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Bisa Bea, Bisa Bel
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Libro electrónico75 páginas1 hora

Bisa Bea, Bisa Bel

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Hacer limpieza general puede descubrirnos un mundo. En el cuarto de mi madre -cuenta Bel- había un armario, dentro del armario había un cajón, dentro del cajón había una caja, dentro de la caja había un sobre, dentro del sobre había un montón de retratos, dentro de un retrato estaba Bisa Bea. Y así, de la mano del pasado y del futuro, Bel vivirá su presente.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 nov 2013
ISBN9786071617583
Bisa Bea, Bisa Bel
Autor

Ana Maria Machado

Hans Christian Andersen Award winner Ana Maria Machado is one of the world's most distinguished writers for children, with more than 100 books published in her native Brazil and in more than 18 other countries. She lives in Rio de Janeiro. Visit Ana Maria Machado's website: http://www.anamariamachado.com/

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    Bisa Bea, Bisa Bel - Ana Maria Machado

    existía.

    En el fondo de una cajita

    La primera vez, Bisa Bea estaba muy bien escondida. Sólo apareció a causa de los arreglos de mi mamá.

    Mi mamá es graciosa. No tiene esas manías de andar arreglando la casa como muchas mamás de otros niños; a veces va dejando las cosas medio regadas por la casa, un poco fuera de lugar, y cuando necesita alguna cosa vuelve locos a todos, revolviendo por allí y por acá. De vez en cuando sin embargo, se preocupa. Da un arreglo general, como ella dice. Arregla, arregla, arregla, dos, tres días seguidos. Pone todo en su lugar, rompe papeles, separa la ropa vieja que ya no usa y encuentra un montón de cosas que estaban perdidas, tira a la basura las revistas, nos da un montón de papeles para que nosotros los usemos en la clase de arte de la escuela. Y siempre tiene sorpresas para mí —como un collar todo colorido y brillante que un día encontró y me dio para jugar.

    Pues fue en uno de estos arreglos, cuando mi mamá hacía limpieza general, que pude conocer a Bisa Bea. Hasta parecía la historia de la vida del gigante que mi tía cuenta. ¿Sabes aquella historia que dice así: dentro del mar había una piedra, dentro de la piedra había un huevo, dentro del huevo había una vela y quien soplara la vela mataba al gigante? Claro que no había ningún gigante en el arreglo general de mi mamá. Ni huevo. Pero había una vela color de rosa, del pastel de cuando cumplí un año y que ella guardaba de recuerdo, dentro de un zapatito viejo de bebé que usé cuando yo era pequeñita. Me acordé de la historia del gigante porque podríamos contar la historia de Bisa Bea de este modo: dentro del cuarto de mi mamá había un armario, dentro del armario había un cajón, dentro del cajón había una caja, dentro de la caja había un sobre, dentro del sobre había un montón de retratos, dentro de un retrato estaba Bisa Bea.

    Al principio yo no lo sabía. Llegué de la escuela y vi la puerta del cuarto abierta, la puerta del armario abierta, el cajón abierto y mi mamá sentada en el piso, descalza, toda despeinada, con una caja cerrada en la mano. Le di un beso y miré la caja. Era la cosa más linda del mundo, toda de madera, pero de madera de colores diferentes, unos más claros, otros más oscuros, formando un dibujo, un paisaje, donde había una colina, una casita, un pino y unas nubes en el cielo. Entonces mi mamá abrió la caja y sacó de adentro, de mero abajo, un sobre de papel pardo, viejo y medio arrugado.

    —¿Qué tienes ahí dentro, mamá?

    —Ya ni me acuerdo, hija. Vamos a ver.

    —Debe haber muchas cosas, pues el sobre está bien gordito.

    Y así era. Un montón de retratos. Había uno de unas personas serias en una plaza. Había otro de una familia entera, con muchos niños y hasta un perrito, debajo de la estatua del Cristo Redentor. Había otra más, de una niña con dos moños hechos de listones en la cabeza, en medio de una planta extraña, una especie de arbusto en forma de camello, imagínate. Me quedé impresionada.

    —Mamá, ¿cómo puede una planta parecerse a un animal?

    —Es que antes estaba de moda que se cortaran los arbustos de esa forma: unos redonditos, otros en forma de sillón, otros con forma de animal. Era en la Plaza París, un lugar con un laguito y una fuente que por las noches se iluminaba llena de colores. Parecía un globo de agua iluminado en el piso.

    —¿Cómo sabes todo eso?

    —Pues porque me acuerdo, hija. Esa niña de allí soy yo.

    —No es posible. Estás bromeando…

    Yo miraba a mi mamá y la foto de la niña, me parecía gracioso: mi mamá niña, jugando con el cuello de un camello, pensando en un globo de agua. Y era medio raro verla grande, allí frente a mí, sentada en el piso, explicando cosas, toda animada:

    —Viajábamos en tranvía, era divertido, fresco, todo abierto. A veces tenía remolque.

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