e incluso terminar su artículo antes de que venciera su fecha límite.

    —¿Cómo lo has hecho? —Ella sonrió alegremente y Keith estaba seguro de que nunca había visto a alguien más radiantemente bella. Estaba tan agradecido de que algo tan simple pudiera generar tanta felicidad pura en otro ser humano. Ella estaba aliviada de que su antigua pesadilla ya no fuera una preocupación.

    —Podría decírtelo, y lo haré en algún momento si realmente estás interesada, pero ahora tienes menos de veinte minutos para entregarle tu artículo a tu editor. Será mejor que vayas a trabajar.

    Hizo girar la computadora hacia atrás para que quedara mirando hacia la silla vacía frente a él.  Tomó su café, se echó hacia atrás y tomó un sorbo, mirando la computadora portátil sobre el borde de su taza y levantando las cejas como diciendo: «Ponte a trabajar».

    —¡Muchísimas gracias!

    Ella se inclinó para darle un beso rápido en los labios, pero tan pronto como sus labios se tocaron, algo se le vino a la mente. Dejó que el beso se demorara, aunque sabía que lo que estaba haciendo era una locura. Se apartó de él y volvió a respirar.

    —¡Gracias!

    Keith no podía hablar. Su cerebro estaba zumbando y no podía sentir su cuerpo. De alguna manera logró sonreír, luego señaló la computadora portátil.

    —¡Ah, cierto! —Rápidamente se sentó y comenzó a escribir, después de mirar la página durante algunos segundos para volver a donde se había quedado cuando la computadora se bloqueó. Mientras tecleaba, frecuentemente miraba por encima de la pantalla para mirar rápidamente a Keith. Cada vez que lo hacía, él la miraba directamente. Le resultó difícil mantenerse enfocada, pero logró terminar su artículo con varios minutos de sobra.

    Abrió su navegador web y estaba a punto de redactar un correo electrónico, cuando sonó su teléfono.  Ella lo miró, luego miró a Keith e hizo una mueca fingida.

    —Hola, habla Kendra.

    »Sí, justo ahora te lo estaba enviando por correo electrónico.

    »Hum, sí. En realidad no estoy muy lejos. Puedo estar allí en unos cinco minutos.

    »Está bien. Nos vemos.

    Terminó la llamada y le hizo una mueca de disgusto a su teléfono como si algo raro hubiera sucedido. Usó el panel táctil para guardar su documento y cerró la tapa.

    —Supongo que no enviaré mi artículo por correo electrónico. Tengo que entregarlo en persona.

    Frunció el ceño mientras tomaba su laptop y su café. Caminó alrededor de la mesa hasta el lado de Keith y se inclinó, dándole un rápido beso en los labios.

    —Muchísimas gracias de nuevo. No tienes ni idea...

    Salió corriendo por la puerta y caminó rápidamente hacia el estacionamiento. Keith giró su silla para verla mientras se iba, incapaz de creer que lo estaba dejando allí, atrapado en el hechizo que le había lanzado. La vio caminar hacia un Miata rojo convertible. Ella entró. Las luces de los frenos destellaron y las luces blancas de la reversa se encendieron. Salió del estacionamiento, y cuando su automóvil quedó paralelo al frente del Starbucks, giró la cabeza y miró a Keith.

    A treinta metros de distancia, sus ojos se encontraron. Ella articuló la palabra «Adiós» y sus dientes se posaron en su labio inferior. Luego cambió de marcha y se alejó.

    Keith miró el lugar donde acababa de estar, todavía viéndola allí en su mente. Él recordó lo que ella había dicho contestó su teléfono.

    —Kendra —dijo en voz alta.

    Respiró hondo y suspiró como un hombre que acababa de encontrar algo que lo había eludido durante años.

    Dos

    ––––––––

    Keith estaba al tanto del hecho de que Kendra acababa de marcharse sin darle ninguna información de contacto. Ni siquiera le había dicho su apellido. También era consciente de lo extraño que era el que no le preocupara no tener forma de ponerse en contacto con ella. Por alguna razón, estaba seguro de que vería a Kendra de nuevo. No sabía cómo, pero sabía que sucedería. Estaba seguro de ello.

    Durante la semana siguiente, no pudo dejar de pensar en ella; en el trabajo, en casa, mientras cocinaba, mientras paseaba a su perra, mientras se duchaba, y mientras yacía en la cama quedándose dormido. Ella dominaba sus pensamientos como un cheque pos fechado por un millón de dólares.

    Cuando finalmente llegó el sábado siguiente, terminó su rutina de la mañana y comenzó a lavar la ropa, luego llevó a su Golden Retriever, Laci, a dar un paseo antes de dirigirse al Starbucks donde había conocido a Kendra.

    Aunque estaba seguro de que la vería de nuevo, no sabía si sería necesariamente ese mismo día. Solo esperaba que así fuera, y lo más probable era que volvieran a encontrarse en el mismo lugar donde se habían conocido, en el mismo día de la semana.

    Compró su Frappuccino regular y se sentó en su mesa habitual e intentó leer el libro de bolsillo que había llevado consigo, pero descubrió que no podía entrar en la historia. No había podido leer en toda la semana. Cada vez que lo intentaba, por lo general antes de irse a dormir, no podía perderse en la historia. Sus pensamientos se desviaban hacia Kendra. Él veía su rostro y esa fabulosa sonrisa que lo iluminaba por dentro como un árbol de Navidad.

    Después de unos minutos, no pudo soportar sentarse de espaldas a la puerta, así que se cambió al asiento en el que Kendra se había sentado. Ahora podía ver cuando alguien se acercaba a la puerta y podía ver parte del estacionamiento. Estuvo atento por si aparecía un Miata rojo; esperando a que ella llegara. Estuvo en un feliz estado de anticipación, por un tiempo. Luego terminó su bebida, intentó leer de nuevo, tomó otra bebida y se terminó esa última. Luego comenzó a pensar en la hora. ¿A qué hora había estado ella allí la semana pasada? ¿Cuánto tiempo debería esperar? ¿Sería cursi dejar una nota con el barista? ¿Se la darían, o se mostrarían reacios a ayudar en algo que podría parecer un comportamiento de acecho espeluznante?

    Finalmente, y de mala gana, decidió irse. Tal vez simplemente no estaba destinado a ser ese día. Fue a su automóvil y retrasó su salida recogiendo recibos, envoltorios de pajillas y cosas diversas que ni siquiera se había dado cuenta que estaban en su automóvil. Puso todo en una bolsa vacía de Office Depot. Caminó lentamente, de regreso a la entrada, para dejar caer la bolsa en el cubo de basura, dándole a Kendra una última oportunidad para que apareciera antes de que él se marchara.

    Pero no apareció.

    El sábado siguiente fue una repetición del primero, en el que no se presentó. La sensación de certeza de Keith comenzó a desvanecerse, y la duda y la ansiedad se apoderaron de él. ¿Acaso había imaginado la conexión que estaba tan seguro que compartían? ¿Era su sensación de que estaban destinados a estar juntos realmente nada más que su creencia en algo que solo deseaba que fuera verdad?

    Quizás necesitaba encontrarla de otra manera. Tal vez regresar a Starbucks y esperar a que apareciera era como esperar que la chica de sus sueños le fuera entregada en bandeja de plata. Tal vez lo que realmente necesitaba hacer era esforzarse un poco más para encontrarla.

    Solo sabía tres cosas sobre ella. Su nombre, el tipo de auto que manejaba y que era algo así como una escritora. ¿Qué había dicho sobre sus escritos? Keith trató de recordar todo lo que ella había dicho. Recordó que tenía una fecha límite y que estaba escribiendo un artículo. Había recibido una llamada telefónica de su editor. Era posible que escribiera para una revista o para un periódico.

    Cogió su teléfono e hizo una búsqueda en Google. Tecleó: «artículo de Kendra». La mayoría de los resultados de búsqueda que obtuvo eran de una modelo de Playboy llamada Kendra. Él quería encontrar artículos escritos por Kendra, no acerca de Kendra. Cambió su búsqueda a «Artículos escritos por Kendra». Obtuvo entonces mejores resultados, pero en su mayoría eran autores de libros y ninguno de ellos vivía siquiera en Tulsa, ni tenía nada que ver con su Kendra.

    Se desalentó y desanimó después de apenas unos minutos de búsqueda. No sabía cómo podría encontrarla con lo poco que sabía. Esperó menos tiempo ese sábado que el anterior y no empleó tácticas dilatorias cuando se dirigió a su automóvil para irse. Trató de luchar contra una depresión que lo hundía y que intentaba superarlo. Pero no era una depresión nacida del pensamiento negativo, o de la pérdida, como lo que había estado luchando para superar el último año. Esa nueva depresión la sentía en el plexo solar. Era como un sentimiento físico, y no sabía lo que significaba. Le hizo dudar aún más de sí mismo y comenzó a pensar que había sido un tonto por creer que «sabía» que Kendra y él se encontrarían nuevamente.

    No sabía nada. Se dijo a sí mismo que no debía de  confiar en sus sentimientos cuando la situación involucraba a una mujer hermosa y que la belleza solo empañaba la mente masculina. Pensó que en esos casos el deseo primitivo tomaba el control y que sustancias químicas inundaban el cerebro. Debido a eso, creyó que simplemente había interpretado la fiebre de las endorfinas como una especie de señal, como al creer que un sueño es más que un sueño. Qué tonto había sido.

    Dejó de pensar en Kendra y se centró una vez más en las cosas rutinarias de su vida. Prestó más atención a Laci y reanudó la lectura con voracidad. Se consintió a si mismo con un Kindle, con el que había tenido sentimientos encontrados, ya que había sido amante de las ediciones de bolsillo desde que comenzó a leer cuando era niño. Descubrió que había un momento y un lugar para ambos tipos de libros y se alegró de haberlo comprado. 

    En el transcurso de la semana siguiente, descubrió que el Kindle le abría todo un mundo de libros, y la facilidad con la que podía obtenerlos era un encanto. Le encantaba ir a la biblioteca y a Barnes & Noble, y todavía seguiría yendo, pero la posibilidad de navegar en línea, comprar un libro con un solo clic y luego leerlo en segundos, era simplemente genial.

    El sábado siguiente, llevó consigo su Kindle a Starbucks. Esta vez solo estaba realizando su rutina normal de los sábados; complaciéndose a sí mismo con un Frappuccino y con un poco de tiempo de ocio realizando su actividad favorita. Pensó muy poco en Kendra. Estaba superando lo que había parecido un encuentro mágico; incluso se sentó en su asiento normal, de espaldas a la puerta. Ni siquiera pensó en nada cuando sintió que alguien le tocaba el hombro. 

    Tres

    ––––––––

    Keith inmediatamente reconoció el olor y ya estaba sonriendo cuando se giró para mirarla.

    —Hola hermosa.

    Ella también estaba sonriendo, y se sintió sorprendida por su impulso de besarlo. Podía ver que Keith estaba feliz de verla, pero los sentimientos que tenía eran tan locos, que no podía actuar dejándose llevar por ellos. Primero necesitaba una confirmación externa de que eso realmente estaba sucediendo, y que no era solamente una ilusión.

    —¿Estabas reservando esta silla para mí?

    Keith se rió y dijo:

    —Sí. Desde hace tres semanas.

    —¿Qué es tan gracioso? —preguntó ella, mientras se sentaba.

    —Un chiste realmente malo.

    —Quiero escucharlo —dijo, todavía sonriendo.

    —Eh... no creo que quieras. Es bastante tonto.

    —Está bien, ahora tienes que decirme.

    —Oh Dios, me arrepentiré de esto, pero está bien. ¿Qué le dijo una silla rica a una silla pobre? —Keith hizo una pausa—. Pobrecilla

    Keith negó con la cabeza arrepintiéndose cuando pronunció la palabra final. Kendra entrecerró los ojos e hizo una mueca.

    –¡Qué mal chiste!

    —Te lo dije —replicó—, es bastante tonto. —Ambos rieron.

    —Vaya, realmente sabes cómo impresionar a una chica.

    —¡Hey! Eso no es justo. Tú me hiciste hacerlo.

    Ella rió de nuevo y sin siquiera pensarlo, puso su mano encima de la suya.

    —Lo sé. Solo te estoy molestando. ¿Cómo has estado?

    Keith volteó su mano para que sus palmas se tocaran y cerró los dedos entre los de ella.

    —He estado bien. Un poco impaciente, pero aun así bien. ¿Que hay de ti?

    —Yo he estado bien, y ocupada, y con muchas ganas de volver a Tulsa. Mi avión acaba de aterrizar hace 30 minutos.

    —Guau. ¿Tienes un avión?

    —Oh, cállate —dijo, golpeando su mano con su mano libre—. Ya sabes a qué me refiero.

    —Si acaba de aterrizar, eso significa que debes haber venido directamente aquí —Keith sonrió ante la implicación.

    –Así es. Esperaba que estuvieras aquí. No tenía forma de comunicarme contigo y me he estado arrepintiendo por no haberte pedido tu número cuando nos conocimos.

    —He estado sentado aquí esperándote por tres semanas. No me he movido ni una pulgada. Y ahora me temo que tengo que volver a casa, ducharme, comer y dormir un poco. Ya sabes, todas las cosas que he estado descuidando.

    Kendra se rió y sonrió. Estaba recibiendo la confirmación que quería. Keith definitivamente se sentía atraído por ella. Estaba contenta de que al menos eso fuera mutuo. Pero todavía no estaba segura de la otra parte; sus pensamientos locos y la extraña sensación de haber conocido a su siguiente novio el día que conoció a Keith.

    —¿Supongo que eso significa que estabas pensando en mí?

    —Como una persona obsesionada.

    —Bien. Espero ser la única en el que estabas pensando.

    —Vamos a ver. Conocí a la mujer más hermosa que he visto en mi vida. Ella me besó antes de que supiera su nombre. Luego desapareció como la Cenicienta. Y justo después de esa experiencia increíble, te conocí.

    Kendra se rió de nuevo.

    —Te voy a besar nuevamente si no dejas de hacerme reír.

    —Un hombre entra a un bar...

    Ella rio.

    —Está bien, suficiente. Tengo una pregunta seria.

    —Está bien. Dispara.

    —Si querías volver a verme, ¿por qué no me pediste mi número?

    —Bueno, te fuiste de repente y ni siquiera se me ocurrió.

    La sonrisa aparentemente permanente de Kendra finalmente se desvaneció. Ella bajó un poco los párpados y se mordió el labio inferior.

    —¿No se te ocurrió?

    —Tal vez eso no sonó muy bien. Quiero decir, sí, te fuiste de repente, pero... No sé cómo decir esto, o si debería, pero tuve la sensación de que no importaba que no tuviera tu número.

    —¿Qué quieres decir? —preguntó ella, curiosa pero esperanzada.

    —Bueno, tuve una sensación.

    —Continúa... —le apresuró.

    —Sentí que no tenía que preocuparme por tener tu número. —Ella podía ver que él tenía más en su mente pero que estaba dudando en decirlo. Sospechaba que los dos sentían lo mismo.

    —¿Quieres decir, como si supieras que nos encontraríamos otra vez?

    –Sí. Algo así. —«Mucho más que eso», pensó, pero no iba a revelar demasiado. No tan pronto

    —¿Qué tan seguido vienes aquí?

    —Por lo general, todos los sábados. Las únicas veces que no vengo es cuando tengo una cita con el veterinario.

    —¿No te gustan los médicos regulares?

    Keith se rió.

    —A mi sí, pero a mi perra no. Y como trabajo toda la semana, por lo general la llevo al veterinario los fines de semana.

    —¿Hace Cuánto tiempo que vienes aquí los sábados?

    —Hum... desde que me mudé a Tulsa, que fue hace aproximadamente un año.

    —En todo ese tiempo, solo me viste aquí una vez. ¿Por qué creíste que nos encontraríamos de nuevo?

    Ella lo miró directamente a los ojos y esperó mientras él apartaba la mirada de ella y dudaba de si debería responder a esa pregunta directa. Tomó aire, exhaló y golpeó con sus manos la pequeña mesa que los separaba, pareciendo haber llegado a una decisión, para bien o para mal.

    —Está bien, solo voy a decir esto y espero que no te asustes.

    —¡Espera! —Sobresaltó a Keith para que guardara silencio—. ¿Puedo tomar un poco de tu Frappuccino? —Él sonrió y lo deslizó sobre la mesa. Ella lo recogió y se llevó la pajilla a la boca—. Continúa.

    —Está bien. No me preocupé por obtener tu número porque sabía que volvería a verte. Y tienes razón. No tenía sentido suponer eso ya que nunca antes te había visto aquí, pero estaba seguro de que te vería en algún lado, y que... —Keith hizo una pausa en la parte que no quería revelar, pero decidió que simplemente lo haría. Si tenía razón, no había ningún motivo para no hacerlo—. Y que... podríamos terminar siendo más que amigos. —Entrecerró los ojos como si estuviera preparándose para recibir un golpe, preguntándose si acaba de arruinarlo todo.

    Los labios de ella formaron una sonrisa con la boca cerrada alrededor de la pajilla. Apuntó

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