La hendidura de la roca: Variaciones sobre el Cantar de los Cantares
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En cada capítulo, después de la introducción, aparecen estos apartados:
- Centellas de fuego (Cant 8,6): textos de san Juan de la Cruz, lector por excelencia del Cantar, y de san Juan de Ávila, que, sin hacer referencia explícita a él, se mueve dentro de sus mismas claves y lo expresa en un castellano rotundo y maravilloso.
- Con cuánta razón eres amado (Cant 1,4): textos de diferentes autores en los que resuena con música de distintos "instrumentos" el tema de fondo de cada capítulo.
- Detrás de la tapia (Cant 2,9): propuestas de lectura del Cantar en clave global y solidaria, en un camino de "descenso" hacia el mundo de los empobrecidos, que paradójicamente invierte la dirección mística de "ascenso" hacia Dios, pero que acaba en idéntico término. Porque "ambas experiencias nos acercan y anticipan, aún en un espejo, lo que será el gozoso encuentro con el Compasivo (Is 49,10)" (J. L. Segovia).
- En la hendidura de la roca (Cant 2,14): sugerencias de profundización orante que permitan utilizar el libro en tiempos de oración personal, días de retiro o de Ejercicios.
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La hendidura de la roca - Dolores Aleixandre Parra
LA HENDIDURA DE LA ROCA
VARIACIONES SOBRE EL CANTAR DE LOS CANTARES
Dolores Aleixandre, RSCJ
Contenido
Portadilla
Introducción
1. He buscado en la noche (Cant 3,1)
2. El corazón en vela (Cant 5,2)
3. Atráeme... (Cant 1,4)
4. El alma se me fue tras él (Cant 5,6)
5. Frutos nuevos y añejos (Cant 7,14)
6. Soy morena y hermosa (Cant 1,5)
7. Mi viña, la mía, no la guardé (Cant 1,6)
8. Llega el tiempo de la poda (Cant 2,12)
9. Sostenedme con manzanas... (Cant 2,5)
10. Tú que me eres tan cercana (Cant 1,9)
11. Tu nombre, un perfume derramado (Cant 1,5)
12. Grábame como un sello (Cant 8,6)
Apéndice: Cantar de los Cantares
Notas
Créditos
INTRODUCCIÓN
En el Congreso Internacional de Ejercicios ignacianos (Loyola, 1991) hubo un debate interesante sobre si en san Ignacio de Loyola estaba presente la mística esponsal, como en san Bernardo o san Juan de la Cruz, o si más bien prefería hablar de la relación con Dios en términos de «Señor» o «Rey». Alguien dijo que el lenguaje de Ignacio era el de un vasco sobrio y contenido, pero que su expresión «ser puestos con el Hijo» expresa la misma totalidad de relación que el lenguaje nupcial de los místicos.
En todo caso, al hablar de Dios como «Esposo», como «Señor» o como «Padre» estamos empleando algunas de las infinitas metáforas que nos ofrece la Escritura a la hora de dirigirnos a Aquel que es el origen de todo. Lo intuye Rilke en uno de sus poemas:
¿Eres el Padre nuestro? ¿Y yo, yo habré
de llamarte Padre?
Eso sería igual que separarme mil veces de ti.
Tú eres mi hijo. Te reconoceré
como se reconoce al hijo único amado
cuando se llega a ser hombre, un hombre anciano¹.
Aceptar esta «movilidad» de lenguajes y esta pluralidad de nombres a la hora de invocar a Dios y relacionarnos con él supone una gran liberación: por una parte nos sitúa en continuidad con la audacia de los profetas, que se dirigen a él desde un «imaginario» variadísimo y sorprendente, y, por otra, nos permite acceder al Cantar de los Cantares con una mirada diferente y asomarnos a su «jardín» sin que nos lo impidan las tapias que a lo largo de los siglos se han ido levantando en torno a él. Una de esas «tapias» ha sido la polémica entre dos posturas que se consideraban irreconciliables: la de una lectura alegórica, inspirada en los Padres, que ve solamente en él una parábola del amor entre Dios y el alma, y la literal, que lo contempla simplemente como un conjunto de canciones de amor con un fuerte componente erótico. Unos han huido de la primera, porque las imágenes nupciales en la relación con Dios les resultan demasiado intimistas e individualistas, mientras que otros han evitado leerlo, desconcertados por el atrevimiento de su lenguaje sexual.
Pienso que hay una «tercera vía» de lectura, y es escucharlo en estéreo, es decir, aprendiendo y disfrutando de su visión tan gozosa y positiva de la relación amorosa entre un hombre y una mujer, tejida de igualdad y reciprocidad, quedándonos a la vez deslumbrados al leer esa relación como una bellísima parábola del amor de Dios. El amor humano se convierte entonces en un «lugar teológico» capaz de expresar algo de la cercanía, la preocupación, el vehemente deseo que fluye entre Dios y los seres humanos, en una metáfora que nos revela algo inaudito: así nos ama Dios y así somos amados: con esa pasión, con esa impaciencia, con ese júbilo ².
«Deseamos a Dios a partir de una experiencia humana», afirma Bernardo Olivera, ex Prior General de la Orden Cisterciense: «En el nivel de la consciencia, estas experiencias se traducen en símbolos que remiten y expresan lo deseable e inefable. Nuestra concepción de Dios nace de nuestras disposiciones y deseos, porque, como dice san Bernardo: El que llamemos a Dios con los diversos nombres de Padre, Maestro o Señor no quiere decir que haya alguna diversidad en su naturaleza simplicísima y completamente invariable, sino una múltiple variación en nuestros afectos según los diversos progresos o defectos de nuestra alma
(Sermones varios 8,1)» ³.
Por eso, el intento de estas páginas es leer el Cantar y, ya que estamos con las metáforas, desde otra «hendidura de la roca», descodificando de alguna manera su lenguaje y buscando las líneas de fuerza que coinciden con las constantes de cualquier relación amorosa, sea la que sea su cualidad concreta (esponsalidad, amistad, filiación...). Eso nos permitirá descubrir, por ejemplo, que cuando el padre de la parábola le dice a su hijo mayor: «Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo» (Lc 15,31), está expresando algo muy parecido a lo que declara la novia del Cantar: «Mi amado es para mí y yo para él» (Cant 2,16), porque el dinamismo de mutua pertenencia y de totalidad están siempre presentes en el amor. Y por eso, cuando ella afirma: «Lo agarré y no lo soltaré» (Cant 3,4), se está refiriendo a la misma experiencia de Pablo cuando dice: «Continúo mi carrera por ver si consigo alcanzar a aquel por quien he sido alcanzado» (Flp 3,12).
«Despierta, cierzo; llégate, austro, oread mi huerto, que exhale sus perfumes» (Cant 4,16). La misma experiencia que aparece aquí con una metáfora olfativa, lo expresa con otra auditiva el subtítulo del libro: «Variaciones sobre el Cantar de los Cantares», que también podría haber sido: «A propósito del Cantar». Y es que, al haber hecho la lectio divina durante un año sobre él, su melodía original me ha ido resonando en otros muchos textos, situaciones y relaciones, me ha hecho «aspirar» en todo ello un aroma común: el de estar atravesados por la misma dinámica de un amor siempre herido por el deseo del encuentro y siempre desbordado por la experiencia de su gratuidad.
En cada capítulo, después de la introducción, aparecerán estos apartados:
– Centellas de fuego (Cant 8,6): textos de san Juan de la Cruz, lector por excelencia del Cantar, y de san Juan de Ávila, que, sin hacer referencia explícita a él, se mueve dentro de sus mismas claves y lo expresa en un castellano rotundo y maravilloso.
– Con cuánta razón eres amado (Cant 1,4): textos de diferentes autores en los que resuena con música de distintos «instrumentos» el tema de fondo de cada capítulo.
– Detrás de la tapia (Cant 2,9): propuestas de lectura del Cantar en clave global y solidaria, en un camino de «descenso» hacia el mundo de los empobrecidos, que paradójicamente invierte la dirección mística de «ascenso» hacia Dios, pero que acaba en idéntico término. Porque «ambas experiencias nos acercan y anticipan, aún en un espejo, lo que será el gozoso encuentro con el Compasivo (Is 49,10)» (J. L. Segovia).
– En la hendidura de la roca (Cant 2,14): sugerencias de profundización orante que permitan utilizar el libro en tiempos de oración personal, días de retiro o de Ejercicios.
CLAVES TEOLÓGICAS PARA ENTRAR EN EL CANTAR
«El Cantar es el cántico del amor absoluto que revela y refleja lo absoluto del amor. Las Escrituras son santas, pero el Cantar de los Cantares es el santo de los santos
, enseñaba Rabí Aqiba, amante y mártir, que introdujo en el canon bíblico este librito en el que el nombre de Dios está ausente. ¿Ausente? Que cada uno se mire en este canto: descubrirá la verdad de Su rostro y de Su voz» (A. Chouraqui) ⁴.
«La lectura simbólica del Cantar parte de un dato real, humano, denso, el del amor de pareja, exaltado por otra parte en el ámbito sapiencial bíblico (cf. Gn 1-2). El Cantar es ciertamente celebración del amor nupcial en su plenitud, pero también es afirmación de todos sus valores referenciales. En este sentido, el amor humano perfecto, en el que la corporeidad y el eros son ya lenguaje de comunión, sin perder su carga concreta y personal, llega por su naturaleza a decir que el misterio del amor tiende al infinito y expresa la realidad trascendente y divina […] El cuerpo es siempre, y más en el Cantar, un gran instrumento de comunicación espiritual. Lo es no de forma alegórica, por medio de la búsqueda exasperada de metáforas morales o místicas, sino de forma auténticamente simbólica, para la que cada dimensión concreta adquiere significados posteriores de vida, de ternura, de amor, de diálogo» (G. Ravasi) ⁵.
«Los significados mesiánicos, filosóficos y místicos del Cantar no son incitaciones a ir más allá del sentido carnal del amor. Al contrario: si la alianza con el Eterno se expresa con tanta frecuencia en la Biblia a través del simbolismo de la alianza conyugal, es también porque, para el judaísmo, la alianza carnal entre dos seres humanos permite aproximarse, mejor que la soledad, al secreto de la vida divina» (C. Chalier) ⁶.
«Se puede decir que los ocho capítulos del Cantar constituyen el desarrollo más bello del éxtasis de la primera creación experimentado por el primero
(’ish) frente a la primera
(’ishshah), ambos perfectamente armonizados en su desnudez original (Gn 2,23). Cada lector de este texto, espontáneamente y con sorpresa, se encuentra personalizado en uno de los dos anónimos protagonistas, en ella o en él. Indudablemente, en la propia correspondiente verdad, también lo ha cantado Miryam por José de Nazaret y José por Miryam. E incluso María de Magdala o María de Betania o los contemplativos
por Jesús, y Jesús por cada uno de los hermanos que el Padre le ha dado. Está vivo
solo el que ama a los hermanos que ve (1 Jn 3,14; 4,20) y el primer otro
, el hermano
que veo, el primer Tú, semejante, pero diferente de mí, que misteriosamente me interpela sobre el amor, es mi hermana / mi hermano, mi tú femenino / masculino. La mujer, que es la protagonista del Cántico (de los 117 versículos del poema, 60 están puestos en boca a ella), repite una docena de veces su pronombre personal: ’any (= yo).
La lectura del carácter nupcial y real del amor que el Cántico introduce en clave simbólica, se retoma en la Biblia en clave explícitamente teológica por la tradición exegética de los profetas, que desde Oseas (1-3) identifica explícitamente al esposo con YHWH y a la esposa con Israel o con Jerusalén-Sión, y permite vislumbrar el tiempo de la divina boda real-mesiánica (Is 54; Jr 2,1-4,4; 31,1-6.21-22; Ez 16; 20-23; etc.) en el último tiempo –el nuevo
–, el de la única alianza (Jr 31,31). En esta clave, y solo en ella, saldrá vencedor el Amor en el trágico desafío entre el Amor y la Muerte.
Si las grandes aguas
no pueden apagar el amor ni los ríos sumergirlo, y puesto que las grandes aguas y los ríos son indudables signos de muerte, se nos está diciendo que, a pesar de toda su fuerza, la Muerte es finalmente vencida por el Amor, que es un fuego, una llamarada divina
. El amor no desaparece nunca, no acaba nunca (1 Cor 13,8). El porvenir escatológico no es del Sheol, sino del Amor (Cant 8,6-7).
La tradición judía y la cristiana han interpretado con perfecta legitimidad el alcance simbólico del amor humano cuando han leído el Cantar como la celebración del amor nupcial de YHWH por Israel; o como la historia de la alianza del Señor con Jerusalén; o como el poema del amor del Mesías por su Iglesia; o como una página de la historia amorosa entre el Espíritu Santo y la Iglesia-Esposa (Ap 22,17) o María (Lc 1,34-35); o como las Canciones entre el alma y el Esposo divino de Juan de la Cruz.
Solo en estas tradiciones el Cantar llega a su plenitud interior de sentido, convirtiéndose en el canto más propio del pueblo de la primera y de la última alianza, la canción de amor del Israel-Iglesia por su Esposo, el canto del creyente enamorado (¿y cómo se podría llegar a ser creyente sin estarlo?).
La teología de la alianza y de la encarnación, la eclesiología, la teología de la belleza, la espiritualidad de los iconos, el itinerario espiritual de la fe desnuda como noche de los sentidos y del espíritu y luz deslumbrante del conocimiento, las sendas vertiginosas de la oración de fe y la más agitada pasión de amor por Dios y por los hermanos y hermanas, las palabras de éxtasis, el alimento de la pura esperanza teologal y escatológica, son algunas de las dimensiones fundamentales y de los horizontes ilimitados de la vida, según el espíritu que el Cantar abre y despliega para todo el pueblo de Dios, para los creyentes y, finalmente, para cada hombre o mujer en los que estalla la pasión más humana: el amor.
El anuncio evangélico al mundo está confiado a este testimonio de llevar y hacer visible hasta los confines de la tierra la noticia de que Dios se ha enamorado de nosotros.
"Queridos, amémonos los unos a los otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. El que teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amémonos, porque él nos amó