Una noche especial
Por Penny Jordan
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Pero Piers no podía evitar que se metiera en sus pensamientos. Él no era un hombre que actuara por impulso y había conseguido resistirse a ella... hasta ese momento. Pero entonces, una noche...
Penny Jordan
After reading a serialized Mills & Boon book in a magazine, Penny Jordan quickly became an avid fan! Her goal, when writing romance fiction, is to provide readers with an enjoyment and involvement similar to that she experienced from her early reading – Penny believes in the importance of love, including the benefits and happiness it brings. She works from home, in her kitchen, surrounded by four dogs and two cats, and welcomes interruptions from her friends and family.
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Una noche especial - Penny Jordan
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Penny Jordan Partnership
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una noche especial, una, n.º 1136 - febrero 2020
Título original: One Intimate Night
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-077-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
GEORGIA… bien… Siento que hayamos tenido que avisarte en tu día libre, pero tenemos una cierta emergencia.
La sonrisa de Georgia Evans se convirtió en un fruncimiento de ceño al ver la preocupación asomar a los ojos del compañero de la consulta donde trabajaba desde que se había licenciado seis meses antes.
–No iba a hacer nada especial –respondió, recordando con culpabilidad las paredes a medio pintar de su apartamento que había abandonado con gusto en cuanto había recibido la llamada telefónica de la consulta.
–¿Qué es…?
Adelantándose a su pregunta, Philip Ross le respondió con rapidez:
–Es la yegua de la granja Barton; está de parto y está teniendo complicaciones. Gary está con ella, pero sospecho que tendremos que operar. Yo voy a reunirme con él ahora mismo. Jenny se encargará de mis operaciones de la mañana y Helen se encargará de la consulta de Gary, lo que te deja a ti para las urgencias y si pudieras encargarte de las clases de entrenamiento canino también…
Mientras hablaba, Philip ya estaba saliendo de la habitación y, consciente de la gravedad, Georgia no quiso retrasarlo con más preguntas.
En cuanto se fue, ella entró en la oficina principal y área de recepción de la consulta.
Aunque todas las mascotas pequeñas a las que se iba a operar ya habían sido llevadas a casa por sus dueños, la clínica principal no había empezado todavía y Georgia pudo prepararse una taza de café y examinar el correo mientras discutía lo que había pasado con los otros compañeros más veteranos.
–Espero que no haya urgencias –le confió a Jenny–. No estoy segura…
–Si yo fuera tú, me preocuparía más por las clases de entrenamiento que por las urgencias –la advirtió Jenny–. Ben vendrá hoy.
–¿Ben? ¿El de la señora Latham? –preguntó Georgia con un gemido.
Jenny asintió con la cabeza.
–¡Oh, no!
El perro de la señora Latham era un setter inglés. Un precioso perro sin un gramo de agresividad, pero por desgracia muy inquieto. Para poner las cosas peor, era un perro rescatado y la señora Latham era su segunda propietaria. Ben había sido rescatado de acabar en la perrera municipal gracias a la decisión de la mujer de acogerlo en su casa y Georgia recordaba muy bien el primer día que lo había visto.
Ella llevaba trabajando en la clínica menos de un mes cuando había sido asaltada por una joven que había aparecido con Ben, que entonces tenía poco más de un año y ya estaba físicamente maduro. Era un perro adorable, bonito y encantador pero su propietaria se había quejado de tener que ocuparse de su anciano padre, un marido cuyo trabajo lo tenía fuera de casa varios días por semana y dos niños a los que cuidar. Simplemente no podía encargarse de un perro tan grande y enérgico.
Al mirar a los ansiosos ojos de la mujer y a los confiados del animal, a Georgia se le había hundido el alma. Por la salud, juventud y pedigrí del animal, debía haber costado bastante dinero, pero la mujer estaba asegurando a la defensiva que no podía quedárselo.
Había sido en aquel momento cuando había entrado en la consulta la señora Latham y a Georgia se le había hundido más el alma.
La señora Latham era la propietaria de un travieso gato callejero al que había adoptado cuando sus vecinos se habían mudado de casa. Ginger se había aprovechado con cinismo del tierno corazón de la señora Latham y de las delicadas raciones de carne y pescado con que lo alimentaba y se había trasladado encantado al número uno de Ormond Gardens. Pero Ginger era un guerrero independiente de corazón y sus aventuras nocturnas con otros gatos de la vecindad lo llevaban de visita a la clínica de forma habitual.
Después de asegurarle a la señora Latham que se estaba recobrando muy bien de la pequeña operación en que le habían cosido una oreja rasgada, Mientras Georgia iba a buscar a Ginger, había dejado a la señora Latham en la sala de espera con la propietaria de Ben y a su regreso la mujer le había anunciado expectante que era la nueva dueña de Ben.
Georgia había intentado disuadirla en vano señalando los problemas con los que iba a enfrentarse con un perro tan grande en su pequeña casa en el pueblo. Sin embargo, la señora Latham se había mostrado inesperadamente resistente a cualquier argumento. Ben era suyo ya.
Así que Ben se había ido a vivir con la señora Latham, y Ginger y todo el mundo en la consulta afirmaba que no debía haber un par de mascotas más mimadas.
Y Ben, a pesar de todos los intentos de la señora Latham por educarlo, seguía organizando líos en las clases semanales de adiestramiento para propietarios que organizaba la clínica.
–El problema es que la señora Latham no consigue imponerse y enseñarle a Ben quién es el dueño –se había quejado Jenny con amargura después de que Ben le saboteara por completo la clase.
–Es un perro encantador, pero necesita una mano firme. Como buen setter de raza, es muy inquieto durante los dos primeros años. Necesitan espacio y ejercicio y un propietario que sepa dominarlos. La señora Latham lo quiere, pero tiene sesenta y dos años y, antes de la aparición de Ben en su vida, vivía para sus sesiones semanales de bridge.
Helen se había reído.
–¿Te ha contado la vez en que Ben estaba tan tranquilo bajo la mesa y cuando se levantó como una tromba lanzó todas las cartas por los aires? Ahora no lo dejan asistir a las sesiones de juego.
–Es una pena, porque es un perro adorable.
–Cuéntamelo cuando le hayas dado una clase –le había advertido Helen.
–Ya se la he dado y sé lo que quieres decir, pero no tiene malicia; es solo…
–No es el perro apropiado para el estilo de vida de una mujer como la señora Latham.
Eso era verdad. La señora Latham vivía en el centro del pequeño pueblo que, aunque era tranquilo y estaba rodeado de granjas, no era el sitio adecuado para un perro que necesitaba largos paseos por el campo y quizá un dueño más enérgico.
De forma previsible, la antigua propietaria había sido imposible de localizar y en la clínica no tenían su ficha.
Todos habían intentado sugerir a la señora Latham que debía buscar otro propietario, pero ella se había negado en rotundo.
–Ya lo han abandonado una vez –le había dicho a Helen con firmeza–. Pobrecito, ha sido tan traumático para él. Fíjate, la primera vez que llegó a casa estaba tan asustado que insistió en sentarse en el sofá a mi lado. Es tan dulce…
Helen había parpadeado al relatar aquella historia de manipulación canina.
–¡Tan dulce! –se había reído–. Ese perro sabe cuándo tiene algo bueno. Vaya si está consentido.
Sonriendo para sí misma al recordarlo, Georgia había recogido su correo.
Una joven baja y delicada, con rizos pelirrojos y enormes ojos de color azul violáceo y rasgos finos, Georgia, había querido ser veterinario desde que tenía memoria.
Conseguir aquel trabajo en una clínica tan prestigiosa y a dos horas de la casa de sus padres había sido el trabajo ideal y pronto se había instalado en su pequeño apartamento y había empezado a hacer amistades entre sus colegas.
No había ningún hombre en su vida; los años que había pasado estudiando no le habían dejado tiempo para una relación permanente. Tenía buenos amigos, sin embargo, y le gustaba salir. Últimamente deseaba conocer a alguien «especial», enamorarse, comprometerse y formar una familia, pero no tenía ninguna prisa. Su cálida personalidad y cuerpo sensual conseguían que nunca anduviera escasa de admiradores, pero su carrera era su prioridad. Su hermano mayor a menudo bromeaba diciendo que menos mal que él ya tenía familia porque si no, sus padres tendrían que esperar mucho tiempo para tener nietos.
Por mucho que adorara su trabajo y a los animales, Georgia no tenía mascota propia debido a sus largas horas de trabajo, pero tenía asignadas las clases de los cachorros, un trabajo que adoraba.
La consulta llevaba muchos años establecida y había sido creada por el abuelo del actual propietario. Tenía la ventaja de tener un gran jardín en la parte trasera de una antigua casa eduardiana, que se había convertido en oficinas, quirófanos y consultas. Aparte de la gatera y perreras, la casa disponía de una buena sala de entrenamiento.
Agarrando su bolsa de premios y asegurándose de que tenía todo lo necesario, Georgia abrió la puerta y salió al pasaje que daba a la sala de entrenamiento.
Piers Hathersage puso una mueca de desagrado al mirar al asiento trasero de su coche, antes inmaculado y ahora cubierto de pelo de perro y de un montón de papeles rasgados de lo que antes era una revista.
–¡Perro malo! –masculló con disgusto.
Ben respondió ladrando con agudeza y alzando las patas traseras. Era un perro poderoso y Piers se preguntó por centésima vez en qué habría estado pensando su madrina cuando lo había adoptado.
Era cierto que era un perro muy bonito de pelo brillante y ojos chispeantes de humor inteligente y pícaro.
Piers había llegado a casa de su madrina la noche anterior para hacer una corta visita en el camino de vuelta a casa de sus padres, pero al descubrir que se había torcido un tobillo al tropezar con el perro y su principal preocupación era la imposibilidad de llevarlo a sus clases semanales de entrenamiento, se había sentido obligado a hacerlo por ella.
–¿Oh, Piers! ¿Lo harías? –había suspirado ella con evidente alivio–. ¿Has oído eso, Ben? El tío Piers te va a llevar a tus clases.
«¡Tío Piers!». Piers casi había apretado los dientes y