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Dios Padre, ya no creo en ti
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Dios Padre, ya no creo en ti
Libro electrónico160 páginas2 horas

Dios Padre, ya no creo en ti

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En este testimonio autobiográfico, Amparo Espinosa Rugarcía, expresa su inquietud y rebeldía hacia las enseñanzas religiosas tradicionales que se tienen de Yavé. Repiensa la figura de Dios Padre, reflexiona y cuestiona las actitudes incongruentes dentro de la Iglesia católica. Se reencuentra con su Dios, a través de una propuesta teológica innovadora del escritor griego Nikos Kazantzaquis, quien pone especial interés en la acción y el movimiento, para que hombres y mujeres, solidarios con Dios, actúen y puedan mejorar el mundo.

IdiomaEspañol
EditorialDEMAC A.C.
Fecha de lanzamiento16 jun 2015
ISBN9781310200656
Dios Padre, ya no creo en ti
Autor

Amparo Espinosa Rugarcía

Amparo Espinosa Rugarcía currently heads the Center for Women’s Studies and Documentation (Spanish initials DEMAC, www.demac.org.mx). Its prime objective to stimulate the written expression of Mexican and Latin American women through DEMAC Awards For Women Who Dare to Tell Their Story® and to publish and present the best biography and autobiography. Amparo is also President of the Espinosa Rugarcía Foundation, member of the Board of the Espinosa Yglesias Research Center and an avid entrepreneur and business woman. Doctorate in Human Development by the Ibero-American University and doctorate in Psychoanalysis by the Mexican Institute of Psychoanalysis. Her extensive fields of study include theology, research on moral development on children, divorce and the search of authenticity in middle-aged women. Some of her publications include There Was Once My Family (1980), Words of a Woman (1990), Survival Guide for Women (1992), Mountain Carvers (1998), The Last Call to Heroism (1999), Shikoku. A Pilgrimage from Maturity to Old Age (2002). She lives in Mexico but has lived in the United Kingdom and Germany where she learned English and German. She is a very proud mother of one daughter and two sons and very happy grandmother of two granddaughters and three grandchildren. - Amparo Espinosa Rugarcía fundó y dirige Documentación y Estudios de Mujeres, A.C. y la empresa Promecasa. Es presidenta de la Fundación Espinosa Rugarcía y miembro del Comité Directivo del Centro de Estudios Espinosa Yglesias. Tiene una maestría y doctorado en Desarrollo Humano por la Universidad Iberoamericana, donde también ha tomado cursos de teología, y es doctora en Psicoanálisis por el Instituto Mexicano de Psicoanálisis, A.C. Ha realizado investigaciones sobre el desarrollo moral en niños y sobre el divorcio y la búsqueda de autenticidad en mujeres de mediana edad. Entre sus publicaciones: Había un vez mi familia (1980), Palabras de mujer (1990), Manual de supervivencia para la mujer (1992), Talladoras de montaña (1998), Última llamada al heroísmo (1999), Shikoku. Peregrinaje de la madurez a la vejez (2002). Tiene una hija, dos hijos, tres nietas y dos nietos.

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    Dios Padre, ya no creo en ti - Amparo Espinosa Rugarcía

    Introito1

    Al nacer nos abrasa la Vida y nos sobrecoge un murmullo estridente.

    Es lo Inefable; la Oscuridad; el Misterio ... es el poder monstruoso de las fuerzas que laten dentro y fuera de nosotros, los seres humanos. 2

    Antes de conocer a nuestros padres, nos han atropellado ya estas fuerzas imponentes, descomunales.

    Fuerzas formidables, como tsunamis de sol...

    La Vida y lo Inefable nos trascienden y apabullan en cuanto nos topamos con ellos.

    Nos colocan al borde del abismo infinito.

    De ahí los berridos del parto...

    …el temor y el temblor; el estremecimiento y la turbación que nos definen. ·

    De ahí, sobre todo, Dios.

    Dios: el símbo¬¬lo más poderoso y enérgico concebido por los seres humanos.

    (No desesperen; el inicio de este introito es lo único medio serio del libro. La liviandad define el resto. Los capítulos, al menos en su mayoría, son humorísticos, se los prometo...)

    Los hombres (así, en masculino), descubrieron pronto los alcances de Dios.

    Algunos, los más ambiciosos, se apropiaron certera y mañosamente de Él y lo revistieron de sus propias locuras y neurosis.

    Es Yavé/Dios Padre3 desde entonces.

    Tardaron poco en surgir las jerarquías (masculinas, desde luego) en torno a Yavé/Dios Padre.

    Pronto, sus miembros más sagaces se autonombraron interlocutores únicos entre Él y los seres humanos.

    Los demás, las demás, nos asumimos, sin chistar casi, cómplices pasivos de este secuestro de lo Inefable (o sea, Dios).

    Con Dios como estandarte, y bajo su (supuesta) encomienda, jerarcas autoritarios y abusivos de la Iglesia católica nos imponen a los católicos las normas para nuestro hacer y vivir.

    Su actitud soberbia y el tono condescendiente de sus sermones, son molestos y hasta aberrantes a la luz de la inmoralidad y el atavismo que los caracterizan (a muchos de ellos).

    Levantan la voz, muy alto, para fustigar el aborto, y apenas se les escucha cuando debían denunciar la cultura de la muerte, azote de los ya nacidos; aquella cultura que mantiene a los hombres y las mujeres en el oscurantismo y que, por temor o complicidad, guarda silencio ante la injusticia y la violencia; la promotora del servilismo, la ética de pacotilla y el pequeñísimo intelectual y moral.

    Con un historial de hombres de ciencia revolucionarios y vanguardistas en su haber, resulta paradójico que los actuales representantes de la Iglesia católica opten por cerrar los ojos a las señales de los tiempos en vez de ponerles atención (tal vez en un intento desesperado por evitar cualquier cambio que merme su autoridad).

    Resulta elocuente (y hasta sospechosa) la indiferencia de estos individuos ante propuestas teológicas innovadoras (Kazantzakis, la Teología de la Liberación o la Teología Feminista) mientras invierten su enorme poder y cuantiosos recursos en satanizar .}os matrimonios homosexuales, obstaculizar el aborto, o esgrimir argumentos anacrónicos para mantener a las mujeres excluidas de las altas jerarquías eclesiales (por ejemplo).

    ¿Por qué seguimos los católicos aceptando el tutelaje de los autonombrados representantes de Dios y sus propuestas?

    ¿Por qué sólo unos cuantos fieles se rebelan y proponen activamente alternativas a la corrupción moral y a la miopía asfixiante de nuestra Iglesia?

    ¿Para qué continuamos las mujeres católicas siendo miembros de una organización que nos trata con desprecio?

    ¿Cómo no reaccionamos ante su ridícula y anacrónica esclavitud de conciencias cuyo resultado más grave es impedirnos ver el rostro de Dios viviente, del Dios presente, de lo Inefable?

    Estas preguntas encierran un misterio más grande que la Trinidad.

    Y a Freud intentó responderlas pero, en lo personal (y ojalá Freud perdone el atrevimiento), a mí (entre muchos otros) sus planteamientos acerca de Dios y la religión me convencen sólo parcialmente (más adelante les digo por qué).

    De niña yo quería ser muy buena.

    Católicamente buena.

    Quería ser santa.

    Católicamente santa.

    Pensaba, así me lo enseñaron en la escuela, que Dios les había dictado sus divinas órdenes a los sacerdotes encargados de guiarme, de manera tan personal y tan precisa como Yavé le dictó a Moisés los diez mandamientos o las instrucciones para la construcción del Tabernáculo.

    Ellos {los sacerdotes) me trasmitieron puntualmente esas instrucciones.

    Cuando las escuché por primera vez {recuerdo bien), decidí cumplirlas todas para volverme santa.

    No cometer un solo pecado, fue mi meta durante años.

    Escrupulosamente, cada treintaiuno de diciembre me hacía a mí misma una firme promesa: comenzar a recorrer mi camino hacia la perfección a partir de la última campanada de la media noche.

    A las doce en punto, les decía adiós a los pecados y a las imperfecciones, segura de que muy pronto sería santa.

    Escuchen (y esto es de verdad atroz) ...

    No sólo cumpliría al pie de la letra todos los mandatos de Dios Padre; además, no caminaría físicamente un centímetro de más O uno de menos de lo preciso y lo mismo ocurriría con cada uno de mis músculos que se moverían sólo lo necesario ...

    Sería perfecta ...

    Sería santa ...

    Pasaba el tiempo y ... pues, como era de esperarse (ahora lo sé pero no entonces), lejos de hacerme santa y colocarme en los altares, mi fidelidad a las recomendaciones de Yavé/Dios Padre para caminar por la vida estaba matándome.

    Decidí entonces ponerlo a Él entre paréntesis y durante tres décadas lo dejé ahí.

    Al iniciar lo que será sin duda el último tercio de mi vida (y a raíz de un texto escrito para una reunión de mi Instituto de Psicoanálisis), decidí sacarlo del paréntesis y darle otra oportunidad.

    Lo repensaría ...

    Repensaría a Dios Padre a la luz de la inevitabilidad de la muerte, de mi muerte…

    Lo repensaría a partir de lo visto y vivido mientras lo marginé de mi vida; de lo aprendido durante ese lapso…

    … de mi maduración,

    … de las revelaciones de mi psicoanálisis acerca de mí misma…

    … de la teología tesoneramente estudiada.

    Repensaría a Dios porque, a mis casi setenta años, no he encontrado otra manera de abordar el deslumbre y el vértigo que me provoca lo Inefable, y el sobrecogimiento que aún me ocasiona el Misterio de la vida.

    Comencé a repensar a Dios a partir de las enseñanzas religiosas de mi infancia, revisando algunos capítulos bíblicos, con nuevos ojos y mirada adulta; el Génesis y el Éxodo entre ellos.

    Los textos bíblicos, los Evangelios canónicos sobre todo, marcaron mi concepción inicial de Dios y la actitud con que enfrenté la vida durante mis primeros años. Era el material óptimo para iniciar la tarea.

    En cuanto empecé a releerlo, surgieron otros temas, ajenos a estos textos y en apariencia inconexos; algunas anécdotas, recuerdos y lecturas que me proporcionaron material adicional a mis reflexiones.

    De ahí la presencia en estas páginas de Immaculée, la mujer tutsi; de Roberto, mi sobrino muerto a los 20 años; del jardín de mi madre, el de la poeta Emily Dickinson, de mi propio jardín y de Trapito.

    Las reflexiones aquí expuestas, brotaron de mis vísceras.

    No pasaron por ninguna coladera (como se darán cuenta).

    Las puse por escrito (casi) como afloraban a mi conciencia

    Se trata, en realidad, sólo de unas cuantas ideas tímidas y un tanto deshilvanadas en torno a eso que llamé Dios durante muchas décadas.

    A algunos les parecerán necias y a otros, insulsas, lo sé.

    W. H. Auden escribió:

    Cada cristiano necesita hacer una transición del infantil Yo creo todavía, al adulto "Yo creo otra vez ...

    En nuestra era) esa transición rara vez se hace sin un hiato) una pausa de incredulidad) de pérdida de fe.4

    En mi caso, el resultado de este hiato no fue el Yo creo otra vez) de W. H. Auden, sino la frase-título de este libro, Dios Padre) ya no creo en ti) que expresa, me parece, el tema subyacente, la conclusión de mis reflexiones.

    Me atrevo a publicar este libro ... porque si no lo hago, se me pudre dentro y yo me pudro con él. ..

    Durante el proceso de su elaboración, mi vida comenzó a expandirse.

    Agua divina brotó entre las grietas de mis dudas al dejar atrás los atavismos, los miedos y los muchos lastres arrastrados durante décadas.

    Luz fresca se col por las rendijas surgidas a medida . que Yavé/Dios Padre se desvaneció y una nueva visión de lo Inefable se abrió paso.

    Ahora lo sé ... acatar sin más los mandatos de la Iglesia católica (o de cualquier otra autoridad eclesial de su corte) y aceptar a ciegas su definición de Dios, es actuar como la oruga que para protegerse de las incertidumbres y las inclemencias de la vida, se fabricó una crisálida impenetrable, sólo para darse cuenta, cuando estaba a punto de morir, que su crisálida también le impidió convertirse en mariposa.

    Si este texto agrieta al menos una conciencia religiosa autoritaria, si le impide a una oruga (humana) construirse una crisálida infranqueable, su publicación estará justificada.

    Tal vez Freud tenía razón y Dios es el reflejo del padre.

    Pero Dios no es sólo el reflejo del padre.

    Su añoranza, la añoranza de Dios, permanece (con frecuencia) después de que los pacientes en psicoanálisis hacen las paces con su padre y sortean el Edipo.

    Los analistas, las analistas lo vemos todos los días en el consultorio.

    Dios está ahí, sigue estando ahí cuando termina el tratamiento.

    Pero su rostro se ha transformado.

    Ha cambiado de manera radical.

    Nada tiene que ver ya con el Dios Padre tradicional, ni siquiera se le parece.

    Ahora es lo Inefable, el Gran Misterio, la Nada, la Muerte...

    Si lo sigo llamando Dios es porque, por razones primigenias, como dice Kazantzakis5 sólo ese nombre es capaz de mover profundamente nuestros corazones y esta emoción es indispensable para tocar la pavorosa esencia del universo que está más allá de la lógica y nos conmociona desde nuestro nacimiento inevitablemente.6

    México, D. F., 20II

    Capítulo 1

    El castigo de Dios por no poder estar solo7

    El amor es el castigo por no poder estar solos…

    Margarita Yourcenar

    El amor es el castigo por no poder estar solos ...

    Cuando así habla, Margarita Yourcenar se refiere a los seres humanos. A los hombres, a las mujeres ...

    Lo que ella no dice (quizá no lo sabe), es que este castigo amoroso lo heredamos nosotros de Dios; como de Él heredamos (aunque haya quienes lo nieguen por interés propio), todos nuestros vicios y virtudes cuando decidió crearnos a su imagen y semejanza (según la Biblia y otras tradiciones religiosas).

    Y permítanme comentar al margen ... menudo dolor de cabeza tuvo

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