Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El clandestino de la casa roja
El clandestino de la casa roja
El clandestino de la casa roja
Libro electrónico176 páginas2 horas

El clandestino de la casa roja

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Estar clandestino y descolgado de sus contactos políticos en el Chile de la dictadura, conduce al personaje de esta novela por caminos insospechados.
Vuelve al barrio de su infancia y busca refugio en La casa roja, un prostíbulo antiguo y elegante, símbolo de un mundo prohibido y placentero, donde experimentará una profunda transformación personal. En esta mística casa encuentra el amparo a una huida constante; no tan solo la de sus captores, sino la de sus propios fantasmas personales y sobre todo, la de una enmarañada e inquietante sexualidad.
Esta es la azarosa historia de un hombre al cual la clandestinidad y el miedo lo van encaminando hacia su verdadera esencia: ni héroe ni traidor, solo un ser desnudo - como tantos - y que, ahora, enfrentado al poder de la represión, se descubre en otra dimension personal no menos heroica: saber finalmente quién es y asumirlo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 ene 2017
ISBN9789568303990
El clandestino de la casa roja

Lee más de ángel Parra

Relacionado con El clandestino de la casa roja

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El clandestino de la casa roja

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El clandestino de la casa roja - Ángel Parra

    asumirse.

    I. En la calle

    La nube de polvo me encegueció, inmóvil en el aire, densa y obscura. Pensé en mi vida, en los tres últimos años negros. Un destartalado microbús frenó violentamente y levantó un tierral que no permitía ver a un metro de distancia. Quedé con la garganta seca y los ojos llorosos. La tierra volvió lentamente a su lugar. A la luz de un pálido sol de otoño descubrí con asombro algo que no se ve todos los días, menos en estos tiempos. No era un espejismo. Un ramillete de decididas mujeres chilenas, de esas que piden y dan guerra. Patitas cortas y largas, distintos tamaños y apetitosas ancas. Mujeres con experiencia, espaldas fuertes y diferentes edades y pesos; podría jurar que buenas para el catre, aunque suene vulgar. Eliminado. Intuyo que viven en otra dimensión por su desenfado y alegría. Cruzan la calle secreteándose y gesticulando. Pareciera que se contaran chistes de doble sentido, picantes. Ríen y bromean: No te puedo creer, tan grande lo tenía, aunque chico también sirve. Ja ja ja.

    Después de la sorpresa y el asombro, me da rabia. Me viene el moralista revolucionario que todos llevamos dentro y pienso, como fervoroso militante, de qué se ríen estas mujeres. El país no está como para andar por la calle a las carcajadas. Muertos sí, pero no de risa. Desde donde me encuentro camuflado, frente al kiosco de diarios, hipócritamente las puedo apreciar a gusto. Me aseguro de que nadie esté mirando y observo con atención y regocijo el grupo femenino. Traicionando al militante asustado, en huida permanente, las miro y aprecio como hombre, simplemente. El macho que busca a su tropilla perdida y al fin la encuentra. Soñar no cuesta nada. Imagen cinematográfica. Manada de lobas tomando agua a la orilla de un río, y eso que hace años que no voy al cine. Feminidad deliciosa, envidiables cuerpos gráciles que se mueven con galanura. Mujeres morenas, rubias, oxigenadas, las llamadas taxis - amarillo arriba y negro abajo, dato para los neófitos. Una de ellas, maciza colorina con el rostro pecoso sonríe, lindos dientes, lengua rosada, escucha quejarse a la de patitas cortas: Mira mujer, como quedé con la depilación; toda chamuscada. Al verlas reunidas parecen un arco iris. Entre carcajadas y empujoncitos cruzan la calle, justo donde no está pavimentada y el agua apozada hace un efecto de espejo. Se adivinan firmes muslos. Por un momento olvido que estoy en Santiago de Chile en mil novecientos setenta y seis, en plena dictadura. Me veo en algún país árabe, como un pachá que pasa revista a su harem.

    Se levantan la punta del vestido para cruzar con más soltura, da la impresión de que bailaran un pie de cueca. Cuestión de óptica.

    La grandota que lleva la voz cantante, grita: ¡Chiquillas, comportarse, llegamos! A la madame le gustan las chicas educaditas, tirando al mismo tiempo del cordel. La campana de La casa roja tañe alegre, como llamando a misa de resurrección. Ahora entiendo la presencia de estas muñequitas en el lugar. La casa roja abre sus puertas. Había olvidado completamente su existencia.

    De golpe y porrazo vuelvo al pasado, veinte años atrás. La maquinita del tiempo me devuelve imágenes perdidas de mi barrio, en donde reinaba La casa roja, la casa del pecado. Ya te lo dije, no quiero que pases por la vereda de las putas, el recuerdo de mi madre, me lleva al pasado, mostrándome el cinturón de cuero, lo único que dejó mi padre antes de abandonarnos. Con esa imagen paterna de hebilla y cuero, colgada en el muro, nos amenazaba sin llegar jamás a la acción.

    Desde los diez años, con un metro treinta de estatura, La casa roja me hacía fantasear de la cintura para abajo. Los púberes muchachos del barrio, imaginábamos entrar algún día y descubrir por, fin allí dentro, el secreto mejor guardado por las chicas de nuestra edad. Cabros, vamos a mirar por encima de la muralla, a esta hora las putitas salen al patio a airearse, invitaba el vecinito de nueve años. Apuesto que toman sol en pelotas.

    Sólo frustración, jamás pudimos verlas, ni vestidas ni en calzones. Ese era nuestro sueño. La ausencia física de esas mujeres estimulaba nuestra fértil imaginación infantil. Las entrepiernas femeninas eran nuestra divina obsesión. Era verdad entonces todo lo dicho, todo lo rumoreado y soñado entre las sábanas adolescentes. Al menos aquí hay una verdad, en estos tiempos de mentiras y traiciones. La casa roja es una verdadera y auténtica casa de putas. Magnífico descubrimiento. Desgraciadamente para mí en lamentables circunstancias.

    Desde mi puesto de observación veo cómo se abre el portón lentamente, dejando tiempo para verle la cara a la Patrona, elegante y buenamoza. A ojo diría, sesenta años. Buenos días madame. Aquí estamos madame. Las recién llegadas la tratan cariñosamente de madame. Curioso, habitualmente llaman mami a la propietaria de la casa de huifa. Ellas no, madame para arriba, madame para abajo.

    El trato de madame es muy adecuado para la regenta de un prostíbulo. El mito quiere que las francesas sean reinas de la cama. Muchos términos de carácter sexual hacen referencia a esa nación. Una minette o un francés, cunnilingus y felación, respectivamente. Los siúticos repiten a quien quiera escuchar que las guaguas vienen de París y las trae la cigüeña. Dos extremos de la cadena, maternidad y puterío. Por lo tanto, lo de madame viene como anillo al dedo. Los clientes hipócritas, a sus espaldas, suelen llamarlas despectivamente cabronas. Una vez al interior, y más familiarmente, tías. Tía, cuál es el bocatto di cardinale, que me tiene reservado. No muy jovencita, acuérdese que soy cardiaco. No se preocupe, sobrino, conozco sus problemas, también tengo coramina, por si aca.

    Tía, sólo cuando están protegidos de las miradas de los pasantes. La tía y su sabiduría elegirán a la sobrina que más convenga al viejito platudo. Se buscan un parentesco provisorio, lo que dure el dinero y la calentura. Fórmulas populares de llamar Celestina a la que protege amoríos clandestinos pagados al contado, provisorios. Prefiero madame, me gusta. Así como se les llama Pierre a los peluqueros, aunque se llamen Juanito. Lamenté no estar ligado a ellas, no formar parte del grupo como regalón o mascota. Madame, a la entrada, en actitud que denota clase, las cuenta como ovejitas que vuelven al corral al atardecer. Les da la bienvenida dándoles golpecitos cariñosos en la espalda, en el hombro o en el potito. Tal vez sea para tantearlas, constatar que están duritas, de partirlas con l’uña, como se parte una sandía madura en verano Hay seguridad y contentamiento en el ambiente. El portón definitivamente cerrado me devuelve violentamente a mi pobre y perseguida realidad.

    Dos mundos diferentes, el de ellas y el mío. Sin embargo, algo tenemos en común. Ellas, entre lujuria y sensualidad, con taxímetro, recluidas y protegidas por madame. Yo, escondido día y noche, tratando de ser el clandestino ideal. Como ellas también entrego mi cuerpo, no por dinero, por debilidad, inseguridad, o simplemente en respuesta a la oferta y la demanda. Nunca supe decir no. Me he convertido en uno de los tantos hombres que las fuerzas represivas buscan y no encuentran. Oculto entre sábanas generosas y protectoras. Pasión y represión. La lucha es cruel y es mucha, como dice el tango.

    Este año, al igual que los anteriores, se confirma como una soberana mierda para mi existencia. Mucho peor para el país. Yo, por lo menos, soy solo, si me matan nadie reclamará mi cuerpo. Un cacho menos. Mientras tanto, la patria se desangra por el lado izquierdo. Los sectores humildes, son los más represaliados. Lo dicen en todos los tonos. Aprendan comunistas despatriados la lección número uno. No defenderé nunca más al gobierno popular. No volveré a hablar de derechos, sindicatos ni democracia. Más de cien mil exilados. Los hombres huyen en las noches por los tejados, en la penumbra parecen gatos heridos. Los recintos carcelarios llenos de prisioneros políticos sin juicio. Cayó el segundo comité central del Partido Comunista, perseguidos, denunciados y asesinados. Este es el país que nos entrega la dictadura. Si no te gusta jódete, ándate del país.

    El Partido Socialista corre la misma suerte que el resto de los partidarios de Allende. Al mir lo han hecho pebre, desbande total. Guerrillero que se salva sirve para otra guerra, es la nueva consigna que circula.

    Y yo, qué: un asustado, inexperto combatiente desarmado, clandestino. ¿Carne de cañón o héroe?, me pregunto filósofo. Pobre y triste huevón, se habría burlado mi padre. Tonto útil me llamaría. Nunca entendí porqué me odiaba. Dirigente sindical en apuros, nada más. Metido en camisa de once varas. Afirmativo, en lenguaje milico. La situación me queda como poncho. Sólo puedo asegurar que estoy con la mierda hasta el cogote. El terremoto del sesenta hizo desaparecer pueblos, animales y gente en Puerto Montt, nueve y medio grados en la escala de Richter. El golpe militar fue el doble de violento.

    Ya lo saben, soldados, la orden es que no quede ni un comunista vivo. Política de tierra quemada, es la consigna del comandante en jefe y capitán general, vocifera el general director de la Dina, Manuel Contreras.

    Me pregunto porqué, en qué estúpido momento de debilidad vanidosa, acepté este protagonismo, yo nunca quise ser dirigente. Ser uno del montón, entre mis compañeros, me bastaba.

    Compañero, usted es la persona ideal para representarnos. Es joven, despierto y valiente, la historia se lo agradecerá, insistió el maestro Juan. Ese fue el comienzo de una larga serie de hechos, pruebas fehacientes, no tengo voluntad. Me doy cuenta un poco tarde. Todo partió de una buena intención, aportar a la lucha un nuevo combatiente para reconstruir lo que nos destruyeron de una plumada. Ojalá hubiese sido una plumada. Nos pasó un tren por encima,

    El comunismo es intrínsecamente perverso y ateo, recuérdenlo. Ahora, ustedes sabrán lo que deben hacer. Palabras de Jaime Guzmán, ideólogo de los golpistas en su clase magistral en la Academia de Guerra. Su madre orgullosa, deja caer una lágrima de alegría.

    No estoy satisfecho con mi situación, mucho tiempo esperando encontrarle sentido a mi vida, buscando las cinco patas al gato. Este caos que tengo en la cabeza, más que un momento de dudas, es una crisis profunda. Me desequilibra saber que no tengo quien me de respuestas. ¿Alguien las tiene? Desde que comenzó la clandestinidad, mi mayor aporte a la causa ha sido arrancar, esconderme, cambiar de casas todos los días. Ser una carga para los demás. Sólo me quedaré dos noches compañero, pasado mañana tengo solucionado.

    Los compañeros al verme llegar miran para otro lado, se les viene abajo lo prometido, olvidan los compromisos, parece que ven al demonio. Una cosa es la teoría y otra la práctica, es cierto que esconder a un dirigente sindical te puede costar la vida. Los habitantes regulares hacen todo lo posible para que no me quede más de dos días en sus casas. Disculpe, compañero, es que llega mi suegra del sur y ella tiene otras ideas políticas.

    Los hombres nerviosos y tensos, deseando que la estadía sea lo más corta posible. Cumplir con la cuota prometida y fuera. Felizmente la contraparte femenina es comprensiva, generosa y, porqué no decirlo, cariñosa. Por mí se puede quedar todo el tiempo que quiera, sin problemas, apuntó sonriendo al verme llegar, mirándome descaradamente las entrepiernas. Me puse rojo la primera vez, no así la segunda. Hombre, animal de costumbres.

    La fragilidad del entorno que se supone debe protegerme, es más bien preocupante. No me he visto enfrentado a reales peligros, pero siempre al filo de la navaja. Lo sé, si me agarran me matan. No sé cómo lo harán los verdaderos líderes, a mi modesto nivel de dirigente sindical, la cosa no es nada de fácil. Compañero tenemos que movernos están haciendo una operación rastrillo. Mudanza, incontables traslados.

    La dictadura controla absolutamente todo: En este país no se mueve una hoja sin que yo no lo sepa, retumba la voz del dictador.

    La clandestinidad tiene puntos de convergencia con Dios y la religión. Un misterio insondable. Nadie sabe lo que va a suceder al día siguiente. Estar y no estar, aparecer y desaparecer oportunamente. Cada feligrés metido en esto, debe buscar su propia interpretación del momento y la situación. De la noche a la mañana, es difícil pasar a ser invisible, cambiar de costumbres, de aspecto, de amigos, de actividades. La mayor parte del tiempo oculto y misterioso, en la casa designada. Matando el tiempo, revisando puzzles hechos por otros. Leyendo viejas revistas abandonadas en las mesitas de centro, mudos testigos de otros tiempos. Somos como un antiguo noticiario cinematográfico. Pasamos el tiempo comentando hechos pretéritos, ocurridos antes del golpe militar. Con la nostalgia de lo perdido definitivamente. Aquellos días en que cantábamos en coro Vamos subiendo la cuesta, vamos llegando al final, cuando estemos en la cumbre ya podremos descansar. Tiempos de inocencia angelical, con la fe de que nuestras ideas podrían doblar el cañón del fusil. Las páginas de las revistas leídas son parte de nuestro pasado reciente, constato, aún incrédulo, con nuestro certificado de defunción en las manos.

    Un escalofrío me recorre la espalda. No tenemos alternativa. De todos modos no están los tiempos para andar leyendo El capital de Marx, ya es demasiado tarde.

    Ser el dirigente clandestino que llega a esconderse, bajo femeninas faldas me avergüenza. Pero así es la cosa, es lo que me tocó. Me siento obligado a darme una importancia que no tengo, ante los compañeros que me reciben momentáneamente. Convencerme a mí mismo de que sirvo de algo, justificar mi presencia, demostrarles a los dueños de casa que el riesgo que corren por guarecerme vale la pena. Cada día me resulta más difícil. Quiero que sepan, compañeros, tenemos más de doscientas células en acción, esta intervención militar no va a durar mucho, créanme. La unidad de la clase trabajadora nos ayudará a salir adelante. Ni yo mismo me lo creo, pero son los parlamentos que me tocaron en esta obra de teatro. A mí siempre me gustó el cine. Ya lo dije soy uno del montón. La patria se los agradecerá. El día del pico, reacciona mi voz interior. Como siempre, es más inteligente y va más lejos en sus juicios que la voz exterior. No se preocupen por plata, viene un compañero finlandés con divisas.

    Matemáticamente, una mentira detrás de la otra, es la única

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1