Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Portadores de Arantha: Libro 2 - Reinas
Portadores de Arantha: Libro 2 - Reinas
Portadores de Arantha: Libro 2 - Reinas
Libro electrónico578 páginas8 horas

Portadores de Arantha: Libro 2 - Reinas

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

En el planeta Elystra, la tribu de mujeres ixtrayu se enfrenta a su destrucción a manos de unas fuerzas oscuras.

Se está jugando una partida cósmica de ajedrez, y el planeta Elystra está en el tablero.

La piloto Maeve y su hijo Davin, procedentes de la Tierra, se han unido a las ixtrayu para intentar evitar la destrucción que su líder Kelia ha predecido. Pero ¿será el nuevo Poder de Maeve suficiente para poner fin a las maquinaciones de Elzor y su hermana Elzaria, una Portadora del rayo, antes de que todo lo que conocen las ixtrayu quede destruido en la búsqueda de poder de Elzor? 
 

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento24 jun 2020
ISBN9781071553527
Portadores de Arantha: Libro 2 - Reinas

Lee más de Patrick Hodges

Relacionado con Portadores de Arantha

Libros electrónicos relacionados

Fantasía para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Portadores de Arantha

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Portadores de Arantha - Patrick Hodges

    Índice

    CAPÍTULO UNO

    CAPÍTULO DOS

    CAPÍTULO TRES

    CAPÍTULO CUATRO

    CAPÍTULO CINCO

    CAPÍTULO SEIS

    CAPÍTULO SIETE

    CAPÍTULO OCHO

    CAPÍTULO NUEVE

    CAPÍTULO DIEZ

    CAPÍTULO ONCE

    CAPÍTULO DOCE

    CAPÍTULO TRECE

    CAPÍTULO CATORCE

    CAPÍTULO QUINCE

    CAPÍTULO DIECISÉIS

    CAPÍTULO DIECISIETE

    CAPÍTULO DIECIOCHO

    CAPÍTULO DIECINUEVE

    CAPÍTULO VEINTE

    CAPÍTULO VEINTIUNO

    CAPÍTULO VEINTIDÓS

    CAPÍTULO VEINTITRÉS

    CAPÍTULO VEINTICUATRO

    CAPÍTULO VEINTICINCO

    CAPÍTULO VEINTINUEVE

    CAPÍTULO TREINTA

    CAPÍTULO TREINTA Y UNO

    CAPÍTULO TREINTA Y DOS

    CAPÍTULO TREINTA Y TRES

    CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

    CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

    CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

    CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

    CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

    CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

    CAPÍTULO CUARENTA

    CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

    CAPÍTULO CUARENTA Y DOS

    CAPÍTULO CUARENTA Y TRES

    CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO

    CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO

    CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS

    CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE

    CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO

    CAPÍTULO UNO

    HACE DIECIOCHO DÍAS

    Un hombre con una barba desaliñada y la ropa arrugada estaba sentado frente al ordenador principal. Su aspecto y la postura con la que se había sentado le hacían aparentar más de treinta y ocho años. Su cabello pelirrojo estaba salpicado de canas y las gafas, que normalmente llevaba casi pegadas a la cara, apenas se apoyaban en la punta de la nariz.

    Aunque mantenía la mirada atenta sobre los numerosos monitores que escaneaban las arenas del Sáhara a lo largo de varios kilómetros y en todas direcciones, su atención estaba centrada principalmente en la pantalla que tenía enfrente. Su propia imagen se mostraba en la pantalla y le miraba fijamente mientras le hablaba a un diminuto micrófono.

    — Eres la mujer más fuerte que he conocido nunca, Maeve. Pase lo que pase, sé que vas a salir airosa. Gana esta partida. Por la humanidad. —Tras estas palabras, el hombre detuvo la grabación.

    De repente empezó a notar que se le cansaban los ojos, así que se quitó las gafas y las puso encima de la consola.

    —Tan solo queda uno más —se dijo a sí mismo.

    Entonces oyó varias pisadas y se giró para ver a un hombre joven y de piel bronceada vestido con un mono azul que acababa de llegar a la puerta de la oficina de seguridad. Una barba corta pero poblada y un bigote le cubrían la parte inferior de la cara, y tenía unos ojos penetrantes de color marrón que estaban mucho más alerta de lo que deberían dada la hora que era.

    —Eh, Richard. ¿Te importa si me quedo contigo?

    La base del Sáhara se había construido hacía décadas para funcionar como laboratorio de investigación con el fin de explorar métodos de propulsión superiores a las capacidades supralumínicas, uno de los secretos mejor guardados de la Confederación Terrana. Aunque la base estaba diseñada para albergar a centenares de trabajadores, en aquel momento solo vivían diez personas allí.

    Richard le hizo señas con la mano al hombre.

    —Pasa, Mahesh. Acabo de preparar café. Échate un poco si quieres.

    Mahesh se sentó en una silla que había frente a Richard.

    —No, gracias, prefiero el té. Además, ayer guardamos el sintetizador, lo que significa que te has hecho el café tú mismo. No pretendo ofenderte, Richard, pero tu café podría quitarle la pintura a una nave.

    —Que te den —dijo Richard con una sonrisa sardónica—. Por cierto, creo que he encontrado algo perfecto para que el café sepa mejor.

    Mahesh soltó una risita irónica.

    —¿Qué, limpiador de alcantarillas?

    Richard abrió un cajón que había cerca, sacó un frasco pequeño y lo agitó frente a su amigo.

    —Whisky de dieciocho años. El 2719 fue un año fantástico.

    —Paso. Si vuelvo a mi cuarto oliendo a whisky, Suri me cantará las cuarenta.

    —Como quieras. —Richard descorchó el frasco y le dio un trago mientras suspiraba de satisfacción—. ¿Está todo listo?

    —Sí. —Mahesh movió la silla hacia adelante y se acercó lo máximo que pudo a Richard. —¿Qué puedo hacer para convencerte de que vengas con nosotros?

    Hacía cinco años desde la invasión de la Tierra por los jegg, una raza insectoide con una tecnología muy avanzada que hizo pedazos las defensas de la Confederación. Nueve mil millones de personas (algo más que la mitad de la humanidad) fueron exterminadas durante la invasión. Richard, su mujer, su hijo y el resto de su equipo de ingenieros evitaron la subyugación encerrándose en la base del Sáhara. Supusieron que, aunque los jegg descubrieran la existencia de la base, no considerarían al pequeño grupo de supervivientes una amenaza para ellos y por tanto no les atacarían.

    Pero se habían equivocado.

    La respiración de Richard se unió a la preocupación de su amigo.

    —Alguien tiene que quedarse aquí para asegurarse de que la Garra despega sin problemas y para activar la autodestrucción de la base.

    —No tienes por qué ser tú el que lo haga.

    —Me temo que sí.

    —¿Te lo ha dicho Banikar?

    —Con muchas más palabras, pero sí.

    Mahesh se cruzó de brazos.

    —No me lo trago.

    Richard se puso de pie.

    —¿Perdona?

    —Llevamos dos años preparando esta misión. ¿Nunca te has preguntado por qué seguimos tus instrucciones sin dudarlo, aun sin haber visto ni rastro del misterioso ser transdimensional que ha influido en tus decisiones desde tu infancia? 

    Richard se encogió de hombros.

    —Supongo que me hacéis caso porque los jegg nos han estado dando por saco día sí y día también desde que cayeron del cielo.

    —Bueno, eso es cierto, pero hay otro motivo.

    —¿De qué hablas?

    Mahesh centró la mirada en el suelo.

    —La gente lleva miles de años creyendo en la existencia de un poder superior, Richard. Ese poder tiene nombres como Jehová, Visnú, Alá o Banikar. Pero eso da igual. Cuando una persona se encuentra en una situación desesperada, lo único que le queda es la fe. —Volvió a levantar la mirada—. En los últimos dos años, he visto cómo compartías con nosotros información que es imposible que hayas obtenido de otros humanos.  —Mahesh centró la mirada en las cejas arqueadas de Richard y extendió las manos con las palmas hacia arriba—. Créeme cuando te digo que las cosas habrían ido mucho mejor si Banikar hubiera decidido informar a todo el grupo en lugar de hablarte solo a ti. Los designios de Dios son misteriosos y, por cualquier razón, te ha elegido a ti como su mensajero. Como hombre de fe que soy, no puedo cuestionar eso.

    Richard dio otro trago de whisky.

    —Pero eres un científico. ¿No se supone que debes cuestionarlo todo?

    —Que lo cuestione o no importa más bien poco. —Mahesk soltó una risita—. Voy a ir al cielo de todas formas.

    —Venga, restriégamelo un poco más. —Richard desvió la mirada—. Acuérdate de buscarme cuando llegues al cielo. Si no me encuentras... Bueno, ya sabrás dónde estaré.

    Mahesh fulminó a Richard con unos ojos marrones.

    —Sé que eres el capitán de este barco metafórico, pero eso no significa que debas hundirte con él.

    —Ya lo sé. —Los ojos de Richard se desviaron hacia el monitor de seguridad que tenía a la derecha. La pantalla mostraba una visión general del hangar, donde descansaba el renovado y reformado casco de la Garra, que estaba lista para despegar—. Pero estoy cansado, Mahesh. Muy cansado. Los jegg me han arrebatado a toda mi familia: mis padres, mis hermanos, mi hermana pequeña... Todos están muertos. —Cerró los puños—. A partir de mañana ya no volveré a ver a mi mujer y a mi hijo. Y quizá sea lo mejor. Cuando Maeve reproduzca esta grabación, no sé qué le cabreará más: si oír la verdad o saber que no podrá matarme con sus propias manos.

    —Eso no lo sabes.

    Richard hizo un gesto de desprecio.

    —Estamos hablando de Maeve, Mahesh. Es irlandesa y una ex soldado. Si hay algo que se le dé mejor que pilotar una nave, es guardar rencor.

    Como siempre, Mahesh tenía una expresión frustrantemente tranquila.

    —Richard, vente con nosotros. La Resistencia todavía necesita a gente como tú.

    —¿La Resistencia? —Richard empezó a darle vueltas al frasco con la mano—. Qué noble suena, ¿verdad? Como si fuéramos un ejemplo esperanzador para la humanidad, que espera que logremos la victoria, derrotemos a nuestros viles opresores y recuperemos nuestra libertad. —Soltó una risita—. Menuda sarta de patrañas. La humanidad ni siquiera sabe que existimos. ¿Y la victoria? Está justo ahí. —Richard volvió a señalar la Garra en el monitor—. Eso es la última esperanza de la humanidad. Si este plan no funciona, el próximo milenio será exactamente igual que los últimos cinco años: tan solo podremos ver a los jegg invadir cada planeta de la Confederación sin poder hacer una mierda para evitarlo.

    Mahesh arqueó una ceja.

    —No soy un capullo. Soy de Texas.

    —No veo la relación entre ambas cosas.

    —Vale, es verdad. —Richard le dio otro trago al frasco—. ¿Les has dicho a los demás lo que va a pasar?

    Mahesh se echó hacia atrás en la silla y suspiró.

    —Sí, todo lo que te ha contado Banikar. En cuatro horas cargaré en la Garra la caja con los transportadores personales, quedándonos nosotros con seis de ellos. En siete horas Gaspar activará tanto el motor cuantigráfico de fisura jegg que hemos cogido prestado como los motores supralumínicos de la nave, tras lo cual Maeve realizará las revisiones previas al vuelo. Veintiún minutos después, la base será atacada, pero para entonces el resto ya nos habremos transportado a la base del Himalaya. ¿Te asegurarás de que Davin esté a bordo?

    —No te preocupes por eso. Siempre sigue a Gaspar a todos lados.

    Mahesh movió la mirada hacia los monitores y susurró:

    —¿Sabe Gaspar lo que le va a pasar?

    Richard negó con la cabeza.

    —Eso tan solo le distraería. Necesitamos su cerebro intacto si queremos que el plan tenga éxito.

    —¿Has grabado los mensajes?

    Richard se giró para volver a mirar la consola que tenía enfrente.

    —Acabo de grabar el de Maeve. En un minuto me pondré con el de Davin. —Suspiró—. Durante años he sabido que este momento llegaría, y ahora que está ocurriendo... No sé qué cojones decir.

    —Dile lo que necesita oír —dijo Mahesh, levantándose. Se acercó a Richard y le puso una mano en el hombro—. No importa nada más.

    —¿Otra de las perlas de tu sabiduría hindú?

    —Qué va. Es de Metallica.

    —Tú y tus gustos por el heavy metal de antaño. —Richard se puso de pie y extendió una mano—. Gracias. Por todo.

    Mahesh le estrechó la mano, agarrándola con fuerza.

    —Ha sido un honor trabajar a tu lado.

    —Es de justicia que te sientas así —dijo Richard con una sonrisa lúgubre.

    Mahesh frunció el ceño mientras se dirigía hacia la puerta.

    —Desde luego, no hay relación alguna entre ambas cosas. —Tras estas palabras, Mahesh se despidió por última vez y se marchó.

    Richard oyó cómo se alejaban las pisadas de su amigo. Cerró la puerta de la oficina de seguridad y se volvió a sentar frente a la consola. Dio otro trago más mientras recobraba el coraje y pensaba lo que iba a decir, y entonces apretó el botón «Grabar» que había en la pantalla. Respiró profundamente y empezó a hablar.

    CAPÍTULO DOS

    Kelia reprimió un sollozo mientras quitaba las manos de la Piedra.

    El corazón le latía a toda velocidad en el pecho. No era raro que le ocurriese aquello después de consultarle a Arantha, pero esa vez era peor debido al indescriptible horror de su última visión, la misma que había presenciado una y otra vez desde su regreso de las Montañas Kaberianas.

    Con la frente perlada de gotas de sudor y el estómago revuelto, atravesó el polvoriento suelo de piedra de la cueva y salió al exterior por una estrecha entrada, tambaleándose al andar. Entornó los ojos al salir a la luz del sol mientras la vista se le acostumbraba después de haber estado tanto tiempo en la oscuridad de la cueva.

    Kelia giró a la derecha y observó la aldea de las ixtrayu, que había el hogar de su pueblo durante ocho siglos. La población estaba construida directamente sobre la piedra de la meseta que había junto al río Ix. Kelia llevaba viendo esa vista desde que era una niña y caminaba junto a su madre, Onara. En aquel entonces, siempre había considerado a su aldea un espectáculo reconocible y digno de ver, pero cada vez se lo parecía menos con cada nueva visión inútil que había presenciado desde que se hizo protectora. Aquel día ni siquiera el reconfortante murmullo del río consiguió tranquilizar sus turbulentos pensamientos.

    En lugar de cruzar el puente más cercano para pasar al otro lado del río, donde su casa se alzaba cerca de una larga escalinata de piedra, Kelia siguió el estrecho sendero que había junto a la orilla oriental del río y se dirigió hacia la Sala de Curación. Al entrar, examinó la espaciosa estancia en busca de las dos sanadoras de la tribu. Encontró a Sershi cerca de la pared que había más al fondo. La sanadora estaba mirando a una mujer esbelta y joven mientras sacaba una tetera del fuego y llenaba tres tazas con ella. La aromática fragancia del té de raíz de jingal llenó el aire y Kelia enseguida notó que se le calmaba la mente.

    —Protectora —dijo Sershi, trazando una sonrisa cansada que no se le reflejaba en la mirada.

    Kelia se dirigió hacia Sershi, cogió una taza de té de la mesa y se la puso debajo de la nariz, tras lo cual cerró los ojos mientras el aroma le penetraba por todos los sentidos. Volvió a repetir este proceso y después sopló el té antes de darle un sorbo con cuidado. Notó cómo el líquido caliente se le deslizaba por la garganta y saboreó su picante textura.

    —Ah, cómo necesitaba esto. —Kelia le dio otro sorbo al té y bajó la taza—. ¿Qué tal está tu madre?

    —Todavía sigue débil —dijo Sershi—. Quizá pase otro día hasta que recupere las fuerzas. La extracción del veneno de hugar del cuerpo de nuestra... invitada ha consumido más energía de mi madre de la que pensábamos.

    —Lo entiendo —dijo Kelia mientras les echaba una vistazo a varias figuras acurrucadas que estaban durmiendo en unas camas de pieles de lyrax que había al otro lado de la estancia. Davin dormía junto a su madre, roncando pacíficamente mientras el pelo rojo y rizado le cubría la cara—. ¿Cómo están?

    —El estado de la mujer ha mejorado —dijo Sershi mientras seguía la mirada de Kelia—. Parece que ha recuperado la movilidad en las extremidades. Creo que hemos erradicado todo el veneno, pero ahora la curación de la mujer depende de su cuerpo.

    —¿No hay nada más que puedas hacer? —Kelia miró su taza medio vacía, deseando que sus poderes restauradores tuviesen el mismo efecto en su amiga.

    Sershi negó con la cabeza.

    —Como ya sabes, nunca hemos tenido que curar algo parecido. Estamos cuidando de ella y te puedo asegurar que pondremos por escrito cualquier detalle por si vuelve a ocurrir algo así.

    Kelia asintió.

    —¿Y Nyla?

    La sanadora dio dos pasos hacia adelante y desvió la mirada hacia la hija de trece años de Kelia, que yacía en otro montón de pieles.

    —Sus latidos son fuertes y se le han curado las quemaduras de las manos. Pero por lo demás, Nyla está en manos de Arantha. Siento no poder decirte nada más, protectora.

    Kelia volvió a asentir.

    La voz de Sershi se volvió todavía más vacilante.

    —¿Qué vamos a hacer con el niño?

    Kelia guardó silencio. Era una buena pregunta para la que no tenía respuesta. Davin era el primer hombre que había entrado en la aldea, algo que nunca antes había ocurrido. Por tanto, no podían permitir que Davin correteara por la aldea sin vigilancia. Kelia había tenido dos días enteros para conocer al chico y sabía que era un jovencito inteligente, amable, juguetón y algo travieso, pero también un hijo un hijo devoto. Sin embargo, hasta que no convenciese a sus hermanas de las buenas intenciones de Davin, las ixtrayu lo considerarían una amenaza, algo que pondría en peligro al chico. Durante ochocientos años, la gente de Kelia había sospechado de los hombres y los había menospreciado. Tan solo interactuaban con ellos cuando buscaban aparearse durante los Viajes.

    Por si fuera poco, Davin y su madre procedían del Firmamento. Kelia esperaba hacerles comprender a sus hermanas que sus nuevos amigos, al igual que las ixtrayu, estaban siguiendo un camino trazado por Arantha y que en aquel momento ambos caminos estaban convergiendo. Kelia necesitaba desesperadamente la ayuda del Consejo.

    —Se quedará al lado de su madre. Si se despierta, dile que haré que les traigan comida. Pero no podrán salir de aquí hasta que yo lo diga. ¿Podrás mantener alejadas a nuestras hermanas más curiosas o le pido a Runa que asigne a una de sus cazadoras para hacer guardia?

    —Creo que eso será lo mejor, protectora —dijo Sershi—. Al menos hasta que mi madre se haya recuperado.

    —Enseguida daré las órdenes. No puede entrar nadie salvo Lyala, el Consejo o yo. Ah, y Sarja. —Kelia se permitió sonreír brevemente al recordar la reciente declaración de amor de la hija de Runa hacia Nyla. Las dos habían creado su propia ceremonia de compromiso antes de que Nyla pusiese por primera vez las manos sobre la Piedra. Pero la primera consulta de Nyla había sido demasiado para ella y se había desmayado, igual que le pasó a Kelia cuando tenía la misma edad. Rezó en silencio para que su cabezota hija se despertase pronto.

    Tras mirar por última vez a Nyla, Maeve y Davin, Kelia se marchó.

    * * *

    Kelia estaba sentada en una silla grande que había en el centro de la Cámara del Consejo, la espalda rígida mientras miraba a las tres ancianas que tenían los ojos puestos en ella.

    —Intentaremos no retenerte demasiado, protectora —dijo Katura, el envejecido pero amable rostro asaltado por la preocupación—. Abundan los rumores sobre nuestros misteriosos visitantes, y nuestra gente espera que nosotras les demos respuestas.

    —Así es —dijo Eloni, con el cabello negro tan largo y elegante como siempre—. Aunque me alegra que hayamos podido salvarle la vida a la mujer, ella y su hija no podrían haber llegado en un peor momento. Gracias a Susarra, los ánimos llevan caldeándose desde la marcha de Vaxi. Tenemos que hablar con una sola voz si queremos calmar el malestar provocado por la ex consejera.

    Kelia sintió que se le encogía el estómago al oír el nombre de Vaxi. A pesar de sus esfuerzos por liberar a la joven cazadora de la tiranía de su estricta abuela Susarra, al final había fracasado. Hacía tan solo cuatro días, la visión que había llevado a Kelia a las Montañas Kaberianas le había dado a Susarra la oportunidad perfecta para enviar a Vaxi a un Viaje sin el permiso de la protectora. En aquel momento no podían hacer nada por la joven y Kelia solo podía rezar para que Vaxi no sufriese ningún daño.

    —Consejeras —dijo Kelia dirigiéndose al triunvirato—. Os pido perdón por ocultaros secretos. No os dije nada sobre mi relación con Maeve porque pensaba que Arantha no había tenido nada que ver con ella. Cuando me separé de Maeve, pensaba que nunca más volvería a verla. El giro de los acontecimientos de anoche me ha sorprendido tanto como a vosotras.

    —Dejemos este tema a un lado por el momento —dijo Liana. Aunque la tía de Kelia solo llevaba dos días en el Consejo (un reemplazo necesario tras el descubrimiento de la desobediencia de Susarra) se había metido en el papel tan fácilmente como llevaba su túnica blanca—. En su lugar, centrémonos en las circunstancias que te llevaron a tener una Unión con una mujer del Firmamento.

    —Todo ocurrió en un momento de debilidad —confesó Kelia, tocando distraídamente con los dedos el trozo de metal que había en el colgante que llevaba puesto. Sin nada destacable y de forma esférica, el metal había sido un regalo de su madre justo antes de su muerte, por lo que Kelia lo había unido al colgante que Nyla le había fabricado hacía varios años—. Estaba agotada de mi viaje a través del desierto. Mi primer encuentro con Maeve precipitó el uso de mis habilidades, lo cual hizo que consumiese la poca energía que me quedaba. Estaba a merced de Maeve. Podría haberme matado si así lo hubiera querido, pero en su lugar corrió a ayudarme. Aunque no hablábamos el mismo idioma, supe enseguida que no era mi enemiga. Su mirada no reflejaba malevolencia, tan solo tristeza. —Kelia respiró profundamente y miró hacia el suelo mientras rememoraba la escena—. Hay algo en ella, consejeras, algo que no sé si puedo explicar. Antes incluso de que comenzase mi viaje hacia las montañas, Arantha me mostró visiones de Maeve. Me sentí... atraída hacia ella. Como si nuestro encuentro estuviera predestinado por Arantha y ella me estuviese guiando.

    Katura levantó unos dedos huesudos para cubrirse la boca.

    —En la cueva la mujer habló nuestro idioma. ¿Es esto también una consecuencia de la Unión?

    —Así es —asintió Kelia—. Por lo que sé, aunque ella y su hijo hablan en su idioma natal, nosotras podemos oírles hablar en elystrano. Y a su vez, ellos nos entienden a nosotras.

    —Increíble —dijo Eloni—. Alabada sea Arantha por un don como este.

    —Hay otra cosa más de la que debo informaros. En el momento de nuestra Unión, descubrí que Maeve ya había desarrollado el uso del Poder.

    Las tres consejeras abrieron los ojos como platos y Eloni soltó un grito de asombro.

    —Gran Arantha —susurró Liana.

    Kelia continuó.

    —Sus habilidades curativas se manifestaron incluso antes de encontrar la Piedra. Cuando vi a Maeve en la visión, tenía la espalda llena de enormes y profundas cicatrices. Sin embargo, debido a la influencia de la Piedra, esas cicatrices ya no están ahí. Con mi ayuda, Maeve descubrió que podía curar a otros también. —Kelia se subió la manga de la túnica y mostró el antebrazo en el que el disparo de Maeve le había herido. Tan solo había una diminuta marca en el lugar donde antes estaba la herida de bala—. Poco después descubrimos que Maeve podía hablar con los animales. Fue capaz de darle una orden a mi chava sin nada más que una simple palabra y un gesto. —Kelia recordó el momento en el que su gigantesca montura, con la que se había pasado varios años formando una relación, la ignoró por completo y se dirigió directamente hacia Maeve—. También me dijo que usó esta habilidad para apaciguar a una manada de lyraxes varias noches antes. —Kelia hizo una pausa y examinó las caras del Consejo—. Pero lo más sorprendente fue cuando encontramos la Piedra. Intenté usar mi dominio del aire para levitar y, justo cuando empecé a notar que me fallaban las fuerzas, Maeve... me reforzó. De alguna forma, añadió su fuerza a la mía. Flotamos en el aire como si fuéramos pájaros. —Kelia sonrió al acordarse de la escena—. Fue el momento más exhilarante de mi vida.

    Por supuesto, a eso le siguió un breve pero apasionado beso entre ella y Maeve, pero no vio necesario informar al Consejo de ello.

    —Es simplemente increíble —dijo Liana— que Arantha le otorgue tales habilidades a una mujer que no es de nuestro mundo.

    —Sí —dijo Kelia. Una mirada triste le atravesó el rostro—. Sin embargo, no debemos caer en la trampa de pensar que sabemos los deseos de Arantha. Y como os he dicho, Maeve tiene asuntos de vital importancia que tratar con nosotras cuando esté recuperada. En el breve momento de lucidez antes de que el sueño le abrumara, Maeve me dijo que había mucho más en juego que el futuro de Elystra. No sé a qué se refería ni qué nos deparará el futuro.

    Eso era mentira. Kelia sabía exactamente lo que les esperaba. Lo había visto en las tres últimas consultas. Siempre veía las mismas imágenes horribles.

    El bosque cercano en llamas.

    Los cultivos de las ixtrayu hechos cenizas.

    Los cadáveres humeantes y calcinados de sus hermanas desperdigados por el suelo.

    «Si este es nuestro futuro, ¿por qué me atormenta tanto Arantha?», pensó Kelia. «¿Lo hará para que encontremos la forma de evitar un destino así? ¿O es que realmente estamos condenadas a morir hagamos lo que hagamos?».

    CAPÍTULO TRES

    Un torrente de agua despertó a Rahne. La sombra del «Árbol de la Justicia» le protegía del calor del sol, pero unas horas atrás había caído rendido de agotamiento y se había sumido en un sueño irregular. 

    Sacudió la cabeza de un lado a otro para quitarse de los ojos varios mechones de pelo negro y, tras mirar de reojo hacia arriba, descubrió que Sekker le estaba lanzando una mirada maliciosa repleta de rabia.

    Sekker era con mucha diferencia el hombre más gordo que Rahne había visto nunca. Era cruel, entrometido y se daba aires de importancia. Además, le encantaba alardear de ser un primo lejano del rey Morix. Rahne pensaba que el parentesco debía ser realmente lejano, dado que Sekker había recibido el título de magistrado supremo de una aldea tan diminuta e insignificante como Larth, donde el aire olía siempre a pescado y nunca ocurría nada importante.

    —Arriba, ladrón. —Una horrible sonrisa se dibujó en el rostro de Sekker.

    Mientras Rahne intentaba sentarse apoyando la espalda contra el árbol al que había estado encadenado todo el día anterior, le empezaron a doler todos los músculos. Todos los habitantes de Larth conocían aquel árbol, el más alto de la zona. Estaba situado en el centro de una enorme pradera que había a unos ocho metros al este de la aldea y servía de lugar de castigo para las víctimas de los caprichos del magistrado, a las cuales se les encadenaba (a veces durante días) sin comida y a pocos metros del más cercano de los pozos rebosantes de agua fresca.

    Con gran esfuerzo, Rahne plantó las botas con fuerza en la suave hierba, se puso de pie y, dado que ya estaba completamente despierto, le dijo al magistrado:

    —Como ya te dije ayer durante esa farsa a la que llamas juicio, no soy un ladrón. Ese bote me pertenece.

    —Ya no —replicó Sekker, lanzando el cubo vacío que había en el suelo junto al pozo—. Tu bote, o mejor dicho, el de tu padre, pasó a ser posesión de la corona tras su muerte.

    Rahne flexionó el cuerpo, pero apenas pudo mover los brazos, dado que los tenía extendidos sobre la corteza del árbol.

    —¡Eso es mentira! ¡Mi abuelo construyó ese bote con sus propias manos! ¡Después se lo pasó a mi padre y, como soy su único pariente vivo, ahora me pertenece a mí! ¡Eso es lo que dice la ley!

    Sekker soltó una risita, la voluminosa barriga agitándose.

    —Ayer ya hablamos de esto. Por supuesto, estuviste semiinconsciente durante casi todo el juicio, por lo que no me extraña que lo hayas olvidado.

    Rahne se acordó de que uno de los guardias locales le había golpeado la cabeza mientras se dirigía a la oficina de Sekker como castigo por haber insultado el cuestionable linaje del magistrado.

    —¿De qué hablas?

    Sekker se inclinó hacia adelante y se dirigió a Rahne como si estuviera hablándole a un niño travieso.

    —La ley establece que solo se puede transferir una propiedad a un familiar si este ha alcanzado los diecinueve años de edad. Tú mismo admitiste que tienes dieciocho.

    —En diez días cumpliré diecinueve años.

    —No importa. Ahora mismo tienes dieciocho.

    —Vale —dijo Rahne con los dientes apretados—. Suéltame y en diez días reclamaré la posesión del bote.

    —Las cosas no funcionan así, chico —dijo Sekker, golpeando los talones de Rahne con la punta de las botas no para hacerle daño, sino para fastidiarle—. Tu padre murió con varias deudas, por si lo no sabías, y deben saldarse de alguna forma ahora que ha viajado al Gran Velo.

    —¿Qué deudas? —preguntó Rahne—. Siempre pagaba los impuestos de pesca. Era demasiado dinero, pero aun así lo pagaba. Apenas nos quedaba algo para sobrevivir.

    —Ah, pero tu padre atracó su bote en un muelle público. Hace poco promulgué una ley sobre el pago de impuestos portuarios, pero desde entonces parece que tu padre no le pagó nada al capitán de puerto.

    Una creciente sensación de impotencia se adueñó de Rahne.

    —¿Cuánto debía? ¡Deja que al menos pague las deudas!

    —Me temo que ya es tarde para eso. Ese bote es la posesión más valiosa de tu padre, y ya la he vendido. Tan solo sirvió para pagar la mitad de las deudas.

    Rahne sintió que se le revolvía el estómago.

    —Braga rastrero...

    En el rostro de Sekker se trazó una sonrisa maliciosa.

    —Si quieres puedes viajar a Talcris y mostrar tu desacuerdo ante el rey. Ah, espera, que no puedes. —Se volvió a reír.

    Hacía catorce días, un capitán barjano llamado Elzor había asediado la capital, Agrus, con su ejército de seiscientos elzorath. La noticia tardó varios días en llegar a Larth, la población más meridional de la región. En las tabernas locales se contaban historias de cómo Elzaria, la hermana melliza de Elzor, había decimado por sí misma el ejército agrusiano. Era una Portadora, la primera mujer de la historia de Elystra capaz de controlar el Poder de Arantha.

    Rahne apenas se podía creer la historia de cómo Elzaria había disparado rayos con las manos para matar o herir a más de dos tercios de los soldados de Agrus, facilitando así la victoria de los hombres de Elzor. El rey Morix, toda la familia real y la mayoría de los nobles murieron en cuestión de días. Todos pensaban que Elzor enviaría a alguien a Larth para solicitar un tributo de lealtad, pero aún no había venido nadie.

    —El pequeño tamaño de Larth hace a esta aldea insignificante para el pernicioso niñato que se atreve a llamarse señor de Agrus. Y dado que soy el único ciudadano de Larth con sangre real, puedo modificar la ley a mi antojo. Esto nos lleva a tu... situación actual. —Sekker se rio—. Mañana te soltaré y estarás bajo la custodia de un pescadero local. Trabajarás para él hasta que se hayan saldado las deudas de tu familia.

    —¿Te refieres a Joor?

    —Ah, ¿lo conoces?

    —Un poco —dijo Rahne con el ceño fruncido.

    —Bien. No creo que tengas mucho tiempo libre mientras trabajas en su tienda. Ni comida. Y yo que tú dormiría con un ojo abierto. —Sekker arqueó unas cejas pobladas y su enorme barriga pareció expandirse todavía más tras haber salido victorioso.

    Un ligero sonido procedente del camino que llevaba al norte y al interior de la región captó la atención de Rahne. Sekker todavía no había oído nada, dado que se estaba riendo a carcajadas.

    Varios hombres montados en merychs aparecieron a través de una arboleda. Mientras Rahne miraba, apareció una procesión de centenares de hombres que se dirigían hacía donde estaba encadenado. Con un sobresalto, se dio cuenta de que el líder del ejército solo podía ser Elzor.

    Unos segundos después, Sekker también oyó el clamor y se giró para ver al ejército acercarse. Una expresión de terror se le dibujó en el rostro y empezó a andar a trompicones hacia el camino en el que estaba su carromato dirigido por merychs.

    Dos soldados enfundados con armaduras de alta calidad se separaron del resto, espolearon a sus merychs y recortaron la distancia entre la procesión y Sekker. Justo cuando el magistrado acababa de subirse al carromato para marcharse, dos hombres corpulentos empezaron a apuntarle con sus espadas.

    —Bájate —gruñó uno de ellos—. Ya.

    Aunque estaba a varios metros de distancia, Rahne vio que Sekker se ruborizaba. La puesta del sol hacía brillar el sudor que caía de la rolliza cara del magistrado. Sekker levantó las manos como muestra de rendición y bajó del carromato cautelosamente.

    Durante un minuto, nadie movió ni un músculo, como si fuesen piezas en un tablero. Al final el resto de la procesión les alcanzó y Rahne pudo ver por primera vez al hombre que había invadido su patria mientras bajaba de su merych, una poderosa montura de piel negra y una crin igualmente impresionante. El hombre era alto, moreno y tenía una barba oscura. Su mirada era tan fría como la escarcha matutina y emanaba un aire autoritario y cruel.

    Justo a su lado se alzaba una hermosa mujer de cabello tan negro como un cuervo que llevaba un vestido negro y un cinturón de cuero en la cintura. Ella debía ser Elzaria, y si Rahne pensaba que la mirada de Elzor era gélida, al lado de la de Elzaria no era más que un sol ardiente. Rahne había visto peces con ojos más cálidos.

    Enseguida se preguntó si aquel sería el último amanecer que vería.

    CAPÍTULO CUATRO

    Con la espalda contra la pared de la Sala de Curación, Davin engulló lo que le quedaba de la comida. Había dudado un poco al ser la primera vez que probaba comida no sintetizada y extraterrestre, pero le sorprendió mucho el sabor de una carne que Sershi llamaba «filete de kova». Su textura sabrosa y exquisita le llenó la boca al darle un mordisco, y enseguida sintió que recuperaba fuerzas.

    «No me extraña que las ixtrayu sean tan fuertes si esto es lo que suelen comer. De todas formas, no habría estado mal echarle salsa barbacoa. Y quizá también algo de pimienta».

    Davin hizo el plato a un lado y le echó un vistazo al lugar. Situada a lo largo de la pared de la meseta, la Sala de Curación era muy espaciosa y parecía una sala de hospital de la Tierra. Había seis montones de pieles de animal colocados en el suelo, tres en un lado y tres en el otro. La sala no tenía ventanas, y las únicas fuentes de luz eran varias velas colocadas en lámparas que colgaban del techo y la luz del sol que se filtraba a través de la única puerta del lugar. Davin tuvo que admitir que el sitio estaba bastante limpio y que era relajante.

    Bajó las manos hasta la cintura y tocó varios tubos metálicos que le rodeaban el cuerpo como si fueran un cinturón. Pulsó un interruptor en uno de ellos y no obtuvo respuesta. Davin había utilizado a la vez los cuatro trasportadores que les quedaban para viajar instantáneamente desde el campamento de la Garra hasta la aldea de las ixtrayu. Se la había jugado mucho, pero en aquel momento tuvo que asumir el riesgo.

    Y había valido la pena. Su madre estaba viva.

    Pero los transportadores, por su parte, estaban tan muertos como los dinosaurios. Con otra Piedra no demasiado lejos, había sido un milagro que hubiesen llegado hasta allí. Fuera cual fuese la energía que desprendían las Piedras, hacía que la tecnología jegg (que formaba parte de los transportadores, aunque los habían construido manos humanas) dejase de funcionar.

    Davin se quitó de la cintura los transportadores y los puso en el suelo junto al plato vacío, los ojos centrados en las figuras que dormían. A pocos metros de distancia, su madre descansaba tranquilamente. Los cuidados diarios de Sershi desde que ella eliminó el veneno de hugar del cuerpo de Maeve habían tenido éxito y restaurado la movilidad de su madre hasta el punto de que ya podía alimentarse por sí misma. Sin embargo, Maeve todavía no se mantenía en pie y no podía dar más que unos pasos antes de caerse. Dado que ninguna ixtrayu había sobrevivido nunca a la mordedura de un hugar, no sabían cómo sería el proceso de recuperación.

    Davin se puso de pie, se estiró y se fue hacia el otro lado de la sala para echarle un ojo a otra persona que dormía, aunque se paró a medio camino. La niña, que Davin sabía que era Nyla, la hija de Kelia, también dormía tranquilamente, el cabello negro cubriéndole la cara. Gracias a las conversaciones entre Maeve y Kelia en las montañas, Davin sabía que Nyla era tan solo un año más pequeña que él y que ya tenía habilidades parecidas a las de su madre.

    «Seguro que debe ser genial ser una niña y tener esos poderes».

    Davin examinó el rostro de Nyla, o al menos lo poco que podía ver de él, y se imaginó unos ojos marrones y penetrantes detrás de los párpados cerrados. No pudo calcular la altura de Nyla, puesto que estaba cubierta de pieles, pero la comparó con Kelia, a quien se le parecía bastante.

    —Eh... ¿hola? —dijo una voz joven y suave desde la entrada.

    En la puerta había una joven que le miraba fijamente y que tenía la cabeza inclinada hacia un lado. Parecía tener la misma edad que Nyla. Era bastante alta, de piel muy morena, con ojos marrón oscuro y un cabello rizado, largo y de color marrón chocolate que le llegaba hasta más allá de los hombros. Estaba vestida con una ajustada túnica de cuero que mostraba unas largas piernas y unos músculos bien definidos en los brazos.

    Y por si aquello no fuese suficiente, la joven era hermosa. Antes de la invasión de los jegg, una chica con una cara así tendría a todos los chicos del colegio en el que estudiase detrás de ella y con la boca abierta.

    Davin y la chica se quedaron quietos y mirándose de arriba abajo.

    —Hola —dijo finalmente Davin, con un saludo amistoso.

    De repente Davin se dio cuenta de la ironía de la situación. Siempre se había considerado como una persona segura; cuando era un niño en la Tierra, había tenido muchos amigos, tanto chicos como chicas. Davin era la típica persona que hablaba y se llevaba bien con todo el mundo. Por supuesto, con el ataque de los jegg se escondió inmediatamente con sus padres y el resto del equipo. Tenía diez años cuando ocurrió aquello. Cuando se hizo lo bastante mayor para... apreciar a las chicas, estaba viviendo en una base oculta bajo las arenas del desierto del Sáhara. Las tres únicas mujeres que conocía y que había visto cada día durante los próximos cinco años habían sido Suri Patel (que estaba casada), Kacy Wheaterby (que era simpática y bastante guapa a pesar de estar cubierta de grasa casi siempre, pero a la que sus intentos tempranos de masculinidad le resultaban más divertidos que impresionantes) y su madre.

    Aquella era la primera chica de su edad que había visto en mucho tiempo. Una joven nativa de un planeta en el otro lado de la galaxia.

    Era el momento de causar una buena primera impresión.

    Y... nada.

    Y entonces se dio cuenta de algo: si la historia de Kelia sobre los Viajes era cierta, aquella chica nunca había salido de la aldea. Lo que significaba que él era el primer chico que ella había visto. En toda su vida.

    Y... seguía sin saber qué decir.

    «Estúpido cerebro».

    —¿Puedo entrar? —preguntó la chica, como si fuera Davin el que tuviera que concederle permiso para entrar a un lugar de su aldea. Al menos era amable.

    —Eh... claro —respondió Davin, haciéndole señales para que entrara.

    La chica dio varios pasos hacia adelante, moviendo la mirada de Davin a Nyla.

    —Me llamo Davin —dijo, preguntándose si ya sabría su nombre.

    —Y yo Sarja —respondió la chica.

    Intentando calmar los nervios, Davin le ofreció la mano a la chica. Sarja se la miró durante unos segundos y luego volvió a centrarse la mirada en Davin.

    —Vaya, lo siento —dijo Davin—. En mi mundo nos saludamos con un apretón de manos.

    Sarja asintió y extendió la mano. Davin le cogió la mano con nervios, se la estrechó amablemente y sonrió.

    —Es un placer conocerte, Sarja —dijo.

    —Lo mismo digo, Davin. —Sarja sonrió y Davin pudo ver que  empezó a relajarse un poco.

    —Pensaba que nadie más podía entrar aquí —dijo Davin—. Salvo Kelia y el Consejo. Y Runa.

    Sarja abrió los ojos como platos.

    —¿Has hablado con mi madre?

    —¿Runa es tu...? —Davin miró a Sarja y enseguida vio el parecido. Runa había sido quien había llevado el cuerpo de Maeve a la cueva que albergaba la Piedra de las ixtrayu, dado que Davin no tenía la fuerza necesaria para hacerlo—. Bueno, no hemos «hablado» mucho. Ella ya estaba aquí cuando llegamos. —Sonrió—. Debe ser la mujer más fuerte que he visto nunca. Y la más alta.

    Sarja volvió a inclinar la cabeza.

    —¿No tenéis gente alta en el Firmamento?

    —Claro —dijo Davin—. Incluso he oído hablar de un mundo cuyos habitantes miden cuatro metros, pero no tengo ni idea de si es cierto o no.

    —Eso es... interesante —comentó Sarja.

    Como si se hubiera quedado sin palabras, Sarja se dio la vuelta y se sentó en el suelo junto a Nyla y le cogió la mano.

    Davin le echó un vistazo a su madre, que seguía sin moverse, antes de sentarse junto a la pared que había al lado de la cama de Nyla.

    —¿Te importa si me siento aquí?

    —No —respondió Sarja, sin mirar hacia arriba—. ¿Llevas aquí desde que tu madre se curó?

    —Prácticamente. Kelia dijo que sería mejor que me quedase aquí dentro por ahora. —Davin volvió a mirar a su madre—. Tampoco es que me fuese a marchar aunque pudiese. No me iré hasta que mi madre esté recuperada.

    Sarja miró por encima del hombre.

    —¿Qué tal está?

    —Va mejorando. Las sanadoras piensan que podrá salir de aquí en uno o dos días.

    Sarja sonrió.

    —Qué bien. Muchas de mis hermanas tienen muchas ganas de conocerla.

    —Me lo imagino.

    —Yo estaba en esta sala cuando... eh... llegasteis. Desde entonces vengo aquí siempre desde que esto ocurrió —dijo Sarja, señalando a Nyla con la cabeza.

    —¿Qué le ha pasado?

    Sarja suspiró y miró a Davin.

    —Cuando la protectora volvió

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1