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Aliens en Egipto La libertad perdida.
Aliens en Egipto La libertad perdida.
Aliens en Egipto La libertad perdida.
Libro electrónico299 páginas4 horas

Aliens en Egipto La libertad perdida.

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En esta original novela nos sumergimos en los ancestrales misterios del antiguo Egipto. Llevados por un pulso narrativo de gran intensidad, viajaremos a lo largo y ancho de ese extraordinario y misterioso país topándonos con carismáticos y peculiares personajes, cuyos carácteres dispares nos irán mostrando los entresijos de la naturaleza humana. A través de puntuales flashbacks, nos adentraremos en el fascinante universo del protagonista y, junto a él, viviremos singulares y sorprendentes experiencias que no nos dejarán indiferentes, todo lo contrario... A lo largo de la obra, nos mantendremos en todo momento en vilo enriqueciéndonos con las inusuales vivencias de Pablo, el protagonista, las cuales nos llevarán a recorrer variopintos escenarios: desde el ambiente marginal de una prisión, en donde uno se encontrará con la cara más negativa de la vida y con oscuros y enrevesados personajes, hasta el sombrío y grisáceo micromundo de una fábrica y el exótico y enigmático paisaje de medio oriente. El punto álgido de la narración llegará, cuando nuestro «héroe» se adentre en el corazón de un inquietante misterio al ser testigo de una serie de apariciones en las que se manifestarán unas extrañas y turbadoras luces... Desde ese momento, la «solidez» de la realidad cotidiana emperezará a resquebrajarse dejando al descubierto sugerentes grietas por las que se filtrará el aroma de otros mundos plagados de nuevas e infinitas posibilidades...

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 mar 2018
ISBN9781370909674
Aliens en Egipto La libertad perdida.
Autor

Alberto Almeida Estévez

Alberto Almeida Estévez, escritor, músico y experto en psicología y filosofías y doctrinas orientales. Desde temprana edad comenzó a escribir combinado de forma ininterrumpida sus dos vocaciones principales: la música y la literatura. Sus obras, como Ciro, la subyugación del ángel, Loca cordura cuerda locura, Aliens en Egipto, el círculo del medio, El Redentor, etc., destacan por su calidad, fuerza narrativa y profundidad. Se trata de novelas que nos harán reflexionar al tocar nuestras fibras más sensibles.Dirección web:http://guibon3.wixsite.com/alber

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    Aliens en Egipto La libertad perdida. - Alberto Almeida Estévez

    Título: Aliens en Egipto, la libertad perdida.

    La presente nota informa que sobre la obra y/o prestación titulada «Aliens en Egipto, la libertad perdida», registrada el 20-feb-2018 17:33 UTC con código 1802205837677, en el Registro de Propiedad Intelectual de Safe Creative constan inscritas las siguientes declaraciones:

    Fecha-hora Derechos de Titular 

    20-feb-2018 Autor Alberto Almeida Estévez

    A la fecha y hora de emisión de esta nota informativa la reserva de derechos que figura en la inscripción de esta obra es: «Creative Commons Attribution 4.0».

    Smashwords, octubre  2019

    ÍNDICE

    Capítulo I

    Capítulo II

    Capítulo III

    Capítulo IV

    Capítulo V

    Capítulo VI

    Capítulo VII

    Capítulo VIII

    Capítulo IX

    Capítulo X

    Capítulo XI

    Capítulo XII

    Capítulo XIII

    Capítulo XIV

    Capítulo XV

    Capítulo XVI

    Capítulo XVII

    Dedicado a todos aquellos que bucean en las profundidades de lo «desconocido…»


    CAPÍTULO I

    Los sueños proyectados en la opaca pantalla de la esperanza no son más que borrosas manchas de informe humo, pero el vaporoso humo se transforma en refrescantes gotas de agua que traen nueva vida a los amarillentos páramos…

    No hay día que pase en el que la «esperanza líquida» no inunde mi alma con su renovado aroma. Es entonces cuando elevo la mirada a través del ventanuco, pero únicamente grises nubes se cuelan en mi reducido campo de visión. La bajo y, ante mí: la sórdida cama, las blancas y descoloridas paredes, el suelo ennegrecido… Sé que pronto me reuniré con vosotros y con aquellos que rasgaron los velos de las sombras…

    Mis ojos abristeis y me mostrasteis la verdad desnuda… Junto a vosotros viajé a través del oscuro firmamento… Sé que cerca está del fin, ya poco queda…

    ¿Por qué ellos jamás quisieron escuchar y todo lo ocultaron? ¿Será por qué desean que la venda siga presionando nuestros ciegos ojos para que no sepamos más de lo estrictamente necesario y no seamos más que unas máquinas programadas…? ¿Es ese es su credo, sepultar la imparable creatividad de la vida en una negra y profunda fosa…? ¿Por qué no nos permitirán abrir los ojos…? ¿Tal vez por qué entonces esta despiadada sociedad globalizada y robótica acabaría desmoronándose en un «tris…»? Sí lográsemos descubrir nuestros orígenes «divinos» y el esplendor que en una época ancestral reinaba en nuestro mundo, sé que la venda caería…

    ¿Quién me mandaría abrir la boca y decirles nada…? Probablemente, porque cuando uno despierta del letargo invernal siente la irrefrenable necesidad de mostrar a otros el esplendor que le rodea... De todas formas, sé que no podía permanecer por más tiempo impasible y callado y me lancé de cabeza al agua infestada de tiburones. Pero ellos no estaban dispuestos a que los «esclavos mentales» fuesen liberados de sus cárceles de condicionamiento y sometimiento inconsciente, por lo que pagué las consecuencias, vaya que sí las pagué… Pero, ¿cómo comenzó todo…? Sí algo me queda es tiempo para rememorar lo ocurrido y atar cabos. Mientras espero vuestra llegada me sumergiré en mis recuerdos, las reminiscencias de aquel hombre que buscaba, que anhelaba descubrir quien era…


    CAPÍTULO II

    Fueron aquellas pequeñas luces rojas las que trastocaron por completo mi vida. Recuerdo que eran tan relucientes como estrellas cárdenas, hermosas lunas de fuego… En ningún momento fui capaz de apartar la mirada de ellas y permanecí absorto observando sus imprevisibles movimientos: se elevaban como si flotaran, sin producir sonido alguno o, si acaso, un débil y casi inaudible zumbido, repentinamente detenían todo movimiento y se suspendían en el vacío como si me estuviesen observando detenidamente, con todo detalle. Acto seguido, a una velocidad de vértigo, desaparecían bruscamente en el horizonte siendo engullidas por él y volvían a reaparecer como si surgiesen de la nada… Tan embobado estaba observando aquellas impresionantes luces, que en ese instante me olvidé completamente de todo: mis problemas, frustraciones… Era como si nada existiese a excepción de las esferas rojizas, que inconcebiblemente provocaron que una profunda calma se fuese adueñando de mí, algo muy atípico, puesto que por regla general no dejaba de barrenar en esto o en lo otro, como casi todo el mundo, desgastándome dentro de aquella vorágine de pensamientos que me consumían… De súbito, tuve la impresión de que una voz lejana resonaba en mi mente hablándome en un idioma completamente desconocido e incomprensible, como si las palabras fuesen sonidos percusivos a los que se iban superponiendo una monótona melodía… Lo más increíble fue, que poco a poco, de forma progresiva, aquella melodía se fue transformando en algo cada vez más y más reconocible, hasta que distinguí con toda claridad mi nombre, el cual retumbó dentro de mi cabeza como si fuese un eco que se difumina en la lejanía…

    Las luces se habían suspendido de nuevo sobre aquel cielo inundado con los hermosos y sobrecogedores colores vespertinos: tonos anaranjados que desembocaban en sus extremos en un intenso rojo fuego. Ahora estaban totalmente inmóviles y, de forma inverosímil, aquellos sonidos que repiqueteaban en mi mente se fueron extendiendo más allá de mi simple nombre formando palabras reconocibles, pero tremendamente enigmáticas:

    —En otro tiempo os impulsamos al esplendor «solar ‒ espiritual». Fuentes energéticas os dimos y os mostramos que energía espiritualizada sois… La gravedad suspendimos y portales dimensionales os ofrecimos…

    Desviando por primera vez mis ojos de las luces, con gran ansiedad busqué en todas direcciones a otro cómplice con el que compartir esta increíble experiencia…

    «¿Cómo es posible que en pleno Abu Simbel no haya nadie más que yo fuera de ese grandioso templo y uno sea el único testigo de este inverosímil suceso…?» Me preguntaba sin comprender.

    Lo cierto, es que era algo realmente inconcebible que uno fuese el único espectador privilegiado y, más aún, si tenemos en cuenta que había venido con un grupo de gente, como suele ser habitual cuando se visitan estos impresionantes lugares del antiguo Egipto. Pero inauditamente ninguna de esas personas que me acompañaba, así como absolutamente nadie de otros grupos, estaba en ese momento conmigo. Todos seguían dentro del templo escuchando las inacabables explicaciones del guía y solamente yo, harto de toda aquella absurda verborrea que destruía la magia de aquel impresionante lugar, había decidido escabullirme y salir fuera para desintoxicarme y respirar aire fresco, el cual planeando sobre el lago Nasser se internaba sinuosamente en la costa. La verdad, que no me acaba de creer que únicamente uno pudiese ver aquellas luces… ¿Tal vez fuesen esos inexplicables acontecimientos que el destino y el karma nos tienen reservados y que ese singular hecho, sincronicidad, materializa? Lo que sí estaba claro, es que era un espectador privilegiado que interactuaba con esas misteriosas esferas rojizas, puesto que tenía la absoluta convicción de que aquellas voces que resonaban en mi cabeza procedían de ellas.

    No sé el tiempo que trascurriría, quizá quince o veinte minutos, pero lo cierto es que yo seguía como un pasmarote allí de pie, de espaldas al templo, sin pestañear y con la mirada fija en aquellas misteriosas luces, cuando repentinamente estas esferas luminosas cambiaron inesperadamente de color y se tornaron verdes, para acto seguido metamorfosearse en un amarillo intenso, pletórico... Noté que empezaban a parpadear y, súbitamente, se movieron desplazándose a una velocidad de vértigo, de forma totalmente imprevisible y dando giros imposibles… Fue en ese preciso instante, cuando volví a escuchar de nuevo esa percusiva voz, pero al igual que me había sucedido antes, puede distinguir con gran claridad cada una de las palabras que pronunció, aunque su significado me estuviese velado...

    —Desde esta tierra extendimos el imperio de luz hacia todo el planeta, una única esencia de unión. Nos fusionamos con vosotros para impulsar vuestras cualidades aletargadas que os elevan al reino de las estrellas. El esplendor reinó en nuestra presencia, lo oculto se hizo visible y los oscuros misterios del cosmos se volvieron diáfanos como la luz del mediodía. Descubristeis quienes erais: uno con el universo y con el que lo origina…

    De repente, la voz cesó y aquellas misteriosas luces se hundieron en el lago desapareciendo en décimas de segundo, como si todo aquello no hubiese sido más que un sueño del que ahora me despertaba, un espejismo. Cogiéndome totalmente desprevenido, tras mi espalda empecé a escuchar un rumor que progresivamente fue aumentando más y más, hasta que prácticamente toda la gente que había en el interior del gran templo ocupó gran parte de la explanada en la que yo me encontraba, la cual se extendía hasta la misma orilla del lago. Como si de un trance me despertase, me di media vuelta y me quedé observando a toda aquella «manada». No me creía lo que me acaba de suceder, era incapaz de asimilarlo, por lo que mientras algunas de las personas de mi grupo se acercaban a donde yo me encontraba, empecé a dudar…

    «¿No me habrá jugado una mala pasada la imaginación? ¿Ha ocurrido de verdad o simplemente fue una ilusión provocada por mi desbordante fantasía…?»

    En estos desbarres andaba, cuando Sonia, la más regordeta y charlatana del grupo, Óscar, el bocazas graciosillo de la pandilla, Miguel, el hombre cerebral y recatado, y María, la «doña perfecta resabidilla», me cercaron y sobreexcitados empezaron a darle a la «húmeda» sobre todo lo que el guía les había comentado de las imponentes estatuas del templo de Ranses II y la historia aceptada y convencional sobre su construcción, simbología, etc...

    —No todo es lo que parece, ni creo que las teorías convencionales sobre las pirámides, templos, monumentos, etc., sean muy correctas —dije en tono reflexivo—. ¿Cómo se explica la flor grabada en la piedra con una tecnología similar al láser en el templo de Osirion en Abidos o los desconcertantes datos de la gran pirámide de Keops? Está alineada con las otras dos las pirámides —Kefrén y Menkaura— siguiendo las estrellas que forman el Cinturón de Orión y situada en el centro justo de la masa del planeta a la altura de la línea ecuatorial —el «cinturón energético sagrado» de la tierra—, a través de la cual se extienden los grandes templos y monumentos de la antigüedad a lo largo del mundo. También es muy probable que esas enormes piedras, algunas de ellas de cientos de toneladas, que se utilizaron para construir dichos templos y monumentos, fuesen movidas suspendiendo la gravedad por medio de algún mecanismo electromagnético... Y esto solo por citar unos simples ejemplos de los innumerables que hay.

    —No creo que haya mayor misterio encerrado dentro de esas piedras que el que el guía y los que se dedican profesionalmente a esto nos han desvelado… —dijo casi sentenciando, con un remarcado tono autoritario, María, la «doña perfecta resabidilla».

    —Estoy de acuerdo con ella —prosiguió Miguel, el erudito—. La esclavitud en aquella lejana época era el pan de cada día y esos pobres diablos fueron explotados para erigir estos grandes monumentos en honor a sus faraones y Dioses…

    —Infantil e inconsistente teoría, pero así están las cosas…

    —Tal vez a las piedras le saliesen alas o algún increíble Hulk anduviese por estas tierras en aquella época. Vete tú a saber…

    Ante esta salida tan surrealista de Óscar, como era habitual en él, todos estallamos en una desmedida carcajada.

    —Todo es posible, quien sabe… —dijo Sonia cuando las risotadas empezaron a menguar.

    —Por cierto, Pablo, ¿por qué saliste antes de que el guía acabase con sus explicaciones?

    —Estaba un poco harto de tanta verborrea y quería estar un rato en silencio sintiendo todo esto…

    María frunció el ceño como si mi respuesta no la hubiese convencido.

    —Pues yo le comprendo perfectamente —dijo la «afable regordeta» saliendo en mi defensa—... Aunque he de recocer que fui más cobarde que tú y me quedé.

    —¡Joder! Yo ya pensé que no daba acabado, vaya tostón…

    María giró la cabeza y fulminó con la mirada al «graciosillo».

    —No entiendo porque dices eso, Óscar, yo creo que fue algo muy ilustrativo e interesante.

    —Para gustos...

    Súbitamente, Sonia, que había permanecido muy atenta a las palabras de sus compañeros, fijó sus grandes y expresivos ojos en mí.

    —Oye, ¿y tú por qué estás tan pálido?

    Yo, ante esta inesperada salida, me quedé algo cortado y bajé tímidamente la mirada.

    —Es cierto —corroboró Miguel—, estás pálido como la cera…

    La verdad, que no tenía pensado decirles nada sobre las misteriosas luces que había visto, pero, por otro lado, algo dentro mí me incitaba a compartir aquella increíble experiencia, como si necesitara que alguien corroborase que no había imaginado todo aquello, que no estaba perdiendo la chaveta…

    Las miradas de los cuatro permanecían fijas sobre mí, escrutándome con tal intensidad, que me sentí realmente incómodo, por lo que sin más preámbulos, empecé a contarles algo descafeinadamente y sin extenderme mucho en los detalles lo sucedido… Como era de esperar, nada más terminar con mis explicaciones, en sus rostros se dibujaron cínicas expresiones de burla...

    —Parece que este ambiente tan esotérico que reina por aquí te trastocó —dijo mordazmente Miguel.

    —¿Y no sería qué lo único que querías era salir del templo para fumarte un porrete, cabronazo…?

    —Sabes perfectamente que yo no fumo Óscar y menos hierba… No os estoy mintiendo ni gastando una broma, os juro que vi tan claramente esas luces como ahora os estoy mirando a vosotros.

    —Seguramente fue esta preciosa luz anaranjada —Sonia señaló los impresionantes coles vespertinos que habían envuelto el cielo con sus sobrecogedoras tonalidades— la que te inspiró y provocó que tu imaginación se disparara.

    Yo me quedé pensativo sin articular palabra y sopesando posibilidades, hasta que encogiéndome de hombros dije simple y llanamente:

    —Tal vez fuera eso…

    —No lo dudes —sentenció María—. Como bien se sabe, lo que vemos es lo que hay…

    —Oye, como no nos apuremos nos vamos a quedar en tierra, ya están subiendo todos a los buses…

    Ante esta advertencia de la mujer de Óscar, todos empezamos a caminar a paso apurado hasta que dimos alcance a los restantes miembros del grupo y nos metimos dentro de aquellos destartalados autobuses.

    Las negras sombras de la noche ya habían cercado casi por completo aquellos hermosos colores vespertinos precipitándose como un inquietante presagio sobre Abu Simbel, cuando estábamos atravesando aquella interminable recta de negro asfalto, que a través de aquel paisaje desértico nos llevaría de vuelta a Asuán. Como ya nos había pasado en el viaje de ida, el conductor del autobús —un hombre de no más de treinta y cinco años y de sonrisa fácil y mirada dispersa, por no decir alocada, el cual no nos dio muy buenas vibraciones a ninguno de nosotros— descojonándose de la risa y sin parar de darle al pico con el guía y otro egipcio que había venido con ellos, aún no sé realmente para que, conducía a una velocidad tal que nos los puso de corbata. De vez en cuando y para darle más emoción al asunto, invadía el carril contrario ante las crecientes risotadas de sus compañeros. Para ellos aquello debía ser como un videojuego, daba la impresión de que realmente estaban jugando, jugando con nuestras vidas… Por lo que pude apreciar, en Egipto esa «práctica kamikaze» de conducir era muy habitual, la cual llegaba a su culmen en el Cairo. Allí el caos era ya total, se podría decir que ni carriles había. «Sálvese el que pueda, el que más jamado esté y más pelotas tenga». Imaginaros a miles de vehículos circulando a gran velocidad sin ningún tipo de reglas, solamente la ley del más fuerte. Coger allí un taxi, que por cierto lo que cobraban por un viaje era irrisorio, podías subirte a innumerables taxis a lo largo del día sin que tu bolsillo se resintiese lo más mínimo, era toda un arriesgada e impredecible aventura. Pero, ¿cómo acabaría dicha peripecia? Difícil preverlo… En fin, el caso es que hasta llegar a Asuán todos rogamos para que no nos estrellásemos. Yo creo que a la mayoría de nosotros, el grupo de turistas, nos temblaban las piernas cuando el bus se detuvo en el puerto, en donde nos esperaba nuestro barco, un crucero de lujo del que yo inconcebiblemente formaba parte y el cual nos llevaría a través del Nilo hasta Luxor. Creo que jamás olvidaré ese descenso de varios días por ese río sagrado. Éramos solamente unas doce personas en el barco, aparte de otro pequeño grupo formado por los convidados de una boda egipcia, a la cual por cierto fuimos invitados, tanto al banquete como al baile nocturno. Era una de esas interminables bodas que se prolonga varios días. La verdad que me sentía como si estuviese inmerso en una novela de Agatha Christie, en donde uno disfruta de la suficiente tranquilidad como para poder saborear en relativa calma del viaje y dedicarse a «contemplar». Lo que sí le faltaba a este crucero era un asesinato, crucemos los dedos, pero no la aventura… Pero, ¿por qué uno formaba parte de aquel grupo de privilegiados? ¿Quién era yo para codearme con aquellos «peces gordos»? Al menos algunos de ellos sí que lo que eran, los denominados «triunfadores». Sumergirnos y bucear en un pasado algo más lejano será la solución a esta incógnita…


    CAPÍTULO III

    Un día más, a las ocho en punto de la tarde, terminé por fin mi turno en la dichosa fábrica, que larguísimo se me había hecho este día. Sentía que el tiempo me había jugado una mala pasada, como si se fuese ralentizando cada vez más y más hasta convertirse en algo completamente estático y privado de toda fluidez... Lo cierto, es que estaba realmente hastiado —como casi todos los días— y lo único que me apetecía, como a todo hijo de vecino que tuviese que trabajar en algo que detestase, era tomarme unas cuantas cervezas en la taberna que solía frecuentar. Yo, que siempre había sido un consumado lector y un melómano empedernido —tocaba bastante bien el piano—, ahora solamente iba del trabajo al bar y de allí a mi casa, en donde lo único que hacía era encender la tele y hacer un interminable zaping hasta dar con alguna película que tuviese un mínimo de calidad y que hiciese que me olvidase de mi miserable vida. Que lejos quedaban aquellos tiempos en los que intenté por todos los medios a mi alcance convertirme en músico profesional; es decir, que me pagasen lo suficiente por tocar con una banda que había formado —o por mi cuenta— y que la verdad no sonaba nada mal. Creo que éramos bastante buenos y le echábamos las suficientes ganas como para poder llegar a vivir de ello. Pero en estos tiempos que corren el ser artista es casi un imposible. La buena música, la que nos dice algo y nos «sensibiliza», está siendo desterrada por ruidosas «fórmulas» que muy poco o nada tienen que ver con ella, «fórmulas» que nos embrutecen, condicionan y adormecen cada vez más y más al igual que el deporte, el cual ha pasado de ser una actividad más de nuestra vida cotidiana a convertirse en una obsesión con la que intentar llenar nuestro vacío…

    Como os iba diciendo, nada más salir del curre, me fui directamente a la taberna y allí me reuní con mis camaradas habituales: Nacho, «el flemillas», Ricky, uno de los compañeros del trabajo con el que hacía buenas migas y Berni, un auténtico fanático del fútbol. Como de costumbre el ambiente estaba muy caldeado y absurdas discusiones aderezadas de insultos y subidas de tono retumbaban por todo aquel antro…

    —¿Otra vez estáis discutiendo de política? —dije nada más sentarme con mis compañeros en uno de los taburetes de la barra.

    Ricky me miró de forma despectiva y dijo con su típica mala leche:

    —Estos cazurros no tienen ni pajolera idea. Putos fachas…

    —Fachas, comunistas, ¿cuál es la diferencia? El poder es el poder… Manipular, imponer nuestras limitadas ideas, vivir del cuento… Todo es la misma mierda —dije tras darle un prolongado trago al gin tonic que había pedido.

    —Ya salió el anarquista este.

    —Que anarquista ni que cojones Nacho, lo que soy es realista…

    —¿Realista? Yo lo que creo es que eres de esos que no creen en nada… ¿Cómo carajos se llaman…?

    —Nihilistas.

    —¿Nihilistas?

    —Sí, hombre, ¿nunca escuchaste esa palabra…?

    El «flemillas» puso cara de circunstancias y asintió con un brusco movimiento de cabeza a la par que afirmaba con gran convicción:

    —Sí, claro que la había escuchado…

    —Parece ser que este mes nos ingresaron unos días antes la paga —dijo Berni cambiando bruscamente de tema.

    —¿En serio?

    —Sí, yo acabo de echarle un vistazo a los últimos movimientos de mi cuenta y tal cual.

    —¿Y a vosotros también os pagaron ya…? —les pregunté a Nacho y a Ricky.

    —Sí, creo que a todos.

    —Pues tendré que comprobarlo...

    Tras decir estas palabras, le di un último trago al gin tonic y fijé la mirada en mis colegas.

    —Bueno, chavales, yo me voy a ir…

    —¿Acabas de llegar y ya te marchas? —dijo Ricky algo molesto.

    —Estoy algo cansado, además me pica el gusanillo por saber si ya tengo la pasta de este mes.

    —Ya tendrás tiempo mañana hombre… Por cierto, ya que nos pagaron, nosotros vamos a ir a coger las entradas del partido, ¿te apuntas?

    Yo me quedé un rato en silencio pensando alguna excusa que no nos los violentase demasiado, pero al ver que a mi obtusa mente no se lo ocurría ninguna brillante idea, simplemente les dije:

    —Creo que voy pasar.

    —¿Te vas a perder ese partidazo? —dijo Berni con los ojos abiertos como platos como si eso fuese el más grande de los sacrilegios.

    Yo me encogí de hombros con indiferencia.

    —Si que eres raro, macho.

    Tras estas palabras dichas por Berni, los tres me perforaron con sus miradas saturadas

    de malévola desconfianza haciéndome sentir realmente incómodo.

    «Serán cabrones…» —pensé algo mosca.

    —No te lo tomes tan a pecho Berni. Lo que sucede es que ando algo liado —me excusé…

    —¡Tú te lo pierdes, tío!

    —Otro día será… Nos vemos en el curre...

    —Que te sea leve…

    Tras despedirme de Juana, la tabernera, y del resto de personajes que había en el bar, la mayoría de los cuales trabajaban conmigo en mi misma nave, salí del local, el cual estaba situado a unos escasos doscientos metros de la condenada fábrica, y me encaminé directamente al cajero más cercano. Mientras caminaba bajo aquel cielo ennegrecido por negros nubarrones que presagiaban un fuerte temporal, empecé a reflexionar sobre mi vida y en lo que esta se había convertido… Me sentía tan asqueado de todo… Tenía la agobiante sensación de que me había metido en un oscuro túnel sin salida...

    «¿Cómo es posible que todos mis sueños se fueran a la mierda en un abrir y cerrar de ojos? Jamás imaginé que acabaría trabajando en la cadena de una maldita fábrica de coches convirtiéndome en un puto robot… Todo fue una estúpida ilusión, el sueño de un incauto… ¡Maldito dinero! Nos domina completamente, no somos más que sus putos esclavos... Pero por desgracia sin él hoy en día difícil sería sobrevivir... Lo peor de todo es que me he dejado llevar como un imbécil hasta que la poca creatividad que me quedaba se esfumó... La puta Rutina es lo que me queda… Como me gustaría acabar de una vez con todo… No sería tan difícil, no tengo ni mujer ni hijos y mis padres hace tiempo que la han palmado… Pero, ¿qué hubiese sucedido si mis sueños se hubiesen realizado...? Obviamente no estaría metido en este callejón sin salida, pero intuyo que tampoco me sentiría realmente realizado hasta que rompiese las cadenas...»

    En

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