El hijo del presidente
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Leonardo Sanhueza
LEONARDO SANHUEZA (1974) Es autor de una decena de libros en prosa y en verso, entre los que cabe destacar La ley de Snell (2010), Colonos (2011), La edad del perro (2014) y La juguetería de la naturaleza (2016), como también sus traducciones de poemas de Catulo tituladas Leseras (2010) y el ensayo La partida fantasma (2018). Por su obra ha recibido numerosos reconocimientos, entre ellos el Premio de la Crítica, el Premio de la Academia y en el extranjero, los premios internacionales Manuel Acuña (México) y Rafael Alberti (España).
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El hijo del presidente - Leonardo Sanhueza
Leonardo Sanhueza
El Hijo del
Presidente
Esta primera edición en Chile en 500 ejemplares de
El hijo del presidente
de Leonardo Sanhueza
se terminó de imprimir en septiembre de 2020
en los talleres de Maval
(2) 2566 5400
www.mavalchile.com
para Ediciones Universidad Austral de Chile
(56-63) 2444338
www.edicionesuach.cl
Valdivia, Chile
Dirección editorial
Yanko González Cangas
Cuidado de la edición
César Altermatt Venegas
Diseño y maquetación
Silvia Valdés Fuentes
Fotografía de portada
Intervención digital sobre fotografía de Pedro Balmaceda,
Biblioteca Nacional de Chile
Todos los derechos reservados.
Se autoriza su reproducción parcial para fines periodísticos
debiendo mencionarse la fuente editorial.
© Universidad Austral de Chile, 2020
© Leonardo Sanhueza, 2020
ISBN 978-956-390-125-2
CONTENIDO
Nota del autor
[La historia de Pedro Balmaceda Toro…]
[Según Rubén Darío…]
[Aquella mañana…]
[La noticia…]
[Pedro terminó siendo el mayor…]
[Los jóvenes intelectuales…]
[Al otro día…]
[Mientras tanto, Pedro…]
[Como era de esperar…]
[Pero entonces…]
[A fines de año…]
Nota del autor
Hace poco más de seis años, la editorial Pehuén me invitó a escribir una crónica en torno a algún hecho o personaje de la llamada «pequeña historia» nacional o latinoamericana, para inaugurar con ella una colección de minilibros en esa línea temática. Acepté de inmediato. La extensión propuesta, un breviario de unas cincuenta páginas chicas, me hizo pensar en la historia de Pedro Balmaceda Toro y el nacimiento del modernismo en castellano, asunto que excedía por mucho las posibilidades de un artículo largo y, por sus limitaciones documentales, se me quedaba corto en el plan de una biografía hecha y derecha. La ocasión hace al ladrón, dicen, así que de ahí salió la primera versión de El hijo del presidente, que fue publicada a mediados de 2014.
El presente libro también es fruto de una propuesta editorial, en este caso de Ediciones Universidad Austral de Chile, cuyo director, Yanko González, me llamó hace unos meses para proponerme reeditar ese breviario, habida cuenta de que ya se ha vuelto bien difícil de encontrar en librerías. La invitación me llevó a revisar el libro, no sólo porque en él hubo algunos errores que deseaba enmendar sino también por la posibilidad de agregar alguna que otra cosa que había dejado afuera en beneficio de la brevedad. Era una simple revisión, pero, entre retoque y retoque, terminé reelaborando el libro completo. Anulada la restricción espacial de origen, escribí un buen número de páginas nuevas y reescribí otras tantas sin miramientos. Resultado: el libro engordó bastante, casi el doble. Aunque mi plan original era hacer sólo una «edición corregida y aumentada», como se decía antaño, al parecer exageré en mi propósito y me salió un libro distinto, cuyo antecesor puede verse en él a sí mismo como en un espejo deformante. Así que ahora hay dos hijos del presidente: éste y aquél. Tal vez sea mejor así.
L. S.
Santiago, abril de 2020
La historia de Pedro Balmaceda Toro, el hijo del presidente, es la historia de una posibilidad.
Su inasible imagen, su retrato desarticulado por la incertidumbre y las conjeturas, ha difuminado su breve existencia, disipando la frontera entre lo que fue y lo que pudo ser. Desprovisto de contornos y relieves, su nombre figura en la trastienda de otros nombres, como el típico desconocido que nadie logra identificar en las fotos viejas. Ahí está, mírenlo: esfumado entre los párrafos de contexto, los apéndices y las notas al pie de la biografía de su padre, la historia literaria chilena, la cultura de los salones artísticos en el siglo diecinueve, las formas latinoamericanas de la Belle Époque o la vida y obra de Rubén Darío. Puede incluso que lo mencionen a la pasada en alguna historia de los carruajes o de los seudónimos.
Sin embargo, aunque es un fantasma, un espectro de esos que atraviesan las paredes o desordenan los libros en los estantes, a la vez representa un punto de apoyo, una viga basal: si alguien lograra atenazarla con dos dedos, como si fuera un palito de mikado, para extraerla del apilamiento actual de nuestra cultura, provocaría un cataclismo de las ideas o al menos un derrumbe muy considerable de su torre de causas y efectos.
Es cierto que el modernismo ha sido en su vida póstuma una larga y arborescente reacción en cadena, cuyas innumerables ramas se extienden a las vanguardias poéticas, la oratoria de las revoluciones, el bolero de copas rotas, la sensiblería de artista, su majestad el kitsch latinoamericano... En fin, es algo tan variado que quitarle un eslabón, uno solo de los innumerables que lo conforman, quizás no implicaría más que unas pequeñas transformaciones. Pero quitarle a Pedro sería suprimir el detonante, el chispazo inicial, y con nuestro lenguaje así, sin asidero ni explicación, a la manera del «ladrido sin perro» de Neruda, nos quedaríamos muy solos y desorientados, sin saber qué hacer con buena parte de nuestros adjetivos.
••
José Emilio Pacheco, que todo lo sabía, pensó el modernismo latinoamericano como «un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna». Según la entiendo, esa imagen es perfecta porque sintetiza de una manera muy bella dos aspectos claves de este asunto: la atomización que propició la exaltación espontánea de la individualidad y, por otro lado, la singularidad de una convención revolucionaria en la que no se ha convenido nada en concreto. La indefinición formal del modernismo como escuela literaria pone al lector posmoderno en una situación incómoda, porque su objeto es dócil, no ofrece resistencia a la observación, pero aun así no se deja atrapar. Apenas uno cree haberlo comprendido a cabalidad, se escabulle. Pacheco propone algo muy interesante al respecto: como pertenece a un presente eterno, es esquivo a la historia. Lo dice así: «Por su métrica y su vocabulario, es fácil reconocer un poema modernista e incluso decir si un texto se escribió antes o después del movimiento. Pero el término carece de toda connotación tangible. Es una voluntad de situarse en el ahora, de encontrar el estilo de la época. Modus hodiernus, lo moderno son los usos y costumbres de hoy, un hoy que no se parece al ayer y necesariamente diferirá del mañana».
No viene al caso detallar el análisis, por lo demás admirable, que hizo Pacheco del modernismo latinoamericano, pero quizás valga la pena detenerse un poco en el efecto más trascendente que detectó el mexicano en esa «voluntad de situarse en el ahora». Hay que tener en cuenta que los jóvenes modernistas no se concebían a sí mismos como un movimiento literario de ruptura, no al menos de