Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

¿Con qué sueñan los unicornios?
¿Con qué sueñan los unicornios?
¿Con qué sueñan los unicornios?
Libro electrónico138 páginas2 horas

¿Con qué sueñan los unicornios?

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

No son pocas las ocasiones en que nos encontramos soñando con unicornios. Bellos, gráciles y siempre libres. Los hemos vistos correr sobre el agua, por las praderas y hasta sobre un arcoíris. Pero ¿y ellos? ¿Acaso nos verán de la misma manera en que nosotros los vemos a ellos?

Básil, un muchacho de la horrible y peligrosa ciudad de Letarburgo, pasaba el resto de sus días en su santuario oculto en los bosques que cubrían a las montañas, intentando escapar del terrible destino que le aguardaba. Cuando las garras del tiempo ya arañaban la espalda de Básil, la unicornio Perla aparece en su vida para convencer a su corazón marchito. Mientras que la ciudad lo iba consumiendo poco a poco, Básil pasaba el poco tiempo que le quedaba en compañía de Perla; buscando respuesta a esa pregunta que había anidado en su cabeza:

¿Con qué sueñan los unicornios?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 nov 2019
ISBN9781393859673
¿Con qué sueñan los unicornios?

Lee más de David E. Placeres

Relacionado con ¿Con qué sueñan los unicornios?

Libros electrónicos relacionados

Fantasía para jóvenes para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para ¿Con qué sueñan los unicornios?

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    ¿Con qué sueñan los unicornios? - David E. Placeres

    Dedicatoria

    Este libro está dedicado a todas esas personas que sin importar qué tienen la valentía para negarse a dejar morir la fantasía. Gracias por estar aquí y atreverte a soñar junto a mí.

    CAPÍTULO 1

    Domingo

    El impecable apellido Vowergolth

    ––––––––

    El puño peludo del señor de la casa golpeó la mesa. Los platos llenos de comida salieron volando y cayeron alrededor de su esposa y su hijo. Él llevó sus ojos hacia la temblorosa figura delante de él y dijo:

    —¡Tú eres mi hijo y tienes que hacer todo lo que yo diga! ¿¡Acaso no has tenido suficiente con hacernos esperar hasta la medianoche para poner la mesa!?

    —No es mi culpa, he tenido que...

    —¡No toleraré ni una sola palabra más que salga de tu boca! Vete a tu cuarto y no salgas hasta que así te lo ordene.

    El joven se levantó de su asiento y pasó junto a su madre, quien lo miraba con ojos como puñales. No se atrevió a levantar la vista del suelo mientras cojeaba por los largos pasillos de la casa hasta que llegó a su habitación. Con su corazón apretado por los nervios, se acostó en su suave cama de sábanas aterciopeladas.

    Con esta ya van cuarentaiuna noches en las que el muchacho tenía que enfrentarse al trozo de papel al lado de su cama. Cada vez que tenía la oportunidad trataba de convencer a sus padres de detener semejante locura. Pero para ellos adquirir servidumbre valía más que la felicidad de su propio hijo.

    Petro era el nombre de su padre. Antiguo general al servicio del rey. Descendiente de una estirpe de guerreros que acabó en su hijo y su dichosa cojera. No había diferencia reconocible entre Petro y un hipopótamo peludo. Él era enorme y redondo, con brazos tan grandes como los cañones de un barco. Su tupida barba y melena solo dejaban ver un atisbo del brillo de sus oscuros ojos negros.

    Su madre se llamaba Lady Trober. Tan alta como un pino y tan delgada como un lápiz. Sus facciones eran afiladas, hasta las orejas, incluso sus pupilas lo eran. Siempre paseando sus pieles de lujo y limpiando su colección de muñecas de marfil, su máximo orgullo. Aparte de criticar cualquier cosa que hiciese su hijo, no había nada que disfrutara más que hablar mal de sus amigas a sus espaldas.

    El último miembro de la familia era Básil. De la mescla de triángulos y círculos que sus padres hicieron nació un muchacho alto y delgado de tez apagada y marcados huesos. Unas cuantas pecas hacían juego con sus ojos marrones. Su cabello negro estaba grasiento a todas horas. Pero si había algo por lo que todos lo conocían era por su cojera. De ahí su «original» apodo: Básil el cojo.

    Toda su vida Básil se la ha pasado escuchando regaños de sus padres sin ningún motivo y recibiendo órdenes sin parar. Pero eso no le impedía disfrutar de las cosas que le gustaban. Básil preparaba la comida todos los días con una sonrisa. Dejaba su hogar para hacer la compra si era necesario y de ahí se iba a caminar por los bosques silbantes alrededor de la montaña. Allí veía pasar las horas; sentado bajo la sombra de un árbol sin molestar a nadie, lejos de sus padres y del agujero de ratas en donde vive. Luego volvía a casa y pasaba el resto del día leyendo sobre las aventuras de caballeros errantes, de los heroicos de verdad y no habladurías de impostores que visten armadura para conseguir cerveza gratis en las posadas.

    Sin embargo, el próximo sábado, su vida como la conoce se desmoronará y él pasaría a tener responsabilidades públicas mayores. Precisamente: las responsabilidades del alcalde de la ciudad.

    ¿Qué diablos pintará un muchacho que solo sabe de especias y recetas escuchando los problemas de la gente del pueblo y firmando documentos detrás de un escritorio de roble? Veinticinco años y se sentía en el cénit de su vida. Si es que se podía llamar vida a ser la marioneta de todos.

    «Debes ir allá, Básil». «Mientras vivas bajo mi techo harás lo que yo diga». «Tú no sabes nada, Básil; yo tomaré las decisiones». «Básil, tus padres solo quieren lo mejor para ti».

    Quizás estos adagios le suenen familiares a más de a uno, pero no había un día en esta santa casa donde no le recordaran lo inútil que era, que no había diferencia entre él y cualquier muñeca de la colección de su madre.

    Los nervios abandonaban a Básil mientras que la oscuridad lo arrullaba con sus frías melodías. Poco a poco el sueño se apoderó de él y cayó rendido en un profundo sopor. Pero ni el mundo onírico lo separaría de su cruel destino.

    Ahí, flotando en una infinita oscuridad, brillaban como el fuego de una vela las palabras que lo atormentaban:

    ––––––––

    Los invitamos al enlace matrimonial de nuestros

    hijos a acontecer el sábado 26 del próximo mes.

    ––––––––

    La oscuridad tomó la forma de la iglesia de la ciudad. Toda llena de flores y de monigotes sin cabeza que bailaban al ritmo de una música sin armonía alguna. Básil estaba en el altar junto a su futura esposa.

    Frigda era su nombre, una de las muchachas más bellas de la ciudad, así como una de las más ricas; un detalle que los padres de Básil encontraban fascinante, casi tanto como el hecho de que ella era la hija del alcalde; y al casarse con Básil, se sellaría su destino ante los ojos de la descarriada ley como único candidato a la alcaldía.

    La muchacha llevaba un simple vestido blanco ceñido a sus curvas. Tan apretado estaba su corsé que sus ojos verdes parecían que se le iban a salir.

    Una voz estoica retumbó por las paredes de la iglesia.

    —Básil Vowergolth, ¿aceptas a Frigdigarde Evangeline alla Fountaine como tu legítima esposa?

    Las manos de Básil comenzaron a sudar. Su cara se había puesto más pálida que de costumbre.

    —N-no... —susurró con voz entrecortada.

    —¿¡Cómo que no!? —En lugar de Frigda ahora se encontraba Petro con una armadura de cuero, espada y escudo en mano—. ¡Mal hijo!

    Petro acometió con la espada y atravesó el pecho de Básil para luego patearlo escaleras abajo. Básil rodó fulminado por unas escaleras que no tenían fin. Rodaba y rodaba mientras escuchaba el chirrido metálico en que la música se había vuelto.

    Al fin se detuvo, había tocado suelo; el de su habitación. Básil había caído de su cama envuelto en sus sábanas. Había sido todo un sueño. O quizás una predicción...

    ––––––––

    Mientras los primeros rayos del sol dominical alumbraban la ciudad, las puertas de la iglesia se abrían de par en par. La campana, tan vieja como las montañas en donde se erguía la ciudad, daba inicio al día. Por cada campanada se caían alrededor de catorce tejas de las casuchas en los suburbios, pero a nadie parecía importarle, ni siquiera a los barrenderos, si es que quedaba alguno.

    Varias casas sobresalían del resto, «casualmente» las casas de las personas más allegadas al alcalde, todas estas en lo más arriba de la ciudad; todas pintadas y bien cuidadas. La de Básil y sus padres era una de ellas, y hace ya tiempo era conocida por el suculento aroma que salía de su cocina. Atraía a niños, perros y ratas por igual. Básil siempre trataba de compartir un poco de comida con los niños que pasaban por ahí; le daba lástima verlos tan pequeños, frágiles y escuálidos. Pero cuando su padre se enteró de este «derroche de bienes» enrejó hasta la última ventana y se aseguró de que nadie se acercara a su casa.

    El aroma de la cocina despertó a los padres de Básil. Ellos lo saludaron con una calurosa arqueada de desprecio. La familia se sentó en la mesa a desayunar; en silencio como siempre ya que Lady Trober no toleraba ningún ruido mientras se come. Para hablar tenían que anunciarse antes de empezar a comer. Incluso sin que dijeran nada, Básil podía ver lo que había en las mentes de sus padres como si fueran libros abiertos. Y acertó con su predicción:

    En el momento justo en que acabaron de desayunar, sus padres mandaron a Básil directo a la iglesia.

    El anciano padre Igor se detuvo un momento de pregonar que toda la ciudad ardería en el fuego eterno para llevar su decrépita figura hacia Básil.

    —Niño estúpido —aulló el sacerdote sin dientes—, fueron tus padres los que sembraron la semilla de la cual has germinado. ¿Cómo osas afrentar contra ellos? ¡Mal hijo! ¡Desagradecido!

    Básil suspiró y se mantuvo en silencio. Había aprendido que lo mejor que podía hacer era ignorar al sacerdote. Después de todo, él estaba tan sordo como Básil de cojo.

    —¡En el nombre de todo lo divino te ordeno que nunca más caigas en las tentaciones del mal!

    El padre Igor metió sus manos en la pila bautismal y le salpicó la cara a Básil con agua bendita. Básil se mantenía cayado y con un oído sordo a causa de los berridos del padre Igor. Aprovechó que estaba en la iglesia para pedir un poco de paciencia, porque si le pedía fuerza la ciudad necesitaría un nuevo párroco.

    —¡Vete a ver a tu futura esposa! —le ordenó luego de un sermón que Básil no se dignó a escuchar.

    Vaya a donde vaya todos trataban a Básil como una marioneta. Pero, al contrario que las marionetas, él no tenía intención de entretener a nadie.

    Cuando el sacerdote no estaba mirando, Básil golpeó la pared de la iglesia y esperó un rato con su mano cerca de un agujero en el suelo. Una rata salió de ahí. Con un veloz movimiento de muñeca, Básil la atrapó entre sus dedos. Intentaba disimular su sonrisa mientras cojeaba hacia la pila bautismal; a donde fue a parar la rata. Lugar que no le pareció mal sitio al animalito para bañarse y retozar en el agua.

    El pueblo estaba quieto, y ya llevaba así un montón de días. No había pasado nada desde el día que se anunció la boda de Básil. Y así seguiría hasta dicho día ya que el alcalde había prohibido toda fiesta o celebración. Había prohibido también que los niños jueguen en las calles, incluso prohibió la santa misa, motivo por el cual el padre Igor maldecía a todos los que no donaran dinero a la iglesia. No había nadie en la ciudad que no quisiera que

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1