Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Junto a Sandino
Junto a Sandino
Junto a Sandino
Libro electrónico378 páginas6 horas

Junto a Sandino

Calificación: 1 de 5 estrellas

1/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Gregorio Urbano Gilbert (1899-1970) quien también escribiera “Mi lucha contra el invasor yanqui de 1916”, fue uno de los aguerridos jóvenes extranjeros que de forma espontánea se unieron al Ejército Defensor de la Soberanía Nacional liderado por el General Sandino y cuya gesta constituye una de las primeras rebeldías contra-canónicas o contra-hegemónicas del siglo XX latinoamericano. Gilbert, en esta obra titulada “Junto a Sandino” y que hoy la Editorial Amerrisque lanza al público nicaragüense dentro de su «Colección Sandino», da a conocer una serie de experiencias y peripecias subsistidas dentro de la montaña nicaragüense, así como en lo que respecta a la odisea literalmente sufrida para llegar a Nicaragua. Esto porque Gilbert desde un principio nos narra hechos que demuestran cómo en las repúblicas bananas en pleno siglo XX los códigos inducían a la segregación más rancia o a la humillación más penosa, o bien articulaban formaciones discursivas intrincadas o prácticas económico-políticas hegemonizadas por el capitalismo de la época. Contra todo eso es que, precisamente surge la lucha de Sandino secundada por el mismo Gilbert. Esta es una obra de primera mano, una obra primaria en lo que respecta a veracidad, pues el escritor nos relata una serie de sucesos en los cuales se entrevé la naturalidad y el posicionamiento del autor-personaje en cuanto a su relación con el General. Es por ello que en estas páginas es posible leer los fracasos y las victorias de Gilbert, así como algunos diálogos de hombre a hombre de él con Sandino. Hay un estilo de narrar que solivianta las escenas y cuya urdimbre tensiona la resistencia militar cuando cuenta una de éstas y que a su vez cartografía la personalidad del General y de su gesta antiimperialista.

Carlos Midence.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 abr 2020
ISBN9780463569856
Junto a Sandino

Relacionado con Junto a Sandino

Libros electrónicos relacionados

Biografías históricas para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Junto a Sandino

Calificación: 1 de 5 estrellas
1/5

1 clasificación0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Junto a Sandino - Gregorio Urbano Gilbert

    Gregorio Urbano Gilbert

    JUNTO A SANDINO

    Reseña del escritor

    Gregorio Urbano Gilbert nació el 25 de mayo de 1899 en Puerto Plata, República Dominicana.

    Muy joven se trasladó a San Pedro de Macorís donde a los 17 años protagonizó un valiente episodio en el muelle de la ciudad al enfrentar solo y armado de un pequeño revólver a los invasores, hiriendo mortalmente a un oficial del Cuerpo de Infantería de la Marina de Estados Unidos de América.

    Recorrió el país unido a la guerrilla contra los invasores, finalmente fue apresado en Monte Cristi y condenado a muerte hasta su indulto en la Fortaleza Ozama el 2 de octubre d 1922.

    Después de viajar por Curazao y Cuba regresó a Santo Domingo en 1927: para esa época acompañó a su amigo Pedro Albizu Campos por toda la región del Este en campaña por la independencia de Puerto Rico.

    En 1928 marchó a Nicaragua para unirse al Ejército Libertador de Augusto César Sandino donde llegó a ocupar el rango de Segundo Ayudante del Comando Supremo en Campaña.

    A su regreso a la patria en 1929, se inicia la tiranía trujillista a la cual no se plegó. Para subsistir desempeño los más humildes oficios, fue vendedor ambulante de cigarrillos y caramelos, linotipista y cajista en varias imprentas, dependiente de panadería y así estudio en la Universidad de Santo Domingo (hoy Autónoma) en la que obtuvo el título de Licenciado en Filsofía en 1954 y Doctor en Filosofía y Letras en 1956. Murió el 20 de noviembre de 1970.

    En esta obra este humilde hijo del pueblo narra su gloriosa lucha junto al ejército de Sandino en las gestas por las selvas de Las Segovias combatiendo a los invasores yanquis.

    La Universidad Autónoma de Santo Domingo y su Editora publicaron en 1975 otra obra de Gregorio Urbano Gilbert con el título de «Mi lucha contra el invasor yanqui de 1916» que junto a esta nueva publicación llenan de orgullo y honra la bibliografía de la Universidad.

    Capítulo I: En Camino

    Tarde de calor del mes de agosto en San Pedro de Macorís. En un rato de ocio, Urbano se encontraba tendido sobre su cama y meditaba acerca de los sucesos de su vida pasada y se empeñaba en querer sondear los del porvenir. Y le vino el recuerdo de años pasados en que quiso ir a Nicaragua para juntarse con el general Augusto César Sandino y con este hombre combatir en defensa de la patria, que le es tan querida a tan glorioso guerrillero, sojuzgada por el poder militar de los Estados Unidos de Norte América, no pudiendo entonces realizar tan bello propósito, porque carecía de los fondos necesarios para costearse el viaje hasta los campos rebeldes de esa república centroamericana. Pero pudiendo ahora darle solución a su deseo, incorporándose de su lecho, se dirige a una mesa y escribió la siguiente.

    Carta a la opinión

    San Pedro de Macorís,

    24 de agosto de 1928

    Señor Director de la Opinión

    Santo Domingo

    Estimado señor director:

    Al salir del hospital San Antonio de esta ciudad, donde fuera con motivo de heridas sufridas en el mes de diciembre del año próximo pasado, el amigo Julio V. Arzeno en unión de otros amigos míos personales, concibieron la idea de dotarme de una imprenta, pero como ellos no tienen capital para llenar este fin, resolvieron emitir bonos para con su producido lograr el objetivo perseguido.

    Cuando se me puso en conocimiento la idea de mis amigos, me opuse en principio a ella, por temor a que no fuese viable, así como por la crítica adversa que pudieran tejer los mal intencionados. Al fin me convencieron y se inició el esfuerzo empezándose por esa ciudad capital, que respondió suficientemente. Los demás lugares donde se ha trabajado con el fin enunciado, los resultados han sido mediocres, limitándose las personas a ofrecer y a desear éxito. En tanto el tiempo pasa y como consecuencia disminuye el capital recogido.

    Por esa razón señor director, considero fracasado el propósito de dotárseme de una imprenta, aunque no participan de esa opinión los auspiciadores de la idea, pero como estoy resuelto a que ellos no sigan tocando más puertas que podrían permanecer cerradas e indiferentes, resolví pedirles la suspensión de las diligencias. Y que me entregaran el total colectado. No puedo con ello emprender aquí negocio alguno y ¡tampoco deberé sentarme a comérmelo! En un rincón de los países de la América Central, hay un grupo de varones encabezados por el admirado general Augusto Cesar Sandino luchando por una causa tan grande y noble como es la liberación de su tierra y yo he resuelto contribuir a esa causa con la suma la suma recolectada para mí, dando además a Nicaragua la contribución de mi esfuerzo personal que me asignará sitio entre Hombres y no entre los Eunucos que alimenta nuestra Patria.

    Al hacer la declaración que antecede, no me mueve el afán de pueril exhibicionismo puesto que todos han de saber que no soy a él aficionado sino al deseo de poner al buen entendimiento de los señores que de una manera u otra han contribuido a la realización del propósito original, que el dinero dado por ellos contribuirá al triunfo de la causa más santa y brava de que se tenga noticia la historia contemporánea. Y por eso, señor director, suplico cabida para estas líneas en las columnas de su leído diario, mientras queda de usted, su obsecuente, seguro servidor y amigo, G. U. Gilbert.

    "Nota de La Opinión: —Considerando nuestra alta sagrada devoción por la causa de la libertad de Nicaragua, el heroico G. U. Gilbert nos dirigió esta carta desde San Pedro de Macorís, cuando resolvió partir para Nicaragua. Más tarde, a invitación de agente nuestro vino a nuestras oficinas, y le entregamos entonces dos cartas de recomendación, una para el señor Froilán Turcios y otra para el general Augusto César Sandino, con quienes sostenemos habitual correspondencia en favor de la causa nicaragüense. Además, hicimos al héroe alguna ayuda material para su viaje y le obviamos dificultades. No queríamos revelar nada de esto al público para no crearle al héroe dificultades en su viaje, con las autoridades que encontrare en su ruta, parcializadas en favor de los invasores de Nicaragua, pero hemos tenido que romper nuestra consigna de silencio, debido a que toda la prensa de la ciudad ha publicado la noticia del viaje y el objeto que persigue el joven héroe. Si Gilbert logra incorporarse a las tropas de Sandino, la República Dominicana tendrá al fin su representación en aquellas gloriosas huestes libertadoras, y, de acuerdo con cartas nuestras que lleva actuará además como corresponsal especial de La Opinión para enviarnos frecuentes notas de la campaña. ¡Roguemos a Dios por el triunfo de nuestro joven héroe y por la santa causa de Nicaragua que con tanto ardor y patriotismo defiende el glorioso Sandino...!"

    Fue un pretexto

    Por lo que se puede apreciar en los párrafos que anteceden a la carta dirigida al director del diario La Opinión, así como en los párrafos de la misma carta, se deja ver claramente que lo que Urbano llamó fracaso de la colecta no fue más que un escape con miras a realizar el propósito que de viejo tenía en mente.

    Estimando que con el producto de los bonos hasta entonces colectado le alcanzaría para cubrir los gastos requeridos hasta alcanzar los campos de gloria de Nicaragua, y sin detenerse a meditar que ese dinero no era suyo, sino que tenía que devolverlo al año después de haberlo recibido lo solicita de los depositarios, obteniéndolo seguido. ¡Tal era su determinación de ir a descargar tan siquiera una mínima parte de su enorme carga de deseos que tiene de combatir a favor del sagrado derecho de la Libertad!

    Algunos, sujetos de por ahí, de esos que en ninguna parte faltan, al saber de la determinación de Urbano, se dieron a la tarea de decir y propagar que su acto no era otra cosa más que un hijo de la desesperación, como con igual tenor, fueron comentadas sus acciones anteriores. ¡Allá ellos, con sus sentires baratos...!

    No puede ser la desesperación lo que anima a Urbano a realizar esos actos porque los suyos han sido en sus mejores épocas de bienestar moral, espiritual y material si se quiere..., si no es que por la voz de desesperación se quiere decir, desesperación por realizarlos para aumentar él así su haber espiritual, porque entonces es en ellos que se encuentra en su pleno verdadero gozo, olvidado de todo lo que sea interés personal y de las calamidades que en consecuencia le acarrean.

    Cuando Urbano se disponía partir para Nicaragua, era viable la realización de la imprenta, ya que la ciudad capital, en donde únicamente se activó la venta de los bonos, contribuyó con mil pesos, aparte de doscientos pesos que, sin admitir bonos, de motu propio, el poeta y abogado don Enrique Henríquez, con suma complacencia regaló.

    El Ayuntamiento de San Pedro de Macorís, también espontáneamente donó para el fin señalado cien pesos, y de la misma manera algunos petromacorisanos contribuyeron con cantidades menores. En la ciudad de Santiago de los Caballeros y en la ciudad de La Romana, con solo tantearse el negocio se evidenció la buena disposición que había para contribuir a la realización del propósito ideado.

    Ningún otro punto se tocó

    Pero hay más: el Partido Nacionalista, bastante floreciente entonces, en su asamblea general, verificada en el mes de julio del año 1928 en la ciudad de San Felipe de Puerto Plata, también sin solicitárselo votó la suma de mil pesos para favorecer el caso de que nos estarnos ocupando. Igualmente el Ayuntamiento de la Romana dispuso para ese fin de cien pesos. Al ser presentado el interesado a don Juan Alejandro Ibarra por el profesor y poeta Rafael Emilio Sanabia con motivo de asunto de la imprenta, el señor Ibarra le ofreció regalarle la parte que como socio le pertenecía de las maquinarias y demás útiles tipográficos, o en defecto, su equivalente en efectivo, de la empresa editora en liquidación El Siglo. Y, el gobierno le hacía las más limpias ofertas, no realizándose ninguna de estas proposiciones que figuran en este párrafo, por causa de la premura con que el interesado se fue a cumplir con sus deseos.

    Ello es que teniendo en sus manos el dinero, seguidamente partió para la ciudad capital provisto de dos cartas que lo recomendaban con el general Sandino y el poeta Froilán Turcios, representante que era este último en América de la causa libertadora de Nicaragua, cartas libradas por el Presidente de la Junta del Partido Nacionalista de Puerto Rico en San Pedro de Macorís, don Félix Barbosa, puertorriqueño y patriota cabal.

    En la capital, reforzado Urbano con otras dos cartas de las mismas intenciones que las de Barbosa, libradas éstas por el director del diario La Opinión, don Álvaro Álvarez, al día siguiente, 25 del mes de agosto del año 1928, embarcó rumbo a Santiago de Cuba tomando pasaje en el vapor Guantánamo de la Naviera Cubana.

    En Santiago de Cuba

    En la capital de Oriente, la más extensa de las provincias cubanas, tropieza Urbano con la dificultad de no querérsele vender pasaje para la República de Honduras, punto este el de más fácil arribo al norte de Nicaragua, sitio por donde operaba el general Sandino. El mismo obstáculo encontró al querer ir a Costa Rica, a El Salvador, a Guatemala, y al averiguar la causa de las dificultades, se le dijo que las leyes de esas naciones cierran sus puertas a las personas de color, y al decir del gobierno mejicano de Obregón y de Calles, porque llevan la degeneración social y racial , aunque los comandantes de armas de los pueblos de las costas hondureñas tienen la facultad de otorgar permisos especiales a las personas de color ellos creyeren conveniente dejar entrar en Honduras. Por esta razón, se pidió por cable permiso de entrada para Urbano en la patria de Lempira, y el permiso le fue negado.

    Escarbando ideas el viajero, ya que está resuelto a ir en cualquier forma a combatir al yanqui en Nicaragua, se le ocurrió preguntarle a la agencia de la United Fruit Co., empresa bananera y naviera norteamericana con establecimientos en las Antillas, Centro y Suramérica, que si los criados negros podían acompañar a sus amos blancos en sus viajes a la América Central. La ocurrencia obedeció a que como su amigo don Manuel María Morillo, blanco como un alemán, atrevido en extremo y contrario a la política de abusos de los Estados Unidos contra los pueblos que le quedan al sur de su frontera, casos demostrados por este señor en el año 1916 cuando en ocasión de ser encargado de negocios de la República Dominicana por ante el gobierno de La Habana, al saber de la ocupación de su país por las fuerzas militares de los Estados Unidos, observó una actitud que lo colocó al nivel de los más grandes patriotas, quien tiempo después protegido por el presidente de México, General Álvaro Obregón, y junto con Pierre Hundicourt, de la República de Haití, se dirigió a Santiago de Chile en ocasión de celebrarse la V Conferencia Panamericana en esa capital, y denunció los atropellos cometidos por los Estados Unidos en los países bañados por el mar Caribe. Pues bien, encontrándose Morillo en Santiago de Cuba por este tiempo por causa de sus desacuerdos políticos con el gobierno dominicano del general Horacio Vázquez y, siendo simpatizador de la causa de Sandino y también de la idea de Urbano, dedicando su buen tiempo tratando de que éste la realizara, por eso fue que se le ocurrió a Urbano, que de ser posible, Morillo sacara pasaje para Honduras y él lo acompañaría de criado, pero la idea fracasó: Los criados negros no pueden acompañar a sus amos en sus viajes de inmigración a Centroamérica, dijeron en la agencia de la United Fruit Co. en Santiago de Cuba.

    Nuevos cálculos de Urbano y nuevas preguntas en las que indaga si alrededor de esos países no hay una piedra, un rincón o un basurero donde no se tenga escrúpulos por el negro y por lo tanto lo admitan y los navieros le responden que únicamente está el país británico de Honduras, donde son admitidos los hombres de color.

    Con este informe y con el de que los barcos de la United Fruit Co. o Flota Blanca, en su ruta tocan primeramente en Honduras antes que en Honduras británica, pensando que poniendo en juego alguna astucia, acción que considera justificada dado el caso que persigue, podría llegar a Honduras, a pesar de los obstáculos que se le presentan. Y confiado en su estrella en lo que resultare, Urbano tomó pasaje para Belice, la capital del país británico de Honduras en el vapor Tivives de la Flota Banca el día 7 del mes de septiembre, recibiendo por último de Morillo sendas cartas de presentación por ante los señores don Joaquín Bonilla y don Alfredo Guillermo Zelaya, residentes en Tegucigalpa, la capital de Honduras.

    Al día siguiente atracaba la nave en uno de los muelles del puerto de Kingston, capital de la isla británica de Jamaica, y desde ahí, con dos días más de marcha, al atardecer, arriba el Tivives a Puerto Castilla, en el departamento de Colón. Era domingo y poco el movimiento en el poblado, el que se anima por los trabajadores de sus extensas plantaciones bananeras.

    En tierras de Honduras

    Desde a bordo, el aventurero atisba la posición del pueblo y de sus movimientos, y cuando creyó que había bien calculado su plan, va a su cámara, llena sus bolsillos de los papeles más importantes para su caso, sin importársele un comino el equipaje que dejaba a bordo, bajó la escala del barco, penetró en la población, y como si se hubiera tratado de un viejo poblador del lugar, recorría sus calles y ya se encaminaba a pie por una vía férrea hacia la capital del departamento que se divisa al otro lado del puerto, cuando tuvo que volver, pero en la comandancia de armas, entendiéndose con el Comandante, obtuvo el permiso de permanecer en el país.

    Volvió Urbano al Tivives en procura de su equipaje y al regresar se alojó en una posada en la que no le fue posible dormir porque encontrándose los setos que encerraban la habitación incompletos por sus partes de arriba sin un cielo raso que completara el encierro, un sujeto se pasó una parte de la noche encaramado en uno de ellos, tal vez acechándole el sueño con intención de robarle, y no queriendo el forastero dar alarma alguna, pasó en vigilia toda la noche. Al otro día temprano se dirigió por ferrocarril a la ciudad cabecera del departamento. De aquí por noche embarcó en una lancha gasolinera rumbo a La Ceiba. Al siguiente día siendo martes, continuó su recorrido en ferrocarril hasta Tela, siguiendo a San Pedro Sula. Remontó en un bote la corriente del río Ulúa, siguió en ferrocarril hasta Potrerillo del Norte en donde subió en un automóvil que lo condujo al lago Yojoa, el que navegó en toda su extensión a bordo de una lancha movida a motor. Recorrido el Yojoa, vuelve a trepar en un automóvil que lo condujo por sobre empinadas montañas, todas pobladas de interminables pinares, y a través de varias ciudades como Ciguatepeque, Comayagua, la antigua capital de la República, y Comayagüela, llegando por fin en la madrugada del día 15 del mes de septiembre del año 1928 a la ciudad capital, la pintoresca Tegucigalpa, la orlada por siete colinas, y se alojó en el hotel Roma.

    Tegucigalpa

    La capital tiene un amanecer bello y festivo. Las calles están engalanadas y también los parques. En éstos, la población urbana y rural siendo la más de ésta, la autóctona, es enorme, y es el Morazán de los parques el más favorecido, y su nombre lo lleva para honrar la memoria del héroe Francisco Morazán, el político idealista y general de Honduras, que fue el último presidente de la Confederación Centroamericana. Se debió el desbarajuste de esta unión y por lo mismo la muerte de Morazán a un gobierno equivocado en el sentir de la casi totalidad de los pobladores de los llamados países indolatinoamericanos. Fue liberal en su más amplia escala. Por eso estos pueblos, impuestos desde más de cuatrotantos y medio siglos a sentir lo que ellos consideran la cosa más natural, los puntapiés sonando en sus traseros, y al no sentirlos por casualidad en un tiempo de quien los guíe se creen que es por cobardía y no por conciencia y altruismo de quien sabe respetar, y entonces se le rebelan y se convierten en sus puntapieseros. Así la idiosincrasia de ese conglomerado, al no sentirse abusado, abusa. A juzgar por los sicólogos, varían los caracteres de un individuo a otro. Pero no en la materia de que tratamos. Todos casi, la tienen idéntica, y por eso, los contrarios a la decencia, encabezados por Rafael Carrera, protestan y lo derrocan del poder, y para más, para barrer de Centroamérica la pureza y que impere solamente la inmundicia al alcanzar a Morazán en San José de Costa Rica lo fusilaron.

    La fiesta que celebraba Tegucigalpa en este día 15 del mes de septiembre era la conmemoración del CVII aniversario de haber alcanzado la independencia política la nación.

    Envuelto en el alborozo de la ciudad que festeja su día patrio, Urbano se dedicó a localizar al poeta Froilán Turcios, representante general de la causa libertadora de Nicaragua en América, localizándolo por teléfono, por lo que al momento fue a visitarlo, recibiéndolo el representante con simpatías y disposición de ayudarlo en sus aspiraciones de enrolarse en las filas comandadas por el general Sandino.

    Turcios era en el entonces, la única puerta por donde podía entrar los que querían, venidos de afuera, a los campos de la libertad de Nicaragua. Hubo quienes la desecharon y peligraron.

    Al decir del poeta, él ya conocía de antes a su visitante por vía de lecturas de sus casos anteriores, y en su revista Ariel había tenido oportunidad de referirlos, por lo que lo consideró no solo como un amigo en el ideal que sustentan sino como a individuo de su complacencia.

    Cambiadas las impresiones de los primeros momentos, el poeta enteró a Urbano de que el día anterior él había despachado el correo ordinario para donde Sandino y que por lo tanto, salvo caso imprevisto, tendrá que aguardar quince días más para poderlo despachar con el siguiente correo, ya que ese servicio entre Sandino y Turcios era quincenal.

    Mientras corría el tiempo, el representante le mostró la ciudad a Urbano, a la vez que lo ayudada a equipar convenientemente para los fines de la campaña bélica de Nicaragua, del lado de la libertad, conociendo el futuro soldado a la ciudad más fresca que hasta entonces había visitado y saludable también por su aire impregnado de las emanaciones que fluyen de los pinares que la rodean.

    Tan fresca es Tegucigalpa, a una altura de 3000 pies por sobre el nivel del mar, que en pleno estío, entre los meses que llevan por nombres los de los dos parientes, tío y sobrino, y grandes jefes, dictador y emperador, heredero el último del primero de la poderosa y vieja Roma, las mujeres se cubren con sus abrigos y mantos, y los hombres pudientes se cierran en sus trajes de lana sin prescindir del chaleco, luciendo en el ojal de la solapa, casi todos, un rojo perfumado clavel, por lo que reciben gran lucimiento.

    En proporción a su tamaño, la capital de Honduras es de las ciudades que más parques tiene, siendo notorio de éstos el Bonilla.

    Instalado sobre una elevada meseta, para escalarlo se tiene que ir por un camino zigzagueante. Desde el Bonilla se domina toda la ciudad, asiento del gobierno nacional, y también la ciudad de Comayagüela, separada de la capital solo por el río Choluteca, enlazándolas un puente de piedras.

    Hermoso panorama. La vista se dilata por los campos lejanos, por los lados que lo permite la ausencia de los cerros. Por el poniente se levanta El Berrinche, empinado cerro, roído constantemente en sus cimientos por la corriente del Choluteca, y todo él, enrojecido por los torrentes de sangre que le vertían. Por su cercanía a la ciudad, era ocupado militarmente en los tiempos de las guerras civiles por uno de los bandos contendientes, y el contrario, en interés de conquistarlo para sus fines estratégicos, lo atacaba con bravura, sucediéndose en consecuencia desesperados combates. En estos últimos años, por la paz en sus alrededores ha cambiado la suerte El Berrinche. Ya no lo utilizan como campo de destrucción de la humanidad hondureña sino para beneficio de ella aunque por eso lo estén desfigurando. Contiene en su interior un material bueno para la construcción de casas, muros, calles , caminos, etcétera, por lo que le han convertido en una grande cantera, cuyos cantos bellos, de varios colores, livianos y fuertes, eficacia que le hacen tener buena demanda.

    Entre las distintas cosas propias de Tegucigalpa, aparte de sus pobladores, valientes, bondadosos y simpáticos, son de señalarse, la mansión presidencial, edificada sobre una fortaleza vieja de la época de la colonia, a orillas del Choluteca, la catedral, el Banco Nacional, la plaza del mercado, rebosante de artículos de mantenimiento en venta y de compradores de los mismos, la casa de la secretaria de Sanidad, sus tantos y bellos parques, de los que dos se encuentran cerca del río. A orillas de este se encuentran el teatro Nacional y los campos de deportes.

    Desde el parque de La Leona, entre contemplación del panorama y cambios de impresiones entre Turcios y Urbano, este fija frecuentemente sus ojos en una estatua de bronce que se encuentra levantada en el centro del paseo. Por su contextura parece ser la de un hombre como el férreo Hindenburg de Alemania, pero por sus facciones se deduce que pertenece a la persona de un negro. Intrigado por el monumento, Urbano le pregunta a Turcios por el hecho que mereciera el homenaje a un hombre negro color escaso en los individuos del país.

    El poeta le respondió a Urbano que ese negro fue don Manuel Monilla, el presidente más recto, fuerte y patriota que haya tenido Honduras.

    Entre los relatos del poeta a su amigo sobre los méritos que adornaban a don Manuel, el que más recuerda y que mucho le gustó, fue el de la vez en que por una diferencia habida entre el gobierno hondureño y una compañía formada por ciudadanos norteamericanos que explotaba los negocios del muelle y faro de uno de los puertos del país, un crucero de guerra americano desembarcó una fuerza de militares de su dotación.

    Las autoridades hondureñas agotaron todos los medios persuasivos para que los marineros extranjeros se reembarcaran y al no lograrlo, el presidente Bonilla, para hacer respetar los derechos de la nación, envió al lugar de los acontecimientos una fuerza compuesta de varios millares de hombres con intenciones de exterminar a los yanquis si a su llegada todavía se encontraban en tierra hondureña los atrevidos, lo que hizo innecesario el empleo de las armas, porque cuando los nacionales se acercaban los norteamericanos precipitadamente se refugiaron en su barco y, a exigencias, tuvieron que dar satisfacciones por su ofensa a la patria.

    Don Froilán Turcios se honró en formar parte sobresaliente del gobierno que presidio don Manuel, desempeñando en su gabinete la cartera de ministro de Gobernación.

    Pasaron unos días en tanto el aspirante a soldado de la libertad de Nicaragua se preparaba en lo necesario para entrar en la contienda. Para mejor llevar a cabo estas diligencias, Turcios le aconsejó, como discreción, que se mudara del hotel Roma, propiedad de italianos, al hotel la Unión, por ser su dueño Antonio Lacayo, coronel del ejército libertador de Nicaragua y nativo del país. Por las circunstancias, Urbano se mudó. Si bien hubo de notar la desventaja del confort en el nuevo establecimiento, al menos quedaba esto en recompensado en razón al sitio en donde estaba instalado, uno de los más pintorescos de la ciudad, al poniente de ella, frente al Teatro Nacional, frente al parque de Las Palmeras, frente al pie casi, de El Berrinche, a treintas pasos del Choluteca.

    El navío de guerra del que se preparaba para ser soldado de la libertad de Nicaragua consistió en un sombrero igual al que usa el ejército de su país. De igual clase fueron dos camisas y dos pantalones, corbata color rojo y negro como son los colores de la divisa de la revolución libertadora, polainas de piel y zapatos claveteados, medias de lana, una pluma fuente, lápices, un reloj suizo de bolsillo, una linterna eléctrica con varias pilas de repuesto, una frazada de lana, un capote de agua, una plaquita de identificación, que por yerro fue de oro, una hamaca, una mochila, una correa cartuchera, una canana, 150 capsulas, un revolver Smith & Wetson, etcétera.

    A través de Montañas

    Malos compañeros tropezando con la plata

    Contrario a lo normal, el correo de Sandino se presentó con cuatro días de anticipación, llegando el día 26 de septiembre a Tegucigalpa. Con los preparativos ya terminados de Urbano, resolvió Turcios despacharlo con el correo dos días después de este haber llegado, para lo cual se salieron a las afueras de la ciudad en la noche anterior a una casa amiga, para de allí, iniciar la marcha a los campos rebeldes. En esta casa se ocultaba mientras se reponía de unos quebrantos tomados en campaña el capitán José de Paredes, primer soldado activo de la causa conocido y tratado por Urbano.

    Tres horas escasas tenía el día 28 de septiembre de haberse iniciado, y ya se estaba efectuando lo dispuesto por don Froilan Turcios. Urbano guiado por el correo, se encaminaba hacia la presencia del libertador general Augusto César Sandino.

    Al poco rato de estarse en marcha estos dos servidores de la libertad, se les agregó un sujeto entrado en años, acompañado de un hijo hombre, una hija mujer, una nieta niña hija de la hija y dos caballeros cargados al máximo. Seguido quiso hacer de jefe o director del grupo y hacia alardes de su saber. Decía además, ser sargento mayor (1) del ejercito libertador no siendo más que un vampiro de la causa que alentaba Sandino. Su apellido es el de Flores y sus animales iban cargados de mercancías malas y baratas compradas en Honduras para revenderlas en los campos rebeldes con ganancia de usura.

    Seguido Flores demostró su desamor a la causa considerando el correo que un saco lleno de medicinas que demandaba Turcios para atacar las enfermedades que se presentabas en la zona rebelde era demasiado pesado para sus fuerzas, se negó a llevarlo, tal vez con razón, dado el trayecto largo que había de reconocerse. Se le pidió al sargento mayor que se llevara la medicina sobre del lomo de una de sus bestias y respondió que si no le daban diez córdobas (2) como paga no lo consentiría, teniendo Urbano que pagarle el dinero exigido. Además, en varias ocasiones, Flores intentó, en complicidad con el correo, dejar botado a Urbano en las monterías pobladas de interminables pinares, quien una vez se vio forzado a usar su revólver haciendo una descarga al aire para poder conectarse con ellos.

    La mala intención de Flores obedecía al pánico que se le apoderó al enterarse de los propósitos que guiaban al enviado de Turcios y más al verle su indumentaria que por su apariencia tan a lo guerrero creyó que se podría comprometer.

    En previsión Urbano de no quedarse perdido en las montañas y no morirse de hambre tanto entre los pinos como en compañía de esta gente que le negaban los alimentos que portaban en sus alforjas, determinó con riesgos para todos y sin hacerle caso a las voces de protestas de los otros, entrar a una población que se divisó a poca distancia, y al llegar, vio en sus calles mucha plata y con ella, tropezando o pateándola los transeúntes. Esto se debe a que el poblado de San Rafael está edificado al pie de una loma compuesta de este valioso metal, y como en una época explotaban la mina, son abundantes las piedras que ruedan por sus alrededores y por sus calles con un buen porcentaje de la riqueza mineral, conservando los vecinos, como adorno en sus casas, trozos de los más ricos en plata. Aquí se hizo Urbano de un chane (3) y de un caballo y de mucha comida, contratando los servicios del hombre y la bestia, hasta la frontera por el lado en que se explota la mina de oro Agua Fría, para la cual dijo el viajero que iba.

    El chane, buen conocedor de las llanuras y montañas de su país, husmeando los rastros de los desleales compañeros de Urbano, apurando a marcha a la capacidad del trote de la montura. Al atardecer del siguiente día le dio alcance al correo, a Flores y a sus parientes. Estos se indignaron en grande por el alcance que se les dio, por figurar un sujeto más en el grupo y por perder las esperanzas de dejar botado a quien tanto les molestaba, ya que se apareció protegido del chane y de la fuerte bestia.

    Flores, que no era más que un entremetido en los negocios de esta jornada, era el que más protestaba y tanta cobardía mostraba,

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1