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Profundamente Sarah: Serie Divas, #2
Profundamente Sarah: Serie Divas, #2
Profundamente Sarah: Serie Divas, #2
Libro electrónico415 páginas5 horas

Profundamente Sarah: Serie Divas, #2

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Información de este libro electrónico

Sarah Noronha, de Santa Catarina, es una excelente chef, que dirige la cocina del restaurante, uno de sus mayores sueños, con mucho amor. Tiene talento y su negocio vive una de las mejores fases desde su fundación. Después de ser engañada y robada por su exprometido, a quien solo ella amaba. Sarah dejó de creer en el amor y se centró en su mayor placer: el trabajo. Adam Bonnet, francés, residente en Brasil desde los 9 años, ingeniero civil, propietario de un grupo empresarial, vive el apogeo de su carrera profesional. Conocido en el mundo corporativo por su tenacidad y obstinación, está acostumbrado a tener todo lo que siempre quiere. Está a punto de cumplir uno de los proyectos más grandes de su carrera, ve su sueño amenazado, pero está dispuesto a sacar a cualquiera de su camino. La nueva empresa inmobiliaria de Adam puede que no se salga de los límites, y necesita resolver personalmente el problema. Sara está convencida de su decisión y será una piedra en el zapato de Adam, y él está seguro de lo que quiere y quiere aniquilar a su oponente. Sus caminos se cruzarán en una intensa disputa de orgullo y sueños, a los que ambos no quieren renunciar, pero en medio de todo esto, se descubrirán nuevos sentimientos. ¿Puede todo el odio que siente el uno por el otro transformarse en amor?

IdiomaEspañol
EditorialBarbara Ricch
Fecha de lanzamiento1 dic 2019
ISBN9781071511091
Profundamente Sarah: Serie Divas, #2

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    Vista previa del libro

    Profundamente Sarah - Barbara Ricch

    Tipografia-Sarah

    Libro 2 |Serie Divas

    Barbara Ricch

    www.barbararicch.com

    E-mail: contato@barbararicch.com

    Instagram: @barbararicch

    Índice

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Capítulo 31

    Epílogo

    Prólogo

    Cinco años antes...

    Escuché voces distantes, que intenté reconocer sin éxito. Mis ojos estaban pesados, no podía abrirlos fácilmente. Mi cabeza giraba, parecía como si estuviera en una calesita, todo estaba confuso y no entendía lo que decían las voces que me rodeaban.

    Sentí un toque sutil y delicado en mi rostro, acariciando ligeramente con ternura.

    Finalmente abrí los ojos, había algunas personas en la habitación, pocas me eran familiares. No sabía exactamente dónde estaba, mucho menos cómo llegué aquí. Mis movimientos eran lentos, mi razonamiento no estaba con ellos, era una sensación extraña y aterradora, era como si todo sucediera en cámara lenta.

    Intenté decir algo, pero la voz no salió. De todos modos, vi qué manos me tocaban tan delicadamente, son las de mi tía Roberta.

    –¿Estás mejor? –preguntó ella, haciendo eco de su voz en mis oídos, como si usara un megáfono.

    Intenté responder, pero de nuevo no pude, y de repente mi vista se oscureció de nuevo, y salí.

    Me desperté y esta vez todo estaba oscuro y silencioso. Me senté y estaba en una cama, me levanté tambaleando, me guié por la tenue luz que entraba a la habitación por la puerta entreabierta. Vi el brillo de un interruptor cerca de ella, encendí la luz y reconocí dónde estaba. Era la casa de mi tía Roberta, para ser más precisa, en la pequeña habitación rosa rodeada de las bailarinas de Emily, mi prima de seis años.

    Salí de la habitación, todavía estaba un poco mareada y no tenía ni idea de cómo llegué aquí. Caminé a la sala y vi a mi tía sentada con Emily en el sofá.

    Cuando se dieron cuenta de mi presencia, mi tía se acercó a mí.

    –¿Sarah? ¿Ya te has despertado? –preguntó ella, asustada.

    –Sí, tía. ¿Cómo llegué aquí? Estoy tan confundida.

    –¿No recuerdas nada, Sarah? –su cara de pánico me asustó muchísimo.

    –Espera un minuto, déjame pensar, me siento como si estuviera sedada –me froté los ojos.

    –Cariño, estabas bajo el efecto de tranquilizantes muy fuertes y aún así deberías estar dormida, ¿no recuerdas por qué?

    La voz tranquila y compasiva de mi tía activó mis recuerdos del curso del día. Inmediatamente mi corazón se llenó de dolor y las lágrimas bajaron por mi cara a la misma velocidad que los recuerdos se apoderaron de mi mente.

    Mi padre había sido enterrado esta mañana.

    En ese momento, entre lágrimas de dolor, me recuperé de su última despedida, de su mirada tierna y agradecida por todo lo que hice por él, por todas las noches claras que pasé cuidándolo, cada vez que lo alimenté, lo bañé y lo cuidé como él no lo hizo por mí, pero yo lo hice por él. Mi padre, aunque no siempre conmigo por la enfermedad de Alzheimer que lo afligía, fue mi compañero en los últimos meses, compartimos muchos momentos juntos, de los que siempre guardaré buenos recuerdos. Aunque vivimos juntos un poco tarde, lo amé y lo cuidé hasta el último día de su vida.

    –Sí, tía, mi padre me dejó –dije, sollozando.

    –Oh, querida, estoy tan orgullosa de la mujer en la que te has convertido, tu madre está ciertamente muy feliz por todo lo que has hecho por tu padre.

    Mi tía me abrazó con ternura, dijo unas palabras más de consuelo, y esa noche dormí en su casa, junto con Emily.  No quería volver a casa, sería muy morboso y doloroso estar sola.

    Tomé unos tranquilizantes y me dormí entre el llanto y el dolor, que masacraban mi pecho.

    Dos semanas después...

    Mi padre continuó como un hermoso recuerdo en mi memoria, ya estaba más resignada a su partida, y entonces regresé a mi departamento, me quedé más de lo que había planeado en la casa de mi tía.

    Pasé dos días limpiando la pequeña casita en la que vivíamos mi padre y yo. Recogí toda su ropa y efectos personales y los destiné a la caridad.

    Bajé a tirar la basura y antes de regresar me abordó un hombre, que salió del local debajo de mi casa. Él vino hacia mí, estaba avergonzada, llevaba un delantal, desprolija y ciertamente con un olor desagradable.

    –Buenos días, tú debes ser Sarah, ¿verdad?

    –Sí, lo soy, ¿y tú quién eres?

    –Eduardo, tu inquilino, es un placer –extendió su mano. –Alquilé tu local. Me encargué de todo con la señora Justina de la florería de al lado, pero hoy fui a hablar con ella y me dijo que ya habías regresado, que podía hablar directamente contigo.

    –Sí, sí, por supuesto. ¿Necesitas algo?

    –Solo quería entregar las facturas del agua y de luz pagadas.

    –No necesitas, puedes tenerlas contigo –sonreí amablemente.

    –De acuerdo, gracias, Sarah.

    –Por nada, si necesitas algo, llama a mi puerta.

    Antes de que respondiera, el auto de mi lujosa hermanastra se estacionó frente a mi casa, justo en medio de la alambrada. Bajó la ventanilla trasera y me miró con toda la antipatía y el desprecio con que siempre me había tratado.

    –Hola, bastarda, necesito intercambiar unas palabras contigo.

    –No tengo nada que tratar contigo, olvídate de mi existencia.

    –Seré breve. Quiero el certificado de defunción de mi padre o al menos saber en qué oficina del registro lo conseguiste, si es que hiciste eso.

    –Puede que sea una bastarda, pero no inhumana como tú, que tuviste el valor de prohibir a tu propio padre que gaste su dinero ganado con tanto esfuerzo.

    –Mira, está nerviosa. Es falta de sexo, querida, tener sexo es bueno para la piel. Pero tú no haces eso, ¿verdad? ¿Quién va a querer a miss gordura?

    –Prefiero mil veces ser Miss gordura de cerdo mil veces que la miss bolsa de huesos, quítate de mi camino ahora mismo. Ni siquiera estas ropas y joyas caras son capaces de hacerte soportable, tú eres el asco en forma de gente, sal de mi camino antes de que te aplaste con mi grasa.

    –Puedo demandarte, tú...

    –¿Demandar por qué crimen, demonio? Tú eres la que viola la ley. Después de todo, abandonaste a nuestro padre en un asilo para morir como un miserable. Pero ni siquiera lo recuerdas, ¿verdad? Ni siquiera viniste a su velatorio. Te sugiero que vuelvas a tu pequeño castillo, princesa de la maldad, porque aquí nunca serás bienvenida.

    –¡Oye! Háblame bien, pequeño bastarda. ¿Qué quieres para darme ese documento? ¿Es dinero? Te pagaré, dime cuánto.

    –Patética, inútil, ¿crees que el dinero lo resuelve todo? Entonces úsalo para conseguir el certificado de papá. Ahora déjame en paz, que mi cuota de veneno de serpiente ya está agotada por hoy, ve a destilar en otro lugar.

    Me encogí de hombros y regresé a mi apartamento, ella estaba gritando desde el auto, pero no la escuché. De hecho, he sido inmune a su veneno durante mucho tiempo.

    Apenas cerré la puerta, me desplomé llorando, no por la grosería con la que ella siempre me trataba, sino por recordar el día en que saqué a mi padre por la fuerza del asilo donde ella lo arrojó. Estaba sucio, desnutrido y completamente desfigurado.

    Un suave golpe en la puerta interrumpió mis lágrimas, lo pensé dos veces antes de abrir, pero debido a la amabilidad con la que llamaron, naturalmente no podía ser Nadia.

    –¿Quién es? –pregunté antes de abrir.

    –Hola, soy Eduardo.

    –¿Eduardo? –pregunté, extrañada por su visita.

    –Sí, tu inquilino.

    Rápidamente limpié las lágrimas en mi delantal, pasé mis manos por el cabello desordenado y abrí.

    –Hola, ¿necesitas algo? –pregunté.

    –Disculpa, no quiero ser un intruso, pero escuché la discusión con tu hermana y pensé que quizás necesitabas ayuda. Soy abogado, por cierto, he alquilado el negocio aquí abajo para montar mi estudio de abogacía, ¿quieres hablar un poco?

    –Gracias, Eduardo, pero no quiero tomarte el tiempo con mi cantinela –dije sonriendo disfrazando las lágrimas.

    –No lo será, créeme.

    –Muy bien, adelante.

    Nos sentamos en el sofá de mi sala de estar, preparé una taza de café y hablamos amistosamente, él era educado, cortés y muy inteligente, parecía entender bien la ley. Me explicó algunas cuestiones sobre la herencia de mi padre y dijo categóricamente que debo exigir mi parte legalmente.

    Pasaron dos semanas y nuestra amistad se intensificó, tomábamos café juntos casi a diario, él traía los panes y yo hacía el café. Siempre que volvía a casa de la universidad, él estaba en el estudio trabajando, y solía venir a mi casa conmigo, hablábamos hasta altas horas de la madrugada, y luego se marchaba.

    La convivencia con él me estaba haciendo muy bien, tanto que incluso sentía su ausencia cuando viajaba al trabajo. No tardó mucho en despertar sentimientos en mí su compañía y su actitud atenta, con la que siempre me había tratado.

    Siempre había sido muy extrovertida, habladora, pero cuando se trataba de relaciones, era tímida, retraída y por lo general no daba un paso adelante ni perseguía a los muchachos.

    En la escuela siempre fui la payasa de la clase, la que todos conocían y amaban, pero que nadie quería como novia. Creo que mi humor irreverente fue la manera que encontré para evitar comentarios prejuiciosos debido a mi sobrepeso.

    Siempre he sido gorda, desde que me acuerdo, nunca me molestó, pero cuando llegué a la adolescencia, me di cuenta de que no importaba lo bella, fresca e inteligente que fuera, los chicos siempre miraban a las chicas más delgadas y atractivas, aunque sin contenido.

    Las relaciones para mí eran algo difícil, siempre pensé que no le gustaría a nadie por mi forma física. Confieso, que durante varias ocasiones tuve crisis de ansiedad e incluso desarrollé una gastritis nerviosa, todo por los complejos que aprendí a tener, impuestos por una sociedad prejuiciada y con unos estándares delgadísimos que no los tenía.

    En medio del luto por la pérdida de mi padre, Eduardo apareció como un amigo y una grata sorpresa, me ayudó a superar la tristeza y me hizo sonreír de nuevo. Estaba confundida sobre mis sentimientos y decidí apartarme. Siempre daba excusas, que tenía que estudiar para los exámenes de la universidad, hacer trabajos y cualquier otra mentira que lo mantuviera alejado.

    Pasamos unos días sin vernos. Esa noche llegué un poco más tarde de la universidad, la parada del autobús estaba en la esquina de mi calle, bajé y caminé apresuradamente hasta mi casa, que estaba a pocos metros de la parada.

    Al subir me encontré con Eduardo sentado en las escaleras de acceso a mi apartamento, me sujeté de la barandilla para no caer, estaba nerviosa e imagino que incluso pálida.

    –Eduardo, ¿quieres matarme del susto? –dije nerviosa.

    –Hola, Sarah, disculpa, te estaba esperando, necesito hablar contigo.

    –Muy bien, vamos adentro.

    Su cara era seria, parecía ser algo grave. Abrí la puerta, guardé mis libros y volví, él estaba de pie, plantado en medio de mi sala, aparentemente nervioso.

    –¿Ha pasado algo? –pregunté mientras me acercaba.

    –Sucedió, no puedo estar lejos de ti, Sarah, estos días me has estado evitando, sé que me evitabas no lo niegues, he pensado mucho en los dos.

    Acortó la distancia entre nosotros, apartó los mechones de mi cabello y acarició mi rostro. Estaba tensa, cuando sentí su toque mi corazón se disparó. Estábamos mirándonos fijamente, nerviosos y luego me besó. Fue el primero de muchos besos que intercambiamos.

    Un mes después de nuestro primer beso, estábamos saliendo y prácticamente viviendo juntos. Eduardo fue mi primer amor, mi primer novio, mi primera relación y quien me dio alegría en días de tristeza. Era todo lo que necesitaba cuando estaba en la oscuridad.

    Mi padre, en uno de sus breves momentos de cordura, me dio la dirección de un viejo amigo y una pequeña nota escrita a mano, me había dejado una pequeña colección de relojes de lujo, de los cuales los guardé para financiar mi universidad e invertir en un negocio propio en el futuro. Fue una forma de dejarme algo de dinero sin que la bruja de mi media hermana lo supiera.

    El día del cumpleaños de Eduardo le presenté a uno de ellos y me pidió que me casara con él, estaba tan contenta con la propuesta, que no le presté atención al hecho de que todavía no conocía a nadie de su familia y sabía tan poco de su pasado.

    Cinco meses después...

    –Sarah, escúchame, solo quiero tu bien, hija mía. Esperé a que Eduardo viniera a hablar contigo a solas. Lo siento, querida, sé que estás enamorada, lo veo en tus ojos, pero hay algo malo en ello, su repentina prisa por casarse, su insistencia en ir a juicio para exigir la parte de la herencia de tu padre, ¿no crees que todo esto es muy extraño?

    –Tía, Eduardo solo quiere mi bien. Se preocupa por mí.

    –¿Conoces a su familia?

    –No personalmente, su madre vive en el interior de Minas Gerais, pero hablamos unas cuantas veces por teléfono. Está muy enferma, pobrecita. Eduardo le envía dinero a menudo, ¿sabes?

    –Sí, ya me lo habías dicho. Mi amor, has tenido tan pocos novios, es la primera vez que sales con alguien en serio, ¿no crees que es prudente esperar un poco más?

    –Tía, ya tengo 25 años, sé cuidar de mí misma, lo amo y sé que soy correspondida.

    –¡Oh, Sarah! Lo siento por mi insistencia, pero sabes que me preocupo por ti –ella tomó mi mano y la apretó tiernamente.

    –Sí, lo sé, quédate tranquila que estoy bien. Nos vamos a casar, en cuanto me gradúe, al principio viviremos aquí, haremos una ceremonia sencilla. Quiero ahorrar dinero para abrir mi restaurante aquí mismo. Eduardo va a alquilar otro local, cerca de aquí, para trasladar su oficina.

    –Siempre has sido muy sensata. Después de la muerte de tu madre, sabes que tengo esta responsabilidad contigo, es mi deber como tía y madre postiza. Este restaurante siempre ha sido tu sueño, estoy segura de que será un éxito –sonrió amablemente.

    –Mi sueño es hacer un curso de gastronomía en Le Cordon Bleu[i], ese es mi sueño, tía, y todavía tengo la intención de hacerlo realidad.

    –¿Por qué no pospones esta boda e inviertes primero en tu sueño, mi amor? Tú puedes hacer el tan deseado curso, cuando regreses montas tu restaurante y luego te casas.

    –Lo pensaré, lo prometo.

    Nos abrazamos y luego hablamos de otros asuntos, la acompañé hasta a la parada del autobús, y luego regresé para organizar la oficina de Eduardo. Llegaba al final del día y quería sorprenderlo. Hacía una semana que estaba viajando, hablamos muy poco por teléfono, estaba en un pequeño pueblo en el interior del Mato Grosso y era difícil conseguir señal.

    Entré con mi llave de repuesto, incluso cuando alquilo, siempre guardo una copia de las llaves. Limpié, barrí y organicé los papeles en su escritorio, en medio de ellos encontré dos pasajes de avión. Mi corazón se llenó de alegría cuando vi que el destino era la ciudad de la luz, París.

    Rápidamente miré la fecha y era para dos días antes del día en que nos íbamos a casar, me sorprendió el hecho, pero aún así esperaba que fuera una gran sorpresa para mí. Mis ojos se llenaron de lágrimas de emoción, pero cuando leí los nombres en los pasajes, mi mundo se derrumbó, uno tenía el nombre de Eduardo y el otro el nombre de Ana Lívia.

    Mis manos temblaron y mi corazón casi se me sale de la boca, busqué en los cajones y papeles de su mesa, encontré una foto de él con otra mujer dentro de un libro, con una dedicatoria de Ana Lívia para él.

    Encendí el ordenador y por suerte, no tenía contraseña, husmeé en los archivos y carpetas y encontré fotos con la misma mujer en varios lugares y muchas con fechas que coincidían con los viajes de trabajo de él.

    Cuanto más veía, más me consumía el odio, abrí su de correo electrónico y encontré conversaciones amorosas y en varios mensajes se refería a mí como cerdita, gallina de los huevos de oro, tonta y tantos otros apodos, que herían mi alma al leer. Para entonces, mis lágrimas estaban mojando mi cara, pero no era dolor sino odio.

    También encontré uno de los relojes que me dejó mi padre, y no era el que yo le había regalado, en uno de sus correos electrónicos decía que todo se estaba acabando, que estaba a punto de deshacerse de mí.

    ¡Maldita sea! ¿Cómo pude dejarme engañar?

    Salí de su oficina desesperada y entré en la casa, subí las escaleras tan rápido que ni siquiera sé como no me tropecé. Corrí hacia mi armario, abrí la pequeña caja de zapatos en la que escondía mi preciosa herencia. Cuando abrí la caja con las iniciales de mi padre, encontré lo que mi corazón no quería creer. El miserable sinvergüenza me robó, no había ningún reloj adentro.

    Grité desesperadamente, enojada de rabia y en un acceso de furia saqué todas sus pertenencias de mi casa y las apilé en la puerta del apartamento. Todavía tuve el placer de cortar una por una sus corbatas, las mismas que tantas veces lavé y planché con todo el cuidado y afecto del mundo.

    Después de la hazaña, me senté en la sala y esperé pacientemente a que volviera, todavía con la tijera en las manos. Cuando oí girar la llave, me levanté y él entró con su sonrisa falsa, pero cuando se encontró con la ropa apilada en el suelo, su cara cambió rápidamente.

    –Bienvenido a casa, Dudu –dije sarcástica.

    –¿Qué está pasando aquí, Sarah?

    –Tu cerdita, la gallina de los huevos de oro, te está echando de casa. La vida frágil que dijiste que tenías se acabó, ¿me oyes? –grité.

    –¿De qué estás hablando? –fingió con cinismo.

    –Lo he descubierto todo, no tiene sentido tratar de engañarme. Fui a tu oficina para darte una sorpresa, pero fui yo quien tuvo una gran sorpresa. ¡Devuélveme el reloj que te di, ahora! –me acerqué a él y le apunté con las tijeras.

    –Cálmate, hay un malentendido, Sarah –se quitó el reloj y lo puso en la mesa.

    –El único malentendido aquí fue que te creí, esta charla de boda, eres única en mi vida, todo parte de tu plan fríamente diseñado. Me encomendé a ti, ayudé a montar tu oficina, conseguí clientes, renuncié hasta la renta, lavé tu ropa, cociné para ti y hasta te cobijé en mi casa. ¿Para qué? Para que me traiciones sórdidamente. Leí todos tus correos electrónicos a Anita –dije con sarcasmo el nombre de la perra –querido. Leí cómo me apodabas, cómo me dijiste que te daba asco, que solo ella era todo en tu vida –resoplé e imité su voz –Oh, no tienes que estar celosa, mi ángel, la cerdita es solo nuestra fuente de ingresos.

    –Bueno, ya que lo has descubierto, pongamos las cartas sobre la mesa. Solo me involucré contigo porque tenía mis ojos puestos en la fortuna a la que tienes derecho. Tengo asco de ti, cerda asquerosa, nunca me has gustado, siempre ha sido por dinero.

    –Eso, quítate la máscara, embustero. Fuera de mi casa y de mi vida, pero primero devuelve los relojes que me robaste.

    –Yo no te robé nada, los relojes que tomé fueron el pago por los meses que te llevé a la cama, cerda asquerosa, ¿realmente crees que alguien querrá dormir con este montón de grasa? –dijo con frialdad.

    –Te odio, Eduardo.

    –Es recíproco, Sarah.

    Lo abofeteé y luego le escupí en la cara, lo eché de mi casa gritando incesantemente las más diversas maldiciones que tenía en mente. Tiré toda su ropa por la ventana en medio de la calle, luego cerré la puerta y lloré, lloré de odio hacia mí y de mi inocencia en creer en el maldito sinvergüenza.

    Mi mundo se había derrumbado, mi corazón se había roto, mis sueños tenían que ser pospuestos. Eduardo sembró odio y oscuridad en mi corazón. He vivido para él y por él en los últimos meses, me he olvidado de mí misma por un amor que solo yo sentía.

    Ese embustero robó mi herencia, mi corazón, mis sueños y mi alegría. En ese momento, decidí que nunca me anularía o viviría superficialmente para otra persona, a partir de ese día decidí vivir para mí misma, solo Sarah.

    Profundamente Sarah!

    Capítulo 1

    Días actuales...

    Todos los días me levantaba muy temprano y me iba al mercado a negociar personalmente los ingredientes que usaría durante el día en mi restaurante. Lo prefería así, verduras y verduras frescas, garantizando más sabor y calidad a mis platos. Además, todavía era capaz de negociar un buen precio.

    Mi restaurante era prometedor, pasé por muchas dificultades al principio, empecé con poco capital de trabajo. Como resultado de la venta de los dos últimos relojes que quedaron de mi herencia.

    Al principio tuve algunas dificultades financieras, pero con la ayuda de mi tía Roberta, una excelente contadora, logré manejar y estabilizar las cuentas poco a poco. Hoy, después de casi cuatro años de estar abierto, Le Bistro tiene las cuentas y la estabilidad financiera que siempre he querido. Aunque era mi aventura, mi sueño, siempre quise estar en la cocina, la gestión en sí misma es mi punto débil, preferí compartirlo con mi amiga Gabriela.

    Gabi es mi mejor amiga, nos graduamos juntas en gastronomía, me ayuda con la administración en general, y mi tía Roberta sigue ayudándonos con nuestras finanzas, siempre que puede, es funcionaria.

    Hice algunos cursos de especialización en cocina francesa, confitería y alta cocina, pero mi mayor sueño sigue siendo ir a París, tomar un curso intensivo en Le Cordon Bleu. Recientemente comencé a recaudar dinero para hacer realidad este sueño, así que dejé de ser camarera y comencé a ahorrar una buena parte de mis ingresos.

    Me encanta lo que hago, creé cada plato del menú de Le Bistro, probé cada sabor, cada combinación, desde la entrada hasta el postre. Desarrollé una por una las recetas con exclusividad. Tengo un menú variado basado en la cocina francesa, que es mi pasión e inspiración, pero también incluí varias opciones de cocina brasileña, tenemos opciones para todos los gustos, desde los más refinados hasta lo más simple.

    Estar a la vanguardia de la cocina era mi pasión, me encanta ver un montón de ingredientes convirtiéndose en un plato divino. Los aromas se mezclan y despiertan los sentidos. Un buen plato provoca nuestros sentidos, no solo satisface nuestra hambre, sino que eterniza los recuerdos de los sabores únicos e inigualables que una vez probamos. No hay recuerdo más delicioso que el sabor de una buena comida, es algo que nunca olvidamos.

    Guardo con gran afecto todos mis sabores favoritos de la infancia.

    Desde que me entendí como una persona a la que le gustaba cocinar, mi pasatiempo favorito de niña era ver a mi madre, en sus raros días libres, cocinando para las dos. ¡Ah, me encantaría verla tararear y arriesgar unos pasos de baile mientras mueve las ollas en la estufa!

    –Buenos días, señor Chico –saludé cuando llegué a mi puesto favorito.

    –Buenos días, Sra. Sarah, ¿quiere lo de siempre hoy?

    –Sí, aquí está la lista.

    –Dejé casi todo separado, son de su agrado, puede juzgarlo.

    –Gracias, Chico, ¿dónde está Pedrito, no vino hoy?

    –No, fue al dentista con su madre.

    –Le traje unos macarons[ii] –los saqué de la bolsa y se los di a Chico.

    –Muchas gracias, Sra. Sarah, le encantan sus golosinas. Vi el informe en el Diário de Florianópolis, hablaron de tu restaurante, alabaron mucho su comida, un día llevaré a mi madre allí para que la conozca.

    –Claro, llévela, serán muy bien recibidos. Nos visitó un crítico gastronómico, yo estaba muy sorprendida y contenta, por supuesto. Mi restaurante es todavía pequeño, obviamente me sentí muy honrada con la indicación de la crítica.

    –Se lo merece, Sra. Sarah.

    –Gracias, señor Chico, voy a ver el pescado, ¿puede pedir que pongan todo en mi auto, por favor? –le di la llave.

    –Perfectamente –respondió con una amable sonrisa.

    Chico era uno de mis proveedores más antiguos en el mercado, yo ya conocía a casi toda la familia del vendedor, él siempre me atendía con cordialidad y respeto. Pedrito era su nieto y siempre estaba en la feria con su abuelo para que su madre trabajara, y le encantaban los dulces, que solía llevarle.

    Fui a otros puestos a buscar las hierbas y verduras que aún faltaban, finalmente elegí el pescado y la carne. Tomé un café negro en la tienda de la Sra. Teresa y luego regresé al restaurante. Ya era muy conocida en el mercado, esa era mi rutina diaria, hacer las compras del día y luego volver a Le Bistro. Pasé el resto del día en mi mundo privado de especias, aromas y sabores.

    Siempre era la primera en llegar y la última en salir del restaurante, mi vida era mi trabajo. Mi restaurante era mi mundo y mi mayor placer.

    Tenía una vida tranquila y rutinaria, todavía vivía en el mismo apartamento arriba del restaurante, vivía sola y feliz conmigo misma.

    Estacioné y abrí el maletero para descargar la mercadería. Lucas y Carlos vinieron a ayudarme a descargar el auto. Tan pronto como entré en el restaurante, un agente inmobiliario se acercó a mí.

    –Buenos días, ¿es usted la dueña del restaurante?

    –Sí, soy yo y ¿quién es usted?

    –Soy agente de bienes raíces, usted no asistió a las dos últimas reuniones de la asociación de comerciantes del vecindario, así que tuve que venir en persona, ¿tiene un minuto para mí?

    –Tener, no tengo, el tiempo es dinero, pero me di cuenta de que si no lo atiendo volverá otras veces, así que, para deshacerme pronto de usted, vamos, entre.

    Mientras yo hablaba, él inclinó las cejas con un aire de sorpresa.

    –Sincera y directa al grano.

    –Sinceridad es mi apellido, ¿señor...?

    –Martins –extendió la mano para saludar.

    Le devolví el saludo y entramos en mi restaurante, era temprano, los empleados todavía estaban llegando. Fui a la oficina y el corredor me siguió. Cuando entré, señalé una silla frente a mí, se sentó y sacó unos papeles de la bolsa que llevaba.

    –Bueno, seré breve, estoy aquí representando a una compañía holding, que opera a nivel nacional en los sectores de bienes raíces, hotelería, hospitalidad, centros comerciales, parques logísticos y otros tipos de empresas. El grupo en cuestión es el B&L Group, ¿ha oído hablar de él?

    –No, nunca. Sea más específico, por favor, tengo muchas tareas.

    –Usted debe haber oído hablar de la posibilidad de establecer un centro comercial aquí en el vecindario, ¿verdad?

    –Sí, he oído hablar de él, no se habla de otra cosa en la calle.

    –Exactamente, en las dos últimas reuniones de la asociación comercial del barrio presentamos el proyecto y las condiciones de viabilidad del mismo, además de un estudio ambiental y económico para la región. Tenemos números muy relevantes e inversores muy interesados en participar en este proyecto.

    –Me lo imagino, pero ¿qué tengo que ver yo con todo esto?

    –Señora Sarah, el proyecto es muy atrevido y grandioso, valorará mucho la región y también daremos oportunidades a los comerciantes del barrio. Sin embargo, para hacer un proyecto tan grande e imponente como deseamos, necesitaremos espacio y yo estoy a cargo de negociar las propiedades que rodean el sitio del futuro desarrollo.

    –Espere, déjeme ver si entiendo. ¿Está negociando las propiedades alrededor del futuro centro comercial? ¿Y los comerciantes locales ya han aceptado esto?

    –Sí, así es, estoy aquí para ofrecerle un valor muy satisfactorio por su terreno. Y sí, los comerciantes del barrio recibieron nuestra propuesta con gran entusiasmo, incluso la asociación comercial del barrio nos apoya, incluso nos dio una habitación temporal en el propio edificio de la asociación.

    Mientras él hablaba de los números prometedores, yo me imaginaba una infinidad de posibilidades, entre ellas mi casa siendo demolida para la construcción de un centro comercial. Fue un pensamiento repugnante, nunca vendería la única herencia que me dejó mi madre, fue aquí donde crecí, cuidé a mi padre y pasé toda mi vida. Tenía innumerables recuerdos de este lugar,

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