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Escritos desde la pandemia
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Libro electrónico117 páginas1 hora

Escritos desde la pandemia

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La suma de muchos instantes de definen un estado de las cosas. Son momentos en la vida que pasan a un ritmo muy diferente que otros,
aunque se trate del mismo lapso que puede estar medido en años o en horas. Instantes que pueden llegar a dejar una marca indeleble frente
a otros cuya trascendencia es nula. No siempre importa el lugar donde se ha vivido, aunque a veces sea trascendental. Ni que se confronte una
determinada experiencia, por ejemplo de confinamiento, en compañía con la más ríspida vivida en soledad plena, en un apartamento de tamaño reducido o en una casa amplia con jardín. Todo ello configura un estado mental, sin olvidar el componente físico, que supone el largo momento que configura la pandemia. Un estado dominado en ciertos casos por el dolor y la pérdida y en la mayoría por el distanciamiento social y la reclusión, obligatoria o voluntaria, que a veces enmarca una suerte de solipsismo. Por ello, uno puede decir que vive en la pandemia y, por consiguiente, puede escribir desde ese no lugar, puesto que, por encima de cualquier otra consideración, es un territorio mental, pero que, a diferencia de aquel desde donde opera la ficción, constituye una atalaya en medio del caos, quizá privilegiada.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 nov 2020
ISBN9789587648812
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    Escritos desde la pandemia - Manuel Alcántara Sáez

    2020

    Wuhan

    Nunca había oído hablar de Wuhan. No sabía dónde estaba. No tenía ni idea de que cuenta con una población de más de siete dígitos. Leo con fruición las crónicas de lo que está pasando durante los últimos días y, en la distancia ignorante, me cuesta imaginar cómo es la existencia cotidiana de la gente allí. Me pregunto por la vida en un decimocuarto piso de esas torres de apartamentos con aspecto moderno que aparecen en una foto de periódico. Una pareja con un hijo, cuatros estudiantes que comparten residencia, un funcionario del ayuntamiento, una viuda, atentos a las órdenes de no salir a la calle, tomándose periódicamente la temperatura. Han acumulado comida para una semana. El agua potable fluye por el grifo, ¿con normalidad? La fantasía sustituye al relato de los medios de comunicación y el escenario distópico se impone como fórmula para lograr entender qué está pasando y cómo los habitantes de esa ciudad están reaccionando a las medidas gubernamentales.

    La visión desde la lejanía permite dejar volar la imaginación para pretender aproximarse a lo que acontece. Pero hay un aspecto que me resulta muy difícil captar porque está contaminado por la literatura y por el cine como mecanismos que mejor saben transmitir, o quizás debería decir suscitar, la sensación de miedo. Es fácil traer a colación La peste de Albert Camus (1947) o La carretera de Cormac McCarthy (2012). Por otra parte, intento recordar un momento de mi vida en que pasara miedo por algo que me aconteciera directamente sin la intermediación de los artificios que lo producen de manera vicaria. En la penumbra de los recuerdos, lejos del universo de la infancia, solo atisbo a rememorar un instante al volante de mi coche en que pude tener un accidente. La muerte.

    Son esfuerzos vanos. Siento que no soy capaz de asumirlo y entonces me agobia la frialdad con la que termino evaluando las noticias. Paso a considerar que todo es una pantomima y que la respuesta pública dada es exagerada. Me pliego a divertidas, aunque también siniestras, teorías de ingeniería social que ponen el acento en la manipulación y en la obsesión por el control, o en aquellas otras que hablan del negocio permanente de las compañías farmacéuticas. También pienso en el ejemplo tantas veces expuesto en clase de que la soberanía nacional se encuentra limitada ante los dictámenes de la Organización Mundial de la Salud y que los sistemas políticos siempre son subsistemas de otros.

    El miedo es una sensación animal consustancial con la vida de los seres humanos cuya intensidad y extensión es variable. Se puede llegar a vivir en estado de miedo permanente o tener una existencia en la que este se encuentre ajeno durante la mayor parte del tiempo. En política, Thomas Hobbes (1980) lo teorizó de manera rotunda y todavía vivimos de su visión. Si Jean Paul Sartre pontificó que el infierno son los otros (1955) hubo quien contraargumentó que el infierno está en cada uno. En todo caso, quien controla el miedo domina.

    La esquina desnuda, 29 de enero

    El invierno equívoco

    No es una cuestión de grados de temperatura en relación con el promedio anual, ni de persistencia de la intensidad de las nevadas o de la presencia de las nieblas. Tampoco tiene que ver con el calendario, sea este el que rija según qué hemisferio o de acuerdo con la proximidad a los trópicos. Menos aun con la laboriosidad que trastruecan determinadas especies pasando de un estado de hiperactividad a otro de quietud casi plena, o de cambiar la naturaleza de los quehaceres saltando de los caseros a aquellos que se desarrollan en el exterior. No. Es algo más complejo lo que me acontece cuando pienso en el invierno, ahora que, al menos en el hemisferio norte, nos encontramos técnicamente en la mitad de la estación. Porque las estaciones, con independencia de atender a pautas astrológicas explicativas de la relación entre el planeta en que vivimos y el resto del universo, son también producto de una construcción cultural.

    El legado de siglos y de millones de experiencias humanas destila una manera de entender el entorno y de dar significado a las cosas que acontecen. Pero así mismo cada uno lo filtra de conformidad con el desarrollo de su vida de modo que configura su peculiar calendario, con su significado y sus hitos particulares no siempre parejos al desenvolvimiento del clima. Se trata de una ordenación secuenciada del tiempo que fija sus avatares al buscar cierta previsibilidad, una orientación en la maraña del acaecer. Los hábitos se amoldan a lo que toca. Las expectativas se validan como debe ser. A veces la anomalía se ve justificada explicando el sorprendente acontecer. ¿Por qué una tormenta en enero? Además, en su peculiaridad, el invierno configura el postrer estadio, la etapa de lo que pareciera estar a punto de su final. Aquella estación terminal de la que ya no hay regreso.

    Es frecuente encontrarse desde hace apenas un puñado de años con la expresión zona de confort, que alude al entorno en que individual o grupalmente las personas hallan equilibrio y seguridad, satisfaciendo sus expectativas. Durante mucho tiempo el invierno no formaba parte de ese tipo de espacios. Al contrario, la inclemencia del clima, la falta de luz, la parálisis de la vida vegetal, hacían de estos meses un periodo inhóspito que debía quedar rápidamente atrás pues de lo contrario era el imperio de la muerte. El éxito de las políticas de bienestar mitigó esta situación, primero, y, seguidamente, la trastocó convirtiéndola en una estación vivible. Una gran mayoría entró en una zona de semi confort. Sin embargo, eso no es así para quienes la calle es su único espacio haciendo de la esquina o del portal de la iglesia el lugar donde conseguir unas monedas; en busca de futuro se lanzan al océano en pateras que posiblemente no llegarán a su destino; habitan en viviendas precarias en las que se interrumpe el suministro de la luz. El invierno es también equívoco para aquellos mayores ingresados en residencias que nunca reciben visitas.

    La esquina desnuda, 5 de febrero

    Femenino plural

    A pesar de que han pasado unos días, mi colega está todavía enojado. Me cuenta que, tras impartir una conferencia ante una audiencia numerosa que dio muestras de estar entregada a sus ideas y a la forma convincente en que las expuso, una asistente se le acercó para felicitarlo a la vez que aprovechó para recriminarle la ausencia de citas de referencia de autoras. Así, me dice, autoras, ni se dignó señalarme una sola que pudiera haber incorporado. Unas jornadas más tarde, una compañera de trabajo, a quien estimo y valoro su inteligencia, así como su buen hacer laboral, me dice, a propósito de una reciente novela de Mónica Ojeda que acaba de leer y que yo le había recomendado, que ha tomado la decisión de no leer en el futuro sino literatura escrita por mujeres. Frente a estas historias la ultraderecha se hace fuerte atizando una de sus proclamas favoritas: la condena de la estúpidamente llamada ideología de género.

    Son retazos representativos de por donde viene el aire que no hacen sino generarme zozobra. Una perplejidad a la que me cuesta responder azotado no tanto por una moda que no sé si es tal ni si será pasajera cuanto por los cambios profundos e irreversibles producidos en el entorno. La búsqueda de reconocimiento se confunde con el simplismo. La picaresca se ceba en historias basadas en el predominio de formas de vida patriarcales. El sentido de la igualdad que contorna expresiones de dignidad es coartado para medrar en espacios que se consideraban vetados, aunque no hubiera cerco explícito alguno. La excelencia queda camuflada por el imperio de las cuotas y las políticas identitarias arrasan cualquier atisbo de mantenimiento de un orden que quisiera plantear otros esquemas a la hora de disponer las cosas, de establecer jerarquías o de configurar relaciones con distintos criterios. Además, no hay espacio para el beneficio de la duda, ni para la presunción, en su caso, de inocencia por comportamientos atrabiliarios del pasado que hoy son inaceptables.

    España mantiene el liderazgo mundial en trasplantes a lo largo de más de un cuarto de siglo. Recientemente

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