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Cartas entre un idolatra y un hereje
Cartas entre un idolatra y un hereje
Cartas entre un idolatra y un hereje
Libro electrónico228 páginas4 horas

Cartas entre un idolatra y un hereje

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En estas amenas cartas, Joaquín García Huidobro y Manfred Svensson se hacen cargo de los tremendos cambios culturales de las últimas décadas, que desafían por igual a cristianos de distintas confesiones.
En sus escritos se respira el intento por actuar sobre la base de lo que todavía se tiene en común. Pero los autores toman en serio también las diferencias en lo que creen y dedican misivas enteras a revivir las antiguas querellas entre sus iglesias. Ellos cuestionan, defienden, desmienten y aclaran, pero siempre en el marco de una amistad atravesada por el gusto por la política y la filosofía, por la cultura y la historia del cristianismo. En ese contexto, la polémica es solo un momento de la exploración conjunta de la verdad.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones UC
Fecha de lanzamiento11 oct 2017
ISBN9789561421561
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    Cartas entre un idolatra y un hereje - Joaquín Garcia Huidobro; Manfred Svensson

    Gumucio

    Cartas

    Dime con quién andas…

    Sumario: Mensaje de ultratumba. Protestantes, suicidas y judíos. Obrero de la Ilustración. Tan cerca y tan lejos. Creencias robustas.

    Santiago, 28 de septiembre de 2014

    Querido Joaquín:

    No te imaginas desde dónde te escribo: el patio de los disidentes en el Cementerio General. Había querido venir algunas veces antes, y no resistí hacerlo tras leer ¿Qué hacer con Dios en la República? de Sol Serrano¹. Pensé que no estaría mal escribirte una carta desde acá –y justo la semana que estás en Roma, en algo para mí tan extraño como una canonización–, en lugar de nuestros regulares correos de una oficina a la de al lado. Este es un buen lugar para sentarse a pensar respecto de cómo han cambiado las cosas en Chile durante los últimos 150 años en la relación entre distintas tradiciones cristianas. Cuando se levantó este patio, la Iglesia católica habría pedido (no lo sé, en alguna parte lo leí) que un muro de varios metros separara los cuerpos de sus fieles de los que fueran enterrados ahí. Hoy, por lo que a muros se refiere, a ti y a mí nos separan literalmente unos tabiques.

    Si alguna vez vienes (o si ya has venido), te vas a encontrar con tumbas como la de José Manuel Ibáñez Guzmán (el seminario presbiteriano lleva hoy su nombre). Una placa lo conmemora como obrero de la Ilustración a la vez que como puro y abnegado cristiano. Esas líneas son un elocuente retrato de la época. No es un patio de protestantes, sino que es compartido por suicidas y judíos; y no solo es compartir el espacio físico, a veces también las convicciones: varios de los protestantes enterrados eran también masones. Por supuesto que, al otro lado del muro, en el resto del cementerio, la cosa no era tampoco nada uniforme: también ahí hay unos cuantos que podrían tener en su inscripción abnegado católico y obrero de la Ilustración. Hoy no hay por qué estar entre los que desprecian la Ilustración para ver esas síntesis del cristianismo con otras ideas con alguna sorpresa o distancia. No sé cómo lo verás tú. En mi caso, cuando veo esas tumbas y leo sobre esos personajes, no es consternación lo que me produce (a muchos creo que sí les produce ese tipo de sensación, preferirían poder mirar hacia atrás a un pasado impoluto). Entiendo que las encrucijadas ante las que estaban muchas veces los llevaron a adoptar posiciones que hoy nos parecen algo singulares. Eso no implica justificar cualquier cosa por el escenario complejo que estos hombres enfrentaron. Pero sí les hubiera deseado tener más alternativas a la mano. Que los protestantes, por ejemplo, no tuvieran que entrar en dudosas alianzas para salir de la marginalidad. En general pienso que hay pocos proverbios tan falsos como dime con quién andas y te diré quién eres. Pero si no se reflexiona bien sobre los modos del andar con otros, ese andar bien puede llevar al punto de la fusión entre convicciones que en realidad son profundamente antitéticas. Algo de eso pasaba a nuestro lado del muro.

    Pero es un mundo distinto al de hoy, obviamente, un mundo que nos ha acercado. Nos ha acercado a veces por el tipo de obstáculos que enfrentamos. No hay que ser melodramático y hablar de persecución (es una vergüenza si uno piensa en los lugares donde los cristianos padecen efectiva persecución; ¿y cómo sobrellevarán una persecución, cabe además preguntarse, los que ante la menor oposición ya se andan quejando?). Por lo pronto, no nos van a mandar a ningún patio separado del resto de los vivos o muertos. Pero si se trata de disidencia, creo que sí se puede decir que nos estamos lentamente volviendo juntos –católicos y evangélicos– disidentes respecto de la cultura dominante. La cuestión es en qué medida conviene que enfrentemos unidos los desafíos que eso trae consigo.

    Tal vez la mirada afectuosa pero un poco escéptica respecto de lo que hayan hecho los que por lado y lado nos precedieron en el siglo XIX pueda servirnos de orientación: si un protestante dice que hoy tenemos que unirnos con los católicos para enfrentar el secularismo, entiendo aquello que lo mueve, pero miraría esa unión con el mismo escepticismo con que miro a quienes en su momento se identificaron con la masonería para enfrentar al catolicismo. Entiéndeme bien: no estoy equiparando la distancia respecto de unos y otros; lo que me preocupa es la mentalidad de quienes se unen de modo táctico contra otro; ayer contra los católicos, hoy contra los secularistas (a falta de un mejor término para la infinidad de cosas en las que estoy pensando). El resultado no es solo una pobre unidad negativa, sino que además suele implicar una minimización de problemas o diferencias que en realidad son grandes. Eran grandes las diferencias de los protestantes con los masones, y no había que ignorarlo, como tampoco tenemos que ignorar aquellas que hoy nos separan a nosotros.

    En ese sentido tengo que decir que, si tuviera que medirlo emocionalmente, hay días que me siento uno con mis amigos católicos, y días en que la balanza se inclina en dirección opuesta. Pienso en muchas cosas, pero baste con pensar en la Procesión de la Virgen del Carmen que tiene lugar precisamente hoy. Veo eso y me siento más cerca de Kant. Pero después leo el escrito del mismo sobre la religión… y vuelvo a sentirme más cerca de ustedes. Creo que podemos trabajar juntos reconociendo y afirmando esas diferencias. De hecho, creo que con eso se puede dar a quienes están fuera y dentro del cristianismo una modesta ilustración respecto de cómo las creencias robustas no tienen por qué ser obstáculo para la convivencia pacífica, para la colaboración en algunas cosas, y para la afirmación tanto de lo que une como de lo que separa (y no por el valor de la diferencia, sino precisamente porque nos preocupa la verdad). Articulando bien algo así presiento que podría efectivamente ofrecerse a nuestro entorno más alternativas que las que tuvieron a la mano nuestros antecesores. En fin; hemos hablado muchísimas veces de estas cosas, pero me pareció una buena ocasión para intentar ordenarlas por escrito.

    Te mando un saludo y nos vemos en unos días más,

    Manfred.


    1 Serrano, S. (2008). ¿Qué hacer con Dios en la República? Política y secularización en Chile (1845-1885). Santiago: Fondo de Cultura Económica.

    Los compañeros dependen de los adversarios

    Sumario: Lecciones de Narnia. Se muere como se ha vivido. Los cuerpos de los mártires. Los compañeros de viaje. El Papa sin la DC. Nostalgia de Uribe. La diversidad buena y la mala.

    En vuelo, sobre el Atlántico, 29 de septiembre de 2014

    Querido Manfred:

    He recibido cartas desde lugares muy diversos a lo largo de mis 55 años de vida, pero nunca me habían hecho el honor de escribirme desde un cementerio. Es casi como recibir una carta desde la otra vida, lo que resulta muy interesante porque la posibilidad de mantener un diálogo de ultratumba da una perspectiva mucho más exacta de las cosas.

    No conozco el patio de disidentes del Cementerio General. Solo he visitado (muchas veces) el de Valparaíso, que es muy bonito y me hace pensar en la contribución que han prestado al país todas esas personas que vienen de mundos diferentes al mío. Por muy altos que hayan debido ser los muros decimonónicos para separar los cadáveres de los católicos de aquellos que han pertenecido a protestantes, judíos o suicidas, ningún muro humano es capaz de separar lo que Dios une en la otra vida o mantener unido aquello que Él ha separado. En el último volumen de las Crónicas de Narnia, de C. S. Lewis (La última batalla), los narnianos están luchando contra los habitantes de Calormen. Estos últimos son los malos, que adoran a un dios falso y cruel. Es la batalla final, donde los buenos pierden (al menos sobre esta tierra). Ahora bien, junto con los niños que son los héroes de la historia, muere también un enemigo de ellos, Emeth, cuya descripción se asemeja mucho a nuestra representación de un guerrero musulmán del medievo. Un instante después, ese hombre que adoraba a Tash y luchaba contra Aslan se encuentra con la mayor sorpresa imaginable, porque el propio Aslan lo acoge y lo recibe en la tierra prometida. Sabemos que, a diferencia de Tolkien, a Lewis le gustaban las alegorías. No será esa la primera vez en que alguien muere como musulmán o como lo que sea, y que resucita como cristiano. Parafraseando la Escritura podríamos decir: vuestros muros no son mis muros, ni mis cementerios los vuestros². ¿Cuánta vigencia pueden tener en la otra vida las regulaciones humanas de los camposantos?

    En todo caso, en esa antigua costumbre de establecer cementerios propios hay algo de verdad, una verdad muy profunda: se muere como se ha vivido. Nuestros cementerios actuales, en cambio, pretenden declarar irrelevante a la muerte, y la ocultan bajo la apariencia de un campo de golf; son igualitarios como la nada puede ser igualitaria. En cambio, la usanza antigua, con todos sus abusos y exageraciones, tenía la ventaja de tomarse en serio las discrepancias. La convicción religiosa marcaba la vida y también la muerte. Si no habíamos vivido juntos, pensaban, pues nos separaban convicciones irreductibles, ¿cómo íbamos a compartir la misma tierra de muertos? El desafío para nosotros es suprimir esos muros de antaño sin minimizar las diferencias. Siempre he pensado que quienes dicen que todas las religiones dan lo mismo en realidad lo que sostienen es que todas las religiones " les dan lo mismo". Es decir, las declaran irrelevantes.

    Con todo, no todas las diferencias son tan grandes como las entendían nuestros antepasados. Pongo un ejemplo pequeño, que en ningún caso está en el centro de la doctrina católica. Para ti una canonización es algo muy extraño, pero en la Iglesia primitiva los cuerpos de los mártires eran tratados de una manera muy particular, pues sobre ellos se ponía el altar para celebrar el culto. Ese trato tan especial se debe a una convicción acerca del destino eterno de esa persona que ha dado su vida por Cristo. Se trataba, en efecto, de personas que, sin lugar a dudas, habían llegado a la meta y por eso su cuerpo era tratado con un respeto particular (lo que, a su vez, nos dice mucho acerca de la valoración de la corporalidad que está detrás del cristianismo: si trata a esos restos con tanta reverencia, quiere decir que tiene una consideración muy positiva de la materia). Aquí no deberíamos tener grandes diferencias. Sin embargo, las cosas se complican cuando se trata de casos menos claros que el proporcionado por los mártires, que han dado una prueba de fe y amor en el instante mismo de su muerte. El amor a Dios no es patrimonio de quienes, de hecho, han muerto por Él. Son muchos los que a lo largo de su vida han seguido fielmente su voluntad y lo aman por sobre todas las cosas, es decir, que han correspondido a los impulsos de la gracia (Dios obra en nosotros el querer y el obrar)³. Pero aquí no tenemos la misma certeza que en el caso de los mártires, por lo que solo tenemos dos caminos para poder reconocer que efectivamente han llegado a la meta: la convicción universal del pueblo cristiano, que no puede fallar, o una especial intervención de la autoridad de la Iglesia. En esa línea discurren las canonizaciones.

    Del resto de las diferencias hablaré más adelante. En este momento me interesa centrarme en el tema de los aliados de circunstancia, que tú ilustras con la cercanía de muchos protestantes a la masonería durante el siglo XIX, lo que visto con nuestros ojos parece un gran disparate, que solo se entiende si acudimos a razones históricas. Es un problema que muchas veces se ha presentado a los cristianos: el de los compañeros de viaje, que en buena medida está determinado por los adversarios que se tengan en cada época de la historia. El caso más dramático fue el de los cristianos que en la década de los sesenta y setenta se unieron al marxismo, pero no es el único. Por la parte católica, me parece que el más típico fue la confusión de la causa católica (detesto la expresión) con la del Partido Conservador. En una época de querellas religiosas y en medio de un embate secularista, resultaba muy cómodo para la Iglesia católica tener un partido que la defendiera en la arena política, pero los costos fueron enormes. No estoy hablando de cosas de hace muchos siglos, sino relativamente recientes. He oído que cuando Juan Pablo II asumió el pontificado le preguntaron por la forma que iban a revestir las reuniones semanales que el Papa mantenía con la plana mayor de la Democracia Cristiana italiana. Por supuesto que el nuevo Papa no tenía ningún interés en mantener esa costumbre clerical: los problemas de la política italiana eran de los italianos, no del Papa. La DC italiana no es, estrictamente hablando, un partido conservador, pero heredó de esos partidos casi todas sus deficiencias históricas.

    En el caso de la vinculación de la Iglesia con el Partido Conservador, una consecuencia inesperada fue que en Chile, como en muchos otros países, hoy tenemos muy pocos católicos practicantes que sean de izquierda, lo que es una pena tanto para la Iglesia como para la izquierda misma. Esto no significa que la gente de izquierda sea necesariamente anticristiana o anticatólica, pueden tener incluso simpatía y participar de un vago humanismo cristiano, pero casos como el de Armando Uribe⁴, (es decir, de un hombre profundamente católico y con un compromiso de izquierda muy radical) constituyen, qué duda cabe, una excepción. Ya lo advertía hace un par de siglos Tocqueville: la alianza entre trono y altar tiene por consecuencia que el que quiera derribar el trono termine destruyendo también el altar⁵. En este caso no se trata necesariamente de una destrucción, como sucedió en la Revolución Francesa y en otras revoluciones, pero sí de un alejamiento. No hay que perder de vista que, en Chile, la vinculación entre parte de la jerarquía eclesiástica y la izquierda entre 1973 y 1989 tuvo tan solo un carácter táctico: la necesidad de defender ciertos derechos que estaban amenazados. De ahí se derivó una simpatía y un agradecimiento ante figuras como el Cardenal Silva Henríquez, pero no tuvo consecuencias en cuanto a que los políticos de izquierda tuvieran un acercamiento personal profundo al cristianismo, en cualquiera de sus vertientes.

    Coincido contigo en que el acercamiento meramente táctico entre los cristianos de diversas denominaciones para hacer frente a la amenaza secularista es una manera muy pobre de entender el ecumenismo. Con todo, tiene, al menos, la ventaja de permitir un acercamiento personal, y superar algunas reticencias históricas que son absurdas. Que hay diferencias profundas, no lo dudo, pero no siempre están donde se piensan. El otro día leía un texto donde un musulmán se defendía de la supuesta acusación que les hacemos los cristianos en orden a que ellos adoran la medialuna (por el hecho de que la empleen como distintivo). Dudo que haya habido algún cristiano medianamente informado a lo largo de la historia que haya pensado algo semejante. Algo parecido sucede con la acusación que históricamente nos hacían algunos evangélicos sobre que nosotros los católicos adoramos a la Virgen. Nuestras diferencias en estos temas son grandes y profundas, pero no están allí. Tampoco están en que los católicos hacemos procesiones (personalmente no me gustan, aunque reconozco su importancia) y ustedes los evangélicos no. Ya hablaremos de

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