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Mi nueva canción chilena. Al pueblo lo que es del pueblo: Al pueblo lo que es del pueblo
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Libro electrónico139 páginas1 hora

Mi nueva canción chilena. Al pueblo lo que es del pueblo: Al pueblo lo que es del pueblo

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«Estimada lectora, estimado lector: Es probable que al abrir las páginas de este libro te preguntes por qué Ángel Cereceda Parra, más conocido como Ángel Parra, se metió “en camisa de once varas”. Esto a propósito de cómo fue que construí mi propia Nueva Canción Chilena. Nadie lo sabe ni lo sabrá; lo que yo cuente hoy pueden ser sueños, algo jamás vivido, y al mismo tiempo puede ser la verdad total. Lo dejaré a criterio de usted.

En cualquier caso, tendrías toda la razón al plantearte esa pregunta. Al mismo tiempo, tu interrogante tiene variadas respuestas. Para comenzar, cada individuo que participó en aquellas memorables jornadas entre los años 1958 y 1973 tendrá una visión diferente, lo que me parece muy bien. Ejercicio democrático. Entonces, por el momento más vale que me quede en silencio y no dé ninguna respuesta. Lo que sí puedo adelantar es que fueron muchos los pretendientes a instalarse en la corriente de la Nueva Canción Chilena y pocos los elegidos. Los silencios en música son muy valiosos. Mi consejo es que leas hasta el final y lo discutas con tu almohada. Después de esa reflexión recién comprenderás por qué me metí en este berenjenal.»

ÁNGEL PARRA
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 nov 2016
ISBN9789563244618
Mi nueva canción chilena. Al pueblo lo que es del pueblo: Al pueblo lo que es del pueblo

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    Mi nueva canción chilena. Al pueblo lo que es del pueblo - Ángel Parra

    perdonarme.

    Pueblo sin memoria no tiene historia

    Pueblo sin memoria no tiene historia. Esto va en serio. En primer lugar, querido lector, no debemos olvidar nunca que aquellos que ganan las guerras escriben la historia por ellos inventada. La mal llamada historia oficial. Nosotros, los artistas populares que fuimos actores, víctimas y testigos, contamos y cantamos la nuestra. Es nuestra forma de hacer perdurar para nuestros hijos y nietos nuestras sensaciones y verdades de lo ocurrido. A través de nuestros cantos y a la manera de los trovadores medievales, registrando el acontecer en décimas y cuartetas, comentando, informando, viajando de pueblo en pueblo. La realidad vivida en carne propia. Naturalmente, difiere del registro oficial. Ese es y ha sido nuestro rol. Oponer nuestra versión de los hechos a la de los escribanos pagados para alabar la gestión de los Gobiernos de turno. Sus verdades manipuladas por los fabricantes de corrientes de opinión reinantes (encuestas) en el pequeño círculo del poder. Iglesia, empresarios, fuerzas armadas, medios de comunicación, radio y TV y difusión, partidos políticos afines a los mismos.

    Si nuestro trabajo de ayer fue despertar conciencias a través del canto popular, hoy nuestra tarea nos lleva a otra más importante. ¿Pretencioso? Seguramente, pero sin alternativa. Aunque no lo parezca, están profundamente relacionados. Crecimos juntos, pololeamos, nos enamoramos. Levantamos escuelas en los trabajos voluntarios. Desfilábamos por la Alameda, creyendo firmemente en los cambios que vendrían. Pensábamos que los niños se formarían en aquellas modestas escuelitas, creyendo que llegaríamos lejos. No nos dejaron seguir adelante.

    Nuestra tarea actual es tal vez la última que emprendamos, pero tremendamente importante para las generaciones futuras. No dejar que las tumbas de nuestros muertos queden sin nombres. Que los asesinos sean juzgados, aunque sea medio siglo más tarde. Con eso me conformo, bastante se ha sufrido. Esto es un compromiso de honor.

    La música, la literatura, el cine y las artes plásticas darán testimonio de la verdadera historia del pueblo chileno. Solo así se justificará el canto popular, comprometido con la realidad que se vive. Recordar que no vivimos en un mundo de fantasía. No creerles a las revistas de papel couché, no creerle a la farándula. O por lo menos ver las cosas de una manera más crítica. No creo que a las modelos que se prestan para esos programas de televisión nocturnos y diurnos esta situación las haga sufrir. Se les ve más bien contentas: mientras más bajo caen para barrer el piso con lo femenino, más risa les da. La cosa es mostrar cuero, operaciones, calzones o directamente a poto pelado. Eso es lo que vende. Solo este año van más de doscientas mujeres asesinadas.

    Mi generación está en la fase final de su desarrollo. Mi deseo es que vengan —y ya vienen— muchachas y muchachos a seguir cantando. Nadie les pedirá que se inscriban en partidos políticos; lo que sí les pediré es que tengan una opinión. Reforma educacional, aborto, reforma a la Constitución. La situación de la mujer en un mundo de hombres que dominan todo: Iglesias, partidos políticos, medios de comunicación. Desde allí, desde esa conciencia, usar sus talentos para esclarecer otras juveniles conciencias. ¿Será mucho pedir?

    Un poco de historia

    El movimiento que integré como autor, compositor e intérprete fue renovador en relación a otros momentos históricos nacionales. Sin becas, subvenciones o ayudas de ningún tipo echamos a andar algo que venía de lejos y que esperaba ese momento para salir desde el fondo de cada uno de nosotros y de nuestra historia. Buscando la verdad en los valores de la clase trabajadora. En la sencillez de la cueca o la ternura de una tonada de amor. A pulso, decíamos en esos tiempos. Ya lo sé, estamos en los tiempos de internet, de Facebook y otras yerbas, lo tengo muy presente. ¡Yo mismo uso estas herramientas, para que no se piense que estoy desconectado y que vivo en el Montparnasse de los años veinte!

    La recuperación del canto anónimo de tradición folklórica, realizada por mi madre, Violeta Parra, nos abrió las puertas a esa infinita variedad de matices poéticos musicales de Chile. Y así comenzaron a aparecer autores y compositores a lo largo del país. Todas las peñas de provincia tenían sus autores e intérpretes, quienes, basándose en lo que se hacía en la capital, creaban lo propio.

    La introducción del humor político por parte nuestra en la canción popular fue un aporte. Sobre todo tratándose de un país tan gris, vestido de plomo y sin capacidad para reírse de sí mismo. Ahí están canciones como Mazurquica modernica, El sacristán, La beata, mis Canciones funcionales, Décimas por ponderación, Caballo tordillo mío o las cuecas del tío Roberto, que se convirtieron en un género más. Menciono a mi familia porque estuve cerca de esos creadores. Pero hubo muchos otros autores que imprimieron un cierto humor político a sus canciones; especial mención a Payo Grondona.

    En medio del pueblo chileno, los artistas populares fuimos los panaderos que amasan la harina para sacar pan crujiente y calentito del horno para compartirlo. Artesanos de nuestra historia, escrita en el día a día. Necesidad de salir adelante sin órdenes de partido ni de organizaciones sindicales. Ni de directores de casas de discos o empresarios. Un dato para los jóvenes. Hasta el día de hoy sigo siendo el productor de mis discos.

    Además —y hay que decirlo—, el canto popular llegó en un momento de saturación histórica de nuestra nación. Hombres y mujeres de mi generación buscaban un cambio y no solamente en lo musical. Demasiado tiempo escuchando las mismas pavadas, como dicen mis amigos argentinos. Una juventud chilena aburrida de escuchar canciones como esta, que era considerada el máximo símbolo de chilenidad:

    Ay Rosa baja la pierna,

    que se te asoma la enagua

    mira que los que te miran

    la boca ya se les hace agua.

    Tonada de Clarita Solovera, dando una versión de la mujer del campo chileno estilo Sofía Loren o Silvana Mangano en la película Arroz amargo, con una dosis de alto contenido erótico subliminal. O esta bella descripción del rodeo, llamada Fiesta caballuna de patrones de campo:

    Apure mi manco apure,

    que ya ha empezado el rodeo,

    y la fiesta en la enramada

    está en su alegre apogeo.

    Allí campea el coraje, el amor, la galanura,

    y en comunión de virtudes

    la tradición que perdura.

    Allá va, allá va, no le aflojís, capataz,

    … y termina la estrofa con un elogio para el amo, algo así como:

    Dale toro malo, buena patrón.

    Entonces, cuando aparecimos nosotros en esos medios falsos y cursis que nos hablaban de un Chile que no existía, el público se dio cuenta de la enorme diferencia.

    Nosotros éramos artistas libres, en el sentido más amplio de la palabra, y teníamos la fuerza de ser auténticos. No buscábamos ni la fama ni el dinero. La riqueza del proceso y su dinámica fueron la fuente de inspiración: nuestra libertad de pensamiento, de respeto por la opinión de los otros. Llevamos a la canción popular chilena profundos deseos de cambio. La primera en mostrarnos el camino fue Violeta Parra, mi madre.

    Les dejo aquí un ejemplo de una de mis primeras canciones, El pueblo. Si la escribí a los dieciséis años es porque había aprendido la lección.

    Al pueblo solo le falta

    la tierra pa’ trabajar

    el pueblo la está sembrando

    y él tiene que cosechar.

    Que al pueblo le faltan fuerzas

    lo que le falta es el pan

    tendrá la tierra y el vino

    y todos podrán cantar.

    Pueblo por pueblo te he visto

    tierra te quiero carbón.

    Abran las puertas del tiempo

    que el pueblo va sin temor.

    Mucho tiempo hace que espero

    ver mi tierra florecer

    que se termine tu invierno

    tu verano va a nacer.

    Vamos de la mano juntos

    denle una mano al cantor

    ya la guitarra no suena

    la mano se le durmió.

    No exagero si digo algo que suena como slogan. Éramos un pueblo en marcha. Seguramente los artistas de la generación anterior nos observaban con curiosidad, no creo que con respeto. La generación contemporánea nos debe ver como antiguos combatientes que hablan de guerras pasadas. Para que sepan, y no lo oculto, suelo hablar de mí mismo en tercera persona, estilo Alain Delon diciendo Ángel Parra cambió de

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