Ataduras
Por Stella Bruno
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Humberto Lobbosco
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Ataduras - Stella Bruno
Stella Bruno
Ataduras
Fotografía de tapa: Josefina Juega Sicardi, Tensiones del tiempo
©Libros del Zorzal, 2009
Buenos Aires, Argentina
Printed in Argentina
Hecho el depósito que previene la Ley 11.723
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Índice
1 | 7
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24 | 128
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28 | 147
29 | 149
30 | 151
A Kabu, por haber resignado tantos momentos
planeados.
A Humberto, mi maestro, por mostrarme
el camino.
A Jorjelina, por darme la caña de pescar.
1
La maldición empezó el día que esta yegua entró en la casona. Hacía mucho frío. La había dejado el patrón a la mañana, en el cuarto de atrás, como siempre. A cada una que trae, todas las veces, las deja ahí tiradas, bien dopadas, nunca tuvimos problemas. A la noche, cuando entramos, las encontramos ya despiertas, sorprendidas, preguntándose dónde están, qué les pasó. Y en dos o tres días las amansamos por completo. Esta vez, con esta guacha, no fue así, el jefecito ya nos había avisado.
Escúchenme bien, inservibles, la que les dejé hoy es de primera especial, una fuera de serie, no tiene nada que ver con ninguna de las otras que pasaron por aquí, quiero que tengan mucho cuidado con ella, la quiero bien domadita como a todas, pero, ¡ojo!, que no se les vaya la mano porque esta tipa nos va a hacer llenar de oro, eso sí, va a ser un hueso duro de roer, es muy inteligente, con cerebro, eso que a ustedes les falta, ¿entendido?
Y tenía razón el patroncito, en todo, menos en nuestra falta de cerebro.
Ahora nos tiene encerrados, ella, la de primera especial, a nosotros. Ella, la Chilena, al patrón. Y él, tan macho siempre, hay que ver cómo le habla, suavecito, se hace el novio. Despacito le habla, le pide y le pide por detrás de la reja. Esta reja ni con un tractor la pueden arrancar, la conocemos, la pusimos nosotros. Nosotros mismos hicimos nuestra casita tan segura, la casita que nos dio el jefazo. Ni bien llegamos, nos fuimos gastando en seguridad, todos los mangos que él nos daba. Le pusimos las rejas. Le pusimos la puerta de hierro. Le pusimos todas las trabas que encontramos, todas. Nadie puede entrar. Nadie puede salir. Nosotros siempre quisimos estar seguros, no queremos que nadie nos sorprenda. Y ahora, esta hij’una gran puta, después de tanto tiempo, de tanto cuidado, nos sorprendió. Es viva de verdad la guacha, nos encerró con nuestra propia seguridad, ni brujos vamos a poder salir. Sólo ella nos puede sacar. Dependemos de ella.
Sí, qué desgracia, dependemos de ella. Y la muy turra se lo dijo bien claro al patrón, él se puso como loco cuando escuchó el ruido de la puerta cerrándose de golpe. No nos dio tiempo a nada, el jefe saltó para atrás, como un tigre. Fuego le salía por los ojos. Como una flecha sacó la pistola del sobaco, y ahí nomás, empezó a los tiros. Se vació todo el cargador sobre la puerta. Tarde, ya la otra, que al final es más viva que él, se había corrido, se ve que, bien de costadito la guacha, puso la tranca y los candados. La Chilena lo tiene remanyado al jefe, sabía que el otro iba a empezar a los tiros enseguida, las balas le pasaron por al lado, ni la tocaron. Nuestra tranca es muy fuerte. A nuestra tranca, por desgracia, no la arrancan ni con un tanque. Y la otra, con el tiroteo, se puso a reír, a reír como una loca, entre carcajadas le retrucaba al patrón.
Tira, tira, nomás, hiena mal parida, que si me llegas a dar, ¿quién crees que te va a encontrar?, ¿quién piensas que te va a sacar? Lo que es la vida, muchachos, la tortilla se les dio vuelta de golpe y los dejó en mis manos, va a ser mejor que empiecen desde ya a rezarle a Satanás para que no me pase nada, soy la única que los puede sacar del encierro, no se olviden, y mientras esté viva ustedes pueden llegar a tener posibilidades de que los suelte. Convénzanme, muchachos…
Y ahí nomás se fue, un día entero nos dejó. Con la cabeza llena de ratones. Con la panza inflada de aire. Aquí, en la casa, nunca tuvimos necesidad de agua ni comida, veníamos a dormir, nada más.
Y ahora que ella volvió, el patrón empezó a pedirle, bien pegado a la reja. Nosotros no le vamos a rogar, no por orgullosos, nosotros no podemos. A nosotros, ni una frase nos sale de una vez, largamos una palabra, o dos, y gracias. No es que no las tengamos en la cabeza, no, eso es lo que se cree el patrón. Tenemos, y muchas, dándonos vueltas, siempre, como una calesita llena de ruidos que no para nunca. Pero, se nos quedan adentro las palabras, mareadas de tantas vueltas, sin poder pasar por la garganta. En la campanilla se nos quedan, atragantadas, no pueden salir, pero entre los dos, menos mal, nos arreglamos. Entre los dos, por suerte, algo podemos hablar, algo. Una palabrita uno, una palabrita el otro, alguna frase vamos armando. Todos nos entienden, los mierdas también, a cabezazos, y obedecen a rebencazos, sin palabras. Para eso somos gemelos, para pensar juntos, para hablar juntos.
Cuando el patrón nos trajo, no lo podíamos creer. Este sí que era un flor de lugar para el emprendimiento. Era un día de sol, fresquito, muy lindo. El jefe, después de mucho andar, de pasar barrios, villas, descampados, agarró una ruta, había venido en un vehículo grande que compró, raro, bastante chocadito, un poco oxidado. Muy bueno el cuatro ruedas, todavía anda de lo mejor. Al rato nomás, salimos del pavimento lleno de pozos, y nos metimos por un camino de tierra. De golpe, se acabó el camino y él, con la pata en el acelerador, lo mismo le siguió metiendo. A campo traviesa andábamos, saltando entre piedras y yuyos.
Tanto andar y, de pronto, la sorpresa. Cosa’e mandinga, un bosque de puta madre nos cortó el paso. A pata nos hizo meter entre los árboles, detrás de él, como siempre. Que este hombre no camina, corre, siempre nos deja con la lengua afuera. De golpe, vimos esa casona que nos dejó con la boca abierta. Este jefazo es de lo que no hay, siempre fue un genio. Encontrar una casa abandonada, eso sí, bastante destruida, en un lugar perdido del mundo. A nosotros se nos salían los ojos. Ha sido una mansión de ricos
, nos dijo sin mirarnos. Él es así, no nos mira, las órdenes nos las da mirando el aire, por arriba de nuestras cabezas. Nos metimos enseguida en la parte que quedaba en pie, detrás de él.
Fue una flor de sorpresa encontrarnos con ese salón tan grande, bien entero, con techo y todo, con puerta y todo. Entre los tres la empujamos para poder abrirla, es grandota, y estaba muy trabada. En cambio, ni a los empujones pudimos abrir ninguna de las cuatro ventanas, con cemento parecían pegadas. El patroncito prendió la linterna, y mientras iluminaba las paredes, nos iba explicando.
"Este salón es para que los guarden cuando vienen de trabajar todas las noches, quiero que me le saquen las arañas y sus telas, bien sacadas, inservibles, traen desgracia, y estos yuyos, miren, a volarlos también, ven, todos estos yuyos que salen de las grietas, por aquí, miren, por allá, miren. Quiero que me vayan controlando las paredes centímetro por centímetro, así como hago yo con la linterna, idiotas, já, miren qué ladrillos, miren el grosor de las paredes, les conseguí una verdadera fortaleza, y grábenselo bien, ignorantes, ni plantas ni bichos, no quiero nada vivo, vivo, sólo la mercadería, ¿entendido?
Vengan, vengan aquí, miren esta arcada, fíjense que detrás hay otro cuarto, grande, entero también. Quiero que de punta a punta de la arcada me le pongan un alambre y me le cuelguen algo bien grueso para separarlo del salón de adelante, miren, miren qué paredes fuertes y gruesas también, ojo, retrasados, que están llenas de agujeros, miren acá, y acá y acá y acá, hay montones de agujeros así que mucho cuidado que pueden llegar a ser peligrosos, uno por uno me los van a ir tapando bien tapados, ¿entendido? Este cuarto lo vamos a usar para la mercadería que les voy a ir dejando para que me la amansen, y si de algo estoy seguro, manga de vagos, es que esta es la única tarea que van a hacer con ganas
.
Este jefecito es adivino.
"Vamos saliendo, opas, muévanse, el resto de la casa no es más que un esqueleto. Quiero que me traigan unos tablones de esos de las obras en construcción y me los crucen bien cruzados con clavos fuertes por encima de todas las ventanas, las de adelante y las de atrás también, tarados, las cuatro, y cierren esas bocazas de una buena vez que las tripas se me revuelven sólo de verlos.
Acá, en la puerta, quiero que me le pongan de marco a marco un barral de hierro arriba y otro abajo, de los más gruesos, y quiero que me los cierren con unos potentes candados, ojo, en lo único en que no se me tienen que fijar en gastos es en materia seguridad, ¿entendido? También me tienen que hacer con los tablones un armazón del tamaño de la puerta, cruzados como los de las ventanas, pero escuchen bien, manga de imbéciles, un armazón de sacar y poner, ustedes son tan opas que son capaces de clausurarme la entrada, boludos
.
Un verdadero genio el jefe, qué de ideas.
El armazón tiene que ser bien resistente y lo tienen que poner encima de los barrales y los candados cada vez que entren y salgan, no vayan a dejar las llaves puestas después de cerrarlos, por nada, ¿entendido? Ojo, quiero que esto se convierta en una verdadera fortaleza, que nadie pueda pasar, ¿entendido?
Entendido. Señor. Jefe. Y corriendo nos llevó más de una cuadra por detrás, hasta nuestra casita, esta casita que ahora, nos tiene prisioneros.
Miren, esta casa es para ustedes, vean qué entera que está, en toda su reputísima vida ustedes pudieron llegar ni a imaginarse que se podían alzar con una cosa así
.
Y tenía razón, nunca. Nuestro patrón lo sabe todo. Nosotros nacimos de la bosta, en la bosta, y somos bosta.
Miren atrás, la barranca, el río, miren, miren, por acá tampoco nadie puede entrar ni salir
.
2
Corcoveando en medio de una nube de polvo, tosiendo por entre las piedras, las raíces y las plantas, llegó esa rara mezcla de ómnibus, camioneta y cascajo oxidado hasta la entrada del bosquecito. Con una maniobra violenta se detuvo de golpe sacudiendo con fuerza a todos los que estaban adentro que, aterrados, se despertaron bruscamente saltando como inmensas pelotas sobre los asientos: nunca habían podido acostumbrase a ese diario despertar. El lugar donde estacionaron era un pequeño claro en medio de unos árboles inmensos de ramas añejas, cubiertas de plantas parásitas, que ocultaban el vehículo de cualquier ojo intruso. Como zombis, los ocupantes de la camioneta fueron bajando de a uno, con las caras sucias de lagañas y cansancio, para iniciar su marcha en hilera por entre los árboles: si alguna vez hubo un sendero ya no se lo veía.
No habrían caminado más de cinco minutos, cuando, a los lejos, empezaron a sentirse unos aullidos desesperados que nadie pareció escuchar, excepto la Rubia, la última del grupo que, primero se estremeció, y después, asustada por su reacción, miró hacia adelante, hacia los otros. No, no había que alarmarse, nadie la miraba, todos seguían su camino con las cabezas caídas. Aliviada lanzó un tímido suspiro, se contrajo, y se cubrió la cara con el pelo. Los sollozos, desesperados, no paraban. Es increíble que se escuche desde tan lejos, la pobrecita es nueva, ya debe haber estado alguno de los cerdos con ella, pensó la Rubia.
Los hermanos Canita comandaban ese hato de menesterosos que marchaban como autómatas. Eran tan exactos los gemelos entre sí, que nunca nadie pudo saber quién era quién, posiblemente ellos mismos tampoco. Para entenderse no necesitaban hablar, les bastaba con mirarse. Funcionaban como un mismo cerebro en dos cuerpos idénticos, vestían ropas iguales y las voces sonaban exactas, altaneras y estentóreas para con sus súbditos, sumisas y rastreras para con sus clientes. A esa hora de la noche ya se los veía tan cansados como a los demás, aunque era habitual que caminaran lentos, cansinos, pidiéndole permiso a cada pie, con las manos en los bolsillos, tratando de descargar sobre ellos el peso de los brazos; un rebenque de madera con lonja de goma colgaba de