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Trump y el supremacismo blanco: palestinización de los mexicanos
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Trump y el supremacismo blanco: palestinización de los mexicanos

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Lejos del condicionado simplismo primitivamente maniqueo y lineal existen hipercomplejas lecturas multidimensionales a niveles local/regional/global después del triunfo de Trump. Principalmente el movimiento estructural del trumpismo que representa el canto de cisne del supremacismo/nacionalismo económico que se subsume en los desempleados WASP (bl
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 nov 2020
ISBN9786077521686
Trump y el supremacismo blanco: palestinización de los mexicanos
Autor

Alfredo Jalife-Rahme

Alfredo Jalife-Rahme. Especialista en neuroendocrinología, egresado del Instituto Nacional de Nutrición y del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía. En 1997, invitado por la ONU, participó en el “Seminario sobre el Medio Oriente” en Atenas (Grecia) y, posteriormente, seleccionado por la ONU, formó parte de la Misión de Noticias y Hallazgo de Hechos, en Egipto y Jordania. Cofundador de la filial mexicana de la Federación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear (Premio Nobel de la Paz, 1985); forma parte de su cuerpo de gobierno. Miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York y de otras instituciones académicas de prestigio mundial. Citado en Marquis Who is Who in the World, ha sido seleccionado para aparecer en “Hombres de Logros” de la Enciclopedia Biográfica de Cambridge (Inglaterra). Profesor universitario en varias casas de estudio nacionales e internacionales. En la Universidad Nacional Autónoma de México, profesor de Posgrado en Geopolítica y Negocios Internacionales de la Facultad de Contaduría y Administración, y miembro del Comité de Árbitros del Instituto de Investigaciones Económicas. Exasesor del Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México. Asesor de la Comisión Nacional Mexicana de Bioética. En la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, está a cargo de la Cátedra Alfredo Jalife-Rahme sobre estudios geoestratégicos del Programa Universitario de Ciencias de la Transición. Nombrado como el mejor analista de asuntos internacionales por la revista Líderes Mexicanos. Comentarista y analista de diversos medios de comunicación: periódicos La Jornada, Por Esto! (península de Yucatán) y Horizonte (Monterrey); radio y televisión de la Universidad de Guadalajara, y las televisoras CNN en español, Fox News en español, Telesur, Russia Today, TV Azteca y Proyecto 40. En 2016, el portal francés Réseau Voltaire lo nombra “El máximo experto en geopolítica de Latinoamérica”.

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    Trump y el supremacismo blanco - Alfredo Jalife-Rahme

    autor

    PRÓLOGO

    En esta extensa obra Alfredo Jalife-Rahme —el geoestratega, erudito, crítico despiadado y hasta lapidario, diría yo— con su reflexión nos invita a pensar sobre la candente realidad que vive Estados Unidos y su repercusión mundial en la era Trump.

    Su visión nos adentra en los mundos subterráneos de la complejidad política norteamericana y, al mismo tiempo, ya que van de la mano, en los sótanos de la realidad mexicana actual, ¡qué es escalofriante!

    Jalife-Rahme nos presenta en forma sistematizada escenarios alarmantes y una numeralia contundente con su estilo tan propio. Agudo, irónico, conocedor, se da el lujo de pasar de la simple descripción de situaciones a expresiones audaces con figuras literarias tan características de él, como el uso de difrasismos y el empleo de epítetos lapidarios acuñados ex profeso para cada uno de los actores globales mencionados en el libro.

    A pesar de que el autor maneja una sobrada bibliografía en la construcción de su libro, los conceptos y los datos están aterrizados con una exégesis precisa y demoledora. Las expresiones de Alfredo Jalife-Rahme oscilan casi siempre entre la arrogancia del que sabe y el humor de la ironía, el sarcasmo hasta llegar a lo cáustico.

    Como ya señalé, impresiona el uso magistral del contenido y de la forma, propio de quien tiene un dominio casi absoluto del tema; asusta, a veces, la crudeza con que presenta las realidades. Con esos datos contundentes y realistas podría yo casi asegurar que uno de los hilos conductores de todo este trabajo es el vocablo balcanización, fragmentación del mundo; Europa, Estados Unidos y las grandes potencias, inclusive México, se están desintegrando.

    Pareciera ser éste el destino próximo e inevitable de las naciones. Con el análisis del autor es sumamente inquietante el considerar la posibilidad de la fragmentación de la Republica mexicana en tres partes, norte-centro-sur, del mismo modo que la posible emancipación de las Californias.

    Llama la atención el manejo de la obra de Huntington en lo referente a los WASP (white anglo-saxon protestants/blancos anglosajones protestantes) en su doble vertiente: mexicanófobo e islamófobo.

    Puedo afirmar que la médula de esta importante obra es la migración, ya que todas las posiciones que él cita, de numerosos y variados actores, aportan a la discusión de este fenómeno global sin importar la filiación, a favor o en contra. Resulta innegable que, en este momento, la migraciónes es el epicentro del debate mundial y se ha intensificado por la torpe visión de Donald Trump.

    También es notable el aprecio por el juicio del británico Edward Luce, quien afirma que La democracia estadounidense se enfrenta a su más grande prueba; el sistema se tambalea, Estados Unidos se está volviendo cada vez más difícil de gobernar, y Jalife agrega ¡Cómo no, si la desigualdad del modelo neoliberal ha carcomido sus entrañas en forma ininterrumpida!.

    De igual modo, menciona que la polarización de Estados Unidos es real, pues hay angustias arraigadas, y es que Estados Unidos se encuentra en decadencia debido a sus serias contradicciones domésticas, regionales y globales. Lo más grave es que la primera potencia sufre la ruptura previa de su identidad nacional.

    Yo me pregunto: ¿qué puede estar causando esas angustias arraigadas en un país que cuenta con todo lo material?; ¿por qué Estados Unidos se encuentra en decadencia si tiene un auge material?; ¿por qué a pesar de tener una posición privilegiada respecto al resto del mundo, 61% de su población que es blanca experimenta un desposeimiento material y una paranoia inexplicable en un país que tiene seguro para todo y se asegura en todo?; ¿sólo lo material da sentido a su vida y al no tenerlo lo pierde?

    ¡Con lo que Estados Unidos desperdicia en un año podrían vivir las 37 naciones más pobres de la tierra!

    El sistema neoliberal —salvaje, abusivo y asesino— pagará caro sus experimentos financieros a costa de los pobres del mundo, que son quienes corregirán inexorablemente las estructuras globales. Serán las nuevas generaciones, ya instaladas en Estados Unidos, quienes corregirán las desviaciones de hoy. Las inmigraciones provocadas por la estructura capitalista son ya parte de las mismas contradicciones, de la misma dialéctica de la historia capitalista que ha convertido la política en una simulación democrática. El autor señala, como sintomático del debilitamiento de Estados Unidos, el repliegue de sus aventuras bélicas-económicas globales encapsuladas en un Estado supremacista WASP. Estamos asistiendo a un cambio en el orden mundial.

    Otro de los aportes de Jalife-Rahme es que la verdadera lucha de la mayoría blanca contra los latinos se está dando no en el ingenuo muro Trump, sino ¡En las camas de la candente población latina! Por tanto, la única medida efectiva y verdadera para el trumpismo es que se prohíban las relaciones sexuales de los fogosos latinos, quienes serán mayoría en la próxima generación.

    El autor no pasa por alto la doble moral de Estados Unidos, quien no quiere a los cárteles mexicanos pero no deja de venderles sus armas. Señala que es un hecho que México hace un gran negocio con Estados Unidos mediante el narcotráfico, del crimen organizado y autorizado, dejándole unas ganancias de ciento sesenta y cinco mil millones de dólares al año; droga que causa estragos enormes en la población juvenil de los WASP, a la par de la no-educación que actúa intensamente en el deterioro de la salud física y mental de los desempleados blancos no-hispanos.

    El capitalismo ha ido contrayendo a las clases medias blancas, empujándolas a esta muerte por desesperación. El autor nos documenta que los blancos no-hispanos estadounidenses de entre 45/54 años —y que son los menos educados— fallecen en forma desproporcionada debido a una mayor incidencia de las muertes por desesperación, a causa de sobredosis de drogas, enfermedades alcohólicas y suicidios ya que son quienes tienen mayor desempleo y menos oportunidades de encontrar trabajo. Desde la década pasada se disparó la tasa de mortalidad de blancos sin estudios universitarios, tasa que ha aumentado 30% entre los blancos menos favorecidos y los ha orillado a la mortalidad por desesperación. Angus Deaton afirma que se trata de una historia del colapso de la clase trabajadora blanca. Para colmo, una encuesta Gallup arroja el dato de que 77% de los estadounidenses perciben a su país muy dividido en los valores más importantes.

    Otro factor preocupante para Estados Unidos es su deuda impagable y su tremendo déficit comercial global de bienes sin servicios que asciende a los 750 mil millones de dólares al año, que lo coloca dentro de los cinco principales deficitarios comerciales de bienes a la par de China, Japón, Alemania y México.

    Alfredo Jalife-Rahme pone el punto de reflexión, y de inflexión (para darle una sopa de su propio chocolate con el uso de sus difrasismos), en las relaciones entre actores geopolíticos, geoeconómicos, geofinancieros, geoestratégicos y geoespirituales (islamismo, catolicismo), moviéndose como un reloj segundero, y nos adentra en la reestructuración del sistema. Tal es el caso de la naciente tripolaridad global que el autor concibe: Estados Unidos, Rusia y China.

    Sí, hay una gran guerra de visiones, de divisas, de estrategias, de intereses. Otra afirmación lapidaria —concluyente de Jalife-Rahme— es la decadencia norteamericana. Presenta hechos actuales y, sobre todo, los datos duros en prospección de un destino inexorable: el futuro (próximo) de Estados Unidos es migrante, es latino, es Hispano, advertido y analizado también por la geopolítica incluyente de El Vaticano, a través del papa Francisco.

    El papa Francisco, contrario a la tendencia mundial, a la balcanización, está haciendo esfuerzos considerables por la reconciliación milenaria con el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa Kiril y con otros líderes espirituales del mundo. El patriarca Kiril, consejero espiritual del consejero ruso Vladimir Putin, encabeza la más poderosa de las 14 iglesias ortodoxas independientes ("autocéfalas) que se reunirán en Grecia en el verano, en el primer Sínodo pan-ortodoxo por realizarse después de varios siglos. Jalife-Rahme expresa, sin ambages, que la nueva geopolítica del papa favorece una búsqueda constante para un común denominador basado en el diálogo, la misericordia del uno al otro, el respeto por las diferentes culturas y civilizaciones, y la empatía humana por los sufrimientos de los demás. El autor remata diciendo que el papa anhela la universalidad y su alcance espiritual en el mundo le confiere una nueva centralidad, como el conducir del mundo a un nuevo equilibrio global, y se pregunta ¿El papa Francisco es un papa multipolar o tripolar?".

    Estados Unidos está envuelto en el ascendente catolicismo latino, creciente, el cuarto en el mundo, 22% detrás de Brasil, México y Filipinas. El humanismo neorrenacentista del papa jesuita argentino y su contribución al diálogo de civilizaciones es lo que puede salvar al ser humano de su autodestrucción atómica.

    Todo ello ante el fin de la era del dominio global de Estados Unidos: realineamiento con Rusia y China. La tendencia global futura lejana estará de la unidad, y antes vendrá una fragmentación generalizada.

    Para finalizar el autor nos señala que el muro Trump no es sino una nueva expresión del apartheid, apoyado ahora por el sionismo judío-israelí. ¿Quién si no podría construir 708 kilómetros a semejanza del muro israelí impuesto en Gaza y Cisjordania? El Dr. Jalife-Rahme insiste en que Estados Unidos es todavía la entidad más poderosa del mundo, desde el punto de vista político, económico y militar, pero ya ha dejado de ser la potencia imperial global: a nivel nuclear está en empate técnico con Rusia y, a la par, Estados Unidos balcaniza a Europa para impedir su acercamiento con Rusia y China.

    En el vasto tema sobre México Alfredo Jalife-Rahme hace una exposición sistemática, abundante, de sus relaciones fallidas y sometidas a la voluntad de Estados Unidos. Analiza nuestro errado modelo económico "neoliberal itamita" que acentúa día con día la desigualdad y las contradicciones en México, pero también habla de las nefastas relaciones de México con América Latina, evidenciando la impericia y perversidad del Gobierno mexicano.

    Esta obra nos invita a repensar el acontecer global de la migración y nos ayuda a discernir el amanecer de un nuevo orden global derivado del desgaste necesario del sistema dominante. El nuevo orden está anunciado por las migraciones y su repercusión en el reajuste de las economías y de la política mundial.

    Padre Alejandro Solalinde

    Nominado al Premio Nobel de la Paz 2017

    I. ORÍGENES DEL TRUMPISMO

    1. MOVIMIENTO NACIONALISTA WASP

    a) De Huntington a Trump: ¿la última revuelta demográfica de los WASP?

    ¹

    Existe una perturbadora convergencia entre el teórico de la guerra permanente mediante el choque de ocho civilizaciones, Samuel Huntington, y el pragmático multimillonario Donald Trump sobre el supremacismo blanco de los WASP (white anglo-saxon protestants/blancos anglosajones protestantes).

    La única diferencia es que Huntington es venerado, mientras Trump es abominado, por el complejo militar-industrial.

    Huntington, tan mexicanófobo e islamófobo como Trump, fue el coordinador de la planeación de seguridad en el Consejo de Seguridad Nacional con James Carter, además de darling de las universidades Yale, Harvard y de Chicago.

    En su libro más reciente ¿Quiénes somos?, una oda a la mexicanofobia —en la que presuntamente colaboró un efímero canciller del doble cara Vicente Fox—, observa que en 1930 los angloestadounidenses continuaban siendo el grupo dominante y, posiblemente, el mayor en número de la sociedad estadounidense, pero étnicamente Estados Unidos había dejado de ser una sociedad angloestadounidense.

    A su juicio, los angloestadounidenses, quienes habían pasado a ser los WASP, si bien habían ido perdiendo peso proporcional en la población, la cultura anglo-protestante de sus antepasados colonos sobrevivió durante 300 años como el elemento definitorio primordial de la identidad estadounidense.

    Huntington, apologista del apartheid de Sudáfrica, realiza una alarmante pregunta cabalmente racista: ¿Estados Unidos sería el que es hoy en día si en los siglos XVII y XVIII no hubiera sido colonizado por protestantes británicos, sino por católicos franceses, españoles o portugueses? La respuesta es no, no sería Estados Unidos: sería Quebec, México o Brasil.

    Agrega que la cultura anglo-protestante de Estados Unidos ha combinado instituciones y prácticas políticas y sociales heredadas de Inglaterra (incluida, de manera muy especial, la lengua inglesa) con los conceptos y los valores de protestantismo disidente que los colonos trajeron consigo.

    En el capítulo 11, sobre las viejas y nuevas líneas divisorias, con el subtítulo nativismo blanco, cita a Wallerstein siete años después de la votación por la defenestración (impeachment) de Bill Clinton: ¿Tan difícil resulta ver […] la rebelión de los hombres WASP contra lo que perciben que es su decreciente papel en la sociedad estadounidense?.

    En su repelente libro El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del nuevo orden mundial —que lanzó, después de la disolución de la URSS, en el think tank de extrema derecha neoliberal AEI—, entre sus ocho polémicas civilizaciones se encuentra la occidental —núcleo de la anglósfera, netamente protestante—, que colisiona con la de Latinoamérica, eminentemente católica.

    Sea a nivel doméstico, sea a nivel continental, a juicio de Huntington la inmigración latino-católica representa una amenaza cultural para Estados Unidos, que pudiera dividirlo en dos poblaciones, dos culturas y dos idiomas.

    Huntington fue un WASP protestante episcopalista <http://goo.gl/Q7tnmP>.

    Más allá de la masiva cacofonía de pánico que se ha generado en torno de Trump, quien pasará a la historia por haber aniquilado a la dinastía de los Bush, en un abordaje más profundo representa, a mi juicio, la continuación y la excrecencia del tóxico supremacismo WASP de Huntington.

    Trump alardea de ser protestante presbiteriano <http://goo.gl/lEfKHB> y ostenta que su libro de cabecera es la Biblia. Su pastor es el también controvertido Norman Vincent Peale, masón del rito escocés grado 33, quien estableció una acrobática asociación entre la siquiatría y la religión mediante la teosicoterapia del pensamiento positivo.

    No es gratuito que la mayor diatriba doméstica contra Trump haya provenido de Mitt Romney, fallido anterior candidato presidencial y mormón de la poligámica Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

    Desde el arribo de Brent Scowcroft —mormón y exconsejero de Seguridad Nacional con Ford y Daddy Bush—, la CIA y la FBI han sido inundadas por reclutados de la iglesia de Romney <http://goo.gl/s0wXar>, adalid del establishment totalmente descompuesto.

    Dejando de lado el choque transfronterizo —por la erección del ignominioso muro— entre Francisco, el papa jesuita argentino, y el presbiteriano WASP Trump (de madre escocesa y abuelo alemán), ¿asistimos a una subrepticia guerra de religiones en Estados Unidos?

    El muro de la ignominia, favorecido por 68 por ciento de los estadounidenses, que coincide con el porcentaje de su población blanca (64 por ciento), no es una idea original de Trump. Fue erigido por Baby Bush desde 2006 en la tercera parte de la transfrontera a un costo de 3 mil 400 millones de dólares: en la etapa de la hilarante cuan delirante enchilada completa del fugaz canciller de Fox, y luego, del disfuncional Calderón, quienes optaron por el vergonzoso silencio sepulcral.

    Trump continuaría lo que inició Baby Bush, quien tiene muchos seguidores en la clase política del "México neoliberal itamita".

    En The New York Times, Nicholas Kristof fustiga a Donald el peligroso (¿dónde hemos escuchado eso en México?) <http://goo.gl/0kQMh9>, mientras el connotado historiador texano Michael Lind juzga que los neoconservadores straussianos bushianos —quienes en forma impactante se encuentran hoy más cerca de Hillary que de Trump— "son responsables del trumpismo, cuando la mayor parte de los estadounidenses son clase trabajadora sin educación universitaria. Si sus valores e intereses no están representados o son tomados seriamente por cualquier think tank o publicaciones académicas o cualquiera de las facciones políticas, encontrarán a alguien que los represente eventualmente, quizá una estrella de un reality show. En forma cruda y demagógica, Trump representa esa circunscripción electoral" (constituency) .

    Se perdieron las clásicas fronteras electorales <http://goo.gl/Kq3EWN>. Nada está escrito en una de las más atípicas y distópicas elecciones de Estados Unidos cuando, desde un punto de vista más horizontal que vertical, Trump atrae a un amplio sector de la insurgente clase trabajadora blanca que se siente abandonada y que, curiosamente, está votando más, del lado demócrata, por el admirable judío jázaro socialista —pero antisionista y anti Wall Street— Bernie Sanders.

    Más que los blancos, son los mexicanos guadalupanos (4 por ciento), latinos (20 por ciento, incluidos los mexicanos) y afroestadounidenses (12 por ciento) —sumados de Goldman Sachs y la coalición sionista de George Soros y Haim Saban (dueño de Univisión)— quienes apuntalan a Hillary, que tiene varios cádaveres en el clóset —desde donaciones espurias a su fundación hasta el asesinato del embajador de Estados Unidos en Bengasi— y, sobre todo, la ominosa investigación de la FBI sobre sus privatizados correos gubernamentales.

    Se empieza a manejar en Washington el escenario nada descabellado del rescate in extremis por el vicepresidente Joe Biden para entrar como salvador del Partido Demócrata y supremo redentor de Estados Unidos frente a la rebelión de los WASP encabezada por Trump, fiel seguidor del supremacismo blanco protestante anglosajón de Huntington, una generación más tarde.

    La moneda está en el aire.

    b) Trump y Sanders: ¿nuevo despertar contra Wall Street y su globalización?

    ²

    El polémico Samuel Huntington, en su libro mexicanófobo que busca la nueva identidad de Estados Unidos —¿Quiénes somos?— alega que los historiadores distinguen cuatro grandes despertares en la historia del protestantismo estadounidense, cada uno relacionado con grandes iniciativas de reformas políticas.

    La palabra despertar en inglés (awakening) comporta una profundidad espiritual de la religión protestante que no expresa su traducción literal al castellano católico.

    Antes he postulado que existe una perturbadora convergencia entre el teórico de la guerra permanente mediante el choque de ocho civilizaciones, Samuel Huntington, y el pragmático multimillonario Donald Trump sobre el supremacismo blanco de los WASP.

    Más allá de las escandalosas contingencias electoreras del controvertido presbiteriano Donald Trump, el trumpismo, excrecencia doméstica del universal supremacismo blanco de Samuel Huntington, representa el brote de un nuevo despertar de protesta de los WASP, que se remonta genealógicamente al siglo XVIII, y que se complementa con la votación masiva de los jóvenes blancos por el socialista Bernie Sanders, de 74 años —admirable judío jázaro antisionista de esposa católica— contra la plutocracia de Wall Street y su desregulada globalización en crisis.

    Los despertares nacionales, de carácter estructural, suelen superar las efímeras coyunturas electoreras.

    Según Samuel Huntington, las fuentes religiosas tuvieron una importancia central en la guerra de independencia, especialmente el gran despertar de los decenios de 1730 y 1740, liderados por George Whitefield, su evangelizador más carismático y que fue la primera prueba unificadora de los estadounidenses y generó un sentimiento de conciencia nacional, ya que causó furor en las colonias y movilizó a miles de estadounidenses que se comprometieron a renacer con Cristo, lo cual fijó la base para la agitación política: una proporción sustancial de congregacionalistas, presbiterianos y bautistas, en total la mitad de la población estadounidense en ese periodo, eran receptivos a las ideas milenaristas respaldadas por la revolución estadounidense que abrevó del liberalismo del inglés John Locke, el racionalismo ilustrado y el republicanismo del Partido Whig.

    Según el sociólogo de las religiones Robert Bellah, el Segundo Gran Despertar de los decenios de 1820 y 1830 fue evangélico y revivalista, toda una segunda revolución estadounidense que fue marcada por la espectacular expansión de las iglesias metodistas y bautistas y la formación de muchas nuevas sectas y confesiones, incluida la Iglesia de los Santos de los Últimos Días (nota: mormones), donde el homólogo de Whitefield durante el Segundo Gran Despertar fue Charles G. Finney, quien reclutó a decenas de miles de personas para las iglesias y predicó la necesidad de trabajar y creer y generó influencia hacia la reforma.

    Según Samuel Huntington, el hijo más destacado de este Segundo Gran Despertar fue el movimiento abolicionista que a principios del decenio de 1830 cobró vida con el problema de la esclavitud, despertó y movilizó a gran número de personas a la causa de la emancipación con la profundidad de la dimensión religiosa.

    Samuel Huntington siempre sobredimensiona la moralidad protestante, emulando la ética protestante de Max Weber, que detona el Tercer Gran Despertar en la década de 1890, ligado a las iniciativas de reforma social y política de las Eras Populistas y Progresistas. Bajo los ideales para crear una sociedad justa y equitativa, los reformadores atacaron la concentración de poder de los grandes monopolios empresariales y de las maquinarias políticas de las grandes ciudades y propugnaron medidas antimonopolio; sufragio femenino; la iniciativa, el referendo y la revocación populares; la prohibición (del alcohol); la regulación de los ferrocarriles, y las primarias directas.

    Con las reservas de la misoginia, quizá teatral y/o mercadotécnica, del multimillonario de Nueva York, ¡cómo se parece la doble rebelión de Donald Trump y Bernie Sanders contra Wall Street (y su candidata Hillary) con el Tercer Despertar del siglo XIX!

    Según el politólogo Alan Grimes, los participantes en el movimiento progresista en general creían en la superioridad de los estadounidenses blancos nativos, la superioridad de la moral protestante (más concretamente, puritana) y la superioridad de una determinada clase de populismo, caracterizada por un cierto grado de control directo sobre las maquinarias estatales y urbanas, que, según se alegaba, estaban dominadas por los intereses creados.

    De acuerdo con Samuel Huntington, el Cuarto Gran Despertar se originó a finales de la década de 1950 y principios de la de 1960, a partir del crecimiento del protestantismo evangélico. Cita a Sydney Ahlstrom, quien arguye que cambió profundamente (al menos en Estados Unidos) el paisaje humano.

    El cuarto despertar, que enuncia Samuel Huntington con poco rigor, no goza del consenso y, a diferencia de los tres anteriores, mermó la fortaleza de la élite de la religión protestante con la vigorosa emergencia de denominaciones marginales: los bautistas sureños (perdedores de la guerra civil) y los luteranos del sínodo de Missouri (de origen alemán-sajón, creacionista y antimilenarista) que se propaga en el contexto de la segregación de la minoría negra, la guerra de Vietnam y el Watergate de Nixon.

    El muy discutible cuarto despertar de Samuel Huntington es una pesadilla teológica para los anteriores tres despertares.

    Según el historiador Walter McDougall, Estados Unidos pasó de ser una tierra prometida para convertirse en un Estado cruzado. De allí nace el moralismo fariseo de su política exterior, ya que, según Samuel Huntington, su ascensión a la categoría de gran potencia también le permitiría promover en el exterior valores y principios morales sobre los que había aspirado a construir su sociedad en su propio país y que no había podido promover allende sus fronteras hasta entonces, por culpa de su debilidad y su aislamiento durante el siglo XIX.

    ¿Engendró o se fusionó el fugaz movimiento Occupy Wall Street a la asombrosa protesta juvenil de los seguidores blancos del judío jázaro/antisionista Bernie que ha sacudido las entrañas del Partido Demócrata?

    Suprema paradoja: el Partido Demócrata tendrá como candidata a la abogada Hillary, favorita de Goldman Sachs y del megaespeculador George Soros —quintaesencia del Moloch de Wall Street—, que cuenta con el apoyo masivo de los afroestadounidenses y la ascendente fuerza demográfica de los guadalupanos mexicanos y latinos: con la salvedad cupular unipersonal de la metodista blanca Hillary, que contrasta con los despertares milenaristas de los puritanos protestantes nativos.

    El asombroso nuevo despertar estadounidense del siglo XXI es la suma de dos vigorosas corrientes —del socialista Bernie Sanders, en el Partido Demócrata, y de Donald Trump, outsider mexicanófobo/islamófobo del Partido Republicano— que expresa el hondo malestar de la mayoría de la raza blanca (64 por ciento de la población) de cuello azul contra la globalización de Wall Street.

    c) Dos regalos de la alicaída Hillary a Trump y el problema WASP de los demócratas

    ³

    A casi dos meses de la trascendental elección, hasta The New York Times —convertido en portavoz oficioso de Hillary Clinton— supuso que la esposa del expresidente Bill tenía ya en el bolsillo la presidencia y debía consagrarse a la formación de su gabinete de transición, cuando el polémico Donald Trump se desplomaba estrepitosamente debido su locuacidad incontinente que ofendía a tirios y troyanos.

    En una elección tan volátil y pasional como la que vive ahora Estados Unidos, los gurús de ocasión y las de por sí sesgadas encuestadoras —que encauzan la voluntad de los grandes intereses en juego cuando captan y cooptan a los electores desinformados— suelen equivocarse en forma grotesca.

    Con Hillary en la supuesta cúspide y Trump en el subsuelo, hace casi dos meses avancé cuatro escenarios, tanto en mi cuenta Twitter como en una entrevista con Carlos Castellanos, de Radio Red, que marcarían el epílogo:

    Escenario 1.- Trump es el peor enemigo de Trump: su incontinencia locuaz, al estilo Fox en México, y sus atrabiliarias invectivas lo hundirían aún más cuando se perfila(ba) un cataclísmico escenario Goldwater para los congresistas del Partido Republicano.

    Escenario 2.- La célebre sorpresa de octubre: un evento funesto o una demoledora filtración que aniquile al afectado a unos días del 8 de noviembre. Un atentado terrorista, a uno de los dos lados del Atlántico Norte —tanto mejor si fuese doméstico—, operaría en favor de Trump.

    Escenario 3.- La exhumación de los fétidos correos de Hillary, que pueden erosionar aún más su dañada imagen de deshonestidad y opacidad, como amenaza publicar Wikileaks, sin contar la operatividad de la Fundación Clinton —manejada por su marido Bill y su hija Chelsea— y sus nausebundos vínculos con el maligno megaespeculador George Soros, los banksters de Wall Street y dictadores foráneos. Escenario 4.- La eclosión de la(s) enfermedad(es) oculta(s) de Hillary.

    Hoy pesa más el escenario 4 cuando, como melodrama Netflix, en la mañana de la conmemoración del icónico 11-S, el video de un inmigrante aficionado de origen checo de 50 años, Zdenek Gazda —quien impulsó el periodismo ciudadano—, expuso el casi desplome clínico de Hillary que se viralizó en las redes, pese al ocultamiento inicial de los multimedia, aplastantemente inclinados en favor de la esposa del expresidente Bill, lo cual ha dado un vuelco a la elección que ese día amaneció muy apretada, incluso con CNN dando una ventaja en la votación general de 2 por ciento a Trump cuando Hillary conserva(ba) una conspicua ventaja para obtener los mínimos 270 votos del colegio electoral.

    Se recuerda que el voto es indirecto en Estados Unidos: se impone la mayoría de los sufragios del Colegio ante el voto popular (remember Al Gore en Florida).

    A reserva de que el equipo de Hillary exhume su verdadero estado clínico, lo cual le ha valido severas críticas por su opacidad, por inferencia de los tres medicamentos expuestos que ingiere se pueden deducir sus enfermedades: 1) antibióticos para su neumonía inespecífica —reportada con retardo de dos días— de expectoraciones verdes, que denota una infección bacteriana, más que viral; 2) hormonas tiroideas sustitutivas para su hipotiroidismo, y 3) anticoagulantes (warfarina), que da pie a una trombosis profunda de venas y/o a un accidente cerebro-vascular concomitante a una anterior concusión que obligó a una previa hospitalización <http://goo.gl/PT6EPx>.

    Me llama la atención que no ingiera nada para su probable menopausia a sus 68 años de edad.

    Para lo que no existen fármacos es para su legendaria deshonestidad.

    De todas sus enfermedades, ocultas y/o públicas, la más grave que padece Hillary es su sicopatología por el poder dinástico.

    Sin tomar en cuenta el asombroso desplegado del pasado 6 de septiembre —cuando casi 90 omnipotentes exgenerales y exalmirantes, encabezados por el teniente general Michael Flynn (exdirector de la DIA), se pronunciaron por Trump <http://goo.gl/RrkGvR>—, la semana del 5 al 11 de septiembre fue desastrosa, y quizá fatal, a las aspiraciones de Hillary cuando otorgó dos regalos inesperados a Trump.

    Tras dos días consecutivos —el 5 y 6 de septiembre— de incoercibles crisis tusígenas que imputó en forma ocurrente a su alergia a Trump, Hillary arremetió contra la mitad del cesto de los aguerridos seguidores del magnate de casinos, a quienes injurió como deplorables. Esta invectiva, fuera de lugar para la experimentada política y que quizá revelaba un inicio de confusión mental, era el primer regalo semanal a Trump, que rebobinó la furia de sus partidarios <http://goo.gl/t93TyK>.

    El segundo regalo para Trump (de 70 años) fue el casi desplome clínico de Hillary, lo cual pone en tela de juicio su viabilidad como candidata, mientras Bill Clinton, en San Francisco, y Obama, en su feudo afro, suplen su campaña heredada y horadada, cuando corren voces en el seno del Comité Nacional Demócrata para que sus 447 miembros se preparen a un plan de contingencia y busquen al sustituto de la alicaída candidata <http://goo.gl/rh8sdC>, que van desde el católico Tim Kaine (58 años), el también católico Joe Biden (73 años) y Bernie Sanders (75 años) —judío progresista antisionista de esposa católica—, hasta la posposición de la elección . Ninguno de los sustitutos de marras es WASP.

    Y aquí emerge el problema WASP que ha padecido Hillary —de religión metodista protestante—, cuando los cristianos blancos (no católicos), en la singular clasificación del Censo teológico-racista de Estados Unidos, se han volcado por Trump, mientras el Partido Demócrata es preferido apabullantemente por el multiculturalismo plural de las minorías de católicos blancos no hispanos (19 por ciento del total) y latinos/mexicanos guadalupanos, así como de los afroprotestantes.

    ¿El escandaloso muro Trump es producto del fugitivo encapsulamiento teológico-racista de los WASP, cuyo ocaso es analizado por el teólogo Robert P. Jones en su reciente libro Fin de Estados Unidos como país blanco cristiano"?

    Los blancos (sin latinos) son baby boomers, la generación posterior a la segunda guera mundial, mientras los millennials constituyen 56 por ciento de las minorías.

    Más allá de las fuertes pasiones desatadas, hoy la elección presidencial representa un doble choque generacional y racial, cuando los WASP fundacionales (80 por ciento de los blancos no hispanos) se sienten alienados por la migración y la detonación demográfica juvenil de otras razas y religiones.

    Los blancos no hispanos constituyen la mayoría de la población de Estados Unidos: 61.6 por ciento con una edad promedio de 43 años <http://goo.gl/soGDB8>, cuando, más allá de filias y fobias, Trump representa la última revuelta demográfica de los WASP, quien ha explotado la furia y el desempleo de los cristianos blancos (80 por ciento).

    Quizá sea la última elección que puedan ganar los WASP —más por default aleatorio que por aciertos planificados—, quienes tienen el cronómetro demográfico en contra.

    d) El día después: trumpismo con o sin Trump

    La elección pasó y se queda el trumpismo: movimiento estructural del supremacismo/nacionalismo blanco WASP de los desempleados red necks y cuellos azules.

    A un día de los sufragios, ¿habrá impactado la enésima voltereta del director de la FBI, James Comey, vilipendiado por tirios y troyanos, quien por segunda vez exoneró a Hillary de sus polémicos correos?

    La primera víctima de la post elección ha sido la institucionalidad de la FBI, la policía orwelliana de Estados Unidos, también fracturada, como todos los elementos de la sociedad que pasa por una alarmante fase centrífuga.

    Newton Gingrich, anterior líder camaral del Partido Republicano, acusó al director de la FBI de encapsularse y advirtió que Estados Unidos puede encontrarse en turbulencias durante una década, independientemente de quien gane la Casa Blanca <https://goo.gl/lsM1nZ>.

    A juicio del británico Edward Luce, del Financial Times —que se pronunció, como The Economist, a favor de Hillary—, quien conoce como pocos el sistema, la democracia estadounidense se encuentra ante su más grave prueba <https://goo.gl/5Dr34R>: el sistema se tambalea, independientemente del resultado de la elección cuando Estados Unidos se está volviendo cada vez más difícil de gobernar. ¡Cómo no, si la desigualdad del modelo neoliberal ha carcomido sus entrañas en forma ininterrumpida!

    En otro artículo, La era del vitriolo, Luce diagnostica que es improbable que el vitriolo se evapore, ya que son reales las fuerzas inconexas que han apoyado a Trump <https://goo.gl/8MRBDW>.

    El trumpismo sufre de alienación demográfica y sicológica cuando todavía los blancos no latinos ostentan 64 por ciento de la población, en franco declive, frente al ascenso irresistible de los latinos, a cuya cabeza se encuentran los mexicanos y, más que nadie, de los asiáticos que cambiarán la estructura racial de Estados Unidos en 2050 <https://goo.gl/ozZCKn>.

    El trumpismo, con o sin Trump, representa el canto de cisne del supremacismo/nacionalismo blanco que se subsume en los WASP.

    La polarización de Estados Unidos es real y Haviv Rettig Gur, de The Times of Israel —pro Hillary— analiza correctamente que la furia detrás de Trump es sólo el principio, cuando el desprecio y el vitriolo de la carrera de 2016 no fueron causados por un solo fanfarrón provocador, sino por angustias arraigadas por las extensas fracturas que no desaparecerán rápidamente, independientemente de la decisión de los votantes <https://goo.gl/vOg247>.

    Cuando una superpotencia como Estados Unidos se encuentra en decadencia exhibe serias contradicciones domésticas, regionales y globales.

    Ya había formulado que tanto Samuel Huntington en sus dos libros —el Choque de civilizaciones, eminentemente islamófobo, y ¿Quiénes somos?, eminentemente mexicanófobo— como Trump abrevan de las mismas raíces evangelistas puritanas de los padres fundadores y sus previos cuatro despertares de corte religioso, racista y sociopolítico.

    Huntington fue un trumpiano avant la lettre de la política exterior de Estados Unidos y su nefario Choque de civilizaciones, cuyo último libro es la quintaescencia del trumpismo doméstico.

    Lo contradictorio ahora de Estados Unidos, como reflejo de su caos en su notable crisis declinante, así como de la ruptura de su previa identidad nacional, subyace en que Trump expresa el supremacismo de los blancos WASP, mientras la política exterior de Hillary —basada en gran medida en el pugnaz Choque de civilizaciones de Huntington— respalda el Supremacismo bélico anglosajón, con o sin latinos —usados como carne de cañón—, donde predomina la anglósfera y convergen tanto la dinastía bananera de los republicanos Bush como de los neoconservadores straussianos encabezados por el republicano Paul Wolfowitz, cuando ambos sectores del establishment anti Trump se volcaron por Hillary.

    Si fue un grave error mayúsculo haber recibido en forma oficial al candidato Trump en Los Pinos con toda la pompa presidencial, fue mucho peor que los senadores, la panista Mariana Gómez del Campo —prima exhibicionista

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