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En honor de las abejas
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En honor de las abejas
Libro electrónico356 páginas6 horas

En honor de las abejas

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Irlanda 590 d.C

Una mujer es encontrada en un camino, casi muerta a causa de tremendas heridas y no recuerda nada. Su terror y sus heridas son tan grandes que se le da cobijo en la inusual comunidad de monjas de la Madre Gobnait mientras a su alrededor se desarrolla una guerra en la que ella es un mero títere. Las mujeres le dan el nombre de Áine. Inquietantes fragmentos de la memoria de Áine empiezan a emerger y, desesperada, pide permanecer en la seguridad de la comunidad, pero ¿está a salvo en realidad en cualquier parte? Es sin embargo más tarde, cuando los acontecimientos dan un terrible giro, cuando Áine se ve obligada a descubrir quién es en realidad y a efectuar elecciones que le cambiarán la vida. Pero ¿no resultarán ser su ruina? Una novela literaria inspirada por mujeres reales, complejos personajes femeninos que luchan contra las crueles cadenas e incapacitantes perjuicios de una sociedad en la que ninguna mujer tiene poder. Excepto, quizás, una…

Una fascinante novela que da sentido real a una vida que podría haberse desarrollado durante uno de los periodos más turbulentos de la historia irlandesa… Hace gala de una meticulosa investigación y es difícil no impresionarse por como la autora se las arregla para mezclar ficción con leyenda, manteniéndose fiel a las historias que rodean a Santa Gobnait, pero construyendo una narración a partir de estos detalles dados, una que gira en torno a su propio y fascinante sentido. La pericia para contar historias de Miss Gleeson y su clara prosa funcional mantienen el interés intacto. Definitivamente, es una historia fascinante, una que no solo da luz a un periodo del pasado de Irlanda que a menudo ha pasado desapercibido, sino que también reflexiona sobre hechos fundamentales de la vida como la identidad, la lealtad a la familia, el amor, la fe y la justicia.

Irish Examiner

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento1 mar 2020
ISBN9781071532690
En honor de las abejas
Autor

Kristin Gleeson

Originally from Philadelphia, Kristin Gleeson lives in Ireland, in the West Cork Gaeltacht, where she teaches art classes, plays harp, sings in an Irish choir and runs two book clubs for the village library.   She holds a Masters in Library Science and a Ph.D. in history, and for a time was an administrator of a national denominational archives, library and museum in America.  She also served as a public librarian in America and in Ireland.

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    En honor de las abejas - Kristin Gleeson

    OTRAS OBRAS DE KRISTIN GLEESON

    En honor de las abejas

    SERIE NUDO CELTA

    Selkie Dreams

    Along the Far Shores

    Raven Brought the Light

    A Treasure Beyond Worth (novela corta)

    SERIE PEREGRINO RENACENTISTA

    A Trick of Fate (novela corta)

    The Imp of Eye

    The Sea of Travail

    The Quest of Hope

    SERIE BALADA DE LAS TIERRAS ALTAS

    The Hostage of Glenorchy

    The Mists of Glen Strae

    The Braes of Huntly

    NO FICCIÓN

    Anahareo, A Wilderness Spirit

    ESCUCHA LA MÚSICA RELACIONADA CON LOS LIBROS

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    al unirte a mi lista de correo: www.kristingleeson.com

    Be Though My Vision de Early Irish Lyrics por Gerard Murphy

    Imagen de portada Santa Gobnait por Harry Clarke

    Cortesía de Rakow Research Library, Corning Musseum of Glass.

    Diseño de portada: Jane Dixon-Smith

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    de mi novela Along the Far Shores, parte de la Serie Nudo Celta gratis.

    http//kristingleeson.com

    A la gente de Ballyvourney

    Tabla de contenidos

    CAPÍTULO UNO

    CAPÍTULO DOS

    CAPÍTULO TRES

    CAPÍTULO CUATRO

    CAPÍTULO CINCO

    CAPÍTULO SEIS

    CAPÍTULO SIETE

    CAPÍTULO OCHO

    CAPÍTULO NUEVE

    CAPÍTULO DIEZ

    CAPÍTULO ONCE

    CAPÍTULO DOCE

    CAPÍTULO TRECE

    CAPÍTULO CATORCE

    CAPÍTULO QUINCE

    CAPÍTULO DIECISÉIS

    CAPÍTULO DIECISIETE

    CAPÍTULO DIECIOCHO

    CAPÍTULO DIECINUEVE

    CAPÍTULO VEINTE

    CAPÍTULO VEINTIUNO

    CAPÍTULO VEINTIDÓS

    CAPÍTULO VEINTITRÉS

    CAPÍTULO VEINTICUATRO

    CAPÍTULO VEINTICINCO

    Glosario

    NOTA HISTÓRICA

    AGRADECIMIENTOS

    NOTA DE LA AUTORA

    Ley de las abejas irlandesa:

    Fer in-étet saithe nadbi lais co finnathar maigin i suidigetar: trian do thír frisa suidigetar, trian do fiur doda-etet, trian do lestur oa n-élat bes bunadach doib.

    El que siga un enjambre que no sea suyo y encuentre el lugar en el que establecen su colonia: un tercio (va) a la parcela en la que se establecen, un tercio al hombre que las ha seguido, un tercio (al propietario) de la colmena de la que escaparon y que es su hogar original.

    (Bechbrethat: An Old Irish Law Tract on Beekeeping ed. Por Fergus Kelly y Thomas Charles Edwards)

    Mumu, Irlanda 590 d.C.

    CAPÍTULO UNO

    Un cuerpo yace sangrando y golpeado más allá de lo reconocible, a la sombra de An Dhá Chích Danann, montañas que se levantan de la tierra plenas y henchidas como los pechos de cualquier mujer, para proporcionar consuelo, socorro e incluso esperanza.

    Un granjero y su hijo descubren el cuerpo al pasar con su carro, el viejo capall que tira de él resopla al olor de la sangre. Los dos hombres recorren el camino que muchos siguen para ofrecer sus oraciones a la falda de las montañas, el corazón de la diosa madre Anu. Los dos se detienen y el hijo baja del carro. El padre ya no es lo suficientemente ágil para semejante periplo entre los orondos árboles, rocas y pantanos que caracterizan a esta zona. El hijo sigue el rastro de la sangre que mancha los juncos y las doradas flores del tojo, y finalmente descubre el cuerpo parcialmente sumergido en una ciénaga. Solo puede decir que es una persona e, inspeccionándola más de cerca, que la persona vive, porque un corazón todavía late y respira a intervalos cortos exhalando aire al aire fresco de la mañana.

    El hijo se asegura en la parte más firme del suelo. Agarra el cuerpo y tira de él desde la hondonada y lo sube a su espalda. Cada movimiento provoca un profundo gemido de dolor en el cuerpo y este resuena en todo el valle. El padre le llama desde el carro y el hijo responde tranquilizándolo con breves palabras. Avanza lentamente, el agua del cuerpo empapado corre por su espalda. Finalmente, llega al carro y, con la ayuda de su padre, pone el cuerpo dentro, tomando precauciones con la cabeza, que cuelga como inerte, y las extremidades, que están obviamente rotas. Ahora pueden ver que es una mujer, pero más allá de eso no tienen una clara impresión de cuál puede ser su identidad o estatus. La tela de su vestido, que no está rota ni manchada de sangre, es bastante delicada. Su pelo, demasiado enredado y entrelazado con trapos para distinguir su color, ha perdido su velo, si es que lo había. No hay rastro de zapatos y sus pies están sucios, cubiertos de lodo, como si hubiera andado toda la extensión de la provincia de Mumu.

    Pasan por alto su dedo índice con su uña cuidadosamente torneada y el óvalo perfecto de su lecho ungueal. Si no lo hubieran pasado por alto, ¿hubieran entendido su significado?

    El granjero y su hijo deciden llevarla a Máthair Gobnait, aunque no siguen ninguna de las nuevas costumbres. Saben que no solo es curandera; puede moldear el metal con el fuego. Es la santa de las abejas y de las abejas obtiene la miel que le proporciona su instrumento de sanación. Las abejas son las portavoces de su Dios, zumbando sus alabanzas.

    Lo primero que oye es la voz de Máthair Gobnait, baja y melodiosa, dando instrucciones al granjero y a su hijo

    ―Levantadla cuidadosamente, ahora. Siúr Feidelm, trae agua caliente y paños.

    Se acuerda poco de haber sido levantada del carro y colocada en el catre creado a toda prisa, porque el dolor le provoca una oscuridad que se lo traga todo desde el momento en que tocan sus extremidades. Es una oscuridad que agradece, un alivio de todo lo que no quiere comprender o experimentar. Cuando se despierta de nuevo, la noche ha caído y la luz de una vela de sebo se cierne sobre ella, y una mano fría y seca reposa sobre su cabeza. En ese lugar siente consuelo y le tranquiliza del temor que crece en su interior y le hace agitar los brazos para combatir su terror.

    ―Máthair ―dice, porque, quién si no su madre podía posar la mano en ella con tanto cuidado.

    ―Calla, niña, no intentes hablar ―llega la respuesta.

    El tono de la mujer es relajante, pero sabe que esa mujer no es su madre y quiere llorar. Necesita liberarse de aquel miedo que crece en su interior. Intenta en su lugar pensar en una melodía que concuerde con una voz que es como la luz del sol. La melodía que escucha baja y luego sube lentamente hasta alcanzar su punto más alto, como las montañas que le son tan queridas, los cálidos montes de su madre. Oh, Madre, ven a mí ahora. Escucha mis plegarias. Las palabras se repiten una y otra vez hasta que se convierten en varias voces en su cabeza.

    Cuando la música vuelve otra vez es una sola voz, una voz que no le resulta familiar, pero que es pura. Las lágrimas acuden a sus ojos y se convence a sí misma de que es la belleza de la voz la que las provoca. Se ha sumido en un mundo diferente. Un mundo en el que está segura. Pero aún se le despiertan los temores. Una luz, brillante y luminosa, resplandece encima de ella, radiando hacia afuera. Intenta levantar los brazos para alcanzarla, pero el dolor, intenso y punzante, la mantiene inmóvil.

    ―Descansa ―dice la voz―. No te muevas.

    Intenta envolverse con la calidez y la seguridad de la voz y se baña en la luz, pero demasiado pronto la oscuridad se la lleva de nuevo.

    ~

    Puede oír murmullos, como el zumbido de las abejas, su tono es bajo, vibrante y repetitivo. El temor todavía está ahí, pero se aquieta bajo los relajantes sonidos, así que abre los ojos. La luz del sol la recibe, rayos inclinados que atraviesan la puerta. Contra su fulgor puede distinguir varias formas sentadas a la mesa. Hay ocho, murmurando con las cabezas gachas, los labios en movimiento y las manos juntas. Olores fragantes de comida sazonada se abren camino hacia ella y, por un momento, piensa que también puede comer, hasta que sus ojos se cierran bajo el peso de sus párpados.

    Una campana la despierta la siguiente vez; un tañido constante que se silencia cuando su cuenta termina. En la distancia puede oír la voz de nuevo. Las notas se elevan, y la voz se expande sonora y plena como una gran águila extendiendo sus alas. Abre los ojos y ve solo las vigas de madera en lo alto, cada punta está marcada con una cruz. Gira la cabeza y percibe los bancos y los taburetes cerca del gran hogar central donde arde un fuego. Una mujer corpulenta está sentada en uno de los taburetes, removiendo una olla que cuelga sobre el fuego. La habitación es cálida y confortable, pero su miedo todavía está en aumento.

    Cuando abre los ojos de nuevo, una mujer alta está de pie delante de ella. Un estado de alarma y el miedo la embargan de repente. Un pequeño quejido se le escapa.

    ―Máthair Ab, se mueve ―dice la mujer. La mujer posa el dorso de su mano sobre su cabeza por un instante―. La fiebre ha remitido, buíochas le Dia ―Una mujer se pone a su lado, toca con sus dedos su cabeza, pecho y ambos hombros.

    ―Eso son buenas noticias, Siúr Feidelm. ―Es la mujer con la voz melodiosa. La mujer se gira y se dirige a ella― Soy Máthair Gobnait, abadesa del lugar. Te doy la bienvenida a nuestra casa. Temíamos por tu recuperación desde hace varios días.

    Se muerde el labio para parar de temblar y mira fijamente el rostro amable de Máthair Gobnait. El rostro no es ni joven ni viejo y la cabeza está cubierta con un paño de lino gris oscuro que hace juego con el color del vestido de lana atado con un cinturón.

    ―¿Varios días? ―dice, su voz es apenas un susurro. Mantiene los ojos fijos en el rostro de Máthair Gobnait, cogiendo confianza por la dulzura que ve en él―. ¿He estado aquí todo ese tiempo?

    ―Sí, lo has estado. Estabas gravemente herida cuando llegaste; tu cuerpo roto en varios lugares y débil por haber perdido mucha sangre a causa de las puñaladas.

    Imhala fuertemente y lucha contra el miedo que engulle su voz y le quita el aliento. Se humedece los labios innumerables veces antes de conseguir pronunciar una pequeña frase.

    ―¿Quién lo hizo?

    ―No lo sabemos. Esperábamos que pudieras aclarárnoslo.

    Cierra los ojos, pero solo puede sentir su corazón batiendo más rápido que antes. No puede soportar pensar en lo que podría encontrar en los recovecos de su mente y abre los ojos de nuevo rápidamente. Volviendo a mirar el rostro de Máthair Gobnait, puede calmar suficientemente su temor para respirar. Sacude la cabeza.

    ―Nada ―profiere afónicamente.

    ―¿Podemos conocer tu nombre entonces, niña?

    ―¿Mi nombre? ―Se permite pensar por un instante. Un nombre podría ser inofensivo y quizás la haría sentir más segura, pero su acelerado corazón le dice lo contrario. Su familia, su filiación y rango podrían ser revelados con su nombre. Sacude la cabeza de nuevo.

    ―No te preocupes por ello ―le dice la mujer alta. Su rostro es extremadamente corriente, pero sus ojos están llenos de compasión. También lleva un velo gris, un cinturón de cuero y un vestido oscuro―. Has sufrido un duro golpe en la cabeza y es más que probable que eso cause tu ausencia de memoria. ―Le da una suave palmadita en el brazo― Volverá a su tiempo, junto con tu salud, estoy segura.

    ―Hasta entonces, tenemos que llamarte de alguna manera ―dice Máthair Gobnait―. Áine, creo. Que brille tu esplendor.

    ―¿Un nombre de la Biblia? ―Una mujer enjuta se pone al lado de Máthair Gobnait. Sus dedos, esqueléticos y largos, están punta con punta junto a su pecho, como si rezara. El tono de sus palabras deja entrever la crítica.

    ―Esta oveja descarriada ha sido traída a nuestro redil ahora. Debemos actuar como pastores y regresarle la salud y luego al rebaño. ―El tono de Máthair Gobnait no vislumbra reprimenda, pero es firme― Siúr Feidelm, quizás algo de alimento le caería bien.

    ―Por supuesto. Y después le aplicaré un emplasto de Lus na gCnámh mBriste y una infusión de miel para reparar sus huesos ―dice la alta y simple mujer que ahora sabe que es Siúr Feidelm.

    Máthair Gobnait sonríe.

    ―La miel es siempre bienvenida. Y, el resto de nosotras podemos volver a nuestras tareas. El día avanza.

    Parten y ella cierra sus ojos, escuchando solo el susurro de un dobladillo al rozar un poste y de las respiraciones. Saborea su soledad y, por un instante, la tensión y el miedo la abandonan.

    En lo que parece apenas un instante después, Siúr Feidelm regresa con un cuenco humeante y una taza de madera que deposita en el suelo. Arrastra un pequeño taburete cerca del catre. Áine (porque tiene que pensar en sí misma con ese nombre) hace un esfuerzo por levantar la cabeza. La tensión ha regresado y algo del miedo, pero todavía se fuerza a hablar.

    ―¿Qué es este lugar?

    ―Cuidado con tu cabeza. ―Siúr Feidelm empuja una pequeña almohada llena de paja con cuidado debajo de su cabeza y suavemente deposita su espalda sobre ella― Estás en el Tech Mor de la comunidad de cailech de Máthair Gobnait. Debes haber oído hablar de ella.

    ―No. No sé nada. ―Su voz es un poco más fuerte y toma valor de su fuerza.

    Siúr Feidelm sostiene la pequeña taza de madera contra su boca y le ayuda a beber. El penetrante olor a ajo y apio que sale del cuenco se impone a los olores de la taza. El sabor es agradable, pero es difícil tomar mucho.

    ―No, por supuesto ―dice Siúr Feidelm―. No puedes haber oído de Máthair Ab si no sabes ni quién eres. ―Se echa para atrás un poco en su asiento― Vino del norte a Uisneach, el lugar del ciervo, por Gort na Tiobratán, aquí a Boirneach, hace unos cinco veranos, buscando las señales inequívocas. Y estaban aquí, los nueve ciervos blancos, y supo que había encontrado lo que buscaba.

    ―¿Vio nueve ciervos blancos?

    ―Sí.

    Áine mira a su alrededor de nuevo, buscando esa cualidad única que haría aparecer nueve ciervos blancos. Nueve, tenía que ser ese número. Es un número que sabe que es sagrado, aunque cómo lo sabe es un misterio. Aquella mujer, Máthair Gobnait, es otro misterio y Áine no está segura de si sentir temor o confianza.

    ―¿Nueve ciervos y todos blancos? ―pregunta en voz baja.

    Siúr Feidelm asiente con la cabeza.

    ―Nueve exactamente.

    ―¿Y qué tenía que hacer cuando viera esos nueve ciervos blancos?

    ―Lo que hizo. Establecer una comunidad e ir entre la gente ofreciendo ayuda y misericordia en el nombre de Dios.

    Áine asiente con la cabeza, aunque no puede imaginar lo que conecta a nueve ciervos con el impulso de crear una comunidad de mujeres para ayudar a la gente de un tuath.

    ―¿Los nobles o el rey local no se ocupan de las necesidades lo suficientemente bien? ―Respira con dificultad después de hablar tanto tiempo, tanto por la tensión que todavía la atenaza como por el esfuerzo que le supone hablar.

    ―El rey y los señores hacen su parte, pero no siempre es suficiente. El tiempo y el suelo no perdonan. Máthair Ab les da comida cuando la necesitan y les ofrece consejo si se lo piden cuando hay una disputa, pero la mayoría de las veces atiende a los enfermos y moribundos. Muchos vienen a ella con toda clase de dolencias. Les ayuda a sanar.

    ―¿Y has estado con ella desde que llegó?

    ―Yo llegué el verano después de su llegada. Le pedí a mi padre que me dejara, para poder aprender las artes curativas y sus santas costumbres.

    ―¿Santas costumbres? ―Algo empuja a Áine a seguir aquella línea de discusión, aunque le asusta escuchar las respuestas. Es igual de probable estar en peligro ante una persona santa como ante cualquier otra, se dice. No poder identificar un peligro específico alivia poco la sensación que constantemente la atenaza.

    Siúr Feidelm la mira sorprendida.

    ―Es una cailech, una mujer de Dios que ha tomado los hábitos. Es la abadesa, como he mencionado.

    ―¿Tomado los hábitos por Dios? ¿Qué Dios?

    ―El Señor, Dios. ¿No estás familiarizada con los que siguen a Cristo?

    Analiza su pensamiento por un instante, no siente nada excepto el miedo que bulle en su interior listo para acrecentarse por la más mínima causa.

    ―No tengo idea ―susurra.

    Siúr Feidelm analiza su aseveración mientras continúa introduciéndole a cucharadas la mezcla por la boca. Áine puede ver ahora lo joven que es. Su pericia con las hierbas es manifiesta por la fuerza y la potencia de la infusión que bebe, pero sus suaves mejillas no muestran signos del clima o la edad.

    ―Quizás seas cristiana, quizás no, pero te darás cuenta de que Máthair Ab es una mujer buena y compasiva.

    La mente de Áine acepta esta aseveración.

    ―No me ha mostrado otra cosa que bondad, y no soy más que una extraña sin recuerdo de mis orígenes. Podría ser su enemiga.

    ―No tiene enemigos. ―Las palabras de la joven son cándidas y pronunciadas con alarmante sinceridad.

    Áine se maravilla ante esta aseveración, pero no dice nada, para no ofenderla. Cambia de tema.

    ―¿Cantáis durante vuestro culto?

    ―¿Nos has oído? ―La cara de Siúr Feidelm se ilumina.

    Áine sonríe débilmente y consigue dar una respuesta calmada.

    ―Si. Había una pieza en particular, cantada magníficamente por una sola mujer. ¿Quién la compuso?

    ―Siúr Sodelb, era la que cantaba. Tiene un maravilloso talento.

    ―¿Siúr Sodelb? ―Rumia el nombre en su mente y le gusta el sonido que tiene― Tiene mucho talento.

    ―¿Eres música?

    Áine la mira.

    ―¿Crees que podría serlo? ―Su voz suena sorprendida al pensar que un fragmento de su identidad puede haber quedado fácilmente al descubierto. ¿Estaba preparada para saber tanto?

    ―Quizás. El placer que has expresado podría sugerirlo. Máthair Ab sintió que tenías amor por la música cuando vio que la única uña que te quedaba en los dedos estaba curvada. La marca de una arpista.

    Áine se mira la mano. Está cubierta de vendas, ni uñas ni dedos a la vista. Piensa de nuevo cómo llego a hallarse así y la tensión regresa.

    Siúr Feidelm coloca una mano sobre sus vendajes.

    ―No, tuvo que cortar la uña al final por miedo a que pudieras herirte. Estabas delirando.

    ―¿Dije algo en mi delirio? ―Se tensa aún más preguntándose si Máthair Gobnait sabe más sobre ella de lo que evidencia.

    ―Debes preguntar a Máthair Ab. Ella te cuidó. Te recolocó los huesos, te bañó y cubrió tus heridas con miel y hierbas. Y rezó.

    De repente se da cuenta de las tablillas y vendajes que rodean sus piernas, brazos y torso. ¿Hay algún lugar sin cubrir? ¿Cualquier parte que esté completa, ilesa? Un rugido irrumpe en su cabeza.

    ~

    La luz todavía brilla atravesando la puerta, aunque el ángulo ha variado. Esta vez examina la techumbre, se fija en las robustas vigas de madera que parten del poste central. Su penetrante olor habla de su carácter reciente, como lo hace el dulce frescor de la paja firmemente atada y colocada sobre ellas. Los muros son de piedra, cuidadosamente dispuestas y resquebrajadas por los vientos cortantes que tienen que acudir a un lugar cuyo nombre proviene de sus montañas rocosas, en lugar del zarzo que habría sido de esperar en una comunidad carente de riqueza. Pero se recuerda a sí misma que es una comunidad santa, una cuyo líder es indudablemente de alguna importancia si puede dirigir tal lugar. Su manera de hablar y sus modales refuerzan esa impresión. Es otra información de la que desconoce su procedencia o explicación. Suspira.

    ―Estás de nuevo con nosotras. ―Máthair Gobnait aparece a su lado y dirige su mirada hacia ella. Áine puede verla claramente esta vez. Los delicados ojos grises, la nariz recta, casi demasiado larga, y los firmes labios que ahora esbozan una sonrisa. Un pequeño rizo castaño que escapa de su velo oscuro atormenta su frente. Pero hay algo más que la atrae de esa mujer, algo que brilla en su semblante. Cierta complicidad. Eso es todo lo que puede identificar cuando la observa con detenimiento después. Cómo o qué es lo que sabe. Áine no lo puede saber. Solo puede sentirlo emanar de ella, confortándola e inquietándola de manera alternativa.

    Áine intenta sonreír.

    ―Estoy despierta.

    ―No debemos precipitar la curación.

    Áine no sabe a ciencia cierta si las palabras están dirigidas a ella o a la misma Máthair Gobnait.

    Decide aventurarse a preguntar.

    ―¿Cuánto tiempo llevo aquí?

    ―La luna ha crecido y menguado desde que el granjero te trajo hasta nosotras.

    ―¿Cómo puede ser eso? ―Le aterroriza haber estado allí todo ese tiempo y haber pasado desapercibida.

    ―Sí, ya estamos a medio camino de mitad del verano y te trajeron justo después de Bealtaine.

    Bealtaine. Las celebraciones del comienzo de verano, y ahora el verano estaba más que a mitad. Se obliga a preguntar más sobre su llegada.

    ―Me dijeron que un granjero y su hijo me trajeron aquí. ¿No tenían idea de quién soy?

    ―Me temo que no. Ha corrido la palabra sobre tu ataque en Boirneach, pero nadie ha manifestado conocerte o saber quién puedes ser. Me niego a hacer indagaciones más allá de otro tuath de Érann y de Eóganach hasta que no esté segura de que no corres peligro de que te vuelvan a lastimar.

    Las palabras la alivian y a la vez la asustan. Que aquella mujer hubiera procurado por su bienestar es un consuelo, pero la confirmación del peligro lucha contra esa confianza.

    ―¿Sientes que aún estoy en peligro? ―Es incapaz de frenar el temblor de su voz.

    ―No hay motivo para preocuparse. ―Máthair Gobnait le pone una mano en la mejilla. Está fría y seca contra su piel, y cierra los ojos un momento ante su calmante tacto.

    ―Solo es que procederé con más cautela ―dice Máthair Gobnait―. No se entiende con claridad por qué fuiste tan seriamente herida. Puede que no sea más que un asalto fortuito para hacerse con tus pertenencias.

    Algo dentro de ella niega aquella benigna explicación, aunque intenta aceptar que es lo más probable.

    ―Sea cual sea la causa, parece que no soy de este tuath.

    ―No.

    ―¿Y nadie ha denunciado una hija o mujer extraviada?

    ―Me temo que no. ―Sus respuestas son muy prácticas y su voz firme. ¿Es su profundidad y sonoridad lo que hace que las temidas respuestas sean más soportables?

    ―No debes desesperar. Es muy temprano aún y, por ahora, tienes un sitio aquí con nosotras mientras te recuperas.

    Áine sopesa estas palabras y es capaz de sentir cierta calma. Que esta mujer la haya acogido y no le haya mostrado otra cosa que bondad evidencia que está en un lugar seguro. Sus palabras son tan sinceras como las pronuncia.

    ―Y estoy muy agradecida por todo lo que has hecho por mí. Solo espero que algún día pueda corresponder a tanta bondad.

    ―Solo hago lo que el Señor mismo haría, ―Máthair Gobnait le guiña el ojo pícaramente― o cualquier persona cuyo umbral hubiera sido cruzado por un extraño.

    ―A pesar de lo que dices eres una mujer de una verdadera buena naturaleza y tu señor es afortunado de tener una persona semejante en su tuath.

    ―Mi Señor es el Señor de todos. El Señor cristiano.

    ―¿Cuántas personas hay aquí en esta comunidad?

    Máthair Gobnait inclina su cabeza ligeramente.

    ―Hay ocho aquí viviendo en estos momentos. Nueve incluida yo. No todas son cailecha.

    ―¿Nueve mujeres, el mismo número que de ciervos?

    Le sonríe a Áine, aceptando que es una broma, aunque Áine no está segura de haber querido decir eso.

    ―Sí, e igual de hermosas a su manera. También están los criados y los siervos del obispo, como las mujeres de los ócaire y bothach que ayudan de cuando en cuando y comparten con nosotras sus rentas. También hay gente que acude a misa y para curarse. Algunos de ellos nos ayudan con las tareas en algunas ocasiones. En estos momentos tenemos también trabajadores que construyen cobertizos y cabañas dormitorio con nosotras. Construyeron este Tech Mor el pasado verano y han vuelto para hacer más dormitorios y otro cobertizo.

    Áine se sorprende del número de personas que están ligadas a aquella comunidad de una forma u otra. Pensar en tal número la hace encoger físicamente, como si replegarse en la manta de piel de oveja le permitiera desaparecer. Que alguna de esas personas sean hombres y que trabajen en las proximidades le causa cierta alarma. Sus ojos recorren la estancia, buscando cualquier cosa que pueda contradecir su miedo y esta vez percibe los bancos de madera de innovadoras formas colocados alrededor del hogar central. A lo largo del muro, a un lado, cerca de la puerta, hay grandes tinajas de agua y a su lado se apoya el tablero que sirve de mesa. Su catre está lo suficientemente cerca del fuego para beneficiarse de él, pero no demasiado para sentirse incómoda. Al otro lado de fuego puede ver a Siúr Feidelm en un taburete trabajando tranquilamente con una joven, limpiando y cortando verduras que son depositadas en una olla de hierro listas para poner al fuego.

    ―¿No dormís aquí? ―La pregunta surge espontáneamente y por un momento es feliz de poder distraerse por un asunto simple.

    ―Albergamos a huéspedes aquí, si la necesidad surge, pero sirve para todos nuestros demás propósitos, comedor, dormitorio y culto. El oratorio lo tenemos para los oficios y la misa semanal.

    Asiente con la cabeza y piensa en las campanas, los cantos y los murmullos que deben haber sido los rezos.

    ―¿Las campanas? ―Pregunta por ellas no porque se dé cuenta de que son usadas en su culto de alguna manera, sino porque quiere oír más sobre ellas. Hay algo en su manera regular y ordenada de sonar que la atrae, aunque no podría decir por qué.

    ―Acudimos al oratorio varias veces al día para ofrecer nuestras oraciones y alabar a Dios ―dice Máthair Gobnait―. La campana nos llama a cada oficio.

    Piensa en el ritual de las mujeres, las imagina dejando sus tareas o levantándose de la cama al sonido de la campana, acudiendo en procesión al oratorio para cantar y rezar al unísono. Siente una conexión con esa idea e intenta alcanzarla, intenta convertirla en un recuerdo real, pero no tiene éxito. Frustrada, cierra los ojos por un instante. Piensa en una táctica diferente.

    ―¿Cómo rendís vuestro culto? ¿Qué rezáis?

    ―Ya has oído suficiente de mí por ahora. No hay necesidad de aprenderlo todo de nuevo y a la vez. ―Máthair Gobnait le da una ligera palmadita en el brazo― Descansa ahora. Le pediré

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