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Los dos Chiles: Controversias del voto voluntario e inscripción automática. Los que no votaron y quienes votaron por ellos
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Libro electrónico326 páginas4 horas

Los dos Chiles: Controversias del voto voluntario e inscripción automática. Los que no votaron y quienes votaron por ellos

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Los dos Chiles analiza las últimas elecciones presidenciales y parlamentarias, en las que Michelle Bachelet se impuso ampliamente obteniendo una mayoría absoluta en ambas cámaras y la más holgada en la nueva democracia establecida después de la dictadura. Estas fueron, además, las primeras después de la reforma electoral de 2012, que introdujo el voto voluntario y la inscripción automática y que permitió a 5,7 millones de personas votar por primera vez en los comicios municipales de ese año. El padrón electoral quedó compuesto por dos Chiles: los “inscritos antiguos” y los “inscritos nuevos”. Dentro de ellos existen enormes diferencias en el comportamiento electoral, cuya comprensión reviste gran importancia para entender los resultados de 2013 y las perspectivas para las elecciones parlamentarias y presidenciales de 2017.Este libro examina, además, el financiamiento y el gasto de las campañas, la que ha adquirido una enorme importancia política debido las irregularidades que cometieron algunos candidatos. Varios de estos casos se abordan, en particular los de Penta y Soquimich, aplicando la información sobre los ingresos y gastos de las campañas.Los que van a las urnas son los que deciden las elecciones, y después de 2012 ese número bajó considerablemente. Los dos Chiles permite distinguir quiénes son los que produjeron la victoria de Michelle Bachelet en las elecciones de 2013, dando a conocer a los electores que no votaron y a los que decidieron por ellos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 dic 2005
ISBN9789563244120
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    Los dos Chiles - Cristóbal Huneeus

    hijos.

    I

    Introducción

    En este libro se analizan las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2013, en las que Michelle Bachelet se impuso ampliamente, con el apoyo de la Nueva Mayoría, que agrupa a los partidos de la Concertación y al Partido Comunista. Bachelet fue Presidenta de 2006 a 2010 y, junto con Arturo Alessandri Palma, son los únicos mandatarios democráticos desde 1865 que han logrado retornar a La Moneda. En los comicios parlamentarios, la coalición que apoya a la presidenta Bachelet obtuvo una mayoría absoluta en ambas cámaras, más amplia de la que logró en su primer gobierno, y la más holgada en la nueva democracia establecida después de la dictadura del general Augusto Pinochet (1973-1990).

    Estas elecciones presidenciales fueron las primeras después de la reforma electoral de 2012 que introdujo el voto voluntario y la inscripción automática, poniendo fin al sistema electoral impuesto por la dictadura de Pinochet, en el que existía voto obligatorio con inscripción voluntaria. Hasta 1973, la inscripción y el voto eran obligatorios. Las elecciones parlamentarias de 2013 fueron las últimas realizadas con el sistema electoral binominal establecido por la dictadura después del triunfo del No en el plebiscito de 1988, que garantizaba la presencia de una minoría fuerte en el Congreso, representada por los partidos de la derecha, la Unión Demócrata Independiente (UDI) y Renovación Nacional (RN). Producto de la amplia mayoría parlamentaria obtenida por la Nueva Mayoría en las elecciones que se analizan en este libro, el gobierno de Bachelet, pudo a comienzos de 2015, con el apoyo de parlamentarios de Amplitud, que habían renunciado a RN, poner fin al sistema binominal y reemplazarlo por un sistema proporcional.

    La reforma electoral de 2012 cambió drásticamente lo que las personas de 18 y más años podían hacer en las urnas: permitió dejar de votar a quienes estaban inscritos en los registros electorales, y poder sufragar sin exigir trámite alguno a quienes no estaban inscritos. Los impulsores de la reforma electoral imaginaron que el impacto de los cambios sería más intenso en el segundo grupo, mientras el primer grupo se mantendría estable, por lo que en definitiva habría un aumento de la participación electoral. Pero esa expectativa no se cumplió porque se produjo una caída de la participación electoral, primero en las elecciones municipales de 2012, y después en la elección presidencial de 2013.

    La caída de la participación electoral es continua y constante desde el plebiscito de 1988. La masiva inscripción para el plebiscito de 1988, que alcanzó al 92,2% de la población en edad de votar (PEV)¹, permitió una muy alta participación en ese referéndum, del 97,5% de los inscritos, y posibilitó el triunfo del No con el 55,99%, poniendo fin a la dictadura. En las elecciones presidenciales y parlamentarias de 1989 se impuso holgadamente Patricio Aylwin, el abanderado de la Concertación de Partidos por la Democracia. Desde entonces el padrón electoral permaneció prácticamente congelado porque los jóvenes no se inscribieron en los registros electorales. Esto derivó en la persistencia de un número estable de votantes inscritos, mientras que este universo disminuía en relación a la PEV. La baja de la participación electoral en relación a la PEV se tradujo en una disminución del número de chilenos que han elegido al Presidente de la República: Aylwin fue elegido por el 46,5% de la PEV, mientras que en su primer mandato Bachelet logró el 35,6% de la PEV y en el segundo periodo, el 25,6%.

    La reforma electoral de 2012 permitió que 5,7 millones de personas se incorporaran al nuevo padrón electoral (42%) y pudieran votar por primera vez en los comicios municipales de ese año. El padrón electoral quedó compuesto por dos Chiles, los inscritos antiguos, en especial de 1987 a 1990, y los inscritos nuevos, de 2012 en adelante. Se observan enormes diferencias en el comportamiento electoral de ambos grupos, cuya comprensión reviste gran importancia para entender los resultados de los comicios de 2013 y las perspectivas para las elecciones parlamentarias y presidenciales de 2017.

    En contra de lo que esperaban los impulsores de la reforma electoral, hubo una caída en la participación electoral, del 59,6% de la PEV en 2009 al 49,3% en 2013. Al aplicar la metodología que se expone en este libro, se observa que 2,0 millones de personas que sufragaron en 2009 no lo hicieron en 2013, y que 1,5 millones de los nuevos inscritos votaron por primera vez en comicios presidenciales. Esto deja un saldo neto de disminución del universo votante en 570.000 personas.

    Además de la tendencia a la baja de la participación electoral, las elecciones de 2013 tuvieron otras dos características singulares, que son examinadas en este libro. En primer lugar, se aprecia una importante brecha en la participación de los dos grupos que componen el padrón electoral: fue mucho más alta en los inscritos antiguos, un 67,6% de los cuales votó, mientras que en los inscritos nuevos hubo una baja participación, de un 25,4%. En suma, tres de cada cuatro votantes en 2013 fueron inscritos antiguos.

    En segundo término, hubo considerables diferencias en el comportamiento electoral de ambos grupos. Michelle Bachelet logró una amplia ventaja sobre su principal competidora, de la Alianza por Chile, Evelyn Matthei, de más de 20 puntos porcentuales en los inscritos antiguos. Sin embargo, entre los inscritos nuevos la diferencia a favor de la actual mandataria fue de solo 6 puntos porcentuales. Esta brecha en el voto de ambos grupos también se observa en la elección parlamentaria de los candidatos de la Nueva Mayoría y la Alianza. Se explica porque fueron especialmente votantes de derecha quienes se quedaron en sus casas, en un hecho que puede atribuirse a los conflictos observados entre los partidos que apoyaron al expresidente Sebastián Piñera (UDI y RN). Esto significa que la Nueva Mayoría se apoya en la movilización del electorado antiguo, con una baja capacidad de movilización de los inscritos nuevos, lo que anticipa un escenario complejo para esta coalición para las próximas elecciones si no logra motivar a este último grupo.

    Se observan por tanto dos Chiles en el escenario electoral. Uno que puede denominarse el viejo Chile, que se inscribió motivado por la movilización política que condujo a la derrota de Pinochet en el plebiscito de 1988, y se caracteriza por una participación regular en cada elección. Y otro que puede llamarse el nuevo Chile, constituido por aquellos que obtuvieron el derecho efectivo a votar con la reforma electoral de 2012, y que en su gran mayoría no han votado nunca en elecciones generales. Estos dos Chiles generan un escenario electoral muy inestable, pues, por ejemplo, una eventual movilización de este último grupo puede provocar profundos cambios en los alineamientos electorales.

    En este libro se analizan, asimismo, las elecciones parlamentarias de 2013. La elección de diputados sobresale, entre otros factores, por el alto número de doblajes que obtuvo la Nueva Mayoría, diez en 60 distritos, y la elección de cuatro exdirigentes estudiantiles de las movilizaciones ciudadanas de 2011 que remecieron al sistema político. Se examinan los resultados de los partidos políticos según el partido del compañero de lista, y de los diputados que se presentaron a la reelección en comparación con aquellos que competían por primera vez, así como el impacto que tuvieron los candidatos del Partido Comunista en la lista de diputados de la Nueva Mayoría y en la votación de Bachelet. En las elecciones al Senado se analizan las dos circunscripciones de la Región Metropolitana porque históricamente ha sido el lugar donde compiten futuros candidatos presidenciales; además, el doblaje de la Nueva Mayoría en la IV circunscripción senatorial y la elección de la circunscripción XVII, en que esta coalición estuvo muy cerca de lograr el doblaje. También se estudia el potencial impacto que ejercieron los candidatos a diputados en las elecciones de los postulantes al Senado.

    Finalmente se examinan el financiamiento y el gasto de las campañas presidenciales y parlamentarias. Mientras más gasta un candidato más probable es que gane, por lo tanto la magnitud de los recursos económicos de los postulantes que compiten por la presidencia o en un distrito parlamentario puede producir el margen de diferencia necesario para inclinar el resultado en una u otra dirección. Este asunto reviste enorme interés en el país y en la experiencia internacional porque la introducción del voto voluntario debería haber conducido a un aumento del gasto electoral por la necesidad que tienen los candidatos de convencer a los votantes de ir a sufragar, como advierten los especialistas². Sin embargo, esto no ocurrió, pues el financiamiento en los comicios presidenciales permaneció estable y en los diputados cayó en un 21%. También se analizó la distribución del gasto electoral, comparando el que efectúan los incumbentes (parlamentarios en ejercicio que buscan su reelección) y sus competidores. El hallazgo fue que los incumbentes reciben la mayor proporción del gasto total. Se registra, además, una alta concentración del financiamiento en un número reducido de candidatos: el 10% de los candidatos a diputados concentró el 39,4% del financiamiento para los candidatos a la Cámara Baja.

    El financiamiento de las campañas electorales ha adquirido una enorme importancia política en los últimos meses por las irregularidades que cometieron algunos candidatos en ellas. Varios de estos casos se analizan en este libro, en particular, los correspondientes a aportes de empresas de los grupos económicos Penta y Soquimich, que están siendo investigados por el Ministerio Público.

    El análisis de los resultados se basa en los datos a nivel de mesa y los padrones electorales de 2009 y 2013 del Servicio Electoral (SERVEL). Para el capítulo del financiamiento se emplea la información sobre los ingresos y gastos de las campañas.

    Los autores del libro son dos ingenieros interesados en la política, uno de los cuales es también economista, y una economista experta en opinión pública y elecciones. Este libro empezó durante la elección presidencial de 2013, cuando junto a Sebastián Acuña y Andrés Villavicencio, los autores crearon un sitio Web (www.decidechile.cl), donde en tiempo real durante los días de la primera y segunda vuelta se mostraban gráficamente y de forma amable los resultados de las elecciones, a partir de los datos que entregaba el SERVEL. Con estos datos, escribieron varios artículos en diversos medios explicando algunos de los resultados. Tal fue la génesis de este libro. El manuscrito que preparamos fue cuidadosamente editado y perfeccionado por Manuel Délano. Agradecemos enormemente su ayuda, así como la de Editorial Catalonia, que brindó su apoyo a esta iniciativa, y la de quienes leyeron un borrador previo, en especial a Alan Angell, José Burnmeister, Cristina Escudero, Pablo Valenzuela y Claudio Agostini, y aportaron sus comentarios y opiniones, aunque la responsabilidad por lo publicado pertenece por completo a los autores.

    Las elecciones las deciden quienes van a las urnas y después de 2012 son menos los que deciden. Este libro ayuda a entender quiénes produjeron la victoria de Michelle Bachelet en las elecciones de 2013. Los que no votaron conocerán quiénes decidieron por ellos.

    Los autores.

    II

    Una Mirada Histórica a la Participación Electoral

    A. La revolución participatoria de 1988

    La dictadura del general Augusto Pinochet reabrió los registros electorales el 25 de febrero de 1987, cuando habían transcurrido algo más de 13 de los casi 17 años que gobernó Chile, durante los cuales mató y torturó a más de 30 mil personas, envió al exilio a decenas de miles más, prohibió los partidos políticos y suspendió las elecciones. Era un día importante: el padrón electoral fue destruido por los militares el 20 de noviembre de 1973, dos meses después que bombardearon La Moneda y pusieron fin al gobierno del presidente Salvador Allende, el primer socialista que había llegado al poder en el país a través de las urnas.

    La ley electoral de 1987 instaló una inscripción voluntaria a los mayores de 18 años, que una vez inscritos estaban obligados a votar, o se exponían a una multa de beneficio municipal de tres unidades tributarias mensuales (UTM)³, (equivalentes a US$ 49 de la época). Este diseño de inscripción y participación era muy diferente al que existió en Chile antes del Golpe Militar de 1973, como se examinará más adelante.

    Con la apertura de los registros electorales, la dictadura estaba siguiendo el diseño institucional que estableció en la Constitución de 1980, dando inicio al proceso del plebiscito, que tuvo lugar el 5 de octubre de 1988. En este referéndum se votó o No por la continuidad del general Pinochet durante ocho años más en la presidencia del país⁴. De ganar el No, la Constitución preveía elecciones presidenciales para el año siguiente.

    Ese viernes 25 de febrero de 1987 empezó lo que la literatura ha denominado una revolución participatoria⁵. El día que se abrieron los registros electorales, el primero en inscribirse fue el general Pinochet. A fines de 1987 ya se habían inscrito 3,5 millones de chilenos, de un total de 8,1millones.

    La mayor parte de la oposición, reunida en la Concertación de Partidos por la Democracia, la coalición de centroizquierda formada el 2 de febrero de 1988 y que sucedió a la Alianza Democrática, había decidido derrotar a la dictadura dentro de su propia institucionalidad. La vía de las protestas y movilizaciones sociales que comenzaron en mayo de 1983 como reacción frente a los efectos de la recesión económica, la segunda más profunda del siglo XX, y las violaciones a los Derechos Humanos, había logrado debilitar pero no deponer a la dictadura, y parecía un camino sin salida, mientras había surgido una oposición en armas, encabezada por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), el brazo armado del Partido Comunista. En este escenario, la Concertación, integrada inicialmente por un sector del Partido Socialista, la Democracia Cristiana y sus respectivos aliados, convocó a los chilenos a inscribirse en los registros electorales⁶. A fines de abril de 1988 ya se habían inscrito cinco millones de chilenos con un ritmo inédito de casi medio millón de personas que acudían cada mes, a pesar que había horarios restringidos y escasas oficinas para hacerlo⁷.

    Una excepcionalidad histórica

    La primera gran interrogante sobre el llamado a plebiscito era si los chilenos se inscribirían, y la segunda, si el régimen de Pinochet reconocería su derrota en las urnas, en el caso que perdiera. ¿Serían elecciones libres y transparentes? Se inscribieron 7,4 millones de votantes, un 92,2% de los 8,1 millones de potenciales votantes⁸. En contraste, en la última elección antes del Golpe Militar, en marzo de 1973, estaba inscrito un 84,4% de los 5,3 millones de personas en edad de votar (PEV)⁹.

    En efecto, esto significa que al momento del plebiscito de 1988 el interés por inscribirse era casi 8 puntos porcentuales mayor que el existente en la última elección previa en democracia, ocurrida en medio de una profunda polarización política. El sistema político chileno había alcanzado un estado de ejercicio de sufragio universal, antes del Golpe Militar, con altísima participación electoral, que contrasta con la disminución continua después de la inauguración de la democracia.

    Al momento del plebiscito, las condiciones económicas de la población no eran propicias para la dictadura, aunque habían mejorado respecto de años anteriores: el desempleo nacional había sido en promedio 10,3% en la primera mitad de 1988¹⁰, cuatro de cada diez personas tenían ingresos bajo la línea de pobreza y la tasa de inflación era de un 14,7% anual¹¹. El promedio de escolaridad del país era cercano a nueve años¹² y Chile era considerado entonces un país del tercer mundo y no una economía emergente y miembro de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), como lo es en el presente.

    El porcentaje del 92,2% de inscritos en un sistema de registro voluntario y voto obligatorio para el plebiscito del 5 de octubre constituye una excepcionalidad histórica en Chile y un fenómeno no observado en otros procesos electorales. Son muy escasas las ocasiones en la historia en que prácticamente todos los votantes se encuentran activos, inscritos y movilizados para acudir a las urnas, en un registro electoral perfecto, ya que todos los inscritos estaban efectivamente viviendo en Chile al momento de inscribirse. Este fenómeno es todavía más sorprendente si se considera que en los colegios no se enseñaban prácticas y conductas democráticas, y que la gran mayoría de los medios de comunicación social, en especial la televisión, estaban bajo el férreo control de la dictadura. Hacía 17 años que no se votaba por lo que existían electores que a lo sumo habían alcanzado a votar una sola vez, en la última elección parlamentaria de marzo de 1973. No existía Internet, menos Twitter y la famosa franja televisiva que hizo la oposición para llamar a votar No tuvo lugar solo después de terminado el periodo de inscripción para esa elección. La ciencia política y la sociología han debatido mucho acerca del impacto de la socialización y su efecto en la cultura cívica de las sociedades. La hipótesis en boga sostiene que quienes viven en democracia aprenden lo que es este régimen a través de la experiencia misma, pues se socializan con la democracia. En el caso chileno, lo que había era la memoria histórica de quienes habían vivido en democracia antes de la dictadura, pero con una población muy joven que en gran parte no había vivido en democracia. Por tanto, de acuerdo con esa hipótesis no era esperable que tuvieran una demanda por democracia. Series de datos del periodo hasta el presente reflejan una relación débil del poder de la socialización en democracia como fuente de democratización¹³. Claramente, la inscripción de casi toda la población para el plebiscito de 1988 constituye una evidencia empírica única de resistencia de la memoria histórica de la democracia, y en contra de la hipótesis de socialización. Esto se explica en parte por la alta participación electoral previa al Golpe Militar, que venía construyéndose desde hace décadas. Efectivamente, las generaciones socializadas en dictadura acudieron a inscribirse en los registros electorales tal como lo hicieron sus padres y abuelos. Existían dos poderosos motivos para hacerlo: unos para apoyar al dictador y otros para derrotarlo. Ambos factores eran inesperados. El primero porque comparativamente no hay evidencia empírica de apoyo a un dictador en elecciones libres y competitivas, y el segundo porque rechaza la hipótesis de la socialización.

    Encuestar la derrota

    Esas no fueron las únicas características singulares del plebiscito de 1988. Las encuestas de opinión comenzaron durante la dictadura, en 1984¹⁴, con un estudio en las universidades realizado por el Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea (CERC) y continuaron entre 1984 y 1987 con un número creciente de instituciones que las aplicaban, generando información en Santiago sobre lo que la población pensaba, en pleno periodo de protestas y movilizaciones. Estos datos casi no tenían difusión pública y estuvieron restringidos a las redes de la oposición y a publicaciones en el extranjero hasta en un periodo muy próximo al plebiscito. El CERC aplicó en 1987 la primera encuesta nacional cara a cara hecha en Chile, y a partir de 1988 se instaló otra encuesta nacional, la del Centro de Estudios Públicos (CEP) con el apoyo técnico del Instituto del Partido Republicano de Estados Unidos (RDI).

    Como eran encuestas hechas bajo dictadura, en un periodo de fuerte persecución a quienes protestaban, surgió la controversia (entre cientistas políticos) sobre si acaso era verosímil que una persona pudiera contestar con veracidad respecto de su comportamiento futuro, es decir, como votaría el 5 de octubre de 1988.

    Los datos de las encuestas contradecían todas las evidencias sobre que los dictadores no pierden las elecciones durante su régimen. Parecía imposible¹⁵ que un dictador pudiera perder una elección y, más aún, que se pudiera encuestar su derrota. Efectivamente, como Pinochet y los funcionarios de su régimen no creían en las encuestas y estas no eran ni mencionadas ni perseguidas, las personas respondían sin miedo. Si hubiesen respondido influidos por el miedo, habría sido imposible anticipar el resultado del plebiscito. Es más, la dictadura publicó los resultados de sus propias encuestas con amplia difusión y bajo la marca Gallup, dando cuenta de una amplia ventaja del .

    El CERC aplicó cinco encuestas nacionales de noviembre de 1987 a octubre de 1988, y produjo una predicción electoral que le entregaba el triunfo al No con un 54% como consignó en su portada el diario La Época¹⁶. La prensa oficialista había publicado encuestas de la empresa Gallup que daban el triunfo al , mientras los resultados del CEP¹⁷ no se intentaron publicar, aunque resultaban favorables al No, por lo que se guardaron en una notaría dando cuenta correctamente del triunfo de esa opción. Con ello el instrumento de las encuestas anticipó el triunfo del No, a pesar de haber sido realizadas en la dictadura. Una excepcionalidad más del plebiscito.

    La noche del 5 de octubre la oposición supo tempranamente de su victoria gracias a su propio sistema de conteo paralelo de votos. El resultado oficial del plebiscito fue reconocido mucho más tarde, por la declaración inicial del comandante en jefe de la Fuerza Aérea, general Fernando Matthei, un miembro de la Junta de Gobierno, que admitió públicamente la derrota. El No obtuvo el 55,99% y el el 44,01%¹⁸, lo que confirma la revolución participatoria de 1988, en que fue posible encuestar la derrota del dictador.

    El plebiscito devolvió una esperanza de futuro a la generación que había partido al exilio y a la que vivía en Chile con temor a la represión. A este proceso siguió un plebiscito el 30 de julio de 1989 en el que se aprobaron con un muy alto apoyo reformas a la Constitución negociadas entre el gobierno y la Concertación, y después la elección presidencial y parlamentaria del 14 de diciembre de 1989. Del país bajo la dictadura se pasó al país (…) en la medida de lo posible (…) ¹⁹, como definió el entonces presidente de la República Patricio Aylwin al referirse a la búsqueda de justicia frente a las violaciones de los Derechos Humanos. Esta frase se transformó en la estrategia de una generación traumada por el quiebre de la democracia, que se aprestó a gobernar bajos enormes e inéditos amarres institucionales²⁰.

    La revolución participatoria quedó rápidamente atrás y la práctica de la democracia empezó a impactar negativamente en la participación política. Desde 1988 a 2009, los inscritos en los registros electorales tuvieron un aumento neto de solo 830.000 personas, llegando en 2009 a un total de 8,2 millones, con una tasa de inscripción del 67,9% de la población en edad de votar, quedando fuera del registro electoral cerca de 3,9 millones de personas. Ya en 2009 la cantidad de inscritos en los registros era inferior a la que hubo en la última elección antes del Golpe Militar. Chile había pasado de una democracia donde crecía la participación electoral, a una democracia donde disminuía, por primera vez en la historia del país.

    El desencanto

    Desde 1988 a 2009 la pobreza disminuyó del 40% al 13%, la inflación cayó a un nivel de 1,9% anual²¹, el ingreso per cápita se multiplicó y creció sobre US$ 16.000 al inicio de la segunda década del siglo XXI. Estos indicadores positivos contrastaban, sin embargo, con otros de signo opuesto. En particular, la desigualdad persistía muy elevada. De acuerdo a datos de la OCDE, a fines de la década de 2000, el coeficiente GINI²² de Chile era de 0,5, con lo que quedaba situado como el país más desigual de este grupo de países. Su desigualdad prácticamente no había disminuido desde mediados de la década de los ochenta, a pesar del crecimiento económico en ese periodo. Los chilenos reconocían en la democracia la garantía que se daba a las libertades cívicas, pero

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