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El Príncipe
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Libro electrónico157 páginas2 horas

El Príncipe

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De la autora de bestsellers de USA Today, Sky Corgan, llega un romance de tiempos de guerra que te dejará sin aliento.

Invadí su país, pero ahora voy a invadir mucho más que eso.

Fynn

Vi la silueta de una mujer durante una ejecución. Ella pudo ser una espía, así que tuve que seguirla. Cuando la encontré en una casa abandonada, supe que tenía que tenerla.

Anya

Sólo intento sobrevivir esta maldita guerra. Cuando escuché voces de hombres al otro lado de la cerca, no pude contener mi curiosidad. El sonido de disparos me hizo regresar a mi campamento. Nunca esperé que me siguieran. Ahora este apuesto extraño me exije que vaya con él. Dice que la única manera de salvarme es que yo tenga a su hijo. Nunca he estado con un hombre antes, pero cuando me mira con esos ojos hambrientos, es difícil decirle no. Y no es tan malo, considerando que es un apuesto príncipe.
 

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento1 dic 2019
ISBN9781071514078
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    El Príncipe - Sky Corgan

    CAPÍTULO UNO

    ANYA

    La guerra es un infierno. Especialmente si estás del lado perdedor.

    Observo las minúsculas sobras en mi viejo bolso marrón y gruño internamente. Dos latas de frijoles refritos bajos en sodio, una caja abierta de palomitas sabor queso ya caducas, con sólo dos bolsas dentro, una lata de sardinas y una bolsa abierta de galletas de granola, también caducas. Tal vez tendría problemas por picar de la bolsa, si no estuviera abierta ya. Pero también, sospecho que muchos de nosotros abrimos las bolsas que podemos, incluso cuando están selladas, para alimentarnos un poco más, por nuestros esfuerzos. Intento no hacerlo, sabiendo que no soy la única con hambre en el campamento. Sabiendo que cada bocado de comida que yo tome le niega a alguien más la ración que necesita para sobrevivir.

    Aunque conseguí muy pocas cosas, las sardinas serán muy valiosas. La comida escasea, pero es peor con la proteína. Tal vez eso me ayude a que no me regañen.

    No es mi culpa que en mi sector casi no hayan quedado recursos. No fuimos los primeros en pasar por aquí. Me di cuenta por todos los gabinetes abiertos en las casas a las que entraba. A veces simplemente te tocan los trabajos más horribles cuando reparten las tareas.

    Tal vez estoy exagerando, pienso con un suspiro mientras inspecciono otra alacena vacía. Los dos últimos días he regresado al campamento con las manos vacías y nadie me ha dicho nada. De igual manera, siento que no estoy haciendo mi parte. Los otros exploradores siempre parecen encontrar más cosas que yo, incluso aunque sea una lata o dos. Me pregunto si el campamento eventualmente va a pensar que soy inútil y me correrán. No puedo dejar que eso pase.

    Siento las lágrimas en mis ojos cuando cierro la alacena y me recargo contra la puerta, observando el desastre a mi alrededor. Esta casa debe de haber sido grandiosa antes. La cocina tiene barras de mármol y azulejos muy bonitos. Todos los utensilios son de acero inoxidable. Me muevo entre la vajilla y los cubiertos que están en el suelo de la cocina, luego evito el vidrio roto de la sala, mirando de reojo el grafiti ilegible en las paredes y los muebles destruidos antes de salir por el frente de la casa.

    Sabía que no habría nada cuando entré, pero sólo voy a casas que están claramente vacías. Nunca sabes quién pueda encontrarse al otro lado de una puerta cerrada. Podría ser la rebelión, podrían ser los soldados o podría ser alguien que busca sobrevivir, como yo. Y aunque no tengo nada de valor conmigo, aún tengo mi vida. Quisiera mantenerla, si puedo, por el mayor tiempo posible.

    Tal vez por eso los demás exploradores consiguen más comida que yo. Entienden la gravedad de la situación. Son... desinteresados. También la mayoría son hombres, así que tirar puertas no es un problema para ellos. Y no tienen que luchar contra el miedo a ser violados.

    Me paro en la entrada y miro al cielo. El sol se esconde en el horizonte, pero aún tengo una o dos horas de luz. Miro a la izquierda y luego a la derecha. Este vecindario está completamente desértico. La mayoría huyó cuando las tropas extranjeras nos invadieron. Los que se quedaron se unieron a la rebelión o a un campamento de refugiados, como el mío. Si hay alguien en este vecindario, sería un rezagado: gente que quiere sobrevivir sola. No son el tipo de gente que te quieres encontrar. Son buenos para sobrevivir y no dudarían un segundo en matar para proteger sus pertenencias. Por eso siguen vivos.

    Tengo que decidir si voy a seguir buscando o si volveré al campamento. Suspiro mientras observo la calle. He revisado suficientes casas en este vecindario para saber que aquí no hay nada. Había una a la cual no pude entrar porque estaba tapiada. Esa estaba a dos calles de aquí. Había otras tres que estaban cerradas. En una podía escuchar ruido. Me alejé de ahí lo más rápido posible. En las otras no se oía nada, pero eso no quiere decir que no hay gente dentro. Si hay algún alimento en este vecindario, estará en una de esas casas. La que está ocupada queda completamente fuera de consideración, pero las otras tres...

    Me pongo la capucha de mi vieja chaqueta negra sobre mi cabeza para tapar mi rostro y protegerme del frío. Luego acomodo el tirante de mi bolsa para que esté más cómodo mientras comienzo a bajar por la calle, manteniéndome cerca de las casas. Si los militares llegan a pasar por aquí, sin duda me llevarán con ellos.

    La última casa cerrada que pasé estaba al final de la calle. Me acerco a la puerta una vez más e intento abrirla antes de pegarle mi oreja, intentando escuchar señales de vida adentro. Antes había revisado la puerta de atrás, así que sé que también está cerrada. A veces, si la puerta de enfrente está cerrada, la de atrás está abierta.

    No escucho nada.

    Mi yo de antes de la guerra piensa en tocar. ¿Qué otra cosa haría eso, además de advertirle a la gente dentro que es momento de tomar sus armas y prepararse para defender sus recursos? O tal vez, si tengo suerte, se esconderían; correrían por la puerta trasera o subirían al ático y rezarían para que no los encuentren.

    Bajo los escalones y tomo uno de los adornos de jardín de entre las flores. Es una roca de cerámica pintada con florecitas rosas y amarillas. Al frente dice: Bendice este hogar. Probablemente no se sienten tan benditos después de haber dejado su hogar, pienso mientras siento el peso del adorno en m imano. Honestamente, no sé qué se pueda romper primero: la roca falsa o la ventana.

    Me asomo para ver dentro de la casa. Las cortinas están cerradas, así que no veo si hay alguien o algo adentro. Eso lo hace más peligroso. Mi corazón se acelera al pensar en una posible confrontación.

    Me alejo un par de pasos de la casa y subo mi brazo. Si hay alguien alrededor, el ruido del vidrio rompiéndose tal vez los atraiga. También es un riesgo.

    Siento el latido de mi corazón en mis oídos. Tambores de guerra. El ritmo de balas disparándose. Siento la sangre corriendo por cada fibra de mi ser. Mi subconsciente me dice que esto es una mala idea. Alguien saldrá de la casa para atacarme. O alguien va a salir de alguna esquina a capturarme. Son pensamientos salvajes, nacidos del miedo. No es como si no hubiera hecho esto antes. Pero antes, estaba con un grupo, siendo entrenada sobre cómo explorar un área. Acompañando a alguien más. Me sentía con más confianza con más gente alrededor. Ahora que estoy sola...

    La roca no deja mi mano. Mi brazo no hace el movimiento que necesita para lanzarla. Estoy congelada por lo que parecen ser cinco minutos, pero probablemente son sólo unos segundos y luego bajo mi brazo, aceptando la derrota y leyendo la frase en el adorno una última vez antes de dejarla caer de mis dedos.

    Hace un ruido al tocar el suelo y yo la observo, decepcionada. Estoy decepcionada conmigo misma. Soy una decepción. Dos latas, una caja y una bolsa de comida. No es suficiente para alimentar un campamento de veinte personas. Y somos más cada semana.

    No es suficiente. Sacudo un poco mi cabeza. Tengo que pensar en algo más.

    Me alejo de la casa, aunque no estoy segura de a dónde voy. No de vuelta al campamento. No con tan pocas cosas que demuestren mis esfuerzos.

    Tal vez debería huir, tomar lo que tengo en mi bolsa y sobrevivir de eso el mayor tiempo posible. Ser una rezagada. Esperar a que acabe la guerra.

    ¿A quién quiero engañar? No duraría ni una semana sola. Tal vez pueda encontrar comida, pero el agua es todavía más escasa. Al menos tenemos eso en el campamento, por ahora, gracias a que uno de los chicos tenía la herramienta necesaria para abrir las bocas de incendio.

    No, tengo que volver. Aunque no quiero hacerlo.

    Determinada a hacer un mejor trabajo, avanzo más allá de mi sector designado. Los vecindarios no dan lo suficiente. Estoy cansada de entrar y salir de casas, caminando sobre vidrio roto sólo para ver puertas de gabinetes medio caídas y sentir el vacío en mi estómago al saber que ese lugar ya ha sido saqueado. Tendré más suerte si encuentro un centro comercial o una tienda, lo que sea que tenga grandes cantidades de comida. Al menos, eso pienso. Me imagino volviendo al campamento con una bolsa llena de comida imperecedera y reportando donde podemos encontrar suficiente comida para los siguientes meses. Sería una heroína.

    Una heroína, me río sola. ¿Alguna vez ha habido un héroe más confundido que yo ahora? No conozco bien esta área. No es un lugar que visitara mucho antes de la guerra. Pero sé que si sigo caminando derecho a través de los vecindarios, eventualmente encontraré una calle principal donde habrá tiendas. Solamente no sé cuánto tiempo me va a tomar. Ni siquiera sé si llegaré antes de que caiga la noche. Pero sé que no podré regresar antes de que eso ocurra.

    Tendré que acampar en algún lugar oscuro. La idea me aterra; la soledad, más que la oscuridad. Es raro cuando lo pienso. Creciendo huérfana, siempre estaba sola. Incluso después de ser adoptada, siempre me sentí sola. Siendo parte de una rotación interminable de seis niños, me trataron como una muñeca el primer mes, antes de que llegaran los demás. No culpo a mis padres adoptivos. De verdad. Intentaban ser buenas personas. Ya habían adoptado a dos chicos con discapacidades mucho antes de mí; un con síndrome de Down y otro cuadripléjico. Nunca entenderé por qué quisieron tener más niños si ya tenían tanta responsabilidad sobre sus hombros. Mi madre adoptiva me dijo una vez que era porque tenían suficiente amor para todos. Tal vez era cierto, pero no tenían suficiente tiempo. El resto de nosotros éramos ignorados para darles más atención a los hermanos más desafortunados. No nos dieron más que el techo sobre nuestras cabezas y la comida en nuestros estómagos. Cuando uno de nosotros cumplía dieciocho y se iba, nuestros padres traían otro niño. Era un ciclo interminable de negligencia en el hogar. Creerías que al crecer con historias similares, mis hermanos adoptivos y yo tendríamos lazos fuertes. Ese no era el caso. Eramos más compañeros de cuarto que otra cosa, todos ocupando el mismo espacio, pero sin meternos en los asuntos de los demás. No siquiera consideraba a la mayoría como amigos.

    Conseguí un trabajo en un restaurante local cuando cumplí dieciséis, con el plan de ahorrar suficiente dinero para mudarme al cumplir dieciocho. Mis calificaciones bajaron cuando invertí la mayoría de mi energía en el trabajo. En mi último año pasé más tiempo trabajando que en la escuela y eventualmente dejé de ir. Cuando cumplí dieciocho, no hubo una despedida sentimental al dejar la casa y mis hermanos atrás. Como casi nunca estuve en casa, era casi una extraña para la mayoría de los chicos nuevos. Mis padres sonrieron, más orgullosos de sí mismos por haber criado otro niño para mandarlo a la sociedad, que de mí misma. Ni siquiera intentaron mantenerse en contacto conmigo cuando me fui.

    He tenido compañeros de cuarto desde que tengo memoria, así que era la mejor opción cuando por fin estuve sola. Me moví a un pequeño apartamento de dos habitaciones con una de mis compañeras de trabajo. Cuando no estaba en casa, estaba de fiesta con sus amigos en la sala, así que yo me encerraba en mi habitación para evitarlos. Las drogas siempre me parecieron un desperdicio de dinero. Yo ahorraba la mayoría de lo que tenía, aunque la verdad nunca estuve segura de cuál era el objetivo.

    En retrospectiva, estaba perfectamente feliz con mi pequeña vida de mierda. Trabajar todo el tiempo me daba algo que hacer. Podía escuchar a mi compañera y a sus amigos a través de las paredes en la noche para entretenerme. Me iba a dormir, sabiendo que había alguien en el cuarto de al lado. Me sentía

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