Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Recuérdame
Recuérdame
Recuérdame
Libro electrónico424 páginas5 horas

Recuérdame

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Una periodista de música de casi cuarenta años conoce y se enamora de la estrella de rock británica que, en su juventud, era su amor platónico.

Claire Abby, una madre soltera, es el nexo que mantiene juntos a su padre y a su hija, a punto de irse a la universidad, así que cuando su carrera como periodista cae en picada, tiene que reflotarla. Ahora, la entrevista más importante de su vida depende de convencer a un hombre que tiene fama de ser reservado de contar sus secretos. Si al menos no fuera uno de los tipos más guapos de todos los tiempos…

El alto, con mandíbula cuadrada, británico Christopher Penman era el amor platónico famoso de Claire cuando era adolescente. En persona, es como ella temía: injustamente hermoso, completamente encantador, absolutamente estresante. Claire no tiene alternativa, tiene que hacer las preguntas difíciles, las que él ha esquivado durante una década, pero Chris no habla… coquetea.

Antes de que Claire pueda ordenar su cabeza, se forma una amistad improbable. Después, un beso… y una invitación… y, por último, las noches que Claire solo soñó alguna vez. Pero a medida que se van conociendo, Claire descubre que el dolor de Chris está muy arraigado. Cuando se repite su historia desgarradora, ¿arriesgará Claire su futuro —y su corazón— para salvar el amor con el hombre que nunca podría olvidar?

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento19 ago 2021
ISBN9781667410852
Recuérdame
Autor

Karen Booth

Karen Booth is a Midwestern girl transplanted in the South, raised on 80s music, Judy Blume, and the films of John Hughes. She loves to write big city love stories. When she takes a break from the art of romance, she's teaching her kids about good music, honing her Southern cooking skills, or sweet-talking her super-supportive husband into mixing up a cocktail.

Autores relacionados

Relacionado con Recuérdame

Libros electrónicos relacionados

Romance contemporáneo para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Recuérdame

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Recuérdame - Karen Booth

    Para Steve, Emily y Ryan.

    Con ustedes, mi mundo es un lugar hermoso.

    7 de marzo de 1986

    Querido diario:

    Hoy mi vecino Scott me trajo a casa desde la escuela porque perdí el autobús otra vez (lo sé, lo sé. Qué novedad). Estaba bastante emocionada porque tiene su propio auto, pero cuando llegamos a casa se comportó como un imbécil. Me preguntó por Banks Forest, a quienes sabe muy bien que amo porque todo el mundo sabe que es mi banda favorita. Le contesté que me moría por verlos en vivo y me tocó una teta. Le dije que era un asqueroso, se enojó y me dijo que no me vistiera como Madonna si no quería que los chicos me tocaran las tetas. Es un idiota. No me visto como Madonna desde el 9no grado.

    Hablando de Banks Forest (¿cuándo no estoy hablando de ellos?), después de la escuela, cambié de lugar sus pósteres. Me di cuenta de que si pongo el mejor póster que tengo de Christopher Penman (el mediano, en el que aparece sin remera) en la pared que está pegada al armario y me acuesto de costado y entrecierro el ojo izquierdo, parece que está acostado conmigo. Qué bombón. Lo miro y me quiero morir. Ojalá fuera a mi escuela. ¿No sería fabuloso? Que fuera estudiante del último año, pero también una superestrella de rock y fuera mi novio. Las populares me odiarían incluso más de lo que ya me odian. Mi vida sería perfecta. Me pregunto si existe alguna forma de que alguna vez conozca a Christopher. Tiene que haber una razón por la cual él y yo estemos en el planeta Tierra al mismo tiempo. No me parece que eso sea algo totalmente al azar.

    Besos

    Claire

    P/D: solo faltan 27 días para el concierto de Banks Forest y ¡voy a ver a Christopher Penman en carne y hueso! Vamos a estar en el mismo lugar, respirando el mismo aire.

    Capítulo uno

    Veintidós años después

    Después de una corrida matutina más larga de lo normal, o lo que también se conoce como procrastinación, me desplomé frente a mi escritorio destartalado y levanté el teléfono para llamar a mi padre. Tarea que postergué por dos días, incluso sabiendo que cada minuto de retraso era munición que él usaría para culparme por no mantenerme en contacto. El buzón de voz resonó en mi oído y me maldije por haber demorado tanto. Mierda. Me ganó.

    Tenía dos mensajes, con menos de diez minutos de diferencia entre uno y otro. Ambos eran de Patrick Collins, el editor de música más antiguo de la revista Rolling Stone. Siempre tuve la sensación inquietante de que Patrick me tomaba el pelo, y por eso pensé que su voz de desesperación era una broma, más que un pedido de ayuda. Nunca, a lo largo de todos los años durante los que intenté conseguir más que un simple encargo, quiso que le devolviera una llamada de inmediato.

    —Claire—, contestó, antes de llegar a escuchar un solo tono de llamada. —Hace una hora que te estoy buscando.

    —Fui a correr. ¿Qué pasó?

    —Otro periodista se bajó de una entrevista que está programada para el lunes. ¿Estás disponible? Te necesitaría aquí en Nueva York.

    Hojeé mi agenda para que el ruido de papel arrugado diera la impresión de que estaba tremendamente ocupada y, por lo tanto, muy solicitada. —Tendría que encontrar a alguien que cuide a mi hija durante la noche. ¿Entrevista a quién?

    —Christopher Penman, de Banks Forest.

    Casi me ahogo con mi propia respiración. —¿Aceptó dar una entrevista? —Un viejo escalofrío me recorrió el cuerpo y me puso la piel de gallina. —Tiene que ser una broma. Él odia a los periodistas—. Todo lo que había pensado, lo que había leído o lo que había visto de Christopher Penman provocó una confusión en mi mente. —De verdad los odia. En serio.

    Patrick carraspeó. —Creo que quiere un poco de buena publicidad. Está por lanzar un álbum.

    Sabía que había algo más detrás de esto. Un disco solista. Su primer lanzamiento sin su banda fue un fracaso inaudible, lo destrozaron todos, incluso yo.

    —Irá a la portada si logras hacerlo hablar—, continuó Patrick.

    —¿A la portada? Moría de ganas de que Patrick me asignara una tarea importante, pero ¿una portada? El dicho sobre que hay cosas que son demasiado buenas para ser reales no solo me vino a la mente, sino que disparó alarmas dentro de mi cabeza.

    —Sí, a la portada, pero necesito una respuesta ahora mismo. Hizo clic en un bolígrafo como siempre, con una velocidad neurótica. —Sabes que siempre estás rogándome que te dé algo jugoso.

    ¿Jugoso? No te imaginas. —Déjame pensar. ¿Podré armar oraciones coherentes? ¿Me acordaré de cómo poner un pie delante del otro sin hacer el ridículo?

    —No tomes a mal lo que voy a decirte, pero necesito a alguien con tu experiencia. Ambos sabemos que tendrás que hacer preguntas incómodas. No creo que él confíe en los periodistas más jóvenes.

    —Ah, está bien. Tengo 39 años. ¿En qué momento me convertí en una de las periodistas más viejas?

    —Realmente me ayudarías mucho.

    Esto no va a salir bien. —Sí, por supuesto. Lo haré.

    —Genial—. Soltó un suspiro. —Confío en que sabes que esto es algo grande, Claire.

    Gracias por el eufemismo del milenio. —Sí. Tengo muy claro a lo que me enfrento. —La pregunta es si sobreviviré. O él.

    —Y comprendes que necesito que hagas esas preguntas difíciles, ¿cierto? Necesitamos la historia completa. Hasta el último de los temas delicados.

    —Sí. Lo entiendo. —Hasta la última maravillosa palabra.

    —Está bien, entonces. Christopher Penman es todo tuyo.

    Colgué en silencio, o tal vez no había notado, entre tanta confusión, que mi cerebro se había inflamado y que mis oídos estaban tapados.

    Ay. Ay. Mierda. Christopher. Penman.

    Tenía diecisiete años cuando el amor por el señor Penman me dio vuelta. Me enamoré loca y profundamente. Era el chico más hermoso del mundo: alto y guapo, delgado de aspecto aniñado, aunque no quedaban dudas de que era un hombre. Tenía el cabello rizado castaño cobrizo, perfecto para enterrar los dedos, y su sonrisa blanca y brillante parecía un flash lo suficientemente potente como para fundirme en una ciénaga, estremeciéndome y dispuesta a rendirme. Desperdicié vergonzosas cantidades de tiempo mirando sus fotos, cautivada por sus ojos increíblemente verdes.

    Era una fiel seguidora de su banda, Banks Forest, y todos los días pasaba horas enteras en mi dormitorio, en una nube de despiste y hormonas, escuchando su música. Mi obsesión coexistía con algunas libretas con mañas calificaciones, pero sentía que las tareas no eran tan importantes como escribir mi nombre de casada, Claire Louise Penman, en mi mejor letra cursiva. Mi padre no hizo ni el mínimo esfuerzo por comprenderme. Parecía que mi argumento de que él debía incentivar mi apreciación por las artes no me llevaba a ningún lado.

    Christopher era mi alivio en un tiempo en el que los chicos eran una decepción constante. Él era mi novio imaginario definitivo, fogoso e intenso en las fantasías que imaginaba en mi cabeza, con una habilidad asombrosa para satisfacer cada una de mis necesidades, tanto las emocionales como las físicas. Aunque en la vida real tuve mucha menos experiencia de la que me hubiera gustado, Christopher me enseñó todo lo que necesitaba saber, y yo fui una estudiante diligente bajo su tutela experta. Siempre fue tierno, me hacía reír y me decía que era la chica más increíble del mundo. Todo en nuestra historia de amor ficticia era perfecto; sexo sin protección sobre una nube de algodón.

    Por supuesto, el lunes será cualquier cosa menos una aventura de ensueño en una nube cumulonimbo. Aceptar entrevistar a Christopher Penman era, profesionalmente hablando, el equivalente a saltar de un avión usando un paracaídas de segunda mano. Se destacaba por su discreción y odiaba a la prensa, a los periodistas y los fotógrafos encabezaban la lista. No podemos culparlo. Durante años, sufrió por los rumores y las menciones sobre su vida privada, el consumo de drogas y la pesadilla de su exesposa. Y no me enviaban para mejorar su situación. No importa cuáles sean sus planes, a nadie le importará su nuevo álbum solista. La gente solo querrá saber si la basura que se dijo sobre él es cierta.

    * * *

    Mi Volvo Station Wagon no era una gran declaración de personalidad, era más bien el fruto de mis finanzas, pero durante años, me había ayudado a esquivar obstinadamente la definición moderna de madre suburbana. Es cierto, necesitaría un esposo para caber en ese estereotipo. Haciendo fila detrás de furgonetas en la escuela, al menos podría consolarme con el hecho de que me resistí a ser parte de eso.

    Mi querida Sam, junto a su buena amiga Leah, cruzaba tranquila las puertas dobles, con sus bucles rubios flotantes moviéndose a cada paso. Venían parloteando, pero se detuvieron en el instante en que un grupo de chicos pasó por delante de ellas. Un chico que parecía malnutrido y llevaba vaqueros muy holgados se detuvo para hablarles, y las chicas desplegaron una sonrisa blanca, resplandeciente durante el tiempo necesario para que los labios se les pegaran a los dientes.

    Sam estaba en el tercer año del secundario, recién había cumplido diecisiete.  Saber que solo nos quedaban dos veranos más juntas antes de que se fuera a la universidad era más que una piedra en mi zapato. Me provocaba náuseas. A los veintidós, me sentía demasiado joven para ser mamá y ahora, sin duda alguna, demasiado joven para pasar el resto de mis días sola en el nido.

    —Hola, mamá —me saludó Sam mientras subía en el asiento del acompañante. —¿Puedo ir a dormir a la casa de Leah esta noche?

    Leah esperaba sobre la acera, con las mejillas enrojecidas por el ventoso día de marzo. Me saludó a medias con la mano mientras revisaba su celular.

    —Por supuesto, cariño. —Otro viernes a la noche sola, pero al menos podría trabajar en mi entrevista a Christopher Penman sin la culpa maternal.

    Sam le hizo señas con los pulgares hacia arriba a Leah y cerró la puerta.

    —¿Cómo estuvo el examen de inglés? —Pregunté. Una mamá en un Escalade que le gritaba a su cría que entraran en el maldito auto me bloqueaba la salida entre los autos que circulaban. Analicé la posibilidad de lanzarme sobre la bocina, pero decidí que no iba a poner en jaque mi ya endeble estatus social ante la asociación de padres y maestros.

    —Estuvo bien —respondió Sam. Sacó un pedazo de goma de mascar de su mochila y arrugó el envoltorio antes de arrojarlo al posavasos. —Creo que me fue bien, pero no lo sabré hasta la próxima semana.

    —¿Cómo estuvo el resto de tu día? —pregunté mientras salía del estacionamiento de la escuela. Cuando podía convencer a Sam de llevarla a casa después de la escuela, esos diez minutos eran un regalo, verdaderamente, una mina de oro para los padres. Mi afán de querer saber le parecía menos inquietante cuando se podía evitar el contacto visual y yo, por fortuna, eludía el título de gran preguntona.

    —Bien. —Sus ojos color azul intenso me encontraron por un instante. —¿Te acuerdas de Andrew Mills? Estuvo con Leah y conmigo un rato, durante el almuerzo. Me había olvidado de lo divertido que es.

    —¿Cómo no amar a un chico gracioso? —Me arrepentí de mi elección de palabras en el mismo momento en que salieron de mi boca. Cualquier tipo de entusiasmo de mi parte podría amargar su opinión sobre el inocente Andrew.

    —Está más lindo ahora que no tiene frenos. Tiene una banda con unos chicos de la escuela. Tienen ensayo este fin de semana.

    Yo era una enamorada predecible de cualquier chico que estuviera en una banda cuando tenía la edad de Sam, lo que me llevó a pensar que Andrew sería perfecto, pero no quise seguir con el tema una vez que llegamos a nuestro adorable y prolijo, no obstante, cansado guiño a una vida normal: una casa blanca con persianas negras desteñidas.

    La compré cuando me mudé a Carolina del Norte y Sam era bebé. El pago inicial fue un regalo de cumpleaños inusitadamente generoso de parte de mi padre. Fingí rechazarlo, pero él insistió en que mi madre, si estuviera viva, así lo hubiera querido.

    Una vez dentro de nuestra cocina de los años 50, que decidí que era estilo retro y no que estaba en decadencia, Sam hurgó en el refrigerador. Su celular vibró y la vi tratar de contener una sonrisa.

    —¿Cambio de planes? —Eché un vistazo al correo y separé varias cartas para ella de universidades lejanas.

    —No, ummm, es... —sonrió al teléfono. —Es Andrew. Quiere que vaya al ensayo de su banda mañana.

    —Suena divertido. Yo te llevo. No he hablado con su madre desde que nuestro club de lectura implosionó. —Había perdido de vista a Andrew durante dos años. Era necesaria una misión de reconocimiento.

    —Mamá, por favor. ¿No puedo ir sola en el auto?

    —De ninguna manera. Todavía estoy recuperándome del viaje a la tienda del fin de semana pasado. —Vi su reacción y me recordó a mí misma que el revoleo de ojos no es personal. —Estaré en mi despacho. Avísame y salimos.

    Tenía una hora hasta que tuviera que llevar a Sam a su pijamada, así que crucé una pierna por encima de la otra, escribí Christopher Penman en la barra de búsqueda del navegador y me acomodé para empezar lo que parecía ser un fin de semana sedentario El sitio oficial de Banks Forest contenía lo que esperaba, la discografía y una línea temporal, detalles que había memorizado mucho tiempo atrás. También había cientos de fotos viejas, incluida la típica toma de la banda, Christopher con la camisa abierta por una brisa tropical que revelaba aquello que hacía someras apariciones en cada video de Banks Forest: su robusto y suave pecho.

    Esa imagen en particular me era tan conocida como las fotos de mi propia familia, las fotos de mi hermana Julie conmigo en el Gran Cañón, las dos con camisetas a rayas naranja y marrón sin mangas y pantalones cortos caqui estilo safari. Julie tenía su brillante cabello dorado trenzado, pero a mí, mamá me hacía peinar mi rubio ceniza en dos coletas. Nos había permitido usar medias hasta la rodilla ese día, pero siempre nos vestía como varones. Una teoría hippie suya de no querer imponer reglas de género.

    Ahora me tocaba ver el sitio web de Christopher Penman: estaba hecho con un diseño de humo y espejos para apuntalar el lanzamiento de su álbum solista. Con interés puramente periodístico, analicé con mucho cuidado cada imagen suya en su galería de fotos. Me había olvidado de la forma sublime en la que su perfecta mandíbula se acoplaba con el lunar en su mejilla izquierda.

    Los siguientes resultados de búsqueda eran un océano de porquería: páginas de seguidores, sitios de chimentos y enlaces a artículos sensacionalistas. Ya me encontraba en situación de desventaja; solo fui testigo esporádico de los años más dudosos de la vida pública de Christopher. Banks Forest había lanzado el primero de sus dos álbumes de Grandes éxitos mucho después de que me fuera a la universidad y ya no eran válidos en mi mente de periodista musicalmente madura.  En esa época, él parecía encarnar cada uno de los clichés del rock and roll, mucho de lo cual fue plasmado por la prensa de manera conmovedora. Incluso, él y su entonces esposa hicieron un viaje de rehabilitación.

    —¿Mamá? —Sam asomó la cabeza dentro de mi despacho con un bolso violeta a punto de explotar sobre el hombro. —Vamos. Decidimos ir al cine. Leah odia perderse los avances.

    Sam y yo salimos con la cabeza gacha bajo la aguanieve, bolitas diminutas me caían en la nuca mientras corríamos hacia el auto. La calefacción del Volvo no quería encender y tuve que conducir con las rodillas al tiempo que me calentaba las manos en los bolsillos de la chaqueta.

    —Mamá, por favor, conduce como una persona normal —me rogó Sam, como si tuviera el derecho a criticar la forma de conducir de los demás.

    —Ay, perdón. —Sacudí la cabeza para aclararme y puse las manos sobre el volante. —Escucha, cariño, tengo que viajar a Nueva York el lunes para hacer una entrevista. ¿Crees que podrías quedarte con Leah?

    Chasqueó la lengua contra el paladar: —Soy lo suficientemente mayor para quedarme sola.

    —Pero estaré muy lejos. ¿Qué pasa si me necesitas? —La miré y me pregunté si había crecido más desde esa mañana.

    Levantó su celular en el aire: —Sé cómo ordenar una pizza. Estaré bien. Si me quedo con Leah, no voy a terminar la tarea. —Sam era mucho más responsable de lo que yo jamás había sido. Su consejero académico había dicho que era probable que ella eligiera su universidad. El truco está en poder encontrar la manera de pagar cualquiera de ellas.

    —Está bien. Si tú lo dices.

    —¿A quién entrevistarás?

    Se me dibujó una sonrisa tonta en la cara, que no es la reacción habitual a la mayoría de mis trabajos. —Emmm, a Christopher Penman. Era el guitarrista de una banda inglesa llamada Banks Forest. Era mi banda favorita cuando tenía tu edad.

    —¡Conozco a Banks Forest! Leah me compiló un disco con música de los 80 y tiene algunas de sus canciones. ¿Él es, como, muy viejo ahora?

    —No —refunfuñé. —Solo es cinco años mayor que yo. Creo que está incluso más guapo ahora que cuando era más joven.

    —Así que por él estabas babeando sobre la computadora.

    —No estaba babeando —apreté los labios. —Se llama investigación.

    Hizo el gesto como si se metiera el dedo en la garganta. —Eres pésima mintiendo.

    * * *

    Después de pasar horas en la computadora, parecía conveniente comer las sobras mientras sufría con la mitad de una tonta comedia romántica en el cable, la historia de una mujer atolondrada que encontraba el amor verdadero en el tipo amante de los libros, pero tremendamente guapo que trabajaba en el cubículo contiguo.

    Han pasado seis meses desde el final de mi última comedia romántica, con Kevin, un colega periodista de música que vivía en Los Ángeles. Debería haber reconocido que estábamos condenados al fracaso desde el principio. Nunca pude hacer funcionar eso de las relaciones a distancia, sobre todo con una hija en casa.

    Me odié por haberme sentido atraída por él en un principio. Era extremadamente engreído sobre su habilidad para escribir, y lo compensaba rechazando falsamente su atractivo. Mi única excusa es que él tenía una debilidad por mí y eso era difícil de resistir. Hasta hubo momentos en los que me pregunté si estar con Kevin era similar a sentirse enamorada. Eso no importó. Amor o no, dejé de sentirlo cuando supe que también tenía debilidad por muchas otras mujeres.

    He intentado y fracasado tantas veces en el amor que he llegado a preguntarme si no soy demasiado exigente, pero mi lista de deseos de novios estaba diseñada solo para limpiar a los realmente malos. No necesitaba el mundo entero. Todo lo que siempre he querido es alguien divertido, inteligente, alto, con trabajo, paciente, sin prejuicios, que bese bien, capaz de lavar los platos, fanático de la música, lector y que tenga una libido sana. Tal vez nunca encuentre un hombre que envíe flores y sea monógamo, pero tengo que seguir intentándolo.

    Empezaron los créditos de la película y me estiré y apagué la televisión. Subí a mi habitación, todavía dándole vueltas a la idea de qué pasaría el lunes. Por supuesto, conocer a Christopher Penman no iba a ser como alguna vez imaginé. No íbamos a encontrarnos gracias a una serie de eventos mágicos y románticos. Este trabajo era más una cuestión de pura suerte, ni trabajando como burra durante años hubiera conseguido una historia de portada así de importante.

    Quizás mi suerte no terminaría siendo solo suerte. Tal vez termine la entrevista y pueda rebuscármelas para robarle un momento a Christopher. Con eso último, he soñado una infinidad de veces. Una carcajada o una sonrisa, un dichoso instante de coqueteo. Ni siquiera tendría que ser tanto para que me alcance para toda la vida. Aunque, no importa qué pase el lunes, con seguridad me dejará queriendo más.

    Capítulo dos

    El asistente de Patrick había arreglado que un coche fuera a buscarme al aeropuerto de LaGuardia y el chofer me recibió luciendo un simpático bigote parecido a un cepillo y una pizarra que tenía escrito mi nombre. Me concentré en la única cosa positiva que se me vino a la mente para no pensar en la ridícula magnitud de lo que estaba a punto de hacer. Por lo menos, había aterrizado.

    Tenía planeado repasar mis notas en el auto, pero estaba irremediablemente distraída por la ciudad: la conmoción, un ritmo ajetreado como en ningún otro lugar. Solía decir que me hubiera gustado vivir en Nueva York, pero eso parecía no tener sentido ahora. En realidad, nunca había tenido ese deseo. Solo sonaba como algo que una periodista musical debería hacer.

    Me obligué a retomar la preparación de la entrevista; solo podía agonizar pensando en la secuencia de mis preguntas. Tres horas eran muy pocas para ganarme la confianza de Christopher y lograr lo imposible: revelar sus secretos más profundos para publicarlos. Tenía que encaminarlo con cuidado pero rápido.

    Llegamos al hotel Ravington, en el barrio Lower East Side, antes de que pudiera terminar mi repaso de último minuto. Era un edificio peculiar: un entramado moderno de acero y vidrio, un Mondrian sin colores rodeado de edificios estilo Brownstone. El lugar de mi entrevista y mi casa durante las próximas veinticuatro horas.

    El chofer me sostuvo la puerta y le deslicé un billete de cinco. —Gracias, señorita Abby —correspondió, mientras yo trastabillaba con el cordón de la vereda.

    Entre los edificios, se colaba un frío intenso que me estremecía desde los hombros, al tiempo que el conserje se apresuraba a abrirme la puerta. Mis ojos no alcanzaron a adaptarse, al pasar de la media mañana en la calle a la luz tenue del vestíbulo, antes de que mi entorno se nublara y mi vista se enfocara en un punto en particular. La imagen frente a mí me hizo sopesar dar un giro abrupto sobre mí misma y salir de ahí rápido.

    Ahí estaba, sentado a unos diez metros, leyendo el New York Times con anteojos de sol plateados. Deduje que debía estar durmiendo porque no me daba la impresión de ser del tipo que lee el Times.

    Llevaba unos vaqueros gastados a propósito y una remera negra debajo de una chaqueta de lona, demasiado liviana para un día tan frío. Su corto cabello castaño parecía desgreñado.

    Medité sobre mi mejor acercamiento y él me desconcertó una vez más al levantar la mirada y hacer contacto visual (con los anteojos puestos, por supuesto) mientras doblaba por la mitad su diario y se me acercaba dando zancadas. Miré detrás de mí pensando que debió haber visto a alguien más.

    —Usted debe ser la señorita Abby —me tendió la mano. —Chris Penman.

    Infinidad de pensamientos y preguntas se agolpaban en mi mente. Guau. Qué bueno que me puse tacos. Es alto. Su acento es diferente en persona. Es como mantequilla. Mantequilla inglesa. ¿Me acordé de ponerme perfume esta mañana? Oh, mierda. Mi aliento. Debería haber comido un chicle en el auto. ¿Tengo las manos sudorosas? ¿Por qué pasa lo mismo cada vez que me pongo nerviosa?

    —Sí. Ah, Claire. —Le ofrecí mi mano transpirada. —Por favor. Gracias. Hola. —Un algodón de azúcar tuvo la gentileza de meterse y tomar el lugar de mi cerebro sobrecargado.

    —Ah, bueno. Eh... Claire, entonces. —Inclinó la cabeza hacia un costado. —Por favor, llámame Chris. Te busqué en Google esta mañana y encontré una foto. Me gusta saber a quién me enfrento. —Se rio por lo bajo, se quitó los anteojos y estrechó mi mano con un movimiento constante.

    Por un instante, pude ver sus ojos y todo se volvió meloso. Empecé a buscar palabras, una respuesta inteligente y entonces sucedió: me perdí en sus ojos, me hundí en ellos porque para mi mente no había mejor lugar. El color era tan fascinante que merecía su propio nombre. Decir que eran verdes sería completamente desdeñoso. No podía ni siquiera capturar la naturaleza hipnótica de la tonalidad. Manzana, bosque, césped, jade, esmeralda, musgo, trébol. En algún lugar tenía que haber un nombre para ese verde.

    Christopher registró debidamente mi aturdimiento y le dio un empujón al día. —¿Vamos? —preguntó, mientras señalaba la puerta del vestíbulo.

    —Perdón. Pensé que íbamos a hacer la entrevista en el hotel —me excusé mientras arrastraba los pies con él.

    —Si no es problema, esperaba que pudiéramos saltar esa parte. Es un poco forzado, ¿no crees?

    —Ah, claro. —Me detuve. —Necesito dejar mi bolso... —mi voz se evaporó.

    —Déjame ayudarte. —Me sacó de la mano el bolso de viaje y lo llevó hacia la recepción. —Por favor, guarde esto para la señorita Abby. Ella vendrá a registrarse más tarde. —Volvió en un abrir y cerrar de ojos. —¿Así está bien? —Era mucho más alto que yo, parecía enojado.

    —Sí. Gracias. ¿Adónde vamos?

    No se molestó en responder, en cambio me transmitió infinita calidez al pasar su mano cerca de mi espalda mientras el portero sostenía la puerta.

    —¿Como estaba previsto, señor Penman? —preguntó el chofer, a la vez que subíamos a su auto de lujo en marcha.

    —Sí, Lou. Gracias.

    Hice lo posible por acomodarme sin moverme, pero mi largo saco de lana negro estaba arrugado debajo de mi trasero. Como una estúpida, saltaba del asiento una y otra vez, tratando de sacarlo de un tirón de ahí abajo. En el instante en el que me sentía cómoda, fue y lo hizo otra vez. Se sacó los malditos anteojos y me miró como si fuera la cosa más inocente del mundo. Debía saber el efecto que tenía en las mujeres. Tenía que ser a propósito.

    —Bueno, no te preocupes —expresó. —Esto no entra en tus tres horas. Solo estamos haciendo varias cosas al mismo tiempo. Tengo que pasar por la tienda de una amiga. Hizo un pedido de pantalones de Inglaterra y tengo que probármelos por si hay que llevarlos a un sastre.

    Era difícil imaginar un mundo en el que una prenda no le quedara bien a Christopher Penman. Me atreví a mirarlo a los ojos una vez más y él empezó a diseminar su encanto pestañeando deliberadamente, como rociando un pavo con manteca, preparándome para que tire por la borda toda la educación que mi madre me dio. En ese momento, supe que, si quería llegar al final del día, debía enfocarme en respirar cuando fuera posible.

    Puse en orden mi cerebro y saqué de la cartera mi grabador digital y mis notas. —Tal vez deberíamos ir empezando —dije, decidida a jugar un papel serio en la situación. Después de todo, estaba en horario laboral.

    —Manos a la obra. —Levantó una ceja.

    Tienes que dejar de hacer eso, amigo. Me dio un escalofrío y miré fijamente la alfombra, aplicando una estrategia nueva: evitar el contacto visual.

    —¿Tienes frío? Lou, ¿puedes subir un poco la calefacción aquí atrás? —preguntó.

    Claro. Frío. Ese es el problema. —Pues bien. Sonreí, soltando un aire de relajación y me acomodé el pelo, como si estas cosas me pasaran todo el tiempo. —Lanzas un álbum en unos meses. ¿Cómo fue volver al estudio?

    —Fue fabuloso. Me encanta estar en el estudio. —Apenas sonrió.

    Esperé, preguntándome si esa era la señal de que había terminado de responder. —Elegiste Nueva Orleans esta vez. ¿Cómo fue trabajar allá?

    —Brillante. La ciudad tiene una atmósfera excelente. —Otra vez, una sonrisa resplandeciente pero minúscula. Quizás pensó que podía hipnotizarme.

    —¿Algo más que te haya gustado de grabar allá?

    —La gente, supongo. Sentí una conexión con ellos. Ellos están reconstruyendo su ciudad. Yo estoy reconstruyendo mi carrera.

    Hizo una pausa y buscó mi mirada como si esperara una respuesta. No hay duda de que tenía un retraso de dos segundos que me hacía parecer una mentecata, pero solo era porque estaba haciendo demasiados malabares en mi cabeza.

    Continuó: —En fin, Nueva Orleans estuvo fantástica. Un estudio grandioso. Gente maravillosa.

    Rápidamente, volví a mirar mis notas y me agarré el labio. —Cuéntame sobre los músicos que tocan en el álbum nuevo. En éste, trabajaste con amigos, pero en tu primer álbum solista trabajaste con músicos de estudio. ¿Por qué ese método nuevo?

    —Bueno... —se volvió hacia mí como si estuviera cambiando a un modo de entrevista más serio. —Este proyecto es mucho más personal. Quería rodearme de personas que conociera, en quienes pudiera confiar. Y estaba buscando colaboración. Eso es algo que extraño de estar en una banda. El primer álbum solista fue hecho lejos de todo y de todos casi en su totalidad. —Echó un vistazo por la ventana. Un camión de reparto estaba bloqueando el tráfico en ambas direcciones y un coro de bocinas resonó. Hubiera llegado a decirles a los músicos qué hacer o peor aún, no hubiera aparecido nunca y el ingeniero le hubiera dicho a todos qué hacer. No era una buena idea que yo tuviera rienda suelta en ese momento. Muy despacio, volvió la mirada hacia mí: —Este proyecto tiene más significado, así que tenía sentido trabajar con amigos. Además, Nueva Orleans es demasiado divertida como para estar allí solo.

    Desplegó una sonrisa cómplice y yo tragué saliva, con esfuerzo. Medí sus palabras. Estaba cooperando. Sus respuestas eran poco naturales, pero estaba obteniendo más de lo que esperaba y él solo había sido agradable. Yo, sobre todo, estaba impresionada con mi habilidad para notar la existencia de cualquier otra cosa, porque sus labios me atormentaban cada vez que pronunciaba palabras que empezaran con p.

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1