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Mi hermanico
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Libro electrónico383 páginas6 horas

Mi hermanico

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Información de este libro electrónico

Jamás has conocido una historia como la que ahora vas a conocer y vivir.
Si tu hermano fuese lo único que tienes. Si tú dependieses de él y él de ti…
¿Qué estarías dispuesto a hacer para que no os separasen?
¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar?
En este libro os transmito los hechos ocurridos cuando, trágicamente, dos hermanos quedaron huérfanos y el mundo se empeñó en separarlos.
Ambos eran de corta edad y el mayor de ellos padecía una minusvalía psíquica, la cual no le impidió luchar por permanecer junto a su pequeño hermano, pues sabía que su obligación era cuidarlo y protegerlo.
Te emocionará conocer el sufrimiento de esta persona disminuida, la insoportable discriminación a la que fue sometido por la sociedad, pero, ante todo, su perseverancia y firme determinación de no abandonar y cuidar a su hermanito, aunque ello le llevase a enfrentarse al mundo y a arriesgar su propia vida.
Para no ser separados, tuvieron que huir y buscar la forma de permanecer juntos. En su desesperada huida vivieron un sinfín de peripecias y situaciones que les pusieron al límite de lo humanamente soportable.
Durante la lectura te embargará la compasión y la ternura, la ira y la rabia, la fidelidad y el amor, la venganza y el odio, pero, sobre todo, la lealtad y fraternidad que debería de caracterizar toda relación entre hermanos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 sept 2019
ISBN9788418064708
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    Mi hermanico - Salvador F. Triviño Hernández

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Salvador

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Ilustración de portada: Dª. Ana Milagros Álvarez Mena.

    ISBN: 978-84-18064-70-8

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Mi hermanico

    Tu hermano es tu vida, tu mayor tesoro.

    Jamás lo abandones.

    Si los lobos vienen a arrebatártelo,

    protégelo y lucha.

    ¡Lucha y vence, o lucha y muere!,

    pero nunca dejes que se lo lleven.

    .

    Nunca he creído que sería capaz de escribir un libro, pero llevo tiempo pensándolo y animándome a hacerlo, ya que hay unos hechos que considero que deben ser contados y conocidos.

    Me llamo Salvador, tengo 43 años y soy de Almería (España). Estoy casado y tengo dos niños de corta edad.

    He sido un hombre de acción en mi trabajo, con ideales y principios de los que hoy están en desuso.

    Hace escasos meses y por sorpresa, me diagnosticaron un cáncer en el estómago. Poco tiempo después me operaron para extirparme el estómago por completo, tratando con ello de evitar que esa maldita enfermedad se extendiese.

    Desconozco mi futuro, pero soy testigo de mi pasado y de mi presente. No quisiera que esta historia dejase de ser conocida, así que bien o mal os la voy a contar.

    Antes de comenzar quiero dar las gracias a:

    Mi esposa Mayte, por todos los años a mi lado, por su apoyo, cariño y comprensión. Ha sido mi fiel compañera de viaje.

    Mis hijos, Salvador y Leyre, por ser tan cariñosos conmigo y por mostrar esos ideales y principios que a mí me han caracterizado. Sois lo más importante que tengo. Mi sueño es veros crecer, que seáis buenas personas y que vuestra vida esté llena de alegría y felicidad, pero ante todo, que se mantenga fuerte e inalterable el sentimiento de fraternidad que existe entre vosotros.

    Mis padres, Francisco e Isabel, por haberme educado en la humildad, en el esfuerzo y en ser buena persona. Desde muy pequeño me inculcaron que, si quieres algo, tienes que trabajar para conseguirlo, y que la humildad, honestidad, sacrificio y honradez debían ser norma de vida.

    Mi hermano Jesús. Es injusto venir a este mundo solo para sufrir. Lamento que la vida no te haya dado ni una sola oportunidad. Ojalá yo pudiera hacer algo para aliviar tu sufrimiento.

    Mi hermano David, con el deseo de que la suerte le sonría y deje atrás los malos momentos.

    Quisiera también dedicar este libro a todas las personas que, como yo, un día recibieron la desagradable noticia de que un enemigo invisible les devoraba por dentro. Os deseo todo lo mejor y os animo en vuestra lucha. Es una situación muy complicada donde siempre tenemos presente el peor de los desenlaces. No dejéis que esta enfermedad os destruya antes siquiera de haber empezado a combatirla. No le cedáis ni un solo centímetro de vuestra vida o vuestra felicidad. Sé que es fácil decirlo pero difícil hacerlo, tratad de llevar la cabeza bien alta durante todo el tratamiento, no permitáis que esto os hunda. No es justo que la pena y la tristeza nos embarguen y presidan nuestra vida. Tened presente que nuestro sufrimiento también será el de nuestra familia, por lo que os aconsejo que llevéis vuestro dolor con discreción, sin exteriorizarlo.

    A nuestros familiares los contagiaremos tanto con nuestra tristeza como con nuestra alegría, por lo que, aunque sea lo más duro, creo que lo más loable y más bonito es que tratemos de asumir esta situación con entereza y que vivamos con sonrisas, más que con lágrimas.

    Si desgraciadamente perdemos esta batalla, ¿cómo queremos que nuestros seres queridos nos recuerden? Elegid: como un valiente que luchó hasta el final y que, a pesar de su enfermedad, animó a su familia y mantuvo su sonrisa hasta el último momento, o como un ser querido que malvivió sus últimos días llorando, deambulando como un moribundo y contagiando a todos con su tristeza.

    Tened fuerza y coraje, luchad y luchad, pero ante todo, ganad la primera batalla, que no es otra que la del ánimo.

    Un abrazo a todos.

    Por último, quisiera dedicar este libro a todos aquellos que ya no están con nosotros, pero cuyo recuerdo vive en nuestro corazón y en nuestra mente. También a aquellos que aún estando con nosotros, su alma, espíritu, razón o forma de ser, se han marchado, quizás hasta muy lejos y quizás para siempre, y, para terminar, a aquellos que están pero no vemos, cuyo regreso anhelamos y cuyo paradero desconocemos.

    Y con mucho cariño, a los que sois especiales.

    .

    Nunca antes has conocido una historia como la que ahora vas a descubrir. Solo te pido que leas con atención y cariño, y que una vez llegues al final, decidas si es real o ficción, si son hechos vergonzosamente reales o si son fruto de mi imaginación; en ti dejo esa decisión, pues yo no voy a tratar de convencerte en uno u otro sentido.

    Los hechos que vas a conocer te harán llorar y reír, te enfadarán y te emocionarán, te provocarán ira y compasión, pero sobre todo, espero que hagan aflorar en ti sentimientos que logren hacerte reflexionar sobre el sufrimiento que no vemos en personas que tenemos delante de nuestros ojos, o lo que es peor, que vemos, pero que nuestro ego hace que prefiramos ignorar o mostrar indiferencia.

    Me gustaría que tratases de sacar lo bueno de los hechos que te voy a narrar y que lo aplicases en tu vida, ya que estoy seguro de que cuando estés leyendo, de forma cariñosa te vendrá a la mente y recordarás a algún familiar, amigo o conocido, que de alguna manera veas reflejado en las personas que aparecen en este libro. En tal caso, te pido que veas lo especial que tienen esas personas, lo que nos aportan y vemos, pero, sobre todo, lo que nos aportan y no vemos, pues muchas veces tenemos a nuestro lado a personas extraordinarias, que solo saben dar felicidad, y que cuando sufren lo hacen en silencio para no molestar. Muy a menudo nuestro egoísmo nos impide ver lo increíbles que son.

    ¡Ojo!, te aseguro que este tipo de personas también tienen sentimientos, y sufren, sufren muchísimo, aunque casi siempre traten de ocultarlo por humildad y porque su condición es la de ayudar, al tiempo que se creen tan insignificantes que consideran que los demás no pueden perder tiempo en atender sus problemas.

    Utilizaré nombres y apellidos ficticios, y omitiré lugares y otros datos que pudieran identificar dónde ocurrieron los hechos aquí contados, así como a las personas cuyas vidas, para bien o para mal, marcaron.

    Capítulo 1.

    Honrar a dos corazones

    Se me encoge el corazón. Casi que no puedo caminar por el temblor y los nervios que se han apoderado de mi cuerpo.

    La sequedad en la garganta y las lágrimas en mis ojos, siempre, siempre, me inundan cuando llego hasta este lugar, donde se mezcla la pena por lo que allí se halla y también la alegría, la alegría por lo que allí se encuentra, curiosa situación, que algo, al mismo tiempo, te entristezca y te alegre.

    Estoy en un cementerio, frente a la tumba de mi marido, Marcos.

    Ya hace un año que falleció, tenía setenta y dos años y una maldita y cruel enfermedad se lo llevó; bueno, primero lo destrozó físicamente, que no psicológicamente, pues Marcos tenía una voluntad muy fuerte, y luego se lo llevó.

    No me acostumbro a esta soledad, la vida con Marcos fue maravillosa. Fue un gran hombre, muy buena persona, un estupendo marido y un padre extraordinario. Siempre se preocupó por su esposa e hijos, nos quiso y nos cuidó. Nunca ocultó sus muestras de cariño hacia nosotros, quizás marcado por lo ocurrido en su infancia.

    Mi nombre es Lucia y tengo setenta y un años de edad.

    Fruto del matrimonio con Marcos nacieron dos hijos, Víctor y Raquel, los cuales me acompañan hoy en este cementerio, junto con su esposa y marido respectivos, María y Alberto.

    Tengo cinco nietos. Del matrimonio de Víctor y María, tengo a Marcos y Miguel, y del matrimonio de Raquel y Alberto, a Sara, Alberto y Mónica.

    Hace mucho frío, son las 11.00 horas de la mañana de un desapacible día del mes de febrero, no importa el año, y parece que la tristeza de mi corazón se ha contagiado al cielo.

    Estoy de pie frente a la tumba de mi marido y no dejan de emanar lágrimas de mis ojos, pensando en la maravillosa persona que allí yace. Yo vengo frecuentemente a ver la tumba y a traer flores; mis hijos, sin embargo, viven más alejados y apenas vienen, lo cual me entristece aún más.

    Siempre traigo dos ramos de flores. Mis hijos no lo entienden y me cuestionan que para qué tantas, que sería suficiente con un solo ramo de flores, las destinadas a la tumba de su padre.

    Siempre repito el mismo ritual, muy despacito. Con lágrimas en los ojos y con mucho cariño, deposito uno de los ramos sobre la tumba de mi marido, mi Marcos.

    Y el otro, ¡ay, ay, el otro ramo! El otro ramo, no con lágrimas en los ojos, sino llorando, lo dejo sobre una tumba situada justamente al lado de la de mi marido y, si yo pudiera, más cerquita la pondría.

    Cuando trato de dejar este segundo ramo sobre la tumba de al lado, me arrodillo ante ella y, al tiempo que seco mis lágrimas, le pido perdón y, si pudiera, le daría mi corazón. Frente a esta tumba me inunda la tristeza, la frustración, el amor, la ira, pero, ante todo, el desconsuelo.

    Yo no conocí a la persona que hay enterrada en esta segunda tumba, pero lo daría todo por haberlo conocido, haberlo cuidado y haberle dicho que lo hizo muy bien, y que ojalá yo pudiera hacer algo para impedir lo ocurrido.

    ¡Cómo me hubiese gustado abrazarlo! Secar sus lágrimas, haberle escuchado en su sufrimiento silencioso, haberle dado las gracias por todo lo que hizo, pero, sobre todo, haber mermado su pena por todo lo que sufrió.

    Me hubiese gustado decirle que fue un héroe, que no puedo alcanzar a imaginarme lo que sufrió y luchó, todos los insultos y golpes que recibió, todas las injusticias que tuvo que soportar, pero, ante todo decirle que fue muy valiente, que pocas personas han sido tan fuertes y tan buenas como él.

    ¡Si hay Dios y cielo, sin duda él estará allí! Los hechos hablarán por sí solos.

    En la lápida de esta segunda tumba hay un nombre, Víctor, seguido por los apellidos, los cuales prefiero omitir. Sí, lo habéis adivinado, mi hijo se llama Víctor en su honor.

    En la lápida y sobre el nombre hay una fotografía muy antigua y en blanco y negro, en la cual se puede ver a un chico joven con rasgos extraños en la cara, rasgos como de sorpresa o incredulidad.

    En esta tumba yacen los restos del «hermanico», sí, del hermano de mi marido. Como he dicho, yo no le conocí, pero me habría gustado mucho conocerle y darle un fortísimo abrazo. Me emociono al agradecerle todo lo que hizo y quisiera ofrecerle mi hombro para que llorase y poder así reconfortarlo.

    Víctor tenía una deficiencia psíquica, como decimos ahora, pero en los crueles años en los que vivió, la gente lo humillaba y se refería a él como «tonto» o «subnormal».

    Ambos hermanos fueron enterrados uno junto al otro, pues ese era el expreso deseo de mi marido y así hizo jurarlo, tanto a mí como a nuestros hijos.

    Mis hijos solo saben que Víctor era su tío, hermano de su padre, pero no saben nada más sobre él y tampoco sobre una increíble parte de la vida de los dos hermanos, pues así lo quiso mi marido.

    Muchas veces quise que mis hijos conociesen los hechos, pero mi marido, Marcos, decía que lo ocurrido en el pasado no traía alegrías sino penas y sufrimiento, y que eran cosas que morirían con él. Yo, sin embargo, considero que no, que sus hijos y nietos deben conocer el pasado de su padre y de su tío, conocerlos y juzgar por ellos los hechos que protagonizaron.

    Mi tristeza y llanto se tornan en enfado cuando veo a mis nietos correr sin respeto junto a las tumbas, arrojándose flores y, sobre todo, cuando los veo reírse de la fotografía del hermanico, ¡eso es algo que nunca voy a permitir!

    Llamé la atención a los niños y les pedí que guardasen respeto hacia su abuelo y su tío abuelo, pero mis hijos y yernos le quitaron importancia y me contestaron que «solo son niños y quieren jugar».

    Muy enfadada, me levanté del suelo, sequé mis lágrimas, me despedí de mis dos corazoncitos y ordené a mis hijos y yernos que se dirigieran a mi casa, pues tenía que hablar con ellos.

    Era domingo, y claro, mis hijos y yernos tenían otros planes, pero eso a mí no me importaba, quería verlos a todos en mi casa y contarles por fin, a mis hijos, yernos y nietos, algo ocurrido en la infancia de su abuelo, algo que les haría ir ante aquellas dos tumbas con otra mentalidad y mostrar cariño, respeto y compasión por las dos personas que allí yacían.

    Me costó llevarlos hasta mi casa. Muy a regañadientes, y solo al ver mi gran enfado, consintieron en cambiar sus planes.

    Una vez allí, les pedí que se sentaran a mi alrededor en el salón, hijos, yerno, nuera y niños, y que prestasen atención a lo que les iba a contar, pues no eran historias sino hechos ocurridos realmente, los cuales, de una forma muy cruel, marcaron dos vidas. Les pedí que los escucharan y sobre todo, que no olvidaran, pues no pueden permitir que algo así vuelva a ocurrir.

    También les pedí que cuando yo muriese, mis restos yaciesen junto a los de mi marido y junto a los del hermanico y que, cuando fuesen a llevar flores, que llevasen tres ramos, que nunca dejasen al hermanico sin flores, y que si alguna vez solo podían llevar un ramo o una flor, que la pusiesen sobre la tumba de Víctor, el hermanico, pues así lo querríamos tanto mi esposo como yo.

    Una vez que tuve su atención, no sin mostrar antes mi enfado por su falta de consideración hacia mí, hacia su padre y hacia su tío, procedí a contarles lo ocurrido tiempo atrás.

    Capítulo 2.

    Recuerdos del «hogar»

    Vuestro padre y abuelo, Marcos, y su hermano, Víctor, nacieron dentro de una familia muy humilde.

    Su padre se llamaba Luis y su madre, Margarita.

    Marcos tenía maravillosos recuerdos de su madre. Decía que era una persona entrañable, trabajadora, luchadora, cariñosa y, sobre todo, una persona que fue capaz de sufrir lo indecible por sus hijos. Siempre que se acordaba de ella terminaba llorando, al recordar lo que su madrecita sufrió en los pocos años que vivió junto a sus hijos.

    Su padre, Luis, era un hombre muy trabajador. Era buena persona, pero le perdía su fuerte temperamento. Nunca había ido a la escuela pero eso no había impedido que supiese leer y escribir, eso sí, con muy poca soltura y con muchas faltas de ortografía. Trabajó a jornal en todo aquello en lo que pudo: agricultura, ganadería, construcción…

    Margarita era una mujer muy sencilla, acostumbrada desde pequeña a vivir en condiciones de pobreza, con falta de todo, comida, ropa, vivienda… Así transcurrió su infancia y adolescencia, fueron tiempos muy difíciles. Conoció a Luis y, al poco de tiempo se casaron. Con mucho sacrificio, trabajo y pasando muchas dificultades, lograron comprar una pequeña casa y crear una familia.

    Margarita, además de ama de casa, limpiaba otros hogares, planchaba, arreglaba y cosía ropa, todo para tratar de dar a sus hijos una vida mejor.

    Fueron años muy complicados, pero Luis y Margarita nunca sucumbieron a la pena de tanto sacrificio y lucha; tenían la firme determinación de que sus hijos no pasaran las dificultades que ellos habían padecido.

    A su primer hijo lo llamaron Víctor, era un niño muy risueño y despierto. Fueron muy felices al traer a este niño al mundo. Su nacimiento fue muy deseado y llenó de alegría a aquellos padres tan pobres, humildes y sacrificados.

    Pasados unos meses, esa alegría se convirtió en tristeza y preocupación, al ver que Víctor, con cierta frecuencia, realizaba movimientos extraños y reiterados con sus brazos, así como que giraba mucho los ojos hacia un lado al tiempo que su cuerpo se ponía muy tenso. Tras acudir a varios doctores, estos determinaron que para ver qué le pasaba al niño había que esperar a ver su crecimiento y evolución. Dijeron a los desconsolados padres que, hasta que no transcurrieran un par de años, no podrían determinar cuál era el problema y gravedad de aquello que afectaba a Víctor. Todo parecía indicar un problema mental, pero las consecuencias y gravedad no podían ser determinados por el momento, había que esperar.

    Fueron tiempos aún más complicados para estos padres, pues les resultó muy duro ver cómo crecía su hijo con un problema grave de salud. Sentían impotencia de no poder hacer nada para ayudarlo, ni tampoco por mermar el problema o sus consecuencias. Deseaban poder ayudar al niño, pero ni ellos ni nadie sabían cómo hacerlo.

    Margarita sufrió aquella situación en silencio, llorando mucho por su hijo, pero con la firme determinación de ayudarlo, protegerlo y quererlo. Sin embargo, a Luis esta situación terminó por desquiciarlo. Su fuerte temperamento se convirtió en la norma y no en la excepción. En aquellos tiempos tener un hijo deficiente era una vergüenza para la familia y Luis lo asumió muy mal.

    Cuando Margarita lo conoció, Luis tenía ese pronto, en el que explotaba y te podía decir de todo, pero no pasaba de ahí, luego se arrepentía y te pedía perdón. Pero ahora, a raíz de lo de Víctor, aquel hombre se había vuelto agresivo.

    Efectivamente, cuando Víctor se hizo un poco más grande y comenzó a andar, sus padres vieron con pena cómo el niño tenía problemas de adaptación y comprensión, era como si no entendiese lo que ocurría a su alrededor, resultando muy difícil la comunicación con sus progenitores.

    Aquellos padres sufrían por no poder dar a su hijo la ayuda que necesitaba, pero, sobre todo, por el futuro que le esperaba el día de mañana.

    Era particularmente dolorosa la forma en que otros niños lo trataban, burlándose de él y llamándolo tonto. Pero no solo eran crueles los demás niños, sino también los adultos, los cuales, ante Luis y Margarita mostraban pena por la situación del niño, pero a sus espaldas murmuraban y se reían de él, echando la culpa de la situación a sus padres, con comentarios como «Algo habrán hecho para tener un hijo tonto. Los castigos siempre vienen por algún motivo».

    Margarita, aun habiendo derramado muchas lágrimas por él, nunca lo trató de forma diferente a como una madre trata a un ser nacido de sus entrañas, dándole mucho cariño y comprensión. Era su hijo, eso era lo único que importaba.

    Luis pareció querer distanciarse del niño, culpaba a Margarita de ser la responsable de haber tenido un hijo «anormal» o «tonto», como lo definían vecinos y conocidos.

    Y para colmo, el trabajo empezó a escasear. Luis no supo afrontar aquella temporada de mala situación económica y terminó por pasar más tiempo en el bar que trabajando o en la casa y, por desgracia, bebiendo en exceso para tratar de olvidar sus problemas.

    Cuando Luis llegaba a casa podían pasar dos cosas, que viniese tranquilo y se acostaba sin dar problemas o, como pasó a ser habitual, que llegaba alterado y buscando un motivo para enfrentarse e insultar a Margarita, culpándola de todos sus males y echarle en cara que «el haber tenido un hijo tonto era por culpa de ella».

    Seguro que Luis amaba a su hijo más que a su propia vida, pero fue incapaz de superar el temor y el miedo que esta situación le producía, y su demonio interior terminó por apoderarse de él.

    Estoy segura de que a Luis se le partía el alma cuando veía a su hijo y que su corazón le impulsaba a ir corriendo a abrazarlo, besarlo y decirle que todo iría bien, que él siempre lo protegería, pero a veces es más fácil ser impasible y no enfrentarse a las situaciones difíciles.

    Teniendo Víctor cuatro añitos, la pesadilla se recrudeció. Esta vida no es justa y Víctor fue una de esas personas cuya vida, sin saber por qué, se convirtió en un infierno, una de esas personas que parecen haber nacido y venido a este mundo únicamente para sufrir.

    Un mal día, su padre regresó del bar en un estado lamentable, como en tantas otras ocasiones y, tras entrar en casa, comenzó a gritar a Víctor, que en ese momento estaba jugando en el comedor. Apenas se entendía lo que Luis gritaba, era algo sobre por qué le había tocado a él ese castigo de tener un hijo tonto. Víctor, asustado por los gritos de su padre, comenzó a llorar y Margarita fue corriendo para calmarlo. En cuestión de segundos y sin saber cómo, Luis estaba pegando puñetazos y patadas a aquel niño y a aquella madre, que se abrazó a su hijo para tratar de protegerlo.

    Margarita recibió innumerables golpes, pero el dolor y el miedo que la asolaban no era lo que más le importaba; su preocupación y todas sus fuerzas se centraban en proteger el cuerpecito de su hijo. Muy a su pesar, vio y sintió como Víctor recibía algunos golpes, y eso la hizo sufrir como jamás lo había hecho.

    Aquella madre lloraba amargamente y sin consuelo. Suplicaba a Luis para que parase, pero la cara desencajada de este, y sus ojos encendidos como el fuego le anunciaban que aquel hombre estaba fuera de sí y no iba a detenerse. Se estremecía de dolor, pena, lástima, impotencia, rabia, ira, y un sinfín de otras sensaciones.

    Llegó un momento en que Margarita, con Víctor envuelto en sus brazos, se movía de un lado a otro de la habitación a merced de los golpes de Luis. En ningún momento Margarita soltó a Víctor y se aferró a él como si su vida pendiese de ello. Estaba segura de que si lo soltaba, Luis lo mataría a golpes.

    Tras unos minutos de una miseria y sufrimiento humano imposibles de describir, Luis se cansó, dejo de golpearlos y se marchó a dormir. Poco a poco Margarita se recompuso y su primer gesto instintivo fue ver cómo se encontraba Víctor. El niño estaba en una situación muy extraña y Margarita se asustó: Víctor permanecía consciente pero no respondía cuando su madre le hablaba, tenía los ojos abiertos pero parecía mirar y no ver nada. Margarita se abrazó a su hijo, llorando y suplicando que no la dejase, que volviese con ella. Fueron unos momentos terribles, en los que aquella madre vagó por los infiernos de la desesperación y el desconsuelo. Cuando de sus ojos ya no podían emanar más lágrimas y todo anunciaba un horrible final, la desdichada mujer tuvo el consuelo de notar como unos pequeños deditos tocaban su brazo. Con infinita alegría sintió cómo rodeaban su cuello los bracitos de su hijo.

    Víctor volvió poco a poco a recobrar el conocimiento, momento en que comenzó a llorar y temblar. En su cara, donde se veía la imagen del terror, se mezclaron sus lágrimas con las de su madre. Margarita tranquilizó a su hijo mediante abrazos y besos, tras lo cual procedió a curar las heridas que le había producido su padre.

    Con mucha pena, aquella madre, tragando saliva y tratando de no llorar para no asustar a Víctor, fue examinando el cuerpo de su hijo, viendo con pavor los hematomas, erosiones y lesiones de los que emanaban sangre. De entre las diferentes lesiones que vio, la más grave era una herida sangrante en la boca, pudiendo comprobar Margarita cómo al niño se le habían roto varios dientes. Margarita lloraba por dentro y trataba de no hacerlo por fuera. ¿Cómo era posible que aquel infeliz angelito tuviese que sufrir de aquella manera? ¿No tenía Víctor bastante con su enfermedad, con la pesada carga que ya llevaba? Miraba a Víctor y en silencio le prometía que nunca más iba a permitir que le hiciesen daño, pero ella misma sabía que era una promesa imposible de cumplir.

    Fueron unos momentos de tremenda angustia para Margarita. Ver la cara de su hijito, magullada, aterrorizada, reflejo del sufrimiento, y no poder calmar su dolor ni reconfortarlo, sumado a la pena que la asolaba, por no ser capaz de garantizarle que jamás volvería a vivir aquella pesadilla, provocaron un cisma en la compungida mujer, moralmente se hundió y su dignidad prácticamente desapareció. Su hijo era su vida, pero no había podido protegerlo y evitar que sufriese la brutal paliza.

    Víctor susurró algo a su madre, pero esta no lo entendió y le pidió que lo repitiese. Víctor preguntó: «¿Por qué nos ha pegado el papi?», y Margarita rompió a llorar, siendo incapaz de dar una respuesta. Víctor continuó hablando: «El papi a veces no me quiere mucho, pero yo a él sí lo quiero muchísimo. Se habrá enfadado porque estaba haciendo ruido». «¿Mami, vamos y le pido perdón? Y ya verás como nunca más me pega.». Margarita le dijo que no, que era mejor dejar dormir a su padre.

    Momentos después, Víctor corrió y abrazó nuevamente a su madre, al tiempo que llorando le decía: «Mami, perdón, el papi te ha pegado por mi culpa. Tú me has salvado, me has agarrado y escondido debajo de tu cuerpo para que no me pegase. Gracias, mami». De repente, Víctor aumentó su llanto, al percatarse de las heridas y hematomas que tenía su madrecita, e inocentemente fue corriendo a buscar algo para curarla.

    A partir de ese momento, la vida de Margarita y Víctor, que si ya de por sí era muy precaria, se convirtió en un infierno. Luis parecía haber cruzado una línea que o no sabía o no quería abandonar, y las reacciones violentas y las agresiones físicas y verbales se convirtieron en habituales.

    El ambiente en casa era irrespirable, había un permanente temor a que se produjesen reacciones o situaciones violentas.

    Margarita tuvo muchas veces la tentación de abandonar a Luis y marcharse con su hijo, pero desistió de aquella idea por carecer de lugar a dónde ir y, por supuesto, de medios para mantener a su hijo. Además, en aquellos tiempos, el divorcio ni era fácil ni estaba bien visto. Era una época en la que una mujer no abandonaba a su marido.

    En lo más profundo de su corazón, Margarita nunca perdió la esperanza de recuperar a Luis, anhelaba que dejase de ser violento, que volviese a ser cariñoso con ella y con el niño.

    Pasaron los días, semanas, meses y años, y nos os podéis ni imaginar lo difícil que fue la infancia de Víctor. El ambiente en casa era tan tenso y tan violento que, para Margarita, un día sin violencia, sin insultos o sin recibir agresión física ella o su hijo era una enorme alegría y una esperanza de futuro que, lamentablemente, al día siguiente siempre se desvanecía.

    Durante esos años Margarita y Víctor recibieron insultos, humillaciones y agresiones casi a diario.

    Una de las consecuencias de aquellas palizas fue que, en dos ocasiones, Víctor tuvo que ser atendido en consulta médica debido a fracturas en sus piernas o brazos, alegando su padre que estas se habían producido al caerse en casa. Para evitar problemas, Luis aleccionaba a Víctor antes de entrar al hospital para que el niño o no contestase a las preguntas de los médicos, o contestase lo que Luis le decía. El infeliz pequeñajo deseaba fervientemente el cariño de su padre, por lo que siempre hacía lo que este le pedía.

    A Margarita se le partía el corazón y deseaba morir cada vez que veía a su hijo herido o sufriendo cualquier tipo de agresión física o verbal. Era injusto que su hijito sufriese esta violencia y siempre que podía trataba de protegerlo, interponiéndose y recibiendo ella la agresión.

    Por mucho que tratéis de imaginarlo, es imposible que podáis siquiera comprender mínimamente lo que aquel niño pequeño y su madre padecieron.

    Luis fue cada vez a peor, dejó de tener remordimientos por lo que le hacía a su esposa e hijo y convirtió su vida en una existencia dedicada a amargar la de aquellos que le querían. Era como si quisiera que le odiaran y se esforzaba por ser la peor persona posible. Creo que, en lo más interno de su corazón, Luis amaba con todas sus fuerzas a Margarita y Víctor, pero había llegado hasta un punto en que no sabía y no quería cambiar y le era más fácil que lo odiaran.

    Margarita veía a su hijo Víctor y sentía una gran pena por lo infeliz que era aquel niño. Siempre que podía, trataba de hacerlo feliz y de verlo reír. Víctor llamaba cariñosamente a su madre «mamita» y le encantaba abrazarse a ella y quedarse así todo el tiempo que podía, pues se sentía seguro.

    Luis insistía a Margarita en tener otro hijo, pero Margarita lo había evitado durante años porque no quería traer a este mundo a otro hijo para que sufriese lo que ella y Víctor.

    Finalmente Luis consiguió su objetivo y Margarita quedó embarazada. Margarita pensó algunas veces en perder el bebé, pero era incapaz de hacer daño o quitar la vida a nadie. Sin embargo, la atormentaba el pensamiento de ver sufrir a otro hijo.

    Víctor tenía ocho años cuando vino al mundo su hermano Marcos.

    Con la llegada del bebé, Luis pareció dar una tregua a su esposa y a Víctor.

    Margarita estaba contenta por el nacimiento de su hijo y por darle un hermanito a Víctor pero, al mismo tiempo, estaba preocupada por el futuro en casa. El cambio que había observado en Luis, con la llegada del niño, le hizo recuperar una mínima esperanza de que todo cambiase, de dejar atrás los malos tiempos vividos y de ser feliz.

    Marcos llegó como un rayo de esperanza.

    Víctor, a sus ocho años de edad y por primera vez en su vida, estaba contento, ilusionado y muy feliz, se le iluminaba la cara al ver a su hermano. Le encantaba estar junto a él y tocarlo, abrazarlo y besarlo. Era su hermanito y él tenía que cuidarlo y protegerlo. La llegada de Marcos logró que Víctor empezase a sonreír. Fue algo increíble, sin duda los mejores momentos en la vida de Víctor.

    La situación en casa pareció cambiar a mejor, pero fue un breve espejismo. Luis no podía soportar ver a Víctor cerca de Marcos, creía que Víctor podía

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