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Locura progresiva
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Libro electrónico111 páginas1 hora

Locura progresiva

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Bajo el sugerente nombre de Locura progresiva se recogen cuentos de ficción escritos desde 2005 a la fecha. Algunos rasgos de fantasía se vislumbran en ellos y también hay presentes elementos oníricos. Saltan a la vista los deseos insatisfechos y la frustración como vías de escape de una vida asfixiante. Son un antirreflejo de la sociedad que nos rodea y de cómo la autora imagina todo más allá de la perspectiva visual. La imaginación es el transporte por el que viajan estos personajes.
El ascenso gradual a un estado superior al que quizá no lleguemos nunca.
IdiomaEspañol
EditorialGuantanamera
Fecha de lanzamiento21 dic 2016
ISBN9781524304294
Locura progresiva
Autor

Claudia Alonso

Claudia Alonso Martínez (La Habana, 1989) es Actriz. Y de las buenas. Estudió en la Alianza Francesa y trabajó en el Instituto Cubano de Radio y Televisión. En el momento de publicar este libro, estudia Comunicación Audiovisual en el Instituto Superior de Arte de Cuba. Ha sido egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, 2016. Comenzó a escribir en 2005 cuando estudiaba Informática porque lo odiaba. Pero luego, haciendo analogías, descubrió que tenía mucho que ver con los seres humanos, por cómo funcionan. Inició sus estudios de Arte Dramático y la escritura iba y venía, extrañamente. Hizo varias obras de teatro y fue alumna de grandes maestros de la actuación como José Antonio Rodríguez, Aleida Morales, Humberto Rodríguez y Miguel Abreu. Participó en la película independiente Le forum des rêves, del director francés Olivier Bosson en 2014. Ha dirigido vídeos y estrenado monólogos. Escribir le ha permitido respirar. Es una necesidad. En sus manos tiene usted su primera incursión literaria.

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    Locura progresiva - Claudia Alonso

    El hombre que me enseñó a manejar

    Todo lo que sé de la vida, lo aprendí del fútbol

    Albert Camus.

    TODO LO QUE APRENDÍ MANEJANDO LO PONGO EN PRACTICA EN MI VIDA.

    Gracias, Señor Cordero.

    El hombre que me enseñó a manejar es el mismo que me enseñó a correr, a nadar, a manejar mis sentimientos. A conducirme en la vida.

    C.A.M.

    Muda

    Me he pasado todo el fin de semana pensando en ti. Estos dos días sin clases han sido un horror. El único momento del día que disfruto es frente a la máquina, dominándola, tú a mi lado, cuidándome.

    Tienes un tatuaje en la muñeca. Puede que tape una cicatriz arrepentida en un lugar visible, a modo de recordatorio.

    No puedo caer atraída hacia ti, sería predecible. Abalanzarme sobre tu cara y agarrarte la camisa para que me siembres en el asiento trasero.

    Sigo loma abajo tratando de sacarte con una pinza información. Juegas al lacónico.

    Mañana trataré de hablar menos y mantener la dirección estable. Nos entenderemos: él hará sus muecas y yo leeré su boca.

    Bajan la bandera y acelero. Tengo que ganar. No le quito la vista al de al lado por si acaso me rebasa. Intermitente ON.

    Porque no dejo de pensar en un hombre mal peinado, que lleva los dientes apiñados, que me aventaja algunos años, es que le escribo. Para que lo sepa, para que me oiga respirar adentro de una cartera.

    Se van a acabar las lecciones y yo debo saber cuándo frenar. Tengo que aprender, por mi cuenta, a permanecer centrada en manipular solo brazos y piernas, pensar lo indispensable. Hablar mínimo. Sincronizarme.

    Se acerca y me abre la puerta, bajo coacción.

    La pongo. Pero si él no me sopla, como si se quema el motor.

    Me coge la mano para no perder el eje. Con el rabillo del ojo noto que me mira, pero no me disfruta, no fluctúa. El flirteo es cosa mía.

    Pongo Echoes Part I, para que me hable. Él escucha reggaetón sin tener que tomar. Tengo que procurar que este cochecito no se apague.

    Él se sonríe. Deja ver los incisivos.

    No me gusta cómo suena ese adjetivo tranquilizador. Seguro no ha memorizado mi nombre ni el de ninguna, por eso lo usa. Voy dándole a los pedales con la punta del pie, mi mano a cien metros de la suya.

    Tiene los dedos cortos y una línea negra debajo de las uñas. Porque no puedo dejar de pensar en sus manos grasientas que estrujan un cigarro y procura no echarme el humo en la cara para que no tosa, es esta raya.

    Upa, esquivo un bache y él alza el brazo para alardear de su gimnasio. Es fetichista. Su teléfono no para de sonar. Son ellas, las otras colegialas de la perrera. La nueva ya tiene su número telefónico y solo ha dado una clase, yo he dado diecinueve y no me lo ha ofrecido. Dijo en su defensa que lo adquieren por terceros. No entiendo por qué estoy celosa: él no me gusta, me gusta lo que siento cuando estoy a su lado, porque lo que me gusta es manejar, no él. Creo, o son las hormonas. Mi ideal es llegar a hacerlo como él: conducir con locura pero con precisión.

    Le diría, que prefiero sus lunares ante sus tatuajes. Que me gustaría arrancarle un pedazo del pellejo del pecho y llevármelo chorreando sangre para quedarme con el dibujo putrefacto. Y antes de bajar, le anotaría mis dígitos en un billete, para que lo vea cuando compre una botella de Aguardiente.

    Qué seria su cara. Recojo toda la negatividad de las anteriores. Quizá está así porque el Barça perdió, o el Real Madrid, seguro no le interesa el Atlético…

    No sé a dónde me lleva. No conozco las calles. Después de Infanta doblamos una vez y luego otra y otras más. Pierdo la cuenta. Él se baja, solo me dice que parquee. Apago el chucho y por la ventanilla veo que se aleja, con prisa. Entra a una casa cuya puerta está en la acera y cierra tras sí. Pongo alguna música mientras. Sale disparado y se monta. Arranca, ordena.

    Hago todo lo que me va diciendo, cual ardillita obediente. No debo dejar de mirar al frente pero no puedo evitarlo. Está poniéndole balas a un revólver que se ha sacado de debajo de la camisa.

    Saca la mano y le dispara al motorista que viene detrás. Yo grito. Estoy en una persecución real.

    A sesenta kilómetros por hora, es la velocidad máxima establecida. Lo crucé casi aguantando la respiración. Parece que lo perdimos. Las motos tienen prohibido pasar éste.

    Me arrimo al borde y parqueo. Sin que me dé la orden. Lo veo guardando la pistola en la guantera y yo recojo mi bolso y abro la puerta.

    Si hoy pudiera hablar. Con un portazo, me paralizo. Huyo por el tubo de escape. Salgo con olor a carro.

    Con olor a ti.

    A: A. Cordero, el hombre que me enseñó a manejar.

    Café Presidente

    No sé por qué este bar se llama así ni porqué el homenaje a un gobernador yo vine a tomar algo fuerte porque no aguantaba y seguro si te veía hoy no iba a tragar saliva y dejarte ir no más porque esto

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