Euterpe Historia, geografía, y etnografía de Egipto en las guerras médicas
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Según cuenta la Crónica de Nabónido, cuando el rey persa Ciro II conquistó Babilonia en 539 a. C., Cambises fue el encargado de dirigir las ceremonias religiosas. Como referente en el cilindro que contiene la proclamación de Ciro a los babilonios, el nombre de Cambises está ligado al de su padre en las oraciones a Marduk. Inclusive, en una tablilla fechada en el primer año del reinado de Ciro, se menciona a Cambises como rey de Babel.
Pero el ejercicio de aquella autoridad fue efímero, pues hasta 530 a. C. no fue asociado al trono, cuando su padre partió hacia su última campaña contra los masagetas del Asia Central. Se han hallado numerosas tablillas en Babilonia de este momento de su ascensión y de su primer año de reinado, y donde Ciro es denominado «rey de naciones» equivalentes al de «rey del mundo».
Tras la muerte de su padre en la primavera del 530 a. C., Cambises se convirtió en el soberano único del Imperio persa. Según consta en las tablillas encontradas en Babilonia hasta el octavo año de reinado, precisamente hasta marzo del 523 a. C.
Tras la conquista de los países asiáticos dirigidas por Ciro, era de esperar que Cambises emprendiera la conquista de Egipto, el único Estado independiente que subsistía en la región. Según la inscripción de Behistún, antes de partir con su expedición, Darío I mandó asesinar a su hermano Esmerdis, a quien Ciro había designado gobernador de las provincias orientales. Por el contrario, los autores griegos clásicos aseguran que su asesinato se produjo tras la conquista de Egipto.
El libro II de Heródoto, titulado Euterpe está dedicado en su totalidad a Egipto: Cambises II, la descripción de la geografía y etnografía de Egipto, e historia del entonces poderoso país.
La guerra de Persia contra Egipto comenzó en 525 a. C., cuando Psamético III sucedió al faraón Ahmose II. Cambises preparó la marcha de su ejército a través de la península de El Sinaí, con la ayuda de tribus árabes, que le alistaron depósitos de agua, esenciales para cruzar el desierto. La esperanza del anterior faraón egipcio, Ahmose II, para conjurar la amenaza de una invasión persa se basaba en una alianza con los griegos.
Pero la esperanza egipcia fue vana cuando comprobó que las ciudades chipriotas y el tirano Polícrates de Samos, quien poseía una poderosa flota, decidieron pasarse al bando persa, como también hiciera Fanes de Halicarnaso, comandante de las tropas griegas mercenarias en Egipto, y el egipcio Udjahorresne de Sais, jefe de la flota egipcia.
Heródoto de Halicarnaso
Heródoto de Halicarnaso: historiador y geógrafo griego que vivió entre el 484 y el 425 a. C. Es considerado el padre de la Historiografía en el mundo occidental. Fue el primer historiador en elaborar un relato razonado y estructurado de las acciones humanas.Heródoto dedicó parte de su vida a viajar para obtener información y materiales, que le permitieron escribir una obra de gran valor histórico y literario. No obstante, su obra ha sido blanco de severas críticas, incluso por parte de sus contemporáneos, por incluir en su trabajo anécdotas y digresiones que, aunque proporcionaban informaciones valiosas, no siempre estaban relacionadas con el objetivo de estudio propuesto: las guerras de los persas contra los griegos
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Euterpe Historia, geografía, y etnografía de Egipto en las guerras médicas - Heródoto de Halicarnaso
Euterpe
Historia, geografía y etnografía de Egipto en las guerras médicas
Heródoto de Halicarnaso
Ediciones LAVP
www.luisvillamarin.com
Euterpe
Historia, geografía, y etnografía de Egipto en las guerras médicas
Heródoto de Halicarnaso
Colección Historia Militar Universal N° 2
Primera edición 444 a. C.
Reimpresión septiembre de 2020
© Ediciones LAVP
© www.luisvillamarin.com
Cel 9082426010
New York City USA
ISBN 9781005773700
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Euterpe: Historia, geografía y etnografía de Egipto en las guerras médicas
Nota introductoria
Libro II Euterpe
Nota introductoria
Según cuenta la Crónica de Nabónido, cuando el rey persa Ciro II conquistó Babilonia en 539 a. C., Cambises fue el encargado de dirigir las ceremonias religiosas. Como referente en el cilindro que contiene la proclamación de Ciro a los babilonios, el nombre de Cambises está ligado al de su padre en las oraciones a Marduk. Inclusive, en una tablilla fechada en el primer año del reinado de Ciro, se menciona a Cambises como rey de Babel.
Pero el ejercicio de aquella autoridad fue efímero, pues hasta 530 a. C. no fue asociado al trono, cuando su padre partió hacia su última campaña contra los masagetas del Asia Central. Se han hallado numerosas tablillas en Babilonia de este momento de su ascensión y de su primer año de reinado, y donde Ciro es denominado «rey de naciones» equivalentes al de «rey del mundo»
Tras la muerte de su padre en la primavera del 530 a. C., Cambises se convirtió en el soberano único del Imperio persa. Según consta en las tablillas encontradas en Babilonia hasta el octavo año de reinado, precisamente hasta marzo del 523 a. C.
Tras la conquista de los países asiáticos dirigidas por Ciro, era de esperar que Cambises emprendiera la conquista de Egipto, el único Estado independiente que subsistía en la región. Según la inscripción de Behistún, antes de partir con su expedición, Darío I mandó asesinar a su hermano Esmerdis, a quien Ciro había designado gobernador de las provincias orientales. Por el contrario, los autores griegos clásicos aseguran que su asesinato se produjo tras la conquista de Egipto.
El libro II de Heródoto, titulado Euterpe está dedicado en su totalidad a Egipto: Cambises II, la descripción de la geografía y etnografía de Egipto, e historia del entonces poderoso país.
La guerra de Persia contra Egipto comenzó en 525 a. C., cuando Psamético III sucedió al faraón Ahmose II. Cambises preparó la marcha de su ejército a través de la península de El Sinaí, con la ayuda de tribus árabes, que le alistaron depósitos de agua, esenciales para cruzar el desierto. La esperanza del anterior faraón egipcio, Ahmose II, para conjurar la amenaza de una invasión persa se basaba en una alianza con los griegos.
Pero la esperanza egipcia fue vana cuando comprobó que las ciudades chipriotas y el tirano Polícrates de Samos, quien poseía una poderosa flota, decidieron pasarse al bando persa, como también hiciera Fanes de Halicarnaso, comandante de las tropas griegas mercenarias en Egipto, y el egipcio Udjahorresne de Sais, jefe de la flota egipcia.
Libro II.
Euterpe
I. Después de la muerte de Ciro, tomó el mando del imperio su hijo Cambises, habido en Casandana, hija de Farnaspes, por cuyo fallecimiento, mucho antes acaecido, había llevado Ciro y ordenado en todos sus dominios el luto más riguroso. Cambises, pues, heredero de su padre, contando entre sus vasallos a los jonios y a los Eólios, llevó estos griegos, de quienes era señor, en compañía de sus demás súbditos, a la expedición que contra el Egipto dirigía.
II. Los egipcios vivieron en la presunción de haber sido los primeros habitantes del mundo, hasta el reinado de Psamético. Desde entonces, cediendo este honor a los frigios, se quedaron ellos en su concepto con el de segundos. Porque queriendo aquel rey averiguar cuál de las naciones había sido realmente la más antigua, y no hallando medio ni camino para la investigación de tal secreto, echó mano finalmente de original invención.
Tomó dos niños recién nacidos de padres humildes y vulgares, y los entregó a un pastor para que allá entre sus apriscos los fuese criando de un modo desusado, mandándole que los pusiera en una solitaria cabaña, sin que nadie delante de ellos pronunciara palabra alguna, y que a las horas convenientes les llevase unas cabras con cuya leche se alimentaran y nutrieran, dejándolos en lo demás a su cuidado y discreción.
Estas órdenes y precauciones las encaminaba Psamético al objeto de poder notar y observar la primera palabra en que los dos niños al cabo prorrumpiesen, al cesar en su llanto e inarticulados gemidos. En efecto, correspondió el éxito a lo que se esperaba. Transcurridos ya dos años en expectación de que se declarase la experiencia, un día, al abrir la puerta, apenas el pastor había entrado en la choza, se dejaron caer sobre él los dos niños, y alargándole sus manos, pronunciaron la palabra becos.
Poco o ningún caso hizo por la primera vez el pastor de aquel vocablo; más observando que repetidas veces, al irlos a ver y cuidar, otra voz que becos no se les oía, resolvió dar aviso de lo que pasaba a su amo y señor, por cuya orden, juntamente con los niños, pareció a su presencia.
El mismo Psamético, que aquella palabra les oyó, quiso indagar a qué idioma perteneciera y cuál fuese su significado, y halló por fin que con este vocablo se designaba el pan entre los frigios. En fuerza de tal experiencia cedieron los egipcios de su pretensión de anteponerse a los frigios en punto de antigüedad.
III. Que pasase en estos términos el acontecimiento, yo mismo allá en Menfis lo oía de boca de los sacerdotes de Vulcano, si bien los griegos, entre otras muchas fábulas y vaciedades, añaden que Psamético, mandando cortar la lengua a ciertas mujeres, ordenó después que a cuenta de ellas corriese la educación de las dos criaturas; mas lo que llevo arriba referido es cuanto sobre el punto se me decía.
Otras noticias no leves ni escasas recogí en Menfis conferenciando con los sacerdotes de Vulcano; pero no satisfecho con ellas, hice mis viajes a Tebas y a Heliópolis con la mira de ser mejor informado y ver si iban acordes las tradiciones de aquellos lugares con las de los sacerdotes de Menfis, mayormente siendo tenidos los de Heliópolis, como en efecto lo son, por los más eruditos y letrados del Egipto.
Mas respecto a los arcanos religiosos, cuales allí los oía, protesto desde ahora no ser mi ánimo dar de ellos una historia, sino sólo publicar sus nombres, tanto más, cuanto imagino que acerca de ellos todos nos sabemos lo mismo. Añado, que cuanto en este punto voy a indicar, lo haré únicamente a más no poder, forzado por el hilo mismo de la narración.
IV. Explicábanse, pues, con mucha uniformidad aquellos sacerdotes, por lo que toca a las cosas públicas y civiles. Decían haber sido los egipcios los primeros en la tierra que inventaron la descripción del año, cuyas estaciones dividieron en doce partes o espacios de tiempo, gobernándose en esta economía por las estrellas.
Y en mi concepto, ellos aciertan en esto mejor que los griegos, pues los últimos, por razón de las estaciones, acostumbran intercalar el sobrante de los días al principio de cada tercer año; al paso que los egipcios, ordenando doce meses por año, y treinta días por mes, añaden a este cómputo cinco días cada año, logrando así un perfecto círculo anual con las mismas estaciones que vuelven siempre constantes y uniformes.
Decían asimismo que su nación introdujo la primera los nombres de los doce dioses que de ellos tomaron los griegos; la primera en repartir a las divinidades sus aras, sus estatuas y sus templos; la primera en esculpir sobre el mármol los animales, mostrando allí muchos monumentos en prueba de cuanto iban diciendo. Añadían que Menes fue el primer hombre que reinó en Egipto; aunque el Egipto todo fuera del Nomo tebano, era por aquellos tiempos un puro cenagal, de suerte que nada parecía entonces de cuanto terreno al presente se descubre más abajo del lago Meris, distante del mar siete días de navegación, subiendo el río.
V. En verdad que acerca de este país discurrían ellos muy bien, en mi concepto; siendo así que salta a los ojos de cualquier atento observador, aunque jamás lo haya oído de antemano, que el Egipto es una especie de terreno postizo, y como un regalo del río mismo, no solo en aquella playa a donde arriban las naves griegas, sino aun en toda aquella región que en tres días de navegación se recorre más arriba de la laguna Meris; aunque es verdad que acerca del último terreno nada me dijeron los sacerdotes.
Otra prueba hay de lo que voy diciendo, tomada de la condición misma del terreno de Egipto, pues si navegando uno hacia él echare la sonda a un día de distancia de sus riberas, la sacará llena de lodo de un fondo de once orgias. Tan claro se deja ver que hasta allí llega el poso que el río va depositando.
VI. La extensión del Egipto a lo largo de sus costas, según nosotros lo medimos, desde el golfo Plintinetes hasta la laguna Sorbónida, por cuyas cercanías se dilata el monte Casio, no es menor de 60 schenos.
Uso aquí de esta especie de medida por cuanto veo que los pueblos de corto terreno suelen medirlo por orgias; los que lo tienen más considerable, por estadíos, los de grande extensión, por parasangas, y los que lo poseen excesivamente dilatado, por schenos. El valor de estas medidas es el siguiente: la parasanga comprende treinta estadios, y el scheno, medida propiamente egipcia, comprende hasta sesenta. Así que lo largo del Egipto por la costa del mar es de 3.600 estadios.
VII. Desde las costas penetrando en la tierra hasta que se llega a Heliópolis, es el Egipto un país bajo, llano y extendido, falto de agua, y de suyo cenagoso. Para subir desde el mar hacia la dicha Heliópolis, hay un camino que viene a ser tan largo como el que desde Atenas, comenzando en el Ara de los doce Dioses, va a terminar en Pisa en el templo de Júpiter Olímpico, pues si se cotejasen uno y otro camino, se hallaría ser bien corta la diferencia entre los dos, como solo de 45 estadios, teniendo el que va desde el mar a Heliópolis