Fatigas
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Con una excelente narración, Gabriela de Fuentes nos cuenta la historia de Fatigas, un hombre joven y gordo, que solo busca pasársela bien sin conflictos ni preocupaciones. Acapulqueño de origen y lanchero de profesión, vive enamorado de Salerosa, su lancha, en donde todos
Gabriela de Fuentes
Gabriela De Fuentes nació en la Ciudad de México en 1962. Estudió Historia del Arte en el Instituto de Cultura Superior A.C. Realizó diversos cursos de Arte, así como de Etnología e Historia en elINAH. Durante algunos años se dedicó a la asesoría y supervisión de guiones cinematográficos de largo y corto metraje y de edición en video. Actualmente vive en la Ciudad de México y dirige una compañía de distribución mundial de cine mexicano de la Época de oro. Fatigas es su primera novela.
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Fatigas - Gabriela de Fuentes
entusiasmo.
Amanece. El mar impregnado de plata y cobre, despierta y refleja ligeras nubes.
Su mano regordeta palpa sus morenas mejillas teñidas por el sol y por la herencia. Sí, aún están ahí sus grandes lentes oscuros empañados de mar, de alcohol; la frente empapada en sudor, el pelo grasoso y rizado está ahí. Sus ojos negros abotagados se abren. Lentamente desliza su mano y frota la enorme barriga, su ombligo saltón; sonríe al tiempo que su lengua desobediente juega rozando sus blancos dientes de espuma de mar.
Finalmente se decide y con toda su gordura se incorpora: ¡Aquí está Fatigas, amo de este mar, de Caleta, Roqueta y toda la bahía de Acapulco!
.
Su lancha, con esa cadencia tan especial, coquetea con las olas, se mece en el mar. Salerosa es su compañera incondicional; de oídos más grandes que los de Dios, porque a ella le puede confesar todo. Ni la gringa más buena puede compararse con su belleza. Salerosa, Salerosa...
! La acaricia.
Con toda calma, Fatigas toma la jerga que está debajo de los esquís, la humedece con agua de mar y se pone a limpiar. Descalzo como de costumbre, su pie derecho coopera paseando la jerga hasta el último rincón.
Desamarra la lancha de las boyas e intenta encender el motor varias veces; no responde:
—¡Vamos, vamos, tenemos que trabajar! —le dice pasando una mano sobre las imágenes de algunos santos que adornan el tablero: San José, San Francisco, San Judas. Saluda a todos y hasta una que otra foto de algunas gringas que conoce; sí, esas están en el tablero, porque la Virgen de Guadalupe cuelga majestuosamente del retrovisor. La besa, se persigna, e intenta de nuevo encender el motor. Lo logra.
Gotas saladas acarician su pelo, salpican sus lentes, su tez. Su cuerpo goza del aroma del mar. ¡Qué sabrosa vida!
, piensa. Enciende la radio, buenas noticias: el sol brilla como siempre y por un buen rato no habrá mal tiempo.
Levanta la tapa de uno de los asientos delanteros, hurga de prisa entre cigarros, bujías y latas de aceite de motor. Estira la mano pero no encuentra la botella, trata de recordar... Levanta los esquís del compartimiento lateral; puede que la haya olvidado en el muelle, pero está seguro de que la ha dejado allí, debajo del asiento. Tal vez el Güero le haya hecho otra de sus bromas y se la llevó.
Salerosa avanza con cautela al lado de yates, veleros y boyas que conoce perfectamente. Fatigas sabe que puede cerrar los ojos con toda tranquilidad y dejarse llevar por Salerosa. Ella no se equivoca, es la mejor guía. Confía más en ella que en cualquier persona.
Se acercan a Nancy. Nancy..., sólo al Güero se le pudo ocurrir un nombre así; a ese prieto, negro como erizo, pinche güero oxigenado. Seguro que a escondidas se pone cerveza o algo se hace en el pelo, porque güero sí está y por eso se cree diferente a los demás. ¡Pendejo!, no se da cuenta de que su cara y su color son su misma traición
. Ese Güero se jacta que por sus venas corre sangre europea y siempre presume de sus antepasados. Le gusta sentirse diferente a los demás, especial. Dice que su abuelo fue un inglés que cayó enamorado en las redes de su abuela Irene, una guapa costeña muy conocida por su extraordinaria voz; una mujer alta y robusta que cantaba por las noches en una cantina. Fue ahí donde se conocieron. Unos meses después se juntaron; así nació su madre.
¡Ah!, pero Fatigas está seguro que son mentiras. Al Güero nada se le puede creer, es un mentiroso. Siempre discute con él insistiéndole que sus parientes son nativos acapulqueños, y que haber nacido en esa bahía es lo mejor que le pudo suceder, pues es feliz de vivir ahí.
Ahí está el Güero, meneando las caderas, canturreando Guantanamera. No es mal parecido, se pasa el día peinándose, siempre anda buscando donde ver su reflejo, es un presumido, se jura el único galán, vive convencido de que no hay mujer en todo el puerto que se le resista, a todas las acosa hasta conquistarlas; sin embargo, Fatigas sabe que no es porque realmente las conquiste, sino porque insiste tanto que las cansa y acaban por ceder.
El Güero es el más joven de sus amigos. Aún no ha cumplido treinta años y a pesar de que es flaco, escuálido, es un hombre fuerte. Está acostumbrado a nadar casi a diario, es su pasatiempo favorito; pasa las tardes en las olas de Pie de la Cuesta.
Güero mañoso, seguro que otra vez se quedó con su botella para hacerlo rabiar. A Fatigas ya lo tiene cansado, nunca trae dinero, pero eso sí,