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La sencillez de un beso
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La sencillez de un beso
Libro electrónico165 páginas2 horas

La sencillez de un beso

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Información de este libro electrónico

Cooper Hale vive su vida bajo el Principio KISS —Keep It Simple, Stupid o Mantenlo Simple, Estúpido—, el cual convirtió a su compañía de software en todo un éxito y que también le ha funcionado bastante bien con las mujeres... por lo menos hasta ahora que su vecina Allie se le ha metido en la cabeza y a cambio él se las arregla para meterse en su cama. Confiada y sexy, Allie sabe lo que quiere y estar junto a ella hace que cada parte de su cuerpo que se alimenta de testerona desee hacer las cosas muy complicadas.

Con una agencia de publicidad que dirigir, Allie Flynn ha tenido su cuota de complicaciones, pero no contaba con que el guapo vecino de su edificio departamentos, Cooper Hale, la besara en la cocina y le quitara la ropa, prendiéndole fuego a cada centímetro de su cuerpo. Él es todo lo que ella quiere: decidido, ingenioso y guapo a morir... pero todavía está en sus veintes. Su cerebro le dice que tipos como Cooper no son de relaciones largas. Son su cuerpo —y su corazón— los que necesitarán ser convencidos.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento15 ago 2020
ISBN9781071562772
La sencillez de un beso
Autor

Karen Booth

Karen Booth is a Midwestern girl transplanted in the South, raised on '80s music and way too many readings of “Forever” by Judy Blume. Married to her real-life Jake Ryan, she has two amazing kids with epic hair, a very bratty cat, and loves getting up before dawn to write romance. With plenty of sparks.

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    La sencillez de un beso - Karen Booth

    Capítulo Uno

    Qué brillante idea esa de traer a casa una montaña entera de trabajo, especialmente con el largo y solitario fin de semana del Día de los Caídos mirando a Allie Flynn a la cara. Protestó, luchando con la caja que desbordaba de archivos. Si tan solo hubiera empacado menos. Balanceando la caja en su muslo, se introdujo en su edificio de departamentos, encajando su rodilla entre la puerta y el marco.

    Hey, Allie. Espera. Déjame ayudarte, una voz familiar sonó detrás de ella.

    Se volteó y sus ojos aterrizaron en Cooper Hale, el residente del 3B, el departamento justo arriba del de ella. Genial. Aquí viene el Señor Alto, Guapo y Demasiado Joven Para Mí. Y yo que me veo como basura.

    Cooper, usando pantaloncillos de basquetbol azul marino y una camiseta gris rata de Sweeney's, un bar en Wicker Park, le sostuvo la puerta. Su aroma, aunque un poco pasado, era dolorosamente atrayente, almizcleño y masculino.

    Oh, gracias. No, se enderezó y afianzó mejor la caja, pero el estuche de su laptop se deslizó de su hombro como por decimoquinta vez. Lo tengo. Entró a trompicones en el vestíbulo, donde se encontraban los buzones de correo, sus tacones resonando en el piso de mosaico. Cooper la siguió y la puerta de vidrio se cerró con un susurro detrás de él.

    Dame eso, dijo tomando la caja de entre sus manos. Su rostro tenía una barbilla sutil y su desordenado cabello color arena colgaba formando franjas sobre su frente. Adelante, le indicó con un movimiento de cabeza, yo lo subo a tu departamento.

    Allie acomodó la bolsa de su laptop y su bolso de nuevo en su hombro. De verdad, está bien, ella extendió los brazos, pero la condescendiente curvatura en las cejas de Cooper indicaba que no tenía planeado entregar pronto la caja.

    Iluminados a contraluz por franjas de sol que se colaban al recibidor, sus ojos café aleonado adquirían un matiz más oscuro. Se cargó la caja al hombro como si estuviera rellena de plumas y Allie no pudo sino notar el bien definido contorno de su bíceps mientras sostenía la caja por arriba. Volvió a señalar con la cabeza hacia las escaleras. ¿Vamos?.

    Ella dio la vuelta, ahora nerviosa, y comenzó a subir las escaleras. No estoy indefensa. Mi laptop no dejaba de resbalarse de mi hombro, le echó una mirada cuando doblaban la esquina para subir el siguiente tramo de la escalera.

    El frunció el ceño y elevó los ojos. La gente se queja de que la caballerosidad está muerta, pero cuando tratas de ayudar a una mujer, ella insiste en que puede hacerlo sola. Sólo estoy siendo un caballero.

    Allie suspiró conforme se acercaban a su puerta. Lo siento. Gracias por traer esta caja por mí. En verdad lo aprecio.

    Como que no te creo, dijo él esbozando una sonrisa torcida, esa es la más lamentable disculpa de todas.

    Allie fingió estar enojada. Ha sido una larga semana, Cooper. No sé qué más quieres.

    Una cerveza sería un buen comienzo.

    ¿Quieres pasar por una cerveza? ¿En este momento?. Su plan para aquella noche era deshacerse de su demasiado ajustada falda y beberse la mayor parte de una botella de merlot mientras jugaba Scrabble en la computadora. Su vista se centró en el rostro de Cooper, su fuerte quijada oscurecida por la sombra de la barba que brotaba, los altos pómulos, el tentador grosor de sus labios. Lástima que no estuviera usando sus lentes. O tal vez estaba bien que no los trajera. Le gustaba todavía más con ellos.

    No hay momento como el presente, reviró sonriendo otra vez, hipnotizándola con sus dientes. No me has invitado tu casa desde aquella vez que se fue la luz.

    La tormenta de hielo. La Madre Naturaleza había causado destrozos en la ciudad en marzo, una horrible racha de mal tiempo, incluso para Chicago. Ella y Cooper tuvieron que soportar dos días sin luz ni calefacción, entreteniéndose con gin rummy, interminables conversaciones y muchas botellas de vino tinto. El departamento de Allie en la planta baja estaba comparativamente menos frío y tenía comida, a diferencia del de Cooper. Se habían mostrado amistosos antes de la tormenta —con unos cuantos cientos de frustrantes atisbos de coqueteo inocente— pero aquellas 48 horas consolidaron su amistad. Pero también dieron rienda suelta a su atracción por el tipo que había pasado dos noches roncando en su sillón, mientras ella tiritaba bajo un monte de cobijas en su cama.

    Claro, no es como si tuviera otra cosa qué hacer, musitó mientras abría la puerta, y te lo advierto, ni siquiera estoy segura de tener una cerveza. Sus llaves tintinearon al arrojarlas sobre la cubierta de vidrio de la mesita de la entrada. El sol poniente se filtraba por las ventanas de piso a techo hasta la pared contraria del departamento.

    Cooper deslizó la caja hasta la isla central de la cocina abierta. ¿Puedo?, preguntó abriendo el refrigerador antes de que Allie pudiera responder. Se inclinó al frente, rebuscando en el compartimiento inferior.

    Ella se reclinó sobre la isla central, apreciando el paisaje. Su dedo pulgar recorrió su labio inferior al contemplar sus largas y musculosas piernas, así como la enloquecedora curvatura de su trasero. La forma en que la camiseta ligeramente sudada colgaba sobre el bien definido plano de su espalda le provocó un escalofrío. Dios mío. No hagas esto otra vez. Es demasiado joven. Es demasiado atractivo. Toda mujer que lo conozca debe estar pensando lo mismo que tú estás pensando.

    Tenemos un ganador, pero sólo tienes dos, dijo él, acomodando las botellas color ámbar bajo su brazo. ¿Destapador?.

    Allie se obligó a salir del estupor en que se había sumido a causa del físico de Cooper. Abrió un cajón y le entregó el destapador. Lo siento, no tenía mucho de dónde elegir, aclaró cerrando el gabinete con un empujón de la cadera.

    Salud, exclamó él chocando su botella con la de ella. Está bien. Podemos cambiar a vino después de esto.

    ¿Después de esto?, preguntó Allie.

    Bueno, sí. ¿No vas a hacer la cena?. Cooper pudo ver una sonrisa floreciendo en la cara de Allie. La forma en que sus ojos se iluminaban cuando se sentía aunque fuera un poco cohibida puso el cuerpo entero de Cooper en alerta. Y fuiste tú la que dijo que no tenía nada qué hacer.

    Se suponía que no debías escuchar eso. Allie abrió el refrigerador de un tirón, tapando por completo la curvatura de sus labios con una mano. Su falda negra ceñía su cuerpo en los lugares precisos y, tal como él lo había notado varias veces, Allie tenía todos los lugares precisos. Tengo bistecs. ¿Te suena bien?.

    Mejor que bien. Regreso en diez, después de un baño y un cambio de ropa.

    Subió los escalones de dos en dos hasta su departamento. Cenar con Allie significaba una mejoría respecto de su plan original —ordenar pizza, ver horas de TV sin sentido y masturbarse antes de dormir—.

    Atravesó su cocina a zancadas, pero redujo el paso al llegar a la sala, sacudiendo la cabeza ante la vista de su desvencijado sofá futón y la mesita de café que le habían pasado sus padres. Haber estado en el bien decorado departamento de Allie sólo hizo resaltar las carencias del suyo. Casi tengo treinta y esto todavía parece un maldito dormitorio universitario. Gano suficiente dinero, sólo necesito hacerme algo de tiempo para hacer algunas compras.

    Se desvistió y giró la llave de la ducha, deteniéndose para examinarse frente al espejo mientras salía el agua caliente. Había pasado dos días sin afeitarse y el vello en su mentón estaba rasposo. Se preguntó qué pensaría Allie sobre el vello facial. Tal vez estoy forzándolo.

    El tibio rocío golpeó su espalda y sus pensamientos se fueron desviando hacia Allie, tal como le ocurría la mayoría de las veces en que estaba desnudo. Había sido imposible sacársela de la cabeza desde la tormenta de hielo. Aquellos dos días le habían demostrado que ella era más que bonita y con buen cuerpo, era inteligente, sarcástica y divertida a más no poder, una combinación letal. Cada vez que la había visto en el edificio desde entonces, había encontrado formas ociosas de robarle algo de tiempo, haciéndole preguntas de cosas como el clima o baloncesto, cuando sabía, de hecho, que no le gustaban los deportes.

    Allie estaba fuera de su liga, una profesionista con su vida en orden. Pero, de hecho, eso era parte del reto, parte de su atractivo. Las mujeres en sus veinte eran tan transparentes, libros abiertos llenos intenciones ocultas y plática sin sentido acerca de cosas que carecían de importancia en estos tiempos. No estoy listo para casarme. No quiero tener hijos. Sólo quiero alguien capaz de llevar bien su parte de la conversación y que sea buena en la cama.

    Cada día desde su fin de semana juntos, se imaginaba cómo sería la vida con Allie, desnudándola en su mente cada que tenía la oportunidad. Ella tenía unos cuantos años de experiencia a su favor y aquello era intrigante. Habría menos juegos que resolver, sin curva de aprendizaje. Además, había leído en alguna revista, una mujer en sus cuarenta ya estaba, o se encontraba muy cerca, de su mejor época sexual. Sin duda el cuerpo de Allie estaba en su mejor momento. Cualquier tipo que la hubiera visto en su falda negra se habría dado cuenta.

    Para su disgusto. El falo de Cooper había oído el canto de la sirena que era Allie y ahora estaba ansioso de recibir su atención. Mierda, le dije que en diez minutos. Tomó su rígida barra, frotando de un lado a otro el glande con el pulgar, dejando caer la barbilla sobre el pecho. El vapor comenzó a acumularse a su alrededor, calentando su ya de por sí caliente cuerpo. Un suspiro primitivo escapó de sus labios y abrió más las piernas, colocando su otra mano en su muslo mientras arqueaba la espalda hacia atrás.

    Quería tomarse su tiempo, pero todo lo que pudo hacer fue bombear furiosamente. La imagen de Allie se materializó en su mente, poniéndose de rodillas y envolviendo sus lujuriosos labios alrededor de su pija. Aquel pensamiento envió una oleada de estremecimientos a través de su cuerpo. Ella chupaba, haciendo molinetes con su lengua y lanzándole devastadoras miradas. Su cabello color chocolate chorreando agua y, desparramados sobre sus hombros, tentáculos de cabello dibujando filigranas sobre la pronunciada curva de su pecho.

    Quizá Allie conocía algunas técnicas para mamar que él nunca había experimentado. El misterio que aquello involucraba fue demasiado y Cooper sintió sus pelotas apretujarse contra su cuerpo. La presión llegó, duplicándose y volviéndose a duplicar. Un susurro zumbó a través de él hasta que la fuerza no pudo ser contenida y se desencadenó en pulsaciones constantes. Se convulsionó con la oleada final. Oh, Dios.

    Dio una vuelta y se enjuagó el cuerpo, lavando la evidencia antes de secarse el pecho y las piernas con la toalla. Se la había jalado docenas de veces ante las visiones de Allie que residían en su cabeza. Me estoy comportando como un niño. Necesito madurar.

    Después de afeitarse, se puso un par de jeans oscuros deslavados y se metió en una camisa blanca relativamente sin arrugas. Incluso se tomó el tiempo para ponerse un cinturón y para sacar sus zapatos italianos de vestir del fondo del guardarropa. Cualquier hombre con media neurona sabía que a las mujeres les impresiona el buen calzado. Allie usaba unos zapatos de infarto, usualmente de altísimos tacones y siempre letalmente sexis, que hacían la ya de por sí atractiva forma de sus piernas incluso más tentadora.

    Cuando Allie abrió la puerta, se quedó sin aliento. Se había cambiado para ponerse unos jeans, ajustados, desgastados y... peligrosos. Una camiseta blanca de cuello en V se ajustaba a sus curvas e iba descalza, acentuando su baja estatura. Con sus 1.80, Cooper se sentía un gigante al lado de ella, pero había cosas peores. Tenía una enloquecedora vista de su amplio escote.

    Oh, wow. Te ves bien, dijo ella. "Disculpa si no estoy a la altura, pero tenía que quitarme

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