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Diario en blanco y negro
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Libro electrónico374 páginas5 horas

Diario en blanco y negro

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Información de este libro electrónico

"Se había detenido como quien se detiene a mirar la más bella puesta de sol, y me había observado. Observado cuidadosamente y sin decir una sola palabra. Había algo en sus ojos oscuros que me reconfortaba. Que me decía suavemente al oído que él sabía algo de mí que nadie m&aacut

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento8 feb 2019
ISBN9781640863187
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    Diario en blanco y negro - Colomba Barrera

    Legales

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    Ibukku es una editorial de autopublicación. El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora.

    Diario en Blanco y Negro

    Publicado por Ibukku

    www.ibukku.com

    Diseño y maquetación: Índigo Estudio Gráfico

    Copyright © 2019 Colomba Barrera

    ISBN Paperback: 978-1-64086-317-0

    ISBN eBook: 978-1-64086-318-7

    12/02/1999

    Hola:

    Algo que papá siempre me recuerda es la presentación. Presentarse es quizás la única imagen en viva carne que la otra persona tendrá de ti. Pueden pasar días y luego años, minutos y luego horas, mas todos aquellos recuerdos son modificables. El único recuerdo que sin importar permanece inmutable es la presentación, la primera percepción de las cosas.

    Aún más obligado estoy a presentarme ante ti pues en tu cuerpo quiero grabar mis días y los pensamientos que conlleva ese mar de segundos que rápidamente se torna en minutos.

    Mi nombre completo es Nicolás Jaime Macmillan Hernández, tengo nueve años y en este día de calor y de nubes arremolinadas escribo en la blancura de tus páginas pues me pena la idea de dejarle mis ideas al viento. Por ello te confisco y te obligo con una invitación cordial a grabar el hilo de silabas que dentro de mi cabeza se forma. No sé casi nada, pero lo poco que sé, lo sé con pasión. Creo que invento más de lo que sé, de hecho. Pero supongo que al final, eso es todo lo que tenemos. Voy a ir despacio.

    Lo que menos quiero es ante ti parecer una incógnita, por lo que en esta primera página te introduciré algo acerca de mí, si es que este asunto no te molesta en lo absoluto.

    Supongo que partiré el relato a la altura del abuelo Jaime, por el cuál llevo mi segundo nombre.

    El abuelo Jaime, antes de terminar en este seudónimo, solía ser conocido como el señor Jaime Macmillan. Era veterinario. Quizás el mejor veterinario jamás visto en años. Su único problema, fue haber nacido en un pueblo pequeño y jamás haber aspirado a más. Estudió en el único colegio del pueblo, como todo el resto de los niños de su barrio, donde la clase de Biología no ocupaba más de 45 minutos en él horario y luego de terminar la media, al igual que su hermano, se quedó a trabajar en la granja de su padre. Para entonces, el creía que, como todos en el pueblo, que había estudiado no para ser un profesional, no para entrar a una carrera o conseguir un buen trabajo, sino que solo para decir que lo había hecho.

    No fue hasta los 20 que Jaime Macmillan llegó a interesarse por curar animales, cuando una de las mejores vacas fue atacada por una horda de perros salvajes y su padre pensó que perderían el depósito. Recuerda, como me ha contado, que se arrodilló en la gravilla y curó milagrosamente a la vaca solo con sacos viejos, agua y una toalla. Las heridas múltiples, la carne desgarrada, los senos rotos, todo se recuperó y sin ninguna cicatriz que recordase el incidente. Ese fue el preciso momento, en la podredumbre del establo, que Jaime Macmillan decidió dedicarse a curar animales de granja.

    Estudió de libros y aprendió de los animales. Sin profesor y sin clase. Haciendo frente a los mitos fieles de los granjeros, de que las vacas con fiebre se les cura cortándoles la cola o que las gallinas ponen más huevos si se les dobla las alas.

    Su primer cliente, fue dos años después, su esposa. Antonia C. Sánchez era una mujer soñadora amante de las flores. Elaboraba ficheros con los distintos tipos de flora que se apreciaba en el pueblo y sus datos y cuando finalmente murió de un tumor cerebral que jamás se encontró, contaba con 102 tomos de flores, plantas, malezas, raíces y frutos que el abuelo Jaime ha leído uno por uno y conserva bajo llave.

    Antes de que mi abuela Antonia falleciese, dio a luz a dos hijos y dos hijas apellados Macmillan Sánchez. Entre ellos, a mi padre, Jeremy Macmillan.

    El mayor de los hermanos Macmillan es mi tío Luis, que nació con un amor hacia el arte y cuyo primer cuadro fue hecho a base de plumas de gallina en el matadero de su casa a los cinco años. Hoy, tiene una tienda de tatuajes exóticos en la ciudad, donde con aguja y tinta, pinta sobre barcos y mujeres con millones de brazos en los cuerpos de sus clientes tan excéntricos como sus tatuajes.

    Del segundo parto, nació una niña a la que llamaron Rebecca, con doble c. La tía Rebecca, era quizás la mujer más linda del pueblo, pero también la más débil. La envidia del resto de las mujeres mulatas hacia el rostro delicado, claro y simétrico de tía Rebecca la sometía a constantes burlas sobre sus caderas demasiado estrechas, inútiles a dar a luz, su temperamento calmo y lloroso indigno de las labores de una ama de casa y su piel demasiado delicada como para soportar el sol caliente del verano. Las burlas hacia su útero pequeño y sus óvulos escasos se justificaron el día en el que tía Rebecca quedó embarazada de un desconocido y de ella nació una niña enferma. La llamó Candice. Porque el nombre, que en ese entonces desconocía si realmente era un nombre, le sonaba a rosas y oro, y tía Rebecca siempre deseó un futuro de mujer agraciada y adinerada para su hija enferma. Tía Rebecca se marchó del campo cuando Candice nació, pues no quería que se criase bajo la sombra de su reputación de mujer fácil. Construyó una vida en la ciudad y, sin educación y sin costumbre de urbe, consiguió estabilizarse económicamente y fue capaz de conseguirle los mejores doctores y los más recomendados especialistas para tratar a su hija. Fue en ese episodio de su vida cuando entendió que ella jamás fue débil por no ser adecuada a la vida del campo. Que no poder despellejar animales o acarrear grandes tinajas no la definía como frágil. Entendió que era la suficientemente valiente y fuerte para sacar a su hija adelante en una ciudad desconocida sin más recurso que su piel delicada y sus ojos tristones. Entendió que incluso era más fuerte que cualquier mujer de caderas anchas y piel gruesa y crio a mi prima para jamás cometer el mismo error.

    El tercer parto natural de Antonia C. Still también derivó a una mujer, a la que el abuelo Jaime consintió en llamar Fátima, como las mujeres gloriosas. Fátima no era tan hermosa como Rebecca, más lo que la segunda le sacaba en belleza, la primera le doblaba en inteligencia. Tía Fátima desde el segundo en el que sus ojos se abrieron al mundo, fue una mujer de negocios. A la edad de siete, llegaba a la casa con leche y dulces que había intercambiado con los compañeros de escuela por algunas canicas miserables. A la edad de catorce llevaba las cuentas de la casa y contaba con un sistema infalible para robarles plata a los clientes de su padre. Dinero que jamás devolvió y jamás se extrañó pues nadie jamás habría sospechado que la secretaria de su padre, su hija, en realidad cobraba más de lo debido y de a poco, iba ahorrando para su intención secreta, marcharse del campo. La verdad, es que además de ser una mujer de negocios, tía Fátima es una mujer corrupta. A los dieciocho, justo después de terminar la educación media, tal como su era su cálculo, había usurpado el dinero suficiente de sus vecinos como para hacer una vida en la ciudad, como sus hermanos antes que ella. Jamás se casó, pero dio a luz a gemelas, Malvina y Macarena, dos niñas cinco años mayor que yo, de cabellos rubios y ojos esmeraldas que, según tía Fátima, son del padre.

    Dos años después del nacimiento de la tercera hija del matrimonio Macmillan, nació el último heredero; Jeremy Macmillan, mi padre.

    Jeremy se destacó por la música y por su agudeza para sacar la vuelta. Desde pequeño, elaboraba complejos mecanismos para facilitar su trabajo en la granja de su padre. Cachivaches como ruedas pinchadas, latas de horno, telas rasgadas, cubiertos, tuercas, toda clase de piezas que le permitiesen darles un nuevo uso. Le gustaba desarmar cosas para ver cómo funcionaban, relojes, radios, motores, juguetes. Y era capaz de volver a armarlos en cosa de segundos. Fue para su cumpleaños número nueve que, tal como yo me interesé por la escritura, él se interesó por las cajas musicales, el objeto que unía sus dos pasiones, como si la mecánica se hubiese acostado con la música y el fruto de aquella unión fuese el regalo que su padre Jaime M le regaló ese 3 de Noviembre; una sencilla caja color rojo en el que un humanoide negro bailaba al ritmo de la canción: London Bridge is falling down, con una tonalidad tan mágica y aguda que mi padre, de nueve años, no pudo más que alucinar. Con esa misma caja musical de la caída del puente de Londres, mi padre le pidió matrimonio a mi madre un año luego de que se conocieran, bajo la luz de la entrada del teatro, luego de la primera función de la primera actuación significante de Mamá.

    Mi madre, Anahí, era la hermana exitosa del matrimonio Hernández. Cuando nació, cinco años después que su hermana Amaya, habría que tomar la expresión le dio la vida literal. Pues la madre de mi madre falleció justo el en el mismo instante en el que mi madre inhaló por primera vez. Su hermana Amaya siempre le guardo rencor por haberse robado el aire de su madre y esto se incrementó no solo por tener que compartir su cuarto, su baño, sus cosas y el cariño del viudo de su padre, si no más cuando la menor triunfó en el mundo del teatro y ella no.

    Tía Amaya se casó con un banquero, tuvo una hija a la que llamó Jeanne, luego se separó y se volvió a casar, ahora con el dueño del banco. Tiene toneladas de dinero, de joyas y un marido enamorado de ella a no poder más, pero aun así tía Amaya es un alma en pena. No quiere a su marido exitoso, ni a su hija digna de hacerle competencia a Greta Garbo, ni su casa de dos pisos y, por, sobre todo, no es feliz.

    Jeanne se lleva muy bien con mi hermana pequeña, Lancey. Ambas tienen la misma edad y comparten el gusto por vestirse bien. Jeanne se roba los vestidos glamurosos de su madre y sus joyas de oro y se las trae a mi hermana para que las luzca. Tía Amaya cree que mi madre no solo le roba la fama, sino que también a la hija. Pero lo cierto es que no le veo lo malo a darle el amor que ella no le da.

    Y luego estoy yo.

    Nicolás Macmillan Hernández.

    Físicamente en conjunto no resulto muy atractivo. Tengo características que por separado resultan bonitas pero que puestas juntas se ven enfermizas. De mi padre heredé los pómulos huesudos y los ojos tristones que, si se me pregunta, son lo que más me gusta de mí mismo pues estoy seguro de que si los ojos son la ventana del alma, entonces muestro mi ser en cada mirada. No me considero alguien de muchas palabras, mas todo lo que mis labios se guardan mi pupila lo escribe. Desconozco si esto es bueno, o si es malo, y concluyo que quizás, como muchas cosas, solamente es. De mi madre saqué el cabello negro y la nariz elegante y de mi abuelo, papá dice que tengo las manos. Que tengo los mismos dedos largos y huesudos que su padre usaba para voltear terneros dentro del útero de una vaca. Y, como se me ha dicho, supongo que la combinación excesiva de estas características no resulta muy llamativa.

    Detesto los diminutivos pues me parece el colmo que se le reste escala a las cosas porque se nos dio la gana de hacernos los tiernos. Las cosas son lo que son y me molesta profundamente que se les minimice con diminutivos. El mundo está lleno de cosas y de gente intentando todos los días ser grande, o por lo menos, ser mayor que el día anterior. ¿Por qué entonces insistimos en hacernos pequeños? También detesto que la gente diga color negro ya que lo único que he aprendido permanentemente en el colegio es que el negro no es un color, es la ausencia de tales. Por lo que no veo la manía de referirse a él de lo contrario. También detesto a la gente mediocre. A la gente que se limita a lo que tiene en vez de aspirar a más. Yo no entiendo como alguien queriendo ser cantante puede quedarse vendiendo discos porque no vive en Hollywood. Que arruina sus sueños por no poder. Porque, sinceramente ¿qué es no poder? yo soy partidario de que todo se puede si es que se quiere. Eso no quiere decir que conseguir las cosas sea fácil, probablemente si te venciste no lo sea. Más tú no te rindes ante las cosas, te rindes ante ti mismo. Rendirse es el final. Por lo que eventualmente, se puede. Y vivir en cierto lugar o no tener el dinero, no es realmente una excusa para no ser mejor.

    Yo soy, hay que aclarar, de la clase de gente que logra lo que se propone sin importar como. Si me propongo ser el mejor cocinero, aunque me corten las manos, te prometo que lo seré. Soy selectivo en mis metas por lo mismo; porque sé que, si me propongo lanzarme de un cerro arriba de un televisor, lo haría. E igual que muchas cosas, esto tiene ventajas y desventajas y hay que ser inteligente para no toparte con las segundas.

    Me gusta la noche, las estrellas, la pantalla negra del cielo, la luna. Como todo pierde milagrosamente el color. Me gustan los atardeceres, los distintos artistas de la creación. Toda la tonalidad y todo el matiz de un solo atardecer. Como se concentra el color para luego llevárselo todo. Me gustan las cosas ordenadas: Por color los lápices, por tamaño los recuerdos, por abecedario los libros. Me gusta el agua y me gusta el viento. Me gusta el silencio. Me disgusta perder el tiempo, las personas descuidadas y cuando la gente habla por hablar y abusa del lenguaje. Me gustan las palabras y el español. Me gustan los sonidos y las pronunciaciones, los significados y la composición. Me repele el dorado y me atrae mucho el plateado, el color de la luna. Me gustan los colores. La percepción normal que le tenemos a colores extraños. Porque asumimos normal que el pasto sea verde pero extraño que tu piel sea del color del pasto. Me gustan las texturas y las cosas frías. Me gusta el acto de fumar, la elegancia de encender, de llevarse a la boca y de expulsar el humo, pero no el olor de los cigarros.

    Me gusta pensar.

    Me gusta pensar y recordar que he pensado. Y aquí es cuando irrumpes como un adonis: en tus páginas es en donde podré refugiar mis pensamientos, el recuerdo de mis días para cuando sea mayor leer y recordar lo que he olvidado. Porque debe ser terrible llegar a un punto crítico en tu vida y no poder recordar quien eres, que has hecho, que no has hecho. Yo quiero recordarlo todo. Cada pensamiento, cada respiración, por estúpidas o insignificantes que puedan parecer. Porque cada una de ellas, me habrá llevado a ser quien seré.

    Así es que, ¿aceptas?

    Atte Nico

    20/02/1999

    Hola:

    ¿No son acaso algo impresionante las palabras?

    Todo el significado que cada una abarca entre sus letras, el desafío que conlleva la modulación de las sílabas.

    Debe requerir valor ser una palabra. Más aún si eres una como osadía. Una palabra debe ser su nombre y todo lo que deriva. Y en osadía, la palabra debe de ser más que solo osado.

    Creo que la mayoría del tiempo no somos conscientes de la cantidad de figuras literarias que usamos. De cuantas conjugaciones. De cuantos sonidos. Creo que no nos damos cuenta de lo mal que usamos el lenguaje tampoco.

    Por ejemplo, hoy escuche en la calle a un señor que decía ¡ya, cállate! El mundo no tiene nada que ver en esto…

    Todos sabemos que lo que quiere decir es que el resto de la GENTE no está involucrada en el tema que estén platicando. Más este señor jamás se paró a pensar la inmensa personificación que acaba de usar (aun cuando probablemente en la escuela protestó que la materia sería aburrida cuando le enseñaron figuras literarias, como la mayoría de los niños).

    En este espacio, el mundo ve. El mundo es un ser pensante con sentidos como todos nosotros y puede ver. Y este señor le niega la vista que, en su opinión, no le incumbe. Y este sujeto asume también que en el caso de que el mundo fuera un ser consiente y su corazón palpitase, estaría interesado en observar su plática, como si realmente no tuviese nada mejor que hacer.

    ¿Qué tan egocéntrico puede ser eso?

    Yo creo que las palabras son el arma de cualquier persona. Porque hablamos como pensamos y pensamos como somos. Y es increíble pensar en cómo ha ido cambiando el lenguaje. Como va cambiando. Yo no hablo el mismo español que hablaban mis abuelos, y ellos definitivamente no hablaban el mismo español que hablaban sus abuelos. El español viene del latín. ¡Del latín! De Patrem, Apothecam, Vita…

    Y es extraño ver como la lengua fue modificándose con la gente. Como se fue relajando, simplificando para hacer del habla del día a día una cosa más fácil.

    ¡Patrem! pasó a Padre… ¡Apothecam! A Bodega…pasan a cosas que son más relajadas, más fáciles de pronunciar. El hablante es flojo, acorta las palabras, cambia las consonantes para hacer de la tarea de hablar lo más simple posible.

    Pero es inevitable pensar que el lenguaje está sufriendo una involución más que una evolución…que antes la gente hablaba algo así:

    Comenzó el pobre escudero a desaguarse por entrambas canales con tanta priesa, que la estera de enea sobre quien se había vuelto a echar, ni la manta de angeo con que se cubría, fueron más de provecho.-Pag 204 capítulo XVII, Don Quijote de la mancha.

    ¡La gente inculta hablaba así! Y ahora…ahora eso nos es tan difícil de procesar, lo tenemos que leer y releer, procesar y reprocesar para tener una vaga idea de lo que está hablando.

    Y nuestro lenguaje se va achicando. El diccionario entra en dieta. Seguimos acortando palabras, pronunciándolas incorrectamente, buscando variaciones y cambiando vocales.

    Y así como Obscuridad pasó a Oscuridad luego Murciélago pasará a ser Murciégalo y así sucesivamente hasta que quizás en muchos años más, estaremos hablando solo con vocales diciendo e uieo uo por Te quiero mucho.

    Vamos a estar rodeados de mares y mares de tecnología que nos simplifiquen la vida, y de atajos que nos simplifiquen el habla. Nuestra lengua se va a cansar, nuestros músculos a derretir como el cuerpo de un deportista que deja de hacer deporte, luego nos van a ser difícil pronunciar Sopaipilla por el doble ll.

    La gente cada vez sabe menos sinónimos, cada vez sabe menos acerca de gramática, ortografía, acentuación. Las reglas se destruyen, se modifican. Y a pesar de que quizás la nueva riqueza del lenguaje sea la de los años venideros: de hablar corto, preciso, directo al grano en este mundo que cada vez se mueve más rápido, no puedo evitar pensar que tan solo es volverse más incultos y menos inteligentes: Menos sinónimos, menos metáforas, menos refranes. Si antes nuestro cerebro podía retener todas aquellas palabras, si antes nuestro paladar era como una biblioteca de palabras, si antes podíamos exigirnos mucho para hablar y expresarnos, cada vez nos vamos exigiendo menos. Nuestro cerebro, aun pudiendo almacenar el universo, se va a limitar a almacenar unas cuantas palabras, unas cuantas consonantes, unos cuantos nombres. Y aquella rica biblioteca, sabrosa, con un sinnúmero de posibilidades, va a ir destruyéndose poco a poco. La pintura empezará a despegarse de las paredes, las columnas a flaquear en su tarea de evitar que el cielo se caiga, al techo se le abrirán grietas y al piso se le saldrán las maderas como astillas.

    ¡Lo noto en mí, incluso! Rodeado de mares de gente que acorta las palabras, elimina las letras, El cambio…hasta ahora me he leído el diccionario tres veces. Sin embargo, cada vez se me hace más difícil escribir. Me quedo sin sinónimos, sin expresiones, sin conectores y me tengo que limitar a decir las cosas con alguna otra palabra menos indicada. Ya no digo exactamente lo que quiero decir, porque ya no recuerdo las palabras para decirlo.

    Ya no tengo mi arma. Ya no tengo mi arma para expresar exactamente lo que siento y lo que pienso. Y si no puedo hacer aquello bien…decir exactamente lo que creo… ¿entonces qué puedo hacer bien?

    La opinión es todo lo que somos.

    23/02/1999

    Hola:

    ¿Mencioné antes que detesto a la gente descuidada?

    Pues así es. Detesto a la gente descuidada.

    Ahora, ¿por qué es que detesto a la gente descuidada?

    Pues obvio. Por lo mismo que otra persona detesta a la gente altruista por no fijarse en ellos mismos y exactamente igual que otra persona detesta a los vagos por pedir limosna.

    Detesto a la gente descuidada pues me estresa. Yo no podría ser así. Siempre cumplo con ciertas medidas algo paranoicas. Como, por ejemplo: Siempre ver cómo te preparan la comida o te sirven el café, siempre llevarte las boletas, ¿Cómo te aseguras de que luego nadie las recogerá y sacará tus datos?, siempre cambiarte de calle si alguien te sigue más de dos cuadras, no hablar en lugares públicos, ni con acompañantes ni por teléfono, ¿y si alguien te está escuchando? ¿Y si te roba las ideas? ¿O extrae información personal?, siempre procurar que nadie te vea entrar a tu casa, tampoco que alguien se entere de donde guardas las llaves o de en donde escondes tus ahorros.

    Son reglas básicas para mantenerse seguro. Y a veces me sorprende, lo descuidada que es la gente; gritando en el supermercado sin saber quién está, pagando cuentas por teléfono en la fila de un local sin saber si hay alguien anotando sus datos, ¡qué terrible! Esa gente va a terminar estafada, o violada, o asesinada.

    Supongo que mi paranoia nace exactamente al ver los descuidos de las otras personas.

    A mí me gusta bastante observar, y escribo sobre lo que observo.

    Cuando siento la necesidad, voy a algún local o a la plaza y escribo sobre la gente, sobre cómo se ve y de lo que habla. Y muchas veces mi trabajo es permitido solo por el descuido de la gente. De que se cómo se llama alguien porque otra persona descuidada grita su nombre o llega a mi conocimiento dónde vive el chico que invito a una chica a salir. ¿Ves? Son errores mínimos que pueden tornarse mayores. ¿Cómo pueden estar seguros de que nadie en esa plaza es un asesino en serie, o un estafador a sueldo, o, simplemente alguien con malas intenciones?

    No lo sé.

    No sé cómo es que la gente puede ser así.

    Quizás te suene más raro lo que hago yo. Supongo que debe ser extraño toparse con un niño de nueve años que no entra a su casa a menos que la calle este vacía. Pero supongo también que no puedo evitarlo.

    Nadie me dijo que debía hacerlo, solo lo hice.

    Nadie me dice que debo hacerlo, solo lo hago.

    Nadie me dirá que debo hacerlo, solo lo haré.

    Y así es como es.

    También me gusta seguir a las personas. No con alguna mala intención solo para ver a donde van o de adonde vienen. De cómo son sus casas, si su jardín se lleva bien con su personalidad. De si esperan a alguien o si trabajan mucho. No lo sé. Solo…me gusta hacerlo.

    Hay otros comportamientos extraños en mi persona (aunque a mí me parece normal hacerlo).

    Por ejemplo, me disgusta ensuciar las mesas en las que como. Aunque sean granos de azúcar o migas de pan, no soporto la cerámica sucia. Tampoco tolero a la gente que deja los platos manchados con salsa o con granos de arroz. Yo siempre dejo mi plato como si jamás me hubiesen servido comida en un inicio. También me molestan las cáscaras de las verduras, los cuescos de las aceitunas, las corontas de choclo, las hojas de la alcachofa. No puedo comer viéndolas, así que apresuro a botarlas de inmediato a esconderlas detrás de una taza o el servilletero.

    Supongo que todas las personas tienen sus manías extrañas.

    Y lo cierto, es que ninguna es más o menos extraña que otra. Todo depende de quien las juzgue.

    Atte Nico

    26/02/1999

    Hola:

    Si queremos ser libres, ¿para qué nos encadenamos innecesariamente al mundo tangible?

    Por ejemplo, los relojes.

    Es una herramienta para mantenernos anclados al tiempo mortal.

    Y luego nos damos cuenta de que el horario es estrecho, las semanas demasiado rápidas, los días demasiado cortos. Que, en realidad, no tenemos tiempo para nada. Sin embargo, esto no es debido a que las horas sean escasas o que los minutos sean como parpadeos. Esto es debido a estas pequeñas clausuras, estas pequeñas celditas en las que encasillamos al abundante y numeroso tiempo. Lo restringimos, lo cortamos y lo planificamos para ocuparlo luego. Lo ocupamos, lo volvemos a ocupar y luego llegamos al fin de nuestra vida suspirando: La vida es corta…

    ¿Es la vida corta? Depende de como la mires. En comparación a cuanto vive él sol o una estrella, la vida es

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