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El eterno retorno
El eterno retorno
El eterno retorno
Libro electrónico317 páginas4 horas

El eterno retorno

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Jean-Pierre Giron es un reportero de la sección de sociales de un periódico muy prestigioso en Bélgica, pero con el sueño de convertirse en un analista político, social y económico, donde cree que se encuentra el verdadero éxito. Su oportunidad aparece cuando se le reta a desarrollar un excelente documental de una exposición de pinturas de la artista Marianna Strzelba. Si hace un buen reportaje será promovido. Pero todo cambia, cuando sin saber cómo, mientras observa una de las obras, es transportado al pasado. Y en un eterno retorno de ir y venir del pasado al presente podemos conocer la Europa de la posguerra hasta nuestros tiempos. La vida de Jean-Pierre dará un giro mientras conocemos la vida de la artista.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 oct 2019
ISBN9788417927929
El eterno retorno
Autor

Jorge González Muñoz y Strzelba

Jorge Eduardo González nació en San Luis Potosí (México) el 7 de septiembre de 1971. Estudió la carrera de ingeniero mecánico en la Universidad Autónoma (UASLP), y ha hecho de la escritura uno de sus pasatiempos favoritos. Marianna Bozena Strzelecka (Srezelba) nació en Polonia, el 2 de febrero de 1954 y reside en Bélgica desde 1990. Realizó estudios y se graduó en la Academia de Bellas Artes en Bruselas, donde obtuvo su diploma con honores. En el 2000 empezó su carrera artística exponiendo sus pinturas en el SoHo de Nueva York, y ha realizado exposiciones en Bélgica, Francia, Polonia y México. Ambos se conocieron estudiando francés en la ciudad de Wavre (Bélgica) en el año de 1993, y han mantenido su amistad hasta la fecha.

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    El eterno retorno - Jorge González Muñoz y Strzelba

    El eterno retorno

    El eterno retorno

    Jorge González Muñoz, Marianna Bozena Strzelecka-Strzelba

    Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    © Jorge González Muñoz, Marianna Bozena Strzelecka-Strzelba, 2019

    Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

    Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

    www.universodeletras.com

    Primera edición: 2019

    ISBN: 9788417926953

    ISBN eBook: 9788417927929

    Prólogo

    Cuando a Jean-Pierre Giron, un joven y nuevo reportero del periódico Le Soir de Bélgica, le encomendaron asistir a la exposición en el Salón Artístico de Charleroi (SAC), nunca se imaginó que lo que encontraría allí no tendría palabras para describirlo.

    Su jefe le había encargado hacer un reportaje sobre la exposición que en ese momento se estaba realizando, y le había prometido que si el reportaje era lo suficientemente bueno lo pondría en la portada de la sección; y si era sorprendentemente bueno, no solamente lo pondría en la portada de la sección, sino que lo promovería para escribir en cualquiera de las secciones que más le gustara.

    Para Jean-Pierre su prioridad era la política, o quizás la sección de finanzas, o al menos en los deportes, pero sociedad y cultura era la sección en la que menos interés tenía, y no porque no le interesara personalmente, pero sentía que el prestigio de un excelente reportero se encontraba en las primeras dos secciones de su preferencia.

    Para él las secciones de sociedad y cultura estaban dirigidas para las personas menos cultas y más comunes de la sociedad, y él quería un público intelectual, pensante, restringido y selecto; pero sabía que por algún lugar tendría que empezar y que el camino sería largo para llegar a cumplir sus sueños. Esa mañana se había levantado positivo, sintiendo que aquel sería el primer paso en su larga carrera como periodista, así que, fuera lo que fuera que tuviera que hacer, prepararía el mejor reportaje que jamás se hubiera escrito sobre el arte. Especialmente sobre esa exposición.

    Pero Jean-Pierre no estaba preparado para lo que sus ojos veían. Esperaba ver obras del tipo clásico, o quizás modernistas; pero no. No había nada así.

    Frente a él estaba una pintura de nombre: «Poisson d’Avril» (Pescado de Abril), que parecía la cabeza de un calamar, con dos iris azules chuecos (el de la derecha más arriba que el de la izquierda), con una cabeza azul con rasgos rojos bordeando los ojos, así como lo que parecía la boca en la parte inferior; además había una especie de protuberancia blanca, que parecía nacer de la boca, para terminar en una mancha amarilla o anaranjada, dando una apariencia un tanto erótica. En el cuadro se apreciaban distintos tonos de verdes y azules, con un poco de amarillo y una que otra mancha blanca. ¿Qué podía decir de eso? No tenía la menor idea, no sabía cómo interpretarlo, menos como explicarlo. Hizo un gesto con la boca mostrando cierta desesperación por tratar de entender sin haber tenido el mayor éxito.

    Entonces se dirigió hacia otro cuadro de nombre: «Nasse» (Nasas), que parecía mostrar algo un poco más conocido. La cabeza de un hombre con cabello anaranjado y barba, con un cuerpo extraño pintado con distintos tonos de azul y blanco detrás de lo que parecía una malla cuadrada.

    Jean-Pierre meneó la cabeza mientras cerraba los ojos. ¿Cómo describir aquello? ¿Qué tipo de crítica había que hacer? Si era positiva, ¿cómo defender lo que no entendía? ¿Y si era negativa, y quien pintaba era un gran pintor? Podría quedar mal parado en su reporte. Entonces decidió que antes de hacer nada tenía que saber quien era el pintor. Era básico, pero se había desconcentrado ante lo que no entendía. Buscó entonces el nombre del autor junto a la pintura, pero no había ningún nombre, dudó y entonces reflexionó que se había vuelto a equivocar. Le habían mandado a la exposición de un artista, por lo que la exposición debería tener el nombre de esa persona. Se encaminó a la entrada y revisó el título de la exposición: «Obras Maestras de Marianna Bozena». — ¡Bingo! — exclamó y luego sacó su teléfono celular y comenzó a escribir el nombre del artista en el buscador de Google, pero había varias personas con ese nombre, pero ninguna que pareciera la arista que buscaba, al menos no en las primeras páginas. Esto le hizo pensar si ésta no había sido una broma de su jefe para dejarlo fuera de toda posibilidad de tener su primer titular, sin duda le había enviado a la exposición de un desconocido para hacerlo verse en ridículo; pero él sabía que a pesar de que fuera una broma, su jefe era de palabra, y si llevaba un buen reportaje cumpliría y le daría el titular, y si le llevaba un super reportaje lo dejaría escribir en cualquiera otra de las secciones, así que tenía que hacer su trabajo y convencer a su jefe.

    Se movió hacia la siguiente pintura con el nombre de «Enfant» (Niño), y se quedó mirando. Definitivamente se trataba de la pintura de un niño, pero éste parecía como si hubiese sido golpeado, con el ojo derecho cerrado y el izquierdo entre abierto, los labios rojos y la cabeza con cabellos cafés y cuarteaduras en el cráneo, así como manchas de sangre. ¿Qué podía significar aquello? Inclusive, la cabeza aplastada del lado derecho, como si estuviera recargada en un muro. Meneó la cabeza, cerró los ojos y decidió pasar a la siguiente. Al menos sentía que conforme avanzaba les encontraba algunos rasgos a las pinturas, aunque no pudiera aún hablar nada de ellas.

    «Crise» (Crisis) era la siguiente pintura. Era la cara de una mujer deforme con el cabello en diferentes tonos rosados, con los ojos pequeños y la boca muy grande. Con labios rojos haciendo una especie de mueca mientras mostraba sus dientes blancos superiores. Parecía que de sus orejas colgaban algunos aretes. ¿Qué decir? No tenía ni idea. Se recargó en un pilar a su espalda y se quedó contemplando la pintura. Meneó la cabeza y se dio por vencido, no tenía clara ninguna de las ideas que debía expresar para hacer un buen reportaje. Respiró profundo y decidió salir de la exhibición. Necesitaba pensar.

    Capítulo I

    Jean-Pierre Giron observaba su taza de café mientras con sus dedos jugaba con el aza. En su mente estaba la idea de dejar todo atrás. Pensaba regresar a la redacción y aventarle una bola de papeles sin sentido a su jefe, y le diría que estaba loco por enviarlo a un lugar así; pero si lo hacía perdería su trabajo en un tronar de dedos. Además, él no era de los que se daban por vencido tan fácilmente. Era brabucón y hablador, y le gustaba salir por las noches a beber y a divertirse con los amigos, o con desconocidos, y no tendría una excusa suficiente para platicar como había perdido su trabajo. Respiró profundo y le hizo una seña a la mesera que para cuando llegó, ya tenía un billete de 5 euros en la mano. — Quédese con el cambio — le guiñó el ojo y echándose su back pack a la espalda se alejó del café ante la mirada coqueta de la mesera.

    De haber regresado al café la mesera le habría dado su teléfono en una servilleta, pero Jean-Pierre buscaba salir del atolladero en el que se había metido, así que el guiño con el ojo había sido más bien un reflejo mecánico de lo que solía hacer por las noches. Caminó en dirección de la exposición y al llegar frente al edificio sintió un fuerte dolor en el estómago, pero no era por el café, ni por algún tipo de enfermedad o virus, era por el sentimiento de tener que regresar a un lugar que no entendía y del que tenía que sacar el mejor trabajo de su vida hasta ese momento. Respiró profundo antes de subir y se motivó diciéndose que podía hacerlo.

    Al entrar vio la exposición vacía, no había una sola persona a la vista, así que se paseó una vez más por entre las pinturas sin saber por cual empezar. Al dar vuelta a un corredor se encontró con una mujer madura, blanca, de cabellos rizados y cara redonda que vestía una blusa transparente de colores, ligeramente escotada, y unos pantalones pesqueros, con bolsas a la altura de las rodillas y más abajo, y llevaba unas chanclas en los pies. La mujer caminaba distraída y parecía no darle importancia a ninguna de las pinturas, inclusive la impresión de Jean-Pierre era de que estaba por abandonar el lugar. — ¿Disculpe? — se atrevió a llamarla.

    La mujer se detuvo y lo barrió con la mirada, algo que incomodó al joven reportero, pero sin importar el hecho, ya que la mirada de la mujer era de una transparente inocencia.

    —¿Trabaja usted aquí?

    —Algo así — respondió la mujer. — ¿En qué pudo servirle? — dijo con mucha amabilidad.

    Jean-Pierre dudó, no necesitaba hablar con una trabajadora sino con alguien que supiera de arte, alguien que le ayudara a entender lo que estaba en esos cuadros, pero que a la vez le ayudara con su reportaje; no quería a una persona común y corriente. Sin embargo, pensó, quizás la mujer había visto tantas pinturas durante las exposiciones que había aprendido algo y cualquier luz, comentario o sugerencia podría abrirle la mente que la tenía completamente bloqueada.

    —En su experiencia ¿qué le parece esta exposición…? — Jean-Pierre abrió los brazos y los dirigió hacia cada uno de los cuadros en el salón.

    —¿A qué se refiere? — preguntó la mujer. — ¿Al arreglo del salón, las pinturas, el manejo de la información…?

    Jean-Pierre se quedó callado por un momento, había estado tan absorto en las pinturas que no había pensado en todo lo demás que estaba involucrado en el evento. Los ventanales en el techo filtrando la luz y resaltando los colores de las pinturas, las cortinas que colgaban de colores formando arcoíris detrás de las pinturas, la música suave que buscaba ambientar la exposición hasta ahora sombría.

    —Estando involucrada, dudo que mi opinión sea muy objetiva — sonrió la mujer despertando a Jean-Pierre de su trance.

    Ella tiene un punto, pensó el joven periodista y entonces decidió cambiar la estrategia. — ¡Venga conmigo! — le pidió amablemente y la guio hasta una pintura llamada «Desire» que, aunque en esta pintura él si podía reconocer algunas figuras, le costaba trabajo entenderla.

    —Dígame, ¿qué le parece esta pintura?

    La mujer observó la pintura con detenimiento. La pintura tenía distintos tonos de azul, verde, anaranjado y rojo, con los contornos de las figuras resaltadas en un color negro grueso. Se veía un sol en la parte superior y algunos de los rayos dirigidos hacia el interior de la pintura estaban marcados en negro. Del lado izquierdo, abajo del sol se veía la espalda y los glúteos de una mujer desnuda como sentada en pasto o fuego azul que emergía del suelo. Al centro el rostro de una mujer con el cabello en forma de casco parecía mirar al público mientras emitía un gesto de dolor, y finalmente, del lado derecho parecía emerger del suelo una especie de tronco que se ensanchaba en la parte superior de donde parecían crecer unas alas de mariposa hacia los lados.

    —Me encanta… — dejó escapar la mujer, y una lágrima escurrió por su mejilla.

    —¿No le parece un tanto grotesca?

    La mujer meneó la cabeza. — Veo una niña que ha sufrido mucho, sí. Pero detrás de ese dolor debe haber toda una historia.

    —¿Cómo cuál?

    —Una niña abandonada por su madre, enferma, golpeada por la vida; pero que sigue viva, llevando a un bebé en su vientre.

    Jean-Pierre se llevó la mano a la cabeza mientras miró una vez más el cuadro, en su cabeza trataba de imaginar lo que la mujer le decía estar viendo: «una niña abandonada, enferma y golpeada por la vida». Él no podía ver nada como eso…

    —Dijo el poeta William Blake que: «no hay que ver con los ojos, sino a través de los ojos» explicó la mujer.

    Jean-Pierre escuchó a la mujer sin dejar de ver la pintura, luego entrecerró los ojos y volteó la cabeza para ver a la mujer que ya no estaba allí. Buscó en una y otra dirección, pero no había nadie cerca de él. Regresó la mirada al cuadro y un brillo que se reflejó en la pintura le deslumbro. Parpadeó los ojos tratando de recuperar la vista, pero antes de que esto sucediera escuchó las pisadas de lo que parecían los cascos de un caballo.

    Cuando finalmente pudo enfocar se dio cuenta de que ya no estaba en la sala de exposiciones, sino en un lugar que no podía precisar. Era una carretera de terracería y en su dirección se aproximaba un carruaje tirado por un caballo y en el que se transportaban dos jóvenes vestidos con zapatos elegantes, pantalón y camisa de vestir, con un saco un tanto sucio. Bajó su mirada y se dio cuenta de que llevaba una ropa que no era la suya, unos pantalones flojos, una camisa holgada y unas sandalias.

    —¿Vas a algún lado? — preguntó el joven que conducía la carreta, al momento que le ordenaba al caballo que se detuviera.

    Jean-Pierre no sabía que contestar, estaba completamente desubicado. — ¿Podría saber a dónde van? — fue lo único que se le ocurrió.

    —¿Estás perdido? — el otro muchacho rápidamente entendió la situación de Jean-Pierre.

    —Algo así.

    —¡Vamos! — el último muchacho se paró a la orilla de la carreta y extendió la mano hacia Jean-Pierre.

    Jean-Pierre dudó unos instantes, pero después de haber evaluado su situación, y pensando, quizás, que todo era un sueño del cual pronto despertaría, tomó la mano del muchacho y subió a la carreta.

    —Vamos a la fábrica, quizás allí puedas encontrar tu camino — dijo el conductor.

    —¿Cuál fábrica? — Jean-Pierre esperaba recibir más información. — ¿En dónde estamos? — finalmente se animó a preguntar.

    —¿De verdad no lo sabes? — el segundo muchacho se veía divertido con la situación.

    Jean-Pierre negó con la cabeza sabiendo que no tenía nada que perder.

    —Vamos a la PGR — dijo el conductor.

    —¿A la PGR? —

    —A la Granja Agrícola Regional, así se llama, la PGR — respondió de nuevo el conductor.

    —Nunca había escuchado ese nombre — Jean-Pierre se llevó la mano a la cabeza, pensando que quizás se había golpeado tan duro que ahora se estaba volviendo loco. — ¿Es en la región Wallona o Flamenca?

    —¿Qué es eso? — preguntaron los jóvenes a coro.

    —¿Eres polaco? — preguntó el conductor.

    —¿Estamos en… Polonia? — Jean-Pierre abrió los ojos e hizo un gesto de incredulidad. Ahora estaba seguro de que fuera lo que hubiese pasado se había dado un golpe bastante fuerte.

    —¿De dónde eres? — preguntó el segundo de los muchachos.

    —De Bélgica — respondió Jean-Pierre a sabiendas de que eso iba a significar que entre los tres surgieran muchas dudas.

    —¡Bélgica! — exclamaron los dos hermanos. — ¿Cómo llegaste aquí?

    Jean-Pierre movió confundido la cabeza.

    —Con razón tu acento es un tanto extraño — continuó el conductor.

    —¿Mi acento extraño? — en ese momento se dio cuenta Jean-Pierre de que no hablaba francés sino otro idioma, pero no podía entender como estaba pasando eso. Hablaba y entendía otro idioma. Se llevó la mano derecha a la cabeza y se jaló los cabellos hacia atrás.

    —Te has de haber dado un golpe muy fuerte, quizás te caíste de un caballo o de un carruaje, o te asaltaron; como sea que hayas llegado a aquí ya lo recordarás — el conductor vio la confusión en el rostro de Jean-Pierre. — Pero me caes bien y creo que no nos hemos presentado. Yo me llamo Stanislaw — dirigió la mano hacia Jean-Pierre.

    —Yo soy Jean-Pierre Giron — contestó al saludo.

    —Veo que el nombre no se te ha olvidado, Jean-Pierre. Yo soy Wladyslaw — el segundo muchacho también extendió la mano hacia Jean-Pierre. — Bienvenido a Polonia.

    Frente a ellos comenzaban a verse pequeñas casas pobres, con techos de madera pintados de color café oscuro, muros de adobe y grandes puertas de madera del mismo color que el techo. Y fuera de ellas se paseaban distintos animales como gallinas, becerros y cochinos, y se apreciaba uno que otro de los dueños, algunas mujeres lavando y colgando la ropa en tendederos, mientras que no faltaba un hombre haciendo trabajos de herrería en su taller, y otro hacía lo propio en su taller con los zapatos.

    —No hace el trabajo también como nosotros… — dijo Wladyslaw apuntando con el dedo hacia el zapatero que al verlos había hecho un gesto de mal estar.

    Stanislaw levantó la mano y trató de ser cortés, pero el hombre quitó la mirada y les dio la espalda. Los dos hermanos se rieron ante la mirada de Jean-Pierre que no parecía entender lo que sucedía.

    Al quitar la vista de la casa del zapatero, Jean-Pierre regresó la mirada hacia el camino y vio que delante de ellos había una enorme construcción, de un solo piso, pero hecha de adobe y ladrillo, que tenía como un corral al frente y al fondo, y arriba de los techos se apreciaban varias chimeneas.

    —¡La PGR! — exclamó Wladyslaw, extendiendo la mano hacia el frente como si Jean-Pierre no la hubiera visto.

    Wladyslaw bordeó el muro e ingresó a un gran jardín, que tenía el pasto muy corto y Jean-Pierre observó la belleza del lugar a pesar de la pobreza y la destrucción.

    —Lo que nos dejó Stalin… — explicó Stanislaw al ver la sorpresa de Jean-Pierre.

    —¡Pero, esto nos lo dejó Dios…! — exclamó Wladyslaw al momento que brincaba fuera de la carreta que aún no terminaba por detenerse.

    Jea Pierre siguió con la mirada a Wladyslaw y tuvo que detenerla porque la belleza que tenía frente a él lo había paralizado. Una joven de 18 años, vestida elegantemente con un vestido rosado pálido, de una pieza que iba desde los hombros hasta los tobillos, de tez blanca caucásica, cabello negro y ojos claros, de baja estatura y complexión delgada, sonreía mirando a Wladyslaw que la tomaba de la cintura. Claramente se podía apreciar que ella los esperaba y estaba lista para subir a la carreta.

    Stanislaw detuvo la carreta junto a su hermano y la chica, y pegando un brinco llegó a su lado haciendo a un lado a su hermano. Le tomó la mano y la besó, y la joven le sonrió sin quitarle la vista. Era claro que ella disfrutaba de estar junto a esos dos chicos, y parecía que los tres disfrutaban de esos momentos, puesto que daban la impresión de haberse olvidado de Jean-Pierre.

    Stanislaw invitó a la chica a subir a la carreta, mientras Wladyslaw ya se había subido de un brinco esperando recibirla, y Jean-Pierre sintió que no era su lugar allí así es que pegó un brinco, frente a la joven, dispuesto a hacerse a un lado. La chica le miró de reojo y pareció sonrojarse.

    —Jean-Pierre — explicó Stanislaw, — un joven belga que encontramos en el camino.

    —¿Así que belga? — la joven le sonrió a Jean-Pierre que no sabía cómo responder, y sin quererlo se sonrojó, extendió la mano para saludarla y le besó la mano, pero luego retrocedió sin saber cómo debía comportarse.

    La joven le guiñó el ojo a Jean-Pierre de forma por demás coqueta, algo que incomodó a los hermanos polacos, pero ella parecía sólo querer perturbarlo ya que enseguida extendió la mano hacia Wladyslaw que le esperaba arriba de la carreta.

    La joven se sentó al frente junto al conductor y esperó a Wladyslaw para que se sentara a su derecha, y de un brinco Stanislaw se sentó junto a ella tomando las riendas. La joven volteó la mirada hacia Jean-Pierre que sentía que sería abandonado en aquel lugar y se quedó sin saber qué hacer, simplemente a la expectativa, esperando ver como se alejaba la carreta con las dos únicas personas que «conocía».

    La joven volteó la mirada hacia Jean-Pierre y los dos se miraron a los ojos. En ese momento Jean-Pierre sintió que la conocía, los ojos, la mirada, le eran familiares, pero no podía ubicar en dónde. Sacudió la cabeza como tratando de ordenar sus ideas, pero sin poder conseguirlo.

    —¿Quieres acompañarnos en lo que recuperas tu memoria? — Stanislaw interrumpió los pensamientos de Jean-Pierre, — o ¿prefieres quedarte aquí?

    Jean-Pierre miró a Stanislaw y sin pensarlo más se subió en la parte trasera de la carreta.

    —Me llamo Halina… Halina Jaworska — la joven miró a Jean-Pierre y extendió la mano hacia él.

    Stanislaw jaló las riendas del caballo con fuerza y rompió aquel momento que parecía haber molestado a los hermanos. Halina quitó su mirada de Jean-Pierre y con un grito se sentó mirando al frente, luego con sus brazos abrazo a los hermanos, les besó en las mejillas y les sonrió. Ahora todo estaba bien.

    Jean-Pierre no podía quitar la vista de Halina, y no podía entender como una joven tan bonita y arreglada se interesaba en ese par de hermanos, que sin quitarles méritos definitivamente no eran tan guapos y elegantes como él. Se acomodó en el fondo de la carreta y dejó volar sus pensamientos mientras trataba de adivinar como había llegado a ese lugar. Y algo que le giraba en la cabeza era que hubiesen hablado de Stalin, que sin duda llevaba más de 60 años muerto.

    Conforme avanzaban Jean-Pierre podía ver que Halina solamente tenía interés en los dos hermanos, ya que solamente reía y se divertía con ellos como si él no estuviera presente, como si se tratase de un fantasma invisible; sin embargo, después de un buen rato de viaje pudo detectar a lo lejos un poblado más grande que la granja de la PGR, y entonces se animó a preguntar — ¿A dónde vamos?

    —Esa, mi amigo belga, es Budkowo…

    «¿Budkowo?» se preguntó Jean-Pierre. No tenía ni idea de donde se encontraba, y le desesperaba pensar que, para ser un sueño, ya había sido bastante largo. Su única esperanza era saber que los sueños eran atemporales, donde el tiempo corría de manera distinta a la realidad. Observó el paisaje plano, llano, con árboles poco frondosos alrededor de la carretera de terracería por la que transitaban. A lo lejos se divisaban casas no muy grandes, rústicas, muy parecidas a las que había visto cerca de la PGR.

    A lo lejos se escuchaba una música que parecía ser típica de la región, con sonidos que involucraban flautas y órganos. Era como si hubiera una especie de feria o fiesta campesina, quizás la fiesta anual del pueblo, era difícil saber.

    —De aquí caminamos… — dijo Stanislaw y detuvo el carruaje junto a otros que parecían estacionados a la entrada del pueblo. Pegó un brinco y amarró la carreta.

    Mientras tanto Wladyslaw se había bajado, también de un brinco, por el lado contrario de la carreta y ayudaba a Halina a bajar.

    Jean-Pierre pegó un brinco por atrás de la carreta y se acercó a Stanislaw que parecía dar unas monedas a un joven mal vestido, mientras veía a Halina y a Wladyslaw caminar hacia el pueblo siguiendo a otras personas que también llevaban el rumbo hacia el centro del pueblito.

    —Él va a cuidar nuestra carreta mientras nosotros vamos a divertirnos — dijo Stanislaw volteando a ver a Jean-Pierre, que se había quedado un poco mudo al ver a Halina y Wladyslaw desaparecer entre las callecitas.

    Juntos, Jean-Pierre y Stanislaw, caminaron siguiendo los pasos de Halina y Wladyslaw, y conforme se acercaban al centro del pueblo se podían ver los colores de los adornos en las casas y en los postes del pueblo, se incrementaba el flujo de personas y se escuchaban aplausos, algunos gritos y algún tipo de zapateado que acompañaba la música.

    Al llegar a la plaza principal Jean-Pierre se impresionó por lo que veía. Había gente caminando hacia uno y

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