Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Furia de Estrellas: Guajars, #2019
Furia de Estrellas: Guajars, #2019
Furia de Estrellas: Guajars, #2019
Libro electrónico117 páginas1 hora

Furia de Estrellas: Guajars, #2019

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Cuentos de Fantasía, Terror y Ciencia Ficción

Los cuentos de esta colección son Caballos de Troya que transportan segundas intenciones.

  1. Aquí Duerme el Diablo. 
  2. Artemio Salinas. 
  3. El Precio. 
  4. En la Fractura. 
  5. Esfera de Nada. 
  6. Espantos Cotidianos. 

Imagina tu vida como si… si hubieras sido cómplice pasivo de la dictadura militar en el Chile de los 80; o si hubieras cometido crímenes impunes durante tu juventud y vivieras una vejez impenitente y culposa; o si tu mundo perfecto se sostuviera sobre el dolor de otros seres sacrificados en el nombre de tus privilegios; o si tu origen y tu historia fueran mentira; o si tuvieras que revalidar el sentido de tu existencia con cada nuevo despertar; o si todo el caos que habita en tu cabeza fuera parte de una realidad que solo tú puedo percibir.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 oct 2019
ISBN9781393137504
Furia de Estrellas: Guajars, #2019
Autor

Dan Guajars

Dan Guajars = Daniel Guajardo Santiago, 1977. Dan Guajars escribe las historias y su otro yo, el tenebroso, las disfruta. Se lo puede encontrar con el nombre de Daniel Guajardo en Providencia, Chile. Periodista de profesión, lector y autor de fantasía y ciencia ficción desde muy joven. Trabaja en una agencia de marketing online y hace clases de Internet para periodistas y de Analítica Web para profesionales. Felizmente casado con Lucía Gabriela y orgulloso padre de Amanda y Margarita.

Relacionado con Furia de Estrellas

Títulos en esta serie (5)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Ciencia ficción para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Furia de Estrellas

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Furia de Estrellas - Dan Guajars

    Tabla de Contenido

    Agradecimientos

    Aquí Duerme el Diablo

    Artemio Salinas

    El Precio

    En la Fractura

    Esfera de Nada

    Espantos Cotidianos

    Acerca de estos cuentos

    Acerca del Autor

    Copyright

    Agradecimientos

    Estoy súper agradecido.

    Por todo. Porque sí.

    En serio.

    ;)

    Daniel E. Guajardo Sánchez

    Octubre de 2019

    Aquí Duerme el Diablo

    Juan maneja el Opala de su jefe por el límite oriente de San José de Maipo. Avanza despacio por un camino de ganado y carretas. Esquiva zarzamoras y charcos.

    —Ssuiiiit carooolaainnnn… pam pam paamm —canta Juan con un castañeteo de dientes. La calefacción encendida con los ventiladores al máximo apuntan hacia sus pies. Pero no es suficiente.

    El cielo de la mañana está cubierto de nubes grises. El camino por el que transita sigue húmedo por la lluvia de la noche anterior. A su derecha ve el tejado de la casona abandonada donde debe entregar el vehículo. A la distancia puede ver la cal que se desprende de sus muros de adobe.

    Toma la última curva para llegar a la casona y oye un chirrido. Es el quejido agudo que produce la espina de una zarzamora que se ensaña con la puerta del copiloto.

    —¡Nooo! —dice Juan y da golpes al manubrio—. ¡Puta la hueá, puta la hueá, p-puta la g-hueá!

    Avanza otros veinte metros y accede a un pequeño claro bloqueado por un muro de pircas. La entrada al fundo es un arco de madera que yace derrotado por malezas al interior de la propiedad. Delante de la entrada está estacionada una camioneta de Carabineros. Juan se detiene al costado derecho y acciona el freno de mano con sonido de matraca.

    La casona es grande y debió ser majestuosa en otra época. Tiene un largo muro con pequeños tragaluces altos y una puerta medio podrida en el centro. Junto a ella se puede leer un mensaje tallado sobre la cal y el adobe. «Aquí duerme el diablo».

    Un hombre se asoma desde la izquierda de la casona. Va sin abrigo, con la camisa blanca arremangada a pesar del frío y los zapatos cubiertos con barro. Es Pedro Carmona. Trabajó como administrativo de camisa celeste en la misma oficina que Juan. Solía ser el muchacho de los encargos antes que él. Lo ascendieron. Y así es que llegó Juan hace un mes a tomar su lugar, camisa celeste y corbata azul marino incluida.

    —Ya poh, hueón —dice Carmona. Expulsa nubes de vapor con cada aliento. Apunta a su reloj de pulsera. Un Seiko 5 automático que se carga con el movimiento del brazo y se puede leer en la oscuridad. Juan sueña con el día en que se compre uno de esos.

    Apaga el motor y abre la puerta del Opala. El aire frío en su rostro se siente como una cachetada. Y al mismo tiempo el olor del bosque y la tierra húmeda despiertan recuerdos agradables de su infancia.

    Juan entra con cautela. Pisa donde no hay barro. Mira de reojo el mensaje en el muro de la casona.

    —Esta huevá lleva harto rato, González —dice Carmona y enciende un Lucky sin filtro—. Y voh, hueón, paseando. El Director está que se corta un coco.

    Avanzan por el costado de la casona. En el patio trasero hay un sitio eriazo del tamaño de una cancha de tenis, rodeado por una cerca para ganado pesado. En este espacio se levantan al menos una docena de montículos de tierra de un metro de altura. A distintas distancias unos de otros, sin un orden aparente. Cada montículo tiene una mata de ramas en su cúspide, extendidas como plantas tropicales.

    —No q-quise romper n-ninguna ley —dice Juan.

    En realidad quiere salir corriendo. Algo en este lugar le revuelve el estómago.

    —Ella, la Fitipaldi —dice Carmona—. Veníai a 30 por hora por el camino de Las Vizcachas. Te apuesto.

    Se detienen en la esquina de la casona. Juan se queda de pie a la izquierda de un montoncito de colillas de Lucky, fumadas hasta casi quemarse los dedos. Se abraza con fuerza el vestón para que no se note cómo tiembla de frío. Aún resuena en su memoria el sonido de la espina de zarzamora contra la puerta del copiloto.

    Saca del bolsillo interior de su vestón la cajetilla de Derby y fósforos. Enciende uno con manos temblorosas. Por reflejo le ofrece uno a Carmona. Pedro tiene un Lucky a medio fumar entre los labios y mira los Derby de Juan con desprecio. Luego hace un gesto a Juan para que se fije en lo que ocurre del otro lado.

    Juan mira a su derecha, hacia el otro extremo de la casona. Ve a dos carabineros jóvenes con expresiones compungidas, que sacan punta a unas ramas gruesas de eucalipto. Un tercer carabinero detrás de ellos está tendido boca arriba con el rostro contraído de dolor. Junto a él hay un cuarto hombre en cuclillas. Es un civil de chaqueta de cuero negro. Usa lentes Ray-ban espejados, bigote militar y panza administrativa. Es el Director Reyes, el jefe directo de Juan. Un hombre reservado que siempre trae consigo una batuta corta de orquesta. Por eso lo de «Director».

    Reyes ve a Juan y le hace un gesto con su batuta para que se acerque. Juan siente un apretón en las entrañas al recordar lo que ocurrió al Opala.

    Se acerca trotando, pegado al muro de la casona. Al pasar por el lado del primer montículo siente otro apretón de tripas. Hay una lanza enterrada en la mitad del montículo y desde el orificio borbotea un riachuelo de brea. A los pies del montículo se forma una pequeña poza en el barro, con tenues nubes de vapor verdoso.

    —En la maleta tengo un botiquín —dice el Director Reyes cuando Juan está a mitad de camino—. Tráelo. Y deja el pucho.

    Juan rodea a los carabineros enfrascados en sacar punta a sus lanzas y se detiene en seco junto al Director. En el claro ve más montículos estacados y pozas de brea. Algunos montículos se ven quebrados, hinchados desde adentro.

    Gira el rostro hacia la casona para no mirar. Ve al carabinero tendido a sus pies. Es un hombre joven con la mano derecha de color púrpura y muy hinchada. Parece un guante de goma a punto de reventar. Su rostro húmedo con sudor muestra dolor, pero no emite sonido.

    Juan oye un «pst». Ve al Director con los labios fruncidos y dos dedos extendidos. Juan le entrega su cigarrillo sin dar otra calada. Y por un segundo atisba el revólver que el Director lleva en un sobaquero bajo el brazo izquierdo.

    —Maleta —dice el Director sin levantar la vista—. Botiquín.

    Juan asiente. Regresa a paso rápido por donde vino, pegándose aún más al muro de adobe. Pasa junto a Carmona. Afuera camina por el costado del copiloto del Opala. Ve con funesta claridad la línea sobre la pintura color cuero de la puerta.

    «Cagué» piensa, entregado a la angustia. Siente la cabeza liviana y sus piernas no responden como deberían. Saca de su vestón otro cigarrillo. Demora varios intentos espásticos en encenderlo.

    Mira su mano que sostiene la llave del maletero. Ve sus zapatos cubiertos con lodo. Recuerda al carabinero herido y la solicitud del Director. Se apresura en abrir el maletero.

    Al ver adentro siente el equivalente del vértigo cuando uno mira hacia abajo desde el teleférico. La tapa del maletero está repleta de armas amarradas, de distinto calibre. El porta maleta contiene una decena de cajas de cartón cerradas y sin nombre.

    Juan traga saliva ante la idea de tener que abrir todas para encontrar el botiquín. Ve que una caja grande de la derecha tiene una cruz de malta dibujada con lápiz grafito. La abre para cerciorarse y ve equipo quirúrgico amontonado dentro de una bandeja metálica con forma de riñón. También hay vendas, una jeringa de metal, tubos de goma y varios frascos con líquido amarillo y sin identificación.

    Juan retira la caja y es más liviana de lo que parece. Cierra el maletero.

    —¡Apúrate, hueón! —grita Carmona desde su lugar junto a las colillas de cigarro.

    Juan asiente y regresa al fundo. Esta vez pisa en cualquier parte. Ve de nuevo el rayón en la puerta del copiloto y emite un gemido. Pedro desde el otro lado chasquea los dedos.

    —Pasa pacá —dice Carmona. Le quita la caja de las manos y corre por el costado de la casona. Juan se queda de pie al lado de las colillas.

    —¿Qué le pasa a ese hueón? —dice el Director Reyes. Juan lo oye como si estuviera al lado de ellos.

    —Es nuevo —dice Carmona. Hace un gesto con la

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1