MADRID.– Con la maleta al hombro, el hombre desciende del tren Alvia que acaba de arribar a la estación de Pontevedra (noroeste de España). Pasan unos minutos de las 20 horas del domingo 5 de marzo último, cuando el hombre moreno, grueso, con barba, vestido de negro, incluida la gorra beisbolera, se mimetiza con los otros viajeros rumbo a la salida tratando de no llamar la atención.
Echa a andar por las calles del casco antiguo de la bucólica ciudad gallega, pero en su trayecto no deja de mirar hacia atrás y cambia de rumbo bruscamente en varias ocasiones para ver si alguien lo sigue. Esto obliga a los dos agentes del Grupo de Respuesta Especializada contra el Crimen Organizado (Greco) de la Policía Nacional que le siguen, a dejar una distancia prudente para no ser descubiertos.
Por esas medidas de contravigilancia los agentes le pierden de vista en la calle Travesía Eduardo Pondal. Pero finalmente lo ubican entrando en un domicilio de la calle de Santa Teresa de Jesús Jornet, que tenía semanas siendo vigilado.
El hombre sometido a este seguimiento es el mexicano Héctor Javier Orduña Vergara (38 años) y su función en ese momento era la de “notario” de una red internacional de delincuencia organizada, resultado de la alianza de un cártel mexicano y una organización colombiana, que había montado el mayor laboratorio para el procesamiento de cocaína en toda Europa, con capacidad para producir diariamente 200 kilos de alcaloide.
Como “notario” era “la persona que da fe de la cantidad de droga que se produce en el laboratorio y que a la vez mantiene la seguridad y la disciplina entre los (“cocineros”) colombianos venidos explícitamente a efectuar el trabajo de producción de los ladrillos de cocaína”, según arrojó la investigación.
También era responsable de “extraer la pasta de cocaína base” de su escondite dentro de una máquina trituradora de piedra, que llegó de Colombia en un contenedor al puerto de Lixoes (Oporto, Portugal).
Esta máquina, luego de semanas de bloqueo aduanal, fue transportada en febrero pasado a un discreto almacén en la aldea de Mourente de Casas Novas, y el estupefaciente después era transportado al laboratorio montado en una finca apartada de las miradas en la zona boscosa de la aldea de Cotobade,
