Jardines del ánima
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En un coloquio de metáforas, tópicos y sentimientos, el autor nos brinda su propio yo reconvertido en un páramo hospitalario, del cual un día emergió una vegetación sin par de cada una de las semillas plantadas en sus adolescentes retales de vida.
Algunas, flores magníficas, confiadas y hermosas; otros, árboles inmateriales y de un valor incalculable o arbustos que recuerdan en el símil, tantas veces enunciado, de la cicatriz indolora en la carne el amargo tributo al desamor, la derrota o la pérdida; pero a lo sumo, partes irreemplazables de un proyecto, camino y persona.
Oda a la verdad, al amor, al autodescubrimiento, a la luz, a la traición y al porvenir, cada verso derrama y palpita con el fluir irreductible de la vida.
El papel no es más que el seno de un germen y su océano de brotes verdes dispuestos a colmar de semillas, ramajes y primavera a aquel que guste de devorarlos.
Así, Jardines del ánima no es una pretensión a la originalidad o a la narración de una adolescencia de oveja negra en un mundo de rebaños, sino la confesión, el relato, la voz tan íntima del verso que por algún motivo brotó en la adolescencia de alguien que podrías haber sido tú mismo.
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Jardines del ánima - F. Javier Cárdenas García
Gracias.
I. PRELUDIO
«Todo el mundo se ha apagado alguna vez en la vida, supongo», me decía sin cesar una persona muy sabia que conocí cuando apenas había levantado quince julios en mi vida. Por supuesto, lo desoí en su momento y aquella frase mil veces repetida cayó en el olvido de las cosas, hasta que la desempolvara hoy para iniciar todo esto. Yo mismo un día consideré, tras una terrible concatenación de despiadadas crisis existenciales, que mi carne estéril y muerta no era capaz de albergar vida alguna, que no era más que un campo de lágrimas, de melancolía infinita terriblemente vulnerable al filtro que esta sociedad me imponía. Con la cabeza dirigida hacia el suelo caminaba sin quererlo, persiguiendo la sombra de un proyecto de vida que emprendía por compromiso.
Pero ¡qué errado estaba! No había sido capaz de vislumbrar la siembra que siempre hubo en mí, la calidad de sus semillas, brotes y hojas futuras. Los inviernos que adoro, por cierto, se terminan marchando tarde o temprano y tras ellos la primavera del mundo renació con su ímpetu inquebrantable. El mío había durado demasiado, pero tras él allí estaba, empuñando una tierra maravillosa, receptiva al calor, a la luz, al sol, a la algarabía de un amanecer extraordinario. Sedientas y bucólicas, emergieron de la grava pasada cientos de flores arraigadas en mí y de mí con el pretexto de encauzar mi quebrado navío en el sendero venidero, más allá de la necrótica herrumbre que lastró y tanto costo provocó en mi