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Solo Los Solitarios
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Libro electrónico142 páginas1 hora

Solo Los Solitarios

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Información de este libro electrónico

La joven estudiante de cine Joanne camina por las calles de Londres grabando un documental casero cuando graba accidentalmente a dos hombres metiendo a un tercero en un coche.

El tercero, una importante figura política, acaba de ser secuestrado, y el vídeo en la cámara de la estudiante es la única prueba.

Cuando los secuestradores se enteran de que han sido grabados, Joanne se ve envuelta en un peligroso juego de mentiras, persecuciones y asesinatos.

IdiomaEspañol
EditorialNext Chapter
Fecha de lanzamiento12 ene 2020
ISBN9781071525296
Solo Los Solitarios

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    Solo Los Solitarios - Nick Sweet

    Solo los solitarios

    Sir George se arriesgó a mirar de reojo al joven bajo el siguiente grifo de la ducha, y lo que vio le hizo quedarse sin aliento.

    Es tan guapo... —­pensó—. Y la tiene grande como un caballo.

    Sir George se quedó frotando jabón sobre su prominente barriga, obligándose a comportarse.

    Ahora soy un ministro del Gobierno. —pensó—. No puedo hacer lo que quiera.

    Además, estaba felizmente casado.

    O eso se suponía.

    Margaret lo crucificaría si hiciera alguna locura.

    No solo eso, también le rompería el corazón.

    Lo importante era no empalmarse. Sir George estaba seguro de que el joven era también gay, pero seguía habiendo tres hombres en los grifos de la pared opuesta.  Se sorprendió pensando que quizás podría esperar a que se fueran, y, si el joven se quedaba, algo improvisaría.

    Dio la espalda al joven y siguió enjabonándose, luego se volvió y arriesgó a echar otra ojeada al miembro del hombre, que era una verdadera obra de arte.

    Cuando Sir George levantó la mirada, se encontró con la mirada del joven. Sus ojos reflejaban una sonrisa cómplice, y los dos hombres se entendieron sin mediar palabra.

    Jovencito atrevido, pensó Sir George.

    Pero estaba tan cachas...

    En ese instante, uno de los hombres en la pared opuesto abandonó la ducha, seguido de cerca por los otros dos hombres. El corazón de Sir George amenazaba con salírsele del pecho. Sentía un entusiasmo salvaje y descontrolado.

    Lo importante es no empalmarse, se repitió.

    No empalmarse aún...

    Y pensar que, hacía menos de una hora, Sir George se había ganado el aplauso de muchos de sus partidarios en la Cámara con un apasionante discurso sobre el estado de la economía.

    Le irritaba tener que mantener constantemente la fachada de ser quien no era. Hacer de marido fiel, cuando llevaba 10 años sin tocar a su mujer...

    Ahora mismo —pensó—, lo único que quiero es a este joven guaperas que tengo a pocos metros, y daría lo que fuera por conseguirlo.

    ¿Lo que fuera?, dudó.

    Esas eran palabras mayores.

    Pero estaba harto de la hipocresía. La suya y la de la nación. Y de tener que tragar con la absurda imagen de lo que pensaban que debían ser sus líderes.

    Estaba muy harto.

    Entonces, el hombre de la esquina cerró el grifo bajo el que se encontraba y salió de la ducha. Eso dejaba solos a Sir George y al joven galán en el que se había fijado.

    ¿Debo o no debo?, se preguntó.

    Decidió que esperaría a ver si el joven le entraba primero.

    Ojeó al joven mientras estas ideas le pasaban por la cabeza, y él se giró de manera que quedó de frente a Sir George. Volvieron a mirarse a los ojos. Si había algún atisbo de duda, ahora estaba claro que se entendían.

    El muchacho dio un paso al frente, y extendió su mano para agarrar el pene de Sir George con la mano.

    Sir George tardó un instante en estar erecto, y, sin saber cómo, se encontraba en los brazos del joven...

    ––––––––

    El móvil de Melanie comenzó a sonar. Lo sacó de su bolso Kelly de imitación y lo abrió de una sacudida:

    —Hola Joanne, ¿qué quieres?

    —Menuda manera de hablarle a la chica a la que antes decías que querías.

    Melanie dijo:

    —Eso fue hace mucho, Jo.

    —Fue hace una puta semana.

    —Exacto...

    —¿Y qué ha cambiado, Mel?

    —¿A qué te refieres?

    —Pues que si me amabas hace una semana, ¿cómo es que no me quieres ahora?

    —Las cosas han cambiado.

    —¿Cómo han...?

    —Pues mira, lo primero, no tienes la lengua metida diez centímetros dentro de mi coño, y la tenías cuando te dije que te quería... ¿Responde eso a tu pregunta?

    —¿Es eso todo lo que soy para ti? ¿Un juguete que utilizas y dejas según te apetece?

    —Hay mucha gente que sería feliz de que les utilizara de esa manera, te digo, Jo. Y ahora, ¿por qué no dejas de ser una puta llorica?

    —Pero pensaba que había algo, Mel... algo especial...

    —Lo había Jo... se llama sexo caliente, y era la hostia de excitante. No como esta conversación.

    —Eres cruel, Mel, ¿lo sabías?

    —Lo tomas o lo dejas, Jo... nunca te oculte el hecho de que soy una Amazona.

    —Sí, pero creía que eras mi Amazona, Mel...

    Melanie notaba la tristeza en la voz de Joanne, y la intensidad de su sufrimiento solo hizo que Melanie quisiera hacerle aún más daño.

    —La verdad es que estoy enamorada, Jo.

    —Dime el nombre de la muy puta. Quiero su dirección. Iré a su puta casa y la mataré.

    —No es una mujer, es un hombre.

    Joanne comenzó a gimotear al otro lado del teléfono.

    —Nunca he ocultado que soy bi, Jo.

    La llamada se colgó.

    Linda Houseman estiró el cuello y miró a su psicoterapeuta, John Emmet, que era alto, delgado, tenía un bellísimo y delicado rostro, y vestía un elegante traje azul nuevo.

    —Mi vida ha dado un vuelco recientemente, como sabes.

    —¿Quieres decir desde que el libro de tu marido se convirtió en best seller?

    —Sí. No para de entrar dinero y debería estar pasándomelo genial, pero no lo hago.

    —Quizás puedas decirme porque crees que esto es así, Linda.

    —Ojalá lo supiera.

    —¿Cómo va la relación con tu marido?

    —No va, la verdad.

    —Háblame de él.

    —Eh... pues es cuarentón, se está quedando calvo, sacando michelín —habría añadido que no tenía ojo para vestirse, pero no lo hizo.

    Y para nada guapo y maravilloso como tú, se sorprendió pensando.

    —Pero, quiero decir, ¿cómo persona?

    —Casi siempre está trabajando.

    —¿Tal vez podrías contarme más acerca de tu vida sexual?

    No te andas con rodeos, míster, pensó Linda, y dijo:

    —¿Qué quiere saber?

    ––––––––

    La prensa haría el agosto si pudiera verme ahora, pensó Sir George Parker, mientras permanecía desnudo en los brazos de aquel joven galán que no podría distinguir de Adán.

    Se estaban besando y el joven estaba jugueteando con la polla de Sir George. Sir George cogió la del joven, o lo que pudo coger, porque era tan grande... Es una monstruosidad —pensó—. Pero es tan bonita.

    El joven le apartó, puso sus manos en los hombros de Sir George, y Sir George se puso de rodillas.

    ––––––––

    —Nuestra vida sexual no es nada del otro mundo, si soy sincera —dijo Linda Houseman­—. Y, como digo, no ayuda que Bob esté tan obsesionado con su trabajo todo el rato.

    —¿Cuándo fue la última vez que... intimaron?

    —Eh... hará ya varias noches.

    —¿Podrías contarme más?

    —No estoy muy acostumbrada a hablar de este tipo de cosas.

    —A ver, tienes que entender que la razón por la que vienes es para entender lo que ocurre en el fondo de tu ser —dijo el Doctor Emmet—. Y eso significa dejar a un lado la máscara que llevas en tu vida social diaria. Dejar a un lado todas las farsas insignificantes y hablar de las cosas que nunca contarías a nadie. Si quieres progresar tendrás que sacarlo todo y destapar tu verdadero yo para que podamos averiguar qué ocurre en tu mente inconsciente.

    Sí que te gustaría saberlo, pensó Linda Houseman.

    ––––––––

    La típica zorra pija —pensó Melanie al ver a Linda Houseman salir—. Delgada y vestida de manera elegante, con una falda de lino y chaqueta a juego, finas piernas con bonitos tobillos, y su cabello rubio peinado en un moño bastante guay —se fijó Melanie—. Justo el tipo de Emmet.

    Más le vale a la muy puta no acercarse a él —se dijo—, porque le saco los ojos.

    La puerta se abrió de nuevo, y John (o el doctor Emmet, según su título profesional) asomó la cabeza:

    —¿Me ha llamado alguien?

    —Tu cita de las dos ha preguntado si podría citarse para otro día.

    —Son todo excusas.

    —¿Excusas para qué?

    —Para no venir, le aterra enfrentarse a sus fobias.

    —¿Qué le digo?

    —Que la llamaré más tarde.

    —¿Me vas a invitar a comer?

    Emmet frunció el ceño.

    —Tendrá que ser chino.

    —¿Tan poco me quieres, John?

    —¿Qué?

    —Hubo un tiempo en el que me llevabas a sitios con clase en Mayfair.

    —Eso es para ocasiones especiales, Melanie.

    —¿Por qué me da la sensación de que te estás echando para atrás conmigo?

    ––––––––

    El joven ayudó a levantarse a Sir George, para luego ponerle contra la pared. Lo siguiente que sintió Sir George fue el agonizante y apasionante gozo de que el joven le penetrase.

    Sir George gimió y lloró de satisfacción mientras el joven entraba y salía. No

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